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Editorial

“…antes sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos
espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por
todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”

Efesios 5:18b-20

¿Alguna vez empezaste algún trabajo que era tan largo que en el medio te olvidaste de
qué era lo que estabas haciendo? ¿O empezaste algún estudio que te entusiasmaba, pero al
pasar el tiempo ya no recordabas porqué habías empezado? A todos nos ha pasado que en
algún momento de la vida nos detuvimos en un punto desolado en el que ya no recordamos
porqué hacemos lo que hacemos, y ni siquiera sabemos si nos interesa. Con la vida espiritual
nos pasa lo mismo. En más de una ocasión me he preguntado porqué estoy en una iglesia o
porqué tengo tal estilo de vida.

Por lo general, esto sucede cuando perdemos de vista el objetivo. Como creyentes,
comprados por la sangre de Cristo, fuimos llamados a vivir una vida espiritual. No una vida
mística irreal, sino una vida que rebosa del gozo y la paz que solo Dios nos puede dar. Y esto
solo lo lograremos cuando tengamos bien clara una de las metas del hijo de Dios: ser llenos del
Espíritu Santo. Para esto debemos orar sin cesar y escudriñar cada día las Escrituras. Y esta
llenura debe reflejarse en nuestra vida, en nuestro vocabulario y en nuestras actitudes ante las
distintas circunstancias que vivimos.

¡Ánimo, hermano! ¡Ánimo, hermana! Reflejemos el gozo que Cristo nos da a través del
Espíritu Santo y elevemos nuestras alabanzas y nuestra gratitud a nuestro Dios y Padre.

Raúl Salazar

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