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Durante los siglos que siguieron a su creación como ³ente nacional´, los fenicios crearon la
mayor flota naval y se convirtieron los más poderosos comerciantes de la región. Su
habilidad para crear los famosos tintes de púrpura (un secreto celosamente guardado), con
el que fabricaban ricas telas y ropajes, comerciar con la madera de cedro de su entorno, o la
exportación del vidrio, del que son reconocidos como creadores, les permitió abrir una serie
de rutas comerciales marítimas, que eran verdaderas autopistas del mar.

A través de éstas, importaban, por ejemplo, plata y estaño de España y cobre de Chipre,
obteniendo a posteriori bronce. Además, las rutas comerciales (caravaneras) de Asia,
convergían en la costa fenicia, con la consiguiente riqueza que ello les aportaba. Por si fuera
poco, su olfato para los negocios, les llevó a establecer asentamientos comerciales por todo
el Mediterráneo, cuidadosamente seleccionados y siempre de forma que pudieran dominar
las rutas comerciales que dominaban.

Los buques fenicios, solían hacer la ruta de la costa sur de España, bordeando la costa y
llegando hasta Portugal. Actualmente, los pescadores de Nazaré y Aveiro, en el Algarve
portugués, dicen ser descendientes de los fenicios y puede haber algo de cierto en ello, ya
que sus barcos tienen proas muy altas y están pintados con símbolos místicos, de forma
similar a los buques de comercio fenicios.
Lo cierto es que ya antes del reinado de Salomón, los fenicios habían atravesado las
Columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar) y se aventuraban en el Atlántico,
recorriendo las costas del África Occidental y llegando hasta las actuales Gambia y Senegal,
y comerciando con las Islas Canarias, Madeira y las Azores. Posteriormente, hacia el S.VI
a.C., el almirante cartaginés Hanno, llegó hasta el Cabo de Buena Esperanza, lo dobló, y se
introdujo en el Mar Rojo. O eso se cree.

Si bien existen pruebas no del todo contrastadas, parece casi demostrado que los fenicios
también arribaron a las costas de Gran Bretaña y que se aventuraron por el Báltico, de forma
esporádica y nunca estableciendo una ruta comercial. Existen teorías que indican que
llegaron a Brasil y la costa sur de los Estados Unidos, si bien se trata, como decimos, de
teorías que ya trataremos en Amarre.
Las colonias fenicias exceptuando Cartago, eran puramente factorías y asentamientos
comerciales ubicados en lugares que disponían de elementos materiales que interesaban a la
metrópoli. Por ejemplo, Chipre fue colonizada por la riqueza de sus yacimientos de cobre y
por la abundancia de madera; Cilicia por su madera; Thasos, por sus minas de oro; Salamis
y Cithera, por su púrpura; Sardinia y la costa sur de España, por sus abundantes metales; el
Norte de África, por la fertilidad de sus campos (riqueza agrícola) y por el comercio interior
(que proporcionaba marfil, maderas, especias, pieles«).

De este modo, toda esa riqueza material, iba a para a la metrópoli y retornaba a las colonias
manufacturado en las más diversas formas: tejidos de lino, lana, algodón e incluso seda;
diferentes variedades de alfarería, vidrios y ánforas, armas y utensilios de metal; joyas,
perfumes y vinos« Este fue el inicio de las que habrían de convertirse en las poderosas rutas
comerciales que explotaron con enorme éxito.

En su comercio con las naciones que se asentaban en las costas del Mediterráneo, del Mar
Negro o de cualquier otro lugar, primaba ante todo la necesidad de disponer siempre de
aquello que necesitaban, seguida de sacar provecho de los bienes materiales obtenidos en
otros países y en última instancia, de obtener aquello que les pudiera suponer una ventaja
de cualquier tipo frente a otros estados o competidores.

Supieron aprovechar muy bien su estatus social y cultural aventajado, y en aquellos lugares
en los que se encontraban con gentes poco civilizadas o en los albores de la civilización, se
preocupaban de suministrarles los elementos básicos para mejorar su calidad de vida,
sabiendo que eso era una excelente fuente de ingresos: cerámicas, ropas, armas,
ornamentos« De este modo, se granjearon una total dependencia de estas comunidades que
les proporcionó el monopolio en esta clase de comercio, desplazando los productos nativos
del mercado e implantando por doquier los suyos.

Lo cierto es que fueron unos verdaderos maestros de la economía de mercado y podemos


aventurar que los primeros en globalizarlo.

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