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Hasta aquí hemos intentado ubicar algunas de las pasiones humanas –como la venganza,
la ira, la indignación y la vergüenza– dentro de un orden al que podemos llamar el orden
sexual. Un orden que, estructurado con relación a la función paterna ordena –en el
sentido de la organización y también en el sentido de un mando– el goce. En el estudio de
dichas pasiones intentamos también aislar y diferenciar la incorporación y el canibalismo.
Este último presente siempre en el origen de todo sufrimiento humano.
Vimos que la relación que el sujeto pueda tener con el tiempo y el espacio depende de la
posibilidad o no de la existencia del otro, tan semejante como diferente. Intentamos en
esta orientación –mediante la figura del extranjero– poner en juego la necesidad de la
función de la falta ligada a la operación de incorporación, que es la que permite, en
última instancia, que ese otro semejante-diferente exista. Operación de incorporación que
en la práctica analítica se hace posible en tanto se mantenga lo que definimos como la
imparidad de la transferencia.
“Este pasaje está contextuado en un momento en que Blanchot toma una operación
que Foucault hace en su Historia de la sexualidad, –a mí entender una operación
muy útil–: diferenciar las sociedades de sangre de las sociedades de saber. La
sociedad de sangre está basada en el simbolismo de la sangre y se desarrolla hasta
la caída del feudalismo y el advenimiento del estado moderno. La alianza antigua –
por el desarrollo de la técnica pero no sin los oficios de la iglesia católica– rompe
con ese modo de alianza para su provecho, así deviene el Estado tal como lo
empezamos a conocer en el Siglo XVIII: el Estado del bienestar, la sociedad de
saber. Un Estado que ya no se dedica a administrar la muerte, sino,
fundamentalmente la vida del ciudadano. La sociedad de saber está en relación a
un saber que intenta controlarlo todo. En la sociedad de saber, la sexualidad pasa a
quedar atrapada no en relación a la Ley, sino en relación a la norma y a la
disciplina. En ese momento surgen dos figuras centrales: el médico y el pedagogo,
que establecen la nueva alianza que hace el poder con la histérica. La primera
alianza (poder-histeria) es con la Iglesia –por la cuestión de las dotes, entre otras
cosas– Esta nueva alianza, entonces, se da con el discurso pedagógico y el discurso
médico. (Hoy la alianza de la histérica es evidente que se da con el discurso
jurídico PP: la proliferación de juicios, el triunfo del feminismo, etc.) Estas
distintas “alianzas” son en definitiva variables de la explotación que el poder ha
hecho del fantasma histérico.
En la sociedad de sangre la guerra está glorificada, en el sentido que hay una honra
del crimen, la dignidad de la espada articulada a la Ley del antiguo régimen.
Mientras que en la sociedad de saber la guerra entra dentro del aparato de la técnica
y de la ciencia, para desembocar en una nueva antropología –que es la antropología
nazi– que intenta rearticular la sociedad de sangre con la sociedad de saber. La raza
y la técnica. La exaltación de la sangre –como sangre pura, la sangre aria– se
articula con un modo total de xenofobia que hace a una antropología, porque parte
del nosotros y ellos.
Este punto que articula Blanchot en relación a la lectura que hace de Foucault, es
muy interesante la idea de volver a la Ley en contra de la norma y de la disciplina,
dando cuenta por esta orientación que no hay a nivel del Otro ningún saber que se
pretenda absoluto ni que llegue a constituirse en el futuro como tal, ya que la Ley
de la que se trata es la del significante.
“Hay dos textos en los que Freud se ubica respecto de la guerra: Consideraciones
de actualidad sobre la guerra y la muerte, de 1915, y El por qué de la guerra, de
1932. En el texto de 1932, Freud hace pie en su mito de Tótem y Tabú. En este mito
ahistórico apoya su interpretación sobre el nacimiento de las ideas morales, la
religión, el derecho y la violencia, en fin, el nacimiento de la ética y también –
punto que quiero remarcar– el nacimiento de la estética. El mito de Tótem y Tabú
es la articulación del asesinato del padre y la comida totémica, lo que establece una
interesante articulación de origen: crimen y canibalismo. Así, en el origen de la
ética y de la estética están el crimen y el canibalismo. En ese punto es necesario
hacer una diferencia entre canibalismo e incorporación. Por ahora, planteamos que
el canibalismo es el reverso de la incorporación o, dicho de otro modo, a más
incorporación –de la falta– más rechazo del canibalismo.
“George Bataille, en su libro El erotismo, afirma que el primer rastro que tenemos
de la existencia de lo humano es la sepultura. Esto ocurre en el paleolítico medio y
a pesar de que en el paleolítico inferior hay existencia de ciertos rudimentos de
herramientas y armas, Bataille sostiene que la cuestión de la sepultura y el rito, –
que es el tiempo de duelo– es el origen de lo que podemos llamar la humanidad. La
existencia de la sepultura es testimonio de la prohibición de cualquier acción sobre
el cadáver, fundamentalmente, la de comerlo. En ese sentido, el origen de la ética y
también de la estética se ligan a una renuncia al goce de accionar sobre el cadáver,
renuncia que testimonian la sepultura y el rito funerario. Además, sabemos que
incorporación denota incorporarse, ponerse de pie, pasar de cuatro patas a dos, es
decir, alejarse del piso.
“¿Por qué subrayamos la cuestión de la estética? Freud, sobre el final del texto de
El por qué de la guerra le dice a Einstein “No soportamos la guerra por una
cuestión constitucional”, como si dijera hemos sufrido una modificación orgánica,
que era el modo que Freíd tenía, entendemos, para designar la civilización del goce.
Nos parece fundamental no tomar como metáfora el término modificación
orgánica. Para Freud no es una metáfora sino que habla efectivamente de la
posibilidad de una modificación orgánica respecto del goce, una nueva estética.
Imaginemosnos trasladados al Siglo XVIII –el libro El Perfume de Patrick Süskind
lo testifica–: el primer impacto, el más violento que seguramente sufriríamos sería,
el del olor insoportable. En ese sentido hay una modificación orgánica, y eso no es
ninguna metáfora. Freud plantea que lo desagradable para nosotros podría haber
sido inocuo o incluso agradable para nuestros ancestros. Esto toca el sentido y el
concepto del gusto y por allí vemos perfilarse el problema del juicio. El primer
juicio de la historia en occidente es un juicio que se define por el gusto: el juicio de
París por el cual Afrodita –la elegida– entrega a Paris, Helena y desata la guerra de
Troya. También el gusto es lo central de la estética, al menos en Kant en su Crítica
del juicio.
“Cuando Freud en Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte
habla de la decepción ante la guerra, dice que no es que nuestros congéneres hallan
caído en una especie de regresión, sino que quizás nunca llegaron al punto de
civilización en el cual los suponíamos, que simplemente pudo haber un efecto de
represión por el cual las pasiones podrían estar contenidas. No es que eso supusiera
lo que Freud diría: un progreso en la espiritualidad, o una modificación en el
sentido orgánico, digamos estético.
“Lacan subraya en Hamlet la ausencia del rito –acto ligado a la satisfacción del
muerto, articulación de la deuda etc.– como la falta del tiempo del duelo. Es ahí
donde la forclusión es el reverso del duelo. El tiempo del duelo es el tiempo de
comprender, en los tiempos lógicos, un tiempo de subjetivización de la falta, el
tiempo de construcción del otro. Y no hay castración sin el otro. En esta
construcción del otro –que siempre puede presentar su cara incomprensible– es el
significante del nombre del padre el que permite los pasajes en las escansiones, en
los sinsentido y hace posible lo que se entiende como la fusión pulsional.
En el caso de Hamlet, sí lo que se usó para los oficios funerales del padre se usó
también para la boda de la Madre de Hamlet con su tío Claudio, el cadáver queda
insepulto. "Algo huele a podrido en Dinamarca", de nuevo la presencia ahí de lo
podrido, de lo putrefacto, en Antígona el cadáver insepulto del hermano, la carroña
etc.
A partir de este movimiento de la guerra del 1914 comienzan teorías –lo plantea
Alan Badiou– acerca del hombre nuevo. Toda la lucha revolucionaria estaba detrás
del sueño del hombre nuevo. Para que haya el hombre nuevo tiene que desaparecer
el hombre viejo (¡hay que matar al viejo!, ¡la guerra del cerdo!). Vuelve a estar en
escena el mito de Tótem y Tabú, mito que se reproduce en distintas
representaciones históricas con consecuencias fundamentalmente ligadas a la
función del resto. Ese hombre nuevo, por oficio de la ciencia, hoy se puede
producir, hoy se puede hacer. A través de la clonación por supuesto
Una reflexión final para pensar en relación a la guerra que sufrimos acá es que,
evidentemente, si hay buitres hay cadáver insepulto. El asunto es: ¿cuál es el
cadáver insepulto para los argentinos? No digo la falta de cadáver, por ejemplo,
que el padre de la patria haya muerto en Francia, o que Rosas haya muerto en
Inglaterra. Creemos que en la Argentina se ha cristalizado desde el 1800 una
historia hamlética, en el sentido que hay algo de ese rito de duelo que no se puede
realizar.. Hay una guerra subterránea que se extiende en el tiempo sin ninguna
solución de continuidad. Freud dice: "Es evidente que una guerra puede traer un
nuevo orden, una unidad mayor de derecho". Lamentablemente eso acá nunca
sucedió. La burguesía argentina nunca cumplió el rol histórico que le correspondía,
desde siempre y salvo algunas honrosas excepciones ha sido rentista y especulativa.
La cabeza de Goliat de Estrada y otros textos explícitan muy bien el
estrangulamiento del Buenos Aires europeizante sobre la llamada Argentina
invisible. Esa misma burguesía es la que desató una feroz venganza sobre la
llamada clase media cuando los hijos del gorilismo fueron captados por la izquierda
y el peronismo revolucionario, restándole de ese modo el sustento político a los
dueños del dinero en la Argentina. El efecto de esa captación de una intelectualidad
formada en la Universidad frondizista para una Argentina Potencia que nunca llegó
tuvo efectos directos sobre los usos y costumbres sexuales de las clases
dominantes. Sus propios hijos fueron tomados por la pasión revolucionaria o por el
movimiento hippie etc. Esa corrosión se acopló al odio ancestral al indio, al negro,
al gaucho o al cabecita, al gracita etc. Es decir, que además de latinoamericanos
tenemos en nuestra patria el lacerante efecto de un odio que no cesa. Sino, ¿por qué
ninguna dictadura de estas latitudes ha sido tan sangrienta y a la vez tan
expoliadora de riquezas como el llamado Proceso?, ¿por qué tanta abyección y
barbarie de aquellos que al parecer provienen de la civilización? Nosotros –si eso
existe– siempre fuimos colonia, no tendríamos que hablar de los pobres africanos,
Latinoamérica también contribuyo a la plusvalía que sostuvo la paz del siglo XIX
para Europa. Y a la financiación de otros primeros mundos. ¿Por qué esto no se
consigna por lo general en los análisis que se hacen sobre el tema?. ¿Será que
seguimos renegatoriamente pensando que somos Europa? En fin, lo claro es que
hay un retorno incesante de esa lógica presente en toda tragedia: cadáver insepulto,
venganza, matanza de jóvenes, desaparecidos, Malvinas, gatillo fácil y esa forma –
quizás la más cruel– de la derrota, que es el exilio.“