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(SELECCIÓN)
EDUARDO GALEANO
EDITORIAL POLILLA1
EL CUERPO:
La Iglesia dice: El cuerpo es una culpa
La ciencia dice: El cuerpo es una máquina
La publicidad dice: El cuerpo es un negocio
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta.
Las palabras andantes
LA COMPUTADORA Y YO
No bien llegué a territorio norteamericano, me acerqué a una computadora y pulsé la
tecla Quejas. Mis viejas convicciones antiimperialistas me impulsaron a protestar contra
el muro que los Estados Unidos están levantando en la frontera con México. Yo creía
que esa vasta pared de acero se proponía impedir la libre circulación de las personas, al
mismo tiempo que el Tratado de Libre Comercio aseguraba la libre circulación del
dinero, y eso no me parecía bien. Pero la computadora despejó la confusión de mi
espíritu:
-No es un muro -explicó: Es una obra de arte. Un gigantesco monumento que se erige
en memoria de los mártires del oprobioso Muro de Berlín.
Entonces pulsé la tecla Dudas. Se me ocurrió plantear el caso de las leyes contra los
inmigrantes. Leyes ya aprobadas, como la 187 de California, que suprime los derechos
de los inmigrantes ilegales, y leyes anunciadas, como las que amenazan suprimir
también los derechos de los inmigrantes legales. Mi duda era: ¿Se proponen estas leyes
beneficiar a los indios? Siendo los Estados Unidos una nación de inmigrantes, solo los
indígenas, los Native Americans, quedarían a salvo de esas medidas. Me parecía un
gesto conmovedor: una expiación histórica, al cabo de tanto crimen y de tanto
desprecio. Pero la máquina me aclaró las cosas: en América, inmigrantes son todos, y
los indios también. Ellos vinieron desde el Asia, hace treinta mil años. Las leyes no
tendrán excepciones.
Pulsé la tecla Iniciativas. Pregunté si ya existía algún proyecto para fabricar una tinta
mágica, que fuera capaz de bañar a la mano de obra latinoamericana, para hacerla
invisible, cada día, a la caída del sol, después de las horas de trabajo en los campos y en
las calles del Norte. Esa tinta podría evitarla molesta presencia de los braceros
mexicanos y centroamericanos en las plazas, cines, restaurantes y otros lugares públicos
de los pueblos y ciudades de los Estados Unidos.
- No todavía - informó la computadora.
Volví a pulsar la tecla Iniciativas. Pregunté si a nadie se le había ocurrido la idea de
abrir una embajada de los Estados Unidos de América en los Estados Unidos de
1
Tomado de la Editorial “El conejo”. Quito, Ecuador. Año 2.001.
América, con sede en Washington, para que la CIA pudiera organizar golpes de Estado
también en su propio país.
- No todavía. - repitió la computadora.
Regresé a la tecla Dudas. Pregunté: ¿No será un error que se llame Secretaría de
Defensa al órgano de gobierno que se ocupa de la fuerza milita de los Estados Unidos?
¿No será un error llama Presupuesto de Defensa al dinero que la alimenta? Defensa me
parecía una palabra equivocada, teniendo en cuenta que los Estados Unidos no han sido
jamás invadidos por nadie, pero en cambio se han dedicado a invadir a los demás, desde
los albores de su vida independiente, a un promedio de una invasión por año. ¿Y por
qué esos gastos de Defensa siguen siendo tan enormes, casi el doble que en 1980?
¿Defensa contra quién, si ahora los rusos son buenos? Con cibernética impaciencia, la
máquina me cortó el discurso y puso las cosas en su lugar:
- El mundo amenaza - explicó -. No se puede confiar en nadie. Los buenos de ayer
pueden ser los malos de hoy. Los buenos de hoy pueden ser los malos de mañana.
Yo agradecí la información, pero pedí a la computadora que me diera un ejemplo, sin
ánimo de abusar de la buena voluntad de la tecnología.
- El tabaco - respondió la máquina.
En ese momento se me iluminó la cabeza. Me di cuenta de que ésa era una tremenda
verdad: Ayer el cigarrillo había sido bueno, en los labios de Humphrey Bogart o del
vaquero de Marlboro, pero hoy es malo. Malísimo. Los Estados Unidos han declarado
la guerra santa contra el cigarrillo. Ignorante de mí, pregunté: ¿Por qué? ¿Se prohibe el
cigarrillo porque da cáncer, o porque da placer?
Entonces la computadora se desconectó. Y yo me quedé sin saber silos marines iban a
invadir a los países fumantes, para salvar al mundo del pecado del humo. No habiendo
más enemigos a la vista, ésa me parecía una promisoria posibilidad para el Pentágono y
su presupuesto. La máquina se negó a seguir funcionando. No me sorprendió. Yo nunca
he tenido confianza en las computadoras. Siempre he sospechado que ellas beben de
noche, cuando nadie las ve. (1995)
Inédito en libro
LOS NADIES
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que
algún mágico día llueva — pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del
cielo la buena suerte por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano
izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida,
jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos
humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de La prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
El libro de los abrazos
EL CARNAVAL
Pieles negras, pelucas blancas, coronas de luces, mantos de seda y pedrería: en el
carnaval de Río de Janeiro, los muertos de hambre sueñan juntos y son reyes por un
rato. Durante cuatro días, el pueblo más musical del mundo vive su delirio coleçtivo. Y
el miércoles de cenizas al mediodía, se acaba la fiesta. La policía se lleva preso a quien
siga disfrazado. Los pobres se despluman, se despintan, se arrancan las máscaras
visibles, máscaras que desenmascaran máscaras de la libertad fugaz, y se colocan las
otras máscaras, invisibles, negadoras de la cara: las máscaras de la rutina, la obediencia
y la miseria. Hasta que llegue el próximo carnaval, las reinas vuelven a lavar platos y
los príncipes a barrer las calles.
Ellos venden diarios que no saben leer, cosen ropas que no pueden vestir, lustran autos
que nunca serán suyos y levantan edificios que jamás habitarán. Con sus brazos baratos,
ellos brindan productos baratos al mercado mundial. Ellos hicieron Brasilia, y de
Brasilia fueron expulsados. Cada día ellos hacen el Brasil, y el Brasil es su tierra de
exilio. Ellos no pueden hacer la historia. Están condenados a padecerla.
Ser como ellos y otros artículos
LA PESTE
Los termómetros no hacen más que confirmar que está ardiendo de fiebre el mundo,
enfermo de la peste del racismo. Es revelador, pongamos por caso, el éxito que está
teniendo en los Estados Unidos un libro que dice con todas las letras lo que muchos
piensan pero no se atreven a decir, o dicen en voz baja: dos
científicos del mundo académico proclaman sin pelos en la lengua que los negros y los
pobres tienen un coeficiente intelectual inevitablemente menor que los blancos y los
ricos, por motivos genéticos, y por lo tanto se echa agua al mar cuando se dilapidan
dineros en su educación y asistencia social.
El libro, The Beil Curve, no agrega nada que valga la pena a la vasta bibliografía del
racismo, pero su enorme repercusión indica que está diciendo lo que mucha gente
quiere escuchar. Y lo que de veras importa es que su mensaje coincide con el catecismo
de la economía de mercado a la hora de la unanimidad universal: desde el punto de vista
de la religión del dinero, la pobreza no es el resultado de la injusticia, sino el castigo que
la ineficiencia merece. Y entonces acuden los ideólogos a complementar la gran
coartada de un sistema que está en guerra con los pobres porque es incapaz de combatir
la pobreza: los pobres no son burros porque son pobres, sino que son pobres porque son
burros, y son burros por herencia genética. La pobreza es tan natural como la
democracia racial que tiene a los negros abajo y a los blancos arriba. La desigualdad
social resulta, así, consagrada por la legitimación biológica: la división de la sociedad
en clases integra el orden natural de las cosas. “Nunca llegarás a nada”
Ésta no es, por cierto, la primera vez que los tests del coeficiente intelectual sirven de
materia prima para el desprecio racial, a pesar del dudoso valor de estas mediciones que
tratan a las personas como si fueran números.
En The Beil Curve, los profesores Hen-nstein y Murray no hacen más que confirmar qué
buenas razones tenía don Alfred Bínet para desconfiar de su propio invento. A fines del
siglo pasado, Binet había creado en París el pnmei te.st de coeficiente intelectual, con el
sano propósito de identificar a los niños que necesitaban más ayuda de los maestros en
las escuelas, pero él fue el primero en advertir que se trataba de un “instrumento
imperfecto”, que de ninguna manera podía ni debía servir para descalificar a nadie. El
propio Bínet había sido descalificado por sus profesores, cuando era estudiante, como
ocurrió con Winston Churchill, Albert Einstein y muchos otros niños de aprendizaje
lento, que recibían de sus maestros frases estimulantes, como: “Nunca llegarás a nada”.
El test, que puede tener cierta utilidad en determinado momento y lugar, obviamente
puede no servir para nada en otro momento y otro lugar. Las primeras aplicaciones del
test de Bínet en los muelles de Nueva York mostraron que más del ochenta por ciento
de los inmigrantes judíos, húngaros, italianos y rusos eran débiles mentales. A idéntica
conclusión llegó, en 1916, el doctor Alejandro Vera Alvarez en la ciudad boliviana de
Potosí. Aplicando el test de Bínet a los niños de las escuelas públicas, resultó que menos
del veinte por ciento eran normales. El resto era retrasado, por culpa de la herencia y
otros factores.
Dime cuánto pesas y te diré cuánto vales
Cuando Bínet inventó su test en la Sorbona, estaba de moda otra manera de medir la
inteligencia: la capacidad intelectual dependía del peso del cerebro. Este método tenía el
inconveniente de que solo permitía admirar o despreciar a los muertos. Los científicos
andaban a la caza de cráneos famosos, y no se desalentaban a pesar de los resultados
desconcertantes de sus operaciones. El cerebro de Anatole France, por ejemplo, pesó la
mitad que el de Iván Turguenev, aunque sus méritos literarios se consideraban parejos.
La gran figura intelectual del siglo pasado en Bolivia, Gabriel René Moreno, había
descubierto que el cerebro indígena y el cerebro mestizo pesaban “cinco, siete y diez
onzas menos que el cerebro de raza blanca”. Como ocurre con la policía en los
allanamientos, el racismo encuentra lo que pone. Aunque las pruebas nieguen la
evidencia, pruebas son. El tamaño del cerebro tiene, en relación a la inteligencia, la
misma importancia que el tamaño del pene tiene en relación a la eficacia sexual, o sea:
ninguna. Pero todavía en 1964, la Enciclopedia Británica consideraba pertinente
informar que los negros tenían “un cerebro pequeño en relación al tamaño de sus
cuerpos”.
Cuando el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Robert Lansing, tuvo que
justificar los diecinueve años de ocupación militar de Haití, no hizo más que ratificar
una convicción universal: los negros eran incapaces de gobernarse, y esa incapacidad
estaba en su “naturaleza física”.
LA DESMEMORIA
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich. A cierta altura, un bisabuelo encuentra a
su bisnieto. El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color
del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El
bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no
tiene, todavía, ninguna memoria. He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
El libro de tos abrazos
ÚSELO Y TÍRELO
La sociedad de consumo consume fugacidades. Cosas, personas: las cosas, fabricadas
para no durar mueren al nacer; y hay cada vez más personas arrojadas a la basura desde
que se asoman a la vida. Los niños abandonados en las calles de Colombia, que antes se
llamaban gamines, ahora se llaman desechables y están marcados para morir. Los
numerosos nadies, los fuera de lugar, son “económicamente inviables”, según el
lenguaje técnico. La ley del mercado los expulsa, por superabundancia de mano de obra
barata. El norte del mundo genera basura en cantidades asombrosas. El sur del mundo
genera marginados. ¿Qué destino tienen los sobrantes humanos? El sistema los invita a
desaparecer, les dice: “Ustedes no existen”.
El Sur, basurero del Norte ¿Qué hace el norte del mundo con sus inmensidades de
basura venenosa para la naturaleza y para la gente? Las envía a los grandes espacios
vacíos del Sur y del Este, de la mano de sus banqueros, que exigen libertad para la
basura a cambio de sus créditos, y de la mano de sus gobiernos, que ofrecen sobornos.
La organización Greenpeace ha demostrado que Alemania gastaría mil marcos
neutralizando cada tonelada de residuos peligrosos, pero gastando nada más que cien los
exporta a Rusia o al Africa. Los veinticuatro países desarrollados que forman la
Organización para la Cooperación en el Desarrollo Económico del Tercer Mundo
producen el 98 por ciento de los desechos venenosos de todo el planeta. Ellos cooperan
con el desarrollo regalando al Tercer Mundo su mierda radiactiva y la otra basura tóxica
que no saben donde meter. Prohíben la importación de sustancias contaminantes y las
derraman generosamente sobre los países pobres. Hacen con la basura lo mismo que
con los pesticidas y abonos químicos prohibidos en casa: los exportan al Sur bajo otros
nombres. Buena parte de la basura norteamericana que se descarga sobre México llega
envuelta en “proyectos de desarrollo” o disfrazada de “ayuda humanitaria”, y no es por
casualidad que la zona fronteriza es la más contaminada del planeta y el río Bravo el
más envenenado. Aunque la mayor parte de la basura se vuelca de contrabando, la
agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos reconoce que México recibió
legalmente, en 1992, 72 mii toneladas de desechos tóxicos de su vecilo. Siete veces más
que el año anterior y quién sabe cuántas veces menos que en estos nuevos tiempos de
frontera abierta.
El presidente de la Argentina, Carlos Menem se ofrece: aquí tenemos, dice, mucho
lugar. La ley argentina impide el ingreso de residuos peligrosos, pero para resolver el
problemita basta un ‘certificado de inocuidad` expedido por el país que quiera
desprenderse de ellos.
Las palabras andantes
LA VERGÚENZA DE NO TENER
¿El planeta? Úselo y tírelo. En el reino de lo efímero, todo se convierte inmediatamente
en chatarra. Para que bien se multipliquen la demanda, las deudas y las ganancias, las
cosas se agotan en un santiamén, como las imágenes que dispara la ametralladora de la
televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza al mercado. El modelo del
año pasado es una antigua edad de museo. El derecho al derroche, privilegio de pocos,
dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales, proclama el
norte del mundo, y los televisores, predicadores electrónicos, difunden el evangelio de
la modernización. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, deja paso a la
vergüenza de no tener; y el Sur, basurero del Norte, hace todo lo posible por convertirse
en su caricatura. Pero la sociedad de consumo invita a una fiesta prohibida para el
ochenta por ciento de la humanidad. Las fulgurantes burbujas se estrellan contra los
altos muros de la realidad. La poca naturaleza que le queda al mundo, maltrecha y al
borde del agotamiento, no podría sustentar el delirio del supermercado universal: y al
fin y al cabo la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente,
para garantizar el equilibrio de la economía mundial mediante sus brazos baratos y sus
productos a precio de ganga: brazos y productos que se cotizan cada día peor mientras
la tecnología suprime mano de obra y sustituye materias primas en los laboratorios. En
un mundo unificado por el dinero, la modernización expulsa mucha más gente de la que
integra.
Para una gran cantidad de niños y jóvenes Latino - Americanos, la invitación al
consumo es una invitación al delito. La publicidad te hace agua la boca y la policía te
hecha de la mesa. El sistema niega lo que ofrece; y no hay Valium que pueda dormir esa
ansiedad ni prozac capaz de apagar ese tormento. La lucha social aparece en las páginas
policiales de los diarios, tanto más que en las páginas políticas y sindicales.
La basura de Dios
A principios de siglo, el científico inglés Cyril Burt propuso eliminar a los pobres muy
pobres “impidiendo la propagación de su especie”. Al fin del siglo, el Pentágono
anuncia la renovación de sus arsenales, adaptados a las guerras del futuro; que tendrán
por objetivos los motines callejeros y los saqueos; y en algunas ciudades
latinoamericanas, como .Satiago de Chile, ya hay cámaras de televisión vigilando las
calles.
El sistema está en guerra contra los pobres que fabrica, y a los más pobres los trata
como si fueran basura tóxica. Pero el Sur no puede exportar al Norte estos residuos
peligrosos, que se multiplican cada día. No hay manera de “impedir la propagación de
su especie” ni se los puede mantener escondidos, aunque los desechables no existen en
la realidad oficial: la población marginal que más ha crecido en Buenos Aíres se llama
Ciudad Oculta; se llaman Ciudades Perdidas los barrios de lata y cartón que brotan en
los barrancos y basurales de los suburbios de la ciudad de México.
No hace mucho, los desechables colombianos emergieron de debajo de las piedras y se
juntaron para gritar. La manifestación estalló cuando se supo que los grupos de limpieza
social mataban indigentes para venderlos a los estudiantes de medicina que aprenden
anatomía en la Universidad Libre de Barranquilla.
Y entonces Buenaventura Vidalt contador de cuentos, les contó la verdadera historia de
la Creación. Ante los vomitados del sistema, Buenaventura contó que a Dios le
sobraban pedacitos de todo lo que creaba. Mientras nacían de su mano el sol y la luna,
el tiempo, el mundo, los mares y las selvas, Dios iba arrojando al abismo los desechos
que le sobraban. Pero Dios, distraído, se había olvidado de la mujer y del hombre, que
esperaban allá en el fondo del abismo, queriendo existir. Y ante los hijos de - la basura,
Buenaventura contó que la mujer y el hombre no habían tenido más remedio que
hacerse a sí mismos, y se habían creado con aquellas sobras de Dios. Y por eso
nosotros, nacidos de la basura tenemos todos algo de día y algo de noche, y somos un
poco tierra y un poco agua y un poco viento. (1994).
Úselo y tírelo.
LA AUTOCRACIA
Secuestro de los fines por los medios: el supermercado te compra, el televisor te ve, el
automóvil te maneja, la computadora te programa. Los gigantes que fabrican
automóviles y combustibles, negocios casi tan jugosos como las armas y las drogas, nos
han convencido de que el motor es la única prolongación posible del cuerpo humano.
En nuestras ciudades, sometidas a la dictadura del automóvil, la gran mayoría de la
gente no tiene más alternativa que pagar boleto para viajar, como sardinas en lata, en un
transporte público destartalado y escaso. Las calles latinoamericanas nunca ofrecen
espacio para la bicicleta, despreciado vehículo que es un símbolo de atraso cuando no se
usa por pasatiempo o deporte.
La sociedad de consumo, octava maravilla del mundo, décima sinfonía de Beethoven,
nos impone su simbología del poder y su mitología del ascenso social.
¿Quien es el amo?
El coche es tu mejor amigo, informa un anuncio. El vértigo sobre ruedas te hará feliz:
¡viva una pasión!, ofrece otro anuncio. La publicidad te invita a entrar en la clase
dominante mediante la mágica llavecíta que enciende el motor: ¡Impóngase!, manda la
voz que dieta las órdenes del mercado, y también: ¡Demuestre su personalidad! Y si
pones un tigre en tu tanque, según los carteles que recuerdo desde mi infancia serás más
veloz y poderoso que nadie y aplastarás a quien obstruya tu camino hacia el éxito.
El lenguaje fabrica la realidad ilusoria que la publicidad necesita para vender. Pero en la
realidad real ocurre que los instrumentos creados para multiplicar la libertad
contribuyen a encarcelarnos. El automóvil, máquina de ganar tiempo, devora el tiempo
humano. Nacido para servirnos, nos pone a su servicio: nos obliga a trabajar
más y más horas para poder alimentarlo nos roba el espacio y nos envenena el aíre.
Respirar es una peligrosa aventura En nombre de la libertad de empresa, la libertad de
circulación y la libertad de consumo, se ha hecho irrespirable el aire urbano. El
automóvil no es el único culpable del cotidiano crimen del aire en el mundo, pero es el
que más directamente ataca a los habitantes de las ciudades.
Las feroces descargas de plomo que se meten en la sangre y agreden los nervios, el
hígado y los huesos, tienen efectos devastadores sobre todo en el sur del mundo, donde
no son obligatorios los catalizadores ni la gasolina sin plomo. Pero en las ciudades de
todo el planeta el automóvil genera la mayor parte de los gases que intoxican el aire,
enferman los bronquios y los ojos y son sospechosos de cáncer. En Santiago de Chile,
según han denunciado los ecologistas, cada niño que nace aspira el equivalente de siete
cigarrillos diarios, y uno de cada cuatro niños sufre alguna forma de bronquitis.
La venta de espejitos
Un amigo brasileño vuela a la ciudad de San Pablo. En el avión, conoce a una turista
que viene de Singapur. Singapur es, como se sabe, uno de esos “tigres asiáticos” que la
tecnocracia internacional nos vende como milagros producidos por la libertad del dinero
y el ninguneo del Estado.
Mi amigo queda de boca abierta: Esa turista es maestra de escuela pública en Singapur y
gana quince veces más que una maestra brasileña, porque en Singapur el Estado no
maltrata a la educación. En el aeropuerto, otra sorpresa, al contratar el viaje al centro de
San Pablo: El taxi por una distancia equivalente cuesta, en Singapur, quince veces
menos, porque en Singapur el Estado subsidia ampliamente al transporte público. Y
cuando llegan al centro, las calles de San Pablo están taponadas por el tránsito y el aire
es una cortina gris. En medio del estrépito enemigo de los oídos y del alma, mi amigo
alcanza a escuchar la tercera sorpresa: En Singapur, el Estado limita la circulación de
autos privados mediante altos impuestos y aranceles.
Evite el aire libre
¿Qué es la ecología? ¿Un taxi pintado de verde? En la ciudad de México, los taxis
pintados de verde se llaman taxis ecológicos y se llaman parques ecológicos los pocos
árboles de color enfermo que sobreviven al acoso de los coches.
En una publicación oficial de fines del año pasado, las autoridades de la capital
mexicana han difundido unos consejos ecológicos que parecen inspirados por los más
sombríos profetas del Apocalipsis. La Comisión Metropolitana para la Prevención y el
Control de la contaminación Ambiental recomienda textualmente a los habitantes de la
ciudad que en los días de mucha contaminación, que son casi todos, permanezcan el
menor tiempo posible al aire libre, mantengan cerradas las puertas. ventanas y
ventilas, y no practiquen ejercicios entre las lO y las 16 horas.
Fin de siglo
Entierra o destierra.
Está envenenada la tierra que nos lleva.
Ya no hay aire, sino desaire.
Ya no hay lluvia, sino lluvia ácida.
Ya no hay parques, sino parkings.
Empresas en lugar de naciones.
Consumidores en lugar de ciudadanos.
Aglomeraciones en Lugar de ciudades.
Competencias mercantiles en lugar de relaciones humanas.
No hay pueblos, sino mercados.
No hay personas, sino públicos.
No hay realidades, sino publicidades.
No hay visiones, sino televisiones.
Para elogiar una flor, se dice: “Parece de plástico”.
Inédito en libro
LA UTOPIA
Ella está en el horizonte, - dice Femando Birrí -. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos
pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo
camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.
Las palabras andantes
EL DERECHO DE SOÑAR
Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única
certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado y. peor
todavía. seremos gente del pasado milenio. Sin embargo, aunque no podemos adivinar
el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de
soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas
proclamaron a fines de 1.948. Pero, si no fuera por él, y por las aguas que da de beber,
los demás derechos se morirían de sed.
Deliremos, pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus
pies: En las calles, los automóviles serán pisados por los perros. El aire estará limpio de
los venenos de las máquinas, y no tendrá más contaminación que la que emana de los
miedos humanos y de las humanas pasiones. La gente no será manejada por el
automóvil, ni será programada por la computadora, ni ser comprada por el
supermercado, ni será mirada por el televisor. El televisor dejará de ser el miembro más
importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas. La gente
trabajar: Para vivir, en lugar de vivir para trabajar.
En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar,
sino los que quieran hacerlo. Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de
consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas. Los cocineros no creerán
que a las langostas Les encanta que las hiervan vivas. Los historiadores no creerán que a
los países les encanta ser invadidos.
Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas. El mundo ya no
estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá
más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás.
Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión. Los niños de la calle no
serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle.
Los niños ricos no serán tratados como sí fueran dinero, porque no habrá niños ricos.
La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla. La polícía no será la
maldición de quienes no puedan comprarla. La justicia y la libertad, hermanas siamesas
condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra
espalda.
Una mujer, negra, será presidente de Brasil y otra mujer, negra, será presidente de los
Estados Unidos de América. Una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú.
En Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque
ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto
mandamiento ordenará: “Festejarás el cuerpo”. El noveno, que desconfía del deseo, lo
declarará sagrado. La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le
había olvidado al Señor: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.
Todos los penitentes serán celebrantes, y no habrá noche que no sea vivida como sí
fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el primero.
Inédito en libro
ABSTRACT: M. A. M.