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Quizás usted no haya nunca pescado antes, o bien, lo haya hecho únicamente en
aguas continentales. Quizás esté considerando adquirir un equipo adecuado a sus
pretensiones, o tratando de adivinar cuál será el mejor lugar para lanzar su caña.
No se preocupe: a lo largo de las páginas que siguen, trataremos todos estos
asuntos, con la esperanza de que su lectura le resulte provechosa. Vámonos de
pesca.
La pesca en la mar
La marea sube y baja dos veces cada día, pero, como el día lunar es más largo que
el solar, -aproximadamente unos 50 minutos más- la pleamar y la bajamar se
producirán cada día un poco más tarde –esos 50 minutos de diferencia-.
En el Mediterráneo, por ser éste un mar pequeño y cerrado (casi un lago salado) la
marea es poco pronunciada y podremos no tenerla en cuenta. Pero en las costas
bañadas por mares abiertos, la comprensión de cómo operan las mareas resulta
fundamental para la pesca desde tierra. Y no sólo por lo referente a la seguridad
personal de cara al oleaje, sino porque muchas especies de peces litorales se
alimentan en función de los movimientos de la marea. De este modo, será poco
menos que inútil lanzar nuestros aparejos con la marea bajando –máxime cuando
ésta es viva-, pues los peces se estarán también retirando. Muy al contrario, lo más
conveniente será intentar “interceptarlos” cuando la marea sube y ellos se
aproximan a tierra siguiendo el curso del agua que invade zonas que quedaron en
seco.
Estos lugares, llamados “tildales” son los más provechosos, pues es aquí donde
viven gran parte de los animalillos y algas que constituyen el alimento de las
especies litorales. Serán, en buena lógica, los mejores sitios para proveerse de
carnada o cebo: gusanos, mejillones, cangrejos, quisquillas y un largo etcétera.
El cebo
Acabamos de citar unos cuantos cebos que son casi universales para la pesca
costera. En realidad, la práctica totalidad de estos pequeños seres que viven en las
zonas intermareales constituyen una perfecta carnada. Hacerse con un puñado es
sencillo. Basta con investigar estos charcos tildales con la marea baja, ayudados por
una pequeña red o quisquillero. Cualquier pequeño crustáceo, cualquier molusco,
cualquier anélido –gusano- que encontremos, se considerará apto para ser
encarnado en el anzuelo.
Si nos resulta un engorro “coger cebo”, la otra opción consiste en comprarlo en una
tienda de pesca o afín. Lo más común pasa por adquirir una cajita de gusanos
marinos. Pero si no encontramos ese comercio especializado, unos mejillones,
chirlas o similares serán igualmente efectivos. Como último recurso, siempre
podemos echar mano de unas gambas congeladas, unas tiras de calamar o, incluso,
unos berberechos en conserva “al natural”.
El equipo
Consiste en suspender el cebo a una profundidad determinada pero sin llegar a tocar
el fondo mediante el empleo de una boya o flotador.
La pesca con flotador cuenta entre sus adeptos a los pescadores más jóvenes.
Es ideal, por tanto, para peces que no son propiamente de fondo. Me explico: si
pretendemos pescar salmonetes, lenguados, rodaballos o anguilas mediante este
sistema, fracasaremos estrepitosamente. Si, por el contrario, hemos detectado la
presencia de un bálamo de jureles o chicharros, por ejemplo, accesibles para
nuestro aparejo, sería un error lanzar el cebo al fondo, pues no es allí donde viven y
se alimentan estos peces. En consecuencia, lo mejor será utilizar un aparejo que
trabaje a media agua, ya sea a pulso o a flotador.
Este problema, por fortuna, tiene fácil solución con el truco de la bolita. Esta es una
cuenta de plástico de collar o similar, consistente en una pequeña esfera agujereada
en el centro. La colocaremos encima del flotador, al que previamente habremos
despojado del palito o veleta que sirve de pasador para fijarlo en la línea y así
determinar la profundidad. Ahora, lo que marque la profundidad del aparejo será un
pequeño nudo, que haremos con un trocito de sedal -nunca valiéndose de la línea
del carrete- en la misma línea madre.
Este nudito podrá ser dado a cualquier
altura de la línea que deseemos, de
forma que el aparejo irá discurriendo
libremente hacia el fondo, hasta que el
nudito se encuentre con la cuenta de
plástico que se sitúa encima del flotador
y hace de tope. De esta manera
podremos lanzar con suma facilidad y
marcar la profundidad, tantos metros
como sea necesario, que creamos
oportuna.
Además, conviene saber que la mayoría
de los peces comen más confiados cuando
están cerca del fondo, o, por lo menos, a
cierta profundidad, lo que les da
Flotadores del tipo Buldó o burbuja seguridad y ayuda a vencer sus recelos
ante la carnada.
Una versión de la pesca con flotador la encontramos en la que se realiza con burbuja
o buldó, que es un flotador de plástico o de goma transparente de forma más o
menos esférica u oval, y que lleva incorporados dos taponcitos para poder introducir
agua y darle el peso y la flotabilidad adecuada. La burbuja de río suele ser menor
que la que se emplea en la mar, pero el sistema es el mismo. Consiste en tener un
flotador pesado e invisible al pez, que puede ser lanzado merced a su peso y que
está indicado para pescar en superficie sin ningún tipo de lastrado adicional al
margen de su propio peso, que determina el agua que hayamos introducido dentro.
Es muy empleado para pescar truchas con mosca ahogada, pero va muy bien para
pescar también algunos peces de mar, como son los mugílidos (corcones, lisas,
mujoles, etc.) encarnando el anzuelo con un trozo de pan, que, con ayuda de la
burbuja, podrá ser lanzado todo lo lejos que se quiera y, una vez el aparejo en el
agua, permanecerá flotando en la superficie de la forma más natural.
Por eso es recomendable que éste sea pequeño y de colores neutros (algunos
flotadores son preciosos conjuntos cromáticos pero en ocasiones, despertarán la
desconfianza del pez) y que la pata de sedal de la que cuelga el anzuelo tenga por lo
menos medio metro de longitud (aunque recomendamos un metro o más).
En caso de que batamos aguas poco profundas –de menos de un metro o metro y
medio de profundidad- recomendamos el empleo de la burbuja.
Un error común cuando se pesca con flotador es lastrar el aparejo con perdigones
muy cerca del anzuelo. Aunque algunos pescadores experimentados (sobre todo de
agua dulce) lo emplean con acierto para ciertos tipos de ciprínidos, como norma
general y para los aficionados que están comenzando, es más recomendable situar
el lastre lejos del anzuelo.
Decantarse por un tipo u otro es, no sólo cuestión de gustos sino, sobre todo, de
experiencia y de conocimiento, pues su elección no puede ser nunca un acto
caprichoso, sino consecuencia lógica de esta suma de variables con las que
contamos.
Este conjunto de factores será el que nos marque la modalidad de pesca que
vamos a practicar en cada caso. Por lo tanto, tan falso es afirmar que, por poner
un ejemplo, el tipo de pesca más efectivo es a fondo y con caña de lanzado, como
negarlo, pues su efectividad estará siempre en función de los peces sobre los que
depredemos, el cebo con el que contamos, el tipo de fondo, corrientes y un sin fin
de variables que el pescador debe sopesar antes de decidir valerse de un aparejo
en concreto.
Abundando en esta cuestión, cabe señalar que muchos peces se alimentan tanto
en el fondo, como a media agua, como en la superficie, o bien se desplazan desde
el fondo a la superficie o viceversa, según la estación del año, el horario, la
temperatura del agua u otros factores de tipo meteorológico o condiciones
locales.
Algunos peces pueden ser activos en el fondo durante el día y en superficie o a
media agua durante la noche, por ejemplo, con lo que la elección del aparejo y la
técnica a utilizar tendrá que estar en consonancia con estos factores.
Lo que sí es cierto es que, por lo general, los peces comen con más confianza a
fondo o media agua que en la superficie. Salvo excepciones, casi todos los peces
costeros objeto de la pesca deportiva, pueden ser capturados con un cebo cerca
del fondo. Estas excepciones las constituyen los peces de régimen pelágico,
acostumbrados a moverse en grandes masas de agua y que no suelen buscar su
alimento a ras del lecho marino.
Los aparejos de fondo más empleados son de dos tipos: los que terminan en el
anzuelo –es decir, los que el anzuelo iría debajo del plomo- y los que terminan en el
plomo y llevan el anzuelo o los anzuelos por encima del plomo a una distancia
variable que oscila entre los dos y cuatro palmos generalmente.
Pero también son muy efectivos los trozos de pescado o de cefalópodo, sobre todo si
pescamos de noche y con aparejos de cierta envergadura. Recuérdese que el lecho
marino es adonde va a parar un montón de materia orgánica, como deshechos y
cadáveres de animales acuáticos, cuyos restos buscan los peces para su
alimentación.
Respecto a la caña, ésta no tiene que ser muy potente, sino que estará en
consonancia con el carrete, con el plomo que vamos a lanzar, con el sedal y con
las necesidades que tengamos de alcanzar una distancia determinada.
Las especies que pueblan los estuarios de los ríos tienen que ser capaces de soportar
grandes variaciones de salinidad (es decir, son especies de carácter eurihalino), y
estar preparadas para desenvolverse en condiciones muy diversas y cambiantes.
Aun así, son muchas las especies marinas que gustan de estos cambios y los toleran
relativamente bien. Tenemos peces como las lubinas, los mugílidos (muble, corcón,
lisa etc.), la platija etc., que remontan parcialmente el curso de algunos ríos y se
encuentran muy a menudo cerca de cualquier corriente de agua dulce que se
introduzca en la mar.
Por otro lado, los ríos, con su constante aporte de sedimentos, forman a poca
distancia de la desembocadura lo que se conoce como barra, origen de olas verticales
y de comportamiento más o menos regular, de esas que hacen las delicias de los
surferos.
Estas olas, dotarán a la zona de un atractivo añadido para las lubinas, que sienten
pasión tanto por las aguas dulces, como por las playas con fuertes
Los estuarios se convierten, por tanto, en la zona ideal para procurarse cebo en sus
orillas y para pescar con caña cuando otros lugares no dan resultado. Por ejemplo,
puede ser muy recomendable acercarse a los estuarios cuando, por la placidez de la
mar y lo cristalino del agua, no engañemos a ningún pez pescando al curricán ligero
desde tierra.
La ría nos asegura siempre un agua más turbia y oscura, y una presencia casi
incondicional de lubinas, que acudirán muy bien a nuestros señuelos artificiales.
También podemos echar a fondo en el lecho del estuario, aunque a veces, dada la
profusión de cangrejos, nos será casi imposible pescar con cebo natural, pues estos
crustáceos son especialistas en detectar la carnada antes que los peces y la soltarán
del anzuelo con facilidad gracias a sus tenazas, para devorarla en pocos minutos.
Si no queremos correr ese riesgo, siempre nos queda pescar con flotador. En
ese caso recomendamos emplear como cebo las infalibles quisquillas y
camarones, a poder ser vivas.
Estos pequeños crustáceos hacen las delicias de casi todos los peces que
habitan este ecosistema y su uso nunca nos defraudará.
Lo que siempre debemos tener en cuenta antes de comenzar es, primeramente, el grado de
limpieza de sus aguas, pues no es raro que la contaminación que sufren algunas dársenas –
sobre todo las que cuentan con mayor actividad comercial- invalide de antemano nuestro
intento.
Tampoco debemos olvidar que existen algunos puertos o ciertas zonas de los mismos donde la
pesca se encuentra vedada, sobre todo por las molestias que esta actividad podría causar a la
actividad portuaria.
Por último, cuando la mar es azotada por el temporal, muchos peces dejan de comer y
buscan la protección del fondo, pero otros se dirigen a las aguas más tranquilas de los
puertos donde siguen alimentándose. Esta costumbre puede brindarle la oportunidad de
realizar una captura de ensueño en un sitio aparentemente inesperado.
TÉCNICA : El lanzado
El lanzado del aparejo mediante la caña es un ejercicio de apariencia fácil, pero
que requiere de cierta práctica. En algunos tipos de pesca, como la que se lleva a
cabo con mosca y cola de rata, es esencial dominar el lanzado con suma
precisión, pero incluso en los considerados más sencillos, como la pesca a fondo
de lanzado simple, saber lanzar el aparejo donde queremos y como queremos
hacerlo, necesita práctica para ejecutarlo correctamente.
Para lanzar dejaremos que el aparejo cuelgue hasta la mitad de la longitud de la
caña, más o menos, sujetaremos la línea con la yema del dedo índice –en caso de
ser diestros- de la mano derecha y abriremos el carrete. Después, nos inclinaremos
hacia atrás y, tomando impulso y con la caña levantada, con un movimiento seco y
rápido –algo parecido a un latigazo-, lanzaremos el aparejo por encima de nuestra
cabeza, apartando entonces el dedo que retenía la línea, para que ésta pueda salir
libremente del carrete.
Siendo el autor niño, gran aficionado pero poco ducho en el manejo de la caña,
solía frecuentar un espigón costero situado a pocos metros de su casa y, por lo
general, repleto de pescadores, de embarcaciones, de gente bañándose, de
perros olfateando la carnada, curiosos interesados en si picaba mucho o poco,
etc. Pues bien, el chaval hacía sobresalir la puntera de su caña entre toda esta
turba que se arremolinaba a su alrededor, con intención de lanzar el aparejo a un
punto de la superficie donde no hubiese gente nadando, ni la boya de otro
pescador, ni una embarcación amarrada, ni ningún otro elemento ajeno al propio
agua, adonde iba destinado su aparejo. Además, al lanzar, debía también sortear
otros obstáculos terrestres, como los susodichos curiosos, los perros olisqueantes,
etc. que le cercaban por todos lados.
El resultado, en caso de no enganchar a
un perro, a otra caña o a un paseante,
solía ser desastroso, pues raramente su
aparejo llegaba al tan ansiado océano –
que mira que es grande- sin trabarse en
su trayectoria con otros sedales o con las
amarras de una embarcación. Sobra decir
que los insultos, los juramentos -más o
menos en voz alta según la educación y la
crispación de sus vecinos de pesca-, y
demás improperios que llegaban a sus
oídos, pudieran haber herido su
sensibilidad y haberle hecho desistir,
(quizás es lo que pretendían sus vecinos
de pesca) pero nada más lejos de la
realidad.
Una vez encallecido a fuerza de muchas
horas lanzando y recogiendo, y con todo
el santoral aprendido en sus infantiles
horas de pesca, el autor llegó a dominar
la técnica de lanzar su aparejo al punto
exacto donde quería y a manejar la caña
de forma que el sedal no se enredase con
nada, ni terrestre ni acuático, por muchas
dificultades en forma de objetos
indeseados que se agolpasen a su
alrededor.
Además, la práctica del lanzado le llevará a ejecutar no sólo lanzados precisos, sino
suaves, es decir, que su aparejo llegue al agua de la forma menos violenta posible,
y no como un cañonazo estallando contra la superficie, cosa que incomoda, asusta y
espanta a la pesca.
Respecto al clavado, el pez pica y a
veces se clava solo. Existen especies –
como la anguila, por ejemplo- que
tragan con voracidad la carnada y
consiguen que el anzuelo vaya a
ubicarse en lo más profundo de sus
vísceras (lo cual suele ser un incordio);
otras especies –como el cabracho de
roca- pueden comer el cebo y escupir
tranquilamente el anzuelo si no lo hemos
clavado tan pronto como detectamos su
picada. En general, podemos decir que
cada pez se comporta de un modo
diferente en este sentido e incluso peces
de la misma especie, dependiendo de un
sin fin de factores, requerirán ser
clavados o no, con un tirón decidido o
con un suave movimiento.
También es importante el tipo de cebo
que estemos utilizando y cómo se
monten los anzuelos. Por ejemplo, no es
lo mismo pescar con cebo artificial, que
tan pronto el pez lo tenga en la boca se
dará cuenta del engaño, que recubrir el
anzuelo con una gruesa y sabrosa
carnada, que hará que el pez ingiera el
bocado con más confianza. Y aun dentro
de los cebos artificiales, encontraremos
grandes diferencias en cuanto al
clavado, por el modo y número de
anzuelos y por la forma en que
presentemos el cebo.
Por ejemplo, pescando salmónidos a mosca, con un diminuto anzuelo camuflado
bajo la apariencia de un mosquito, habrá que clavar tan pronto pique, porque el
pez, a menudo, no se clavará solo. Sin embargo, pescando a cacea con un pez
artificial armado de ancoritas o anzuelos de tres puntas o con una cucharilla, el
pez generalmente se clavará solo.
El cebado es, en nuestra humilde opinión, la parte más desconocida, algo así como la
asignatura pendiente -y nunca aprobada- de todo pescador. En efecto, las dificultades
a la hora de escoger entre los innumerables cebos nos llevan a dudar y a decantarnos
por uno que puede no ser el más indicado.
CEBOS NATURALES
Como su nombre indica, son los que, en mayor o menor medida, modificados o no,
proceden del medio.
El pez come lo que come. Parece una chorrada, -ustedes dirán, claro, qué chorrada-,
pero a menudo se nos olvida y tratamos de que el pez muerda un bocado que a nosotros
se nos antoja suculento, o que nosotros, unilateralmente, decidimos que a él le resultará
delicioso.
Ignoro si este relato será del todo verdadero (mi amigo es un gran pescador pero
también un afamado mentiroso). Lo que sí puedo asegurar es que al pez hay que
ofrecerle -siempre que se tenga oportunidad de hacerlo- aquello que está acostumbrado
a comer y de la forma en que está acostumbrado a hacerlo.
Todos los pescadores hemos oído y narrado anécdotas semejantes, verdaderas o falsas
según cada cual, pero siempre esclarecedoras en este sentido.
Abundando un poco más, diré que siempre me ha parecido un error macizar con un
producto y luego encarnar el anzuelo con otro distinto, es decir, que si cebamos el agua,
por ejemplo con despojos de anchoa triturados y los peces lo comen, poner en el anzuelo
una quisquilla me parece desaconsejable. No digo que dé por fuerza malos resultados, ni
que la quisquilla sea un mal cebo -todo lo contrario- pero siempre que sea posible, sería
mejor encarnar con esos mismos pedacitos de anchoa que los peces están devorando con
total confianza. El pez no recelará y facilitará nuestra tarea si previamente se ha
alimentado y hemos vencido así su resistencia inicial a probar nuestra golosina.
Tampoco hay que olvidar que cada pez siente especial predilección por un tipo de comida
en según qué lugares u horarios y, por tanto, las especies más representativas o
interesantes para la pesca deportiva serán tratadas de manera individual en próximos
capítulos con sus correspondientes cebos, pero, hasta entonces, vaya un último consejo
aplicable para todos los peces: debemos ofrecer al pez lo que mayor parecido
guarde con su alimentación habitual, siempre y cuando su presencia en el
anzuelo no desentone demasiado con la forma en la que el pez suele
encontrarlo.
Ejemplo: Observamos una lisa o mugil comiendo en el fondo; sabemos que se está
alimentando de pequeñas algas y microorganismos adheridos a las rocas que chupa sin
descanso. Nos será prácticamente imposible capturarla si le ofrecemos dicho alimento
soportado por un anzuelo a media agua, en caso que podamos, ya que el pez lo
encontraría antinatural. Es pues, mejor, quizás, un simple trozo de pan flotando en la
superficie y que sirve de escondite al pérfido acero de nuestro anzuelo.
En principio, usted podrá pensar que estoy cayendo en una contradicción al aconsejar los
cebos naturales que mayor relación puedan guardar con la alimentación habitual de los
peces, y acto seguido, aconsejar un trozo de pan, si el alimento natural nos resultara
imposible de colocar en el anzuelo o su exposición al ataque del pez careciese de la
naturalidad suficiente para que éste pueda ser engañado.
Bien, le doy la razón, me contradigo, pero conscientemente, y es que, ésta, es una de las
reglas sagradas de la pesca: no existen patrones fijos, ni fórmulas infalibles, ni
nada que ofrezca un resultado invariable en cualquier circunstancia.
Es muy posible que, de pararnos a analizar por qué a muchos y muy distintos tipos de
peces les agrada el pan nuestro de cada día, llegásemos a conclusiones que no
repugnarían a la razón, pero este cometido se halla fuera de las pretensiones de esta
humilde obra; empero, debo indicar que, aquí precisamente, radica otra de las reglas de
oro: en la pesca, en el comportamiento de los peces, en la forma en que se desarrolla
una captura, poco obedece al azar, aunque, a veces, las mencionadas capturas gusten
componerse con dicho disfraz, y caigamos en la trampa de achacar a la suerte lo que es
un logro de nuestra inteligencia y conocimiento.
SIMPLES
No tiene mucho misterio. Estos cebos pueden estar vivos o muertos, vegetales o
animales –nunca minerales- “Oiga, ¿por qué no me pican? Porque le han comido la
carnada, póngale algo en el anzuelo que acero no comen” y por lo general, más
animales que vegetales –sobre todo en la mar-, aunque muchas especies picarán
estupendamente a los cebos de origen vegetal, máxime en agua dulce y con poca
corriente.
Este es el caso de algunos ciprínidos, como la carpa, que picarán muy bien a cebos
tales como la patata cocida, el maíz –también cocido, por supuesto- la fruta en
sazón etc.
Por el contrario, especies depredadoras tales como los salmónidos, por ejemplo, una
trucha, se decantarán siempre, en el caso de los cebos naturales (y debemos tener
en cuenta que los artificiales siempre imitan a un animal vivo o recientemente
muerto, como la mosca ahogada), por cebos simples de origen animal,
especialmente vivos. Y aunque ya hemos narrado la anécdota de la cereza –que por
serme contada por un amigo no tengo más remedio que creer- a usted le irá mucho
mejor si encarna el anzuelo con un saltamontes vivo (sobre todo si el tramo fluvial
discurre a través de un prado) o de una simple lombriz, mejor aun si en los días
anteriores se han producido fuertes tormentas, que siempre arrastran tierra e
innumerables invertebrados entre los que abundan las larvas y todo tipo de
gusanos, con lo que al pez le resultará muy natural encontrarse una sabrosa lombriz
culebreando en el agua, que es de lo que se trata.
Otro estupendo cebo es el cangrejo ermitaño, que se puede encontrar en las playas
con la bajamar cuando es pequeño, o entre los desperdicios que tiran al agua los
profesionales cuando llegan a puerto y limpian las redes de arrastre. Si estamos
atentos, podremos hacernos entonces con muchos de estos animales, que
constituyen uno de los mejores cebos para todos los peces de roca. Para extraerlos
del caparazón donde viven, se les puede golpear con un martillo, con una piedra etc.
En agua dulce actuaremos con los mismos patrones de conducta, y donde decíamos
mejillones o chirlas, se entenderá moluscos de río o de lago, donde apuntábamos
pequeños crustáceos, se traducirá por crustáceos lacustres e insectos ribereños,
prestando atención a las ninfas de éstos, sobre todo las que se desarrollan en el
agua. Tampoco desdeñaremos caracoles de tierra, cualquier tipo de gusano o larva,
renacuajos, y, en general, pequeños animales que constituyen habitualmente el
alimento de los peces.
COMPUESTOS
Los cebos compuestos son, en general, más usados en agua dulce que en la
mar. Suelen ser cebos hechos a partir de pastas o engrudos donde se mezclan
distintos materiales tales como la harina –de pescado, de trigo, de maíz- con aceites
–vegetales y animales- y en ocasiones diversas especias y colorantes. Además se
pueden incluir quesos, masillas animales, grasas etc.
En la mar, se utilizan sobre todo para la captura de mugílidos, así como salpas y no
demasiadas especies más, y sobre todo con aparejos provistos de flotador, aunque
haya quién utilice cebos compuestos, normalmente de escasa consistencia y a base
de pescado, como macizo, es decir, para cebar las aguas y atraer diversas especies
que luego tratarán de pescar con otros cebos.
Decíamos que muchos pescadores fabrican sus propios cebos compuestos y les
añaden esencias y colores diversos para hacerlos más atractivos. De todas formas,
es cada vez más común encontrarnos cebos compuestos y masillas ya preparados
en los comercios especializados, que suelen dar buenos resultados usados de
manera correcta y para las especies antes descritas.
CEBOS ARTIFICIALES
Ya hemos dicho que los cebos artificiales imitan a animales vivos que están
preferentemente en la dieta de aquellos peces a los que tentamos. Es importante
tener esto claro, porque de nuestra habilidad para simular que el artificial es real, es
decir, que se trata de un animalillo, sobre todo en apuros, dependerá nuestro éxito
en buena medida.
Mucho antes de que ocurra todo eso, el pececillo habrá escapado sin permitir a la
trucha que se coma previamente, pongamos, un par de sus aletas o cualquier otra
parte para decidir si está bueno o no.
Me explico: aquellos que, como las cucharillas, no pretenden parecerse tanto a sus
modelos naturales (pececillos, insectos etc.), como estimular el ataque del pez
depredador gracias a la reacción más o menos incontrolada de su instinto. Es
imposible, por poner un ejemplo, que un pez con la capacidad visual de la trucha,
pueda confundir un insecto que se debate en la superficie con una cucharilla
redondeada que surca las aguas, o una lubina acostumbrada a cazar en las
condiciones de más precaria visibilidad, se arroje en aguas límpidas tras una fina
estructura de plomo y pelos de chivo que navega en zig-zag, imitando a un pececillo
desesperado.
Resulta poco verosímil tal confusión; sin embargo, estos señuelos se muestran
absolutamente efectivos con los peces depredadores, y un número creciente de
pescadores no utiliza otra técnica, lo que a mí juicio también supone un error,
aunque deba reconocer que la pesca exclusivamente con artificiales es muy
deportiva, entretenida e ingeniosa, y suele dar óptimos resultados incluso entre los
más inexpertos aficionados.
Los cebos artificiales son
innumerables. Cualquier objeto que
sea capaz de engañar a un pez
constituye un cebo artificial. Presentan
varias ventajas frente a los naturales,
pero cuentan también con una gran
desventaja, y es que sólo actuarán en
condiciones especiales, esto es, cuando el
pescador los haga parecer naturales,
vivos, con lo que conseguirá engañar al
pez.
Si por el contrario, dejamos caer de la misma manera una lombriz, es posible que
alguna trucha se decida a engullirla. Ahora bien, si lanzamos la cucharilla y la
traemos recogiendo suavemente, parándola un poco en las zonas de más corriente,
pegando algún toquecito de muñeca, como si se tratase de un pececillo asustado
tratado de escapar a brincos, posiblemente desatemos el instinto predador de las
truchas y alguna se lance como una flecha hacia el señuelo.
Siguiendo con lo anterior, desde un trozo de pluma atado a un anzuelo, pasando por
un artefacto mecánico que imite una rana, o un poco de lana roja, o “papel de
plata”, o un pequeño monstruo peludo de colores, todos ellos son cebos artificiales,
pero de muy diversa factura y apropiados para algunas especies cada uno de ellos y
en según qué condiciones.
LOS NÚMEROS
Y precisamente no nos referimos a la suma de las capturas, sino más bien a todo
lo necesario para realizarlas. Día tras día, la pesca está evolucionando, y sobre
todo esto se ha producido en las dos últimas décadas.
Ahora la pesca, aunque quieras mantenerte al margen de estas matemáticas, te
obliga a que cada vez que acudes a una tienda no se olviden ciertas
numeraciones. Números que cuando compras son tan necesarios como la propia
caña, que ha de ser de un número determinado de metros para cada modalidad
distinta, con una acción –en gramos, claro-, número de tramos o secciones, e
incluso número de gramos que ha de pesar el señuelo que queremos lanzar. Y
para colmo no todas las numeraciones en la pesca están estandarizadas, y en
distintos tipos de medida. Cada fabricante aplica la que considera más
aproximada. Como ocurre con los anzuelos.
PULGADA
METROS PIES CMS. KILOS LIBRAS GRAMOS ONZAS
S
1 3,28 1 0.39 1 2,20 28,35 1
2 6,56 2 0.79 2 4,41 17,71 5/8
3 9,84 3 1.18 3 6,61 14,17 1/2
4 13,12 4 1.57 4 8,82 10.63 3/8
5 16,40 5 1.97 5 11,02 7,09 1/4
6 19,68 6 2.36 6 13,22 3,54 1/8
7 22,96 7 2.75 7 15,43
8 26,25 8 3.15 8 17,64
9 29,53 9 3.54 9 19,84
10 32,81 10 3.94 10 22,05
Y para colmo nos tenemos que acordar de la de los esmerillones o quitavueltas,
aunque ya nos resulta sencillo, porque ya la tenemos aprendida la de los
anzuelos, que casualidades, es la misma pero con menor intervalo. El más
pequeño le corresponde la numeración 12 y el mas grande, pasando por el 1
claro, es el 6/0 –estos son los más frecuentes-.
Continuamos con la línea, y a ser sincero esta es la que más fácil me ha resultado
siempre, hasta que he comprado hilos de fabricación americana.