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La Luna, aproximación al

Arquetipo de la Madre:
Autor: Silvia Lebrero

Reflexionemos sobre algo tan evidente, tan conocido por todos, tan recurrente en nuestras vidas como es
la Luna. Tan evidente, digo, y sin embargo tan desconocido, fundamentalmente como símbolo. ¿Cómo no
reconocer en ella, tal como hacen los poetas, una fuerza viva, una musa, un instinto?. Estos mismos
poetas que saben decir en la voz de Baudelaire:

"La Luna, que es el capricho mismo,


miró por la ventana mientras tú dormías en tu cuna y se dijo:
'esta niña me gusta'".

Como una madre, como un don heredado, la Luna nos guía desde el nacimiento.
Hablan de ella muchos mitos y se le han dado muchos nombres :
¿Quién es esta bella, enigmática, inocente, terrible y sabia presencia?, ¿Qué cosas evoca y convoca la
Luna en su danza intemporal y cíclica?. ¿ Por qué, bajo la luz de la luna, se despiertan sentimientos tan
diversos: la absoluta calma, los demonios más intensos, los recuerdos refrescantes , la intranquilidad que
priva del sueño o la alegría de saber que mañana nos espera otro día más?.
La luna siempre ha sido fiel portadora de las más bellas, confiables y a la par, terribles imágenes.
Todos nos hemos ocupado de ella y con distintos lenguajes: La astronomía nos informa de su forma, la
tecnología ha llegado a poner en ella su pie, y tenemos datos y fórmulas que no la agotan.
En Psicología profunda y en astrología, la Luna nos remite a la idea del Arquetipo de la Madre y por tanto,
de nuestra Madre Interna: Lo seguro, lo cómodo, lo instintivo nutricio, nuestro primer vínculo de amor.
La Luna atraviesa el cielo vinculándose con el Sol en un eterno juego atemporal, nada más seguro y a la
vez cambiante, que en sus distintas fases se convierte en el fiel recordatorio de esa ley inexorable con la
cual todo el universo es atravesado: los Ciclos.
Ella pertenece también a un lenguaje que nos habita y es sin embargo inagotable: El símbolo

La astrología: Una mirada del mundo

La misión de la astrología ha sido siempre la de reflejar e interpretar los ritmos ordenados del cosmos con
el devenir humano. Todo se refleja en todo. Juego de espejos animado... y ordenado por una ley
impersonal y atemporal, la misma ley que nos cuenta el Eclesiastés, Cap.III, I:

"Para todas las cosas hay una estación y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su tiempo: Tiempo
de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo
de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar y
tiempo de bailar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de allegar las piedras; tiempo de abrazar y
tiempo de alejarse de abrazar; tiempo para recibir y un tiempo para perder, tiempo de guardar y tiempo de
arrojar; tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo
de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz".

Como arte sagrado ella pertenece al mundo del símbolo, y este, del griego sym- ballem, es aquello que
unifica, re-liga e integra, a diferencia de su opuesto dia-ballem, lo diabólico, que separa, divide, des-liga y
degrada. Vivimos en un mundo desarticulado, carente de sentido y creemos ciegamente en él. Lo
diabólico se ha convertido en moneda corriente. Frecuentemente vivimos en la oscuridad. El hombre
olvida su vinculación con lo viviente y convierte en religión lo inanimado: La literalidad de los hechos.
Dejamos de preguntarnos siquiera si no habrá algo debajo de lo que vivimos que intenta ser reconocido y
clama por ser integrado en nuestras vidas. La astrología se ocupa de volver a conectar lo que sucede con
sus verdaderas raíces arquetípicas. Así como en los mitos y en los cuentos de hadas existe una sabiduría
que se dirige a nosotros y que comprendemos sin el intelecto racional, en astrología se explica el alma
humana a través de imágenes que reverberan, dejándonos en contacto con quienes la originan: El mundo
arquetipal. Las imágenes arquetípicas remiten a experiencias que atraviesa no solamente la estructura
básica de la psique humana sino del universo en su totalidad.

La astrología, es una disciplina rigurosa que reflexiona sobre el humano anhelo de realización de la
totalidad e integridad de la psique , conectándola con aquello que la habita: Las grandes potencias
anímicas llamadas , de forma simbólica, planetas o dioses o arquetipos,
presentes desde el inicio de nuestras vidas, haciendo de cada criatura,
ser o situación algo único con un propósito y dirección, un "thelos".

El arquetipo de la madre y la luna:

La Luna como arquetipo viene ligada al principio materno, primera


figura que siendo portadora de lo femenino trae con ella todo el
embeleso, la magia, el hechizo tanto en sus variantes nutrientes como
devoradoras.
La Madre como arquetipo, como modelo interno de una experiencia
arcaica e universal: La humana y básica necesidad de seguridad,
supervivencia y pertenencia, el sabio principio instintivo que nutre,
mantiene la vida y se aferra a ella. Desde este sitio imaginal, estamos
siempre en el propio hogar y fuertemente conectados con aquello que
nos sostiene: La estabilidad y confianza emocional en la psique que,
como raíz, anima y sostiene.
Cada mes, al mostrarnos sus múltiples caras a través de las distintas intensidades de luz con que la
vemos, vuelve a cerrarse sobre sí misma: la Luna abre y cierra. En esta dinámica están presentes
simbólicamente todos los abrazos y los besos protectores, las sábanas que cubren anticipadamente el
frío, el ala protectora brindando calor al nido, protegiendo la vida que aún no está lista para salir. Nada
más acogedor que este movimiento, pero en la medida en que en vez de preservar la vida, sabia tarea
que tiene encomendada, puede convertirse también en un punto de repetición y refugio , que remite a lo
pasivo, lo cómodo, lo conocido, lo que no requiere ningún esfuerzo, lo inerte. La misma dinámica muestra
entonces su cara más oscura: Devora, confunde y anula el ingreso de otras demandas anímicas que
aspiran a un propósito conciente y significativo e implican voluntad, soledad y discernimiento.

Solemos decir en astrología: Donde está la luna en la carta natal, está la madre. Que no es la madre
literal o física, si bien suele describirla acertadamente. Lo que si cuenta esa luna simbólica es la íntima
vivencia que se tiene en el encuentro con lo instintivo , que genera una enorme incertidumbre; siendo la
infancia y su desvalimiento, el primer momento en que experimentamos este encuentro con el arquetipo.
Así, lo que viene de la mano de este luminar es el recuerdo, la memoria de lo vincular , que en la infancia
se enlaza a figuras primales. Momento que carga con un alto montante afectivo y puede convertirse en
defensa ciega, automática y lugar de apegos frente a lo que se presenta como nuevo y desconocido,
movimiento neurótico que cierra y protege de otros contenidos.

Esta suerte de conciencia pasiva alberga en sí un gran tesoro: El principio femenino húmedo y fecundo,
que en su natural seguridad y raigambre no teme ya el encuentro con el apolíneo Sol, siendo entonces su
función ser fiel reflejo de la tarea solar, promesa creadora de un futuro consciente y quizás en esto estribe
el motivo de la involuntaria conmoción que nos embarga al ver en los cielos cada mes el apareamiento
divino, recordatorio universal de los sucesivos encuentros de esta boda mística.

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