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No estemos siempre a la defensiva 07/03/10 11:27

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PSICOLOGÍA

No estemos siempre a la defensiva


CRISTINA LLAGOSTERA 07/03/2010

Ser receloso y estar siempre alerta permite adelantarse a posibles ataques, pero genera tal desconfianza que
también fomenta el aislamiento y grandes errores de interpretación.

Suele decirse que la mejor defensa es un buen ataque. Esta frase, tan común en los ambientes deportivos, a
menudo se aplica también a las relaciones personales.

Un marido le comenta a su esposa: “Hoy sí que te ha quedado buena la comida”; a lo que ella replica: “¿Qué
quieres decir?, ¿que normalmente no cocino bien?”; y él, enojado, responde: “Ni siquiera es posible hablar
contigo”. Se trata de un ejemplo común sobre el absurdo en que pueden caer ciertas relaciones cuando
prevalece la actitud de estar a la defensiva. Incluso comentarios aparentemente bienintencionados pueden
hacer saltar la chispa si se juzgan como claros ataques a la integridad personal.

Pero ¿por qué surge esta necesidad exagerada de defenderse? ¿Y qué consecuencias tiene? El instinto de
conservación, que lleva a un individuo a marcar con recelo su propio territorio, es el responsable en gran
parte de los conflictos y malentendidos que se generan en la interacción con los demás. Al considerar el
mundo un lugar hostil y amenazador, las relaciones se convierten automáticamente en un terreno peligroso
donde los demás se ven más como rivales que como aliados.

Cómo crearse enemigos

“El hombre cree que lo que piensa es verdad” (anónimo)

Cualquier persona puede sentirse en algún momento herida y sospechar de las intenciones de los demás. Sin
embargo, sólo algunas alcanzan la maestría en detectar el más mínimo mensaje malintencionado. Para
lograrlo se puede seguir este manual de instrucciones:

1. El primer paso consiste en convertirse en un verdadero experto en captar cuchicheos, burlas o propósitos
secretos. Para ello hay que tener en cuenta los indicios más nimios: una mirada, un gesto, un guiño pueden
ayudar a desvelar una mala intención disfrazada de cortesía.

2. Perseverar en este empeño permitirá aprender a leer los pensamientos ajenos. Se podrá así estar más
preparado ante el enfado o los celos de otras personas, incluso cuando ellas no sepan o no quieran admitir que
abrigan tales sentimientos. Cualquier precaución es poca.

3. Hay que resistir la tentación de infravalorar las pruebas. Aunque parezcan banales, pueden ser parte de un
ataque casi imperceptible hacia nuestra persona. No se debe permitir que las apariencias engañen, y al
comentar las sospechas con conocidos se debe desconfiar de entrada de quienes intenten disuadirnos.

4. Es obvio que si alguien quiere dañarnos evitará a toda costa ser descubierto o confesar abiertamente su
intención, por lo cual resulta por completo contraproducente hablar directamente del tema con él. Mejor,
pues, contraatacar cuanto antes, sin dejarse engatusar por los intentos de la otra persona para ganarse
nuestra confianza. Sólo mediante una actitud firme y severa le haremos saber que no estamos dispuestos a
dejarnos pisotear.

Siguiendo al pie de la letra estas prescripciones se conseguirá prevenir y contrarrestar los ataques, tanto los
reales como… los imaginarios. Y ahí reside precisamente la trampa de la actitud defensiva: erige un muro de
desconfianza entre uno mismo y los otros. Eso conlleva protección, pero también aislamiento e importantes
errores de interpretación.

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Paul Watzlawick, un psicólogo experto en comunicación humana, popularizó hace años el concepto de la
profecía autocumplida, según el cual las conductas de evitación tienen la curiosa virtud de atraer justamente
lo que pretenden evitar.

Piensa mal y acertarás

“Mi esposa era básicamente inmadura. Cuando yo estaba en la bañera, venía ella y me
hundía los barcos” (Woody Allen)

La actitud defensiva se construye sobre el miedo a ser herido por los demás. Sin embargo, ese mismo recelo y
las estrategias que se utilizan para defenderse facilitan que se encuentre precisamente la realidad que tanto se
teme: el rechazo o la ofensa ajena.

Como hemos visto, basta con seguir unas simples indicaciones para crear una atmósfera de desconfianza.
Estar a la defensiva supone vivir con la alarma continuamente encendida, sin posibilidad de relajarse. Sin
embargo, lo más problemático es que la persona no se da cuenta de hasta qué punto las reacciones que
percibe en los demás se deben a su propia actitud recelosa o incluso agresiva.

Si alguien observa vigilante los gestos de quienes le rodean, tarde o temprano encontrará algún indicio
sospechoso. Cuando existe una hipótesis en la mente, como, por ejemplo: “No me puedo fiar”, lo más
probable es que la atención se decante por buscar pruebas que corroboren esa teoría, desestimando todo
aquello que pueda contradecirla. De ese modo, la duda se convierte en una evidencia que la persona utiliza
para justificar su actitud defensiva.

Así como hay personas que poseen este rasgo en su carácter, que puede ir desde una tendencia a ser suspicaz
hasta trastornos más severos, con frecuencia aparece esta actitud en el seno de una relación, demostrando
que existen dificultades importantes a la hora de comunicarse.

Resulta común, por ejemplo, que en la adolescencia se adopte esta actitud defensiva hacia la familia. Se
buscan aliados entre los iguales, mientras que los padres pasan a ser, muy a su pesar, los contrincantes. En
esta época resulta difícil entenderse, no sólo porque chocan los deseos de unos y otros, sino porque muchos
adolescentes necesitan romper, aislarse y poner límites con la familia para construir su propia identidad.
Estar a la defensiva les resulta útil para lograrlo.

Se recurre también a esta actitud cuando se quiere proteger una esfera privada, lo cual es una forma de decir:
“Aquí no puedes entrar”. Esta respuesta, que en muchas ocasiones resulta apropiada y razonable, en otras se
utiliza como escudo para ocultar dificultades que la persona se niega a reconocer. Así, por ejemplo, se trata de
una postura muy característica en las personas que tienen problemas de adicción no asumidos cuando se
pretende abordar ese tema.

Otras veces, sin embargo, estar a la defensiva indica que existe una relación de competencia o un
resentimiento soterrado. En el mundo de la pareja a menudo se producen juegos de este tipo, donde ambos
luchan por controlar la situación o reivindicar su punto de vista. Es fácil entonces que crezca la
incomprensión y la sensación de impotencia. No hace falta decir que mantener ese pulso constante en el que
se pone continuamente a prueba quién gana a quién, genera un tremendo desgaste que puede minar la
relación.

La inseguridad interior

“La mente es como un paracaídas; trabaja mejor cuando está abierta” (Thomas Dewar)

Así como las serpientes muerden, a pesar de ser la mayoría inofensivas, los seres humanos atacan cuando se
sienten amenazados por alguien. Tras la necesidad exagerada de defenderse, a menudo se esconde una
persona que teme no ser escuchada o que se siente débil o insegura, aunque su apariencia refleje todo lo
contrario. La ira, los celos, el orgullo, el odio… son los venenos que puede inocular, pero cuanto más los
propaga, mayor es también la reserva tóxica que se genera en su interior.

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La actitud defensiva se basa en la anticipación de un posible daño, lo cual provoca que en muchas ocasiones
se reaccione de manera exagerada. Sin embargo, para quien se siente atacado y ve la causa de los problemas
en la reacción de los demás, no resulta nada fácil admitir que las cosas pueden ser diferentes de cómo las
percibe y que su defensa a ultranza también puede ser considerada un ataque.

Ser consciente de la propia actitud defensiva no basta, pero supone un paso importante. Por tanto, estar
dispuesto a cuestionarse a uno mismo resulta indispensable para transformar esta actitud en algo distinto.

Ganar Y ganar

“Ir a la derecha o la izquierda es fácil. Ganar y ser vencido es fácil también. Pero no ganar ni
ser vencido es muy difícil” (proverbio)

La postura defensiva parte del supuesto de que en las relaciones siempre hay quien gana y quien pierde: si
uno no se anda con cuidado, los demás se aprovechan. Sin embargo, las relaciones también pueden
entenderse y vivirse de un modo bien distinto. Stephen R. Covey, autor de renombrados best sellers, habla en
sus libros de la filosofía del yo gano/tú ganas. La relación realmente satisfactoria es aquella que en lugar de
crear dos bandos enfrentados busca la cooperación y la unión de fuerzas, con lo que cada persona obtiene un
beneficio.

Sin embargo, no hay colaboración sin confianza. El recelo lleva a exagerar los peligros, a esperar el engaño y
la ofensa, a gastar tiempo y energía escrutando la actitud de los demás. No se trata de ser ingenuo, ni dejarse
pisar, sino de aprender a defenderse de un modo muy diferente: sin necesidad de atacar.

Estar a la defensiva significa reaccionar en el presente con la carga del pasado y anticipando una amenaza
futura. Genera confusión y malentendidos. Para desactivar esta actitud será preciso aprender a comunicarse
de manera más franca y clara. Una mayor confianza real en uno mismo ayudará a expresar de manera más
directa lo que disgusta, manteniendo con los demás una relación abierta y confiada donde el otro se considere
un aliado y no un enemigo.

Aprender para cambiar


– ‘El arte de amargarse la vida’, de Paul Watzlawick. Editorial Herder.

– ‘Pequeños grandes cambios’, de Bill O’Hanlon. Editorial Paidós.

Trampas en la comunicación

La comunicación está presente en cualquier relación humana. Normalmente facilita la interacción, pero
en ocasiones también puede bloquearla. Ciertas trampas comunicativas generan fácilmente
malentendidos:

1. Lectura de la mente. Supone que los demás deben entendernos y saber lo que necesitamos sin que sea
preciso expresarlo.

2. La bola mágica. Ante los mensajes ambiguos se realiza una interpretación subjetiva en lugar de
concretar o preguntar directamente.

3. El método indirecto. Consiste en hablar de asuntos sin nombrarlos, quejarse de algo cuando lo que
molesta de verdad es otra cosa, dejar frases sin acabar…

4. Ilusión de alternativas. Se proponen dos alternativas. Si la persona escoge A, debería haber elegido B.
Si escoge B, se prefiere A. Es un buen modo de tener el conflicto asegurado.

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5. Ataque y defensa. La actitud del otro siempre se considera un ataque, la propia es una mera y legítima
defensa.

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