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Coloquios “Jóvenes y Política”

EL “MODELO EXTRACTIVISTA” VS.


“EL VIVIR BIEN”
Reflexiones en torno a las raíces,
imaginarios y praxis de dos lógicas
opuestas

Lic. Rocío Estremadoiro Rioja

La Paz, 19 de abril de 2011


Coloquios “Jóvenes y Política”

Comentario-exposición en mesa de reflexión y análisis político del Coloquio


“Jóvenes y Política”

El “modelo extractivista” vs. “el vivir bien”. Reflexiones en torno a las raíces,
imaginarios y praxis de dos lógicas opuestas

Por Rocío Estremadoiro Rioja

I. Introducción.

En un escenario donde la sostenibilidad del medioambiente y de la misma especie


humana es motivo de debate ante el agotamiento creciente de los recursos naturales y del
deterioro del medioambiente del que dependen todos los seres vivos, además donde los
distintos modelos de desarrollo “occidentales” que se han ensayado no parecen haber
resuelto el problema de las asimetrías económicas (entre países y entre sectores
sociales), en los últimos años se ha estado escuchando sobre una alternativa llamada “el
vivir bien” o “buen vivir” 1.

El nuevo modelo vendría como resultado del “rescate” de saberes precolombinos (del
legado cultural de varios pueblos indígenas y/u originarios de América) y de ciertas
lecturas de los paradigmas decoloniales o posoccidentales. El postulado del “vivir bien”,
que ha sido abordado por las nuevas Constituciones en Bolivia y Ecuador y que se ha
convertido en bandera de diversos movimientos indígenas dentro y fuera del continente,
plantea otra manera de entender al entorno que nos rodea y de relacionarnos con él,
superando el concepto de la naturaleza como “recurso”. Por lo tanto, supone una
perspectiva menos antropocéntrica y utilitarista.

La pregunta latente es si es posible aplicar esta concepción en la praxis económica,


política y social en un mundo donde la economía de mercado ha traspasado todas las
fronteras geográficas y hasta ideológicas, además de seguir determinando en los Estados
e intereses más poderosos del mundo. Igual cuestionamiento se perfila en relación a la
resolución de los problemas medioambientales y de la pobreza y desigualdad. En otras
palabras, la interrogante es si es realizable el modelo del “vivir bien” más allá de los
imaginarios, los mitos y las utopías.

Por ello, el objetivo de esta breve reflexión es recorrer las raíces filosóficas y
epistemológicas tanto del “modelo extractivista” que domina la interpretación y praxis
societal occidental, como del postulado del “vivir bien”, para desembocar en los
imaginarios, representaciones y mitos que rodean a ambas nociones. El fin es indagar
sobre la factibilidad del modelo del “vivir bien” y atisbar las posibilidades de convivencia
de las dos lógicas que aparentan ser totalmente opuestas. En ese sentido, dada la
complejidad del tema, el tono de este trabajo es más de interrogantes que de respuestas
y tiene el propósito de aportar a un proceso de reflexión colectiva que continúa en
construcción.

II. La lógica “extractivista”

Tanto lo que suponemos como cultura y conocimiento “occidental” como también el


ensayo de distintas formas de regular la convivencia social, llámense, Estados, sistemas

1
En Bolivia se habla del “vivir bien” y así se incluye este postulado en la Constitución. En Ecuador se recurre al “buen
vivir” (también en la nueva Constitución ecuatoriana), pero ambos enunciados se refieren al mismo modelo.
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sociales o modos de producción, a partir del contexto de la modernidad, han


desembocado de una misma raíz filosófica y epistemológica: la ilustración. Por un lado,
trae como correlato una visión darwinista al apuntar a un supuesto desarrollo progresivo
de las sociedades y por otro, se funda en una concepción utilitarista de la naturaleza.

La noción darwinista social lleva a las teorías que clasificaron a las culturas y sociedades
de acuerdo a grados evolutivo relacionando al “progreso” con los cánones del desarrollo
industrial occidental: Nace la dicotomía entre “civilización” y “barbarie”. La civilización
representaría el dominio de la razón, comprendida como facultad humana que nos
distanciaría de otros seres y que se constituiría como el puntal del ideal de progreso. La
urbe, los avances tecnológicos, las facilidades y comodidades propias del “desarrollo
económico”, marcarían la diferencia frente a “lo salvaje”. En este entendido, la
“naturaleza”, “lo rural” e incluso lo “étnico” estarían ligados a la idea de “barbarie” como
estadio mínimo evolutivo.

Los correlatos de esta interpretación marcaron no solamente la forma de abordar el


conocimiento, sino al pensamiento social y político occidental en general (tanto de
derecha, como de izquierda) que determinaría el ordenamiento económico, jurídico y
político de las repúblicas latinoamericanas y se insertaría en una conciencia colectiva,
ahora masificada a nivel mundial.

Aquello va ligado con la concepción utilitarista del entorno, convertido en un instrumento


al servicio de las “necesidades” humanas, es decir, las de la “civilización”. La naturaleza
fue concebida como recurso del que se debe “extraer” lo más posible (origen del concepto
de “recursos naturales”) y el ser humano al “teorizar” su supuesta diferenciación con otros
seres y su supremacía frente a ellos, termina justificando formas fundamentalistas de
desvinculación con el medioambiente del que depende, pero del que se siente “dueño”.

En este aspecto, una de las interpretaciones filosóficas ilustrativas es el positivismo.


Comte, su “padre” consideraba que las sociedades evolucionaban en el tiempo y, la pauta
para diferenciar los grados evolutivos estaba ligada a la manera de entender y conocer el
entorno. Argumentaba que las organizaciones sociales humanas partían con la “Fase
Teológica” cuya relación con la naturaleza se fundamentaba en la comprensión religiosa
de la existencia. Esta etapa era superada por la “Fase Metafísica” en la que la religión ya
no abastecía para descifrar la realidad y surgían las preguntas que dieron lugar al
nacimiento de la filosofía y de la ciencia. Por último, deviene la “Fase científica o positiva”
donde la ciencia permite el verdadero discernimiento del funcionamiento del mundo, pero
además la posibilidad de “dominarlo” y hacerlo útil para las necesidades humanas.
Recalca que el conocimiento evolucionaba hacia “lo positivo” al momento en que se hacía
útil y confluía en “progreso”, es decir, el “triunfo” (dominio) del ser humano frente a la
naturaleza y la superación de lo “primitivo” que estaría representado por los otros dos
estados (teológico y metafísico)2.

El mismo concepto de “objetividad” converge de tal planteamiento al pretender que el


conocimiento científico debe seguir el requisito del distanciamiento frente a su “objeto de
estudio”, lo que separa al sujeto (el que conoce, investiga, estudia) del objeto (lo que se
procura comprender). Al convertir a la naturaleza, la sociedad y hasta el mismo ser

2
Comte además ligaba a estas tres fases evolutivas con supuestos orígenes geográficos y raciales. Vinculaba a la “Fase
Teológica” con la raza negra, a la “Fase Metafísica” con las razas asiáticas orientales y a la “Fase científica” con la raza
blanca. Por supuesto que en un contexto donde la noción de raza va, cada vez más, perdiendo vigencia incluso
“científica”, aquella vinculación puede resultar inverosímil más aún viniendo de un pensador tan importante como Comte,
pero justamente esta visión es ilustrativa del contexto en la que se inserta.
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humano en “objetos de estudio”, se refuerza la disyunción entre la razón (que conoce) y el


entorno (que se doma). Así, como consecuencia, a partir de interpretaciones similares se
justifica tanto la cosificación de la naturaleza como también la dominación y sometimiento
de culturas distintas a tal modelo evolutivo, ya sea desde una lógica paternalista u otra
más descarnada de explotación explícita.

En tal medida, se vincula al desarrollo capitalista como máxima expresión del dominio de
lo natural y de progreso de la humanidad. La industrialización y los avances tecnológicos
propios del modo de producción capitalista se convierten en la bandera del “desarrollo” y
surge la forma de vida consumista como modelo a seguir. La acumulación se cristaliza
como el fin último de la humanidad.

El proceso de desarrollo capitalista tiene un correlato en los sistemas políticos demo-


liberales cuyo eje principal es el predominio de la propiedad individual y la primacía de los
derechos y libertades civiles y políticas también centradas en el individuo. Engels, como
uno de los principales exponentes de la crítica marxista3, teoriza la relación entre la
propiedad privada y la apropiación del excedente como base de la estructura social con la
consiguiente funcionalidad de la familia en ese sentido y la aparición del Estado como
forma de preservar las relaciones sociales de dominación al servicio de la acumulación
capitalista.

II.1. La crítica de la lógica “extractivista”

A pesar de estas raíces ineludibles del devenir histórico basado en las características
descritas, que implican desde un inicio relaciones de dominio y desigualdad, se intentaron
diversos ajustes económicos en la búsqueda de eliminar las asimetrías consecuentes de
tal forma de convivencia social, pero siempre dentro de la lógica descrita.

Aunque algunos países han logrado alcanzar los estándares de “desarrollo económico”
incluyendo la maduración de sistemas políticos social - democráticos estables que
descansan en el supuesto bienestar general (los llamados “países de primer mundo”), no
se puede negar que una gran mayoría de naciones no están ni siquiera cerca de lograr
aquello. Al contrario, el modo de producción capitalista en plena madurez aparenta haber
complejizado aún más la división social del trabajo que ahora se determina a nivel global,
mediante diferentes roles que pasarían de la clásica división de clases sociales a las
asimetrías geográficas.

El desarrollo económico parece concentrarse en aquellas regiones que lograron el cenit


acumulativo e industrial a costa del “subdesarrollo” de otras zonas menos favorecidas al
desempeñar el papel de productores de materias primas y/o proveedores de fuerza de
trabajo barata. Esta hipótesis ha sido abordada desde varios análisis como la “Teoría de
la Dependencia” “Teoría del Intercambio Desigual” o “El Sistema Mundo”. Lo cierto es que
en el ámbito global, existe separación entre aquellos países “desarrollados” y los
“subdesarrollados” o “en vías de desarrollo” o dicho desde otra perspectiva, el “Primer

3
Sin embargo, el marxismo también hereda la noción darwinista social al interpretar la historia como un proceso
evolutivo donde se supone que la humanidad progresará desde los modos de producción basados en la dominación y
explotación del hombre por el hombre, hasta una organización social donde desaparecerían las clases sociales y primaría
la propiedad colectiva de los medios de producción como manera de asegurar una convivencia social basada en la
igualdad y la solidaridad. Cabe recalcar que igualmente está implícita una percepción utilitarista de la naturaleza y sus
recursos entendidos como parte de los “medios de producción” que en su grado máximo de aprovechamiento darían paso
al comunismo que tiene como requisito un alto grado de industrialización categorizado como “desarrollo de las fuerzas
productivas”.
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Mundo”, el “Segundo” y “Tercer Mundo”. Por supuesto que el canon de clasificación de


estas categorías sigue siendo la interpretación evolutiva darwinista social.

En este sentido, los diversos ajustes económicos tendrían como principal objetivo el
palear estas asimetrías entre países y asegurar el “desarrollo” de las regiones en las que
siguen vigentes las contradicciones de la pobreza, el hambre y la desigualdad. Así se
ensayaron modelos económicos liberales, proteccionistas, mixtos, etc. y actualmente
tiende a hegemonizar, a nivel global, una nueva modalidad liberal: el neoliberalismo.

Sin embargo, no se han resuelto las terribles contradicciones sociales (entre sectores
sociales y entre países y regiones) y se ha llegado a un punto donde incluso acecha el
agotamiento de los recursos naturales y el irreversible deterioro del medioambiente (con
graves problemas latentes como el calentamiento global) si se continúa con ese ritmo de
acumulación y consumo que pone en peligro la propia supervivencia de la especie
humana.

Por ejemplo, respecto a la situación de América Latina, Ferranti y otros autores (2006)
presentaron un informe sobre la desigualdad en la región, donde se demuestra que no
hubo mayores cambios, a pesar de las reformas que se han ido planteando en distintos
momentos. La concentración del ingreso, la desigualdad en oportunidades y en el acceso
a la educación, salud, servicios básicos, etc. siguen siendo variables desalentadoras.

Hay una parte importante para el análisis de la desigualdad mencionada en dicho trabajo:
las raíces históricas y coloniales de la desigualdad vigentes en las instituciones
contemporáneas en los países de América Latina, especialmente en las repúblicas de
“economías de enclave”, basadas en la explotación de recursos naturales valiosos y el
uso de mano de obra indígena o negra. La desigualdad adquiere un cariz étnico y racial
que todavía sigue siendo base de la contradicción en algunos países latinoamericanos.
Así mismo, existen otros factores que ahondan el problema en las últimas décadas como
la mundialización de la economía que encontró a países como Bolivia en desventaja, lo
que la sitúa en un empeoramiento de las condiciones del “intercambio desigual” interno y
externo.

Sobre el análisis de la situación de América Latina después de las reformas neoliberales,


Stiglitz (2003) hace un balance y llega a la conclusión de que han fracasado. Lo
demuestra con indicadores que ilustran que ni siquiera se ha conseguido cumplir el
objetivo de un mayor crecimiento en los países de América Latina. Al contrario, la pobreza
y desigualdad aumentaron y los pocos logros exitosos de la reforma, en países como
Argentina y Chile, se han visto contrarrestados por la crisis que se dio en la década de los
90. El objetivo, tan prometido por los teóricos defensores de las reformas y los gobiernos
que las aplicaron, de, primero, “cocinar la torta” (léase crecimiento) y luego repartir los
pedazos (efecto del “goteo”), no logró su cometido.

A partir de aquello, Stiglitz, enumera las consecuencias del aumento de la pobreza y


desigualdad. El poco crecimiento tendió a concentrarse entre los sectores de mayores
ingresos, por lo que la brecha entre ricos y pobres se agravó. Así mismo, la flexibilización
laboral, incrementó la inseguridad laboral, la disminución de los salarios y la justificación
necesaria para despidos masivos, lo que vino a engrosar las filas del desempleo y de la
migración. Los mercados funcionaron deficientemente, creció el desempleo y gran parte
de la fuerza laboral se incorporó al sector informal que, en países como Bolivia, se
convirtió en el rubro que aglutina a la mayor parte de la población económicamente activa,
a pesar de ser un sector donde los trabajadores gozan de menor protección.
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Similarmente, los indicadores de desarrollo humano, como la educación y la salud


también disminuyeron, lo que convierte a la pobreza y desigualdad en algo que se
reproduce y pasa de generación en generación, como un círculo vicioso.

Haciendo una reflexión más general sobre la insostenibilidad de los patrones de


acumulación y consumo de la economía mundial, en relación al deterioro del
medioambiente, Antonio Elizalde (2002) tiene un balance todavía más sombrío.
Argumenta que la insustentabilidad del consumo ya ha llegado a un límite imposible de
soportar y que no se puede obviar su estrecha relación con la imposición de una “cultura
única, tipo monocultivo o plantación, por medio de una globalización hegemónica de
naturaleza casi exclusivamente económica vía la integración de los mercados financieros,
con su marcado carácter autoritario y excluyente de millones de seres humanos”, al punto
de marcar un quiebre civilizatorio donde podría haber dos salidas posibles: o la reducción
del consumo o la reducción de la población.

Indica que la crisis ecológica no es una deficiencia ambiental y/o técnica, sino más bien
un problema político y cultural que tiene que ver con las creencias de la cultura occidental
y de las políticas que de allí se derivan, siendo fundamentalmente un problema moral. En
este marco, se refiere a la noción utilitarista de la naturaleza que encerraría entre sus
facetas una especie de “ceguera perceptiva” que desde lógicas cortoplacistas propias de
una ciencia y manejo del conocimiento al servicio del mercado y de los grandes capitales,
no permite prever la sostenibilidad ambiental y que continúa con la praxis “extractivista”
como si nunca acabaran los recursos, lo que nos convertiría en una especie suicida4:

“Franz Hinkelammert (1996, 1999) ha señalado que el capitalismo en su actual forma


(globalizado) es incapaz de reconocer la principal de las eficiencias, que es la de la
reproducción de la vida; de ser así un rasgo fundamental de nuestra civilización occidental
sería su carácter biocida y ecocida” (Elizalde, 2002).

Ante estas ineludibles introspecciones, Elizalde se pregunta:

“¿Cómo hacer para que los sectores ricos y más acomodados del planeta y de cada país
cambien sus hábitos de consumo y desarrollen un estilo de vida más frugal? ¿Cómo
hacer para que el mercado y los políticos cambien su visión de corto plazo? Y en caso
que eso sea imposible, por la naturaleza de las lógicas con las cuales operan, ¿quién se
hará cargo de proveer a la sociedad de una visión de más largo plazo? ¿Cómo introducir
en la cultura una visión más respetuosa y de mayor cuidado de la naturaleza?” (Op.cit).

En el afán de responder similares cuestionamientos, surgen alternativas para


contrarrestar los efectos del desarrollo capitalista, uno de ellas es el modelo del “vivir bien”
que tocaremos a continuación.

III. La lógica del “vivir bien”

Frente a una lectura “monista” de la historia de la humanidad y el ensayo de las formas de


convivencia social occidentales, en los últimos años se está replanteando otra forma de
abordar el conocimiento y la comprensión y transformación de la realidad, partiendo de la
deconstrucción de los supuestos y verdades del desarrollo civilizatorio.

4
Y que además incluye la “ingenua” esperanza de que la tecnología podría ofrecer una posibilidad de salvación,
realzando, nuevamente, las “capacidades” para controlar algo que denota ser indomable.
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En esos relatos, las "Indias Occidentales", el "Nuevo Mundo" y, finalmente, "América", son
las sucesivas palabras claves del occidentalismo para expandirse (Mignolo, 1998). Las
clasificaciones entre “Primer Mundo”, “Segundo Mundo” y “Tercer Mundo” o países
desarrollados y subdesarrollados, presentan la misma estructura que coloca en
compartimientos estancos a “los otros”, siempre desde un punto de vista etnocentrista
occidental que incluye el desprecio de la diferencia -vista como “inferioridad”
(Estremadoiro, 2010), todo ello en base a los imaginarios occidentalistas ya descritos.

Así, a partir de los estudios “decoloniales” o “posoccidentales” se propone una


reinterpretación de la historia desde las particularidades de cada realidad social y
auspiciando reformas políticas que asuman la necesidad del reconocimiento de la
diferencia en igual jerarquía que la herencia mestiza-colonial u occidental. En tal sentido,
los mismos grupos étnicos –o que se reconocen como tal- se han ido movilizando para
exigir a los Estados su inclusión sin discriminaciones de ningún tipo y aceptando y
valorando su diversidad (Estremadoiro, 2010).

Hay una serie de categorías que pretenden comprender esta nueva realidad, donde los
“subalternos” reclaman su lugar en la historia y, al mismo tiempo, proponen una “otra”
forma de abordar el conocimiento y teorización de estos procesos. Aparecen conceptos
como multiculturalismo e interculturalidad5, como interpretación de lo social y como
prácticas sociales, culturales y políticas (Estremadoiro, 2010).

Para la materialización de este reconocimiento, en algunos países latinoamericanos se


están redefiniendo los alcances de los ordenamientos republicanos clásicos con la
otorgación de derechos colectivos, culturales y de la diferencia y la inclusión de
mecanismos de acción positiva en beneficio de los sectores históricamente excluidos.

En el caso de Bolivia las reformas van más allá al definir al estado boliviano como “Estado
plurinacional” comprendiendo que, en su territorio, conviven varias naciones, definidas
como una colectividad que comparte ciertos rasgos sociales comunes, como una misma
lengua, historia, cultura, etc. Por consiguiente, se promovió el multiculturalismo y la
interculturalidad y la conjugación de cierta igualdad de oportunidades entre los
ciudadanos y los distintos colectivos que cohabiten en el Estado. Así, la actual
Constitución Política del Estado, vigente desde el año 2009, puede resumirse en una
tentativa de reconocimiento del Estado Plurinacional, sumada a una propuesta de nuevo
ordenamiento territorial asentado en la creación de autonomías que permitan un Estado
relativamente descentralizado y la inclusión de una serie de derechos diferenciados para
los pueblos indígenas.

De esta otra forma de lectura y construcción de la historia y la realidad latinoamericana,


junto con la dura crítica a la sostenibilidad del modo de producción capitalista, nace el
modelo del “vivir bien” o “buen vivir” entendido, primeramente, como un legado de los
pueblos indígenas de América que intenta renovar las esperanzas de un orden social más
justo, incluyente y sustentable.

5
“El multiculturalismo reclama un Estado capaz de abarcar formas diferentes de pluralismo cultural (Kylmicka, 1996)
que reconozca naciones, culturas o religiones, pero respetando un marco de derechos fundamentales (Sartori, 2008). La
interculturalidad parte de una crítica al multiculturalismo. Indica que mientras este último se centra en el reconocimiento
del derecho a la diferencia, pero incorporado sin alterar mayormente el orden establecido, la interculturalidad plantea
transformaciones profundas en el Estado que cambien la relación de los grupos étnicos con el resto de la colectividad y
aseguren su inclusión como sujetos en la toma de decisiones (Walsh, 2002)”. Estremadoiro, 2010.
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La lógica del “vivir bien” supone una visión distinta del medioambiente donde, el ser
humano, sería apenas una parte más entre los múltiples seres y, por lo tanto, la
naturaleza es definida como “una madre” que no se puede funcionalizar y menos cosificar.
De ahí la gran diferencia con la lógica “extractivista” que considera al entorno natural
como un “objeto” para su aprovechamiento. En cambio, la lógica del “vivir bien”, retoma
una interpretación de mayor misticismo y religiosidad (que sería definida como “primitiva”
desde la lectura darwinista social) al comprender la naturaleza como un ser vivo del cual
sólo seríamos un eslabón más.

A través de un intento de relación más equilibrada con la “madre tierra”, en oposición al


“vivir mejor” occidental, se propone un modelo de vida de mayor frugalidad y menos
asimetrías. Se critica el desmedido consumo y despilfarro del desarrollo capitalista y se
cuestiona la mundialización de la división social del trabajo, en la cual los países
“subdesarrollados” ocuparían un lugar subalterno para que “otros vivan mejor” a costa del
“mal vivir” del resto. (ecologiablog.com).

Plantea que “el vivir bien” sería más equitativo al buscar un sistema social que esté en
equilibrio, a diferencia de la primacía de la monetarización capitalista que conduciría a una
deshumanización manifiesta. Los paradigmas y modelos económicos del occidentalismo
se interpretan como un desengaño y los indicadores “clásicos” del desarrollo económico
como el Producto Interno Bruto, no serían relevantes para visualizar la realidad social. En
contraparte, el “vivir bien” se guiaría “por conseguir y asegurar los mínimos
indispensables, lo suficiente, para que la población pueda llevar una vida simple y
modesta, pero digna y feliz” (ecologiablog.com).

Al subrayar la conexión e interdependencia del ser humano con la naturaleza, el “vivir


bien” apuesta por un desarrollo a pequeña escala, sostenible y sustentable que asegure la
supervivencia de la especie y otras formas de vida en el largo plazo. (ecologiablog.com).

Como parte de las interpretaciones decoloniales e interculturales, el modelo del “vivir


bien”, no centraría su ordenamiento político y jurídico en los tradicionales derechos
individuales de primera generación, sino tendría como eje la comunidad y los derechos
colectivos. De esa manera, buscaría romper con la raíz de la lógica capitalista a partir de
la supresión paulatina de la propiedad individual y de la subordinación de su
individualismo inherente.

En miras a consolidar esta mirada, hubo varios eventos donde representantes de pueblos
indígenas de todo el continente americano han ido elaborando los manifiestos del “vivir
bien”. Entre las reuniones de mayor importancia estuvieron el 3er Foro Social Américas
2008, celebrado en Guatemala, otros similares celebrados en Ecuador y Venezuela,
además de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los
Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba, organizada por el Estado boliviano el 2010
y la Asamblea de Movimientos Sociales en Dakar, Senegal el 2011. Parte de la
declaración de esta Asamblea es ilustrativa sobre las críticas a la hegemonía de la
economía mundial:

“Nosotras y nosotros, reunidos en la Asamblea de Movimientos Sociales, realizada en


Dakar durante el Foro Social Mundial 2011, afirmamos el aporte fundamental de África y
de sus pueblos en la construcción de la civilización humana. Juntos, los pueblos de todos
los continentes, libramos luchas donde nos oponemos con gran energía a la dominación
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del capital, que se oculta detrás de la promesa de progreso económico del capitalismo y
de la aparente estabilidad política”. (Extractado de http://cmpcc.org/).

Al constituirse simbólicamente en defensor de este planteamiento, el Estado Plurinacional


boliviano se ha convertido en una especie de vanguardia de la aplicación del modelo del
“vivir bien” debido a que, a través de su Constitución, ha incorporado tales postulados al
marco jurídico oficial, pero además, por los imaginarios que se han construido en torno a
la figura del Presidente Evo Morales como “líder indígena”. De ahí que entre los
principales enunciados del modelo del “vivir bien” se recurra contantemente a unos “diez
mandamientos para salvar el planeta, a la humanidad y a la vida” presentados por Evo
Morales en el VII Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la Organización de
Naciones Unidas el año 2010 que resumen la lógica del “vivir bien” que hemos detallado6.
III.1. Reflexiones críticas sobre los primeros atisbos de la praxis del modelo del “vivir bien”
en Bolivia

La nueva Constitución Política del Estado boliviano en Los Principios, Fines y Valores del
Estado, indica:

“Artículo 8. I. El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad


plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón),
suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei
(tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)”.

“II. El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad,
solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio,
igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar

6
Los mandamientos son los siguientes:
“1. Si se quiere salvar el planeta, hay que erradicar al modelo capitalista y lograr que el norte pague la deuda ecológica en
vez de que los países del sur y de todo el mundo paguen la deuda externa.
2. Denunciar y acabar con las guerras, que solo traen ganancias para los imperios, las transnacionales y un grupo de
familias, pero no a los pueblos. Los millones y millones de dólares destinados a las guerras deberían ser invertidos en la
tierra, herida por el maltrato y la sobreexplotación.
3. Desarrollar relaciones de coexistencia y no de sometimiento entre los países en un mundo sin imperialismo ni
colonialismo. Son importantes las relaciones bilaterales y multilaterales porque somos de la cultura del diálogo y de la
convivencia social, pero esas relaciones no deben ser de sometimiento de un país a otro.
5. El agua es un derecho humano y para todos los seres vivientes del planeta. No es posible que haya políticas que
permitan privatizar el agua.
5. Desarrollo de energías limpias y amigables con la naturaleza, acabar con el derroche de energía. En 100 años estamos
acabando con la energía fósil que ha sido creada en millones de años. Evitar que se promuevan los agrocombustibles. No
se puede entender que algunos gobiernos y modelos de desarrollo económico puedan reservar tierras para hacer funcionar
automóviles de lujo y no para alimentos del ser humano. Promover debates con los gobiernos y crear conciencia para que
la tierra beneficie a los seres humanos y no sea usada para producir combustibles.
6. Respeto a la madre Tierra. Aprender con las enseñanzas históricas de los pueblos nativos e indígenas sobre el respeto a
la madre Tierra. Se debe generar una conciencia social, colectiva de todos los sectores de la sociedad de que la tierra es
nuestra madre.
7. Los servicios básicos, como el agua, luz, educación, salud, comunicación y transportes colectivos deben ser tomados en
cuenta como un derecho humano, no puede ser de negocio privado, sino de servicio público.
8. Consumir lo necesario, priorizar lo que producimos y consumir lo local, acabar con el consumismo, el derroche y el
lujo. No es entendible que algunas familias solo busquen el lujo, a cambio de que millones y millones de personas no
tengan posibilidades a vivir bien.
9. Promover la diversidad de culturas y economías. Somos tan diversos y esa es nuestra naturaleza. Un Estado
plurinacional, donde todos están al interior de ese Estado, blancos, morenos, negros, rubios.
10. Queremos que todos puedan vivir bien, que no es vivir mejor a costa del otro. Debemos construir un socialismo
comunitario y en armonía con la madre Tierra”. (Texto extraído de Caudillo Felix, 2009).
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común, responsabilidad, justicia social, distribución y redistribución de los productos y


bienes sociales, para vivir bien.” (Art. 8. CPE).

En el Artículo 9, se confiere como fin y función esencial del Estado: “Promover y


garantizar el aprovechamiento responsable y planificado de los recursos naturales, e
impulsar su industrialización, a través del desarrollo y del fortalecimiento de la base
productiva en sus diferentes dimensiones y niveles, así como la conservación del medio
ambiente, para el bienestar de las generaciones actuales y futuras”. (Art. 9. Inciso 6.
CPE). Entre los derechos económicos y sociales, se establece el derecho al
medioambiente que especifica:

“Artículo 33. Las personas tienen derecho a un medio ambiente saludable, protegido y
equilibrado. El ejercicio de este derecho debe permitir a los individuos y colectividades de
las presentes y futuras generaciones, además de otros seres vivos, desarrollarse de
manera normal y permanente”.

“Artículo 34. Cualquier persona, a título individual o en representación de una


colectividad, está facultada para ejercitar las acciones legales en defensa del derecho al
medio ambiente, sin perjuicio de la obligación de las instituciones públicas de actuar de
oficio frente a los atentados contra el medio ambiente”.

De la misma forma, se consignan los deberes de “Proteger y defender los recursos


naturales y contribuir a su uso sustentable, para preservar los derechos de las futuras
generaciones” y “proteger y defender un medio ambiente adecuado para el desarrollo de
los seres vivos”. (Art. 108. Incisos 15 y 16. CPE). Estas disposiciones se desarrollan en el
Capítulo Cuarto, Título II “Medio Ambiente, Recursos Naturales, Tierra y Territorio y Título
III “Desarrollo Rural Integral Sustentable”, en la parte de los derechos de los pueblos y
naciones indígena originaria campesinas7 y de las atribuciones de sus autonomías.

No obstante, el modelo que se perfila en la Constitución sigue manteniendo varios rasgos


de la “lógica extractivista”, pero amparando, por lo menos nominalmente, un mayor
equilibrio ambiental. No solamente se rescata la comprensión de la naturaleza como
“recurso natural”, sino que continúa primando el objetivo de su “aprovechamiento” e
“industrialización” en especial en los apartados de “Recursos Naturales”, “Hidrocarburos”,
“Minería y Metalurgia” y “Recursos Forestales”.

Entonces, el paradigma en relación con el medioambiente que adopta el Estado boliviano


plantea una especie de “patrón mixto” donde prima todavía el aprovechamiento del
entorno, lo que no deja de tener una visión utilitarista. Lo mismo se puede concluir sobre
el manejo de la economía, donde se establece un “modelo plural” que reconoce a “las
formas de organización económica comunitaria, estatal, privada y social cooperativa” (Art.
306. Parágrafo II. CPE). Si bien, se recalca que el Estado boliviano “tiene como máximo
valor al ser humano (Art. 306. Parágrafo V. CPE), el manejo económico estatuido no deja
de tener un tono “desarrollista”.

Así, la lógica del “vivir bien” parece quedar más como un enunciado simbólico e identitario
que como una praxis efectiva.

7
Denominación textual de la Constitución.
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El hecho de dejar al “vivir bien” como una interpelación discursiva y adoptar en el fondo un
modelo “compatible” con la hegemonía económica mundial, puede tener sentido, si
analizamos las posibilidades de ejecución del modelo del “vivir bien” en la práctica real en
un contexto de economía articulada y globalizada. Además por las propias prácticas de
los grupos indígenas y otros sectores sociales bolivianos, que se supone serían el
ejemplo a seguir en cuanto a la aplicación del “vivir bien”, pero que se han adaptado y
articulado a las lógicas capitalistas y mercantiles como cualquier otro colectivo.

Ello nos deriva al debate sobre las características de las culturas y de las interpretaciones
de la etnicidad. Desde ciertos imaginarios indigenistas se tiende a comprender a los
grupos étnicos como inmunes a los procesos históricos y sociales, por lo tanto habrían
conservado sus “prácticas ancestrales” intactas, lo que los diferenciaría de los sectores
sociales “occidentalizados”.

Tales planteamientos, parecen ampararse en las nociones más conservadoras y


“primordialistas” del análisis de la etnicidad, como si las culturas indígenas y sus prácticas
no sufrieran procesos de hibridación, transformación y reinvención justamente como parte
de la resistencia a los acontecimientos históricos que dieron origen a su sometimiento. Al
contrario, se insiste en plantear que los pueblos indígenas y originarios se conservan
intactos como verdaderas piezas de museo distorsionando su historia8. (Estremadoiro
2010). Parte de aquella mitificación se basa en la lógica del “vivir bien” al presentar a esta
visión de mundo como “no contaminada” por el contexto capitalista y al mostrar a sus
exponentes, los grupos étnicos, en un grado equivalente de “pureza”.
Sin embargo, existen otras interpretaciones sobre las culturas y la etnicidad susceptibles a
las transformaciones y como sujetos en permanente dinamismo. Barth (1973) puntualiza
que la etnicidad es “situacional”, al ser, la cultura, resultado o implicación social; una
construcción colectiva que puede redefinirse o cambiar en el tiempo. Considera a los
grupos étnicos como una forma de organización socialmente efectiva, que si bien
presentan rasgos étnicos y culturales “dados”, éstos se convierten en recursos a los
cuales los individuos o la colectividad pueden recurrir para satisfacer necesidades
tácticas, pudiendo auto-identificarse, diferenciarse de otros, exhibir signos o señales que
indican identidad, lenguaje, vestido, etc., si así lo percibieran conveniente. La identidad
cultural vendría a ser algo construido colectivamente y variaría históricamente.

Esta propuesta parece describir mejor la praxis real de los grupos étnicos, incluyendo la
de la lógica del “vivir bien”. De acuerdo a Stern (1987), tanto en el periodo colonial, como
en el de la República, estos colectivos asumieron especie de “adaptación en resistencia” a

8
Este imaginario es recogido por el preámbulo de la Constitución boliviana en el que se lee que “en tiempos
inmemoriables, se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro
altiplano, nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros
diferentes y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y
culturas. Así conformamos nuestros pueblos y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos
tiempos de la colonia”. (Preámbulo.CPE).
Aquello representa una falacia histórica. Recordar que antes de la llegada de los españoles, el Imperio Incaico había
sometido, no siempre de manera pacífica, a otras etnias que poblaban parte del territorio boliviano y existen antecedentes
de enfrentamientos de distintos pueblos. Por lo tanto, no hubo tal comprensión idealizada de la “diversidad de seres y
culturas” y ausencia de “racismo”. No se puede suponer que el pasado pre-colonial no haya estado exento de una
característica de la naturaleza humana, cuya historia está plagada del sometimiento de unos sobre otros. (Estremadoiro,
2010).Pero el problema va más allá de la distorsión de la historia. El Preámbulo es solamente el inicio de una tendencia
que va a marcar el resto del texto constitucional, que redunda en el estereotipo de que los grupos étnicos por su carácter
“ancestral” y precolombino, se han mantenido herméticos e invariables a lo largo de su devenir y “puros” a la
contaminación colonial, “castidad” que aún mantendrían en nuestros días al no verse afectados por la “occidentalización”.
(Estremadoiro, 2010).
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su sometimiento y rol asignado en la división social del trabajo9. Actualmente, los


resultados de ello se reflejan en la hibridación de prácticas “ancestrales” con las
relaciones de producción occidentales y capitalistas mediante la articulación de estos
sectores a la economía informal y a las organizaciones sindicales como máximas
instancias decisoras.

El establecimiento de mercados internos en las comunidades rurales, como su


articulación con la economía “formal” de las ciudades, además de actividades ligadas a la
importación no regulada de productos, al comercio informal y transporte, son los rubros
por los que se insertan en la economía nacional gran parte de los sectores, tanto los
calificados como “indígenas” como los nominados “movimientos sociales”, lo que les ha
permitido posibilidades de subsistencia y acumulación.

Inclusive, la idea de “progreso” en el sentido más monetarista y utilitarista de la palabra ha


marcado las aspiraciones de estos colectivos como lo demuestran los simbolismos que
adquieren prácticas culturales como los “prestes”, la ostentación de bienes inmuebles
“vistosos” y joyas y vestimentas que reflejarían el “éxito” alcanzado. Similar lógica se
puede apreciar en muchas comunidades rurales y periurbanas, que están cambiando las
áreas verdes por el cemento, en base a la simbología del “progreso” (civilización) que
claramente ha traspasado a los grupos “k´aras o citadinos y se ha constituido como parte
de la idiosincrasia indígena- mestiza-rural.

Igualmente, en la explotación de recursos naturales como minerales por cooperativas


mineras o pequeños propietarios o la misma industrialización de la hoja de coca, ambas
actividades importantes de grupos abanderados del “proceso de cambio” prima la
concepción utilitarista de la naturaleza como cualquier otro proceso de acumulación de
capital y con las mismas consecuencias no deseables para en entorno natural como la
contaminación y la depredación.

Entonces, cabe preguntarse, dónde queda la lógica del “vivir bien” en la práctica real,
sobre todo en lo referido en la crítica que sustenta sobre el deterioro ambiental y en
relación a la visión de progreso y/o desarrollo monetarista.

IV. A manera de conclusión: volvemos a las preguntas

Partiendo de todo lo analizado, no se puede dejar de concluir que el modelo de desarrollo


capitalista está llegando a límites insostenibles, al igual de no haber podido resolver las
asimetrías que han marcado la historia de la humanidad. Por otro lado, parece que la
alternativa del modelo del “buen vivir” no perfila todavía una praxis coherente en el caso
boliviano. Intuyendo tales conclusiones advertimos que esta reflexión tendría más
preguntas que aseveraciones. Interrogantes como las siguientes:

¿Será que el “vivir bien” simplemente es parte del repertorio discursivo que sustentan los
imaginarios indigenistas primordialistas, pero que su praxis no es factible? Si fuera así
¿Qué alternativa tangible se puede contraponer a la práctica depredadora y asimétrica del
desarrollo capitalista en un momento donde comienzan a urgir los problemas ambientales
y sociales? En otras palabras, ¿será posible una articulación de la lógica del “vivir bien” en
la economía mundial globalizada como un intento de hacer más sostenible el

9
Como un ejemplo de “adaptación en resistencia” para el caso boliviano, Stern (1987) estudia la explotación de plata en el
Potosí colonial y muestra como los indígenas reducidos a fuerza de trabajo gratuita, se dan maneras de resistir a tal grado
de injusticia, “engañando” a sus patrones al guardarse los minerales de mayor calidad e intercambiarlos en los mercados
intercomunales.
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aprovechamiento de la naturaleza, en miras de un sistema económico híbrido? ¿Será que


el marco propuesto de la Constitución boliviana es la respuesta en cuanto a un modelo
económico híbrido?

Admito que el cariz de esta reflexión ha sido tremendamente pesimista, ya que al analizar
(los intentos de) la aplicación de ambas lógicas, no se han encontrado muchos resultados
alentadores, más allá de los estereotipos, mitos y utopías. Sin embargo, la adopción de la
lógica del “vivir bien” por el Estado boliviano es reciente. Tal vez, queda esperar la
consolidación paulatina del “proceso de cambio” para que se vayan perfilando las
verdaderas transformaciones, no solamente estructurales sino en los comportamientos
colectivos e individuales respecto a una convivencia más armoniosa con el
medioambiente y entre seres humanos. Coincidimos con la afirmación de Elizalde (2002)
de que una salida a los problemas societales y ambientales necesariamente partirá de un
cambio en las actitudes, lo que suele ser un proceso más complejo y difícil, pero
esperemos que no imposible.

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