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El “modelo extractivista” vs. “el vivir bien”. Reflexiones en torno a las raíces,
imaginarios y praxis de dos lógicas opuestas
I. Introducción.
El nuevo modelo vendría como resultado del “rescate” de saberes precolombinos (del
legado cultural de varios pueblos indígenas y/u originarios de América) y de ciertas
lecturas de los paradigmas decoloniales o posoccidentales. El postulado del “vivir bien”,
que ha sido abordado por las nuevas Constituciones en Bolivia y Ecuador y que se ha
convertido en bandera de diversos movimientos indígenas dentro y fuera del continente,
plantea otra manera de entender al entorno que nos rodea y de relacionarnos con él,
superando el concepto de la naturaleza como “recurso”. Por lo tanto, supone una
perspectiva menos antropocéntrica y utilitarista.
Por ello, el objetivo de esta breve reflexión es recorrer las raíces filosóficas y
epistemológicas tanto del “modelo extractivista” que domina la interpretación y praxis
societal occidental, como del postulado del “vivir bien”, para desembocar en los
imaginarios, representaciones y mitos que rodean a ambas nociones. El fin es indagar
sobre la factibilidad del modelo del “vivir bien” y atisbar las posibilidades de convivencia
de las dos lógicas que aparentan ser totalmente opuestas. En ese sentido, dada la
complejidad del tema, el tono de este trabajo es más de interrogantes que de respuestas
y tiene el propósito de aportar a un proceso de reflexión colectiva que continúa en
construcción.
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En Bolivia se habla del “vivir bien” y así se incluye este postulado en la Constitución. En Ecuador se recurre al “buen
vivir” (también en la nueva Constitución ecuatoriana), pero ambos enunciados se refieren al mismo modelo.
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La noción darwinista social lleva a las teorías que clasificaron a las culturas y sociedades
de acuerdo a grados evolutivo relacionando al “progreso” con los cánones del desarrollo
industrial occidental: Nace la dicotomía entre “civilización” y “barbarie”. La civilización
representaría el dominio de la razón, comprendida como facultad humana que nos
distanciaría de otros seres y que se constituiría como el puntal del ideal de progreso. La
urbe, los avances tecnológicos, las facilidades y comodidades propias del “desarrollo
económico”, marcarían la diferencia frente a “lo salvaje”. En este entendido, la
“naturaleza”, “lo rural” e incluso lo “étnico” estarían ligados a la idea de “barbarie” como
estadio mínimo evolutivo.
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Comte además ligaba a estas tres fases evolutivas con supuestos orígenes geográficos y raciales. Vinculaba a la “Fase
Teológica” con la raza negra, a la “Fase Metafísica” con las razas asiáticas orientales y a la “Fase científica” con la raza
blanca. Por supuesto que en un contexto donde la noción de raza va, cada vez más, perdiendo vigencia incluso
“científica”, aquella vinculación puede resultar inverosímil más aún viniendo de un pensador tan importante como Comte,
pero justamente esta visión es ilustrativa del contexto en la que se inserta.
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En tal medida, se vincula al desarrollo capitalista como máxima expresión del dominio de
lo natural y de progreso de la humanidad. La industrialización y los avances tecnológicos
propios del modo de producción capitalista se convierten en la bandera del “desarrollo” y
surge la forma de vida consumista como modelo a seguir. La acumulación se cristaliza
como el fin último de la humanidad.
A pesar de estas raíces ineludibles del devenir histórico basado en las características
descritas, que implican desde un inicio relaciones de dominio y desigualdad, se intentaron
diversos ajustes económicos en la búsqueda de eliminar las asimetrías consecuentes de
tal forma de convivencia social, pero siempre dentro de la lógica descrita.
Aunque algunos países han logrado alcanzar los estándares de “desarrollo económico”
incluyendo la maduración de sistemas políticos social - democráticos estables que
descansan en el supuesto bienestar general (los llamados “países de primer mundo”), no
se puede negar que una gran mayoría de naciones no están ni siquiera cerca de lograr
aquello. Al contrario, el modo de producción capitalista en plena madurez aparenta haber
complejizado aún más la división social del trabajo que ahora se determina a nivel global,
mediante diferentes roles que pasarían de la clásica división de clases sociales a las
asimetrías geográficas.
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Sin embargo, el marxismo también hereda la noción darwinista social al interpretar la historia como un proceso
evolutivo donde se supone que la humanidad progresará desde los modos de producción basados en la dominación y
explotación del hombre por el hombre, hasta una organización social donde desaparecerían las clases sociales y primaría
la propiedad colectiva de los medios de producción como manera de asegurar una convivencia social basada en la
igualdad y la solidaridad. Cabe recalcar que igualmente está implícita una percepción utilitarista de la naturaleza y sus
recursos entendidos como parte de los “medios de producción” que en su grado máximo de aprovechamiento darían paso
al comunismo que tiene como requisito un alto grado de industrialización categorizado como “desarrollo de las fuerzas
productivas”.
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En este sentido, los diversos ajustes económicos tendrían como principal objetivo el
palear estas asimetrías entre países y asegurar el “desarrollo” de las regiones en las que
siguen vigentes las contradicciones de la pobreza, el hambre y la desigualdad. Así se
ensayaron modelos económicos liberales, proteccionistas, mixtos, etc. y actualmente
tiende a hegemonizar, a nivel global, una nueva modalidad liberal: el neoliberalismo.
Sin embargo, no se han resuelto las terribles contradicciones sociales (entre sectores
sociales y entre países y regiones) y se ha llegado a un punto donde incluso acecha el
agotamiento de los recursos naturales y el irreversible deterioro del medioambiente (con
graves problemas latentes como el calentamiento global) si se continúa con ese ritmo de
acumulación y consumo que pone en peligro la propia supervivencia de la especie
humana.
Por ejemplo, respecto a la situación de América Latina, Ferranti y otros autores (2006)
presentaron un informe sobre la desigualdad en la región, donde se demuestra que no
hubo mayores cambios, a pesar de las reformas que se han ido planteando en distintos
momentos. La concentración del ingreso, la desigualdad en oportunidades y en el acceso
a la educación, salud, servicios básicos, etc. siguen siendo variables desalentadoras.
Hay una parte importante para el análisis de la desigualdad mencionada en dicho trabajo:
las raíces históricas y coloniales de la desigualdad vigentes en las instituciones
contemporáneas en los países de América Latina, especialmente en las repúblicas de
“economías de enclave”, basadas en la explotación de recursos naturales valiosos y el
uso de mano de obra indígena o negra. La desigualdad adquiere un cariz étnico y racial
que todavía sigue siendo base de la contradicción en algunos países latinoamericanos.
Así mismo, existen otros factores que ahondan el problema en las últimas décadas como
la mundialización de la economía que encontró a países como Bolivia en desventaja, lo
que la sitúa en un empeoramiento de las condiciones del “intercambio desigual” interno y
externo.
Indica que la crisis ecológica no es una deficiencia ambiental y/o técnica, sino más bien
un problema político y cultural que tiene que ver con las creencias de la cultura occidental
y de las políticas que de allí se derivan, siendo fundamentalmente un problema moral. En
este marco, se refiere a la noción utilitarista de la naturaleza que encerraría entre sus
facetas una especie de “ceguera perceptiva” que desde lógicas cortoplacistas propias de
una ciencia y manejo del conocimiento al servicio del mercado y de los grandes capitales,
no permite prever la sostenibilidad ambiental y que continúa con la praxis “extractivista”
como si nunca acabaran los recursos, lo que nos convertiría en una especie suicida4:
“¿Cómo hacer para que los sectores ricos y más acomodados del planeta y de cada país
cambien sus hábitos de consumo y desarrollen un estilo de vida más frugal? ¿Cómo
hacer para que el mercado y los políticos cambien su visión de corto plazo? Y en caso
que eso sea imposible, por la naturaleza de las lógicas con las cuales operan, ¿quién se
hará cargo de proveer a la sociedad de una visión de más largo plazo? ¿Cómo introducir
en la cultura una visión más respetuosa y de mayor cuidado de la naturaleza?” (Op.cit).
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Y que además incluye la “ingenua” esperanza de que la tecnología podría ofrecer una posibilidad de salvación,
realzando, nuevamente, las “capacidades” para controlar algo que denota ser indomable.
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En esos relatos, las "Indias Occidentales", el "Nuevo Mundo" y, finalmente, "América", son
las sucesivas palabras claves del occidentalismo para expandirse (Mignolo, 1998). Las
clasificaciones entre “Primer Mundo”, “Segundo Mundo” y “Tercer Mundo” o países
desarrollados y subdesarrollados, presentan la misma estructura que coloca en
compartimientos estancos a “los otros”, siempre desde un punto de vista etnocentrista
occidental que incluye el desprecio de la diferencia -vista como “inferioridad”
(Estremadoiro, 2010), todo ello en base a los imaginarios occidentalistas ya descritos.
Hay una serie de categorías que pretenden comprender esta nueva realidad, donde los
“subalternos” reclaman su lugar en la historia y, al mismo tiempo, proponen una “otra”
forma de abordar el conocimiento y teorización de estos procesos. Aparecen conceptos
como multiculturalismo e interculturalidad5, como interpretación de lo social y como
prácticas sociales, culturales y políticas (Estremadoiro, 2010).
En el caso de Bolivia las reformas van más allá al definir al estado boliviano como “Estado
plurinacional” comprendiendo que, en su territorio, conviven varias naciones, definidas
como una colectividad que comparte ciertos rasgos sociales comunes, como una misma
lengua, historia, cultura, etc. Por consiguiente, se promovió el multiculturalismo y la
interculturalidad y la conjugación de cierta igualdad de oportunidades entre los
ciudadanos y los distintos colectivos que cohabiten en el Estado. Así, la actual
Constitución Política del Estado, vigente desde el año 2009, puede resumirse en una
tentativa de reconocimiento del Estado Plurinacional, sumada a una propuesta de nuevo
ordenamiento territorial asentado en la creación de autonomías que permitan un Estado
relativamente descentralizado y la inclusión de una serie de derechos diferenciados para
los pueblos indígenas.
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“El multiculturalismo reclama un Estado capaz de abarcar formas diferentes de pluralismo cultural (Kylmicka, 1996)
que reconozca naciones, culturas o religiones, pero respetando un marco de derechos fundamentales (Sartori, 2008). La
interculturalidad parte de una crítica al multiculturalismo. Indica que mientras este último se centra en el reconocimiento
del derecho a la diferencia, pero incorporado sin alterar mayormente el orden establecido, la interculturalidad plantea
transformaciones profundas en el Estado que cambien la relación de los grupos étnicos con el resto de la colectividad y
aseguren su inclusión como sujetos en la toma de decisiones (Walsh, 2002)”. Estremadoiro, 2010.
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La lógica del “vivir bien” supone una visión distinta del medioambiente donde, el ser
humano, sería apenas una parte más entre los múltiples seres y, por lo tanto, la
naturaleza es definida como “una madre” que no se puede funcionalizar y menos cosificar.
De ahí la gran diferencia con la lógica “extractivista” que considera al entorno natural
como un “objeto” para su aprovechamiento. En cambio, la lógica del “vivir bien”, retoma
una interpretación de mayor misticismo y religiosidad (que sería definida como “primitiva”
desde la lectura darwinista social) al comprender la naturaleza como un ser vivo del cual
sólo seríamos un eslabón más.
Plantea que “el vivir bien” sería más equitativo al buscar un sistema social que esté en
equilibrio, a diferencia de la primacía de la monetarización capitalista que conduciría a una
deshumanización manifiesta. Los paradigmas y modelos económicos del occidentalismo
se interpretan como un desengaño y los indicadores “clásicos” del desarrollo económico
como el Producto Interno Bruto, no serían relevantes para visualizar la realidad social. En
contraparte, el “vivir bien” se guiaría “por conseguir y asegurar los mínimos
indispensables, lo suficiente, para que la población pueda llevar una vida simple y
modesta, pero digna y feliz” (ecologiablog.com).
En miras a consolidar esta mirada, hubo varios eventos donde representantes de pueblos
indígenas de todo el continente americano han ido elaborando los manifiestos del “vivir
bien”. Entre las reuniones de mayor importancia estuvieron el 3er Foro Social Américas
2008, celebrado en Guatemala, otros similares celebrados en Ecuador y Venezuela,
además de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los
Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba, organizada por el Estado boliviano el 2010
y la Asamblea de Movimientos Sociales en Dakar, Senegal el 2011. Parte de la
declaración de esta Asamblea es ilustrativa sobre las críticas a la hegemonía de la
economía mundial:
del capital, que se oculta detrás de la promesa de progreso económico del capitalismo y
de la aparente estabilidad política”. (Extractado de http://cmpcc.org/).
La nueva Constitución Política del Estado boliviano en Los Principios, Fines y Valores del
Estado, indica:
“II. El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad,
solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio,
igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar
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Los mandamientos son los siguientes:
“1. Si se quiere salvar el planeta, hay que erradicar al modelo capitalista y lograr que el norte pague la deuda ecológica en
vez de que los países del sur y de todo el mundo paguen la deuda externa.
2. Denunciar y acabar con las guerras, que solo traen ganancias para los imperios, las transnacionales y un grupo de
familias, pero no a los pueblos. Los millones y millones de dólares destinados a las guerras deberían ser invertidos en la
tierra, herida por el maltrato y la sobreexplotación.
3. Desarrollar relaciones de coexistencia y no de sometimiento entre los países en un mundo sin imperialismo ni
colonialismo. Son importantes las relaciones bilaterales y multilaterales porque somos de la cultura del diálogo y de la
convivencia social, pero esas relaciones no deben ser de sometimiento de un país a otro.
5. El agua es un derecho humano y para todos los seres vivientes del planeta. No es posible que haya políticas que
permitan privatizar el agua.
5. Desarrollo de energías limpias y amigables con la naturaleza, acabar con el derroche de energía. En 100 años estamos
acabando con la energía fósil que ha sido creada en millones de años. Evitar que se promuevan los agrocombustibles. No
se puede entender que algunos gobiernos y modelos de desarrollo económico puedan reservar tierras para hacer funcionar
automóviles de lujo y no para alimentos del ser humano. Promover debates con los gobiernos y crear conciencia para que
la tierra beneficie a los seres humanos y no sea usada para producir combustibles.
6. Respeto a la madre Tierra. Aprender con las enseñanzas históricas de los pueblos nativos e indígenas sobre el respeto a
la madre Tierra. Se debe generar una conciencia social, colectiva de todos los sectores de la sociedad de que la tierra es
nuestra madre.
7. Los servicios básicos, como el agua, luz, educación, salud, comunicación y transportes colectivos deben ser tomados en
cuenta como un derecho humano, no puede ser de negocio privado, sino de servicio público.
8. Consumir lo necesario, priorizar lo que producimos y consumir lo local, acabar con el consumismo, el derroche y el
lujo. No es entendible que algunas familias solo busquen el lujo, a cambio de que millones y millones de personas no
tengan posibilidades a vivir bien.
9. Promover la diversidad de culturas y economías. Somos tan diversos y esa es nuestra naturaleza. Un Estado
plurinacional, donde todos están al interior de ese Estado, blancos, morenos, negros, rubios.
10. Queremos que todos puedan vivir bien, que no es vivir mejor a costa del otro. Debemos construir un socialismo
comunitario y en armonía con la madre Tierra”. (Texto extraído de Caudillo Felix, 2009).
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“Artículo 33. Las personas tienen derecho a un medio ambiente saludable, protegido y
equilibrado. El ejercicio de este derecho debe permitir a los individuos y colectividades de
las presentes y futuras generaciones, además de otros seres vivos, desarrollarse de
manera normal y permanente”.
Así, la lógica del “vivir bien” parece quedar más como un enunciado simbólico e identitario
que como una praxis efectiva.
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Denominación textual de la Constitución.
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El hecho de dejar al “vivir bien” como una interpelación discursiva y adoptar en el fondo un
modelo “compatible” con la hegemonía económica mundial, puede tener sentido, si
analizamos las posibilidades de ejecución del modelo del “vivir bien” en la práctica real en
un contexto de economía articulada y globalizada. Además por las propias prácticas de
los grupos indígenas y otros sectores sociales bolivianos, que se supone serían el
ejemplo a seguir en cuanto a la aplicación del “vivir bien”, pero que se han adaptado y
articulado a las lógicas capitalistas y mercantiles como cualquier otro colectivo.
Ello nos deriva al debate sobre las características de las culturas y de las interpretaciones
de la etnicidad. Desde ciertos imaginarios indigenistas se tiende a comprender a los
grupos étnicos como inmunes a los procesos históricos y sociales, por lo tanto habrían
conservado sus “prácticas ancestrales” intactas, lo que los diferenciaría de los sectores
sociales “occidentalizados”.
Esta propuesta parece describir mejor la praxis real de los grupos étnicos, incluyendo la
de la lógica del “vivir bien”. De acuerdo a Stern (1987), tanto en el periodo colonial, como
en el de la República, estos colectivos asumieron especie de “adaptación en resistencia” a
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Este imaginario es recogido por el preámbulo de la Constitución boliviana en el que se lee que “en tiempos
inmemoriables, se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro
altiplano, nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros
diferentes y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y
culturas. Así conformamos nuestros pueblos y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos
tiempos de la colonia”. (Preámbulo.CPE).
Aquello representa una falacia histórica. Recordar que antes de la llegada de los españoles, el Imperio Incaico había
sometido, no siempre de manera pacífica, a otras etnias que poblaban parte del territorio boliviano y existen antecedentes
de enfrentamientos de distintos pueblos. Por lo tanto, no hubo tal comprensión idealizada de la “diversidad de seres y
culturas” y ausencia de “racismo”. No se puede suponer que el pasado pre-colonial no haya estado exento de una
característica de la naturaleza humana, cuya historia está plagada del sometimiento de unos sobre otros. (Estremadoiro,
2010).Pero el problema va más allá de la distorsión de la historia. El Preámbulo es solamente el inicio de una tendencia
que va a marcar el resto del texto constitucional, que redunda en el estereotipo de que los grupos étnicos por su carácter
“ancestral” y precolombino, se han mantenido herméticos e invariables a lo largo de su devenir y “puros” a la
contaminación colonial, “castidad” que aún mantendrían en nuestros días al no verse afectados por la “occidentalización”.
(Estremadoiro, 2010).
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Entonces, cabe preguntarse, dónde queda la lógica del “vivir bien” en la práctica real,
sobre todo en lo referido en la crítica que sustenta sobre el deterioro ambiental y en
relación a la visión de progreso y/o desarrollo monetarista.
¿Será que el “vivir bien” simplemente es parte del repertorio discursivo que sustentan los
imaginarios indigenistas primordialistas, pero que su praxis no es factible? Si fuera así
¿Qué alternativa tangible se puede contraponer a la práctica depredadora y asimétrica del
desarrollo capitalista en un momento donde comienzan a urgir los problemas ambientales
y sociales? En otras palabras, ¿será posible una articulación de la lógica del “vivir bien” en
la economía mundial globalizada como un intento de hacer más sostenible el
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Como un ejemplo de “adaptación en resistencia” para el caso boliviano, Stern (1987) estudia la explotación de plata en el
Potosí colonial y muestra como los indígenas reducidos a fuerza de trabajo gratuita, se dan maneras de resistir a tal grado
de injusticia, “engañando” a sus patrones al guardarse los minerales de mayor calidad e intercambiarlos en los mercados
intercomunales.
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Admito que el cariz de esta reflexión ha sido tremendamente pesimista, ya que al analizar
(los intentos de) la aplicación de ambas lógicas, no se han encontrado muchos resultados
alentadores, más allá de los estereotipos, mitos y utopías. Sin embargo, la adopción de la
lógica del “vivir bien” por el Estado boliviano es reciente. Tal vez, queda esperar la
consolidación paulatina del “proceso de cambio” para que se vayan perfilando las
verdaderas transformaciones, no solamente estructurales sino en los comportamientos
colectivos e individuales respecto a una convivencia más armoniosa con el
medioambiente y entre seres humanos. Coincidimos con la afirmación de Elizalde (2002)
de que una salida a los problemas societales y ambientales necesariamente partirá de un
cambio en las actitudes, lo que suele ser un proceso más complejo y difícil, pero
esperemos que no imposible.
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