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Introducción
A. La actitud cartesiana
B. Las aversiones de Descartes
C. El voluntarismo de Descartes
A. La realidad de la causa
B. El despliegue del tema del valor de semejanza de la idea
C. La conversión de la duda: el cogito
D. La ontología cartesiana
E. El problema de la idea de sustancia
INTRODUCCIÓN
4) Lo que aquí interesa poner de relieve es que, tanto Espinosa como Kant y
Hegel, reciben de Descartes un planteamiento, no una solución, siquiera inmadura y
por completar. Ahora bien, un planteamiento separado de todo sentido positivo que
lo determine y satisfaga es exactamente un puro problema. La recepción de tal
problema es una misma cosa con el impulso dirigido a dotarle de solución.
Descartes persiste en la filosofía moderna como lo que podría llamarse una
inspiración problemática, la cual deja a quien la tiene la entera originalidad de la
construcción.
Problematismo y tendencia a lograr una solución definitiva y original, he aquí
los rasgos con que Descartes marca su presencia en la filosofía posterior. Resalta
netamente lo que tal presencia tiene también de ausencia y falta de continuación.
Pero, si bien se mira, estos dos rasgos equivalen a las condiciones precisas de una
filosofía sistemática: si la razón como primer principio es el puro problema, quiere
decirse que lo problemático en cuanto tal no es lo inseguro, insoluble o inasequible,
sino la fuerza suprema y poseída. En cuanto problema, la razón es latencia, pero se
trata de la latencia de la razón como primer principio y por lo tanto de la latencia que
puede y está llamada a resolverse desvelándose. El problema del primer principio se
define en orden a su solución, y esta consiste en la misma suscitación del orden
objetivo como tal.
El filósofo moderno ha estado condenado, por la peculiaridad de la
inspiración que recibe, a recomenzar desde el principio. El carácter sistemático de la
filosofía moderna es lo que en ella se opone al "desideratum" de un desarrollo de la
filosofía cartesiana, e incluso a su simple conservación; la coincidencia se reduce a
lo latente y pretemático e impulsa a una explicitación nueva.
1. La obra cartesiana se cita por la edición de Adam y Tannery, indicando entre paréntesis el tomo y la página: Se exceptúa
el Entretien avec Burman, que se cita por la edición de las obras de Descartes de la n.r.f., París, 1957. La referencia a
otras exposiciones o interpretaciones tiene un carácter puramente ilustrativo o auxiliar. Se ha preferido para la cita expresa
a los intérpretes más modernos. Los subrayados son siempre míos.
EL VOLUNTARISMO CARTESIANO
A) LA ACTITUD CARTESIANA
3. Discurso, 3ª parte (VI, pág. 29). Sobre el carácter ficticio de la duda escéptica, cfr. también la carta al Hyperapistes, de
agosto de 1641 (III, pág. 434).
4. Cfr. Principios, prefacio (IX, 2ª parte, pág. 6). En el mismo sentido, cfr. Principios, I, art. 3 (VIII, pág. 5).
8. Con todo, Descartes da a su filosofía un carácter apologético. Cfr. E. Bréhier, Histoire de la Philosophie, París, 1950, tomo
II, fascículo 1, págs. 64 y ss.
9. Discurso, 1ª parte (VI, pág. 9).
10. Ibid. (VI, pág. 10).
De este modo, queda delimitada la zona de convicciones de que hay que
tratar de desembarazarse, a saber: lo recibido; o lo que es igual, todo objeto a cuya
aparición en el área consciente no haya asistido el cognoscente de un modo
formalmente vigilante. Tales objetos, al anticiparse a la atención del cognoscente, la
defraudan, de tal manera que su conocimiento no puede, propiamente,
establecerse, y sólo cabe prestarles una adhesión constitutivamente posterior. Esta
adhesión es una asistencia con valor de refrendo, con que la voluntad, a cuyo cargo
corre, acude tardíamente a suplir la originaria falta de lucidez de la presencia del
objeto en la mente. La adhesión, por su parte, como es obvio, carece de auténtico
valor cognoscitivo. Dudar no es sino evitar la adhesión y con ello remediar el
carácter tardío de la atención.
Temáticamente, a la situación de anticipación a la atención en que aparece lo
conocido llamaré suposición, y supuesto al objeto en tal situación. La intención
negativa de la actitud cartesiana puede caracterizarse como una critica de
supuestos, que mira a desembarazar a la actitud misma de toda adhesión. Claro
está que el propósito de remediar el advenimiento tardío de la atención mediante la
abstención dubitativa es de corto alcance, y completamente insuficiente para
superar lo que llamamos suposición. Por ello hay que decir también que Descartes
no percibe sino de manera muy tosca y parcial el sentido puro de anticipación del
objeto pensado.
Es menester ahora averiguar el sentido directo de la fragilidad y poca solidez
que en los supuestos nota Descartes. ¿Por qué son problemáticos los
conocimientos recibidos? ¿Qué les falta, que justifique el cobrar conciencia de estar
aprisionado por ellos? La crítica cartesiana, ¿a qué apunta con su movimiento vasto
de retracción? Está claro: a los supuestos les falta seguridad. Descartes busca
seguridad.
11. Husserl caracteriza expresivamente las limitaciones del punto de vista cartesiano como "un voto de pobreza en materia de
conocimiento". E. Husserl, Meditaciones cartesianas, ed. francesa, París 1947, pág. 2.
Abundan las razones importantes para sostener que este segundo sentido de
la evidencia es el auténticamente cartesiano. Muchas de ellas aparecerán al hilo de
la presente interpretación. Ahora interesa destacar estas dos:
16. La realización de la duda sirve precisamente para recabar la libertad del conocimiento como actividad interior, cfr. Jaspers,
Descartes y la filosofía, trad. española, Buenos Aires, 1958, pág. 31. Jaspers asigna los siguientes riesgos a la actitud
cartesiana:
1) Si el contenido evidente falta, en cuanto dato, la claridad y distinción, y con ella el juicio libre, son vacíos.
2) El pensamiento puro seria el desligarse de todo; o sea, tanto como perder contacto con la realidad de la vida; una
pérdida constante de contenido, un aislamiento y una abstención.
3) La verdad se pierde en la tentación del intelecto puro, ya que esa tentación es la aspiración a la univocidad, y no a la
superación de la contradicción. Cfr. Ibid., págs. 34 y ss.
Sobre el sentido intelectual y voluntario de la duda, cfr. la carta a Buitendijck (IV, pág. 12).
17. Reglas, XII (X, 412). Sobre la crítica cartesiana del conocimiento sensible, cfr. Gilson, Etudes sur le rôle de la pensée
médiévale dans la formation du système cartésien, 2ª ed., París. 1951.
"Descartes rechaza el fantasma, la species intencional, entidad mixta, material y espiritual a la vez. De aquí esta
consecuencia: puram intellectionem rei corporeae fieri potest absque ulla specie corporea ", op. cit., pág. 26, cfr. también,
ibid., pág. 186 y sig.
Cfr. también Jaspers: el método está ligado al pensar libremente; de aquí la descalificación de la imaginación y la
percepción sensorial: op. cit., pág. 52. El pensar puro es el pensar libre.
18. La experiencia sensible es un conocimiento intuitivo para Descartes. Pero es distinta de la intuición intelectual porque no
tiene nunca por objeto la naturaleza simple. Por lo tanto, el objeto de la intuición sensible no tiene valor de elemento del
objeto fenomenal. En Descartes, el conocimiento y la imaginación están en una situación de dualismo no problemático. Tal
situación es abierta por la voluntad. Claro es que la producción de la idea clara y distinta -en virtud del proceso depurador
de la duda- sólo se controla en cuanto a la claridad. Pero esto no significa, como pretende Leibniz, que el criterio de la
duda sea arbitrario en el plano del contenido objetivo. Más bien habría que decir que no es un criterio de objeto, o que no
es arbitrario, sino extrínseco. Los objetos que lo cumplen, lo cumplen simplemente de hecho. Téngase en cuenta que la
evidencia de las matemáticas es un mero caso de evidencia.
19. Cfr. 6ª Meditación (IX, pág. 59).
b) Pero la aversión de Descartes se muestra más intensa respecto de otros
conocimientos. La antipatía frente a la dialéctica, es decir, la lógica formal (20) , es
mucho mayor que la que despiertan en él los sentidos: "Pero algunos se
asombrarán quizá de que buscando aquí los medios más aptos para deducir unas
verdades de otras, omitamos todos los preceptos por los que los dialécticos piensan
gobernar la razón humana" (21) . La lógica formal exige a la razón "que se confíe" (22)
a sus preceptos, que no esté continuamente atenta a la deducción, pues se llega a
la conclusión cierta por la sola virtud de la forma. Esta confianza es un
"compromiso" (23) injustificable.
20. La Dialéctica es, para Descartes, la lógica de la Escuela. cfr. Principios, Introduc. (IX, 2ª parte, pág. 13).
21. Reglas, X (X, 405).
22. Ibid., X, (X, 405).
23. Ibid., (X, 405).
24. Ibid., (X, 406). "Solamente recogemos aquellos recursos que mantengan despierto nuestro pensamiento".
28. Reglas, XIV, (X, pág. 438). Cfr. Reglas, XIII (X, pág. 430).
29. Reglas, XII (X, pág. 428).
30. Reglas, X (X, pág. 406). Los preceptos cartesianos no son formales ni generales: son el modo de llevar adelante un
control plenamente cargado de intención voluntaria. Descartes no sospecha la evidencia formal del pensamiento ciego. El
método cartesiano depende de la duda. Pero la duda sólo puede servir de criterio a un pensar intuitivo. La duda apunta a
una situación inconmovible según la cual se constituye la presencia mental del objeto. Descartes no podría admitir la
siguiente proposición de Leibniz: "ideam rei habere dicimur, etsi de ea non cogitemus, modo data occasione de ea cogitare
possimus".
31. Reglas, XIV (X, pág. 440). Descartes compara su método con el hilo de Teseo: cfr. Reglas, V (V, pág. 280). El uso
autónomo del método es una posibilidad secundaria, no incluida en la intención fundamental de Descartes. Con todo, es
una posibilidad importante, aunque para poderla encajar legítimamente en metafísica es menester un replanteamiento del
tema del sum. Al final de esta investigación se hacen algunas observaciones al respecto. Cfr. también la nota 278.
32. Ibid. (X, pág. 439).
33. Cfr. Reglas, XI (X, pág. 4071).
c) Los sentidos y la lógica formal, junto con la memoria y las autoridades, son
los objetos de la desconfianza de Descartes que normalmente se destacan. Pero
hay algunos más, muy significativos desde nuestro punto de vista.
Respecto de la memoria, baste con indicar: 1) Que de ella depende "la
certeza de las conclusiones que comprenden más cosas de las que podemos captar
en una sola intuición" (37) . De aquí la necesidad de fundarla en algo tan sólido como
la bondad, y perfección de Dios - que es lo único que puede sustituir al control,
como veremos - y también, por otra parte, la conveniencia de reducirla todo lo
posible (38) . 2) Que no se puede recordar la evidencia (39) , lo cual es una prueba más
de que la evidencia depende del control de la actitud.
40. Cfr. la Regla IV (X, pág. 375): "Los mortales están poseídos por una curiosidad tan ciega que frecuentemente conducen su
espíritu por vías desconocidas, sin ningún motivo de esperanza, sino solamente para ver si aquello que buscan existe".
Para Descartes, la admiración es la primera de las seis pasiones fundamentales, cfr. Principios, I, art. 53, 70, 71 (VIII,
págs. 31, 34 y 35).
41. Cfr. Recherche (X, pág. 500).
42. Cfr. Reglas, IV (X, págs. 375 y ss.). Sobre las autoridades y las definiciones, cfr. Recherche (X, 522 y ss.). Sobre la
admiración: cfr. también Meteoros (VI, 636). Véase también R. Lefèvre, op cit, pág. 5.
43. Cfr. Lefèvre, op. cit., pág. 63, nota 1.
44. Reglas, VIII (X, pág. 396).
45. Cfr. Reglas, VIII (X, pág. 399).
46. Reglas, VIII (X, pág. 398).
e) Está claro. Descartes abomina de todo aquello que por el lado del objeto o
por el lado del sujeto pueda significar el olvido o sustitución de la actitud. No admite
ni las sublimidades ni las exaltaciones. Opera un miedo al vacío, pero no
directamente como tema de lo indefinido, puesto que la actitud puede subsistir sin
adherirse a nada, sino, más bien al revés, como peligro de pérdida en la aceptación
del objeto. La sobriedad y la contención cartesiana no son el nosce te ipsum y el
horror a la hybris del espíritu griego. Si esta diferencia no se tiene en cuenta se hace
incomprensible el núcleo de la filosofía de Descartes es decir, la duda y el cogito.
La diferencia con la actitud griega llega a formularse como clara oposición
frente a lo que en Aristóteles se acerca más a una toma o adopción de actitud: el
deseo de saber como raíz de la filosofía (47) . Y es que, en verdad, la actitud
cartesiana no es un deseo de saber, sino una cosa muy distinta: una pretensión de
control y seguridad. Descartes, en el origen de su filosofar, no desea saber ¿Qué
quiere? ¿No ser engañado? No precisamente. En rigor, Descartes no quiere algún
objeto -no sabe lo que quiere-; simplemente vigila y controla, guarda y fomenta su
actitud. La abstención es objetivamente universal: ningún saber en cuanto dado es
válido. Pero entiéndase: no en virtud de razones objetivas, sino por una necesidad
imperativa de otro orden, a que se sujeta la objetividad como tal. Todo tiene que ser
controlado tamizado, repetido personalmente, comprobado desde el centro
imperturbable de lucidez. Descartes es un jalón en la historia, un innovador en
sentido estricto. Algo inédito va a comenzar en él. Esta inteligencia sin penetración
ha dejado en seco una asombrosa voluntad.
47. Cfr. Recherche (X, pág. 500). El deseo, o anhelo, es para Descartes un tema voluntario relativo a la existencia.
Concluyamos este apartado con estos inauditos textos: "componen por
impulsión sus juicios sobre las cosas, aquellos que son llevados a creer algo sin
estar convencidos por ninguna razón, sino determinados solamente por alguna
potencia superior, por su propia libertad o por una disposición de su imaginación: la
primera no equivoca nunca... pero no tiene entrada aquí porque es extraña al
método" (48) . Se trata, en el fondo, de que es extraña e independiente del control.
"Pudiera ser que Dios haya querido que yo me equivoque todas las veces que sumo
dos y tres" (49) . Incluso la voluntad divina tiene que ser examinada, no vaya a ser que
su intervención omnipotente arruine la pretensión humana. "De cualquier manera
que suponga que he llegado al estado y ser que poseo, ya lo atribuya a algún
destino o fatalidad, ya al azar, ya a una continuada consecuencia y sucesión de
cosas..." (50) . Esto es lo que se le ocurre a Descartes sobre los procesos que él no
puede controlar.
C) EL VOLUNTARISMO DE DESCARTES
56. Con todo, en la carta a Mesland del 9 de febrero de 1645 (VI, pág. 173) Descartes observa que la amenaza podría
consumarse.
57. "La libertad se descubre ahora como lo que deja ser el ente". M. Heidegger, Von Wesen der Wahrheit, Frankfurt a. M. 3ª
edición, 1954, pág. 14. Este dejar ser - sein lassen - ¿está en Descartes? No.
81. Principios, I, art. 13 (VIII, pág. 9). Por no tener en cuenta la correspondencia entre voluntad y afirmación de existencia, el
bien intencionado intento de Callot de reaccionar contra la interpretación sistemático-kantiana de Descartes, tiene que
recurrir al procedimiento demasiado contingente de la reconstrucción biográfica de la obra de Descartes, cfr. E. Callot,
Problèmes du Cartesianisme, Annecy, 1956, págs. 32 y ss.
82. Discurso, 4ª parte (VIII, pág. 35).
83. Discurso, 4ª parte (VIII, pág. 39).
84. 3ª Meditación (IX, pág. 31).
85. En otra dirección debe decirse también que "el juicio, acto del espíritu, registra su actualidad, no su virtualidad". Lefèvre,
op. cit., pág. 200. La virtualidad del espíritu es el pensamiento.
86. Cfr. Las definiciones de la idea de su ser objetivo y de la realidad formal, en Segundas Respuestas, definiciones II, III y IV
(IX, págs. 124 y ss.).
94. En Descartes "la conciencia de sí parece ser voluntad y libertad a la vez que inteligencia. Sin embargo, por lo menos en el
hombre, la conciencia es mas espectadora que actora... de manera que es sobre todo receptividad, percepción e idea".
Hamelin, op. cit., pág. 365. A mi entender, sin perjuicio de reconocer la pasividad del intelecto cartesiano precisivamente
considerado, conviene señalar que el poder de la voluntad se refleja sobre el intelecto y en cierto modo lo asocia a su
movimiento La fuerza espiritual del hombre, en orden al intelecto, es poder de "recibir las sensaciones; de fijar, concentrar,
desviar o rebajar la atención; de suscitar, reconocer y combinar imágenes; ... de distinguir, desechando los prejuicios, lo
que las percepciones tienen de claro o de confuso, y de definir su valor y encontrar su explicación:... de rechazar, cribar,
considerar, criticar, dividir, o revisar el conjunto de sus ideas;... de inventar, separar, unir, encadenar, comparar,
universalizar, utilizar y comunicar una infinidad de verdades. Sobre todo esta potencia central y verdaderamente libre tiene
el poder inmediato de percibirse ella misma en el núcleo de todas sus acciones, en su libertad actual". Lefèvre, op. cit.,
págs. 129 y sig.
95. Pasiones, art. 17 (XI, pág. 432).
96. Pasiones, art. 19 (XI, pág. 343).
Lo que está, en principio, en nuestro poder son las ideas; pero no está en
nuestro poder la realidad: congruentemente, las ideas no son reales, y la realidad es
extramental. La crítica del supuesto, en cuanto que encaminada a poner en
condiciones de ejercicio nuestro poder de principio sobre las ideas, comporta la
destrucción de la confusión entre ellas y la realidad.
99. Es imprescindible subrayar con toda energía la irreductibilidad de la filosofía de Descartes a la kantiana. Algunos
expositores no la tienen en cuenta, e incurren por eso en el despropósito de interpretar el cartesianismo desde la KRV.
Señalemos entre otros a J. Marechal, Le point de départ de la Métaphysique, 3ª ed, París, 1944, págs. 43-78 del Cahier II;
E. Cassirer, El problema del conocimiento , trad. española, México, 1953, tomo I, págs. 447-513.
100. Hasta aquí venimos hablando de la idea sin tener en cuenta su interna estructura. Ahora se insinúa que la idea se
compone de dos elementos: el contenido objetivo y la formalidad de la situación ideal. Las consecuencias de este
discernimiento son de gran alcance.
A) LA REALIDAD DE LA CAUSA
Si yo tengo idea, ésta tiene causa. No hay idea sin causa (110). Ahora bien,
podría darse que las ideas, aun siendo originadas, no fueran semejantes a sus
causas (111). De manera que lo que ahora falta es que la idea pueda parecerse a...; y
que yo esté seguro de que efectivamente se parece. Desde esta perspectiva, la idea
hace de vicario de la realidad según su objetividad. La posición absoluta no es la
cosa en sí, ignota pero idéntica al noúmeno de Kant: el objeto podría ser
perfectamente numenal y sin embargo es siempre distinto de la cosa. Conocer es
presentar una objetividad cuya eventual perfección consiste en poseer un valor de
semejanza. Pero si esa semejanza es efectiva, eso no se conoce inmediatamente,
ya que la realidad es extramental. La semejanza no es tampoco susceptible de
verificación intelectual, es decir, de comparación, pues la comparación se hace entre
ideas, mientras que la idea y la realidad son heterogéneas. La perfección del
conocimiento está en conocer lo semejante a..., pero no existe ningún procedimiento
para verificar tal semejanza (112).
110. Cfr. las hipótesis de Pasiones, arts. 20, 21, 23, 24, 25 (XI, págs. 344, 346, 347).
111. Cfr. 3ª Meditación (IX, pág. 30).
112. "El principal y más ordinario error consiste en que juzgo que las ideas que hay en mí son semejantes o conformes a cosas
que hay fuera de mí; pues, ciertamente, si considerase solamente las ideas como ciertos modos de mi pensamiento, sin
querer referirlas a otro algo exterior, apenas me podrían dar ocasión de equivocarme", 3ª Meditación (IX pág. 29).
Surge de este modo una peculiar dificultad, por otra parte inevitable en el
planteamiento cartesiano. La semejanza del objeto con la cosa es, por así decirlo,
unilateral: en principio, se puede ir del objeto a la cosa, pero no al revés. En tales
condiciones, ¿cómo estar seguro del valor representativo del objeto?
e) Así pues:
114. Para Callot, la identificación entre una idea y una existencia, en un caso concreto, no puede buscarse "en una
confrontación imposible de un ser con la idea que pretende representarla", op. cit., pág. 75. Callot cree que esa identidad
sólo puede establecerse en el caso del cogito-sum; y ello hasta el punto de que esa identificación es lo que Descartes
intenta con el cogito. A mi juicio, ni siquiera en el caso del cogito se trata de una identidad, porque en el cogito no hay
"confrontación" tampoco.
115. Cfr. séptimas respuestas (VII, pág. 473), en donde Descartes dice netamente que la duda y la certeza no son propiedades
de la objetividad. Naturalmente, si la duda determinara definitivamente el objeto dudoso, seria imposible dejar de dudar de
tal objeto. Con lo cual una duda universal sería una situación insuperable.
116. "La idea y su causa trascendente se contraponen expresamente la una a la otra como dos clases distintas de ser, sin que
en parte alguna encontremos, por tanto, a aquella "naturaleza común" y aquella unidad fundamental a las que es
necesario poder reducir los dos términos de una relación para que puedan ser considerados como de la misma clase y
cognoscibles el uno por el otro". Cassirer, op. cit., I, pág. 503.
117. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 38).
118. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 37).
119. Ibid. (VI, pág. 37).
120. 2ª Meditación (IX, pág. 22).
121. Ibid. (IX, pág. 22).
130. Wissenschaft der Logik, tomo II, pág. 487 de la edición Lasson.
131. Reglas, I (X, pág. 360).
132. Ibid. (X, pág. 361).
133. Recherche (X, pág. 514).
134. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 32). Según Hamelin, para Descartes "la certeza brota de la duda practicada con toda
seriedad", op cit., pág. 120. No hay, pues, en Descartes una duda limitada, o coexistente con la certeza.
135. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 35).
136. La interpretación y valoración del cogito cartesiano, es uno de los puntos de referencia de toda la filosofía moderna, y
también la cruz de sus expositores. Véanse las oscilaciones de algunos de los mejores expositores de Descartes.
Hamelin: El cogito es un juicio -op. cit., pág. 143-. Pero no hay inconveniente en decir que es un silogismo aunque
la premisa mayor no es un universal que trascienda al yo -ibid., pág. 143-. Pero, en el fondo, en el cogito se plantea una
cuestión de hecho. Así debe ser para que el cogito no constituya una especie de prueba ontológica -ibid., pág. 143-. Esta
última observación es muy importante. El cogito no constituye la ratio essendi del ser pensante, sino únicamente su ratio
cognoscendi -ibid., pág. 144-. Pero lo que establece como punto de partida no es la esencia de mi pensamiento, sino el
hecho de mi duda o de mi pensar -ibid., pág. 144-.
Callot: El cogito marca el paso del plano idealista del método al plano ontológico de la Metafísica - op. cit., pág. 65-.
El cogito es esencialmente un hecho -ibid., pág. 65-. Pero también es, para la razón, una naturaleza compleja, en la que
se distinguen tres naturalezas simples: el ser, el yo y el pensamiento -ibid., pág. 65-; o cuatro: el ser, el yo, la duda y la
perfección -ibid., pág. 66-. Sin embargo, para Descartes, aunque incorrectamente, el cogito es una intuición intelectual en
su complejidad misma -ibid., pág. 66-. A continuación. Callot intenta determinar analíticamente el contenido del cogito. El
cogito consta de dos proposiciones conexas: yo pienso, yo soy -ibid., pág., 70-. En definitiva, el cogito expresa la
experiencia única en que el ser es captado directamente por el pensamiento -ibid., pág. 76-. Por eso no es una progresión
del pensar -en contra de Hamelin-, pues en ese caso caeríamos en un argumento ontológico -ibid., pág. 87-; se trata
simplemente de experiencia, no de unidad analítica, del ser en el pensar -ibid., pág. 88-. Esta experiencia incluye que,
aunque la esencia del yo sea el pensamiento, el yo es distinto del pensamiento realizado, puesto que es su autor -ibid.,
pág. 100-. El cogito no es realmente una deducción, sino que su forma discursiva está exclusivamente en lo que tiene de
enunciado y en lo que tiene de intuición -ibid., pág. 102-. Pero el cogito es imperfecto, porque no es un hecho vivido y
sentido, sino un hecho visto por el entendimiento, es decir una evidencia intelectual, por lo cual lleva al planteamiento del
problema del valor de la evidencia y con ello al tema de Dios -ibid., pág. 1l5-.
La posición de Lefèvre es más coherente: El cogito es una extrema reacción contra las teorías no personalistas del
conocimiento -op. cit, pág. 65-. El cogito es la conciencia de la actividad -ibid., página 66-. Sin esta conciencia se reduciría
el sujeto al objeto, que precisamente lo supone -ibid. , pág. 50- Dubito, como modo del pensamiento, se refiere al Cogito;
Cogito, descubierto como atributo se refiere al "Existo"; el Existo es la cosa activa dotada de la facultad de hacer -ibid.,
pág. 50-. El cogito es la única certeza del sujeto y, a la vez, la certeza del sujeto sólo -ibid., pág. 57-. El cogito no es
solamente una idea que representa una esencia, sino un juicio que afirma una existencia -ibid., pág. 68, nota 2-. Pero el yo
no es el yo formal de una proposición lógica, el sujeto separado de su verbo, sino una fuerza que opera y se capta como
permanente en el seno de sus operaciones - ibid., pág. 69 -. El cogito es verdad porque afirma la idea distinta que el
pensamiento forma de sí mismo - ibid., pág. 74 -. Con todo, la sustancia pensante no se reduce a la intelección.
Conocerse por el entendimiento puro no es ser puro entendimiento -ibid., pág. 75, nota 2-. En la subjetividad, la
intelectualidad es forma de la actividad - ibid., pág. 76 -: Lo conocido en el cogito es inmediato hasta el punto de que la
duda no puede separarlo del cogitante - ibid., pág. 77 -. El cogito no es ni la idea objetiva de lo que se piensa, ni la idea
objetiva de pensamiento, sino la idea o conciencia de la acción subjetiva de pensar - ibid., pág. 153 -.
137. Recherche (X, pág. 518).
138. Cfr. Recherche (X, pág. 521).
139. Principios, prefacio (IX, 2ª parte, pág. 10). Pero "el cogito no tiene nada que ver con un idealismo que intentase determinar
progresivamente todas las formas de la realidad como condiciones de la reflexión del yo sobre si mismo". Brehier, op. cit.,
II, 1, pág. 72.
142. Yerran los interpretes intelectualistas "que reducen el yo del cogito a una pura idea, la cosa pensante a un puro
entendimiento separado de la voluntad. Estos intérpretes anulan el juego de la libertad en la duda, confunden el sujeto
pensante con los objetos del pensamiento de los que la duda ha triunfado y, en consecuencia, hacen inexplicable la teoría
del juicio, la prueba del mundo exterior, el perfeccionamiento moral e incluso el amor de Dios: es decir, toda la doctrina".
Lefèvre: op. cit., pág. 76, nota 2.
143. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 33).
144. Recherche (X, pág. 524).
145. Ibid. (X, pág. 524).
146. Principios, I, art. 9 (VIII, pág. 7). Cfr. también, 4as respuestas: "No puede haber en nosotros ningún pensamiento del que
no tengamos conocimiento actual en el mismo momento en que está en nosotros". Con mayor motivo, conciencia es
autoconciencia (IX. página 190).
Desde este punto de vista dinámico, real-anímico por decirlo así, pensar es
anterior e independiente de toda caracterización especial: "no sólo entender, querer
o imaginar, sino también sentir son aquí la misma cosa que pensar" (147). Ser la
misma cosa es posible en aquella dirección en que el conocimiento se corresponde
con la existencia humana, esto es, al margen del valor representativo,
informativo-objetivo, del pensamiento. La distinción entre lo puramente inteligido y lo
sentido o lo imaginado es especificante de los tipos de conocimiento. La evidencia
como conciencia es independiente y distinta de lo evidente como contenido. La
evidencia como tal está anclada en la existencia humana, no deriva de la
experiencia o influjo externo.
También aquí se funda que el conocimiento del alma "precede, al del cuerpo
y es incomparablemente más evidente que éste" (148). Esta mayor evidencia se debe
a la constitución del conocimiento del alma como una evidencia necesariamente
controlada cuyo contenido no depende de la especificación de la imaginación y de
los sentidos. Con ello se corresponde la distinción neta entre alma y cuerpo (149).
Con todo, para conocer la extensión no basta la imaginación, sino que es menester
también una inspección del espíritu (150). Esta inspección es la evidencia misma, la
cual, en cierto modo, se pierde al comunicarse al contenido para constituir la idea
imaginativa (151).
147. Principios, I, art. 9 (VIII, pág. 7).
148. Principios, I, art. 11 (VIII, pág. 8).
149. Cfr. Discurso, 4ª parte (VI, pág. 33): "El alma es enteramente distinta del cuerpo".
150. Cfr. 2ª Meditación (IX, pág. 24).
151. Cfr. la doctrina de la extensión, en Reglas, XIV (X. pág. 442): la extensión y el cuerpo no se distinguen en la imaginación.
Sólo se distinguen en el entendimiento puro, pero sin idea.
"Decidme lo que sois en tanto que dudáis" (159). En el verbo subrayado está, a
la vez, el existir y el pensar, no analíticamente implicados, sino uno continuado y
expresado según el otro: "Si yo no pensara no podría saber ni que existo ni que
dudo. Sin embargo, yo soy y sé que soy. Luego soy una cosa que piensa" (160). La
seguridad del existir no es un dato neutro y desconectado, ya que lo que el
pensamiento asegura es la posibilidad misma de encontrarse. La esencia pensar es
un cobrarse en virtud del existir -en modo alguno la realización del existir mismo-. El
pensamiento es avistado al pensar. Sólo en atención a ello se dice que pensar es.
Ver -el pensamiento- es el ser del pensar. Descartes viene a decir: cogito est sum;
cogito ergo sum, porque el sum está en el 'cogito' precisamente no como
'cogitatum', sino antes. Pienso, luego el pensamiento no se reduce como totalidad a
la situación de objeto. Estar pensando es reductible, en cuanto que estar, al ser.
Empero, la expresión: yo pienso al ser -fórmula equivalente a cogito ergo
sum- es equívoca. Sólo tiene sentido pleno si, a la vez, yo soy al pensar. En otro
caso, pensar y ser no son idénticos. Pero manifiestamente, Descartes no pretende
que la extensión y expresión del sum que es el cogitare, tenga para el sum el valor
de extensión estrictamente real (161).
Sólo así cabe sentar la evidencia, a saber, como término del ciclo que se
inicia en la duda. Pero, a la vez, por ser término, la evidencia no se puede proseguir.
La evidencia es terminal, situación de llegada. No es posible seguir indagando para
superarla o profundizar en ella. El único modo de volver a tomarla en consideración
sería suponerla, lo cual es incompatible con la culminación en orden a la duda,
indisolublemente con la cual se logra. El intento de volver a pensar es irrealizable,
pues es al dudar, es decir, al separarnos del supuesto, cuando en verdad
pensamos. En esto se funda también la teoría cartesiana de la memoria: la memoria
se refiere a la evidencia sin la percepción actual y ejercida de la misma (163). La
memoria no es la conciencia. Pero al consumarse el control del pensamiento, deja
de estar en nuestro poder plantear problematismo alguno: esto sería una ficción
irrealizable (164). Más allá de la evidencia no hay nada por averiguar acerca de ella
misma.
D) LA ONTOLOGÍA CARTESIANA
a) Ya dijimos que Descartes no sabe lo que quiere. Esto significa ahora que
la investigación sobre la evidencia no tiene para él en su primera fase, perspectivas
heurísticas claras en el plano real y que en su lugar ha de acudir a una
determinación previa de lo que se trata de conocer. Pero no se olvide que este
sentido del acceso a la realidad es solidario de la actitud cartesiana. Lo que de esta
manera queda determinado por anticipado es el alcance del conocimiento. Incluso
aquello que con el cogito se ha logrado ya, hay que verterlo al sistema de
postulados que van apareciendo en esta otra línea. Hay una ontología cartesiana
con valor regulativo. Procuraremos fijarla en sus líneas generales.
Esta ontología procede de la comprensión de las necesidades de la
afirmación, no en tanto que la afirmación se haya de verificar in casu, es decir, en
conexión con una idea, sino en tanto que, dado que hay que afirmar, lo afirmado se
corresponde con el valor absoluto de la afirmación. Esta correspondencia puede
estudiarse antes o independientemente del control de la idea y antes también de
aventurarse a la afirmación en este o en el otro caso. Justamente porque la
afirmación no pertenece al pensamiento, puede configurarse la realidad, si bien de
un modo absolutamente general, según ella misma, sin esperar el conocimiento que
con la extensión de la evidencia se pueda lograr. A mi juicio, es aquí donde se
encuentra la gran incongruencia cartesiana, incongruencia que ha de achacarse a la
actitud, que es la que introduce la fisura de principio entre la afirmación y el uso del
entendimiento. ¿Cómo atreverse a sentar, antes del conocimiento, lo que la realidad
tiene que ser? De tal osadía resultará:
1) Que aquello que con el uso del entendimiento se descubra no podrá ser
referido a la realidad más que como una propiedad suya: en Descartes, la
inteligibilidad es externa a la realidad que se postula y viceversa. Pero nótese: lo es
precisamente en cuanto que noúmeno y no sólo en cuanto que objeto.
2) Que la ulterior precisión de la realidad como finita o infinita, en conexión
con la distinción de substancias (tema que hay que distinguir con cuidado del de las
propiedades esenciales objetivamente cognoscibles), no logrará superar los
defectos inherentes a este sentido preintelectual de la realidad. A ello se deberá su
limitación metafísica.
Esta incongruencia tiene, hasta cierto punto, un paralelismo en Kant. Debe
señalarse, sin embargo, una importante diferencia entre el alcance de la anticipación
de la voluntad cartesiana y la función postulante de la razón práctica kantiana:
aquella carece de valor categórico y no es capaz de determinar la realidad ni en
cuanto incondicionalmente existente, ni en cuanto esta o la otra. La distinción de
sustancias por la esencia no está contenida en la anticipación voluntaria. Asimismo,
la realidad en Descartes es en sí misma extrainteligible, pero la inteligibilidad que le
pertenece es cognoscible. Para Kant, en cambio, la realidad es inteligible en sí
misma, pero ignota.
170. Heidegger ha llevado a cabo una exégesis de la sustancia cartesiana, la cual a pesar de sacar a la luz varios extremos
importantes, no acierta en lo fundamental. Cfr. Sein und Zeit, cit., págs 92 y ss. En resumen, Heidegger sostiene:
1) Que la idea de ser en Descartes es la de sustancia.
2) Que lo característico de la sustancia es no necesitar de otro, bien en el orden de la producción, bien a la actividad de
otras criaturas.
3) Que el ser común a las tres sustancias no es aclarado, y que incluso Descartes elude la cuestión.
4) Más aún: Descartes afirma que la sustancia en cuanto tal es inasequible. De modo que cuando Kant sostiene que el ser
no es un predicado real no hace más que repetir a Descartes.
5) Que de este modo se renuncia radicalmente a plantear el tema del ser y se sustituye este tema por el de las
determinaciones esenciales.
6) Que Descartes usa el término sustancia con un sentido oscilante.
Toda esta exégesis está limitada por la presunción de que la sustancia es la idea del ser en Descartes, es decir, por el
desconocimiento del valor primordial de la voluntad, a cuyo servicio está la idea de sustancia, que no es una idea objetiva,
sino una simple hipótesis.
171. Sólo en precarias condiciones, acudiendo más allá de la afirmación, al afán o anhelo de realidad, podrá ligar Descartes
infinito y sustancia.
190. 2as Respuestas (IX, pág. 128). Cfr. sin embargo, 3ª Meditación (IX, págs. 31 y ss.) en que la realidad objetiva de la idea
de sustancia es atenuada. Sobre la segunda parte del Axioma, Cfr. 3ª Meditación (VII, págs. 45 y sig.).
191. Ibid. (IX, pág. 128).
¿Qué significa que no podemos concebir nada sino en la forma de cosa que
existe? No significa, desde luego, que en la idea objetiva esté contenida la
existencia, pues, en este caso, no habría lugar a la duda hiperbólica, ni a la actitud
desconfiada, ni a tarea intelectual alguna regida por la voluntad.
Cosa significa en sí y no puede significar nada diferente: es imposible
desligar de sí misma la cosa sin quedarnos sin cosa (192). Cosa no-en-sí no significa
nada: si algo existe es posible; más, si es extraideal, existe. No podemos admitir que
"algo" pueda darse fuera de la mente de otra manera que existiendo en sí. Es este
el sentido mismo de la realidad en Descartes. La idea de cosa no es una mera idea
objetiva, porque fuera de la mente no hay meras ideas. Lo extramental es la región
de lo no meramente objetivo: lo que en esa región haya, existe. Es; esto una
necesidad absoluta, pero no, en modo alguno, certeza objetiva de que haya una
región extramental. Descartes sólo dice que lo que pueda haber en esa región es
real. El reino de la realidad no es el reino de la mera objetividad. Esta convicción
juega como presupuesto del tema del valor de semejanza de las ideas objetivas, las
cuales no existen: la cuestión de su realidad es la cuestión de la extramentalidad, no
la cuestión de la objetividad. No se puede ir de la objetividad a la existencia de lo
meramente objetivo: la existencia es lo externo a lo objetivo. Por eso, todo objeto se
refiere a la sustancia, por lo menos en forma completamente general, sin que
intervenga para nada la idea de ens commune.
192. La cosa se desliga de la realidad al confundirla con el objeto, sea este evidente o no. Es lo que se desprende de la
enumeración que hace Lefèvre de las distintas maneras de plantear mal el tema de la sustancia, y que son estas cuatro:
1) Confundir las sustancias, lo cual comporta mezclar atributos que se repugnan.
2) Imaginar la sustancia.
3) Devaluar la sustancia, reduciéndola al accidente.
4) Despojar la sustancia, dando valor objetivo a la idea general de sustancia. Cfr. op. cit., pág. 194.
Con todo, Lefèvre no acaba de ver con claridad que el tema de la realidad se plantea en Descartes en función de la
voluntad; y que la distinción de sustancias está ligada al movimiento de la actitud cartesiana. De aquí que le parezca
sibilina, y, sin embargo, banal la afirmación de que no conocemos las sustancias inmediatamente en ellas mismas. Cfr.
ibid., pág. 196.
195. "Por esencia entendemos la cosa en cuanto que está objetivamente en el intelecto; por existencia la misma cosa en
cuanto que está fuera del intelecto". A X enero 1646 (IV, pág. 350).
203. Improcedente e incorrecta. La comparación dialéctica entre la idea de infinito y la idea de finito no puede dar otro resultado
que este: "el ser inmediato del infinito despierta el ser de su negación, es decir, del finito, que acaba de desaparecer en el
infinito". Hegel, op. cit., tomo I, pág. 127. El infinito objetivo no es infinito, sino finito precisamente en cuanto que objetivo.
Por otra parte, el mismo Descartes dice que "ningún sentido puede entenderse distintamente que sea común a Dios y a
las criaturas" Principios, I, art. 51 (VIII, pág. 24).
Pero, por otra parte, el atributo principal, o naturaleza, no debe ser concebido
de otra manera que la sustancia misma (212). "Es incluso más fácil conocer una
sustancia que piensa o una sustancia extensa que la sustancia sola, dejando aparte
si piensa o es extensa, porque hay cierta dificultad en separar la noción que
tenemos de sustancia de la que tenemos del pensamiento o extensión: pues estos
no difieren de la sustancia más que porque consideramos a veces el pensamiento o
la extensión sin reflexionar sobre la cosa misma que piensa o es extensa" (213).
Indudablemente, pues, no cabe para Descartes idea clara y distinta de la sustancia
sola. Dos sustancias son realmente distintas si "podemos concebir a la una clara y
distintamente sin pensar en la otra" (214). En la consideración de la sustancia sola no
cabria distinción real, pues entonces no tenemos más que la idea hipotética y
genérica de sustancia. Con otras palabras, separada del conocimiento de su atributo
esencial, la afirmación de la sustancia no puede establecerse in casu. Esta es la
razón de que el atributo principal se conciba como la sustancia misma; es la
sustancia en cuanto inteligible. La sustancia tiene por contenido inteligible los
atributos esenciales.
La sustancia no es, pues, más que la posición-en-sí del atributo. Tal posición,
como, posición extramental del objeto mismo (215), no es objetivable. El paso a la
posición en sí es la afirmación de sustancia. La separación de esta posición
respecto del atributo esencial en el plano de lo pensado sería la idea genérica de
sustancia. Pero la idea genérica de sustancia no pasa de ser una hipótesis
programática en orden a la afirmación; no es, en modo alguno, un objeto pensado
(216) .
LA EVIDENCIA OBJETIVA
223. Así, para Jaspers el cogito-sum es una certeza estéril, porque del No primario no se origina nunca un Si creador. La
certeza del cogito se termina rápidamente y no se puede seguir adelante: el cogito no lleva al plano de su propia certeza a
todas las otras certezas. Es una certeza vacía que en los pasos siguientes se pierde. Cfr. op. cit., págs. 24 y ss. Estas
acusaciones de Jaspers necesitan ser matizadas.
224. 4ª Meditación (IX, pág. 45).
225. 3ª Meditación (IX, pág. 36).
226. "Intellectus cognoscit speciem intelligibilem non per essentiam suam, neque per aliquam speciem, sed cognoscendo
obiecturn cuius est species per quandam reflexionem " Santo Tomás, De Veritate, q 10, a. 9, ad 10.
227. "La evidencia supone el cogito". Hamelin, op. cit., pág. 112. Hamelin hace solidario este tema de la prioridad de la
metafísica sobre la física en Descartes, cfr., op. cit., págs. 31 y ss.
Idea clara es, por lo pronto, idea intuida, directamente presente. Idea intuida
y evidente es objeto hecho presente de un modo total. Esta totalidad es la presencia
o aparición, exhaustiva, inmediata y de una vez. Pero, a la vez, la extensión del
cogito comporta que la presencia ideal se reconoce como evidencia y, por lo tanto,
el efectivo control del conocimiento objetivo. Comparecer en el pensamiento es,
ahora, no el mero encontrarse en él, sino el aparecer ante el pensamiento, de
manera que, indisolublemente, comparezca el pensamiento mismo. La forma
concreta de esta última comparecencia es la satisfacción del control, es decir, el
carácter exhaustivo de la presencia, lo cual implica que no queda nada más por
comparecer. Sólo así la evidencia se continúa en la idea.
230. Cfr. M. Heidegger, Kant y el problema de la Metafísica, traducción española, México, 1954, págs. 147 y ss.
231. Pero, como contrapartida, el contenido de la idea cartesiana no depende como tal contenido de la evidencia. Cfr. R.
Saumells, La caída de los graves en Galileo, Madrid, 1954, pág. 24.
232. 5as Respuestas (VII, pág. 365).
La idea clara no puede ser confiada a la memoria sin que en ese mismo
momento deje de ser clara. La necesidad de la percepción actual en Descartes
adquiere pleno sentido desde el cogito. La unidad aperceptiva kantiana no es el
cogito. Desde Kant son pertinentes las siguientes; observaciones: ¿Cabe sostener la
actualidad perfecta del cogito frente a la idea? ¿No hay un paralogismo en el
cogito-sum, puesto que el cogito sólo puede ser conocido como idea? (233) ¿No hay
algo en la idea no actualmente pensado? Pero nótese la ambigüedad de esta
pregunta; podría expresarse también así: ¿el poder de hacer comparecer, propio de
la actualidad subjetiva del pensar, es el desentrañamiento de todo el objeto? La
vigilia o aperceptividad del alma en su máxima agudeza ¿es plena? ¿No es, por el
contrario, el hombre parcialmente "distraído", un cognoscente en cuya vigilia
intelectual se introduce un dato inexplicable?
Al ojo vigilante de la actitud cartesiana nada se le escapa. Ciertamente que
sólo una inteligencia poco penetrante puede adoptar este propósito y criterio. ¿No
es más cierto que lo conocido no es todo lo cognoscible? ¿No se guarda el ser en
constitutiva incomparecencia, solo accesible renunciando a la evidencia del
conocimiento como único criterio? Y por otro lado, ¿actualiza el hombre alguna vez
del todo su capacidad de conocer? Descartes no reconocería validez a estas
preguntas: "No se puede añadir nada a la pura luz de la razón que no la oscurezca
de algún modo" (234). Todo el campo del conocimiento se puede recorrer a saltos de
intuición, sin que nada quede desconectado o latente.
239. Esta indiscernibilidad no sólo no es incompatible con la no identificación de existencia e idea, sino que justamente es
solidaria con ella. En efecto:
1) La indiscernibilidad como evidencia no es la reducción de la realidad del conocimiento a su idealidad, sino, nada
más, la extensión del sum según la evidencia.
3) La permanencia de la realidad del conocimiento tiene el sentido de totalidad de la conciencia. Cfr. por ejemplo:
Cuartas Respuestas (VII, pág. 246). Pero no tiene el sentido de totalidad objetiva. Con otras palabras: totalidad del sujeto
significa en Descartes permanencia en todo caso, no objeto total. No hay en Descartes nada parecido "a la razón
constituida ella misma en un universo", o una idea correspondiente a la totalidad del sum. Nótese que, en este caso, yo, y
no Dios, sería la idea absoluta.
4) Aunque la idealidad no es el sum, no cabe que se dé en algún caso la evidencia fuera de la permanencia -total-
del sum. En este sentido, puede decirse que la evidencia humana no tiene más realidad que el sum; o bien, que la
evidencia no puede considerarse real fuera del sum (fuera de su permanencia). El sum, sin reduplicarse, no se pierde,
sino que permanece, y de este modo, en definitiva, la evidencia es su extensión. Mientras que el recuerdo del cogito es un
mero prejuicio, cfr. La carta a Clerselier incluida en las Quintas respuestas (IX, pág. 205), la evidencia es aquello por lo
que no puede haber en nosotros ningún pensamiento sin que de él tengamos un conocimiento actual. La permanencia del
sum cogitans tiene también para Descartes el sentido de perpetua vigilia del espíritu, cfr. la exposición de Lefèvre: op. cit.,
págs. 83 y ss.
5) Por otra parte, según la evidencia se constituye aquella totalidad del objeto que no se opone a la permanencia -
control - del sujeto; la evidencia es la superación de la suposición.
245. Ibid. (X, pág. 418). Este pasaje es una prueba decisiva a favor de la interpretación de la evidencia que se propone.
246. Ibid. (X, pág. 420).
247. Cfr. Ibid. (X, pág. 420).
Así, pues, hay que afirmar taxativamente que, para Descartes, lo conocido
como tal es la idea - simple - y no la cosa. La constatación kantiana de un residuo
ininteligible, no exterior sino dado en concurrencia con la actualidad del
conocimiento, no tiene sentido para Descartes: para Descartes, lograr el
conocimiento es lograr lo conocido; el conocimiento se apodera plenamente del
objeto; la consideración pura de la evidencia es incompatible con la latencia y con la
fenomenalidad. No cabe otra explicación de tan extraña convicción sino que, para
Descartes, la solución del problema del conocimiento se cifra unilateralmente en la
extensión del cogito. En el área mental no hay nada oculto, la evidencia presenta sin
residuo.
Esta presencia agota la inteligibilidad propia de la naturaleza. La adscripción
del carácter de conocido a la naturaleza es plena. Pero, insisto, sin el valor
existencial, propio del cogito, no se podría, identificar la inteligibilidad de la
naturaleza con la situación de idealidad.
En Descartes, el cogito es, sin más, el fundamento de la claridad de la idea.
Al considerar al cogito como sum, se descarga al pensamiento de la condición de
proceso dinámico, se le acumula e intensifica hasta tal grado que se hace natural
abandonar la idea tradicional de que el objeto es la actualidad del inteligir y
sustituirla por la convicción de que el inteligir es la actualidad del objeto como
inteligible. Es el carácter existencial del pensamiento lo que permite equiparar lo
intrínseco de la esencia con su comparecencia mental y consumar así el control
sobre el valor de dato de los contenidos ideales. Sin el sum cartesiano como cierre,
consumación y estabilidad del pensar, la situación de evidente no puede
interpretarse como totalización de la esencia, ni el objeto como inteligibilidad pura en
la conciencia.
Para Descartes, no cabe que algo inteligible del objeto simple no esté
actualmente evidenciado, por cuanto que no cabe incrementar la evidencia
primariamente reconocida como pensar puro y que en la idea simple "llega a tope".
Paralelamente, sin necesidad de comparar la idea clara y la res, Descartes está
seguro de que todo lo cognoscible de la sustancia está actualmente desentrañado y
comparece en la idea clara (aunque, naturalmente, no cabe excluir que alguna
sustancia no cause en el pensamiento ninguna idea). El fundamento de esta
convicción es la determinación del pensar como sum. Es contradictoria la hipótesis
de una dimensión inteligible latente en un objeto que se compone con el sum, si es
que el sum es la determinación real del pensar. No puede ocurrir que no piense si
pienso. El descubrimiento de la realidad del pensar da un carácter de absoluta
seguridad a esta fórmula. En resumen, la noción de idea simple es un corolario del
sum. Va dicho con ello que si el sum deja de ser la determinación existencial exacta
del pensar, bien porque no resista una critica interna, bien porque, como sucede en
el mismo Descartes, el pensar se identifique, en definitiva, subjetivamente con Dios,
la seguridad cartesiana se derrumba, o ha de arbitrar otro fundamento.
Quiere decirse con esa última observación que Descartes no ha resuelto el
problema del conocimiento. La unidad evidencia-evidente no es establecida de
manera estricta. Más aún: Descartes entiende que el establecimiento de tal unidad,
como solución del problema de la exención del cogito, no equivale a la
consideración de la evidencia en sentido absoluto. Pero insisto en que si estar
pensando no se corresponde con la evidencia como situación de plena
comparecencia de lo conocido, no conserva su valor existencial en orden a ella. El
sum comporta la función actualizante de la idea, supuesto el problema de su
extensión, puesto que, o es el primer principio en el orden del conocimiento, o decae
justo en ese orden. La estabilidad del cogito es lo absoluto de su valor esclarecedor.
Pero esto sólo en hipótesis. ¿Se verifica efectivamente tal hipótesis? Por otra parte,
si resultara que evidencia y evidente son idénticos, estaríamos ante una
determinación objetiva de la evidencia distinta del cogito-sum, un cogitare que no
sería una res cogitans.
Es una exigencia del planteamiento cartesiano del tema de la evidencia que
la expresión mayor o menor no tenga para la evidencia el sentido de una gradación
indefinida (249). Una evidencia considerada en abstracto en la forma de tal serie
gradual, seria en sí misma una pura vaguedad vacía, una idealidad sin contenido y,
a la vez, puramente potencial, es decir, tal que podría realizarse en cualquier
naturaleza (250). La correspondencia entre el cogito-sum y la evidencia simplemente
mayor es absolutamente necesaria, si es que el cogito ha de entrar en el área ideal.
Por lo tanto, la evidencia no se gradúa según los contenidos. Ahora bien, ¿la
evidencia de todo objeto claro es la evidencia del cogito? No. Descartes se limita a
equiparar la evidencia subjetiva y la evidencia objetiva porque si la evidencia de los
objetos no coincide con el estoy pensando resulta una dualidad e incomunicabilidad
entre el cogito-sum y el cogitatum (algo así como un recuerdo constante).
249. Sobre el carácter relativamente mayor de la evidencia intelectual respecto de la sensible, y que en esto está su valor de
certeza, cfr Recherche (X. pág. 513).
250. Esto recuerda la distinción formal de Scoto. No entro en el tema.
252. Cfr. Pasiones, I, arts. 11 y ss. (XI, pág. 335). Los movimientos del cuerpo se hacen como los de una máquina y "sin que el
espíritu los pueda impedir": 4as Respuestas (IX, pág. 178).
253. Las pasiones del alma se definen como percepciones o conocimientos que, simplemente, se encuentran en nosotros: cfr.
Pasiones, I, art. 17 (XI, pág. 342).
"En Spinoza la idea se encarga de afirmarse a sí misma: La idea es certitudo et essentia obiectiva. Descartes está muy
lejos de pensar así". Hamelin, op. cit., pág. 164.
254. Discurso, 2ª parte (VI, págs. l3 y ss.).
Pero no sería legítimo entender la extensión del cogito como una creación del
contenido objetivo: el objeto es algo más que la evidencia; significa una cierta
dilatación y distanciamiento; según el cual la comunicación de la evidencia al objeto
se hace como extensión. Cierto que la objetividad está plenamente presente al ser
conocida en acto. Pero también es cierto que la plenitud de la presencia no es la
primaria constitución del objeto, sino que es siempre ulterior a la irrupción del objeto
en el pensamiento. El objeto está en el pensamiento antes de ser evidente. La
evidencia sobreviene y se extiende. Precisamente porque se extiende, no aparece
en Descartes la distinción entre fenómeno y categoría - con el subsiguiente
esquema - (255). Pero precisamente también porque se extiende, la evidencia no
constituye absolutamente el contenido: en Descartes no hay génesis racional de la
idea. De esta manera, la evidencia compulsa a la afirmación (256).
255. Se extiende y controla, pero en modo alguno extrae de sí misma la materia de la idea, como entiende Marechal,
preocupado por el paralelismo con Kant. Cfr. Marechal, op. cit., II, pág. 49.
256. Para Kant, la cosa en sí está más allá del fenómeno. La cosa en sí es numenal: no hay compulsión a la afirmación. Para
Descartes, el origen externo del contenido de la evidencia es lo que presta fuerza compulsiva a ésta para la afirmación: el
noúmeno no es la cosa en sí. La sustancia esta implicada en la extensión de la evidencia en virtud de un ulterior y
heterogéneo dinamismo. La cosa en sí no es una presencia latente, sino entrenamiento y salto respecto de la evidencia
como sum. Así se distinguen también en la voluntad su nuclearidad y la afirmación.
265. "El vicio más corriente de los conocimientos imperfectos es reunir en una varias cosas y tomarlas todas por la misma",
Sextas Respuestas (IX, pág. 243). Tal mismidad es la suposición.
266. Reglas, V (X, pág. 379).
1) Idea confusa.
2) O idea de conexión clara de ideas claras.
3) O conexión mediata -con ayuda de la memoria- entre una idea clara y una
mera conclusión. Una conexión clara entre ideas confusas no es posible -otra vez la
renuncia a la lógica formal-: "la intuición se aplica a conocer todas esas naturalezas
simples y las relaciones que las unen" (275).
4) Una última hipótesis posible es que algunas ideas claras tomadas
aisladamente, no lo sean en sus relaciones, es decir, que su conjunción se conciba
muy oscuramente (276).
¿Qué relaciones claras son posibles entre ideas? En el fondo, las que
resulten de su comparación. El cálculo algebraico es un caso ejemplar de la
deducción en sentido cartesiano.
C) EL MÉTODO
281. "El método, hecho para "conducir" a la actividad racional en su deseo de expansión". Lefèvre, op. cit, pág. 33.
283. Ortega no tiene en cuenta estas dos fases y reduce la evidencia a la conexión entre objetos. Cfr., op. cit., pág. 396. Ortega
se aparta del punto central, seducido por la mera autonomía de la razón cartesiana. Esta autonomía no es, en rigor, más
que una consecuencia del voluntarismo, en modo alguno una suficiencia pura y simple del pensamiento. Desde el punto
de vista central, la autonomía de la razón cartesiana es ambigua y pierde su aparente excelencia.
285. En algunos casos las ideas pueden ser puestas en el alma por los movimientos de su voluntad. Cfr. La carta a Mesland de
2 de mayo de 1644 (IV, pág. 113). Téngase en cuenta que la duda es voluntaria.
Justamente en tanto que universal, la duda tiene por misión descubrir el
conocimiento en su carácter de origen. La transformación de la duda en el
cogito-sum no tiene, por lo tanto, el sentido de una comparación sistemática o
dialéctica entre contenidos, sino que es la retroferencia al origen. Cogito-sum es lo
anterior a la duda universal, la cual, a su vez, es lo anterior al conocimiento objetivo
claro en general. Es así como la actitud cartesiana logra la descalificación de la
trivial antecedencia del objeto que hemos llamado su suposición. cogito-sum es el
conocimiento como aquello desde lo cual conocemos con evidencia los objetos,
porque es también aquello desde lo cual dudamos de los objetos en cuanto que
dados.
El conocimiento surgido, emergente, de la duda, es el conocimiento in statu
nascens. cogito-sum es constitutivamente originario, primero como actualidad. La
evidencia del conocimiento es inseparable de él en cuanto que está primeramente
en él. La evidencia acompaña al conocimiento en su puro manar actual, se
entrevera con él en su carácter fontal. Aquí no puede hablarse de extensión de la
evidencia a un contenido previamente destacado, o meramente encontrado en la
mente. Drásticamente: el conocimiento no está en el conocimiento -según la
primaria situación real- de un modo pasivo, sino en forma actual. Esta actualidad es
el puro valor de anterioridad: lo antecedente como transmutación de la duda.
E) CONCLUSIÓN
287. Sólo la duda proporciona la idea clara y, sobre todo, distinta, del cogito, puesto que es su ulterioridad a la duda lo que
separa el pensamiento puro de todo objeto. Antes de la duda no es posible superar la interpretación del pensamiento
como ser corporal. Cfr. 2ª Meditación (IX, pág. 20).
"Para distinguir al yo del no yo, eliminaré del yo aquello de que dudo". Lefèvre, op. cit., pág. 40. Esta eliminación es
permanente.
288. La interpretación de la evidencia cartesiana que se propone en este trabajo, tiene uno de sus principales motivos en el
hecho indudable de que para Descartes la evidencia del conocimiento humano no es absoluta, sin que por ello deje de ser
suficiente y no incrementable en orden a los objetos que se dicen evidentes. Como es obvio, hay en esto, por lo menos,
una anomalía, que no puede reducirse si no se bloquea por otro lado, acudiendo a una situación extra-intelectual del
principio del conocimiento, la posibilidad del constante replanteamiento de la pregunta por el principio. A este
replanteamiento constante conviene formalmente el nombre de perplejidad. La evidencia no proporciona de suyo ningún
control de la perplejidad, la cual es, propiamente, su anegamiento y disolución. La entera eficacia de la perplejidad es el
completo fracaso de la evidencia. Sobre todo una evidencia finita está expuesta sin defensa al ataque de la perplejidad.
El primero que acusó a Descartes de sucumbir a la perplejidad fue Bourdin; cfr. las Séptimas objeciones (VII, págs. 494 y
ss.). La inanidad de la crítica de Bourdin esta bien expuesta por Lefèvre, op. cit., págs. 9 y ss.
289. La interpretación del pensar como sum no es compatible con la inidentidad estructural del pensamiento. Sum significa
positividad real y le corresponde un carácter definitivo y suficiente -sustancia-. La inidentidad del pensamiento es el
carácter no definitivo del pensar.
Sum y cogitatum, cada uno por su parte, tienden a estabilizarse como situaciones. Pero en su concurrencia se
suspenden recíprocamente precisamente en cuanto que situaciones. En definitiva, hay que señalar que Descartes ha
omitido el esclarecimiento de la concurrencia como tal. El recurso a la identidad de pensar y ser, como veremos, no hace
sino consagrar la omisión cartesiana.
B) EL TEMA DE LA IDENTIDAD
La consideración del pensamiento como tal no puede intentarse por la vía del
cogito-obiectum. La razón es muy clara: esta vía presupone el principio -sum-; es
una vía en que el conocimiento aparece tan sólo (si se acepta la inferencia
cartesiana de la existencia humana) en una dimensión estructural discernible de
otra, en modo alguno como consideración absoluta del pensamiento.
290. "La demostración cartesiana de la existencia de Dios es el movimiento del yo que profundiza en su propia existencia".
Gouhier: Descartes, cit., pág. 128.
291. Esta paradoja es acentuada en la interpretación de Jaspers: "Pero esa evidencia de sí mismo no sabe lo que tiene en la
mano, ya que se le escapa toda exactitud", op. cit., pág. 16. "El pensarse en sí mismo desaparece en la nada sin el objeto
dado a él. El pensarse en sí mismo es un vacío no colmado e imposible de colmar ". Ibid., pág. 17. Por eso no es un
pensar divino. De aquí deriva Jaspers una caracterización del cogito-sum que no comparto: "la existencia del pensar es la
existencia de la totalidad de la conciencia, o sea de todo aquello que es objeto de una fenomenología de la conciencia",
ibid, pág. 18. La idea de totalidad de la conciencia no esta en Descartes, ni en sentido trascendental, ni en sentido
fenomenológico. Aunque la señala, Jaspers no comprende el alcance de la no objetividad del sum.
292. No hay en Descartes nada parecido a una teoría del subconsciente. Cfr. Callot, op. cit., pág. 159, nota 14. Jean Laporte
admite el subconsciente en Descartes, Le rationalisme de Descartes, París, 1945, págs. 192 y ss.
Para Jaspers, Descartes quiso "despejar la fuente no racional de la evidencia racional por el camino racional de la
argumentación", op. cit., pág. 36. No hay tal. Jaspers interpreta a Descartes desde sus propias preocupaciones.
Para G. Marcel, en cambio, el defecto del cogito-sum es tomar como punto de partida un dato que no incluye la
posibilidad de lo fáctico Être et avoir, París, 1935, pág. 12.
293. Más aún: "Descartes no ha pensado nunca que su cogito ergo sum fuese cosa distinta de un trampolín para elevarse al
Absoluto", Lefèvre, op. cit., pág. 97. "En el itinerario de la duda, un mismo movimiento aísla el alma y abre para ella el
infinito". Ibid., pág. 102. Sin embargo, esta apertura al infinito, ¿no es la omisión del adentramiento en el sum; es decir,
una desviación?
295. Es ahora cuando se hacen asequibles las nuevas perspectivas para el tema de la realidad que anunciábamos en la nota
229: La realidad infinita. La realidad infinita es asequible de un modo diferente que la realidad en sí, y por lo tanto es otra
que ésta.
1) No es ella lo dudoso.
301. Se ve que sólo en la duda las tres sustancias dejan su aislamiento y se articulan. Cabría decir que la dualidad sum-res es
propia de la realidad finita. Pero para la superación de la finitud no hay otro camino que lo que he llamado carácter gradual
de la duda.
302. Esta distinción la establece también Gouhier, Descartes, cit., pág. 131.
303. Naturalmente, en el fondo el problema es el de la posibilidad o no contradicción de la duda. Así lo entiende también
Marechal: "¿Por qué... aceptar como indubitables proposiciones de las que podría dudar sin caer en contradicción? Se
dirá que esa duda es insensata: de acuerdo, pero ¿es imposible? ¿se destruye a sí misma? He aquí lo que habría que
demostrar para extirpar radicalmente la duda", op. cit., II, pág. 59. Este texto pone la cuestión de la duda en su verdadero
plano, del que se sale la interpretación psicológica de la misma.
Sin embargo, para Marechal la estricta indubitabilidad del sum no trasciende el orden fenomenal, cfr. ibid., pág. 58.
La interpretación de la indubitabilidad del sum como trasmutación de la duda permite desechar esta limitación de origen
kantiano; y a la vez permite afirmar que la indubitabilidad del sum no es el aniquilamiento de la duda.
Otros autores acusan a la duda cartesiana de falta de radicalidad. Así, Hamelin: "uno de los fallos fundamentales
de Descartes es el no haber advertido con perfecta claridad todas las clases de falsedad que las ideas comportan, y el
haberlas sustraído al examen de su duda", op. cit., pág. 122. Hamelin olvida que la duda cartesiana no tiene sino
secundariamente un valor de examen. En otro sentido, Jaspers: "La duda de Descartes... es una duda metódica de la
razón, y no una duda existencial de la fe... Es un quehacer del que Descartes queda dueño y no un caer por casualidad en
el abismo de la falta de fe", op. cit., pág. 22. Pero ¿la duda puede ser absoluta? ¿No implica la duda absoluta el dudar de
que se duda?
1) Dudar es aquello que agota al sum, aquello en que se muestran los límites
de su carácter originario, la finitud misma de este carácter. La transmutación de la
duda exige el entero "empleo" de la realidad humana.
2) Desde la duda se abre una posibilidad que no es del sum. Esta posibilidad
es el primer atisbo sistemático del tema de Dios en Descartes: "Cuando yo
considero que dudo, es decir, que soy una realidad incompleta y dependiente la idea
de un Ser completo e independiente se presenta a mi espíritu con distinción y
claridad" (304). Esta posibilidad se abre en la dirección del contraste comparativo con
el hecho de dudar. ¿En qué sentido el ser perfecto es indudable? Como el ser
pensante que no duda. ¿En qué condiciones pueden convertirse la indubitabilidad y
el no ser afectado por el hecho de dudar? Sólo después de la determinación del
hecho de dudar como límite del sum.
304. 4ª Meditación (IX, pág. 42). Es obvio también que la hipótesis del "Grand trompeur" envuelve la idea de perfección,
aunque yo sea incapaz de pensarla como tal. Cfr. Gouhier, Descartes, op. cit., pág. 133.
305. Esta indubitabilidad es la indubitabilidad absoluta. Para la voluntad humana el medio de llegar a ella requiere previamente
el intento de trascender el pensamiento en la forma de poner en duda el cogito mismo. Lo decisivo es que esta duda total
es ella misma dudosa, cfr. Gouhier, Descartes, cit, págs. 151 y sig. En este sentido, la duda total no puede establecerse
legítimamente por encima de la duda capaz de trasmutarse en el sum; esta última duda es, justamente, la duda de uno
que duda. En cambio, la duda total no es más que una ficción y su resultado una creación artificiosa, un contrasentido
existencial: el genio maligno.
Por lo tanto, el indubitable absoluto no está en la línea de la absolutización de la duda, sino que, al revés, cabe
enfocar el tema de tal indubitable después de contrastar el desenlace del intento de absolutizar la duda; a saber: la duda
absoluta no es de nadie, o bien, la duda absoluta no es lo superior al sum.
306. La intención motora de la duda debe entenderse como afán de realidad y seguridad. La pretensión de superar el orden
objetivo, o de situarse en otro orden, se logra, en primera instancia, con la interpretación positiva del movimiento de
separación de lo objetivo que es la duda. La duda no trasciende el objeto, sino que, mas bien suscita su propia
satisfacción en sí misma, sin salir de sí.
Sin embargo, la positividad correspondiente al dudar es finita. Esto significa que tal positividad suspende el dudar
en un sentido de trasmutación, es decir, conjurando el riesgo de imprecisión y vaguedad inherente a la duda, pero también
deteniendo su ímpetu de separación. En este sentido se dice que la duda es gradual, o que no puede satisfacerse por
entero con una solución determinada; mucho menos con el expediente meramente psicológico de dejar de suscitarla.
La duda no puede mantenerse simplemente en su carácter de separación de lo objetivo -ya que entonces
sobrevendría la perplejidad-, sino que necesita suspenderse en la trasmutación positiva que es el hallazgo del sum. Desde
luego, la interpretación positiva de la duda es posterior a su carácter de separación, pero, a la vez, la duda no puede
librarse de la determinación positiva. El alcance de la duda encuentra en ello su limitación. Paralelamente. en Descartes la
duda desemboca en una argumentación, porque llega un momento en que, ante la imposibilidad de insistir en lo negativo
de la duda, tiene que operar a partir de su determinación positiva -sum-. La idea de Dios se corresponde con la dimensión
de afán y anhelo de la duda; como tal es superior a la determinación fáctica de la duda y, por lo tanto, también al
acontecer dudar; pero esta superioridad ha de establecerse con una argumentación con base en el sum y resulta, por ello
relativizada.
307. Discurso, 4ª parte (VI, págs. 33 y ss.).
e) No sería del todo certero, sin embargo, ver en esta dependencia del sum
con respecto de Dios un caso de ejemplarismo. No estamos ante un argumento
construido sobre la idea de participación. Ante todo, porque, como ya hemos dicho,
Descartes no pone el acento de su argumentación en la semejanza entre el sum y
Dios. Es más, en rigor, Dios no es un absoluto del que participe el sum, sino más
bien el absoluto relativo al sum, que hace ser al sum en cuanto tal. Dios es la causa
del sum, pero también lo es de la idea de Dios. La distinción entre sum e idea de
Dios, en conexión con la discernibilidad entre sum y objetividad y el voluntarismo
creacionista, no permite ver en el Dios cartesiano una causa esencial de un sum
esencial; más bien habría que decir que Dios es la razón esencial del sum; pero que
el sum no es en sí mismo una esencia. Por esto, el paso desde el sum a Dios es
precisamente el paso a la consideración esencial del sum, es decir, el paso a la
identidad real entre el ser y la esencia del pensar. Y en esto consiste la originalidad
del argumento. El ejemplarismo es incongruente con el tono y ámbito voluntaristas
en que Descartes plantea su metafísica.
316. Así, ya Arnauld, cfr. 4as Objeciones (IX, pág. 166). Descartes se defendió de esta acusación, cfr. 4as Respuestas (IX,
págs. 189).
317. 3ª Meditación (IX, pág. 38).
1) En Descartes, Dios no es sólo causa del sum, sino causa universal. Por lo
tanto, la causación del sum es solo un caso particular; sobre todo teniendo en
cuenta que:
2) Dios juega en Descartes como idea, ya que sin idea de Dios mal podría
hablarse de Dios, y a la vez, como causa de las ideas: "Nuestras ideas son cosas
reales que vienen de Dios" (318).
En lo que respecta a 1), hay que tener en cuenta que el argumento causal
presupone el carácter originario del sum, ya que se reduce, en definitiva, a llamar la
atención sobre las implicaciones de la indubitabilidad: la subordinación del sum a lo
indudable como tal se aprehende sólo entonces. Es claro que en un momento
posterior puede decirse que la realidad humana es una criatura entre muchas y que
el poder causal
de Dios no se determina en orden al sum. Pero tales consideraciones son
independientes del argumento causal de Descartes; este es inseparable del sum, y,
ciertamente, no en tanto que el sum es una realidad particular, sino en cuanto que
momento de la consideración del pensamiento (319).
319. "La existencia de Dios es necesaria para explicar la existencia de un ser contingente que tenga la idea de Dios, pero quizá
no lo sea para explicar la de un contingente cualquiera", Hamelin, op. cit., pág. 206.
323. "Por mucho que se considere (una proposición evidente) y por sincera que sea la intención de encontrarla falsa, su verdad
se impone. Si puede aparecer todavía alguna sospecha... será porque se descubra por encima y fuera de ella una razón
de dudar... La hipótesis (del genio maligno) es un medio de poner en duda la evidencia sin dudar de la evidencia; tiene
como fin el conceder a la evidencia, después de una prueba decisiva, el derecho de ser ella misma", Gouhier, Descartes,
op. cit., pág. 146. Es claro que en este pasaje Gouhier intenta evitar la interpretación psicológica de la evidencia ideal
cartesiana.
324. 3ª Meditación (IX, pág. 36).
C) CONCLUSIÓN
2º Esta causa no puede ser sino Dios mismo realmente existente, causa del
cogito (cogito-sum), en el cual se imprime la idea de Dios como el sello del autor en
su obra (335). "Yo concibo esta semejanza -en la cual la idea de Dios está contenida-
por la misma facultad por la cual yo me concibo a mí mismo; es decir, que cuando
reflexiono sobre mí no solamente conozco que soy una cosa imperfecta, incompleta
y dependiente (336), que aspira constantemente a algo más grande y mejor que lo
que soy, sino que conozco que aquel de quien dependo posee en sí todas esas
grandes cosas a que aspiro y cuyas ideas encuentro en mí" (337).
341. Principios, I, art. 20 (VIII, pág. 12). Véase la equivalencia que para Descartes hay entre partir de mi existencia o partir de la
idea de Dios, en cuanto que efectos de Dios, en la carta a Mesland de 2 de mayo de 1644 (IV, pág. 112).
342. Cfr. Principios, introducción (IX, 2ª parte, pág. 14).
343. 3ª Meditación (IX, pág. 36). La idea del ser más perfecto se establece en absoluto contraste con la duda. Para que este
contraste se transforme en indubitabilidad plena se requiere la consideración del sum, que es una indubitabilidad
puramente existencial, incapaz de impedir que la duda acontezca.
Sólo en la idea de Dios la duda se extingue; o al revés: Descartes llama idea de Dios a la extinción de la duda. El
genio maligno es, al contrario, la ficción de una duda asentada fuera de mí. Sólo porque la duda es radicalmente mía -es
decir, porque dudando llego a mi existir- puedo estar seguro de que Dios existe.
344. 4ª Meditación (IX, pág. 42).
Yo soy - Dios es (en el sentido de: yo soy: el indudable que duda; Dios es: lo
indudable simpliciter) (345);
Dios es - yo soy (en el sentido de: Dios es: la posesión y gozo actual, la
elevación a grado absoluto de la certeza; yo soy: certeza meramente consolidada);
Dios es - yo no soy (en el sentido de: Dios es: la posesión y gozo actual e
infinito de la perfección; yo no soy: la perfección de que tengo idea. Esto equivale a
la negación de la secuencia conozco a Dios-soy) (346).
349. Sobre la unidad profunda de las dos pruebas cartesianas cfr. Gilson, Études, op. cit., págs. 231 y ss.
Véase, sobre el mismo tema, la polémica entre M. Gueroult y H. Gouhier.
Para Gouhier, la prueba ontológica es autosuficiente, y no deriva de la prueba a posteriori, sino que surge
inopinadamente en el curso de una reflexión sobre la certeza de las verdades matemáticas. El carácter inopinado se ve en
que ni siquiera deriva de las verdades matemáticas, sino que, más bien, ofrece caracteres opuestos, puesto que puede
librarse por si misma de la duda metafísica, de lo que son incapaces las verdades matemáticas. En este sentido le
corresponde la certeza máxima. Cfr. H. Gouhier, La preuve ontologique de Descartes, en Revue internationale de
Philosophie, n.° 29, 1954, págs. 1-9. Para Gueroult, en cambio, la prueba a priori deriva de la prueba ab effectu según "el
orden analítico de las razones": Nouvelles réflexions sur la preuve ontologique de Descartes, París, 1955, pág. 9. Cfr. del
mismo autor: Descartes selon l'ordre des raisons, París, 1953, I, págs. 334 y ss.
Sin embargo, la argumentación de Gueroult no es aceptable: "La prueba ontológica considerada en sí misma... no
tiene otro valor que el que le es común con las verdades matemáticas, que lo tienen de hecho por la naturaleza de nuestro
espíritu". Nouvelles réflexions... cit., pág. 33. "Por lo tanto, si se suponen abolidas las justificaciones metafísicas
anteriores, que fundamentan el valor objetivo de las ideas claras y distintas... la naturaleza de nuestro espíritu nos
impondría esta prueba lo mismo que las verdades matemáticas... pero su valor metafísico o de derecho, como el de las
matemáticas, quedaría privado de fundamento" ibid., págs. 14 y ss., Gueroult interpreta psicológicamente la naturaleza de
nuestro espíritu, lo cual es un error. Para Gueroult, la duda puede ser engendrada por hechos psicológicos y superada si
se remueven esos hechos. De aquí que en el plano de mi naturaleza no haya demostración metafísica ni lógica de la
validez de la prueba, sino simple recurso a las circunstancias psicológicas en que se dan la convicción y la duda: cfr. ibid.,
pág. 42. Metafísicamente, la prueba ontológica depende de la prueba ab effectu. Por otra parte, Gueroult estima que la
prueba ab effectu está viciada porque el valor del principio de casualidad, que es en ella el nervus probandi, no es en su
evidencia idéntico al cogito, el cual "es invulnerable a la duda del genio maligno y cuyo hecho comporta indubitablemente
el Derecho", ibid., pág. 44, nota. Por todo ello, Gueroult estima que Descartes pudo prescindir de la prueba ontológica, que
es contingente y secundaria. Cfr. ibid., págs. 66 y ss.
Toda la argumentación de Gueroult está viciada por una mala determinación del sentido de la duda hiperbólica.
Para la interpretación no psicológica de la evidencia cartesiana, cfr. la exégesis de Husserl, Meditaciones, op. cit., págs.
18 y 21.
d) Resulta así que la función fundamental del sum no necesita para ser
llevada a cabo que el sum aparezca en el plano objetivo, ni siquiera en el caso de la
inferencia cogito-sum. Esta inferencia no tiene nada que ver con el argumento 'a
simultáneo'; el sum no está en el cogito, contenido en la idea pura del pensar, por
cuanto que sum no es idealidad. Pensar es llevar a cabo el presentar, no "llevar a
cabo" el ser; ser -el pensar- es la radicalidad del pensar, su garantía como enseidad
según la cual se piensa y no no se piensa. Y es que para Descartes la única
garantía del pensar objetivo está en que, efectivamente, se esté pensando, lo cual
no estriba en objeto alguno, sino en la retroferencia a la radicalidad del acontecer
que pienso. No acontece que pienso porque pienso objeto (en otro caso, el objeto
habría de ser afirmado), ni pienso objeto porque acontece que pienso efectivamente
-objeto-, sino que pienso objeto porque pienso radica excéntricamente en estricto
acontecer. Sin duda pensar necesita una determinación eidética objetiva. Pero para
Descartes, tal determinación está primariamente presupuesta, mientras que el
escueto acontecer, aunque no tenga de suyo valor absoluto, es fundamento. Una
resolución existencial en el plano de la extensión objetiva es imposible; en cambio,
cualquiera que sea lo logrado como objeto, hay que retrotraerse a la indubitabilidad
de que lo he pensado; y esta indubitabilidad, que se puede extender ahora al objeto,
es la existencia como fundamento de la evidencia. Tanto es así que el fundamento
se da en toda su pureza al suspender el objeto, es decir, al dudar.
Un fundamento del pensar así enfocado puede interpretarse fácilmente como
nuclearidad de la voluntad y, en cambio, no puede entenderse en un sentido
puramente intelectual, como prueba la constante perplejidad de los exégetas que
consideran a Descartes un racionalista exclusivamente. Paralelamente, se entiende
bien la noción cartesiana de existencia extramental como correspondiente a la
afirmación. El sum es una afirmación no ejercida, sino por decirlo así, subsistente.
350. Esta resolución se da ya en Spinoza: " Per substantiam intelligo id, quod in se est , et per se concipitur". Ética, parte I, def.
3.
351. Spinoza resuelve el problema de la perplejidad de esta manera: "Para saber no es necesario que yo sepa que yo sé, y
menos necesario todavía que yo sepa que yo sepa que yo sé". Tractatus de intellectus emmendatione, párrafo 32. Cfr.
también: ibid., párrafo 47. Una observación similar en las Séptimas Respuestas (VII, pág. 559).
El carácter excéntrico del fundamento de la evidencia cartesiana es lo que evita el círculo que sobreviene
inmediatamente en cuanto se la entiende en sentido racionalista. Véase, por ejemplo, las dificultades de Callot, op. cit.,
págs. 148 y ss. Por su parte Hegel: "Es enunciar una singular idea -si es que se la puede llamar idea- decir que para
conocer el yo, yo deba ya servirme del yo; o que el yo que para juzgar se sirve de su conciencia de sí mismo como de un
medio, constituye justamente la X, de la que no se puede tener ninguna noción", op. cit., II, pág. 432. Hegel desecha esta
objeción.
En el fondo, la crítica de Jaspers contra el sum cartesiano se condensa en la convicción de que el sum no es más
que un "punto sustancial", un enigma carente de toda referencia al universal contenido del ser -el yo como espejo de la
Trinidad, de San Agustín-, es decir, la perplejidad misma.
352. Precisamente por esto, Husserl expresa un programa con sentido cartesiano cuando dice que ante nosotros, espíritus
libres, la evidencia ha de exhibir sus títulos de legitimidad, cfr. Ideas, op. cit., pág. 345. Sin embargo, para Descartes la
fundamentación última de la evidencia comporta el cese de la libertad humana: en orden a la idea de Dios no somos
libres.
Segundo momento
La discernibilidad algo-visto, comporta que ni algo ni visto son la realidad de
la idea: algo en cuanto que visto no es algo en cuanto que real, ni al revés; la
evidencia en cuanto idealidad no es la evidencia en cuanto real; la objetivación de la
evidencia no es su realidad. Pero insisto en que el reconocimiento de la irrealidad de
la idea precisamente considerada, no da lugar en Descartes a la constitución
autónoma del punto de vista trascendental ni del punto de vista lógico. Esta omisión
sólo puede explicarse si se admite que lo primero y dominante en Descartes es lo
que llamamos punto de vista de la realidad. Si se tiene esto en cuenta cabe
establecer:
1) La idea no es vista -no hay evidencia de evidencia-, sino que lo visto es
algo: no por ser (algo) visto la idea es real.
2) La idea no es algo -no hay realidad ideal en sí-, sino que algo es visto.
Algo no significa idea real como algo: no por ser algo (visto) la idea es real.
Tercer momento
La idea no es una totalidad destacada y perfilada como objeto. Pero, a la vez
cogito-obiectum y cogito-sum son discernibles porque cogito-obiectum no se
constituye como totalidad en virtud del cogito. La evidencia ni se piensa ni es el
pensar, sino que es la situación de pensabilidad de lo que se piensa. Pero admitido
el carácter dominante del punto de vista de la realidad, debe concluirse que la
discernibilidad de algo y visto indica una superación, que se cifra en una situación
de identidad real del conocimiento, según la cual la idea entera, y no sus elementos,
es referida a la realidad.
En efecto, si algo en cuanto que conocido no es algo en cuanto que real, ello
se debe a que algo no se identifica sino que se discierne con visto; es decir, a que la
idea en cuanto que distribuida en estos elementos, no es ni conocida ni real. El
discernimiento se corresponde con la necesidad de referir algo y visto a la realidad,
pero mientras el discernimiento siga vigente, queda inédita la consideración de la
idea entera, tanto en el plano intelectual como en orden a la realidad. Con otras
palabras:
1) La idea entera no puede ser conocida como objeto heterogéneo a la
realidad que lo causa.
2) El conocimiento de la idea entera no puede ser la pasividad de la situación
de idealidad -excéntrica a la realidad que la posee-.
En Descartes, la idea no podría ser irreal si no hubiera en ella un
discernimiento entre evidencia y evidente, o sea un no conocimiento de la evidencia.
En cuanto que irreal, la idea no acaba de constituirse según su presencia misma.
Hay algo inédito, constitutivamente latente, en la luz intelectual humana: un no
aparecer en su mismo mostrar. Excentricidad y en sí son situaciones de la realidad
que se corresponden con el paralelismo irrealidad-ininteligibilidad de la evidencia
humana. Como cifra de un poder, la evidencia es finita relativamente a la realidad, o
porque no es real; se ve claramente en qué sentido la idea no es un término,
susceptible de ser afirmado, y por qué la afirmación es también finita.
La dualidad de direcciones: cogito-obiectum, cogito-sum, tiene como fórmula
conjunta: cogito me cogitare rem. Ahora se vislumbra una más estrecha identidad,
cuya fórmula podría ser "cogito-cogito". Se trata de la identidad de realidad, conocer
y conocido.
Cuarto momento
Lo que permite vislumbrar la identidad entre pensamiento y ser es que:
1) El punto de vista de la realidad no se puede satisfacer completamente con
la forma causal de la referencia mientras lo referido sea un elemento discernible y
referido en tanto que se discierne. En último término, la discernibilidad de elementos
equivale a que la idea como tal no ha sido, todavía, referida a la realidad. Esto
comporta que no sabemos todavía lo que es la idea. Propiamente, sólo la idea de
Dios es idea.
2) Ni el sum ni la realidad extramental son causas productoras de realidad, es
decir, no son causas perfectas. La realidad como causa de un elemento irreal, o
sea, la realidad como no-elemento de la idea, es la realidad finita.
Desde este punto de vista se hace comprensible porque la indubitabilidad
absoluta de Dios es el fundamento de la evidencia. Se trata de ver la evidencia.
Pero este proyecto exige la superación del plano del objeto, por cuanto una
evidencia vista como algo no es sino reincidencia en la situación de discernimiento,
y, por lo tanto, no es la realización del proyecto. ¿Cómo hacer asequible la
evidencia? ¿Cómo consumar la evidencia de manera que aparezca ella y no el
objeto? Se trata de descifrar el sentido del pensar con una penetrante mirada que,
superando la objetividad, muestre en sí mismo al pensamiento en su mostrar. ¿Cuál
es la actualidad del conocimiento otra que la discernible del objeto?
353. Jaspers no tiene esto en cuenta cuando dice que Descartes "dudaba de todo lo que podía dudarse para llegar a la certeza
y de esa forma de certeza no dudaba más. Su duda no es radical, sino basada en la condición de una determinada
certeza. Se puede decir que la duda de esa certeza no tiene sentido, pues giraría en círculo y se contradiría a sí misma",
op. cit., pág. 101. Cierto que la duda cartesiana no es reiterable, pero, en cambio, es graduable. Pero la razón de que no
sea reiterable no está en que sea absolutamente objetiva, sino justamente en que su motivación no lo es. Sólo teniendo
en cuenta -lo que Jaspers no hace- el juego de la duda en la demostración de la existencia de Dios es legítimo afirmar que
"la certeza cartesiana es, en el fondo, sólo una nueva figura de la voluntad dogmática", ibid., pág. 104. El dogmatismo
cartesiano consiste en que en el argumento ontológico, el sum se pierde. Pero, por otra parte, no cabe ningún acceso a la
evidencia infinita independiente de la indubitabilidad del sum. Solo por ello la pérdida del sum no es un simple cambio de
atención, sino una incongruencia.
354. El ente de razón se define: quod est obiective tantum in intellectu. La evidencia no puede ser obiective tantum, porque en
cuanto que pensada se discerniría de ella misma. Naturalmente, esto no quiere decir que no quepa un conocimiento
objetivo de la naturaleza pensamiento; al contrario, esta objetividad ha de admitirse en el caso del conocimiento de sí
mismo: es el único que puede admitirse. Con todo, el conocimiento de sí mismo es una no identidad consigo, un no poder
darse a sí mismo la perfección conocida.
B) LA IDENTIDAD DE LA EVIDENCIA Y EL SER
355. Todo el malentendido de las Séptimas objeciones consiste en plantear el tema de la identidad en el plano del objeto.
356. Cfr. Principios, I, art. 15 (VIII, pág. 10).
357. La actitud cartesiana se traspone, al final, en éxtasis. Por otra parte, en Descartes hay un temor sacro ante la
omnipotencia del autor del pensamiento humano. Cfr. Gouhier, Descartes, op. cit., pág. 195. Cassirer desorbita la cuestión
cuando afirma que el argumento ontológico marca la transformación del racionalismo en mística. Cfr. op. cit., I, págs. 509
y 515. También es exagerado el diagnóstico de Gratry: "La verdadera prueba cartesiana de la existencia de Dios se funda
en lo que se puede llamar la oración natural", A. Gratry, El conocimiento de Dios, traducción española, Madrid, 1941, pág.
194. En otro sentido, la desconfianza de Descartes se transforma al final de su vida en una confianza desenfrenada y
acrítica en la fecundidad de su método. Cfr. Bridoux, op. cit., pág. 1352.
358. Descartes mismo establece la distinción: las Respuestas (IX, 91), cfr. Gilson, op. cit., págs. 215 y ss.
359. "La prueba ontológica no puede dar un paso sin, suponer que de mi pensamiento paso al pensamiento absoluto",
Hamelin, op. cit., pág. 215. Pero para Descartes el pensamiento absoluto es la autoconciencia y no una objetividad infinita.
No tenerlo en cuenta es lo que invalida la crítica de Callot a la idea de Dios cartesiana, op. cit., págs. 126 y ss.
1º Que la idea de Ser perfecto es tal idea ideada porque es idea perfecta: "La
idea representa la esencia de la cosa; y si se le añade o quita algo, se hace
inmediatamente la idea de otra cosa:... Pero una vez concebida la idea del
verdadero Dios, aunque se puedan descubrir en ella nuevas perfecciones antes no
percibidas, su-idea no es aumentada o disminuida, sino sólo hecha más distinta y
expresa" (364). La formalidad de la idea de Dios ha absorbido la objetividad.
3º Que tales perfecciones superan el valor central del sum: "Mi espíritu queda
en cierto modo deslumbrado, ofuscado, delante de la luz divina" (365). No soy libre de
concebir un Dios sin existencia (366).
363. Gilson lo ha expresado suficientemente: "La idea cartesiana de perfecto participa en el dinamismo interno del mismo ser
perfecto. No es una esencia fijada y ya hecha, ni una imagen estática o una representación definida. Nuestra idea de Dios
es mucho menos un pensamiento que una manera de pensar". Etude, op. cit., pág. 233. Con todo, Gilson no acaba de
comprender que la segunda prueba cartesiana implica la superación del carácter central del sum, cfr. Ibid., pág. 236.
364. Cfr. 5as Respuestas (VII, pág. 371).
365. 3ª Meditación (IX, pág. 41). "Yo no he tratado nunca del infinito más que para someterme a él", A Marsenne (III, 293),
Callot percibe que el valor central del sum se pierde en la idea de Dios. Pero lo interpreta mal, dentro de su exégesis
puramente racionalista de Descartes, cfr. op. cit., pág. 129. Tan oscuramente lo percibe que en seguida interpreta mi
pensar a Dios como una limitación de mi ser en tanto que pensamiento, ibid., pág. 130. No hay nada más lejano de la idea
cartesiana de Dios que esta posibilidad de que la idea perfecta y absoluta sea pensada con un pensamiento parcial. Si la
evidencia con que Dios se conoce fuera la misma con que se conoce cualquier idea clara, no habría mas remedio que
admitir que en el origen del argumento ontológico hay "un acto de fe, una creencia en la evidencia como tal, y en suma
una sumisión ciega a la razón", Callot, ibid., pág. 150. Como siempre, es el no tener en cuenta en la actitud cartesiana el
voluntarismo -en las antipodas de la sumisión a la razón- lo que precipita las conclusiones negativas sobre esta filosofía,
ella misma tan enemiga de la precipitación.
366. Cfr. 5ª Meditación (IX, pág. 53).
Apurando un poco las cosas, cabría decir que entre la afirmación de realidad
extramental y el argumento ontológico cartesiano no hay más diferencia que ésta: la
afirmación es una resolución de la evidencia en realidad sin identidad; el argumento
ontológico es la resolución como identidad. Pero la primera resolución tiene su
justificación en la segunda: la evidencia refiere a la realidad aun sin conocimiento
porque su propia patentización interna es su identidad con la realidad.
En este sentido el dinamismo voluntario coincide en el limite con la forma
suprema de conocimiento. De aquí que la demora en el pensamiento sea fecunda; y
también: en el límite la voluntad decae como actitud y como nuclearidad.
e) Mientras la evidencia de objeto, como momento presencial del
conocimiento tiene su fundamento en el sum, la conexión de la evidencia con un
inteligible superior depende de otro fundamento: "Este poder que yo tengo de
comprender que hay siempre algo más por comprender (en el más grande de los
números) que yo no puedo jamás comprender (objetivamente), no me viene de mí
mismo, sino que lo he recibido de otro ser más perfecto que yo" (371). Reducido al
plano humano, este poder es pura aspiración (372).
373. Por otra parte, el argumento ontológico depende de la noción de Causa sui. "Es una prueba en que la eficacia del principio
de causalidad se condensa en cierto modo en el interior de la esencia". Gilson, Texte et comment, cit., pág. 350.
374. El tema de la identidad trasciende el plano del objeto: Descartes no es Spinoza. La identidad depende de la actividad. La
mejor exposición que conozco del tema de la identidad cartesiana es la de Lefèvre, op. cit., págs. 27 y ss. La profundidad
de la interpretación de Lefèvre se debe a la neta percepción de la diferencia cartesiana entre subjetividad -activa- y
objetividad - pasiva -. A mi juicio, sin embargo, la diferencia, interna a la idea, entre evidencia y evidente permite perfilar
aún más el tema de la identidad.
C) CONCLUSIÓN
375. He desarrollado por extenso este tema en una investigación que lleva por titulo: El acceso al ser, Pamplona 1964.
376. Lefèvre observa en el cogito un cierto dualismo entre naturaleza y libertad que "hace oscilar la doctrina entre una
determinación del ser (mejor diríamos del objeto) y una indeterminación del acto", op. cit., pág. 230.
377. De veritate, q. 1, a. 1, resp. En las páginas que siguen, la doctrina tomista se utiliza como punto de referencia para una
crítica de Descartes que supere en su alcance la mera confrontación entre dos filosofías de estilo e inspiración muy
diferentes. Este uso impone una selección dentro de los elementos constitutivos de la ontología tomista, que dentro de
otras preocupaciones exegéticas no se destacarían tanto.
378. Tal como se expone en este texto del De Potencia: "Hoc quod dico esse est actualitas omnium aetuum et propter hoe est
perfectio ornnium perfectionum. Nec intelligendum est, quod ei quod dico esse, aliquid addatur quod sit eo formalius" , De
Pot. q. 7. a. 2, ad nonum.
379. "Esse autem inquantum est esse non potest esse diversum; potest autem diversificari per aliquid quod est praeter esse " C.
G. II, 52.
Descartes lleva a cabo el desconocimiento de la trascendentalidad del ente
en la forma precisa de introducir una división primaria: la diferencia entre el objeto
pensado, como término objetivo, y la realidad en sí. Esta diferencia no puede ser
superada por el ente: es una diferencia irreductible, que equivale inmediatamente a
la determinación de la realidad como exterior al orden del conocimiento, y,
paralelamente, a lo que puede llamarse consideración precisiva del término del
conocimiento.
La eliminación cartesiana del ente trascendental respecto del orden del
conocimiento no se realiza en sentido nominalista, o pretendiendo que la noción de
ente es equivoca, sino, lo que es mucho más radical, estableciendo la duplicidad
objeto-realidad, es decir, negando que la realidad como tal sea del orden de lo
cognoscible. Esto significa que entre objeto y cosa no media una mera diferencia de
inteligibilidad, sino una rigurosa alteridad. Se compara el objeto con la realidad
haciendo centro en esta última. De esta manera de comparar resulta que el objeto
tiene una referencia a la realidad distinta de adecuarse o no adecuarse con ella; a
saber: ser o no ser él mismo, precisivamente considerado, real. El bloqueo completo
del acceso intelectual a la res es la misma comparación cartesiana, según la cual
ser objeto no es un modo intrínsecamente relativo de ser, sino otro que ser, y por lo
tanto en relación extrínseca con la realidad -causalidad-. De este modo, el ser deja
de ser principio interno del conocimiento y se determina como cosa o mera
exterioridad.
La trascendentalidad es la forma eminente de que depende la universalidad
del concepto. Ningún contenido objetivo es inteligible sino como ente. Sin embargo,
el ente no es un universal. Esto significa que la negación del concepto de ente que
se funda en la discusión acerca de la universalidad del concepto, no alcanza, en
verdad, al ente (380).
Si el concepto de ente, trasciende la universalidad (381), ello se debe a que es
la forma misma según la cual marca el esse su prioridad en la concepción humana.
Lo que tiene todo conocimiento intelectual de ente - como objetividad - es el modo
como el conocimiento es-del-esse, y no precisivamente conocimiento. Esto significa
que la interpretación del objeto como relativo a la realidad desde el punto de vista de
una comparación, destruye el ente. Entre el ser y el ente no cabe comparación, sino
que según el ente el ser es primero y principio para el intelecto. En cambio, el objeto
cartesiano sistit extra causam suam, está en situación heterogénea, o simplemente
otra, con la realidad.
380. Y también que la universalidad no puede discutirse prescindiendo por completo del ente.
381. "In praedicationibus omnia univoca reducuntur ad unum primum, non univocum, sed analogicum, quod est ens ". S. Th. 1ª,
q. 13, a. 5, ad. primum.
382. En filosofía tomista cabe afirmar la existencia real mediante la conversión a la experiencia sensible que se opera en el
juicio. Pero ni la afirmación de la realidad es el definitivo modo de acceso al ser, ni tampoco la realidad como
correspondiente a la afirmación es la dimensión que cierra o termina la integridad del ser.
383. "Nihil autem potest addi ad esse quod sit extraneum ab ipso, cum ab co nihil sit extraneum nisi non ens. Unde non sic
determinatur esse per aliud sicut potentia per actum, sed magis sicut actus per potentiam ". De Pot. 7, 2, 9.
384. El voluntarismo cartesiano, conculca este fundamental principio tomista: " In formis specialibus non recipitur praedicatio
concreti de abstracto... In formis generalibus huiusmodi praedicatio recipitur. Dicimus enim quod essentia est ens ", De
Veritate, q. 21, a. 4, ad 4.
Un resumen de las modernas investigaciones escolásticas acerca del juicio, en Italo Mancini: Ontologia
fondamentale, Brescia, 1959. págs. 168 y ss.
385. "Cognoscens et cognitum (se habent) sicut duo ex quibus fit unum cognitionis principium ", De Veritate, q. 8, a. 7, ad 2 in
contr 2ª.
De aquí también que como noción abstracta, el ente sea sumamente vacío y, por lo tanto, tampoco analizable en tal
situación. Sobre el tema de la abstracción del ente, cfr. Geiger, La participation dans la Philosophie de S. Thomas d'Aquin,
2ª ed. París, 1953 págs. 318 y ss.; en especial, la lectura que da del In de Trin, q. 5, a. 3, c, en la nota de la pág. 318.
386. "Esse autem ab alio causatum non competit enti in quantum est ens ", C. G. II, 52. La presente interpretación de la
distinción real entre esencia y existencia responde a la exigencia de señalar en la filosofía tomista el elemento
correspondiente al tema del principio, que tanta importancia tiene en la filosofía moderna. Conviene, sin embargo, con
vistas a la postura tradiciónal, precisar el sentido en que se afirma que la distinción real de esencia y existencia tiene valor
trascendental.
Ante todo, el valor primordial y supercausal de la existencia -esse- es comúnmente reconocido: cfr. la precisa
exposición de A. González Álvarez en: Tratado de Metafísica, I, Madrid, 1961, págs. 102 y sig.; asimismo, su carácter
intrínseco y la imposibilidad de colocarla fuera del ente. El ente como tal no es causado por otro. Sin embargo, la
argumentación conducente a demostrar este último aserto puede tener diverso alcance: lo cual quiere decir que no en
todos los casos ese alcance es trascendental.
1) En primer lugar, puede afirmarse que ninguna de las cuatro causas aristotélicas es causa del ente. En efecto,
ninguna de ellas tiene verdadero valor trascendental (aunque vaguen a través de todos los predicamentos): a esa
carencia hay que referir su distinción misma, es decir, la distribución del sentido de la causalidad entre las cuatro.
Pero ello no cierra la posibilidad de la causa trascendental. Más aún: la diversidad de las causas y la imposibilidad
de unificar en su plano el sentido de la causalidad, sugiere un primario sentido causal al que hay que referir el ente mismo.
¿Cuál es la primariedad auténtica: la que tiene el sentido de principio, o la que tiene el sentido de posición independiente
-subsistencia-? ¿Sería pertinente pretender unificar ambos sentidos? La exclusión de las cuatro causas del orden
trascendental no permite ninguna solución a este importante problema.
En resumen, al excluir las cuatro causas aristotélicas no se dilucida la cuestión de la trascendentalidad de la causa,
justamente porque ninguna de ellas tiene carácter trascendental.
2) Un segundo argumento es éste: la causación por otro es, en cualquier caso, incompatible con la
trascendentalidad del ente. En efecto, tal otro, como distinto del ente, destruye la unidad trascendental, que es, justamente
la superioridad a toda división objetiva.
Este argumento, a mi juicio, no es integralmente válido, es decir, no tiene auténtico valor trascendental.
1. La validez del argumento consiste en la imposibilidad absoluta de conceder valor positivo a lo que está
-hipotéticamente- fuera del ente. Ahora bien: esta imposibilidad descansa en el hecho de que no se puede transitar del
concepto de ente a una positividad distinta porque el concepto de ente no es, él, ninguna positividad -salvo en sentido
lógico-. Por esta misma razón, en el fondo, hemos rechazado la objetividad cartesiana en el apartado a) de este epígrafe.
Pero, en cambio, no sería legítimo ver la razón de la imposibilidad aludida en una consideración universalista del concepto
trascendental. Dicho de otro modo: otro que el ente no significa nada en el plano conceptual porque en dicho plano el ente
no es algo, y por lo tanto no puede tampoco ser otro. La unidad entre uno y otro puede entenderse como síntesis
dialéctica, pero no como unidad trascendental. El ente trascendental es superior a la oposición uno y otro, y a su unidad;
pero es superior indeterminadamente, es decir, no convirtiéndose con ningún sentido de la positividad.
En la fase conceptual de su conocimiento, el ente no se conoce como aliquid -o bien la alicuidad conceptual no es
trascendental-. Por eso, desde él no es licito transitar a un más allá. Tal transitar despegándose del ente es una verdadera
falacia trascendental, a la que cabe llamar uso comparativo del concepto de ente. Pero en la denuncia de tal falacia no
debe intervenir la propiedad lógica de la universalidad. Ciertamente, toda división objetiva es inferior al concepto de ente.
Como hemos dicho, el ente no sucumbe, sino que se impone a la multiplicidad de los contenidos de conciencia. Pero no
es legítimo argumentar con alcance trascendental tomando como fundamento tal superioridad, la cual no tiene sentido
unitario definido y no permite establecer implicaciones lógico-extensivas. La superioridad del ente no es susceptible de
consideración separada: en cuanto, que abstracto, el ente es sumamente vacío.
Más aún: la unificación del ente conceptual es directamente contraría a su valor trascendental, ya que en modo
alguno es cierto que el concepto agote el conocimiento del ente. Toda suposición del objeto proyecta un ignoto
extramental. En suma, si para eliminar lo otro que el ente se acude a consideraciones en que juegue la universalidad -el
ente como único todo- se incurre en una inextricable confusión. En el plano del concepto, la eliminación de lo otro que el
ente se funda en que en este plano el ente no es algo: es exclusivamente una eliminación, no una evidencia de la
identidad entre el carácter de todo y el ente.
2. El conocimiento conceptual del ente no es un conocimiento perfecto. Pero, al mismo tiempo, es un conocimiento
trascendental, y en este sentido excluye que la función otro alcance al ente, y también que el concepto se tome por el
único, o insuperable -quoad nos- conocimiento del ser. En este sentido, el concepto asegura su propio perfeccionamiento,
está abierto a una continuación intrínseca -en rigor, es esta continuación lo que excluye, o sustituye, el tránsito al otro-. Lo
cual significa que el conocimiento conceptual incluye un implícito. Esta inclusión no es genérica, ni su explicitación un
análisis del concepto. Sin ella, o, precisivamente, antes de ella, el concepto de ente no es trascendental.
De la trascendentalidad del concepto se sigue la necesidad de proseguir conociendo. Tal prosecución no lleva a
otro que el ente, puesto que es requerida por la congruencia del trascendental, es decir, por la necesidad de conservarlo.
La conservación del ente no es posible de un modo estático -atenencia-. Lo cual significa también que la preservación del
ente frente a toda división objetiva no es la única dimensión en que el ente ha de mantenerse. Se da una segunda
dimensión, positiva, que debe entenderse, precisamente, como la consideración positiva del ente mismo: a esta
consideración llamo juicio trascendental .
La elucidación del implícito del concepto de ente es el paso al existente. Esto significa: el paso cognoscitivo desde
el concepto es el juicio, de ninguna manera un raciocinio. Lo que se sigue de la trascendentalidad conceptual es el existir
-ente-.
El existir es el aseguramiento máximamente formal del trascendental conceptual, en modo alguno la suposición del
concepto. Mas aún: tampoco es el existir un implícito del ente supuesto -en este caso se trataría de una constatación
analítica-, sino una exigencia de la trascendentalidad del concepto, la cual se perdería si no transitáramos hasta la
afirmación. En este sentido, el existir es el implícito del concepto, no como una determinación de su propia formalidad
relativamente indeterminada, sino como el acto superior a dicha formalidad y primario respecto de ella.
La existencia no es, en modo alguno, determinante de la formalidad conceptual: en otro caso, el trascendental se
confundiría con el género, y la conversión al fantasma no sería posible. Téngase en cuenta que la determinación más
propia del concepto es el fantasma; sin olvidar, por otra parte, que en orden al fantasma el concepto es universal -¡no
trascendental!- (ens commune), y que el juicio no refiere el existir determinadamente al concepto: cfr. sobre el tema el
articulo de F. D. Wilhelmsen, La théorie du jugement chez Maritain et Saint Thomas d'Aquin, en La Table Ronde, nº 135,
especialmente págs. 34-56.
La inferencia del existir es trascendental, no depende de la universalidad. No tiene valor argumentativo en una
lógica de extensión, sino, mas bien, el sentido de una fidelidad que obliga a superar la mera detención en el concepto. No
hay relación entre la formalidad universal y el existir, sino una sustitución de aquélla por el paso a este último.
Nótese, sobre todo, que si la existencia estuviera contenida en el concepto, sería válida la proposición: la existencia
es (y es inteligible como ente). En contra de ello, estas dos declaraciones tomistas: " Esse quod rebus creatis inest, non
potest intelligi nisi ut deductum ab esse divino", De pot. q. 3, a. 5, ad 1. "Non sic propie dicitur quod esse sit, sed quod per
esse, aliquid sit", In Div. Nom. ed. Marietti, nº 751. Cfr. también ibid., nº 660. En el juicio, la existencia no comparece en
cuanto tal.
3. Teniendo en cuenta estas observaciones, cabe sentar la siguiente proposición: las condiciones formales propias
del conocimiento conceptual no son válidas para la elucidación del implícito trascendental del mismo y no es usándolas
con valor regulativo como puede lograrse dicha elucidación. A esto obedece la falacia del argumento ontológico el
carácter contradictorio de aquella deducción del existir que se funda en las pretendidas exigencias de la infinitud objetiva.
El ente no es capaz de hacer comparecer la existencia. La referencia del existir al ente no es sino el ente como habens
esse, y no una articulación entre dos conceptos, la cual como es obvio, no puede tener valor trascendental.
En el juicio no se conoce propiamente la existencia sino el existente. En consecuencia, el argumento que estamos
examinando es, no solamente inválido, sino contradictorio con la trascendentalidad del conocimiento si se le da un valor
definitivo. Sólo es legítima la exclusión de la causación por otro en virtud de la necesidad de la referencia al esse que
comporta la afirmación del ente. Siendo la referencia al esse la única prosecución del concepto de ente con valor
trascendental, la alusión a una causa extrínseca ha de rechazarse. o lo que es igual, no cabe que la positividad del ente
se explique por otro, por cuanto antes de la referencia al esse, al ente no corresponde positividad.
3) La limitación trascendental del argumento que acabamos de examinar, estriba, pues, en que el juicio también
oculta un implícito. El conocimiento que el juicio proporciona no es exhaustivo y por eso la fidelidad a dicho conocimiento
excluye la atenencia a la formalidad judicativa y obliga nuevamente a proseguir. Por esta razón, el establecimiento
trascendental de la incausación no es todavía accesible. Una cosa es que el ente sea -noción del ente como habens esse
o como id quod est- y que no pueda ser explicado por otro, y otra cosa que el conocimiento de la existencia se logre en el
juicio, es decir, en forma afirmativa, de manera plena. ¿Cómo lograr el mantenimiento de la afirmación? Ciertamente, no
en virtud de sí misma. El implícito del juicio es el tema del fundamento.
1. Formalmente, el juicio es la afirmación. Pero la afirmación es la afirmación del ente, no de la existencia. El juicio
no establece que la existencia sea, sino que el ente es.
La afirmación está referida al ente. Pero la interpretación exacta de esta referencia no es fácil. Ha de excluirse,
desde luego, que la afirmación sea lo definitivo, básico e insuperable, es decir, que se establezca sin fundamento, o de
suyo. La realidad cartesiana, como realidad en sí, es la consideración de la afirmación como correspondencia bastante
con el ser. Empero, la afirmación precisivamente considerada es la omisión trascendental del tema del fundamento; por
eso, la realidad en sí ha de ser causada por otro, el cual, a su vez, ha de determinarse como causa sui: todo lo cual
carece de sentido trascendental.
Recuérdese que la afirmación es requerida por el concepto de ente, sin que, por otra parte, encuentre en él su
fundamento. La afirmación, como formalidad judicativa, es el retorno al ente en que este es positivo. Este retorno, sin
embargo, no es una vuelta al concepto en cuanto tal, ya que en este caso la formalidad judicativa se anularía, o se
confundiría con la formalidad conceptual. Dicho de otro modo: la afirmación del ente no nos lleva a encerrarnos en el
concepto, sino que ente en cuanto ente significa habens esse. La positividad del ente no es la identidad del ser consigo.
Tampoco puede admitirse una identidad entitativa al margen del ser, ya que esto haría del ser el otro que el ente. La
formalidad judicativa indica, por un lado, la imposibilidad de afirmar el esse, y por otro la imposibilidad de prescindir del
mismo. Por lo tanto, a la afirmación le corresponde un implícito. Este implícito es el fundamento -principio-.
La afirmación del ente no hace del ente un afirmado-por, ya que esto comporta la noción de otro, es decir, la
reduplicidad de la afirmación. La congruencia de la noción de fundamento no puede lograrse con tal reduplicación, porque,
por un lado, el otro habría de ser causado por el mismo título que el ente, y, por otro lado, lo afirmado sería positivo al
margen de su dependencia causal, con lo que ésta no podría ser intrínseca.
2. Estas consideraciones nos autorizan a declarar pertinente en orden a la formalidad judicativa, la observación que
hicimos respecto de la formalidad conceptual: tampoco las condiciones formales propias del juicio son válidas para la
explicitación de su implícito trascendental.
Referida al habens esse, esta observación significa que la positividad no es comparable con su fundamento. El uso
comparativo de la afirmación no es trascendental. El fundamento de la positividad es simplemente superior a ella. Es esta
superioridad lo que nos libera de la necesidad de separar la causa -alteridad-, y de la consiguiente marginalidad de la
positividad entitativa. Podría expresarse esto diciendo que la positividad entitativa tiene sentido de status y que está
radicalmente fundada, de modo que no se asienta o se constituye fuera del fundamento. Fundamento significa primero, y,
por lo tanto, veda la anticipación del estado de positividad, es decir, su suposición. Pero una expresión más penetrante de
la dependencia del ente sería esta: el implícito de la afirmación no es la afirmación: el ente no se suposita, ni se funda en
identidad, sino que se afirma en virtud de un fundamento intrínseco. Va dicho con ello que la prosecución heurística del
juicio no puede hacerse:
1º En un sentido de pura dilatación; o lo que es igual, que el ente como existente no es una totalidad unívoca. La
afirmación "global" del ente no tiene sentido, porque entrañaría que el incremento cognoscitivo se encauza sólo hacia el
ente -o que el esse instaura al ente como todo-, lo cual es, propiamente, un olvido de la prosecución.
La analogía del ente es el reconocimiento de que la referencia al esse no totaliza como ente.
2º En el sentido de progresar en el plano de la afirmación como tal hasta la afirmación absoluta, ya que, en rigor,
afirmación absoluta -existencia separada de la esencia en el juicio- no significa nada. Entiéndase: no significa existencia.
La consideración intensificadora de la afirmación no es el conocimiento del esse.
3. Ante la imposibilidad de proseguir la afirmación, cabe encomendar la tarea heurística a la negación como
antítesis de la afirmación. En Hegel, el método dialéctico, que avanza en virtud de la fuerza del negativo, se concibe como
el mismo progreso hacia el fundamento: "La justificación retroactiva del comienzo y la progresión hacia nuevas
determinaciones de éste, no es, en el fondo, más que lo mismo", op. cit. II, pág. 503: Sin embargo, el procedimiento
hegeliano ha de rechazarse. Por más que dilate el campo, la negación es insuficiente desde el punto de vista
trascendental, ya que se compone con la tesis. Tal composición, desde luego, no tiene el sentido de un reparto del área
consciente -división extensiva, o inferior al trascendental conceptual-, pero sí el sentido de una incongruencia, que
consiste en que el negativo se funda en la improsecución de la afirmación. Se trata, por lo tanto, de una composición
fundamental, es decir, de una división del fundamento mismo, que obliga a la síntesis como momento ulterior. Ello nos
permite afirmar que el fundamento hegeliano no es trascendental, o que Hegel no supera la distinción de las causas.
4. Así pues, la explicitación del esse como fundamento no es asunto cómodo. Si cediéramos al desánimo
provocado por las dificultades apuntadas, habríamos de decir que detrás de la afirmación se abre la vaguedad. Pero
obsérvese:
lº Que la vaguedad es incompatible con la afirmación. En efecto, postular la vaguedad comporta: o anular la
afirmación en sí misma, si se hace recaer sobre ella (pero la afirmación no equivale al carácter de en sí, ni siquiera como
término de anulación); o bien, a consagrar la afirmación como tal, si se entiende que en la comparación con la vaguedad
el triunfo corresponde a ella (o que más allá de la afirmación no hay nada por no ser del orden de la afirmación. Nótese
que esta eliminación del valor positivo del más allá del ente no alcanza a la estricta suposición hipotética del más allá). En
suma, la vaguedad no sobreviene sino porque nos aferramos al ente.
2º Que, por lo tanto, la aparición de la vaguedad indica que la atenencia a la afirmación no es trascendental
precisamente como contradictoria . La incompatibilidad de afirmación y vaguedad se introduce en la misma medida en que
nos atenemos a la afirmación. O lo que es igual: el ente en sí presenta a su propio incompatible.
5. La afirmación sólo puede sentarse en el orden trascendental en virtud del principio de no contradicción.
Hablando estrictamente, la afirmación no es lo mismo que la no contradicción, sino que está fundada por la no
contradicción. No es cierto que la no contradicción consista en la eliminación de la confusión entre ente y nada a partir de
la comparación entre ambas nociones. Esto sería un remedio tardío, y carente de alcance, a la primaria introducción de la
noción de nada. Lo contradictorio no es la confusión entre ente y nada, sino la presentación de la nada . La no
contradicción no es un remedio contra dicha confusión, sino la radical eliminación de la suposición de la nada que deriva
del ente en sí. Es así como se funda la afirmación.
Se puede afirmar, tenemos derecho a afirmar; es decir: el ente no es lo mismo que el no ente. No ente significa
nada. Luego el ente como distinto de la nada es el ente como sólo ente.
Sólo ente no significa sólo ente -y- no otra cosa, sino sólo ente y eliminación del otro desde la radicalidad capaz de
desterrar -o sustituir- su hipótesis misma. Sólo ente, por tanto, no es una reducción de una mayor extensión posible, o una
abstención ante ella. La nada no es una presencia posible más allá del ente y que hay que negar desde el ente, sino la
exclusión fundamental de dicha posibilidad; es decir, la descalificación de la dimensión extensiva abierta a partir del ente;
descalificación que se opera en virtud de una prosecución en la dimensión de la radicalidad (con lo que se niega que el
ente sea aquello de que partir, mediante la advertencia de un superior y congruente sentido del fundamento).
En consecuencia, sólo ente significa sólo ente y no totalidad. El ente no es "lo único con que se cuenta", sino el
único estar en virtud del fundamento. Es así como sólo ente equivale a la afirmación. Tal estar depende del fundamento
en su modalidad misma de estar: el sólo ente es imposible sin fundamento. En este sentido, si la eliminación de la nada no
es una restricción de la extensión del ente, tampoco es una instauración de la universalidad -cosa manifiestamente
imposible-.
Fundar la afirmación es para ésta su escueto carácter de tal, es decir, lo imprescindible -digamos, lo mínimo- para
que no vacile o se confunda. Sólo ente significa, por tanto, que el fundamento no perfecciona ni se añade al ente. Pero, a
la vez, en virtud del fundamento, el ente se libera de la inseidad, es decir, de la necesidad de llenar el vacío de sí mismo.
Esta última observación es la clave para el desarrollo del tema del ente. Quede sólo indicado.
6. El esse, ha de interpretarse, ante todo, como la no contradicción. No contradicción significa: posición como no
alteración. La posición es el incremento puro -es lo que quiere indicar la expresión " positio extra nihilo "-. Tal incremento
puro es el carácter de comienzo, o primero. Comienzo como existencia -como no alteración- es el tema de la persistencia.
Sin la persistencia incurrimos en la contradicción. Se incurre en la contradicción en el modo de detención o no
prosecución. Pero la prosecución de la afirmación es imposible, ya que intentarlo comporta desunión -mera duración-, es
decir, alejamiento del comienzo, y, por lo tanto, pérdida de su carácter existencial.
La persistencia es el carácter de fundamento. Fundamento no es, en modo alguno, el estar fundado de un ente,
sino lo que sólo se explícita como persistencia. La persistencia es la congruencia, es decir, la equivalencia de no
contradicción y fundamento.
La persistencia es la no contradicción, en el ser, del comienzo. Pero, también, el comienzo es inseparable de la
persistencia, es decir, no puede quedar relegado al pasado, pues con ello persistir sería transcurrir -se supondría según el
presente-. En esta inseparación se muestra, por fin, la actividad.
7. Con la interpretación del principio de no contradicción que se ha propuesto, se logra destruir la equiparación de
causa y otro en el plano trascendental. Con esta interpretación se muestra también que la dualidad ente-existencia es una
compatibilidad trascendental.
Habría que estudiar ahora el carácter positivo de Incausado, que es más amplio que el esse; pero el tema excede
los límites de esta nota.
Por último, he de señalar que el método o vía de acceso al ser que aquí se ha esbozado, método heurístico o de
explicitación, no es el único posible. En particular, la justificación perfecta de los caracteres del ser que se enuncian en el
número 6 de este apartado, exigiría un desvelamiento integral de los límites de la objetividad, que aquí no han sido
considerados sino en el aspecto de formalidad lógica.
387. Provisional absolutamente, de manera que tal detención no tiene otro sentido determinado que el de una propiedad lógica.
Si el concepto de ente se considera al margen de su proseguimiento, pierde la trascendentalidad, que es sustituida por la
propiedad lógica de la universalidad. La confusión entre trascendentalidad y universalidad, tantas veces denunciada, es un
peligro siempre próximo.
388. La ratio como conocimiento dinámico-operativo -progresivo- se mueve en el ámbito del intellectus, cuya mayor simplicidad
trasciende a la razón. Ello comporta que el conocimiento racional, en cuanto explicitación, no puede aislarse por completo
de lo que se llama reflexión.
Al hablar del intelecto como ámbito no se pretende que se trate de una totalidad dada, sino de una apertura directora, que
ha de ser desarrollada y explicitada mediante una función discontinua, referida siempre a lo avizorado por la función
intelectual. Por ello, la razón no tiene al intelecto meramente como punto de partida, sino como fondo permanente que ella
repite según su modo conexivo y gradual característico. En este sentido, puede decirse que la función del intelecto es
ámbito para la razón, y, a la vez, que la trasciende: o también, que la diferencia entre razón e intelecto se cifra en la
discontinuidad de aquélla; tal discontinuidad hace que la explicitación racional no sea perfecto mantenimiento de la
apertura cognoscitiva o que en cierto modo la limite u obture al tratar de llevar a cabo la exigencia de perfeccionamiento
intelectual.
Por lo mismo, es incorrecto buscar una relación de fundamentación total entre las distintas fases operativas del
conocimiento: en el transcurso de la operación racional, lo que en cierto sentido es primero, en otro sentido es segundo.
Paralelamente, el carácter de determinación de los elementos que se disciernen en el despliegue de la reflexión no debe
confundirse con lo que se llama ser. La referencia de toda formalidad al ser es distinta de su consistencia pura en el seno
de la reflexión. Pero, a la vez, la interpretación unitaria de las implicaciones analíticas o sintéticas de la razón no puede ser
sino una construcción o un resultado, incoherente con la razón en cuanto regida por el intelecto. El binomio intelecto-razón
es lo que olvida toda dialéctica.
Como la razón es dirigida por el intelecto, la búsqueda del primer principio en la razón interpretada subjetivamente es una
confusión y una superficialidad. Pero como la vigencia del intelecto no es absoluta, hay que admitir que tampoco el
intelecto es de modo unívoco el primer principio. En suma el conocimiento humano está afectado de una última
potencialidad que invalida el intento de la filosofía sistemática.
a) Cabe entender que la inferencia cartesiana del sum surge como una fase
del despliegue completo de la actitud cartesiana, de tal manera que pertenece
constitutivamente a tal despliegue y fuera de él es imposible. En efecto, ¿no se
determina el sum como facticidad pura, en la misma línea de la sustancia? ¿No se
llega al sum suspendiendo el conocimiento en la dirección que indaga acerca del
implícito trascendental? el sum es inseparable, tanto de la noción cartesiana de
sustancia, como de la consideración precisiva de la objetividad. Pero la sustancia
cartesiana es el mero olvido del valor trascendental del conocimiento; y, por su
parte, la objetividad como situación carece de aquella integridad mantenida
prosecutivamente que es lo propio del conocimiento del ser trascendental. El sum
responde a una preocupación absorbente por la seguridad del conocimiento,
directamente opuesta a la intención explicitativa que alimenta y expansiona a la
metafísica tradicional. En estas condiciones, no parece que esté justificada la
pregunta sobre la significación trascendental del sum.
Por otra parte, en la filosofía tradicional no se reconoce al ser de la
subjetividad cogitante humana valor trascendental, si no es por reducción al sentido
general del ser. Además, la inferencia del sum no cabe en la filosofía tomista, según
la cual la implicación del sujeto es una cierta connotación que se capta en una cierta
reflexión (sin necesidad de nueva especie expresa). El sum es una realidad y, por lo
tanto es finito. ¿Cómo podría admitirse que una investigación sobre el sum que
intenta encontrar en él una significación trascendental, sirva al propósito de poner en
conexión a Descartes con el sentido del ser de la tradición? Más bien parece que
con ella se llevara a cabo una oposición violenta entre dos maneras precisas de
entender la implicación de la subjetividad y su alcance.
Las consideraciones que anteceden son importantes, pero no tanto como se
pretende. Indican que la interpretación trascendental del sum no es tarea llana, ni
cara a Descartes, ni cara a la tradición, y que habrá que llevarla a cabo con sumo
cuidado y precisión. Pero en modo alguno la invalidan de antemano: no son
disuasorias.
Resaltemos la incompatibilidad entre la inferencia del sum y el argumento
ontológico. Esta incompatibilidad significa que la plenificación ontológica de la
evidencia despoja a la inferencia del sum de todo posible mantenimiento y
prosecución. La intensificación de la evidencia en la dirección de la identidad con la
realidad es simplemente distinta de la insistencia en la consideración del ser del
cognoscente humano. Recuérdese que el sum se ha interpretado como excéntrico o
no acumulable a la situación de objetividad. En este sentido, se ha de negar que el
proseguimiento de la investigación del sum comporte para la situación de objetividad
ninguna consolidación o refrendo.
En estricta correspondencia, la incompatibilidad aludida señala directamente
que la inferencia del sum no es una fase coherente dentro de un desarrollo más
general, sino que la inferencia del sum, en cuanto susceptible de desarrollo, es
completamente insolidaria con el destino del resto de la temática cartesiana; más
aún: que considerada en conexión coherente con el conjunto de los temas
cartesianos, dicha inferencia no puede desarrollarse, sino que queda paralizada.
La filosofía cartesiana es, en las antipodas del sistema, lo que podría
llamarse una filosofía dispersa, es decir, un conjunto de temas cada uno de los
cuales encuentra en los restantes el obstáculo a su intelección metafísica y que, por
lo tanto, sólo podría desarrollarse intrínsecamente anulando la determinación
positiva que por efecto de la conjunción de todos cada uno adquiere. Por eso
decíamos en la Introducción de este libro que los continuadores sistemáticos de
Descartes se alejan de él en todos los sentidos; vale decir, no aprovechan su
eventual originalidad metafísica, sino que la destruyen al encauzar su esfuerzo hacia
la superación de la dispersión cartesiana en la forma de una mejor articulación de
algunos de sus elementos -de todos ellos es imposible; de aquí que los filósofos
posteriores descubran siempre en Descartes algún vicio lógico-.
La determinación positiva de la situación de objetividad es la primaria. Fruto
inmediato de la actitud cartesiana, es decir, de la pretensión de autonomía y control,
es ella la que introduce la dispersión de los temas y la positividad de cada uno;
positividad de la realidad en cuanto estrictamente extramental; positividad del sujeto
como facticidad de la conciencia; positividad del infinito como identidad y causa sui;
cuantificación de la ratio -deducción en sentido cartesiano-.
De este carácter central de la situación de objetividad en Descartes se sigue
que la restitución de los temas cartesianos a la metafísica se ha de hacer por el
procedimiento de anular la pretendida positividad de dicha situación. En el fondo, es
este el criterio que preside la comparación del sentido cartesiano de la idea, el juicio,
el principio de no contradicción, el fundamento y la identidad, con el sentido
trascendental de estas nociones, que se ha llevado a cabo en el apartado B) de este
capítulo. Hasta aquí, sin embargo, puede estimarse nula la aportación de Descartes
a la metafísica, ya que la diferencia entre el conocimiento trascendental y el que se
consuma según la positividad formal -denunciada desde Aristóteles como
meramente lógica- de la objetividad está establecida en la filosofía perenne desde
antiguo; y además, de esta diferencia resulta rigurosamente una crítica de la versión
cartesiana de las nociones citadas.
Lo que ahora vamos a intentar es andar los primeros pasos en el desarrollo
de la inferencia del sum. El procedimiento adecuado para ello arranca también de la
anulación de la determinación independiente de la situación de objetividad. Si
llamamos trascendental al conocimiento en cuanto que progresa por la explicitación
del implícito metalógico del objeto, no cabe duda de que el desarrollo de la
inferencia del sum que vamos a intentar siguiendo tal procedimiento, podrá
llamarse, con justicia, trascendental, puesto que metalógico no se dice sino en orden
a la interpretación de la positividad lógica como mera entidad de razón, no siendo
esta interpretación otra cosa que un modo de anular la positividad del objeto
precisivamente considerado.
Sin embargo, la descalificación de la positividad objetiva necesaria para
desarrollar la inferencia del sum es más radical que la que sirve como punto de
partida para el conocimiento del ser en la tradición. Es aquí donde cabe reconocer a
Descartes un interés original para la Filosofía.
Aunque el pensamiento no sea una relación consigo, no por ello deja de ser
la mismidad -manifiesta también en los enlaces formales de la multiplicidad de
contenidos-. En cuanto que mismidad pura, el pensamiento se distingue del ser.
Pero también: en cuanto que mismidad, el pensamiento sugiere su interpretación
como positividad. Con tal interpretación la distinción entre pensar y ser se desvirtúa
o se borra. La denuncia de tal confusión se lleva a cabo en la teoría aristotélica de la
Lógica en la forma de reducir la positividad del objeto separado a entidad de razón.
Pero para alcanzar el sentido existencial del conocimiento humano hay que dar un
paso más. Es en cuanto mismidad como el pensamiento debe ser anulado.
La inferencia del sum establece justamente que la no referencia a sí del
pensamiento es incompatible con su consideración positiva, incluso en la mínima
cuantía de la mismidad: la mismidad no es -mismidad-. La constancia formal del
pensamiento no se resuelve en insistencia, no es penetrativa o explicitativa de sí
misma. La constancia de la evidencia requiere para ser establecida un elemento
opaco, y jamás se consigue como una resolución intensificante en el sentido del
conocimiento. Resalta claramente la diferencia entre el juicio y la inferencia del sum.
Mientras que en el juicio la positividad se explícita legítimamente como prosecución
y mantenimiento cognoscitivo, el cogito se determina como positividad únicamente
en cuanto que precipita su limitación. La positividad del pensamiento es la
paralización substantivada del incremento cognoscitivo, es decir, la resolución del
pensamiento en su límite. Pero si la consideración positiva del pensamiento no es
más que su límite y requiere, por lo tanto, ser anulada, la determinación del sum
como facticidad del cogito significa simplemente que el ser que corresponde al
pensamiento es impensable: no significa que hayamos encontrado el ser del pensar,
sino que no lo hemos encontrado. La inferencia del sum no es, en manera alguna, la
consideración del cogito como habens esse, sino que, al contrario, comporta la
anulación de la positividad del cogito precisivamente considerado. La
correspondencia del cogito con su ser lleva aparejada la descalificación de la
positividad del cogito. En suma: la consideración metafísica del pensamiento no es
compatible con su determinación ontológica.
Voy a esbozar a continuación el sentido de la anulación del límite mental
concebida como vía para el desarrollo del conocimiento trascendental. El tema se
divide en dos partes. En la primera se intenta dirigir la mirada al límite para sacarlo
de su ocultamiento habitual y detectarlo. Se describe el límite mediante una serie de
caracteres. En la segunda parte se establece la multiplicidad de referencias del
pensar al ser, tal como resulta al detectar el límite.
Ahora hay que decir que lo pensado significa lo por pensar. No se entienda
esta última expresión en su sentido inmediato, es decir, centrándola en lo pensado,
como si pensar fuera volver sobre lo pensado. Pensar como novedad no es
reduplicar. El pensar no es un resultado, puesto que como resultado se reduce al
límite. La reiteración del límite no es más que el límite.
La expresión: "lo por pensar" no se debe centrar en la suposición, sino que
ha de entenderse atendiendo exclusivamente al pensar como novedad. La novedad
del pensar descentra el límite, es decir, lo anula como positividad. Pensar como
novedad no se suma al límite, no se añade a él. No se trata de novedad en una
única dirección, sino de pura novedad. Justamente como novedad corresponde al
pensar el carácter de inmanencia personal.
Por liga lo (la presencia) con pensar, e indica el carácter de inmanencia
propio del pensar. Sin embargo, por no tiene sentido causal, es decir, no realiza lo,
ya que la positividad de la presencia no es un efecto, sino el límite. La expresión: lo
por pensar, excluye esta otra: pensar lo pensado.
Por indica que pensar queda por ultimarse. Pero tal quedar no está
determinado por la constancia del ya, y, por lo tanto, no significa "todavía no", o
quedar en suspenso, relegado, arrinconado, en el después. Esta indeterminación de
la inmanencia personal con respecto al ya nos permite afirmar que por es el abrirse
en camino. El abrirse no tiene su punto de partida en la presencia. Por no comenzar
en el ya, no se puede asignar al pensar comienzo consistente, y, en cambio, a la
consistencia hay que entenderla como antecedencia en exención. Pensar como
apertura no es tampoco lo previo al término -puesto que se limita en el término-:
pero, le corresponde el carácter de inmanencia, entendida como novedad que en la
constancia del término se limita.
Lo que se limita en el término no puede interpretarse como lo que pone el
término, o consiste en dirigirse hacia él. Acontecer pensar requiere este levantarse y
mantenerse por encima de un poner el límite.
Por es, en suma, buscarse. Buscarse es la permanencia de lo problemático,
puesto que se mantiene distinto de todo fundamento: es la novedad
correspondiente.
En la búsqueda estriba el valor de novedad del pensamiento. Tal novedad es
el sobrevenir o acontecer. Lo nuevo, lo inédito es el salir a buscar: en ello se
concentra el poder de pensar. Salir no es salir a fuera, sino lo nuevo respecto a lo de
fuera. Paralelamente, hallar no es el término del salir -no es un mero encontrar-, sino
la persistencia sobre la que se levanta el poder de pensar.
La proposición: hallar es la persistencia sobre la que acontece el poder de
pensar, significa: 1º Hallar justifica conceder al pensar la preposición por. 2º Sin
embargo por no tiene sentido causal, sino el sentido de acontecer. Por pensar
significa exactamente igual que: al pensar.
La proposición: buscarse acontece por encima del hallazgo, niega al hallazgo
valor causal, y en consecuencia, va también dirigida a señalar el poder del pensar.
Por y acontecer son equivalentes y significan el poder de pensar.
El carácter de novedad propio del pensar, que se cifra sólo en el buscarse, es
el poder correspondiente al hallazgo. Poder correspondiente significa: sin tal poder
el hallazgo no es posible; pensar posibilita el hallazgo. Ahora bien: la referencia del
pensar como posibilidad al ser desborda el hallazgo del ser, es decir, dilata el tema
del ser más allá del fundamento.
Señalemos, ante todo, que en orden al hallazgo del ser el límite mental juega
con el valor de una vez. Una vez es el límite de poder correspondiente con el
hallazgo, y por lo tanto, es lo que introduce la diferencia entre el poder de pensar y
el hallazgo: La estabilidad del pensar en orden al hallazgo se cifra en el valor de una
vez; pero según tal valor el pensar se separa del ser, lo suple. Lo es el conferir de la
presencia, es decir, el suponer según el valor de una vez. El hallazgo como ser es lo
implícito no proseguido, sino limitado en la presencia. El carácter problemático del
poder de pensar está indicado por el valor de una vez con que el límite juega en
orden a la persistencia del hallazgo. En tal valor se cifra la diferencia de lo pensado
y ser.
Si se tiene en cuenta que pensar no es poner la presencia, y, por otro lado,
que el mantenimiento del hallazgo como persistencia no es tarea del pensar, sino
que ha de referirse al ser, se alcanzará a ver que lo problemático es la novedad del
pensar.
Lo pensado, decíamos, significa lo por pensar. Ahora afirmamos que lo
pensado es el límite del poder de hallar, es decir, lo que se establece como
diferencia única entre el poder correspondiente al hallazgo y el mantenimiento del
hallazgo. El poder de pensar en orden a lo no es un poder productor, sino un poder
que compromete problemáticamente su novedad en un límite como diferencia con el
ser. Por otro lado, sin embargo, nótese que al pensamiento no compete ser idéntico
al hallazgo, pues entonces, simplemente, no cabría interpretarlo como el poder
correspondiente. Paralelamente, el ser hallado -que es el ser como fundamento- no
es en modo alguno el ser de la identidad. Así pues, la diferencia entre límite y ser no
es la distinción entre el ser y un hipotético otro, sino el valor de único del límite. Al
establecer, según el límite, su diferencia con el ser hallado, el pensar compromete
su novedad, no su identidad con el ser. En suma, la expresión lo por pensar indica la
adscripción de lo al poder de pensar como su límite. El límite tiene valor de
presencia, no de ausencia. Como decíamos, este valor del límite es un indicio de la
excelencia del pensar. En efecto, el límite al establecer la diferencia con el ser no
elimina el pensamiento: el límite indica, pues, que el pensar no deriva del ser.
Ciertamente, si el pensar fuere susceptible de una interpretación ontológica, esta
superioridad no podría admitirse; pero el pensar es lo problemático.
Pensar y ser como fundamento no son comparables. La proposición: la
presencia no es la entidad del pensar, no significa una mengua para el fundamento
trascendental, sino que la presencia como límite ha de referirse exclusivamente al
pensar. Pensar es el poder que no es obstáculo para que el fundamento persista sin
él. Ser como fundamento significa persistencia. La persistencia no es afectada por lo
problemático. Pensar y fundamento no constituyen un todo. Debe descalificarse el
problema del nexo entre pensar y ser. Ni el fundamento está supuesto relativamente
al pensar, ni al revés. Debe negarse que el pensar se limite por no ser "lo mismo"
que el fundamento: el límite del pensar es la mismidad, es decir, el valor de único.
Este valor no pertenece al ser.
El límite no es aquello con cuya eliminación el pensar y el ser hallado se
identificarían. La referencia del pensar al ser que se descubre al anular la positividad
diferencial del límite es mucho más amplio que tal identificación.
Llegados a este punto, conviene proponer una noción de lo problemático que
nos sirva de guía para el tema de la referencia del pensar al ser: problemático
significa lo que se distingue en general del ser.
Si pensar se distinguiera del ser de un modo único, y no con entera
generalidad, habría que admitir la suposición del ser en orden al pensar, por cuanto
no habría sino un único ser. La generalidad de la distinción es imprescindible para
que pensar pueda implicar más de una alusión al ser, y no sólo la alusión al principio
trascendental.
Recuérdese que la nada es la exención con que el límite favorece al ente.
Según tal exención el ente es lo único. Pero la exención y, paralelamente, el
carácter de único han de referirse exclusivamente al pensar como su límite. El ser
no es lo único en orden al pensar; en caso contrario no se podría admitir, en
definitiva, ninguna distinción entre pensar y ser: pero a la vez, el ser quedaría
supuesto.
Distinguirse en general comporta que la referencia del pensar al ser es
múltiple, y; por lo tanto, que el carácter de único es el límite del pensamiento, es
decir, la positividad exenta no adscribible válidamente al ser. Único equivale a
consistencia.
Pensar como lo problemático es aquello respecto de lo cual el ser no es lo
único. Puesto que lo único es el límite, hemos de concluir que el límite no es
ninguna referencia al ser: distinguirse en general significa referirse al ser al margen
de la consistencia, es decir, abandonando todo criterio comparativo.
Pensar no se identifica con el ser, sino que posee un valor de unificación
propio (a esta unificación se llama tradicionalmente logos).
Como lo pensado es el único valor positivo del pensar, resulta que considerar
el pensar en cuanto distinto en general del ser requiere la anulación de dicho valor
positivo. Dicho de otro modo: distinguir el pensar en general del ser requiere cifrar
en la mismidad de la presencia lo positivo de la diferencia, con valor de único. A la
diferencia no puede concedérsele ningún valor positivo permanente, pues en otro
caso resultaría la determinación del ser en orden al pensar como lo único.
Es menester anular la positividad de la presencia. Con ello se abandona la
positividad de la diferencia entre pensar y ser. Pero la distinción en general no
desaparece con ello, sino su límite. Anular el límite no es anular el pensar. Según el
límite la distinción tiene el valor de diferencia única; anulando el límite tal valor
desaparece, pero no la distinción.
Lo general de la distinción se debe a que el pensar guarda una multiplicidad
de referencias al ser. Si ser y pensar fueran lo mismo, tal multiplicidad sería
imposible y, en consecuencia, el carácter de único correspondería al ser: pero si el
límite se adscribe al ser, no puede decirse que se haya abandonado. Anular el límite
no puede ser anular la distinción en general.
La referencia del pensar al ser requiere el abandono del límite. El abandono
nos lleva a descubrir que tal referencia no es una, sino multiplicidad. Esta
multiplicidad anula la positividad del límite, y con ello distingue completamente el
pensar y el ente. El ente es lo que se refiere al ser como a su fundamento
intrínseco. El pensar, en cambio, es absolutamente irreductible al fundamento, pues
su positividad es exenta.
La correspondencia del pensar con el fundamento es una de las referencias
del pensar al ser: precisamente la que hemos llamado hallazgo del ser. Esta
referencia no puede darse al margen de la multiplicidad, o aislada de "las otras". El
pensar no se distingue solamente del ser como fundamento y no se refiere
solamente al ser como fundamento. En otro caso, la distinción entre fundamento y
pensar sería la distinción real, y, por lo tanto, pensar sería el ente, lo cual es
inadmisible. La distinción de pensar y ser comporta la distinción de pensar y ente en
razón de la generalidad de la distinción y de la multiplicidad de referencias.
La distinción de pensar y ser no es la antítesis objetiva de lo único y lo
múltiple. Lo único en este sentido excluye a lo múltiple; de un modo homogéneo -a
todos por igual-; paralelamente, el progreso de lo único a lo múltiple no es suficiente
para distinguir lo múltiple del conjunto, es decir, para superar el límite. La
multiplicidad de referencias del pensar al ser, en cuanto correspondiente con la
generalidad de la distinción, no es nada parecido. Paralelamente, el abandono del
límite no puede efectuarse de una vez, ya que de este modo sólo se consigue
repetir el límite, proyectarlo ilegítimamente "fuera".
La absoluta generalidad de la distinción veda la conversión dialéctica. Tal
generalidad se limita en lo único de la diferencia. El poder de pensar se limita según
lo pensado. El ejercicio de pensar decae automáticamente en la antecedencia del
límite. En el límite se vierte y trueca el intento de prosecución. Por eso, el límite es
presencia con valor de antecedencia. El límite no se añade al pensar, sino que
marca la improsecución del intento de ejercicio según el valor de una vez. Según
este valor se limita la novedad del acontecer en un logro presencial. Este logro no se
puede referir al pensar de otro modo que como límite.
Al abordar la tarea de abandonar el límite se advierte la absoluta distinción de
pensar y ser. La distinción significa que pensar no se puede "poner por obra", en el
orden del ser, es decir, que, tomado como centro, se limita en la suposición, o que
su positividad es exenta.
La multiplicidad de las referencias exige la generalidad de la distinción. No se
trata de que el pensar se refiera al ser de muchas maneras sino de que como centro
no se refiere de ninguna. Las referencias no parten del pensar, sino que se abren al
abandonar la suposición. Las referencias exigen que pensar no ponga nada, ni
siquiera el vacío ámbito de la generalidad unívoca.
La generalidad como vacío es lo indiscernible como tal. La generalidad de la
distinción encuentra en ello el obstáculo máximo de la confusión, la obnubilación y la
inactividad. Y es un mero espejismo tratar de salir del vacío con el dinamismo de la
inquietud incesante. La distinción en general no es una distinción introducida por el
dinamismo de la razón en la abstracto de la representación. En cuanto que
introducida, la distinción decae en el límite, puesto que ya lo abstracto se introduce.
La distinción sólo es general si no es homogénea, si no está en situación de
objeto, ni se ordena a él. El límite es la situación, es decir, el carácter de ya en que
se vierte y decae la novedad del pensar. La distinción es el acontecer no mantenido
o situado ni siquiera una vez, es decir, lo que al tomarse como centro se limita en
antecedencia exenta.
La multiplicidad de las referencias es la plena exterioridad del ser, o la no
intromisión del pensar en el orden del ser. La multiplicidad no está inscrita en la
generalidad del pensar -que entonces sería la generalidad abstracta- ni se divide
con ella el campo -con mengua de la trascendentalidad-, pues en todos estos casos
no se puede hablar de distinción general. Además, intromisión, inscripción o
concurrencia no son, en modo alguno, atributos de un pensar real, sino intentos de
proyectar o prolongar su poder, que sucumben a su límite. La proyección está
antecedida por el valor de en vez de. La proyección en orden al ser es imposible,
pues el ser no espera al pensar, ni está supuesto fuera.
Por otra parte, en vez de, entendido como posición real, supone el pensar en
el sentido de concederle consistencia fuera del ser. Pero esto es imposible. La
exterioridad del ser respecto del pensar no tolera una exterioridad recíproca. La
exenta exterioridad del pensar debe ser interpretada como límite.
La exterioridad del ser sólo es plena si se cifra en una multiplicidad de
referencias y no consiste en un ámbito general (que dejaría al pensar fuera a su
vez). Esto significa: el valor situacional del pensar - su límite - no puede ser
abandonado de una sola vez.
La correspondencia del pensar con el fundamento trascendental requiere que
el pensar no quede fuera a su vez (ello limitaría el fundamento); pero también
requiere que el fundamento no sea lo único con respecto al pensar (en caso
contrario se adscribiría el límite al fundamento). Abandonar el límite mental
comporta una multiplicidad de referencias: el sentido de la anulación del valor de
exención, propio del límite, se descubre como exclusión del carácter de único del
orden del ser. Y también: para librar al pensar de su límite -para abandonar el límite
respecto del pensar-, es preciso negar que el pensar pueda determinar al ser como
lo único (392).
392. El planteamiento que hace Heidegger del tema de la diferencia en su obra Identitat und Differenz, Tubinga, 1957, es
insuficiente. Heidegger se da cuenta de que el fundamento como lo único es inadmisible. Pero ni siquiera se pregunta
cómo podría no serlo. Y es que Heidegger interpreta la diferencia como diferencia entre ser y ente.
393. En el importante libro de Zubiri, Sobre la esencia, Madrid, 1962, se contiene una interpretación, insuficiente a mi juicio, del
tema del quedar, que se adscribe a la esencia como su realidad (en orden al conocimiento). Y es que Zubiri entiende
como realidad lo que aquí llamamos límite. Cfr. op. cit. págs. 120 y ss.
5) "Yo conozco" no equivale a "yo existo". Se ha dicho por eso que la salida
corresponde a la inteligibilidad y no al conocer.
El yo es el valor existencial del conocer. Pero esto no quiere decir que las
expresiones "yo conozco" y "yo existo" sean equivalentes. Para conocer se necesita
el yo; pero que existir para el yo signifique conocer es falso simpliciter.
La proposición 1 muestra ahora su importancia. En efecto, al establecer que
conocer significa inteligibilidad:
De un lado, se indica de manera concretamente temática la carencia de valor
del conocer humano para la consideración en intensidad de la existencia humana.
De otro, no se plantea la cuestión de la relación conocer-inteligibilidad a partir
de una consideración abstracta del conocer, ni a partir del yo. Es decir, la negativa a
interpretar la inteligibilidad como complemento directo del conocer humano se apoya
en la carencia de sentido de toda consideración abstracta del mismo -a la cual
supone dicha interpretación-; pero positivamente se concreta en la proposición 1. En
esta proposición el conocer no se supone por dos razones: porque significa
concretamente inteligibilidad, y porque así se distingue del yo de la única manera
posible, es decir, en el orden de la multiplicidad de referencias.
En la proposición 2 se rechaza también, en definitiva, la consideración
entitativa de la positividad mental. En esta dimensión del asunto, conocer no
significa conocer la inteligibilidad. Precisamente sosteniendo que conocer la
inteligibilidad significa conocer yo se separa tajantemente aquella expresión de toda
referencia a la idea de consistencia.
Referir el conocer al yo como a su existencia incoativa es tanto como destruir
toda interpretación de la expresión "conocer la inteligibilidad" como un compuesto o
una síntesis.
En estrecha correspondencia, la proposición 1 no puede entenderse como
identidad conocer-inteligibilidad.
f) Llegados aquí, es menester poner fin a esta investigación. Queda
justificado el sentido trascendental de la existencia humana, en cuanto que
amplificación del ámbito trascendental que se cifra en el esse como fundamento.
Pero el punto de arranque escogido -una exégesis de Descartes- no permite
avanzar más. Cabe, por lo tanto, plantear aun varías preguntas. Son especialmente
importantes las que siguen: