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CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Y COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
[0.1] El presente trabajo no pretende ser más –pero tampoco menos– que una
introducción a la actual lingüística del texto. Este propósito requiere que se delimiten
recíprocamente tres modalidades de la lingüística del texto que, aunque distintas, de
continuo tienden a confundirse. Por supuesto, resultaría mucho más fácil hacer una
introducción a una sola de ellas, pero no sería más que una audacia superflua, pues
supondría la identificación injustificada de una única lingüística del texto y su objeto
específico con todos los esfuerzos realizados hasta el momento en torno a esta
disciplina. En consecuencia, se comenzará por distinguir las tres modalidades de
lingüística del texto [cfr. I § 4] para a, continuación, ofrecer una breve crítica de una de
ellas, aquélla que puede considerarse un planteamiento equivocado por carecer de
objeto propio [cfr. I § 4.1]. Posteriormente, se formularán y se discutirán los problemas
más importantes de las otras dos lingüísticas del texto, aquéllas que, por el contrario,
pueden juzgarse modalidades legítimas [cfr. I §§ 4.0.1 y 4.2]. De estas dos últimas, una
no constituye una “verdadera” y “propia” lingüística del texto, aun siendo una
orientación totalmente justificada: se denominará gramática transoracional o análisis
transoracional, es decir, “gramática o análisis que van más allá del nivel de la oración”
[cfr. I § 4.0.1 y III]; la otra, que con sólidos argumentos puede reclamar para sí el
nombre de lingüística del texto, se explicará por extenso en el segundo capítulo de este
volumen. Evidentemente, en un libro de carácter introductorio como éste es difícil
ocuparse de todos los problemas posibles que suscita la lingüística del texto, por lo que
alguno permanecerá al margen a la espera de ser desarrollado.
1
Tubinga, Niemeyer, 1972.
2
Múnich, Fink, 1973.
3
Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1978.
4
Berlín/Nueva York, de Gruyter, 1978.
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der sprachlichen Kommunikation5, de Siegfried J. Schmidt, es una introducción desde el
punto de vista de la teoría de la comunicación; los trabajos de Dieter Breuer, Einführung
in die pragmatische Texttheorie6, y de Werner Kummer, Grundlagen der Texttheorie:
zur handlungstheoretischen Begründung einer materialistischen Sprachwissenschaft7,
reflejan, por su parte, una orientación pragmática.
Finalmente, pueden encontrarse trabajos destacables en misceláneas, antologías
o actas de congresos: el libro Beiträge zur Textlinguistik8, editado por Wolf-Dieter
Stempel, recoge las actas del congreso “Möglichkeiten und Methoden der
Transphrastischen Analyse” [Universidad de Constanza, 1968]9; el volumen Textsorten:
Differenzierungskriterien aus linguistischer Sicht10, editado por Elisabeth Gülich y
Wolfgang Raible, contiene las actas del congreso[, celebrado en la Universidad de
Bielefeld, 1972,] “Differenzierunsgskriterien für Textsorten aus der Sicht der Linguistik
und einzelner Textwissenschaften”[: aquí se trata, sobre todo, de los intentos de
deslindar clases de texto y de distinguir, dentro de la lingüística del texto, métodos
diversos para diferentes clases de texto, en la medida en que, precisamente, cada clase
pueda requerir técnicas de análisis y descripción específicas]11; el libro Lektürekolleg
zur Textlinguistik12, preparado por Werner Kallmeyer, consta de dos volúmenes: el
primero es una especie de introducción sistemática formada por fragmentos de trabajos
de diversos autores (se presenta como una antología de la lingüística del texto) y el
segundo es una colección de trabajos independientes [...]; por último, el cuaderno
Linguistische Probleme der Textanalyse. Schriften des Instituts für Deutsche Sprache
(Jahrbuch 1973) también contiene informaciones interesantes13.
[0.2.2] Por lo que se refiere a los nombres propios de la lingüística del texto, hay
que destacar en el ámbito alemán a Hennig Brinckmann14, Wolfgang Ulrich Dressler
[obras citadas supra § 0.2.1], Peter Hartmann15, Roland Harweg16, Walter A. Koch17,
5
Múnich, Fink, 1973, traducción española Teoría del texto. Problemas de una lingüística de la
comunicación verbal, Madrid, Cátedra, 1978.
6
Múnich, Fink, 1974.
7
Reinbek (Hamburgo), Rowohlt, 1975.
8
Múnich, Fink, 1971.
9
Los resultados de este congreso establecen pautas para el desarrollo de la lingüística del texto en tanto
que gramática textual.
10
Fráncfort, Athäneum, 1972.
11
Coseriu añade este comentario en Hacia una lingüística integral, curso dictado en la Universidad
Nacional Autónoma de México en el año 1975, manuscrito núm. A XIV/3 del Archivo Coseriu,
conferencia I, folio 15. Sobre la tipología textual hay ahora información bibliográfica comentada en
Kirsten Adamzik, Textsorten, Texttypologie: eine kommentierte Bibliographie, Münster, Nodus, 1995.
12
Fráncfort, Athenäum/Fischer Taschenbuch Verlag, 1974.
13
Düsseldorf, Schwann, 1975.
14
Véase, por ejemplo, Die deutsche Sprache. Gestalt und Leistung, Düsseldorf, Schwann, 1962.
15
Véanse “Text, Texte, Klassen von Texten”, Bogawus (Münster), 2, 1964, págs. 15–25; “Textlinguistik
als neue linguistische Teildisziplin”, Replik (Berlín), 2, 1968, págs. 2–7; “Texte als linguistisches
Objekt”, en Wolf-Dieter Stempel (ed.), Beiträge zur Textlinguistik, págs. 9–29; o la edición conjunta con
Hannes Rieser Angewandte Textlinguistik, Hamburgo, Buske, 1974.
16
Pronomina und Textkonstitution, Múnich, Fink, 1968, o “Textlinguistik”, en Walter A. Koch (ed.),
Perspektiven der Textlinguistik, Stuttgart, Kroener, 1974, vol. II, págs. 88–116.
17
Véanse Vom Morphem zum Textem: Aufsätze zur strukturellen Sprach- und Literaturwissenschaft,
Hildesheim, Olms, 1969, y Das Textem: gesammelte Aufsätze zur Semantik des Texts, Hildesheim, Olms,
1973.
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Werner Kummer [op. cit. supra § 0.2.1], János S. Petöfi18, Wolfgang Raible19, Siegfried
J. Schmidt [op. cit. supra § 0.2.1 e infra § 0.2.3], Wolf-Dieter Stempel [op. cit. supra §
0.2.1] y Harald Weinrich [cfr. infra § 0.2.3, y I §§ 4.0.2 y 4.1]: el número de autores es
un índice de hasta qué punto la lingüística del texto está siendo objeto de atención en
Alemania20. En el ámbito francés, en el que la lingüística del texto se desarrolla
principalmente como analyse du discours, merecen ser destacados los trabajos de
Roland Barthes21, Algirdas J. Greimas22, Claude Lévi-Strauss23 y, en una línea de
investigación distinta [cfr. II § 5.5], Michael Riffaterre24. En los Estados Unidos, los
trabajos más destacados son los de Zellig S. Harris25 y Kenneth Lee Pike26, pioneros –
por así decirlo– de la lingüística del texto pero sin continuidad en el desarrollo ulterior
de la disciplina, hecho que en gran parte se debe a la dirección que han tomado los
estudios de lingüística general en los Estados Unidos. En los Países Bajos, pero en
estrecho contacto con el ámbito alemán, son relevantes las investigaciones de Teun A.
van Dijk en el campo de la crítica literaria y en las posibilidades de aplicación de la
lingüística del texto27. En el ámbito sueco destaca la labor de Nils Erik Enkvist, quien
enseña en Finlandia, en la universidad de habla sueca de Turku (Åbo), lugar en el que
ha formado un importante centro para el desarrollo de la lingüística del texto; al igual
que Michael Riffaterre, Enkvist procede de la estilística en sentido estricto28. Por
18
Por ejemplo, Transformationsgrammatiken und eine ko-textuelle Texttheorie: Grundfragen und
Konzeptionen, Fráncfort, Athenäum, 1971, y en colaboración con Antonio García Berrio, Lingüística del
texto y crítica literaria, Madrid, Comunicación, 1978.
19
Véanse Satz und Text: Untersuchungen zu vier romanischen Sprachen, Tubinga, Niemeyer, 1972; y en
colaboración con Elisabeth Gülich, la obra ya citada Textsorten: Differenzierungskriterien aus
linguistischer Sicht, y Linguistische Textmodelle: Grundlagen und Möglichkeiten, Múnich, Fink, 1977.
20
Sobre el desarrollo de las distintas modalidades de la lingüística textual alemana, véanse Elisabeth
Gülich y Wolfgang Raible, Linguistische Textmodelle, y Dieter Viehweger, “Lingvistika teksta v
issledovanijah učenyh GDR”, en Galina A. Zolotova, Moscú, Nauka, 1979, págs. 314–324.
la antología antes citada (supra § 0.2.1), Current Trends in Textlinguistics, una edición de Wolfgang U.
Dressler, y Bernhard Sowinski, Textlinguistik: eine Einführung, Stuttgart, Kohlhammer, 1983, § 2.
21
Sobre todo Estructuralismo y literatura, Buenos Aires, Nueva Visión, 1970, Elementos de semiología,
Madrid, Alberto Corazón, 1971, y Análisis estructural del relato, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo,
1974, 3ª ed.
22
Véanse Semántica estructural. Investigación metodológica, Madrid, Gredos, 1976, y La semiótica del
texto: ejercicios prácticos. Análisis de un cuento de Maupassant, Barcelona/Buenos Aires, Paidós, 1983.
23
Antropología estructural, Buenos Aires, Eudeba, 1973, 5ª ed., y Las raíces históricas del cuento,
Madrid, Fundamentos, 1984, 4ª ed.
24
Coseriu cita aquí como antecedente directo de la lingüística del texto la crítica estructuralista francesa,
deudora del formalismo ruso (por ej. de Vladimir Propp, Morfología del cuento, Madrid, Fundamentos,
1971) y de la Escuela de Praga, en la que han desarrollado su actividad autores como Tzvetan Todorov
(¿Qué es el estructuralismo? Poética, Buenos Aires, Losada, 1975) o Julia Kristeva (La révolution du
langage poétique: l´Avant-garde a la fin du XIXe siècle. Lautréamont et Mallarmé, París, Seuil, 1974, y
Le texte du roman: approche sémiologique d´une structure discursive transformationnelle, La Haya,
Mouton, 1970).
25
Discourse Analysis Reprints, La Haya, Mouton, 1963.
26
Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior, La Haya/París, Mouton,
1967, 2a ed.
27
Véanse Some Aspects of Text Grammars. A Study in Theoretical Poetics and Linguistics, La Haya,
Mouton, 1972, y La ciencia del texto. Un enfoque interdisciplinario, Barcelona, Paidós, 1989.
28
Véanse, por ejemplo, sus trabajos Linguistic Stylistics, La Haya, Mouton, 1973; “Stylistics and Text
Linguistics”, en Wolfgang U. Dressler, Current Trends in Textlinguistics, págs. 174–190; y “Estilística,
lingüística del texto y composición”, en Enrique Bernárdez (ed.), Lingüística del texto, Madrid, Arco
Libros, 1987, págs. 111–150.
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último, en el ámbito italiano, existen destacados trabajos de Cesare Segre, Maria Corti o
Silvio D´Arco Avalle29. Por encima de todos, no obstante, hay que hacer referencia a
Antonino Pagliaro. En la bibliografía hasta aquí comentada a Antonino Pagliaro no se le
cita suficientemente o simplemente no se le nombra, a pesar de ser uno de los más
grandes representantes de la lingüística del texto, no tanto por haber construido sus
bases teóricas como por haberla aplicado a la interpretación de textos: durante décadas
Pagliaro ha estado haciendo excelentes trabajos de lingüística del texto bajo el nombre
de critica semantica30.
29
Añade Coseriu en la versión original del texto, a pie de página: “Los dos primeros han desarrollado su
actividad sobre todo en el campo de la semiótica, aunque Cesare Segre haya realizado también trabajos en
el ámbito de la filología y de la lingüística general: de Maria Corti véase, por ejemplo, Principi della
comunicazione letteraria, Milán, Bompiani, 1976; y de Cesare Segre, Avviamento all'analisi del testo
letterario, Turín, Einaudi, 1985, y I segni e la critica, Turín, Einaudi, 1969. Silvio D´Arco Avalle,
experto romanista y medievalista de formación, debe tomarse en consideración desde la lingüística del
texto por sus ejemplares análisis de textos, como en ‘‘Gli orecchini’ di Montale’, Tre saggi su Montale,
Turín, Einaudi, 1970, págs. 9–90”.
30
Añade Coseriu en la versión original del texto algunas referencias: “Véanse Saggi di critica semantica,
Messina/Florencia, D´Anna, 1953, Nuovi saggi di critica semantica, Messina/Florencia, D´Anna, 1956
(en particular, págs. 379–408), y Altri saggi di critica semantica, Messina/Florencia, D´Anna, 1961. Son
particularmente famosas sus interpretaciones de algunos ‘pasajes oscuros’ en textos universalmente
conocidos: por ejemplo, de las fórmulas ite missa est o sunt lacrimae rerum (Virgilio, Eneida, I, 462), o
e´l modo ancor m´ofende (Dante, Infierno, V, 102)”. En otro lugar (Hacia una lingüística integral,
conferencia I, folio 13) Coseriu agrega lo siguiente: “Pagliaro no estudia solamente textos literarios,
porque la critica semantica, en tanto que lingüística del texto, se refiere también a textos no literarios,
como los jurídicos o los filosóficos”. Sobre Pagliaro, véanse Tullio de Mauro y Aldo Vallone, “Antonino
Pagliaro”, en VV.AA. (eds.), Letteratura italiana. I critici, Milán, Marzorati, 1969, págs. 3179–3205;
Tullio de Mauro y Lia Formigari (eds.), Italian Studies in Linguistic Historiography: Proceedings of the
Conference “In Ricordo di Antonio Pagliaro” (Rome 23-24 January 1992), Münster, Nodus, 1994;
Marcello Durante et alii (eds.), Antonino Pagliaro (1898-1973), Palermo, 1974; y Walter Belardi (ed.),
Studi latini e romanzi in memoria di Antonino Pagliaro, Roma, Universidad La Sapienza, 1984. Coseriu
escribe sobre Pagliaro en “My Pagliaro”, en Tullio De Mauro y Lia Formigari (eds.), Italian Studies in
Linguistic Historiography, págs. 39–44, y en el prólogo “Un libro classico” de la obra de Pagliaro La
parola e l'immagine, Palermo, Novecento, 1999, págs. 5–10.
31
Párrafo añadido en la tercera edición en alemán y en la edición en lengua italiana. Entre estas dos
versiones no existe ninguna variación en las referencias.
32
Editada por Jörn Albrecht, Tubinga, Narr, 1980.
33
Editada por Jörn Albrecht, Tubinga/Basilea, Francke, 1994.
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interdisciplinario, Barcelona, Paidós, 1989]; Wolfgang Heinemann y Dieter Viehweger,
Textlinguistik: eine Einführung, Tubinga, Niemeyer, 1991; Hartwig Kalverkämper,
Orientierung zur Textlinguistik, Tubinga, Niemeyer, 1981; Michael Metzeltin y Harald
Jaksche, Textsemantik: ein Modell zur Analyse von Texten, Tubinga, Narr, 1983; Olga
Ivanovna Moskalskaja, Textgrammatik, Leipzig, Bibliographisches Institut, 1984;
François Rastier, Sens et textualité, París, Hachette, 1989; Claude Reichler (dir.),
L´interprétation des textes, París, Minuit, 1989; Maximilian Scherner, Sprache als Text:
Ansätze zu einer sprachwissenschaftlich begründeten Theorie des Textverstehens;
Forschungsgeschichte, Problemstellung, Beschreibung, Tubinga, Niemeyer, 1984;
Bernhard Sowinski, Textlinguistik: eine Einführung; Anita Steube, Einführung in die
Textanalyse. Lehrmaterial, Leipzig, Bibliographisches Institut, 1986; Harald Thun,
Personalpronomina für Sachen: ein Beitrag zur romanischen Syntax und Textlinguistik,
Tubinga, Narr, 1986; Heinz Vater, Einführung in die Textlinguistik: Struktur, Thema
und Referenz in Texten, Múnich, Fink, 1992; Harald Weinrich, Textgrammatik der
französischen Sprache, Stuttgart, Klett, 1982; y Harald Weinrich, Textgrammatik der
deutschen Sprache, Mannheim, Dudenverlag, 1993.
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I
LA PROBLEMÁTICA DE UNA LINGÜÍSTICA DEL TEXTO
[1.0] Un viejo y siempre válido principio escolástico dice que “dondequiera que
se presente una contradicción conceptual, debe hacerse una distinción”34.
Probablemente no exista otro dominio de la lingüística en el que las dificultades
conceptuales sean tan numerosas y llamativas como en la lingüística del texto, de modo
que para empezar es necesario establecer distinciones.
34
En la versión original se agrega a pie de página: “Formulado probablemente por Gilbert de la Porrée,
contemporáneo de Abelardo, este principio fue asumido por William Jones en su artículo ‘What
Pragmatism Means’, Pragmatism. A new Name for Some Old Ways of Thinking, Cambridge
(Massachusetts), Harvard University Press, 1975, pág. 27”.
35
Véase, por ejemplo, Elisabeth Gülich y Wolfgang Raible, Linguistische Textmodelle.
36
Sobre el concepto de textema, véanse los trabajos ya citados de Walter A. Koch, Vom Morphem zum
Textem: Aufsätze zur strukturellen Sprach- und Literaturwissenschaft, y Das Textem: gesammelte
Aufsätze zur Semantik des Texts. Originalmente este concepto, referido al “tema del texto” (= plan global
del texto, estructura profunda, macroestructura), se halla en trabajos de Erhard Agricola, como
Textstruktur, Textanalyse, Informationskern, Leipzig, Verlag Enzyklopaedie, 1979, y se desarrolla
posteriormente en trabajos sobre la coherencia textual. Por su parte, la noción de representema, menos
frecuente en la literatura sobre lingüística del texto, hunde sus raíces en la semiótica.
37
Wolfgang Ulrich Dressler, Einführung in die Textlinguistik, pág. 1. En la cita original: “eine
abgeschlossene sprachliche Äußerung”.
38
Ibídem, nota 2: “Eine genauere Definition wäre: Text ist eine nach der Intention des oder der Sender
und Empfänger sprachlich abgeschlossene Spracheinheit, die nach den Regeln der Grammatik der jeweils
verwendeten Sprache gebildet ist”.
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la Edad Media, y en las estatuas románicas se constata la utilización, en un mismo texto,
de una lengua románica y del latín]39 [cfr. I § 5.1.3.1]; y tampoco se hace referencia a
las reglas propiamente idiomáticas. Al añadir la “precisión”, el texto se convierte en
algo que depende de una lengua histórica, como el alemán o el inglés. Sin embargo, es
perfectamente posible defender un concepto distinto de texto, dentro del cual pueden
hacerse distinciones como las de novela, tragedia, comedia, etc., es decir, un concepto
de texto independiente de las reglas de cualquier lengua. Son éstos dos conceptos que
tienden a confundirse constantemente [cfr. I § 4]. Además, por un lado se presenta la
lingüística del texto como una disciplina parcial dentro del conjunto de las que
componen la lingüística, mientras que por otro se concibe como la lingüística por
antonomasia, esto es, como la perspectiva superior llamada a plantear y resolver todos
los problemas de la lingüística a partir de los textos [cfr. I § 4.1].
De esta situación se deriva, como se subrayaba al comienzo, la necesidad de
establecer distinciones. La confusión o indistinción de los dos conceptos de texto y de
las diversas concepciones sobre el estatus de la lingüística del texto, bien como ámbito
parcial, bien como perspectiva fundamental de la lingüística, obligan a distinguir tres
formas diferentes de lingüística del texto [cfr. I § 4]. Se trata de distinciones por lo
general inusuales en la bibliografía, y no es extraño encontrar que estas tres formas de
lingüística del texto se consideran tácitamente en un mismo libro, incluso en un mismo
artículo, como un objeto unitario40.
[1.2] Mi concepción de la lingüística del texto está expuesta desde el año 1957
en un artículo escrito en español: “Determinación y entorno. Dos problemas de una
lingüística del hablar”41. Aquí introduje por vez primera el concepto de lingüística del
texto42. Mi punto de partida entonces lo constituían las propiedades generales y siempre
presentes del lenguaje: el lenguaje es una actividad humana universal que, por una
parte, es realizada en situaciones concretas por hablantes individuales, pero en la que,
por otra parte, cada individuo sigue normas históricas previas procedentes de tradiciones
comunitarias43. Así, por ejemplo, se habla alemán, inglés, francés, etc. sobre la base de
una determinada tradición del hablar desarrollada en el curso de la historia. La
39
En Lingüística del texto, San Juan (Argentina), Universidad Nacional de San Juan, 1983, pág. 22.
40
Por ejemplo, las dos concepciones que Coseriu considera legítimas [cfr. en las “Consideraciones
preliminares” § 0.1] se identifican explícitamente en el manual de Wolfgang Ulrich Dressler, Einführung
in die Textlinguistik, pág. 1: “La lingüística del texto o también gramática del texto” [“Textlinguistik oder
auch Grammatik von Texten”].
41
Romanistisches Jahrbuch (Berlín), 7, 1955–1956, págs. 29–54, posteriormente recogido en Teoría del
lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1973, 3ª ed. revisada y corregida, págs. 282–323. Coseriu
enplea ya aquí la expresión lingüística del texto, unos años antes de que la expresión alemana equivalente
Textlinguistik sea usada por Harald Weinrich en “Textlinguistik: Zur Syntax des Artikels in der
Deutschen Sprache”, Jahrbuch für Internationale Germanistik (Berna, Fráncfort), 1, 1969, págs. 61–74.
A Weinrich suele atribuirse el primer empleo de la expresión equivalente alemana, por ejemplo, en
Roland Harweg, “Textlinguistik”, en Walter A. Koch (ed.), Perspektiven der Textlinguistik, vol. II, pág.
111.
42
“En segundo término –si se acepta la necesaria tripartición de los puntos de vista con respecto a la
actividad lingüística–, hay lugar para una lingüística del hablar en sentido estricto. En efecto, existe, y
está sólidamente constituida, la lingüística de las lenguas, es decir, del hablar en el nivel histórico.
Existe, asimismo, una lingüística del texto, o sea, del hablar en el nivel particular (que es también estudio
del ‘discurso’ y del respectivo ‘saber’)”, en “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística
del hablar”, Teoría del lenguaje y lingüística general, § 1.2.3.
43
Ídem, § 1.1.4.
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definición general del lenguaje como actividad humana universal ejercida
individualmente siguiendo normas históricamente dadas conlleva la distinción de tres
niveles en el ámbito de lo lingüístico: a) el nivel universal, el hablar o el lenguaje en
general, previo a toda distinción de las lenguas; b) el nivel histórico, es decir, el de las
lenguas históricas [= idiomas] o el de las lenguas en plural, determinadas con adjetivos
propios que las identifican (alemán, francés, ruso, etc.)44; y c) el nivel de los textos, de
los actos lingüísticos o de la serie de actos lingüísticos conexos que realiza un
determinado hablante en una situación concreta, que, naturalmente, pueden producirse
en forma hablada o escrita [cfr. I § 5.1]. Por lo tanto, todo cuanto sea acto lingüístico o
conjunto de actos lingüísticos interrelacionados pertenece a este tercer nivel y se
manifiesta como un texto, ya se trate de una fórmula de saludo como guten Tag [esp.
buenos días], ya se trate de la Divina Comedia.
En este artículo programático me proponía, por un lado, justificar una lingüística
del hablar como lingüística teórica que considere los problemas del lenguaje desde el
plano de la actividad lingüística concreta45 y, por otro, establecer una lingüística del
hablar en sentido estricto, como lingüística del nivel universal del lenguaje46. En este
último sentido, además, se trataba de delimitar otras dos formas de lingüística en
relación con la bien conocida lingüística de las lenguas, cuyo objeto es la descripción o
la historia de cada idioma; es decir, en consonancia con la distinción de los tres niveles
de lo lingüístico, se pretendía formular, junto a la lingüística de las lenguas (segundo
nivel), una lingüística del hablar en general (primer nivel) y una lingüística del texto
(tercer nivel) [..]47.
Obviamente, mediante este excurso sobre mi propia aportación a la historia de la
disciplina no pretendo exigir derechos de paternidad científica. En la ciencia lo
importante no es la reputación personal, sino la verdad48; y si otros, con mayor o menor
independencia de su predecesor, llegan a la misma idea, incluso habría que saludar este
hecho como una especie de corroboración de lo que ya había sido pensado con
anterioridad. Por otra parte, la actual lingüística del texto se ha desarrollado, unos diez
años después de aquel artículo, en una dirección completamente distinta de la esbozada
por mí, motivo por el cual no sería lógico que tuviese un especial interés por
44
“El lenguaje y la comprensión de la existencia del hombre actual”, El hombre y su lenguaje, Madrid,
Gredos, 1977, §§ 3.0 a 3.2.0; también, en el mismo libro, “La ‘situación’ en la lingüística”, § 1.1.
45
Véase “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 1.2.2; también “Creatividad y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”,
Lecciones de lingüística general, Madrid, Gredos, 1981, § 4.1.
46
En “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 1.2.3 y siguientes.
47
Sobre este problema, aquí esbozado, se trata por extenso, aduciendo otro criterio que aquí no se
menciona, en “Lengua abstracta y lengua concreta. La lengua como ‘saber hablar’ históricamente
determinado. Los tres problemas del cambio lingüístico”, Sincronía, diacronía e historia, Madrid,
Gredos, 1973, págs. 29–67.
48
La exigencia de objetividad como norma intrínseca a la ciencia encuentra sus orígenes en una
formulación de Platón: τ ⎨ντα ⌠ϖ στιν λ γειν (Sofista, 263 b). Véanse también Gramática,
semántica, universales, Madrid, Gredos, 1978, págs. 9–12; Discurso pronunciado en el acto de
investidura de doctor honoris causa del Excelentísimo Señor Eugenio Coseriu, Granada, Universidad de
Granada, 1993; y Johannes Kabatek y Adolfo Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind: Eugenio
Coseriu im Gespräch, Tubinga, Narr, 1997, pág. 171.
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presentarme como su padre49. Debo añadir, no obstante, que en aquella ocasión me
importaba más trazar las líneas básicas de una lingüística del hablar en general que
fundamentar una lingüística del texto: sólo de un modo indirecto llamaba la atención
sobre la posibilidad –y aun necesidad– de constituir y desarrollar en el marco de aquel
proyecto integral50 también una lingüística del texto como disciplina autónoma. En
última instancia, lo que me importaba entonces –y que en buena parte sigue importando
ahora– era mostrar que la división del lenguaje en tres niveles debe hacerse en todos los
ámbitos de la lingüística, que es importante e ineludible en cada uno de ellos, y que toda
disciplina lingüística la presupone explícita o tácitamente51. Por ejemplo, en la
gramática:
hablar en general (o lenguaje) = teoría de la gramática o gramática general
lengua (tradición histórica del hablar) = gramática descriptiva
texto = análisis gramatical
Se trata de una secuencia ordenada en dirección de menor a mayor determinación:
primero, el hablar en general se determina en una tradición histórica, y sobre la base de
esa tradición histórica particular el hablar se determina, a continuación, como texto. En
el nivel más general de la gramática se trata de identificar las categorías gramaticales.
No es posible definir esas categorías –aunque intente hacerse con cierta frecuencia– en
relación con una determinada lengua. Las partes orationis o las clases de palabras
tienen que definirse como tales en el nivel más general, en el nivel de las posibilidades
universales del hablar, es decir que no tiene sentido querer establecer qué es el
sustantivo “en alemán o en español”, porque lo único que puede establecerse es qué es
el sustantivo “en general”52. En relación con una lengua determinada sólo es lícito
49
En la versión original Coseriu añade al margen que “la lingüística del texto en sus formas actuales –
porque ya existen varias formas– no se ha desarrollado a partir de mi propuesta de 1957, sino, más bien, a
partir de planteamientos llamados ‘pragmáticos’ y estilístico-literarios”. Véase, por ejemplo, Elisabeth
Gülich y Wolfgang Raible, Linguistische Textmodelle, y para el desarrollo de la pragmática en Alemania,
en el entorno científico inmediato de Coseriu, Brigitte Schlieben-Lange, Pragmática lingüística, Madrid,
Gredos, 1975.
50
Alude Coseriu a la propuesta que en aquellos momentos (años setenta) estaba elaborando, aunque ya
había sido apuntada en sus publicaciones tempranas de la época de Montevideo, como puede
comprobarse en la referencia anterior a su artículo “Determinación y entorno”. Se trata de una lingüística
que va “más allá del estructuralismo”, esto es, un plan que consiste en completar esa perspectiva
fundamental, pero parcial, que era el enfoque estructural y extenderla a todos los campos de lo lingüístico
que la lingüística estructural había soslayado o aplazado por razones contingentes. Véase Hacia una
lingüística integral (texto manuscrito); “Fundamentos y tareas de la lingüística integral”, Actas del
Segundo Congreso Nacional de Lingüística, San Juan (Argentina), Universidad Nacional de San Juan,
1984, vol. 1, págs. 37–53; Johannes Kabatek y Adolfo Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind:
Eugenio Coseriu im Gespräch, cap. 7; o Lingvistica integralǎ. Interviu cu Eugenio Coşeriu, realizada por
Nicolae Saramandu, Bucarest, Editura Fundaţiei Culturale Române, 1996.
51
Véase “Creatividad y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”, Lecciones de lingüística
general, § 6.1.
52
Véanse Teoría lingüística del nombre propio, Montevideo, 1955 (inédito), cap. II, § 2.1 y siguientes; y
“Sobre las categorías verbales (‘partes de la oración’), Gramática, semántica, universales, págs. 50–79,
trabajo éste en el que tras un detallado razonamiento se afirma lo siguiente (§ 2.4): “Las categorías
verbales [...] son, pues, categorías del hablar, modos significativos ‘universales’ que se comprueban en la
actividad lingüística concreta y se definen sin referencia necesaria a una lengua determinada. Ellas no
pueden de ninguna manera coincidir con las llamadas ‘clases verbales’ porque éstas se establecen para
lenguas determinadas y no son realidades concretas, sino estructuraciones convencionales; porque hay
palabras que no corresponden a categorías y que, por lo tanto, en una clasificación categorial, deben
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preguntarse, por ejemplo, si las categorías elucidadas en general existen o no (=
funcionan o no) en ella. Así, sería posible que una lengua careciera de la categoría del
adjetivo, y que en ella todo lo que en alemán [o en español] se expresa mediante
adjetivos se expresase mediante verbos, es decir que no se dijese: der grüne Baum [esp.
el árbol verde] o der Baum ist grün [esp. el árbol es verde], sino únicamente: der Baum
grünt [esp. el árbol verdea] o der grünende Baum [esp. el árbol verdeante]. Una vez
identificadas las categorías que funcionan en una determinada lengua puede describirse
su aspecto formal (= su lado de la expresión, sus esquemas de la expresión). En el
análisis gramatical en el nivel del texto deben identificarse las funciones reales, una
operación ésta que en absoluto coincide con la descripción en el nivel de la lengua, pues
no es extraño que en una lengua los esquemas de la expresión se hallen superpuestos
parcialmente, de modo que sólo el texto permite decidir si un elemento x que aparece en
él debe tomarse como a o como b. En un artículo publicado dos años antes que
“Determinación y entorno” ofrecía el siguiente ejemplo53: el sabio alemán, interpretable
como “un alemán que es sabio” o como “un sabio que es alemán”. Sólo en el marco de
un texto determinado es posible saber si sabio y alemán son, respectivamente,
sustantivo y adjetivo, o viceversa, ya que, de acuerdo con los esquemas de la expresión
en español, ambas interpretaciones son posibles. Un ejemplo similar en alemán es el
siguiente:
Der Liebe Frühling ist vorbei/Der liebe Frühling ist vorbei
[esp. “la primavera del amor ya pasó”/“la amada primavera ya pasó”]
La diferencia gráfica, propia del alemán, no afecta al lenguaje hablado, aunque
representa ya algo así como un análisis gramatical en cuanto tradición ortográfica.
Este principio se aplica, mutatis mutandi, al dominio de la semántica, esto es, al
plano del contenido del lenguaje: también aquí es necesario identificar las categorías en
el nivel de máxima generalidad, para luego comprobar en el nivel histórico si existen o
no (y si existen, cómo funcionan); y sólo en el nivel del texto podrá decidirse a qué se
hace referencia mediante la categoría de contenido que aparece en él [cfr. I §§ 5.3.2 y
5.3.3].
incluirse en clases no categoremáticas, establecidas sobre otras bases; y porque las clases pueden
constituirse también con otros criterios, igualmente convencionales e igualmente válidos, bajo el aspecto
teórico”.
53
“Forma y sustancia en los sonidos del lenguaje”, Revista de la Facultad de Humanidades y
Ciencias (Montevideo), 12, 1954, págs. 143–217, recogido posteriormente en Teoría del lenguaje y
lingüística general (especialmente, § 3.7). Véase también “Sobre las categorías verbales (‘partes de la
oración’)”, Gramática, semántica, universales, §§ 3.3 y 3.4, sobre todo nota 28.
54
“La llamada ‘estilística del habla’ es, justamente, una lingüística del texto”, en “Determinación y
entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y lingüística general, § 1.2.3.
Véase también Jürgen Trabant, Zur Semiologie des literarischen Kunstwerks. Glossematik und
Literaturtheorie, Múnich, Fink, 1970, trad. esp. Semiología de la obra literaria, Madrid, Gredos, 1976,
págs. 297–299.
p ág ina 10 de 184
todo, en los países románicos55. Si se admite que ésta es también una forma de
lingüística del texto –y se verá por qué es obligado admitirlo [cfr. II § 5.6]–, entonces
puede afirmarse que lingüística del texto la ha habido siempre, ya que la estilística
literaria no es sino la forma actual de la antigua retórica56.
55
Añade Coseriu a pie de página lo que sigue: “De entre los numerosos trabajos de Leo Spitzer menciono
aquí solo una antología, Linguistics and Literary History. Essays in Stylistics, Nueva Jersey, Princeton
University Press, 1948 [trad. esp. Lingüística e historia literaria, Madrid, Gredos, 1961]. También
merecen ser destacados los análisis de Helmut Hartzfeld [por ejemplo, ‘Don Quijote’ als Wortkunstwerk:
die einzelnen Stilmittel und ihr Sinn, Leipzig, Teubner, 1927; Saggi di stilistica romanza, Bari, Adriatica,
1967; o Analisi e interpretazioni stilistiche, Bari, Adriatica, 1971] y de Alfredo Schiaffini[, editor para el
italiano del trabajo de Leo Spitzer: Critica stilistica e semantica storica, Bari, Laterza, 1954]”. En
Lingüística del texto, pág. 55, cita expresamente los trabajos en español de Dámaso Alonso (Obras
completas, Madrid, Gredos, 1972 en adelante). Sobre la estilística de Leo Spitzer, véase II § 5.6.
56
Véase “Premisas históricas de la lingüística moderna”, Lecciones de lingüística general, §§ 4.1 a 4.3.
También Helmut Schanze (ed.), Rhetorik: Beiträge zu ihrer Geschichte in Deutschland vom 16.-20.
Jahrhundert, Fráncfort, Athenaion, 1974; Hermann Schlüter, Grundkurs der Rhetorik: mit einer
Textsammlung, Múnich, Deutscher Taschenbuchverlag, 1974; Heinrich F. Plett (ed.), Die Aktualität der
Rhetorik, Múnich, Fink, 1996; y Gert Ueding y Gregor Kalivoda (eds.), Historisches Wörterbuch der
Rhetorik, Tubinga, Niemeyer, 1992–2005.
57
Véase, por ejemplo, Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1967, vol. 1, §§
16–31.
58
De nuptiis Philologiae et Mercurii, Halle/Saale, Niemeyer, 1935. Véase también Heinrich Lausberg,
Manual de retórica literaria, vol. 1, § 13.
59
Véase Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, México, Fondo de Cultura
Económica, 1955, pág. 63 y siguientes.
60
Más detalles en Competencia lingüística, Madrid, Gredos, 1992, § 1.2.2.
p ág ina 11 de 184
hablantes y los oyentes mismos (= los interlocutores), las circunstancias del hablar (= la
situación) y el objeto acerca del cual se habla61. Ahora bien, la retórica se ocupó
particularmente de los textos literarios, unos textos en los cuales se presentan
circunstancias específicas: en ellos el autor “habla” con sus lectores, o mejor dicho, no
se dirige a nadie, pues la situación no está dada y sólo existen los diversos objetos sobre
los que cabe hablar62 [cfr. II § 1.2.1.2 subapart. b), especialmente nota 222, y § 4]. Por
esta razón, tal como acabó fijándose en la tradición, consideró casi exclusivamente el
objeto del que se habla y en relación con éste construyó sus categorías. Por otra parte, la
retórica, en el modo en que se desarrolló y se conservó en la enseñanza más allá de la
Edad Media, es, sobre todo, una retórica normativa: parte de una adecuación abstracta
de los textos a los objetos del hablar y asigna prescriptivamente ciertos medios
expresivos a objetos ideales del hablar.
La dialéctica –que no pertenece propiamente al tema de esta introducción– se
concebía como estudio del uso particular del lenguaje en la ciencia, o como entonces se
decía –seguramente no sin razón–, en la búsqueda de la verdad. Representa, pues, una
teoría del lenguaje científico y de la discusión científica63; en concreto, de cómo
plantear tesis y de cómo defenderlas frente a posibles objeciones. El significado “trabajo
científico” o “disertación del aspirante al título de doctor” del término tesis, conservado
todavía en los países de lenguas románicas, tiene su origen, precisamente, en la
necesidad de defender las tesis contra objetores (en la aplicación tradicional de la
dialéctica, ficticios, introducidos mediante expresiones como: A esto se podría objetar
lo siguiente...). En muchos países, de hecho, las tesis doctorales continuaron
redactándose durante tiempo en este estilo dialógico: baste recordar, por ejemplo, la de
Kierkegaard64.
61
Coseriu recoge aquí la tradición retórica de Aristóteles (Retórica, Madrid, Gredos, 1990, 1358b):
“Porque consta de tres componentes el discurso: el que habla, aquello de lo que habla y aquel a quien
habla”. “Naturalmente, Aristóteles habla de los discursos concretos, que son los únicos que existen, y
éstos (no hace falta decirlo) se dan siempre contextualizados, esto es, en unas circunstancias de
comunicación determinadas”, apostillan Antonio Vilarnovo y José Francisco Sánchez, Discurso, tipos de
texto y comunicación, Pamplona, Eunsa, 1994, 2ª ed., pág. 41. En Competencia lingüística, págs. 19–20
añade Coseriu las siguientes consideraciones: “En la retórica se comprueban o establecen las normas del
uso lingüístico adecuado para estos tres tipos de factores. La retórica tradicional se ha concentrado
especialmente en el objeto del hablar. Se convierte de esta manera en una teoría de los estilos de la lengua
objetivamente fundados. Esto es debido a que la retórica ha sido puesta en práctica fundamentalmente en
base a textos, sobre todo textos literarios, y a que en los textos transmitidos sólo destacaba claramente el
primer factor, el ‘qué’ del hablar. Se estudia cómo hay que decir algo importante, festivo, humano en
general, privado o individual, etc. Los otros dos factores quedan eliminados en mayor o menor grado en
los textos transmitidos. Estos textos pueden, en principio, ser leídos por distintas categorías de
destinatarios; en realidad, no llega a darse una relación especial entre autor y determinadas categorías de
lectores. Sin embargo, esta concentración en el objeto del hablar no es en absoluto constitutiva de la
retórica. En sus comienzos investigó también los otros factores y se refiere fundamentalmente al hablar
sin más y no sólo al arte de hablar que se transmite en los textos”.
62
“La Ilíada, por ejemplo, no es comunicación con alguien o comunicación a alguien, sino que es
comunicación para toda la humanidad y para todos los tiempos”, en “Información y literatura”, Eugenio
Coseriu y Óscar Loureda, Lenguaje y discurso, Pamplona, Eunsa, 2006, § 1.3. Véase también “Tesis
sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y su lenguaje, apart. IV, § 1.
63
También en Competencia lingüística, pág. 20.
64
Søren Kierkegaard, Om Begrebet Ironi, med stadigt Hensyn til Socrates, 1841, trad. esp. Sobre el
concepto de ironía en constante referencia a Sócrates, Madrid, Trotta, 2000.
p ág ina 12 de 184
[1.3.2] La retórica tuvo en cuenta el nivel de los textos, aunque en un sentido
bastante restrictivo, puesto que su objeto no era tanto el nivel de los textos concretos
como el nivel de los géneros ideales de texto o “clases de texto”. De este modo, la
antigua retórica se corresponde con un concepto de la lingüística del texto actual [cfr. II
§§ 5.4.1 y 9.8]. No es casualidad que en las bibliografías sobre lingüística del texto se
hallen también obras de estilística y retórica65: existe, sin duda, la conciencia de una
continuidad que reconoce en la estilística literaria y en la antigua retórica, los orígenes
de la lingüística del texto66. No obstante, el tipo de lingüística del texto que se encuentra
al final de la tradición esbozada es un punto de convergencia al que tienden
orientaciones muy diversas en apariencia, como la teoría de la comunicación, la
semiótica, la teoría literaria, la pragmática, la teoría de los actos de habla, [la teoría de la
traducción67,] incluso la filología en su sentido más estricto (esto es, como ciencia de la
crítica y reconstrucción de textos) [cfr. II §§ 8.2 y 9.5], y, por último, pero no por ello
menos importante, esa disciplina típicamente filológica que es la hermenéutica68.
65
En la versión original del texto se añade como comentario incidental que “es sintomático, por ejemplo,
que un libro de una lingüista soviética, Tamara Silman, titulado en su edición original Problemy
sintaksičeskoj stilistiki (Leningrado, 1967), haya sido traducido como Probleme der Textlinguistik:
Einführung und exemplarische Analyse (Heidelberg, Quelle & Meyer, 1974). Y ya no resulta extraño
tampoco que se advierta de la importancia de la Retórica de Aristóteles para la discusión sobre la teoría
del texto, la pragmática y la teoría de los actos de habla, como se sostiene en la portada de la edición
alemana a cargo de Franz Sieveke [Múnich, Fink, 1980]”.
66
Véanse Wolfgang Fleischer (ed.), Textlinguistik und Stilistik. Beiträge zu Theorie und Methode, Berlín,
Deutsche Akademie der Wissenschaften, 1987; Hartwig Kalverkämper, “Antike Rhetorik und
Textlinguistik. Die Wissenschaft vom Text in altehrwürdiger Modernität”, en Manfred Faust et alii (eds.),
Allgemeine Sprachwissenschaft, Sprachtypologie und Textlinguistik. Festschrift für Peter Hartmann,
Tubinga, Narr, 1983, págs. 349–372; Hans-Werner Eroms, “Textlinguistik und Stiltheorie”, en Albrecht
Schöne (ed.), Kontroversen, alte und neue. Akten des VII. Internationalen Germanisten-Kongresses
(Götingen, 1985), Tubinga, Niemeyer, 1986, págs. 10–23; y Josef Kopperschmidt (ed.), Rhetorik.
Rhetorik als Texttheorie, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1990, vol. 1.
67
En el manuscrito de Coseriu, núm. A I del Archivo Coseriu. En El hombre y su lenguaje, § 1.2, Coseriu
afirma explícitamente que “la teoría de la traducción debería, en rigor, ser una sección de la lingüística del
texto”; en términos análogos, en “Creatividad y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”,
Lecciones de lingüística general, § 5.5: “El problema de la traducción [...] es fundamentalmente un
problema de lingüística del texto: al traducir, debemos preguntarnos qué y cómo se diría en la misma
situación en la otra lengua, o, mejor, en la otra comunidad lingüística, caracterizada, entre otras cosas,
también por tradiciones culturales distintas de las nuestras”. Véase también I § 5.4, especialmente nota
175. Sobre estas cuestiones, véase el estudio de Jörn Albrecht Übersetzung und Linguistik, Tubinga, Narr,
2005, especialmente cap. 9; también Miorita Ulrich, Die Sprache als Sache. Primärsprache,
Metasprache, Metasprache, Übersetzung, Tubinga, Narr, 1997, pág. 231 y siguientes.
68
Coseriu se refiere, en particular, a “los estudios franceses de semiótica [...] por ejemplo de Roland
Barthes” (Hacia una lingüística integral, conferencia I, folios 15 y 16); a los estudios realizados dentro
del formalismo ruso (especialmente la distinción de Boris M. Ejchenbaum y Viktor B. Šklovskij entre
fábula y sujet, es decir, en la narración, entre aquello que se cuenta considerado tal como habría ocurrido
si se hubiese dado en la realidad y tal como se da en la literatura; o las distinciones de los tipos de
narrador); a la pragmática originada en los trabajos de Charles W. Morris (desarrollada a partir de los
años sesenta, sobre todo en los Estados Unidos, inicialmente en el marco de una semántica generativa y
posteriormente en diversas orientaciones post- y neogriceanas); a la teoría de los actos de habla de John
L. Austin (expuesta en su obra póstuma How to do Things with Words, de 1962, que recoge las
conferencias pronunciadas en la Universidad de Harvard en 1955: versión esp. Cómo hacer cosas con
palabras, Barcelona, Paidós, 1982) y de su discípulo John R. Searle (Speech Acts: An Essay in the
Philosophy of Language, 1969, versión esp. Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Madrid,
Cátedra, 1980); y a la hermenéutica: véanse Friedrich Schleiermacher, Hermeneutik, Heidelberg, Winter,
1974, 2a ed.; Wilhelm Dilthey “Die Entstehung der Hermeneutik”, en Gesammelte Schriften, Stuttgart,
p ág ina 13 de 184
El interés que los lingüistas puros demuestran por esta lingüística del texto es
muy inferior al que cabría esperar. Es cierto que algunos desarrollan una lingüística del
texto según esta orientación, pero la mayoría de los que hoy hablan de lingüística del
texto se refieren a algo muy distinto, aunque no lo digan expresamente y quizá incluso
no lo sepan muy bien.
[2.1] Entre estos hechos se encuentra el uso del discurso directo y del discurso
indirecto [cfr. también III § 4.1.1]. Es evidente que para este fenómeno existen reglas en
parte diferentes en cada lengua que por lo general se aplican más allá de los límites de la
oración: en latín, por ejemplo, las oraciones principales del discurso indirecto no
aparecen en indicativo, como las del discurso directo, sino en subjuntivo, y las
oraciones principales declarativas del discurso directo se presentan en el discurso
indirecto mediante acusativo con infinitivo. Pero hay que tener en cuenta, sobre todo,
que tanto el discurso directo como el indirecto no son hechos propios de una sola
oración, pues los textos pueden extenderse a lo largo de varias páginas, resultando
varias oraciones unidas por esa sola función: así, una construcción formada por
postquam con subjuntivo no puede explicarse como tal dentro de la oración en la que
aparece, pues postquam se construye en latín con indicativo, sino que habrá que
entender que la oración en la que se halla pertenece a un discurso indirecto y que, por lo
tanto, existe un nivel gramatical superior. En alemán este mismo fenómeno universal
está regido por normas distintas, cuyo funcionamiento, no obstante, también excede los
límites de la oración.
Teubner, 1957, vol. V, págs. 317–338; Hendrik J. Pos, “Phénomenologie et linguistique”, Revue
Internationale de Philosophie (Évry), I/2, 1939, págs. 354–365; y también la visión del propio Coseriu en
Die deutsche Sprachphilosophie von Herder bis Humboldt, Tubinga, 1993, cap. 5.
p ág ina 14 de 184
Sin ninguna modificación del orden de palabras en relación con la primera oración, esto
es, sólo por medio de un determinado acento y de una entonación característica, la
segunda oración se refiere a algo que no se menciona expresamente, por ejemplo, a que
un interlocutor hubiera sostenido que la afirmación de la que se habla había sido dicha
ayer o anteayer. Las reglas de este tipo suelen estar vinculadas a una lengua
determinada.
[2.3] Respecto del orden de palabras existen, sin duda, muchas reglas
idiomáticas que funcionan en el interior de la oración [cfr. nota 452]; pero existen
también otras reglas, no menos idiomáticas, para ciertas clases de texto que en ellos son
de cumplimiento obligado, como por ejemplo la inversion du sujet (el orden del
predicado y del sujeto) en francés, propia de ciertos textos, como las acotaciones
escénicas:
Entre Don Carlos, le manteau sur le nez [esp. Entra Don Carlos, la capa sobre la nariz]
Y aún puede irse bastante más lejos, mostrando que determinadas modificaciones del
orden “normal” de las palabras están directamente relacionadas con la introducción del
tema. Ciertas fórmulas, en efecto, sirven para introducir el tema del que se pretende
hablar, y unidos a ellas aparecen ciertos verbos presentativos, como en la conocida
canción infantil francesa Il était un petit navire69: una expresión de esta índole sólo
puede encontrarse en el comienzo de un texto, y no después de haber dicho algo sobre
ese petit navire70 [cfr. II §§ 7.1.1 y 9.7].
Obsérvese, por otra parte, una oración como la siguiente:
[al.] Daß er dumm ist, ist nicht wahr [esp. No es verdad que sea tonto]
En alemán [y en español] no podría estar sin más al comienzo absoluto de un texto; al
oírla se tendría la impresión de que forma parte de una conversación ya iniciada, por
ejemplo, como rechazo de la previa afirmación de que alguien es tonto. En cambio, si lo
que se dice es:
[al.] Daß er aber dumm ist, ist nicht wahr [esp. Pero lo que no es verdad es que sea tonto]
69
La canción reza así: “Il était un petit navire (x 2) / qui n´avait ja-ja-jamais navigué (x 2) / ohé! ohé! //
(estribillo) Ohé! Ohé! Matelot, / Matelot navigue sur les flots (x 2) // Il partit pour un long voyage (x 2) /
sur la mer Mé-Mé-Méditerranée (x 2) / ohé! ohé! // Au bout de cinq à six semaines, / les vivres vin-vin-
vinrent à manquer / ohé! ohé! // On tira z´a la courte paille, / pour savoir qui-qui-qui serait mangé, / ohé!
ohé! // Le sort tomba sur le plus jeune, / qui n´avait ja-ja-jamais navigué / ohé! ohé! // On cherche alors à
quelle sauce, / le pauvre enfant-fant-fant sera mangé, / ohé! ohé! // L´un voulait qu´on le mit à frire, /
l´autre voulait-lait-lait le fricasser, / ohé! ohé! // Pendant qu´ainsi l´on délibère, / il monte en haut-haut-
haut du grand hunier, / ohé! ohé! // il fait au ciel une prière / interrogeant-geant-geant l´immensité, / ohé!
ohé! // Mais regardant la mer entière, / il vit des flots-flots-flots de tous côtés, / ohé! ohé! // Oh! Sainte
Vierge ma patronne, / cria le pau-pau-pauvre infortuné, / ohé! ohé! // Si j'ai péché, vite pardonne, /
empêche-les-les de-de me manger, / ohé! ohé! // Au même instant un grand miracle, / pour l´enfant fut-
fut-fut réalisé, / ohé! ohé! // Des p´tits poissons dans le navire, / sautèrent par-par-par et par milliers, /ohé!
ohé! // On les prit, on les mit à frire, / le jeune mou-mou-mousse fut sauvé, / ohé! ohé! // Si cette histoire
vous amuse, / nous allons la-la-la recommencer, / ohé! ohé!”.
70
Lo mismo vale para esp. érase una vez o había una vez, ingl. once upon a time, al. es war einmal, port.
era uma vez, ital. c´era una volta.
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significaría que se aceptan otras afirmaciones anteriores sobre el sujeto en cuestión,
pero no la de que es tonto. Hay aquí, de nuevo, una referencia a algo que no está en la
oración misma71.
[2.4.1] Este último ejemplo conduce al examen del uso de las partículas en
alemán. Las partículas existían en el griego antiguo en gran número y con un
funcionamiento análogo al que puede observarse en el alemán actual72. En alemán,
como en griego, se refieren a algo presente fuera de la oración en la que aparecen, bien
en otra parte del mismo texto, aunque un poco distante, bien en el contexto
extralingüístico, concretamente, en lo que llamo contexto extraverbal [cfr. II § 2.5.3.2].
Así, la oración: Es ist zwar richtig, daß... [esp. Ciertamente, es verdad que...] implica
que se pretende establecer una restricción respecto de la verdad de lo afirmado: zwar no
remite a algo que se halla en la oración misma, sino a algo que probablemente se
encuentra más adelante en el mismo texto (aber... [esp. pero...]). Acerca de la remisión
al contexto extraverbal, baste recordar un ejemplo muy sencillo. En alemán se puede
preguntar sin más: Wie spät ist es? [esp. ¿Qué hora es?]; pero si se presta atención al
modo en que suele pedirse la hora en alemán, se comprobará que son muy frecuentes
preguntas como: Wie spät ist es eigentlich? [esp. ¿Qué hora es ya?] o Wie spät ist es
denn? [esp. ¿Pues qué hora es?]. Las partículas eigentlich y denn [esp.,
respectivamente, ya y pues] remiten a dos tipos diferentes de contexto: en el primer
caso, por la razón que sea, quien formula la pregunta se da cuenta de que quizá se ha
hecho demasiado tarde; en el segundo, esta idea procede de una observación de un
interlocutor o de algo que ha acontecido. En ambos casos la partícula indica que un
suceso concreto ha inducido al hablante a preguntar.
71
Coseriu añade en el texto original que “un texto concreto, por supuesto, puede empezar con una oración
como las anteriores, por ejemplo: ‘[al.] Daß er aber dumm ist, ist nicht wahr’, sagte meine Mutter [esp.
‘Pero lo que no es verdad es que sea tonto’, dijo mi madre...], pero con ello, produciendo la impresión de
que el narrador inicia su relato con una conversación que está ya en curso, siempre se pretenderá obtener
un efecto determinado. Esta aparente ‘infracción de la regla’ está, por lo demás, en relación con el hecho
de que, en el ámbito de los tres niveles del lenguaje (el universal, el histórico y el individual [cfr. I §
5.3.2 y III § 3.1]), las normas del nivel más específico pueden dejar en suspenso las de los niveles
más generales: lo que es válido en el nivel del hablar en general puede quedar en suspenso por las
reglas de una determinada lengua; y tanto las normas del nivel universal como las reglas de una
lengua pueden quedar suspendidas por las condiciones y circunstancias de un determinado texto o de
una clase de texto”. Véase también I § 5.1.3.2 subapartados a) y b); “Lógica del lenguaje y lógica de
la gramática”, Gramática, semántica, universales, §§ 4.3, 5.2.1 y 5.2.2; y Esperanza Acín Villa,
Aspectos de la adversación en español actual, La Coruña, Universidad de La Coruña, 1993.
72
Véanse también “Partikeln und Sprachtypus. Zur strukturell-funktionellen Fragestellung in der
Sprachtypologie”, en Gunter Brettschneider y Christian Lehmann (eds.), Wege der
Universalienforschung. Sprachwissenschaftliche Beiträge zum 60. Geburtstag von Hansjakob Seiler,
Tubinga, Narr, 1980, págs. 199–206; hay más información en los trabajos de Harald Weydt,
Abtönungspartikel: die deutschen Modalwörter und ihre französischen Entsprechungen, Bad Homburg,
Gehlen, 1969, cap. VII; Aspekte der Modalpartikeln: Studien zur deutschen Abtönung, Tubinga,
Niemeyer, 1977; y Die Partikeln der deutschen Sprache, Berlín, de Gruyter, 1979. Véanse, asimismo, las
referencias de la nota 488.
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[2.4.2] Suele decirse que las partículas funcionan como adverbios de la oración;
sería preferible decir, sin embargo, que funcionan como cláusulas dentro de la oración73
[cfr. I § 3.3]. En esquema:
Zwar [esp. ciertamente], por una parte, introduce un comentario restrictivo a la oración:
Er hat Goethe gelesen [esp. Ha leído a Goethe] y, por otra, anuncia que más adelante,
en el mismo texto, la restricción se formulará más detalladamente. Oraciones como: Das
sagt er zwar, das stimmt [esp. Ciertamente, es verdad que lo dice] o Zwar hat er Goethe
gelesen, das ist richtig [esp. Ciertamente, es verdad que ha leído a Goethe] parecen
incompletas, aunque tomadas solamente como oraciones sean completas, o al menos
puedan serlo. Sin la adición de la partícula no se produciría esta impresión directamente
relacionada con el comentario que establece zwar [también esp. ciertamente]. Dicho de
otro modo, los ejemplos anteriores son incompletos como textos, no como oraciones.
Puede afirmarse, en términos muy generales, que la comprobación del carácter
completo o incompleto se refiere habitualmente al texto, no a la oración. Una oración
como: Wenn ich (nur) wüßte! [esp. ¡Con que (sólo) supiera!], reducible al esquema
siguiente:
B
73
“Llamamos convencionalmente cláusula al estrato funcional que, en el interior de una sola y misma
oración, corresponde a la oposición ‘comentario’/‘comentado’”, en “Principios de sintaxis funcional”,
Moenia (Lugo), I, 1995, § 5.2.1.
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fenómeno más general: la omisión, también denominada elipsis74. Es evidente que la
elipsis (cuando se trata de una elipsis en el sentido aquí considerado, esto es, de la
omisión de elementos que o ya han sido mencionados o lo van a ser en algún momento)
es una categoría del texto y de las funciones textuales [cfr. también I § 2.8.1].
[2.5.4] También en los refranes es frecuente encontrar elipsis: Viel Feind, viel
Ehr! [esp. Muchos enemigos, mucho honor]. Aunque aquí no existen ni la estructura
condicional wenn..., so (bedeutet dies)... [esp. cuando..., entonces (eso significa tal
cosa)...] ni algunos otros elementos, se entiende sin dificultad lo que se quiere expresar
porque la elipsis misma ya es un índice del carácter proverbial de la expresión y de sus
posibilidades de interpretación.
74
Hanspeter Ortner, Die Ellipse: ein Problem der Sprachtheorie und der Grammatikschreibung, Tubinga,
Niemeyer, 1987, especialmente sección III, § 3 y sigs.
75
En la versión original del texto Coseriu añade como comentario incidental: “No es extraño que en
libros de texto de gramática aparezcan sobre todo las construcciones ‘sintácticamente completas’, que, sin
embargo, son, en relación con las funciones textuales correspondientes, las menos usuales”.
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oraciones de relativo como: *Heinrich Heine ist ein deutscher Dichter, der ein Lyriker
ist [esp. *Heinrich Heine es un escritor alemán que es un lírico]76. En realidad, una
oración como ésta es perfectamente posible en alemán, aunque sólo en determinados
contextos. No lo sería, efectivamente, como comienzo de una biografía de Heine o
como mera afirmación sobre Heine, pero sí, en cambio, como refutación de una
afirmación que se considera falsa:
[al. ] A: Es gibt keine deutschen Dichter, die Lyriker sind
B: Doch, Heinrich Heine ist ein deutscher Dichter, der ein Lyriker ist
[esp. A: No hay poetas alemanes que sean líricos
B: Sí que los hay: Heinrich Heine es un poeta alemán que es un lírico]
76
Sobre este tema, véase Einführung in die transformationelle Grammatik, Tubinga, 1968, pág. 41.
También Christian Rohrer, Funktionelle Sprachwissenschaft und transformationelle Grammatik: die
Verwandlung von Sätzen zu Satzteilen im Französischen, Múnich, Fink, 1971, especialmente cap. VI.
77
“On the Passive in English”, Adam Makkai y Valerie Becker Makkai (eds.), The first LACUS Forum,
Columbia (Carolina del Sur), Hornbeam Press, 1975, págs. 57–80. Véase también Competencia
lingüística, págs. 222–224.
78
Véanse Nelson Cartagena, “Acerca de las categorías de tiempo y aspecto en el sistema verbal del
español”, Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española (San Juan), 7/1, 1978, págs. 93–
110; y Guillermo Rojo y Alexandre Veiga, “El tiempo verbal. Los tiempos simples”, en Ignacio Bosque y
Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa Calpe, 1999, vol.
II, § 44.2.
79
Véase Competencia lingüística, págs. 123–125.
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interlocutores se encuentran en un ascensor. Otro ejemplo se produce cuando se llama
por teléfono en los hoteles: Hier ist Zimmer 23 [esp. Aquí la habitación 23]: no se
interpreta en este caso que el hablante es una habitación, sino que se identifica con la
habitación que ocupa. También la secuencia siguiente, que considerada aisladamente
parecería absurda, en la situación correspondiente resulta perfectamente natural y usual:
[al.] A: Wo stehen Sie?
B: Hinter der Kirche
A: Oh je, da stehen Sie aber schlecht, da werden Sie abgeschleppt!
[esp. A: ¿Dónde está usted aparcado?
B: Detrás de la iglesia
A: ¡Ah, pues está usted mal, se lo va a llevar la grúa!]
La identificación con el propio coche es habitual en muchas comunidades lingüísticas.
Menos frecuente es en Alemania un tipo de identificación que, en cambio, es habitual en
los restaurantes de Francia: la identificación, sobre todo desde la perspectiva del
camarero, con la consumición que se ha pedido:
[fr.] A: C´est vous, la tête de veau?
B: Non, la tête de veau, c´est ma femme, moi je suis le porc
[esp. Camarero: ¿Es usted la cabeza de ternera?
Cliente: No, la cabeza de ternera es mi mujer, yo soy el cerdo]
Hablar así en esta situación no tiene nada de cómico ni de ofensivo. En otros países,
como España, Italia o Alemania, la identificación se produce sobre todo desde la
perspectiva del cliente:
[esp. Camarero: ¿La tapa de tortilla?
Cliente: Yo
Camarero: ¿Y la cerveza negra?
Cliente: Ésa es la señora de allí]80
[2.7.1] [...] Por otra parte, en cada lengua existen procedimientos especiales para
determinadas funciones textuales; por ejemplo, en la mayor parte de las lenguas que se
conocen existe para la función textual pregunta el procedimiento o la categoría oración
interrogativa [cfr. I § 5.3.3.2]. A primera vista quizá no se comprenda del todo qué
tiene que ver este hecho con el problema del análisis transoracional que aquí se plantea,
pues aunque la categoría oración interrogativa, propia de cada lengua, no sea idéntica a
la función textual universal pregunta, esta última no deja de realizarse en el marco de
una oración, esto es, con ayuda de una oración interrogativa independiente; parecería,
pues, que todo cuanto pudiera añadirse a una pregunta, como la intención de la
pregunta, adoptaría también la forma de oración independiente adicional. Sin embargo,
en alemán, en italiano, en español y en otras lenguas hay procedimientos idiomáticos
para la pregunta repetida, esto es, para la pregunta con la que se comunica
simultáneamente que eso mismo ya se ha preguntado en otra ocasión, pero sin que haya
sido comprendido:
[al.] A: Wie ist das Wasser? [esp. A: ¿Cómo está el agua?
B: Was? B: ¿Qué?
A: Wie das W á s s e r ist? A: El agua, ¿cómo está?/¡¿Que cómo está el agua!?]
80
Ídem, pág. 124.
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En la pregunta repetida en alemán no existe simplemente una elipsis por (Ich habe dich
soeben gefragt) wie das Wasser ist [esp. (Acabo de preguntarte) que ¡¿cómo está el
agua!?]81: por una parte, porque presenta una entonación específica, y, por otra, porque
se encuentran formas análogas en las lenguas que no establecen diferencias entre la
oración principal y la subordinada, por ejemplo, en italiano [o en español]:
italiano [español]
oración principal Com´è l´aqua? [¿Cómo está el agua?]
oración subordinada Chiedo com´è l´aqua [Pregunto cómo está el agua]
No existen diferencias en el orden de palabras en estos ejemplos; sí, en cambio, en la
forma que adopta la pregunta repetida:
[ital.] L ’ á c q u a , com´è? [esp. E l á g u a , ¿cómo está?]
Más aún, en italiano es posible constatar que en este nivel se dan ciertas oposiciones. Si,
por ejemplo, se añade la conjunción e: E l´acqua, com´è?, la oración significa algo
completamente diferente: si se ha estado hablando de algún lugar turístico junto al mar,
tratando sus diversos aspectos, y alguien formula en un determinado momento una
pregunta crítica: E 1'acqua, com'è?, se interpretará como: “todo eso está muy bien, pero
lo que a mí me interesa saber realmente es qué tal es la calidad del agua”. En español las
construcciones son similares a las del italiano: El agua, ¿cómo es/está? y Y el agua,
¿cómo es/está?, y existe, además, otra, introducida por la conjunción que, únicamente
posible en esta lengua: ¿¡Que cómo es/está el agua!?
[2.7.2] Frente a lo que ocurre con la pregunta, las lenguas que se conocen no
disponen de ningún procedimiento específico para la expresión de la función textual
respuesta; a pesar de ello se reconocen intuitivamente distintas clases de información en
la mayor parte de las oraciones con las que se quiere realizar esta función textual.
81
Como podría hacer suponer el cambio en el orden de palabras de la oración, pues la repetición de la
pregunta adopta en alemán el orden propio de la oración subordinada.
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[al. ] A: Lernt er? [esp. A: ¿Está estudiando?
B: Er liest B: Leyendo]
Es decir: “lo único que se puede comprobar es que está leyendo, lo que no se sabe es si
además está aprendiendo algo”. O bien:
[al. ] A: Lernt er? [esp. A: ¿Está estudiando?
B: L é s e n tut er!82 B: ¡Lo que está haciendo es leer!/¡Leer es lo que está haciendo!]
Esta respuesta significa: “Nada de eso, no está estudiando, sino leyendo”. O finalmente:
[al. ] A: Lernt er? [esp. A: ¿Estudia?
B: Lernen t ú t er83 B: Estudiar estudia]
Es decir que “efectivamente estudia, pero otras cosas que podrían esperarse de él no las
hace”.
[2.8.1] Por otra parte, tanto la función respuesta como la elipsis están en relación
con un fenómeno mucho más general: la sustitución [cfr. III § 2.4]. La idea misma de
sustitución depende directamente de la existencia del texto84: la consideración de los
llamados pronombres como elementos lingüísticos que pueden “estar por” (= “sustituir
a”) los nombres, existente ya en la Antigüedad clásica, sólo se sostiene partiendo del
texto. Efectivamente, ciertos pronombres pueden sustituir a nombres en muchos textos,
como en el caso de los pronombres de tercera persona. Así, si ya se ha hablado de
alguien, se puede proseguir diciendo: Er war gerade angekommen [esp. Él acababa de
llegar]; aquí er [esp. él] reemplaza a un sustantivo o a un nombre propio. Un hecho
similar se presenta en la siguiente oración: Dieser war gerade angekommen [esp. Éste
acababa de llegar]: se trata, en este caso, de otro modo parcialmente distinto de
referirse a un sustantivo o nombre ya mencionado85.
Ahora bien, si se examina el paradigma completo de los llamados “pronombres”
desde el punto de vista de la sustitución, se comprobará que las relaciones reales en el
texto no se consideran adecuadamente. Hay, en efecto, otros “pronombres” que no
sustituyen, sino que, por el contrario, pueden ser sustituidos en determinados textos,
como, por ejemplo, los pronombres personales de primera y segunda persona [del
alemán] ich y du [esp. yo y tú]. Los nombres que pueden aparecer en el mismo lugar
que yo y tú tienen que interpretarse como sustitutos, no como sustituidos: si, por
ejemplo, una madre dice a su hijo: Was hat Mutti gesagt [esp. ¿Qué ha dicho mamá?],
aquí Mutti [esp. mamá] sustituye a ich [esp. yo], no a la inversa; o si en el transcurso de
una lección comento mis propios trabajos y me pregunto: Was sagt nun eigentlich
Coseriu? [esp. ¿Qué dice en realidad Coseriu?], Coseriu deberá entenderse como una
manera estilística de decir ich [esp. yo], no al revés. Un comportamiento análogo puede
observarse en relación con la segunda persona: en oraciones como: al. Was hat mein
Kind? o Was hat denn mein Schatz?, fr. Qu´est-ce qu´il a mon petit coco? [esp. ¿Qué
tiene mi niño/¿Qué le pasa a mi niño?, ¿Qué tiene mi tesoro/¿Qué le pasa a mi tesoro?,
82
Con contraste de tono y acentuación.
83
Con entonación ascendente en lernen y acento en tut.
84
Véase Roland Harweg, Pronomina und Textkonstitution; también Eugénia Bajzíková, “Pronomina und
ihre Funktionen im Text”, en Zdenek Hlavsa y Dieter Viehweger (eds.), Aspects of Text Organization,
Praga, Linguistica XI, 1985, págs. 99–105.
85
Véase Nzenge Mbulamoko, Verbe et personne: les substituts et marques de la personne verbale en
latin, espagnol, français, allemand, lingála et ngbandi, Tubinga, Tübinger Beiträge zur Linguistik, 1973.
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¿Qué tiene mi vida?/¿Qué le pasa a mi vida?], al. mein Kind, mein Schatz, fr. mon petit
coco [esp. mi niño, mi tesoro y mi vida] sustituyen a al. du y fr. toi [esp. tú], no a la
inversa.
[2.8.3] Elementos como al. ja, doch, nein, fr. oui, non, si, o esp. sí, no presentan
un comportamiento especial dentro del ámbito de la sustitución. Por una parte, permiten
retomar oraciones enteras:
[al. ] A: Hast du das getan? [esp. A: ¿Has hecho eso?
B: Ja B: Sí]
Por otra, contienen una toma de actitud respecto de lo que se retoma. Como se sabe, el
paradigma de los adverbios de afirmación es en alemán y en francés distinto del de otras
lenguas románicas:
fr. al. esp. ital.
86
En la versión original Coseriu remite a su trabajo Einführung in die funktionelle Syntax der
Romanischen Sprachen, curso inédito impartido en la Universidad de Tubinga en el semestre de invierno
del curso 1964/1965 y en el semestre de verano de 1975. Y añade: “En este curso explicaba que la
sustitución solamente ha sido reconocida como un problema fundamental de la gramática por muy pocos
autores; entre ellos se encuentra Leonard Bloomfield, en el capítulo ‘Substitution’ (cap. 15) de Language,
Nueva York/Londres, Rinehart & Winston, 1933”. Véase también “Principios de sintaxis funcional”,
Moenia (Lugo), I, 1995, §§ 6.4.1 y 6.4.2.
87
También son réplicas posibles: Schon getan, schon gemacht, schon geschehen [esp. “ya hecho”, “ya
ocurrido”].
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oui ja sí sì
non nein
no no
si doch
En francés la sustitución es parecida (no totalmente idéntica) a la del alemán[: oui sirve
para la afirmación de lo afirmado; si, para la afirmación de lo negado, esto es, para la
afirmación de la pregunta negativa, por ejemplo: N´est-elle pas venue? Si, elle est déjà
venue [esp. ¿No ha venido? Sí, sí que ha venido]; y no, para la negación]88. El alemán,
por su parte, tiene dos formas para “sí”: ja y doch, según el tipo de pregunta o según la
afirmación del otro, y una forma para la negación: nein. En italiano o en español, en
cambio, el paradigma es de dos términos, al igual que la mayor parte de las lenguas
eslavas. [No obstante, en las lenguas con sólo dos unidades la estructuración puede ser
muy diferente. El ruso tiene sólo dos partículas de negación y afirmación
fundamentales: respectivamente, niet y da; pero esta última no significa exclusivamente
“sí”, sino “de acuerdo con el signo de lo dicho”, de modo que si se ha preguntado
afirmativamente y se está de acuerdo, lo afirmativo es da, pero si se ha preguntado
negativamente y se está de acuerdo, también se emplea da:
A: Ty chočeš' čaju? A: Ty ne chočeš' čaju?
B: Da B: Da
[esp. A: ¿Quieres té? [esp. A: ¿No quieres más té?
B: Sí] B: No] 89
[2.9] Hay que mencionar, finalmente, las unidades que indican enumeraciones.
Estas unidades, que pueden seguir reglas distintas en cada lengua, no funcionan
propiamente en el ámbito de la oración, sino en el del texto90. Las reglas de la
enumeración son particularmente claras en latín: cada miembro de la serie se introduce
mediante unidades como primum, secundum, tertium... etcétera; en el final de una
enumeración, que puede extenderse a lo largo de varias páginas, deinde encabeza el
penúltimo elemento, al menos desde la intención originaria del hablante, y demum
introduce el último, al que en determinados casos, a modo de post scriptum, puede
añadirse un postremum91 [cfr. III § 4.2.3.3].
[2.10.1] Todos los fenómenos hasta aquí expuestos no pueden ser descritos, o al
menos no de una manera completa, mediante una gramática de la oración porque,
precisamente, funcionan fuera de los límites de la oración. Se han presentado en una
enumeración hasta cierto punto desordenada que, obviamente, no constituye una
88
En Lingüística del texto, pág. 43.
89
Ibídem. El ejemplo se toma de la versión manuscrita (manuscrito A I del Archivo Coseriu).
90
También, más brevemente, en Competencia lingüística, pág. 191.
91
En Lingüística del texto, pág. 14, se añade: “[Giorgio] Pasquali, un filólogo italiano que emplea
muchos latinismos, jugaba un poco con esta posibilidad del latín en los títulos de sus libros de ensayos
que se llaman [Pagine stravaganti, Florencia, Sansoni, 1968, 2 vols., continuación de Pagine stravaganti
di un filologo, Lanciano, Carabba, 1931, y Pagine meno stravaganti, Florencia, Sansoni, 1935]. Después
de haber escrito su [tomo Terze pagine stravaganti] escribió aún un tomo más al que llamó Stravaganze
quarte e supreme, con lo que significaba ‘extravagancias que van después de las últimas, más allá de la
anterior’. [...] La enumeración se refiere aquí a libros enteros, y podría decirse que esos títulos constituyen
elementos de estructuras independientes, pero al mismo tiempo estructuras que aluden unas a otras.
Quiere decir asimismo que sólo por el título de la última obra se sabe que también antes debió haber
habido otras porque esas Extravagancias son las cuartas y supremas”.
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explicación última. En realidad, sólo se pretende mostrar qué clase de hechos han dado
pie a la constitución de una modalidad actual de lingüística del texto [cfr. III]. En este
sentido ya es posible distinguir: a) hechos que pueden extenderse a lo largo de varias
oraciones (discurso directo e indirecto, enumeraciones, etc.), b) hechos que son
característicos de una determinada clase de texto (la llamada elipsis en el estilo
telegráfico), y c) hechos que aparecen en la oración pero que apuntan más allá de sus
límites (partículas, topicalización, sustitución).
[2.10.2] A los tres tipos de hechos les son comunes, al menos, dos propiedades
generales: a) conciernen a textos, no a oraciones, bien porque apuntan más allá de la
oración, bien porque, desde el punto vista estrictamente material, no se encuentran en el
marco de oraciones (por ejemplo, las enumeraciones); y b) pertenecen a una lengua
determinada, siendo diversos de una lengua a otra. Se trata, en este último sentido, de
funciones análogas; pero en las distintas lenguas, por un lado, se expresan mediante
procedimientos materialmente diversos y, por otro, pueden diferir por su contenido. Las
funciones, en cuanto tales, son individuales en cada lengua, y sólo a posteriori pueden
registrarse semejanzas y subsumir en un tipo unitario y supraidiomático las diferentes
funciones idiomáticas particulares: es lo que se ha hecho, por ejemplo, en el caso de los
paradigmas de la afirmación trimembres en alemán (ja, nein, doch) y en francés (oui,
non, si) [cfr. I § 2.8.3]. Ahora bien, los hechos comprobados a veces ni siquiera se
confirman en una sola lengua histórica con todas sus variantes temporales, espaciales,
sociales o estilísticas: por ejemplo, la enumeración del tipo primum, secundum... deinde,
demum se presenta en este modo solamente en una época determinada del latín, y quizá,
incluso, únicamente en una variedad determinada del latín dentro de esa época.
[2.10.3] ¿En qué sentido los fenómenos descritos hasta aquí se refieren a textos?
No se trata de textos en el nivel universal del hablar, sino de las reglas gramaticales de
una lengua dada para la constitución del texto. Con el término texto en este sentido no
hay que entender ninguna categoría supraidiomática, como novela, discurso político,
etc. [cfr. nota 149], sino una categoría “neutral”, una categoría como la de oración en el
idioma n, pero situada en un nivel superior al de la oración [cfr. I § 4.2]. En otras
palabras, de lo que se trata aquí es del texto entendido como un nivel de estructuración
gramatical de las lenguas92.
92
Véanse también Wolfgang Raible, Satz und Text: Untersuchungen zu vier romanischen Sprachen,
Tubinga, Niemeyer, 1972; o Horst Isenberg, Der Begriff “Text” in der Sprachtheorie, Berlín, Deutsche
Akademie der Wissenschaften, 1970; de este mismo autor, “Text vs. Satz”, en František Daneš y Dieter
Viehweger (eds.), Probleme der Textgrammatik II. Studia grammatica XVIII, Berlín, Akademieverlag,
1977, págs. 119–146.
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[3.0] En las lenguas pueden aparecer los siguientes niveles de estructuración
[cfr. también III § 1.4]93:
texto
oración
cláusula
grupo de palabras
palabra
elementos mínimos (portadores de significado)94
93
Hay un desarrollo posterior en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 5.1 y
siguientes, originalmente en “Principes de syntaxe fonctionnelle”, Travaux de Linguistique et de
Philologie (Estrasburgo/Nancy), XXVII, 1989, págs. 5–46; véase también Klaus Heger, Monem, Wort,
Satz und Text, Tubinga, Niemeyer, 1971.
94
“Monemas”, en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 5.2.1.
95
Una explicación resumida se encuentra en “Alcances y límites de la gramática contrastiva”, Gramática,
semántica, universales, § 3.3.1.
96
Antoine Meillet, Linguistique historique et linguistique générale, París, Klincksieck, 1938, 2a ed., vol.
2, págs. 9–10: “Cette séparation entre les mots n´est pas d´ailleurs un fait universel et elle n´a pas existé
de tout temps. Les Grecs ne séparaient pas les mots dans l´écriture. Les Romains au contraire ont pris
l´habitude de séparer exactement les mots les unes des autres par des points. En réalité, séparés ou non les
uns des autres, les mots ne sont autonomes ni phonétiquement ni au point de vue sémantique”.
p ág ina 26 de 184
ital. centodue [esp. ciento dos]
duecento [esp. doscientos]
fr. l´homme pauvre [esp. el hombre pobre]
le pauvre homme [esp. el pobre hombre]
Hay, pues, funciones que se expresan dentro del grupo de palabras, con independencia
de la función que este grupo desempeñe en la oración (el grupo entero puede funcionar,
por ejemplo, como sujeto o como objeto); por eso no hace falta un contexto más extenso
para encontrar diferencias entre las funciones. También en este caso se comprueba que
en latín no existe este nivel97.
97
En Lingüística del texto, págs. 41–42, añade Coseriu lo siguiente: “En español, también en otras
lenguas románicas, existen precisamente funciones propias de este nivel, como la explicación y la
especificación: por ejemplo, en el hombre pobre y en el pobre hombre las mismas palabras se presentan
en combinaciones distintas que dan lugar a contenidos también diferentes. Por lo tanto, en español debe
haber una parte de la gramática que estudie el nivel del grupo de palabras como nivel funcional. En
cambio, en alemán no, porque carece de la posibilidad de distinguir lo especificativo de lo explicativo,
pues el adjetivo sólo puede ocupar una posición precedente al nombre”.
98
En Lingüística del texto, pág. 40, añade Coseriu que “en la oración latina certus scio hay una sola
cláusula, cuyo significado es ‘lo sé con certeza’; en la oración certē scio (‘con certeza, lo sé’), sin
embargo, hay dos cláusulas”. Sobre la existencia de la cláusula como nivel de estructuración autónomo
en latín, véase Einführung in die funktionelle Syntax der Romanischen Sprachen.
99
En “Alcances y límites de la gramática contrastiva”, Gramática, semántica, universales, § 3.2.
subapart. a), Coseriu agrega: “para una teoría de los estratos gramaticales, aceptable en lo esencial, cfr.
M[ichael] A. K. Halliday, ‘Categories of the Theory of Grammar’, Word (Nueva York), 17, 1961,
especialmente págs. 251–254”.
100
“Como muy acertadamente observa Halliday, sólo dos estratos son universalmente necesarios: el de
las unidades mínimas y el de la oración (pues en toda lengua debe haber por lo menos elementos mínimos
combinables y unidades estructurales del decir): los otros pueden faltar desde el punto de vista
gramatical”, en “Alcances y límites de la gramática contrastiva”, Gramática, semántica, universales, §
3.3.1.
101
“El estrato gramatical de la oración se caracteriza por la función de predicación”, en “Principios de
sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 5.2.1.
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[3.5] En consecuencia, el texto forma parte de los niveles de estructuración que
pueden existir en una lengua, pero no de los que existen necesariamente. Es posible que
una lengua no conozca reglas específicas para la combinación de oraciones: en una
lengua de esta clase, las enumeraciones se formarían, por ejemplo, mediante la simple
adición, según las reglas universales del hablar, no según las normas propias del nivel
histórico. Sin embargo, no se conoce hasta ahora ninguna lengua en la que el texto
como nivel de estructuración idiomática no exista en absoluto: en las lenguas que se
conocen siempre existen al menos algunas reglas que se refieren al nivel del texto.
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limitaba de ningún modo a las reglas específicas de la lengua italiana, pues no era
necesario escribir sonetos para poder afirmar que se sabía la lengua italiana (de hecho,
más tarde se han compuesto sonetos en las lenguas más diversas).
[4.0.2] Junto a estas dos clases de lingüística del texto que deben considerarse
plenamente legítimas existe una tercera orientación que también pretende ser una
lingüística del texto. Aunque en la introducción se ha aludido brevemente a ella [cfr. I §
1.1], su planteamiento y su metodología se analizarán ahora en detalle104. De entrada
parece difícil asignar a esta tercera forma de lingüística del texto un objeto propio, pues
¿qué otro nuevo objeto “texto” podría existir además de los dos que ya han sido
deslindados? En rigor, ninguno. Lo que sí hay, sin embargo, es un planteamiento propio
de esta tercera orientación que podría formularse como sigue: ¿No sería necesario
construir toda la lingüística a partir del texto, dado que todo fenómeno lingüístico sólo
es realmente observable en textos concretos (en el sentido más amplio de la palabra)?
Esta tercera modalidad de la lingüística del texto se origina fundamentalmente en su
particular planteamiento: toda la ciencia del lenguaje debería desarrollarse desde el
texto. Lo que no se explica con claridad es de cuál de los dos conceptos de texto
presentados se parte, aunque a lo hace referencia normalmente es al texto en general,
esto es, al texto como posibilidad universal del lenguaje. En cierto modo esta modalidad
de la lingüística del texto termina por identificar la lingüística del texto con la
lingüística como tal: el lenguaje con todas sus categorías (y, naturalmente, también las
lenguas históricas) deben describirse a partir del texto, de forma que en la investigación
de las categorías idiomáticas deberá partirse de las unidades que las representan en el
texto.
p ág ina 29 de 184
comentario105. De ello se deduce que tiene que haber dos tipos muy generales de textos,
textos narrativos y textos-comentario, y que en las distintas lenguas existen para cada
uno de ellos determinados tiempos verbales. La descripción de una lengua dada en el
sector correspondiente deberá ajustarse, pues, a este hecho. Tal modo de proceder se
generaliza posteriormente, y se plasma en afirmaciones y máximas como: “la lingüística
es necesariamente lingüística del texto”, “la lingüística sólo puede desarrollar
enteramente sus categorías como lingüística del texto” o “el ámbito de la gramática
debe ser el texto, no la oración, si es que la gramática quiere proporcionar modelos que
expliquen la competencia lingüística”106.
En este tipo de lingüística las funciones idiomáticas se definen a partir de las
funciones textuales [cfr. I §§ 5.3.2, 5.3.3 y 5.3.3.2]. Por ejemplo, se investiga el uso del
artículo en un determinado texto y a continuación, a partir de este examen, se concluye
que el artículo determinado y el artículo indeterminado muestran dos tipos de
indicaciones o señales que en cierto modo sirven al lector como guía para la
decodificación del texto107. Del hecho de que en muchos textos el artículo determinado
se refiere a lo ya dicho, a la información ya proporcionada en el texto, en tanto que el
artículo indeterminado se refiere a lo que todavía está por decir, se concluye que ésta es
la función de los dos artículos en francés o en alemán; o más aún, que ésta es la función
del artículo en general. O se concluye, también, que el artículo determinado es una señal
que invita al oyente a poner el nombre o sintagma nominal introducido por el artículo en
conexión con la información previa, y que, simultáneamente, le dice al oyente que esta
información continúa siendo válida; por el contrario, el artículo indeterminado, se
sostiene, indica al oyente que se introduce información nueva, esto es, que ya no puede
tomar en consideración la información previa, sino que tiene que atender a la que se le
ofrece a continuación108.
Con los tiempos verbales se procede de manera análoga109. A partir de un corpus
de textos en una lengua se establece que el pretérito definido [o perifrástico]110 se
presenta como tiempo del comentario y que el pretérito indefinido actúa como tiempo
de la narración. Éstas son las funciones de dichos tiempos, no sólo en la lengua que se
ha examinado, sino en todas. Ahora bien, en las lenguas en que las distinciones verbales
esenciales no son las de tiempo sino las de aspecto, como es el caso de las lenguas
semíticas o de las eslavas, lo que hay que hacer es invertir el planteamiento, pues los
aspectos delimitados son un error de los gramáticos, ya que lo realmente universal es la
105
Harald Weinrich, Tempus. Besprochene und erzählte Welt, Stuttgart, Kohlhammer, 1969,
especialmente caps. 2 y 3; versión esp. Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, Madrid,
Gredos, 1974.
106
En este último sentido hay que entender las palabras de Harald Weinrich en “Syntax als Dialektik
(Bochumer Diskussion)”, Poetica (Múnich), 1, pág. 109: “Linguistik ist Textlinguistik”. Más allá de la
Textlinguistik alemana, la idea de una lingüística del texto como orientación, no como una disciplina
particular, se encuentra también en la pragmática, por ejemplo, en la obra de Jeff Verschueren, Para
entender la pragmática, Madrid, Gredos, 2002.
107
Harald Weinrich, Sprache in Texten, Stuttgart, Klett, 1976, caps. IX y XI; versión esp. Lenguaje en
textos, Madrid, Gredos, 1976, capítulos “Lingüística del texto: sobre la sintaxis del artículo en el alemán”
y “Sintaxis textual del artículo francés”.
108
Ídem, pág. 169.
109
Advierte Coseriu en la versión original, a pie de página, que “se muestran aquí estos dos puntos un
poco más detalladamente porque han sido objeto de una atención particularmente minuciosa en el marco
de la lingüística del texto que nos ocupa ahora”.
110
En Lingüística del texto, pág. 36.
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distinción entre narración y comentario, con cuya ayuda pueden interpretarse todas las
formas verbales de todas las lenguas111.
[4.1.2] Es, sin embargo, erróneo entender que la competencia que hace falta para
producir textos puede coincidir con la gramática de una determinada lengua o que la
descripción de esta competencia pueda ser al mismo tiempo descripción de la estructura
de una lengua determinada. El error radica en suponer que la capacidad de producir
textos y el conocimiento de una lengua constituyen una competencia unitaria. [...] Junto
a la competencia, determinada históricamente, que sirve para expresarse en español,
alemán, inglés, francés, etc., existe también una competencia universal que se
corresponde con nuestro nivel de máxima generalidad: por ejemplo, la competencia de
hablar con claridad, de hablar coherentemente, etc., todo lo cual no guarda relación con
el conocimiento de una determinada lengua116 [cfr. I §§ 5.2.1 y 5.2.2]; además, en un
nivel individual existe una capacidad para producir textos determinados que tampoco
depende de los conocimientos lingüísticos en el sentido tradicional117 [cfr. I § 5.1.3.2]:
clases de texto como las cartas de amor o los tratados científicos poseen su propia
tradición, no coincidente con ninguna tradición del hablar históricamente determinada
[cfr. I § 5.1.3.5]. Por eso es posible –y de hecho ocurre con frecuencia– que alguien con
111
Harald Weinrich, Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, cap. 12, especialmente pág. 390 y
siguientes.
112
“Concretamente, existen sólo actos lingüísticos (Sprechakte), existe sólo el hablar (das wirkliche
Sprechen, das Gespräch), la actividad lingüística (Sprechtätigkeit)”, en “Sistema, norma y habla”, Teoría
del lenguaje y lingüística general, pág. 17.
113
Coseriu añade en el texto en alemán un apunte: “Esto está en relación con una propiedad general de los
niveles de estructuración del lenguaje que ya se han descrito [cfr. I § 3] y sobre los que se volverá más
adelante [cfr. III § 2.1], es decir que está en relación con el hecho de que un elemento de un determinado
nivel puede, en el nivel inmediatamente superior, combinarse con cero. Así, un elemento mínimo puede
funcionar simultáneamente como palabra; una palabra, como un grupo de palabras; un grupo de palabras,
como cláusula; una cláusula, como una oración; y una oración, finalmente, como un texto. Vale la pena
recordar en este sentido la famosa anécdota de los dos amigos romanos que habían hecho una apuesta
sobre cuál de los dos podría escribir la carta más breve. El primero escribió: eo rus [esp. Me voy al
campo], y el segundo le contestó: i [esp. Vete], de modo que éste ganó la apuesta, porque el elemento
mínimo i en latín, como segunda persona del singular del imperativo del verbo ire, puede representar
también todos los niveles superiores”. Véase también Lecciones de lingüística general, nota 55.
114
Véase Competencia lingüística, § 2.5.
115
Coseriu desarrolla este aspecto posteriormente en la monografía “Acerca del sentido de la enseñanza
de la lengua y literatura”, Innovación en la enseñanza de la lengua y literatura, Madrid, Ministerio de
Educación y Ciencia, 1987, págs. 13–32.
116
Véase el trabajo inédito El problema de la corrección idiomática, Montevideo, 1956–1957, §§ 3.2.2 y
3.3.2.
117
Ídem, §§ 3.2.2 y 3.2.3.
p ág ina 31 de 184
una competencia histórica deficiente disponga, no obstante, de una competencia muy
superior a la de otros en el plano universal, es decir que alguien que no hable bien el
alemán, por ejemplo, se exprese, en cambio, con particular claridad y congruencia; y,
naturalmente, también es posible que, pese a una competencia histórica muy imperfecta,
se posea una especial capacidad para componer bien ciertas clases de texto, es decir que
se escriban, por ejemplo, en un alemán defectuoso cartas de amor más hermosas de las
que suelen escribir la mayor parte de los hablantes del alemán.
118
En la versión original del texto Coseriu añade al margen que “sólo así se explican casos como los
recordados a propósito de falsas afirmaciones sobre la existencia o no existencia de ciertas construcciones
[cfr. I § 2.6.1]. Si no se empezase por el hablar en concreto, aunque sea mediante ese hablar interior,
tampoco se llegaría a generalizaciones precipitadas e incorrectas, como aquella según la que en alemán no
es posible la oración Heinrich Heine ist ein deutscher Dichter, der ein Lyriker ist [esp. Heinrich Heine es
un escritor alemán que es un lírico]. A afirmaciones como ésta se llega –y es cierto que nadie está a salvo
de caer en este tipo de errores– produciendo un texto y concluyendo, a partir de él, que alguna de sus
partes no está bien formada, sin pensar en otros textos en los que tal fragmento se integraría sin
dificultades”.
119
“Der Bau”, en Beim Bau der Chinesischen Mauer; en versión española “La construcción” (o “La
madriguera”).
p ág ina 32 de 184
desarrollo de su meticuloso razonamiento, el animal utiliza una gran cantidad de
partículas, de manera que se logra una argumentación que tiene en cuenta diferentes
puntos de vista: [cita no literal] “Gewiss, zwar scheint es so [esp. “Ciertamente, es
verdad que así parece], und man könnte schon annehmen, daß es sich eben wohl doch
so und nur so verhalten muss [esp. y cabría ya suponer que justamente y pese a todo
tendría en verdad que ser así y no de otro modo], freilich lässt sich leider nicht
ausschließen, daß sich die Dinge vielleicht doch eigentlich anders darstellen [esp. claro,
por desgracia tampoco se puede excluir, en realidad, que las cosas tal vez terminen
presentándose, sin embargo, de modo distinto], nun, wer dürfte auch überhaupt an
vollkommene Sicherheit denken? [esp. pues ¿quién es también el que podría pensar en
una seguridad simplemente absoluta?]”; un buen ejemplo de esto es su comentario sobre
una solución para un problema parcial, recién calificada de óptima: “Aber vielleicht
doch nicht gar so sehr” [esp. “Pero, en fin, tal vez pese a todo quizá no tanto”)120.
¿Qué función desempeñan las partículas en este texto? Expresan la inseguridad
del animal. Naturalmente, no debería llegarse a afirmar que la función de las partículas
del alemán consiste en expresar la inseguridad de un animal maestro en excavaciones e
inquieto por algunos ruidos extraños; sin embargo, sí se podría extraer del análisis del
texto la conclusión de que la función de determinadas partículas del alemán consiste en
expresar inseguridad en la argumentación. Se trata aquí de una función textual, no de
una función de la lengua alemana como tal, que podría explicitarse, por ejemplo, como
sigue: “Demasiadas restricciones y demasiadas precisiones; quien continuamente
establece restricciones y precisiones no se siente seguro de algo”. Para determinar la
función de las mencionadas partículas en el alemán sería necesario partir de las
nociones de “precisión” y “restricción”: esta función de las partículas en el alemán121, la
de precisar o restringir la validez de lo dicho, se convierte posteriormente en una
función del texto, o para ser exactos, se convierte en signo (= significante) de la función
textual “inseguridad” en un determinado nivel del contenido que puede denominarse
sentido [cfr. I § 5.4.1]. Lo expuesto se representa como sigue:
precisión
función en lo dicho
limitación/restricción
[4.1.4] Por tanto, la principal objeción que habría que hacer a esta tercera forma
de lingüística del texto es que identifica injustificadamente las funciones del texto con
las funciones de la lengua [cfr. I § 5.3.3.2 y nota 537]. Esto no quiere decir, sin
embargo, que algunos de sus resultados no puedan ser aceptables para ciertas lenguas,
aunque con seguridad no lo serán para todas. Es, por ejemplo, posible que en
determinadas lenguas haya sistemas de tiempos verbales organizados sobre la oposición
entre narración y comentario; incluso puede que el alemán sea una de ellas. Algunas
120
En la versión en alemán (Berlín, Gustav Kiepenheuer Verlag, 1948), pág. 95.
121
Dados los límites de este trabajo, se parte de su previa definición. Sobre este tema, véase el trabajo
citado de Harald Weydt Abtönungspartikel: die deutschen Modalwörter und ihre französischen
Entsprechungen.
p ág ina 33 de 184
informaciones proporcionadas por el germanista francés Jean Fourquet parecen apuntar
en esta dirección. Fourquet había propuesto este problema a una alumna suya como
tema para su tesis doctoral. El título bajo el que se organizó el plan de investigación fue
La interpretación funcional de los tiempos verbales en alemán. Desde los preliminares
del trabajo quedó claro que apenas hay textos –quizá no haya ninguno– en los que el
pretérito definido (ich habe geschrieben [esp. he escrito]) y el pretérito indefinido (ich
schrieb [esp. escribí]) puedan usarse alternativamente en situaciones y contextos
similares; y esto no sólo en textos compuestos en dialectos del alemán en los que no se
emplea el pretérito. Así, la alumna de Fourquet tuvo que renunciar al plan inicial, pues
en el mejor de los casos sólo hubiera podido hacer descripciones funcionales de los
tiempos verbales del alemán en diversas clases de texto.
Supongamos, no obstante, que la alumna de Fourquet hubiera hecho su trabajo
y hubiera interpretado correctamente los hechos, es decir, supongamos que en alemán
existe una distinción entre “narración” y “comentario” en el sistema de los tiempos
verbales. Si ello fuera así, nos encontraríamos sólo ante un fenómeno de la lengua, ante
una distinción del alemán que no se aplica a otras lenguas. Incluso resultaría más
importante comprobar que las lenguas hacen distinciones funcionales propias en
relación con determinadas clases de texto. En todas las lenguas que se conocen se
encuentran fenómenos vinculados a ciertas clases de texto. Por ejemplo, en el
vocabulario. El verbo alemán meckern, en su sentido figurado [esp. literalmente:
‘balar’, figuradamente: ‘criticar u objetar sin fundamento’, aprox. murmurar], sirve
sólo para referirse a la crítica realizada por alguien distinto de la primera persona; y
además de mencionar esa crítica, tiene siempre la función de descalificarla por
injustificada, cuando menos, por inoportuna. Se dice: Was hast du schon wieder zu
meckern! [esp. ¡Qué tendrás tú que andar murmurando otra vez!) o Der meckert aber
dauernd [esp. Ése se pasa la vida murmurando), etc., pues uno mismo nunca murmura:
uno critica, ejerce la crítica, se permite dudar de, se permite advertir que, etc. Se
puede, por supuesto, usar el verbo meckern [esp. murmurar] también para referirse a
uno mismo, pero entonces tendrá el sentido de una autocrítica irónica; o bien se
utilizará recogiendo las palabras literales de un interlocutor que acaba de preguntar:
Was hast du schon wieder zu meckern? [esp. ¡Qué tendrás tú que andar murmurando
otra vez!]: Ich meckere deshalb/weil... [esp. Murmuro porque...]. Se puede responder
así, pero con ello se está diciendo implícitamente que no se está de acuerdo con la
utilización del verbo122. En otras lenguas se encuentran expresiones equivalentes, por
ejemplo fr. trouver à ridire, ital. aver da ridire123.
Ahora bien, el hecho de que en las lenguas existan formas previstas para ciertas
funciones textuales no debe inducir a equiparar funciones textuales y funciones
idiomáticas [cfr. I § 5.3.3.2]. De hecho, pueden reconocerse como tales las formas
previstas para ciertas funciones textuales precisamente porque hay otras formas que no
están limitadas a determinados textos, es decir, porque hay otras formas que están ahí
para todos los textos o para los textos en general. Por eso también la determinación de
las funciones de las lenguas a partir de generalizaciones de funciones textuales
aisladamente consideradas suele ser o insuficiente o, simplemente, incorrecta. Es lo que
122
Este eco a veces se marca en la escritura mediante el uso de comillas (o de la cursiva): “Murmuro”
porque..., o por medio de recursos expresivos explícitos: Murmuro, como tú dices, porque...
123
También en Competencia lingüística, pág. 192.
p ág ina 34 de 184
ocurre en el caso de los dos tipos de artículo. El esquema que opone información
conocida a información no conocida:
der [esp. el] ein [esp. un]
(información conocida) (información no conocida)
se aplica a muchos textos: Dort stand auch ein Mann mit einer Zigarre. Der Mann mit
der Zigarre war... [esp. Allí estaba también un hombre con un puro. El hombre con el
puro era...]124. En cambio, es cuestionable si este sistema de relaciones tiene la función
de hacer más comprensible el texto. ¿Es posible entender textos que carezcan de este
tipo de remisiones, como los compuestos en lenguas sin artículo?125 A esto se añade
que, cuando se quiere escribir la gramática de una lengua, es necesario pensar en todas
las funciones, no sólo en una posible función en una clase de texto determinado. Quizá
algún lingüista haya escrito o piense escribir un artículo con el titulo: Die Textfunktion
des französchischen Artikels [esp. La función textual del artículo en francés]; ¿sería
sensato imaginar en este caso que el artículo determinado que encabeza el título se
refiere a una información conocida, y que el autor hubiera titulado su trabajo: Eine
Textfunktion des französchischen Artikels [esp. Una función textual del artículo en
francés] si hubiera tenido la intención de proporcionar información nueva sobre el
tema?
124
Véase “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, §§ 2.2.1 a 2.3.4; también Teoría lingüística del nombre propio, cap. II, §§ 2.5.2.
125
Véase Willy Birkenmeier, Artikelfunktionen in einer artikellosen Sprache: Studien zur nominalen
Determination im Russischen, Múnich, Fink, 1979.
126
Agrega Coseriu en el texto original: “Por ejemplo, si se investigan los tiempos verbales en un
número suficientemente grande de textos, se comprueba en seguida que la categoría de tiempo no
tiene que ver con el tiempo cronológico, sino con el momento de la narración. Dado que en muchas
situaciones de habla prácticas el ahora de la narración coincide efectivamente con el presente, podría
pensarse fácilmente que el presente verbal expresa el presente en sentido absoluto, que el pretérito
designa el pasado, etc. Naturalmente no es así. Sin embargo, en el texto sí pueden ponerse los
tiempos verbales en relación con el tiempo cronológico. A través de los tiempos verbales del pasado
sólo se pueden narrar cosas pasadas; por medio del presente sólo se pueden expresar sentimientos en
relación con el presente; y con el futuro sólo caben expectativas y esperanzas para el porvenir. Por
ejemplo, en una narración utópica en la que se pretendan contar hechos del año 2100 d. C. desde la
perspectiva del año 2010 d. C. se encontrarán, naturalmente, los llamados tiempos narrativos, y no,
por ejemplo, el futuro, a pesar de que el año 2010 está, en el momento de escribirse la narración,
objetivamente en el futuro. De este modo, en una interpretación inmanente a los textos, que es lo
que en principio se esperaría de una lingüística del texto, es perfectamente apropiado poner los
tiempos verbales en relación con el tiempo real, pues la distinción entre tiempo narrado y tiempo
absoluto o cronológico trasciende ya al texto. Y por lo que concierne al caso concreto al que se hace
referencia, aun convendría añadir que la distinción categorial presuntamente básica entre narración y
comentario no es aplicable a ciertas lenguas, por ejemplo, al portugués: en portugués un tiempo
supuestamente narrativo, el pretérito definido o histórico (pretérito perfeito simples, correspondiente al fr.
passé défini o passé simple), se utiliza también en contextos de comentario, esto es, en casos donde las
demás lenguas románicas muestran el pretérito formado con el verbo auxiliar”. Sobre los problemas del
verbo escribe Coseriu en Das Romanische Verbalsystem, Tubinga, Gunter Narr, 1976. Véanse también
Emilio Alarcos Llorach, “Sobre la estructura del verbo español moderno”, Estudios de gramática
p ág ina 35 de 184
lenguas –y, ciertamente, no en el sentido restringido de la gramática transoracional–, de
modo que debe considerarse una orientación equivocada. Como lingüística de las
lenguas puede resultar interesante en relación con los hechos que ha estado examinando
hasta ahora, es decir, sobre todo en relación con los tiempos verbales y con el artículo.
Ahora bien, concebida, en contra de su propia intención, como una lingüística de las
lenguas, no logra explicar adecuadamente su objeto.
[4.2] En lo que sigue me ocuparé de las dos formas de lingüística del texto
mencionadas en primer lugar [cfr. I § 4.0.1]127: la que concibe el texto como nivel del
lenguaje en general y la que concibe el texto como un nivel de estructuración de las
lenguas. La segunda ya ha sido justificada [cfr. I § 2]; la justificación de la primera,
sólo formulada en términos muy generales [cfr. I § 4.0.1], se desarrolla a continuación.
Antes, sin embargo, deben efectuarse algunas observaciones sobre la delimitación
recíproca de las dos formas de lingüística del texto legítimas. Con este propósito se
confrontan los dos esquemas siguientes, en los que el texto aparece en cada caso como
un nivel (aunque en ámbitos muy distintos):
primer esquema [cfr. I §§ 1.2 y 5.1] segundo esquema [cfr. I § 3]
niveles de la combinación
determinación progresiva
lengua cláusula
(tradición histórica del hablar)
grupo de palabras
palabra
funcional del español, Madrid, Gredos, 1980, 3ª ed., págs. 106–119; Guillermo Rojo, “La temporalidad
verbal en español”, Verba (Santiago de Compostela), 1, 1974, págs. 68–149; Nelson Cartagena, “Acerca
de las categorías de tiempo y aspecto en el sistema verbal del español”, Boletín de la Academia
Puertorriqueña de la Lengua Española (San Juan), 7/1, 1978, págs. 93–110; y Guillermo Rojo y
Alexandre Veiga, “El tiempo verbal. Los tiempos simples”, en Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.),
Gramática descriptiva de la lengua española, vol. II, págs. 2870–2934.
127
Coseriu añade en el texto original: “De la tercera forma de lingüística del texto sólo me ocuparé
marginalmente, en la medida en que pueda aportar algo a las otras dos formas de lingüística del texto
legítimas”.
128
Hay un desarrollo de estos niveles en Óscar Loureda Lamas, “Fundamentos de una lingüística del
texto real y funcional”, Lenguaje y discurso, cap. VIII.
p ág ina 36 de 184
hablar en general
lengua elementos mínimos
niveles de estructuración
(con sus distintos niveles)
palabra
grupo de palabras
cláusula
saber hablar en general
oración
determinación progresiva
(saber elocucional)
[5.1] La fundamentación de la lingüística del texto así entendida debe partir del
hecho de que el texto constituye un nivel de lo lingüístico autónomo, es decir que no se
explica completamente ni desde el nivel del hablar en general ni desde el nivel de las
lenguas, ni tampoco en relación con las categorías que les corresponden. Esto implica,
naturalmente, que el hablar en general y las lenguas deben considerarse también niveles
autónomos130.
129
Véanse también Christoph Eykmann, Phänomenologie der Interpretation, Berna, Francke, 1977, y
Gerhard Kurz, “Hermeneutische Aspekte der Textlinguistik”, Archiv für das Studium der neueren
Sprachen und Literaturen (Berlín), 214, págs. 262–280.
130
Los niveles del lenguaje aparecen deslindados ya a mediados de los años cincuenta, en “Determinación
y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, § 1.1.4; más extensamente, en el trabajo inédito
de 1956–1957 El problema de la corrección idiomática, cap. II; también en “Georg von der Gabelentz y
la lingüística sincrónica”, Revista de Lingüística Aplicada (Concepción, Chile), 8, 1970, págs. 15–64
(aquí se presenta a Georg von der Gabelentz como fuente de la distinción); en el capítulo “Lengua
abstracta y lengua concreta. La lengua como ‘saber hablar’ históricamente determinado. Los tres
problemas del cambio lingüístico”, Sincronía, diacronía e historia, § 2.1; en “La ‘situación’ en la
lingüística”, El hombre y su lenguaje, págs. 241–243 (y también más adelante, en la pág. 257 y siguientes,
en relación con las posibilidades del desarrollo de la lingüística en los distintos niveles); en “Creatividad
p ág ina 37 de 184
[5.1.1] La primera tesis para fundamentar la lingüística del texto –en realidad,
también la primera tesis de mi concepción del lenguaje– concierne a la autonomía de un
primer nivel de lo lingüístico que se denomina nivel universal del lenguaje o nivel del
hablar en general. Se trata del nivel en el que se dan los fenómenos comunes a todo
hablar y a todas las lenguas131. Estos fenómenos pueden reducirse a dos hechos muy
generales.
y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”, Lecciones de lingüística general, cap. X; y en “Los
universales del lenguaje (y los otros)”, Gramática, semántica, universales, apart. I, § 3.1, al distinguir los
universales lingüísticos en relación con cada uno de los niveles. Estas distinciones también constituyen la
base de trabajos de Coseriu sobre el saber lingüístico, por ejemplo “Linguistic Competence: What is it
Really?”, The Modern Language Review (Londres), 80/4, págs. XXV–XXXV, y, más extensamente,
Competencia lingüística, versión española del original alemán Sprachkompetenz: Grundzüge der Theorie
des Sprechens, Tubinga, Francke, 1988.
131
Comunes no por haber sido comprobados empíricamente en todas las lenguas, sino por ser
racionalmente (= idealmente) anteriores a las técnicas históricas. Véase “Lógica del lenguaje y lógica de
la gramática”, Gramática, semántica, universales, § 3.1.1 y 3.1.2, y Competencia lingüística, § 2.3.4.
132
“El lenguaje posibilita, por tanto, el acceso a lo extralingüístico, a las cosas mismas. Por ello puede ser
también instrumento de la vida práctica, que es, precisamente, el manejarse en el mundo extralingüístico”,
en “El hombre y su lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 5.3.4. Véase también el trabajo de Antonio
Vilarnovo, Lógica y lenguaje en Eugenio Coseriu, Madrid, Gredos, 1993, caps. II y III.
133
“En la traducción importan por consiguiente, en primer lugar, las equivalencias en la designación. La
relación entre los significados de la lengua de partida y de la lengua de llegada que en ella participan es
sólo indirecta: no se establece, como en la lingüística contrastiva, en el plano mismo de los significados,
sino que se da sólo en la medida en que significados (análogos o distintos) de estas lenguas
‘corresponden’ unos a otros a través de lo designado, o sea, coinciden (regularmente, en la mayoría de los
casos o sólo en casos determinados) en la función de la designación”, en “Lo erróneo y lo acertado en la
teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, § 3.3.2 subapart. b). Véase también “Alcances y límites
de la traducción”, en Lexis (Lima), XXI/2, 1997, § 2.1 y siguientes.
p ág ina 38 de 184
grandes clases de fenómenos: los principios generales del pensar y el conocimiento de
las “cosas”134.
134
Véanse más explicaciones, con numerosos ejemplos, en Competencia lingüística, §§ 2.3.1 y 2.3.2.
135
Se estudian estos principios en Antonio Vilarnovo, “Coherencia textual: ¿coherencia interna o
coherencia externa?”, Estudios de Lingüística (Alicante), 6, 1990, págs. 229–240.
136
Según Coseriu, “la determinación del lenguaje por las ‘cosas’ y por el ‘saber acerca de las cosas’
abarca mucho más de lo considerado hasta la fecha. Es oportuno, pues, ampliar y completar la
etnolingüística hoy existente hasta hacerla coincidir con una ‘lingüística esqueológica’ (del griego
σκεℜοϖ, ‘cosa’) que estudie en su totalidad la contribución del ‘conocimiento de las cosas’ a la
configuración y funcionamiento del lenguaje. En este sentido emplearemos [...] el término
‘etnolingüística’”, en “La socio- y la etnolingüística: sus fundamentos y sus tareas”, Anuario de Letras
(México), XIX, 1981, § 2.2.
137
Véase “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 3.4.4; también “Significado y designación a la luz de la semántica estructural”,
Principios de semántica estructural, págs. 185–209, y Competencia lingüística, págs. 117–119. No se
aleja de este concepto la idea de trasfondo propuesto por John R. Searle, Expression and Meaning:
Studies in the Theory of Speech Acts, Cambridge (Massachusetts), Cambridge University Press, 1979,
págs. 117–136.
p ág ina 39 de 184
[5.1.2] La autonomía del nivel histórico, es decir, del nivel de las lenguas, no
precisa mayores justificaciones. Nadie discute que las lenguas poseen estructuras
diversas, gramáticas distintas, un léxico estructurado de modo diferente, contenidos de
palabras configurados también de modo distinto, etc. Sólo existe controversia en
relación con el tema de si el nivel de las lenguas coincide o no parcialmente con el del
texto [cfr. I § 4.1]; pero, entonces, entraríamos ya en la justificación de la autonomía
del nivel del texto.
[5.1.3] Hay una serie de motivos que se oponen a la consideración del texto
como un hecho dependiente por completo de una lengua histórica.
[5.1.3.2] Los textos no se rigen en todo momento por las reglas de una lengua.
Las desviaciones respecto de las reglas idiomáticas son siempre posibles; y lo que es
más importante, no se interpretan como tales, sino que resultan del todo aceptables si
están motivadas por la configuración del texto o por alguna función textual. Se trata de
un fenómeno general que podría formularse como sigue: las reglas del nivel de las
lenguas pueden quedar en suspenso en el texto, es decir, pueden dejar de aplicarse por
la configuración tradicional del texto o por alguna motivación que se encuentra en el
texto mismo139 [cfr. nota 71].
[a)] Veamos un ejemplo de lo primero. Hay una canción infantil italiana que
contiene la siguiente estrofa:
A mižú, mižú, mižú
per la carne lo pe-í
per esem-pin-tú
a si fa mižú.
[...] En esta canción aparece algo cuya existencia en el italiano no se reconoce: el
fonema /ž/. Todos los niños que conocen esta canción dicen sin ninguna dificultad
mižú, pero, en cambio, si se pregunta a un italiano si el sonido [ž] existe en su lengua
contestará seguramente que no, incluso es probable que tenga dificultades para
pronunciarlo. El fonema existe, sin embargo, en este texto; forma parte de la tradición
138
En Lingüística del texto, pág. 22. Aquí se añade que “si pensamos, no en una lengua histórica [...], sino
en las muchas lenguas funcionales que integran una lengua histórica, entonces concluiremos por decir que
casi no hay texto monolingüe porque en un mismo discurso se presentan con mucha frecuencia varias
lenguas funcionales”.
139
Véanse ulteriores explicaciones en Competencia lingüística, § 2.5.4.
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de este texto, del mismo modo que otros hechos que no son propios de una lengua dada
pueden aparecer en determinados textos.
Asimismo, se dice que el sonido [correspondiente a al.] ö [œ] no existe en
italiano, y de hecho no existe como fonema en palabras italianas. Sin embargo, sí existe
en un cierto texto, o mejor dicho, existe “como” un cierto texto italiano. Es el sonido
que los italianos utilizan para rechazar algo como completamente increíble o
disparatado: ¡öööh! Esto saben hacerlo todos los italianos, pero no todos son capaces
de pronunciar la ö en una palabra alemana si no la han ensayado antes muchas veces140.
[En español hay un ejemplo análogo. Al hablar con los niños pequeños la
palabra precioso se pronuncia con el fonema /sh/, que de otro modo no existe en
español: ¡qué niño más peshosho! o ¡peshosho, peshosho, peshosho! En este estilo de
lengua el fonema /sh/ forma parte de oposiciones, por ejemplo con /k/, que podría
aparecer en pecoso (pronunciado [pekosho]): ¡qué niño más peshosho este niño
pekosho!]141
También allí donde no se trata de hechos de otro modo inexistentes hay
tradiciones relativas a determinados textos que suspenden reglas idiomáticas. En el
alemán estándar, por ejemplo, se habla de die Wurst [esp. el embutido], pero, al mismo
tiempo, y empleando una pronunciación dialectal, se dice: das ist mir Wurscht [esp. me
importa un rábano, literalmente “me importa un embutido”]. En este caso especial el
grupo st se pronuncia como scht, a pesar de que en la lengua estándar esta realización
sólo es normal en el comienzo de un morfema. Incluso aquí llega a producirse una
oposición:
Es ist Wurst, was Sie haben wollen [esp. Lo que usted quiere es embutido]
Es ist Wurscht, was Sie haben wollen [esp. Me importa un rábano lo que usted quiera]
Lo mismo sucede con:
Alles ist für die Katze [esp. Todo es para el gato]
Alles ist für die Katz [esp. Todo es en vano]
En este caso también hay una tradición especial para un cierto texto, y una
insignificante modificación material en el plano de la expresión conlleva una completa
modificación del sentido.
[b)] Las desviaciones también pueden estar motivadas por la clase de texto en la
que se presentan, y dentro de este tipo se las considera lo normal o lo esperable. En
relación con esto ya se han mencionado las omisiones típicas del estilo telegráfico [cfr.
I § 2.5.3]. Estas omisiones se efectúan de acuerdo con reglas específicas de la
redacción de telegramas y se aceptan sin más. Se podría comprobar, en este sentido,
qué tipo de omisiones se aceptan en el estilo telegráfico y cuáles no. El escritor rumano
Ion Luca Caragiale ha escrito un famoso relato constituido únicamente por telegramas
[Telegrame, 1899]; en él, las posibilidades de desviación del estilo telegráfico se
vuelven centro de atención porque se emplean también desviaciones que ni siquiera en
el estilo de los telegramas son normales o incluso admisibles, por ejemplo:
Petiţionat parchetului. Procoror lipseşte oraş mănăstire maici chef.
[esp. Queríamos protestar fiscal stop fiscal ausente stop convento de monjas borrachera]
140
Ídem, pág. 194.
141
En El problema de la corrección idiomática, cap. II, § 4.2.2.1.
p ág ina 41 de 184
Hay que interpretar este texto como: “queríamos protestar ante el fiscal, pero éste se
hallaba ausente, pues estaba emborrachándose en un convento de monjas”142.
Otro tipo de motivación para desviaciones en determinadas clases de texto se
halla en el modo de hablar con extranjeros143. En este estilo de lengua se emplean
constantemente infinitivos y participios: du gehen? du schon gegessen? [esp. ¿tú ir?
¿tú ya (haber) comido?]. Son desviaciones que en esta clase de textos se sienten como
normales; incluso hay reglas especiales para esta clase de textos, de modo que, por
ejemplo, en alemán se puede defender la existencia de un estilo lingüístico propio del
hablar con extranjeros [= xenolecto]. En él habría que integrar ciertas formaciones de
verbos con temas reduplicados con la terminación -i, como blitzi-blitzi machen [al.
blitzen, esp. “hacer fotos” o aprox. hacer click-click]; según este modelo podrían
formarse también schreibi-schreibi machen o lesi-lesi machen [al. schreiben, lesen,
esp., respectivamente, escribir y leer].
Finalmente, la motivación para una desviación puede hallarse en un solo texto,
no en una clase. En alemán no hay ningún adjetivo correspondiente a la expresión unter
dem Strich [esp. “por debajo de la raya”, en el sentido de que algo “no da el nivel
requerido” o es “insuficiente”], pero se dice que algo está unter dem Strich. En cierta
ocasión, hablando en el seminario de Tubinga de conferencias que estaban unter dem
Strich, alguien aseguró que había oído una que estaba noch unter dem Stricher [esp.
“aún más por debajo de la raya”, es decir, “peor que insuficiente”]144: esta desviación
resultaba en aquel texto particular perfectamente admisible y su motivación se entendió
sin dificultades; dicho de otro modo, una regla idiomática queda aquí en suspenso
debido a una finalidad expresiva reconocible.
142
En Opere, citado por la edición de Barbu Cioculescu, Bucarest, Editura Fundaţiei Culturale Române,
1994, vol. 1, pág. 468.
143
Sobre los sistemas especiales de lengua que surgen a partir del hablar con extranjeros, véase
Competencia lingüística, pág. 201.
144
El sustantivo Strich, esp. raya, aparece aquí con el sufijo comparativo para adjetivos -er.
145
“El concepto de universo de discurso ha sido introducido en la lógica por George Boole [An
Investigation of the Laws of Thought on which are Founded the Mathematical Theories of Logic and
Probabilities, Nueva York, Dover, 1854, cap. III, § 4 y siguientes] para dar cuenta de las condiciones de
verdad de los discursos que operan con aserciones pero que no pertenecen al ámbito de la ciencia (en
particular, de los discursos relativos a mundos imaginarios), y ha sido adoptado en la filosofía del
lenguaje, por ejemplo, por el filósofo americano (fenomenólogo) Wilbur Marshall Urban [Language and
Reality, Londres, Allen & Unwin, 1939, págs. 160–162]. Yo mismo lo he elaborado desde el punto de
vista de la teoría lingüística en ‘Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar’
[Romanistisches Jahrbuch (Berlín), 7, 1955–1956, §§ 3.5.1 y 3.5.2]: ‘Por universo de discurso
entendemos el sistema universal de significaciones al que pertenece un discurso (o un enunciado) y que
determina su validez y su sentido. La literatura, la mitología, las ciencias, la matemática, el universo
empírico, en cuanto ‘temas’ o ‘mundos de referencia’ del hablar, constituyen ‘universos de discurso’. Una
expresión como: la reducción del objeto al sujeto tiene sentido en filosofía, pero no tiene ningún sentido
en la gramática; las oraciones como: el viaje de Ulises y el viaje de Colón, según decía Parménides y
según decía Hamlet, pertenecen a distintos universos de discurso. El humorismo se basa a menudo en la
confusión intencional de universos de discurso, en el mismo enunciado. [...] El concepto de ‘universo de
discurso’ ha sido a menudo criticado por los lógicos positivistas, con el argumento de que no hay ‘otro
mundo’ fuera del mundo natural y empíricamente conocible [se refiere a las críticas de Bertrand Russell,
en Introduction to Mathematical Philosophy, trad esp. Introducción a la filosofía matemática, Buenos
p ág ina 42 de 184
especial, en el sentido de “técnica del hablar históricamente constituida y transmitida”,
para la mitología, la ciencia o la literatura, el universo de discurso es, sin embargo,
distinto según se hable en el marco de la mitología, de la ciencia o de la historia. Las
aserciones que se hagan sobre el viaje de Ulises o sobre los de Cristóbal Colón tendrán
un sentido completamente distinto, y el valor de verdad de una proposición como:
Penelope war die Frau des Odysseus [esp. Penélope era la mujer de Ulises] sólo puede
comprobarse dentro del universo de discurso al que pertenece esa proposición. Lo
mismo puede decirse en el caso de la ficción literaria[: las afirmaciones contenidas en la
Ilíada se verifican en la Ilíada misma y con respecto a la realidad que en el poema se
construye, es decir que la Ilíada no se refiere a otra realidad (histórica o empírica), sino
que constituye una realidad en sí misma]146. Son los textos, por tanto, no las lenguas, lo
afectado por las diferencias en el universo de discurso.
[5.1.3.5] Finalmente, y esto es muy importante, los textos tienen también sus
tradiciones particulares, independientes de las lenguas. Se puede hablar de tradiciones
textuales en un doble sentido [cfr. también nota 281]:
Aires, Losada, 1945, págs. 237–239, y de Lizzie Susan Stebbing, en A Modern Introduction to Logic,
Londres, Methuen, 1950, 7ª ed., págs. 55–56]. Que no hay más que un mundo es cierto; pero las críticas
aludidas, lejos de invalidar el concepto de ‘universo de discurso’, revelan una radical incomprensión del
problema. No se trata de otros ‘universos’, de otros ‘mundos de cosas’, sino de otros ‘universos de
discurso’, de otros sistemas de significaciones. La misma pretensión de ‘traducir’, por ej., las oraciones
de la mitología, trasladándolas al nivel del hablar sobre el mundo empírico e histórico (‘los griegos creían
que...’, etc.) revela, precisamente, que se trata de ‘universos de discurso’ diferentes. En realidad, los
enunciados pertenecientes a universos de discurso no empíricos no carecen de sentido y no necesitan
‘traducción’ ninguna. El valor de verdad de una afirmación acerca de Ulises no se verifica en la historia
griega, sino en la Odisea, y en la tradición correspondiente, donde Ulises era el marido de Penélope es
una proposición verdadera, mientras que Ulises era el marido de Helena es falsa; y las afirmaciones
acerca de los centauros son verificables en la mitología, donde la proposición el centauro era el sacrificio
de cien toros es falsa, mientras que el centauro era un ser mitad hombre y mitad caballo es verdadera”,
en “Orationis fundamenta. La plegaria como texto”, Lenguaje y discurso, § 3.1.1.
146
Véase “Lógica del lenguaje y lógica de la gramática”, Gramática, semántica, universales, § 6.2 y nota
32.
147
En Competencia lingüística, págs. 186–190, se tratan comparativamente las fórmulas de saludo en
distintas comunidades. Véase también Gerd Antos, “Zur Stilistik von Grußworten”, Zeitschrift für
germanistische Linguistik (Berlín), 14, 1986, págs. 50–81.
p ág ina 43 de 184
pero no en francés [bon jour, literalmente “buen día”], italiano [buon giorno,
literalmente “buen día”] o español [buenos días]. Que no exista no quiere decir que el
contenido correspondiente no pueda ser expresado con los medios de estas otras
lenguas; lo que significa es que no se dice o no suele decirse de esa manera[, es decir
que tienen estructuras tradicionales obligadas o fijas]148.
148
En Lingüística del texto, pág. 17. “Existen, por cierto, textos transmitidos como tales por la tradición
idiomática (refranes, proverbios, fórmulas de saludo, etc.), pero tampoco en estos casos puede decirse que
la estructuración de los textos sea, en cuanto tal, un hecho de lengua. No hay razones de técnica
idiomática, y, sí, sólo razones de tradición textual para que se diga buenas tardes, buenas noches –y no
buena tarde, buena noche o tarde(s) buena(s), noche(s) buena(s)–, para que buenas mañanas no se diga
como fórmula de saludo, para que en rumano se diga bună dimineaţa, bună ziua, bună seara (esp. ‘buena
la mañana’, ‘bueno el día’, ‘buena la tarde’ pero noapte bună (esp. ‘noche buena’). La diferencia entre lo
idiomático y lo expresivo se presenta con toda claridad al traducir estas fórmulas a otros idiomas. La
traducción idiomática española de al. Guten Morgen es ‘buena mañana’, pero su traducción expresiva (es
decir, la traducción de esta fórmula en cuanto texto, por lo que los hispanohablantes suelen decir en
circunstancias análogas) es ‘buenos días’. Adviértase que la verdadera traducción es siempre traducción
expresiva: sólo se traducen textos, y no hechos de lengua. La llamada traducción ‘textual’ (es decir,
‘literal’) no es, en este sentido, textual, sino, precisamente, idiomática”, en El problema de la corrección
idiomática, cap. II, nota 7. Sobre la traducción de significados (= “literal”) y la traducción de contenidos
textuales, véanse “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, §§
3.1.1 a 3.2.1, y “Alcances y límites de la traducción”, en Lexis (Lima), XXI/2, 1997, págs. 163–184.
149
“Una lengua, en cuanto tal, puede, sin duda, ofrecer ‘materiales’ especiales (formas,
construcciones, significados) para ciertos tipos de discurso (‘textos’), mas no abarca la técnica de
estructuración de los discursos mismos, que es una técnica autónoma”, en El problema de la
corrección idiomática, § 3.2.3 [véase también, más adelante, II § 8.2]. Eugenio Coseriu, en
Competencia lingüística, págs. 194–195, apunta que los textos pueden tener sus propias tradiciones,
independientes de los idiomas, como en el caso de los proverbios, los refranes y las fórmulas fijas
(por ejemplo, las existentes para saludar): “Tampoco textos como Guten Tag! pertenecen en cuanto
textos al nivel de la lengua particular, aunque existan únicamente en una determinada comunidad
lingüística. El hecho de que precisamente Guten Tag! y no otra cosa se utilice como fórmula de
saludo es una tradición textual y no una tradición lingüística particular, aunque lo normal es que
todos los miembros de la comunidad lingüística conozcan esa expresión. Por este motivo, yo
tampoco diría que, por ejemplo, Bon matin! no existe en francés, sino que diría que ese texto nunca
fue formado o que nunca se convirtió en tradición en la comunidad lingüística francesa”. Estos textos
exteriorizan la tradicionalidad en su inmovilización y en su repetición, y sus límites coinciden con
los de una comunidad lingüística dada, aunque pueda haber equivalencia (por ejemplo, refranes de
distintas comunidades que expresan el mismo contenido, fórmulas de saludo análogas para las
mismas situaciones, o frases famosas cuyas traducciones también son célebres en otras
comunidades). Por ello Coseriu habla de “textos incorporados en la tradición lingüística misma”. Se
diferencian de los textos supraidiomáticos en que éstos no suelen coincidir con los límites de una
comunidad lingüística: las estructuras supraidiomáticas, como el soneto, el silogismo, la noticia,
etc., son similares en distintas comunidades, y los esquemas que los singularizan, como patrones, no
siguen normas de un idioma: “Si las fórmulas de saludo no pertenecen al nivel de la lengua
particular, mucho menos las clases de texto como ‘noticia’, ‘silogismo’ o ‘soneto’. Las normas que
constituyen esos textos no están simplemente por encima de la lengua particular, sino que ni siquiera
p ág ina 44 de 184
[5.2] Son éstas las razones más importantes que legitiman la autonomía del
texto, es decir que se oponen a que los textos sean considerados como meros hechos de
lengua. En lo que sigue se intentará mostrar que estos hechos pueden reconducirse a una
forma especial del saber hablar.
[5.2.1] Toda forma de saber hablar puede entenderse como una técnica [= saber
hacer, τ χνϕ]150. En analogía con las distinciones introducidas en el capítulo I § 1.2,
cabe distinguir diversas técnicas del hablar: la técnica del hablar en general, la técnica
de la lengua histórica y, finalmente, la técnica de los textos, esto es, el saber sobre
cómo se configuran determinados textos o clases de texto151. Estas tres técnicas
diversas, en las que pueden reconocerse los tres niveles de lo lingüístico, se
corresponden con tres grados diversos del saber lingüístico (= valores lingüísticos o
grados de la competencia)152. Y estos tres grados del saber, a su vez, se corresponden
con otros tantos criterios de valoración del hablar153. El éxito del acto lingüístico se
juzga de forma diferente en cada una de las etapas del saber lingüístico154:
pertenecen a la estructura lingüística particular”, en Competencia lingüística, pág. 195 (en este
mismo libro, entre las páginas 185 y 190, se caracterizan más detalladamente las clases de texto
mencionadas).
150
En “Lengua abstracta y lengua concreta. La lengua como ‘saber hablar’ históricamente determinado.
Los tres problemas del cambio lingüístico”, Sincronía, diacronía e historia, § 3.2.2, explica Coseriu lo
siguiente: “Considerado en su índole, el saber lingüístico es un saber hacer, es decir, un saber técnico”.
Véanse también “Creatividad y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”, Lecciones de lingüística
general, § 2.1, y “Sobre el desarrollo de la lingüística”, El hombre y su lenguaje, § 1.1 (“Ahora bien, el
‘hablar’ –que en sentido técnico, incluye también el escribir– es una actividad que se funda en una
facultad y revela un saber. Por ello mismo, el lenguaje pertenece a dos planos de la vida del hombre: el
biológico y el cultural. La facultad de hablar, en cuanto fisiológicamente condicionada, pertenece al plano
biológico; el saber hablar, en cuanto conocimiento técnico del lenguaje en sus modalidades materiales y
semánticas, pertenece al plano cultural”).
151
El problema de la corrección idiomática, cap. II, § 3.2.1: “En el segundo plano, el cultural, el saber
lingüístico coincide con el conocimiento técnico del lenguaje en cuanto ‘sistema de signos’, de sus
modalidades universales y de determinadas modalidades históricas, así como de las posibilidades que
ofrece para diversas circunstancias y diversos momentos expresivos. No se refiere, en este caso, el saber
lingüístico a la utilización del mecanismo psico-físico para producir el lenguaje, sino al lenguaje mismo
en cuanto ‘mecanismo’ de nuevas expresiones: mejor dicho, a los ‘esquemas’ formales y semánticos del
lenguaje y a su utilización como instrumentos de expresión del contenido de la conciencia e instrumentos
de comunicación. Es un conocer los signos y sus combinaciones y saber hablar con ellos”.
152
“Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 1.1.4. También en “Lengua abstracta y lengua concreta. La lengua como ‘saber
hablar’ históricamente determinado. Los tres problemas del cambio lingüístico”, Sincronía, diacronía e
historia, § 2.1; en “Linguistic Competence: What is it Really?”, The Modern Language Review (Londres),
80/4, págs. XXV–XXXV; y, más por extenso, en Competencia lingüística, § 2.2, texto en el que se
explica que “saber [al. Wissen] se utiliza como expresión técnica. Hemos elegido este término porque está
en consonancia con la terminología propuesta en nuestros trabajos en diferentes lenguas románicas. Ya
por el año 1955 introdujimos el concepto saber lingüístico […], que se refiere primordialmente a lo que
más tarde se denominaría competencia lingüística [Noam Chomsky]”. El saber correspondiente al plano
biológico “coincide con la técnica psico-física necesaria para la producción del lenguaje. Es el simple
saber hablar condicionado fisiológica y psíquicamente: el saber utilizar el mecanismo psico-físico del
hablar, los instrumentos de que el hombre dispone para producir el lenguaje”, en El problema de la
corrección idiomática, cap. II, § 3.1.
153
“El saber lingüístico presenta, pues, cuatro grados: el biológico, el elocucional, el idiomático y el
expresivo. A cada uno de esos grados corresponden (o pueden corresponder) juicios de valoración, en
p ág ina 45 de 184
nivel grados del saber valoración [cero]
general elocucional [elocutivo] congruente
histórico idiomático correcto/ejemplar155
textual expresivo adecuado [pero cfr. nota 163]
Como en toda terminología, se trata de designaciones convencionales que podrían ser
modificadas si fuera necesario: lo importante es solamente que las distinciones
continúen manteniéndose.
Se denomina saber elocucional al saber que se refiere al hablar en general: se
trata de un conocimiento general de cómo se habla, por ejemplo, de cómo puede el
hablante referirse a las cosas mismas y a los contextos156; el saber histórico que se
comprueba en el dominio de una determinada lengua se llama saber idiomático; y el
saber cómo se configuran determinados textos se designa como saber expresivo: este
saber expresivo puede restringirse a textos muy concretos y no existir, o no estar apenas
disponible, para otras clases de texto157 [cfr. I § 5.1.3.2 subapart. b)].
p ág ina 46 de 184
[5.2.2] Al éxito normal de un acto lingüístico, o a su valoración de suficiencia
respecto de cada grado del saber lingüístico, se le da el nombre que figura en la columna
derecha del esquema [cfr. I § 5.2.1].
comunidades muy limitadas, y hasta a un solo individuo, pero presenta también aspectos de extensión
mucho más amplia. Así, cómo hay que hablar con Juan Pérez Alonso cuando está enfadado porque acaba
de perder una apuesta lo sabrán los íntimos de Juan Pérez Alonso, y quizá sólo lo sepa su buen amigo
José Sánchez; pero el saber cómo hablar con un amigo pertenece a un número indefinido de individuos.
De todos modos, salvo casos especiales, los aspectos interesantes del saber expresivo son los que
presentan, en ambos sentidos, cierto grado de generalidad. Tales aspectos pueden ser universales o
históricos. Son universales los que se relacionan con la naturaleza propia del hombre y con la experiencia
humana general; son históricos los que dependen de ámbitos de experiencia o de cultura históricamente
determinados. Es decir que el saber expresivo posee su propia universalidad y su propia historicidad.
Existen, en efecto, modos universales (no idiomáticos) de hablar en tipos de circunstancias y modos
universales de estructurar ciertos tipos de discurso (por ejemplo, discursos narrativos, y, análogamente,
modos históricos de ambas especies. Nos referimos a la historicidad del saber expresivo, aunque no de
una manera muy precisa, cuando observamos, por ejemplo, que tal expresión es perfectamente correcta en
inglés (y corresponde objetivamente a lo que se quiere decir), pero que un inglés no la diría en esa
circunstancia. Por la misma historicidad expresiva, para hablar de manera apropiada en España, no es
suficiente saber hablar en general y saber el español, sino que es necesario, además, saber cómo hablan
(qué suelen decir) los españoles en tal o cual circunstancia. [...] Los aspectos históricos del saber
expresivo pueden superar en extensión las comunidades idiomáticas abarcando varias de ellas (ser, por
ejemplo, propios de la ‘cultura occidental’), superar los límites de las comunidades idiomáticas sin
abarcarlas (ser, por ejemplo, propios de los estratos cultos de las comunidades ‘occidentales’),
corresponder a comunidades menores dentro de las comunidades idiomáticas; y pueden hasta coincidir
con las comunidades idiomáticas, en la medida en que los límites de ciertos hechos de experiencia o de
cultura coincidan, precisamente, con los límites de esas comunidades. En este último caso, la separación
entre lo idiomático y lo expresivo, en el nivel de los procedimientos lingüísticos, puede ser difícil. Sin
embargo, aún en este caso es necesario tratar de mantener la distinción, preguntándonos si es que algo se
dice o no se dice, por ejemplo, simplemente en francés o si los franceses suelen o no suelen decirlo, si se
trata de la tradición propiamente idiomática o de hechos de conducta verbal determinados por una
tradición de experiencia y cultura no idiomática, de la historicidad del instrumento lingüístico como tal
(es decir, de la lengua en cuanto técnica histórica del hablar) o de la historicidad de los discursos
realizados por medio de ese instrumento”. Sobre estos dos tipos de historicidad, se añade (ídem, nota 14):
“Los dos tipos de historicidad pueden reconocerse con toda evidencia en el caso de los llamados géneros
literarios y de las formas métricas fijas. Por ejemplo, un soneto escrito en español aplica, en este aspecto,
la técnica lingüística española, que tiene su historia en cuanto tal técnica. Pero aquello por lo que un
soneto es un soneto no es un hecho de lengua española, sino que pertenece a una tradición expresiva no
ligada a una lengua determinada y tiene su propia historicidad. Ello sería así aun cuando tal clase de texto
existiese en una sola comunidad lingüística [cfr. I § 4.0]. [...] Claro está que la distinción es mucho más
difícil en el caso de los discursos cuya estructuración no obedece a normas rigurosas y en los que,
además, los aspectos de tradición no idiomática varían de un discurso a otro. Aún más complejo es el
problema de los textos transmitidos por la tradición lingüística de una comunidad [cfr. I § 5.1.3.5
subapart. b)], cuya historicidad es doble en el nivel mismo del discurso: por un lado, estos textos
pertenecen con pleno derecho al saber idiomático –aunque no a la técnica libre y actual del hablar, sino,
en cuanto discursos ya hechos y transmitidos como tales, a lo que puede llamarse discurso repetido, y,
por lo tanto, también a la historia lingüística; por otro lado, en cuanto textos, ellos poseen tanbién su
propia historicidad no idiomática: en rigor, se puede hacer la historia socio-cultural del saludo español,
así como puede hacerse la historia literaria e ideológica de los refranes españoles”. Véanse, además, las
tesis de Coseriu en “Streitgespräch zur Historizität von Sprechakten”, Linguistische Berichte
(Hamburgo), 60, 1979, págs. 65–78, y en Humanwissenschaften und Geschichte. Der Gesichtspunkt eines
Linguisten, Oslo, Det Norske Videnskaps-Akademi-Årbok, 1978, págs. 118–130. Sobre el concepto de
comunidad discursiva, véase Dominique Maingueneau, Genèses du discours, Lieja, Mardaga, 1984.
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[5.2.2.1] Si el hablar responde a las expectativas esperables en relación con el
primer grado, el saber elocucional, se califica como congruente158. Será un hablar claro,
consecuente y conexo, sobre todo por lo que se refiere a los principios generales del
pensar [cfr. I § 5.1.1.2 subapart. a)]; y se fundará en el conocimiento de las “cosas” –en
presuposiciones, en general [cfr. nota 540]– de una comunidad determinada en un
momento dado [cfr. I § 5.1.1.2 subapart. b) y III § 4.2.2.1]. El término congruente,
entonces, hace referencia a todo lo que no depende ni del conocimiento de una
determinada lengua ni de la capacidad de construir textos159. Sin embargo, aquí se
aplica el principio general ya enunciado en relación con los tres niveles de lo
lingüístico: el de la posibilidad de que el nivel más específico suspenda las reglas del
nivel más general [cfr. I § 5.1.3.2 e infra]. Así, lo incongruente puede ser admisible allí
donde una determinada tradición lingüística, en virtud de ciertas reglas particulares,
permite o incluso requiere expresamente la transgresión de la congruencia. Desde el
punto de vista de la congruencia seguramente no debería ser aceptable una expresión
como: Ich habe es mit meinen eigenen Augen gesehen [esp. Lo he visto con mis propios
ojos], dado que no se puede ver de otro modo que con los propios ojos; no obstante,
oraciones como ésta no se consideran ni redundantes ni carentes de sentido, porque
están fijadas de este modo en una tradición lingüística: una regla del hablar en general
queda suspendida aquí por una regla de una lengua160. Análogamente, reglas para la
composición de determinados textos pueden suspender reglas de una lengua o, de una
manera más general, normas de la congruencia: en el teatro de Eugène Ionesco existe
precisamente este tipo de motivación de lo no congruente en el nivel del saber
expresivo, es decir que la no observancia de la congruencia contribuye esencialmente a
constituir el sentido de las obras de Ionesco161.
158
El problema de la corrección idiomática, cap. II, § 3.3.2.
159
Sobre la distinción entre los conceptos de congruencia y coherencia, véase Antonio Vilarnovo,
“Teorías explicativas de la coherencia textual”, Revista Española de Lingüística (Madrid), 21/1, 1991,
págs. 229–239. Según Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español,
Madrid, Arco Libros, 1993, § 3, Coseriu designa mediante el término coherencia la conexión de las partes
del texto con un todo, de modo que “la coherencia representa un caso particular de lo que denomina
congruencia o conformidad de la actividad lingüística con las normas universales del hablar. Estas
normas universales del hablar constituyen el denominado saber elocucional, integrado por el
conocimiento del mundo y de las cosas, los principios generales del pensar humano, la exigencia de
claridad y de no repetición, el no decir lo obvio, lo imposible o extravagante, etc. Y, entre estos
principios, se encuentra la coherencia”. Véanse también Robert-Alain de Beaugrande y Wolfgang Ulrich
Dressler, Introducción a la lingüística del texto, cap. V; Antonio Vilarnovo, “Coherencia textual:
¿coherencia interna o coherencia externa?”, Estudios de Lingüística (Alicante), 6, 1990, págs. 229–240;
Gillian Brown y George Yule, Análisis del discurso, Madrid, Visor, 1993, cap. 7; y Rosario González
Pérez, “La coherencia textual como fenómeno discursivo”, en RILCE (Pamplona), 19/2, 2003, págs. 217–
242.
160
Véanse más ejemplos en “Lógica del lenguaje y lógica de la gramática”, Gramática, semántica,
universales, § 4.3; también, más extensamente, en Competencia lingüística, § 2.3.5.
161
Véanse más ejemplos en “Lógica del lenguaje y lógica de la gramática”, Gramática, semántica,
universales, § 5.2.1; también en Competencia lingüística, § 2.3.6.
162
“En el escalón idiomático, la suficiencia se llama corrección y la insuficiencia incorrección. […] Por
el momento, podemos decir que es correcto todo aquello que, en el hablar, concuerda con la tradición
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[5.2.2.3] En el nivel del texto, al que corresponde el saber expresivo, se habla de
adecuación: algo puede ser adecuado o inadecuado con entera independencia de que
sea correcto o incorrecto163. También aquí se aplica el principio de la determinación
progresiva: la adecuación puede suspender las normas de la corrección, pues lo
lingüísticamente incorrecto puede ser lo adecuado para un determinado texto o para una
determinada clase de texto [cfr. I § 5.1.3.2]. Los términos suspender o dejar en
suspenso [al. aufheben] se emplean aquí tal como se hace en la filosofía164. Suspender o
dejar en suspenso no significan, por ejemplo, “eliminar”: lo no correcto sigue estando
en lo adecuado perfectamente reconocible como tal, y sólo queda, por así decirlo, sin
vigencia. Esto, por lo demás, representa un nuevo argumento para justificar la
autonomía del nivel del texto: para el nivel del texto existen un saber específico y una
valoración propia que consideran la adecuación en relación con el texto
correspondiente, con independencia de la corrección lingüística o de la congruencia [cfr.
I § 5.1.3].
[5.3] Más importante es, quizá, la constatación de que a cada uno de los tres
niveles del lenguaje le corresponden funciones específicas y, con ello, diversos tipos de
contenido165.
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lenguaje: este uso del lenguaje se denomina uso metalingüístico o, simplemente,
metalenguaje166 [cfr. II § 1.2.3.2]. Pues bien, hay funciones que conciernen a este tipo
de referencia, a la designación de la realidad extralingüística. Así, por ejemplo, la
categoría del hablar “agente” puede expresarse en una lengua de modos diferentes,
como sujeto, como agentivo (esto es, como una forma particular de contemplación) o
como genitivo. En cualquier caso lo designado sigue siendo lo mismo:
realidad extralingüística latín
[categorías del hablar en general] [categorías idiomáticas]
Caesar Pompeum vicit sujeto
Pompeius a Caesare victus est “agente” agentivo
Victoria Caesaris genitivo
166
Sobre este concepto, véase el trabajo inédito Teoría lingüística del nombre propio, cap. I, §§ 4.3.2 a
4.3.5. También “El plural de los nombres propios”, Teoría del lenguaje y lingüística general, § 2.3;
“Introducción al estudio estructural del léxico”, Principios de semántica estructural, § 3.2; y “La lengua
funcional”, Lecciones de lingüística general, págs. 293–294. Sobre los problemas que suscita el
metalenguaje para la traducción, véase “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de la traducción”, El hombre
y su lenguaje, §§ 4.2.1 y 4.2.4.
167
Véanse también las consideraciones expuestas en Einführung in die transformationelle Grammatik; en
“La ‘situación’ en la lingüística”, El hombre y su lenguaje, § 3.3.1; y en Gramática, semántica,
universales, en “Alcances y límites de la gramática contrastiva”, págs. 80–111, y en “Semántica, forma
interior y estructura profunda”, págs. 112–127. En el artículo “Principios de sintaxis funcional”, Moenia
(Lugo), I, 1995, § 2.5, se explica que la gramática universal u onomasiológica “(en particular la gramática
transformacional, sobre todo bajo la forma conocida como ‘semántica generativa’ pero más o menos
implícitamente bajo todas sus formas) considera [...] las identidades y diferencias en la designación como
primarias e ignora las identidades y diferencias en el significado”, mientras que la gramática funcional “se
propone establecer los significados gramaticales diferenciados por una lengua determinada y las
relaciones estructuradas (opositivas) entre esos significados en la misma lengua, mientras que remite a un
segundo plano los tipos de empleo de esos mismos significados (de las unidades semántico-gramaticales)
en la designación”.
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sujeto” pueden expresar la función general “agente”, por ejemplo, a través de la llamada
construcción ergativa. En este tipo de lenguas no se dice: x schläft, schlägt, läuft [esp. x
duerme, golpea, corre], sino simplemente: “es ist ein Schlafen, Schlagen, Laufen” [esp.
“hay un dormir, un golpear, un correr”], esto es, la verbalización es fundamentalmente
impersonal. A esta verbalización pueden añadírsele diversas referencias. La primera
será, por ejemplo, el ser vivo en el que se realiza la acción: en el verbo schlafen [esp.
dormir] podría ser Juan; en cambio, en el verbo schlagen [esp. golpear] podría ser
Pedro como aquél que es golpeado, tal vez por Juan. De este modo, en las lenguas que
conocen la construcción ergativa, la primera referencia es en unos casos lo que se
denomina sujeto y en otros lo que se llama objeto; pero se trata de una función
idiomática unitaria. En el caso de acciones transitivas pueden aparecer otras referencias
también, por ejemplo: “es ist ein Schlagen da” + primera referencia: “bei wem?” = “bei
Peter als dem Geschlagenen”, + segunda referencia: “durch wen?” = “durch Hans als
den Schlagenden” [esp. “hay un golpear” + primera referencia: “¿en quién?” = “en
Pedro, en cuanto el golpeado”, + segunda referencia: “¿por quién?” = “por Juan, como
aquel que golpea”]. El agente se expresa, pues, claramente, pero no a través de la
función de sujeto. Esto significa, en definitiva, que sujeto, instrumental, plural,
agentivo, etc. son funciones de las lenguas168.
168
Véase Gabriele Stein, Studies in the function of the passive, Tubinga, Narr, 1979.
169
Agrega Coseriu en la versión original que “seguramente sería un trabajo interesante investigar en una
lengua, o comparativamente en varias, cuáles son las funciones textuales ya identificadas en su interior,
esto es, cuáles son las funciones para las que esa lengua dispone ya de denominaciones específicas: por
ejemplo, en alemán Frage, Antwort, Erwiderung, Bitte, Feststellung [esp. pregunta, respuesta, réplica,
petición, constatación]. Una investigación comparativa debería comprobar, además, si (y en caso
afirmativo, en qué medida) la identificación y clasificación de estas funciones textuales difiere de una
lengua a otra, por ejemplo: ¿el francés identifica las mismas funciones textuales que el alemán o no?, y en
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[al. ] A: War das eine Frage oder eine [esp. A: ¿Eso fue una pregunta o una
Behauptung? afirmación?
B: Nein, das war eine schlichte Feststellung B: Era una simple constatación]
[al. ] A: Ist das eine Bitte? [esp. A: ¿Es eso un ruego?
B: Nein, das ist ein Befehl! B: No, ¡es una orden!]
Lo que por el momento interesa es que este tipo de funciones existen y que son
específicamente textuales, en el sentido de que no pueden reducirse a funciones propias
de ninguno de los otros dos niveles. Esto significa en la práctica que las relaciones entre
las funciones de los tres niveles no son simples (= unívocas).
[5.3.3.2] Con las funciones textuales ocurre lo mismo: la relación entre lengua y
lenguaje en general se corresponde con la relación entre lengua y texto. Del mismo
modo que determinadas lenguas históricas disponen de funciones para la designación
de estados de cosas extralingüísticos (por ejemplo, plural para la “pluralidad”),
funciones que, sin embargo, no deben identificarse con la categoría supraidiomática
designada, existen también funciones idiomáticas que, ciertamente, están orientadas
hacia el texto, pero que tampoco deben identificarse sin más con la función textual que
expresan. Como ejemplo puede servir la relación entre la función idiomática oración
interrogativa y la función textual pregunta [cfr. I § 2.7.1]. Con una oración
caso afirmativo: ¿sólo se identifican funciones distintas, o además las ya identificadas se presentan en una
clasificación diferente?”. Para los nombres de tipos de texto y de funciones textuales en alemán, véase el
estudio de Matthias Dimter Textklassenkonzepte heutiger Alltagssprache. Kommunikationssituation,
Textfunktion und Textinhalt als Kategorien alltagssprachlicher Textklassifikation, Tubinga, Niemeyer,
1981; para el español, Óscar Loureda Lamas, “Los hablantes como lingüistas: algunas distinciones
‘pragmáticas’ en el léxico del español”, en Manuel Casado Velarde, Ramón González Ruiz y María
Victoria Romero Gualda (eds.), Actas del I Congreso Internacional “Análisis del discurso: lengua,
cultura, valores”, Madrid, Arco Libros, 2006, vol. II, págs. 1623–1634.
170
En “La ‘situación’ en la lingüística”, El hombre y su lenguaje, § 3.1.1, se dice: “no es de ningún modo
necesario –y no cabe esperar– que cada lengua exprese todas las posibles (e innumerables) categorías del
hablar, y menos aún que lo haga en cada caso por medio de las mismas categorías idiomáticas que
cualquier otra. Al contrario: cada lengua expresa sólo un conjunto limitado de categorías del hablar y,
precisamente, un conjunto que le es específico en sentido tanto cuantitativo como cualitativo. A menudo,
varias categorías del hablar pueden subordinarse a una única categoría idiomática; y muchas de esas
categorías (pero no siempre las mismas) no se expresan de ningún modo en las lenguas, sino que se dejan
a cargo del contexto, de la situación y del conocimiento de las ‘cosas’. Así, por ejemplo, el latín expresa
en homines dicunt la pluralidad como ‘plural’, y, precisamente, tanto en el nombre como en el verbo. Pero
otras lenguas podrían tener para el mismo contenido de pensamiento expresiones correspondientes a lat.
‘homo homo dicere’, ‘homo dicere dicere’, ‘homines dicere’, ‘homo dictitare’, ‘homo dicunt’. Tales
lenguas, o no tendrían plural, o lo tendrían sólo en el nombre o sólo en el verbo. Y una lengua que, en las
mismas circunstancias, sólo dijera algo así como ‘homo dicere’, o como ‘homo dicit’, no expresaría de
ningún modo la pluralidad, es decir que dejaría esta categoría del hablar a cargo del contexto y de la
situación”.
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interrogativa se expresa, en general, una pregunta, pero no necesariamente, es decir que
ni toda oración interrogativa puede interpretarse como una pregunta, ni toda pregunta
tiene que expresarse obligatoriamente a través de una oración interrogativa. Una
oración interrogativa como: Ja, wer weiß? [esp. Sí, ¿quién lo sabe?] no es ninguna
pregunta, sino más bien la expresión de una profunda duda sobre la posibilidad general
de saber; y la oración interrogativa: Wollen Sie die Tür schließen [esp. ¿Quiere usted
cerrar la puerta?] será, en determinadas circunstancias, una orden, más o menos
atenuada por la cortesía. En el caso de las llamadas interrogativas indirectas se trata,
asimismo, de preguntas que no se expresan por medio de oraciones interrogativas, pues
las interrogativas indirectas no son propiamente oraciones interrogativas, ni se
presentan bajo la forma idiomática prevista para las oraciones interrogativas. Lo mismo
ocurre, por mencionar otro ejemplo, con la relación entre la función idiomática
imperativo y la función textual orden o mandato171.
Finalmente, no todas las funciones textuales son expresadas en cada lengua por
determinadas funciones idiomáticas; incluso algunas funciones textuales no encuentran
expresión en ninguna función idiomática: así, por ejemplo, en las lenguas que
conocemos la función textual respuesta no está expresada por ninguna función
idiomática [cfr. I § 2.7.2]; y lo mismo puede decirse de la réplica, la constatación o la
alusión172. Por supuesto que se reconoce si una determinada manifestación de alguien
es una respuesta, una réplica, una constatación o una alusión, pero ello no se debe al
uso de un procedimiento idiomático claramente identificable. En este sentido, las
funciones textuales son, pues, funciones autónomas y tienen que identificarse siempre
en el texto mismo: pueden expresarse, en parte, por medio de procedimientos
idiomáticos, pero esto no es en modo alguno la norma.
[5.3.4] En resumen, puede decirse que el conjunto de las funciones del lenguaje
en general (= del hablar en general), esto es, el conjunto de las funciones que se refieren
a la designación de objetos y a estados de cosas objetivas, puede ser entendido como un
tipo de contenido lingüístico: este tipo de contenido se denomina designación. El
conjunto de lo que una lengua expresa como tal, esto es, el conjunto de lo que se
entiende sólo por medio de la lengua, puede considerarse, a su vez, como un tipo
distinto de contenido lingüístico: este contenido se denomina significado173. Y
finalmente, el conjunto de las funciones textuales, de lo que se entiende en el texto y
sólo en el texto (= el conjunto de los contenidos que sólo se dan como contenidos de
171
Ídem, § 3.1.2: “Así, por ejemplo, se habla a menudo de las varias posibilidades que se tendrían para
expresar el ‘imperativo’; también expresiones como Irás, Debes ir, ¿Quieres ir? corresponderían a tales
posibilidades. Tendríamos, pues, ‘el imperativo expresado por el futuro, por un verbo modal, por la
interrogación’, etc. […] Pero, en realidad, las expresiones como Irás, Debes ir, ¿Quieres ir? no expresan
de ningún modo el ‘imperativo’, categoría idiomática (y que muy bien puede faltar como tal en varias
lenguas), sino que sólo, en textos determinados, pueden expresar la ‘exhortación’ o el ‘mandato’, como un
imperativo”.
172
Ibídem.
173
Sobre los tipos de significado (léxico, categorial, instrumental, estructural o sintáctico, y óntico),
véase “Semántica y gramática”, Gramática, semántica, universales, § 3.3.1; en el mismo libro, también
“El estudio funcional del vocabulario”, § 1.2; y finalmente, “La ‘situación’ en la lingüística”, El hombre y
su lenguaje, § 3.2.2.
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textos) se denomina sentido174. En esquema:
realidad extralingüística función designativa designación
lengua ↑ función idiomática ↑ significado
texto función textual sentido
significado + designación
signos lingüísticos
174
Véanse, asimismo, “El lenguaje y la comprensión de la existencia del hombre actual”, El hombre y su
lenguaje, nota 4; y en Gramática, semántica, universales, los capítulos “Semántica y gramática”, § 3.2, y
“El estudio funcional del vocabulario”, § 1.1.
175
Así, San Jerónimo, traductor de textos bíblicos, continuando la tradición de Cicerón (De optimo
genere oratorum, V, 14: “nec converti ut interpres, sed ut orator, sententiis iisdem et eorum formis
tamquam figuris verbis ad nostram consuetudinem aptis; in quibus non verbum pro verbo necesse habui
reddere, sed genus omne verborum vimque servavi. Non enim ea me annumerare lectori putavi oportere,
sed tamquam appendere”), justifica el modo de traducir por el sentido en una carta a su compañero de
estudios Pammaquio, titulada “De optimo genere interpretandi” (Opera omnia, epíst. LVII, 5): “Ergo
enim non solum fateor, sed libera voce profiteor, me in interpretatione Graecorum, absque scripturis
sanctis, ubi et verborum ordo mysterium est, non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu”.
Véase “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, §§ 6.1 a 6.2.2.
Juan Luis Vives (De ratione dicendi, Lovaina, 1532) distingue expresamente tres tipos de traducción
según los textos que se traduzcan: a) las traducciones en las que sólo es necesario atender al sensus del
texto, b) aquéllas en que hay que tener en cuenta la expresión como tal (phrasis et dictio) y c) aquéllas
en que hay que tener en cuenta tanto el sensus como la expresión (et res et verba). Véase “Vives y el
problema de la traducción”, Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje, Madrid, Gredos, 1977, § 1.2.
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Los signos lingüísticos tienen significados por medio de los cuales designan algo
extralingüístico; y esta constelación compleja representa, a su vez, en un nivel semiótico
más alto, la expresión de una unidad de contenido de tipo superior: el sentido [cfr. II §
3]. En un texto, en particular en un texto literario, lo que se designa es, a su vez,
expresión, símbolo para un determinado sentido [cfr. II § 1.1.2]. Todo lo que acontece
en un texto (= lo que se muestra en él como acontecimiento), tiene un sentido que, por
lo general, no coincide sin más con lo narrado: hay que elucidarlo176. Los signos
lingüísticos de los que consta La metamorfosis de Kafka narran, por medio de sus
significados, un determinado estado de cosas que requiere una interpretación. Ante un
texto como éste nos planteamos interrogantes sobre el significado de la transformación
del representante Georg Samsa en un insecto monstruoso177: hemos leído algo, lo hemos
entendido desde el punto de vista del significado puramente lingüístico, y a pesar de
todo seguimos preguntándonos qué significa todo esto. De este modo, consideramos el
texto en su conjunto, en su expresión y contenido puramente lingüísticos, como una
especie de vehículo de un significado en un nivel distinto: el sentido. Continuando con
el ejemplo, sabemos muy bien qué es una metamorfosis, y, en virtud de los signos
lingüísticos que aparecen en la narración de Kafka, sabemos también con toda precisión
de qué clase de metamorfosis se trata; no obstante, seguimos preguntándonos qué
significa todo eso, es decir, cuál es su sentido178.
En los textos se comprueba, en síntesis, una doble relación semiótica179. Los
signos lingüísticos que constituyen el texto significan y designan inicialmente algo
comprensible para los hablantes en tanto que conocedores de esos signos y de las reglas
de su uso: ésta es la primera relación semiótica. Teóricamente es posible entender todo
lo que concierne a esta primera relación semiótica sin comprender absolutamente nada
de la segunda relación semiótica; o dicho de otro modo: es perfectamente posible
memorizar y reproducir con toda exactitud La Metamorfosis de Kafka sin poder decir,
en cambio, una sola palabra sobre lo que quiere decir este texto, o sea, sobre cuál es su
sentido180.
176
“Además, en los textos, los significados […] no pertenecen al contenido comunicado de los textos:
antes bien, son instrumentos para la comunicación de este contenido. A través de los significados se
designan ‘hechos’ y ‘estados de cosas’: se habla por medio de los significados, no se comunican
significados (salvo que ellos mismos sean, precisamente lo designado)”, en “Lo erróneo y lo acertado en
la teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, §§ 3.2.2 apart. a).
177
Agrega Coseriu en el versión original que “naturalmente, en estos casos significado aparece en un
uso no técnico; pero un uso que resulta muy sintomático, pues pone de manifiesto que ya como
hablantes se advierte esta doble relación del signo” [cfr. nota 251].
178
“La poesía [= la literatura como arte] hay que interpretarla, pues, como ‘absolutización’ del lenguaje,
absolutización que, sin embargo, no ocurre en el plano lingüístico como tal, sino en el plano del sentido
del texto. En la poesía, todo lo significado y designado mediante el lenguaje (actitudes, personas,
situaciones, sucesos, acciones, etc.) se convierte a su vez en un ‘significante’, cuyo ‘significado’ es,
precisamente, el sentido del texto. Desde este punto de vista, Kafka, por ejemplo, no habla, en realidad,
s o b r e Gregor Samsa, sino p o r m e d i o d e Gregor Samsa, y sobre algo distinto; a este respecto,
también Gregor Samsa es sólo un significante”, en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y
su lenguaje, apart. IV, § 2.
179
Cfr. “Creatividad y técnica lingüística. Los tres niveles del lenguaje”, Lecciones de lingüística general,
§ 7.3.2.
180
En Lingüística del texto, pág. 32, se añade: “Todo lo cual fue tratado por Borges en un apólogo
[“Pierre Ménard, autor del Quijote”, en El jardín de senderos que se bifurcan, recogido en Obras
completas. Ficciones [1923–1972], Buenos Aires, Ultramar, 1977, págs. 444–450], en donde Pierre
Ménard, un traductor del Quijote, escribe otra vez el Quijote, pero con muchas dificultades porque no es
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[5.4.2] Todo texto tiene algún sentido [cfr. II §§ 0.2.1, 3.3.5, 5.6.1.3 y 9.3],
incluso los que se utilizan en la vida cotidiana, pues también el simple referirse a la
realidad empírica (= el no tener más allá de esta referencia ningún sentido ulterior) es
una forma de sentido. También los signos textuales de la vida cotidiana se interpretan en
relación con su sentido, por lo general suponiendo que es simplemente objetivo (esto es
válido, sobre todo, para el lenguaje científico).
Hay, pues, textos en los cuales el significado coincide con la designación. Estos
usos lingüísticos suelen denominarse usos técnicos o terminológicos181. En las
terminologías, o en las variedades técnicas especializadas de una lengua, el significado
coincide con la designación, de manera que los signos lingüísticos correspondientes
pueden tener “el mismo significado” –como suele decirse– en lenguas diversas o
incluso en todas las lenguas. En estos casos (como, por ejemplo, en la terminología de
la química) la demarcación idiomática de los contenidos coincide simplemente con la
configuración objetiva del ámbito correspondiente en la ciencia. Un uso lingüístico
análogo existe también en el nivel de los textos: hay textos en los que el sentido
coincide con el significado y la designación. Si a quien produce un texto de este género
se le pregunta qué ha querido decir con él, puede contestar sin más: “He querido decir
exactamente lo que he dicho”, es decir que no hay nada que entender presentado en
forma de sentido autónomo, para el cual lo dicho no sería en sí mismo más que el
portador del signo, es decir, el significante. [Esto sucede, por ejemplo, en una novela de
Agatha Christie. Un hombre se presenta ante la policía y explica que durante la noche le
han robado el automóvil; el comisario le pregunta: “Pero, ¿qué quiere decir usted con
eso?”. El hombre le replica que con eso quiere decir exactamente que durante la noche
le habían robado el coche, con lo que no contesta, en realidad, a lo que se refería la
pregunta, es decir, a las relaciones de lo que ello podía implicar.]182
la lengua suya y está en otra época, aunque exactamente como lo había escrito Cervantes, sin desviarse en
lo más mínimo del texto. Es decir, que el hombre conoce exactamente todo lo dicho, pero no muestra
ninguna comprensión por el sentido, y, de este modo, se queda sólo en el plano de la reproducción exacta
de los significantes [como suma de los significados y de las designaciones], pero no del sentido”.
181
Véase “Introducción al estudio estructural del léxico”, Principios de semántica estructural, § 3.1;
también “El lenguaje y la comprensión de la existencia del hombre actual”, El hombre y su lenguaje,
especialmente §§ 1.1.3.2 y 1.1.3.3; y “Lógica del lenguaje y lógica de la gramática”, Gramática,
semántica, universales, § 4.2.5.
182
En Lingüística del texto, pág. 32.
183
“La lingüística del texto propiamente dicha se refiere, por supuesto, al plano del texto y, en
consecuencia, al sentido. Puede ser estructural o generativa, pero ello es sólo una cuestión de técnica
expositiva, pues, de todos modos, las estructuras que esta lingüística puede, como tal, comprobar, son
estructuras específicamente textuales y determinadas por el sentido, no estructuras idiomáticas,
determinadas por el significado”, en “La ‘situación’ en la lingüística”, El hombre y su lenguaje, § 3.3.3.
p ág ina 56 de 184
II
LA LINGÜÍSTICA DEL TEXTO COMO LINGÜÍSTICA DEL SENTIDO
[0.1] El objeto fundamental de una lingüística del texto como lingüística del
sentido lo constituyen los procedimientos de creación y comprensión del sentido. Tal
como ha sido definido, y como se comprueba en los ejemplos aducidos, es evidente que
el sentido no puede concebirse como una dimensión intrínseca de los signos
lingüísticos: los signos lingüísticos per se no poseen sentido [cfr. I § 5.4 y II § 3]. Ahora
bien, precisamente ellos permiten construir el sentido en el texto; y al revés, mediante el
texto no sólo se entienden el significado y la designación de los signos lingüísticos que
forman parte de él, sino también, y al mismo tiempo, el sentido en tanto que contenido
superior [cfr. I § 5.4.1] [...].
[0.2.1] En primer lugar, todo texto tiene sentido, no sólo los poéticos o literarios
[cfr. I § 5.4.2]. Todo planteamiento que se refiera únicamente a los textos literarios e
intente hallar el sentido sólo en esos textos bajo la forma de “desviación” respecto de
los textos “normales” es un planteamiento radicalmente equivocado [cfr. II § 5.5.2].
184
Véanse los trabajos de Pierre Guiraud, La estilística, Buenos Aires, Nova, 1967, y Essais de
stylistique, París, Klincksieck, 1970; de Jean Cohen, Estructura del lenguaje poético, Madrid, Gredos,
1970, El lenguaje de la poesía. Teoría de la poeticidad, Madrid, Gredos, 1982, y Estudios de poética
lingüística con artículos y trabajos inéditos de Jean Cohen, Málaga, Universidad de Málaga, 1997; y de
Michael Riffaterre, Ensayos de estilística estructural, Barcelona, Seix Barral, 1976.
185
En Michael Riffaterre, Ensayos de estilística estructural, parte I, cap. 4.
p ág ina 57 de 184
[0.2.3] Finalmente, “desviación” es un concepto relacional, de modo que quien
opera con él tiene que poder indicar también su ámbito de aplicación, esto es, tiene que
poder precisar respecto de qué existe una desviación. Pero si todos los textos tienen
sentido, la simple desviación respecto de la “norma” no puede ser el portador del
sentido. En un ensayo de Roman Jakobson se menciona el caso de un actor dramático
que se ve obligado a decir de cuarenta maneras diferentes la breve oración en ruso
segodnja večerom [esp. esta tarde], de modo que es posible entender de cuarenta formas
distintas este texto (Jakobson no habla de “texto”, pero aquello a lo que él se refiere se
corresponde con lo que aquí se ha denominado texto [cfr. I §§ 4.0.1, 4.2 y 5])186. Las
diversas realizaciones de dicho texto, y los correspondientes modos distintos en que
puede ser entendido, no se interpretan fácilmente como desviaciones respecto de la
realización “normal” de esa oración. Es evidente que en este ejemplo lo propiamente
funcional no es, en general, el hecho de que exista una desviación respecto de un uso
habitual, sino, más bien, la forma específica en que en cada caso se producen esas
“desviaciones”: cada una de ellas tiene su función propia, de modo que lo funcional no
puede hallarse en la distancia que separa las diversas realizaciones de esta oración
respecto de lo “usual”. Así, por lo que concierne a la función textual, no a la norma
estadístíca, el uso habitual podría entenderse a su vez como una “desviación respecto de
la ‘desviación’” y viceversa [...].
1.1 Según Bühler, el signo lingüístico es, ante todo, un hecho material que
establece una triple relación respecto de su entorno, o dicho más exactamente, funciona
como signo precisamente por esta triple relación. Los tres relata son el hablante que lo
186
El texto original, “Linguistics and Poetics”, se publicó en Thomas A. Sebeok (ed.), Style in Language,
Cambridge (Massachusetts), MIT, 1960, págs. 350–377. La versión en español se ha publicado, por
ejemplo, en Lingüística y poética, Madrid, Cátedra, 1985. El texto aludido por Coseriu se encuentra en la
pág. 34 de la versión en español.
187
La primera versión se encuentra en el artículo “Kritische Musterung der neueren Theorien des Satzes”,
Indogermanisches Jahrbuch (Berlín), 6, 1918, págs. 1–20. Una revisión sistemática, con cambios
terminológicos [cfr. II §§ 1.1.1.1 a 1.1.1.3], aparece más tarde bajo el título “Die Axiomatik der
Sprachwissenschaften”, Kant Studien (Berlín), 38, 1933, págs. 19–90. Coseriu emplea la reedición de
Elisabeth Ströker, Fráncfort, Klostermann, 1969, y la obra principal de Karl Bühler, Sprachtheorie. Die
Darstellungsfunktion der Sprache, Jena, Fischer, 1934 (2a ed. en Stuttgart, Fischer, 1965). Existe versión
española de este último libro: Teoría del lenguaje, Madrid, Revista de Occidente, 1950 (posteriormente
Madrid, Alianza, 1979). Sobre la teoría de Bühler, véase Achim Eschbach, Bühler Studien, Fráncfort,
Suhrkamp, 1984, y del mismo editor, Karl Bühler's Theory of Language: Proceedings of the Conferences
held at Kirchberg (August 26, 1984) and Essen (November 21-24, 1984), Amsterdam, Benjamins, 1988.
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emite (el “emisor”), el oyente que lo percibe (el “receptor”) y los objetos o estados de
cosas que designa o sobre los que se habla. En esquema188:
objetos o estados de cosas
[signo]
emisor receptor
Con este modelo del signo, que, apoyándose en un pasaje no del todo inequívoco del
Cratilo de Platón189, se denomina “modelo del lenguaje como órganon”190, Bühler
pretende mostrar esquemáticamente las funciones del signo. La palabra está, respecto
del nombrar, en la misma relación que un taladro con la actividad de taladrar o que una
lanzadera de tejedor con la actividad de tejer: es un órganon, esto es, un instrumento
con el que alguien dice algo a alguien sobre las cosas191.
[1.1.1] En esta triple relación, continúa Bühler, el signo sería en cada caso
distinto, esto es, las diversas funciones convierten en cada caso “al fenómeno sonoro
concreto” [“das konkrete Schallphänomen”] en un signo en tres sentidos diferentes:
“Tres momentos variables en él están llamados a elevarlo por tres veces distintas a la
categoría de signo192.
188
Karl Bühler, Die Axiomatik der Sprachwissenschaften, pág. 116. Véase la versión completa del
esquema en Karl Bühler, Teoría del lenguaje, pág. 48.
189
Véase también el trabajo de Eugenio Coseriu, editado póstumamente por Jörn Albrecht, Geschichte
der Sprachphilosophie: von den Anfängen bis Rousseau, Tubinga/Basilea, Francke, 2003, § 5.4.
190
“Ε⊇ λ γειϖ. ↑Οργανον ρα τ° στι κα± τ⎝ ⎨νοµα”, Cratilo, 388a 8.
191
Coseriu cita los ejemplos de Platón en Cratilo 387 e–388 b.
192
Teoría del lenguaje, pág. 48. “Drei variable Momente an ihm sind berufen, es dreimal verschieden
zum Rang eines Zeichnes zu erheben”, Die Axiomatik der Sprachwissenschaften, pág. 116.
193
Die Axiomatik der Sprachwissenschaften, pág. 102, nota 1. Coseriu hace análogas afirmaciones ya en
Teoría del lenguaje, págs. 48–49.
p ág ina 59 de 184
[1.1.1.2] En relación con el oyente la función del signo consistiría como mínimo
en incitarle a percibir e interpretar el signo mismo; pero en otros casos puede incitarle a
hacer mucho más: que se calle, que cierre la puerta, que le traiga una silla al hablante,
etcétera194. En realidad, el signo puede intentar provocar cualquier acción imaginable,
pero cuando menos incita a percibir el signo e interpretarlo. En la primera formulación
de su teoría, Bühler había propuesto para esta función un nombre particularmente
apropiado: Auslösung [esp. “desencadenamiento”: del al. auslösen, “originar, provocar,
dar lugar a”], pero más tarde lo sustituye por el término –también menos afortunado–
Appell [esp. “llamada, apelación”]195.
[1.1.1.3] Por referencia a los objetos y a los estados de cosas la función del
signo consistiría en representarlos. La representación [al. Darstellung] es para Bühler la
función más característica e importante del lenguaje, como se infiere ya del subtítulo de
su obra más conocida: Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache [versión
esp. Teoría del lenguaje. La función representativa del lenguaje].
[1.1.2] El signo lingüístico es, según Bühler, un signo complejo, pues es signo
en un triple sentido. A cada función sígnica le corresponde un tipo particular de signo:
el signo es “símbolo en virtud de su ordenación a objetos y relaciones; síntoma
(indicio), en virtud de su dependencia del emisor, cuya interioridad expresa, y señal en
virtud de su apelación al oyente, cuya conducta externa o interna dirige”196. En la
bibliografía más antigua sobre lingüística y semiótica la función representativa del
lenguaje estaba tan en primer plano que, en realidad, en ella aún no se puede hablar con
propiedad de concepción compleja del signo. La idea de Bühler de la triple dimensión
del signo lingüístico constituye una novedad, al menos en lo que respecta a su
elaboración detallada. Un análisis crítico de su modelo podrá acercarnos a la
problemática de la constitución del sentido y a una mejor comprensión de la tarea de la
lingüística del texto.
[1.1.3] Las tres funciones del signo pueden presentarse combinadas en el signo
lingüístico, pero no siempre es así. Además, según Bühler, existen otros tipos de signos
que únicamente poseen una de estas tres funciones. La ropa, por ejemplo, es
exclusivamente índice o síntoma, y sólo expresa ciertas características de su portador:
en determinadas comunidades históricas se puede saber, sólo por la manera de vestirse,
si una mujer está casada o no; y si en Alemania un varón lleva una chaquetilla con
sobrepuestos verdes es probable que proceda de Baviera, o que al menos quiera dar esa
impresión. Hay, además, signos que sólo tienen función apelativa, es decir que son sólo
señales: por ejemplo, las señales de tráfico, los semáforos, etc., que no son ni síntoma ni
símbolo de nada, sino que están ahí para obligar a hacer ciertas cosas e impedir que se
hagan otras. En cambio, los símbolos matemáticos no tienen para Bühler más que
194
François Récanati, Les énoncés performatifs: contribution à la pragmatique, París, Minuit, 1981.
195
Véase Die Axiomatik der Sprachwissenschaften, pág. 102, nota 1. “Hoy prefiero […] apelación […]
porque la palabra latina appelare (inglés appeal; alemán ansprechen) es acertada [...]; hay, como hoy
sabe todo el mundo, un sex-appeal, junto al cual el speech appeal me parece un hecho igualmente
tangible”, en Teoría del lenguaje, págs. 48–49.
196
Teoría del lenguaje, pág. 48. Véanse también las consideraciones de Coseriu en Geschichte der
Sprachphilosophie: von den Anfängen bis Rousseau, § 18.3, pág. 381.
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función representativa pura: no importa que estén escritos a mano o impresos, ni quién
los haya producido, pues sólo son símbolos de objetos o de estados de cosas.
En los signos lingüísticos, según Bühler, las tres funciones se presentan casi
siempre simultáneamente, aunque no todas tengan en cada caso análoga relevancia; y
aparte de casos límite, como la interjección197, la función representativa no puede faltar
[...].
1.2 En un ensayo publicado por primera vez en 1960 con el título de “Linguistics
and poetics” [cfr. nota 186], Roman Jakobson amplía el modelo propuesto por Karl
Bühler. Jakobson identifica, además de las tres funciones que Bühler encuentra en el
signo lingüístico (= el mensaje, lo dicho, lo que se comunica), tres funciones más. Y
esto lo hace con los mismos criterios que Karl Bühler, aunque modifique la
terminología. Así, la función se da siempre en una relación entre el mensaje198 y un
elemento integrante del mensaje: emisor, receptor y contexto199. Jakobson añade la
relación con el canal de transmisión del mensaje (el medio de contacto), que es el que
permite la comunicación de los interlocutores; la relación con lo que él denomina
código, es decir, con la lengua misma que se aplica o la clave que comparten los
interlocutores para cifrar y descifrar el mensaje; y una relación reflexiva del mensaje
con el mensaje mismo (del texto con el texto mismo: la atención concentrada en la
estructuración del mensaje)200.
Así, en este esquema ampliado no hay tres, sino seis relaciones que Jakobson
considera constitutivas del acto lingüístico, seis funciones específicas e
independientes201. Las funciones ya identificadas por Bühler aparecen en una nueva
terminología: la función expresiva de Bühler se corresponde en Jakobson con la función
emotiva; a la función apelativa le corresponde la función conativa; y a lo que Bühler
llama función representativa Jakobson le da el nombre de función referencial202.
También a los factores nuevos, que no aparecen en Bühler, Jakobson les asigna
funciones específicas203. En relación con el medio de contacto identifica una función a
la que, adoptando un término del antropólogo [Bronislav] Malinowski, le da el nombre
197
Véase, por ejemplo, Jürgen Trabant, “Gehören die Interjektionen zur Sprache?”, en Harald Weydt
(ed.), Partikeln und Interaktion, Tubinga, Niemeyer, 1983, págs. 69–81; y Karlis Dravins y Velta Ruke,
Interjektionen und Onomatopöie in der Mundart von Stenden, Lund, Slaviska Institutet, 1962. También
Konrad Ehlich, Interjektionen, Tubinga, Niemeyer, 1986; Ramón Almela Pérez, Apuntes gramaticales
sobre la interjección, Murcia, Universidad de Murcia, 1982; María Ángeles Torres Sánchez, La
interjección, Valencia, Universidad de Cádiz, 2000; y María José López Bobo, La interjección. Aspectos
gramaticales, Madrid, Arco Libros, 2002.
198
El signo en Karl Bühler. Pero al aparecer el mensaje en el centro del esquema ya existe una diferencia
notable en relación con el modelo de Bühler [cfr. II § 1.2.1.2].
199
Contexto no en el sentido habitual [cfr. nota 317], sino en tanto que “punto de referencia del hablar” o
“aquello de lo que se habla”, u “objetos y estados de cosas” en la terminología de Bühler.
200
Véase Roman Jakobson, Lingüística y poética, pág. 32.
201
“Cada uno de esos seis elementos determina una función diferente del lenguaje”, ídem, pág. 33.
202
“El modelo tradicional del lenguaje, tal y como Bühler lo explicó, se reducía a esas tres funciones
(emotiva, conativa y referencial), y a los tres ángulos de este modelo (la primera persona del hablante, la
segunda del oyente y la ‘tercera’, propiamente dicha, es decir, alguien o algo ya mencionado”, ídem, pág.
35.
203
“No obstante, observamos, tres nuevos factores constitutivos de la comunicación verbal y tres
funciones del lenguaje correspondientes”, ídem, pág. 36.
p ág ina 61 de 184
de función fática204: se trata de la función de la mera toma de contacto, de la
“verificación del canal” con el fin de comprobar si se dan las condiciones físico-técnicas
o la disposición psíquica para la comunicación205. Jakobson establece asimismo una
función que se refiere al código mismo: la de hablar sobre el código, función a la que,
de acuerdo con la terminología lingüística usual, denomina metalingüística206 [cfr. I §
5.3.1, y II §§ 1.2.3.2 y 3.1]. Y, finalmente, existiría una última función concerniente al
mensaje y a su configuración a la que denomina función poética207: “La tendencia hacia
el mensaje como tal es la función poética del lenguaje”. Esto podría representarse
esquemáticamente como sigue208:
204
Ibídem. Véase Bronislav Malinowski, “El problema del significado en las lenguas primitivas”, en
Charles K. Ogden y Ivor A. Richards, El significado del significado: una investigación acerca de la
influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia simbólica, Barcelona, Paidós, 1984, pág.
330; en la versión original en inglés: “There can be no doubt that we have a new type of linguistic use –
phatic communion I am tempted to call it, actuated by the demon of terminological invention– a type of
speech in which ties of union are created by a mere exchange of words”.
205
En la versión original del texto Coseriu agrega lo siguiente: “Si se trata realmente de una
comunicación indirecta, a través de medios técnicos, es legítimo hablar de esta función. En muchas
comunidades lingüísticas existen fórmulas destinadas exclusivamente a verificar si están dados los
presupuestos para la toma de contacto: por ejemplo, por teléfono se emplean ciertas expresiones como: al.
ich höre, ital. pronto o esp. bueno, o la oración sin aparente sentido the quick brown fox jumps over the
lazy dog, con ayuda de la cual en el ámbito lingüístico anglosajón se comprueba el funcionamiento de los
teletipos, pues en esta oración aparecen todas las letras del alfabeto inglés [un pangrama equivalente en
español es: jovencillo emponzoñado de whisky, qué mala figurota exhibes]. Y, por analogía con los
medios técnicos de información y de verificación de su funcionamiento, cabe hablar de una función fática
también en el ámbito psíquico, esto es, allí donde se trata de comprobar la disposición de los
interlocutores para establecer una comunicación o para tender un “puente psíquico”. En algunas obras de
Eugène Ionesco el protagonista no se ocupa más que de intentar una y otra vez la toma de contacto, sin
que se comunique absolutamente nada: en el “antidrama” La cantante calva [1950] no pasa
absolutamente nada; ni siquiera se llega a entablar una conversación propiamente dicha (recuérdese, por
ejemplo, el comienzo de la séptima escena, donde los matrimonios Smith y Martin se ejercitan en el
difícil arte de la conversación intercambiando fórmulas ritualizadas vacías). En una película de Vittorio
de Sica, Milagro en Milán [1950], ocurre algo análogo: dos viejos compañeros de colegio vuelven a
encontrarse al cabo de muchos años e intentan establecer una conversación; sin embargo, en toda la
escena no logran pasar de incitaciones recíprocas al sentimiento de que hay entre ellos alguna relación, de
manera que todo el diálogo se compone de estereotipos como: ¡Qué tiempos aquéllos! o ¡Hay que ver
cómo pasa el tiempo!”.
206
“La lógica moderna distingue entre dos niveles del lenguaje: ‘lenguaje de objetos’ y ‘metalenguaje’.
Pero éste no sólo constituye un instrumento científico necesario para lógicos y lingüistas, sino que
también juega un papel importante en el lenguaje que utilizamos cada día [...]. Siempre que el hablante
y/o el oyente necesitan comprobar si emplean el mismo código, el habla fija la atención en el código:
representa una función metalingüística”, en Lingüística y poética, págs. 36–37.
207
Según Coseriu, Jakobson modifica el esquema de Bühler precisamente para integrar esta función:
“Mientras que todas las demás funciones (las cinco restantes) conciernen al mensaje en relación con algo,
la función reflexiva que se concentra sobre el mensaje mismo organiza éste de una manera particular”,
“Información y literatura”, Lenguaje y discurso, § 1.3.
208
Roman Jakobson, Lingüística y poética, págs. 32 y 39.
p ág ina 62 de 184
CONTEXTO
(función referencial)
MENSAJE
(función poética)
EMISOR RECEPTOR
(función emotiva) (función conativa)
CONTACTO
(función fática)
CÓDIGO
(función metalingüística)
Debido al enorme prestigio del que goza Roman Jakobson entre los especialistas, este
intento de ampliar el esquema de Bühler no ha sido sometido a una discusión crítica ni
se ha utilizado como hipótesis de trabajo para investigaciones ulteriores. El modelo de
Jakobson se ha aceptado, más bien, como una aportación particularmente original a la
semiótica de la literatura, y se ha aceptado casi sin reservas, quizá porque nadie se ha
sentido capaz de enfrentarse con el único mirlo blanco, esto es, con el único lingüista
que verdaderamente también entiende de literatura. Sin embargo, resulta ineludible
discutir el modelo ampliado de Jakobson en su conjunto; y de este análisis habrá de
llegarse a su completo rechazo, pues se trata de un esquema enteramente inadecuado
que se basa en supuestos cuestionables.
p ág ina 63 de 184
que hay una función reflexiva sobre el texto, porque éste está construido, por medio de
ciertas regularidades como la rima o la alternancia regular de fonemas consonánticos y
vocálicos, de la manera siguiente: “I”, o sea, “Yo”, está contenido en “Ike”, el nombre
que se da a Eisenhower, y “Ike” está contenido en “like”, de suerte que se da una
identificación con querer uno precisamente a Ike, y nunca a ningún otro, para
presidente. Este trabajo formal se da aquí, y se puede reconocer; pero no se trata de una
finalidad poética, ni por él se convierte este discurso en poético. Se trata, más bien, de
decir: “Vote usted a Ike, porque a él todos tenemos que quererlo, ya que se encuentra en
la misma palabra like”. Se aduce como ejemplo, por tanto, un discurso típicamente
“pragmático”212, sin ninguna intención poética, y que no quiere ni siquiera alcanzar lo
poético, pues en absoluto presenta a Ike como algo universal (como ejemplo de
existencia humana), sino únicamente como este Ike por el que hay que votar. Dicho en
términos del propio Jakobson, lo que quería componer el autor no era un texto “poético”
sino uno “conativo”213. A esto podría objetarse que la clase de texto no puede inferirse
directamente de la intención de quien lo produce, pues hay de hecho multitud de textos
poéticos que en modo alguno se deben a la deliberada intención de sus autores de hacer
poesía. Para que la objeción sea realmente de peso no debe afectar a la intención que
precede a la composición del texto, sino al “procedimiento” supuestamente “poético”
mismo, aplicado deliberada o involuntariamente en la composición el texto. En este
sentido hay que decir que el “procedimiento” dado apenas tiene nada que ver con lo
verdaderamente poético214.
p ág ina 64 de 184
Si no fuese así, si lo poético de un texto residiese efectivamente en la perfección
técnica de su configuración, esto significaría que unos mismos contenidos podrían ser
comunicados en forma “prosaica”, para el uso diario, y en forma “poética”, para
ocasiones especiales. Y no cabe la menor duda de que esto no es así, de que en la poesía
nos encontramos, incluso como hecho preferente, con un contenido especial: la poesía
no puede reducirse a la configuración (= al cómo) de lo que se dice, pues en la poesía la
perfección de la configuración (= la concentración sobre la forma del texto) posee una
función secundaria. Es éste un problema muy antiguo que aquí sólo puede apuntarse:
toda la métrica y todos los demás procedimientos de simetría en el campo de la
expresión material del texto, todos los fenómenos que en la retórica antigua se recogen
bajo el término numerus216, poseen en la poesía la misma función –y sólo exagero un
poco– que el marco en un cuadro, porque de lo que se trata aquí es, simplemente, del
intento de distinguir la poesía del hablar práctico de una manera perceptible
externamente, como si se dijera: “lo que suena aquí, lo que está escrito aquí, quiere ser
interpretado como poesía”. Para la poesía misma, sin embargo, el numerus no tiene
mayor relevancia: ya Aristóteles se sentía obligado en su Poética a criticar la práctica
usual de su tiempo de “conectar la medida del verso con el hacer poesía”217 [cfr.
también II § 5.5.2, especialmente nota 411].
puente bien hecho que corresponda enteramente a lo que cabe esperar de un puente, y como podría
gustarnos, por ejemplo, una clase o un seminario bien impartidos, bien organizados como clase o como
seminario (diríamos: ‘¡Qué clase tan bien hecha!, ¡qué clase tan bien estructurada!’, lo cual no significa
de ningún modo que se trate de un discurso literario y ni siquiera que se trate de lo poético). Hablamos, en
este caso, de la estética menor de lo práctico, de la dimensión estética de todo aquello que hacemos, es
decir, del hecho de que al realizar las cosas entendemos que hay que hacerlas bien de acuerdo con sus
normas intrínsecas; y esto no implica la universalidad de estos hechos, pues éstos se mantienen dentro de
su particularidad. Y claro está que no se trata aquí de lo ‘bien dicho absoluto’, que es ‘lo bien dicho’ en el
sentido de la poesía, porque lo ‘bien dicho absoluto’ puede presentar también todo lo contrario a esa
organización simétrica, a esos hechos encajados unos en otros, por ejemplo. También un discurso
totalmente huero puede constituir poesía en cuanto modelo absoluto de un discurso huero: un ejemplo de
este tipo de discurso sin sentido es el teatro de Eugène Ionesco, pues es discurso poético precisamente
como modelo absoluto de discurso desorganizado, de discurso no simétrico, de discurso intencionalmente
huero y presentado como tal”, en “Información y literatura”, Lenguaje y discurso, § 1.3.2. Véase también
más adelante la nota 336. Un amplio desarrollo de la diferencia entre lo bien dicho relativo y lo bien
dicho absoluto se encuentra ya en El problema de la corrección idiomática, cap. II, § 6.3.3.
216
Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria, §§ 977–1054, y Gert Ueding, Einführung in die
Rhetorik, Stuttgart, Metzler, 1976, pág. 277 y sigs.
217
Aristóteles, Poética, 1447 b.
218
Coseriu se limita a criticar aquí la teoría de Jakobson, desde el punto de vista de la esencia del
lenguaje, en la discusión sobre si en el lenguaje lo primero es la comunicación o la aprehensión de la
realidad. Desde otro punto de vista, el de la naturaleza de la comunicación, también los primeros ensayos
de pragmática criticaron el modelo de Jakobson, porque margina lo implícito: la comunicación no
consiste en un proceso de codificación y decodificación, sino en un proceso ostensivo-inferencial (véase
Herbert Paul Grice, “Logic and conversation”, Studies in the way of words, Cambridge (Massachusetts),
Harvard University Press, 1989, págs. 22–40).
p ág ina 65 de 184
comunicación; y con ello se está sugiriendo desde el primer momento que lo
fundamental en el lenguaje es la comunicación219: también en el caso de la llamada
“función poética”, o sea, en los textos literarios, se produciría una comunicación. Ahora
bien, al considerar la función poética más de cerca se reconoce implícitamente –o al
menos eso parece– que en la poesía la transmisión de contenidos desempeña un papel
secundario. De este modo, resulta dudoso, incluso sin exceder la concepción global de
Jakobson, que en general se pueda hablar de un “mensaje poético”, esto es, que al genus
“mensaje” se le pueda asignar sin más la diferencia específica “poético”.
El problema del que se trata aquí es extraordinariamente complejo, y el lugar
más idóneo para tratarlo sería, en realidad, un tratado de poética y estética. Basten, no
obstante, unas breves observaciones.
219
Véase Heinrich F. Plett, Textwissenschaft und Textanalyse: Semiotik, Linguistik, Rhetorik, Heidelberg,
Quelle & Meyer, 1975, págs. 40–44.
220
“La alteridad, en este sentido, es uno de los pocos rasgos efectivamente universales del lenguaje. En
efecto, tales rasgos pueden reducirse a cinco: semanticidad, creatividad, alteridad, materialidad,
historicidad, es decir: ‘el lenguaje significa’, ‘el lenguaje es actividad creadora’, ‘el lenguaje es para
otro(s)’, ‘el lenguaje se presenta en el mundo como hecho físico’, ‘el lenguaje se realiza siempre en
formas históricamente determinadas’. Y los cinco rasgos universales pueden incluso reducirse a tres, pues
la materialidad puede justificarse por la semanticidad y la alteridad, y la historicidad, por la creatividad y
la alteridad. En efecto, el significado es en sí mismo un hecho mental, un hecho interno de la conciencia,
y no puede transmitirse como tal a otra conciencia, ya que entre conciencia y conciencia no hay ninguna
comunicación directa; por ello, debe estar representado ‘en el mundo’ por hechos materiales que puedan
ser percibidos e interpretados por otras conciencias: es decir que una semanticidad con alteridad sólo es
posible a través de la materialidad. Análogamente, la creatividad corresponde a una facultad estrictamente
individual (en rigor, sólo el individuo crea); pero, para que lo individualmente creado pueda ser
interpretado y adoptado (o sea: reconocido como suyo propio) por otros individuos, la creación debe
ocurrir en el marco de un sistema de posibilidades tradicional en una comunidad, de una técnica histórica
determinada; de aquí que la creatividad con alteridad sólo sea posible a través de la historicidad”, añade
Coseriu en “Lenguaje y política”, Lenguaje y discurso, § 3.1.3. Véase también Die Geschichte der
Sprachphilosophie von der Antike bis zur Gegenwart: von Leibniz bis Rousseau, Tubinga, Narr, 1972,
págs. 17–20.
221
La alteridad del lenguaje corresponde a la alteridad del hombre, “o sea, a la manifestación del ‘ser-
con-otro’ en cuanto dimensión esencial del ser del hombre. Este ‘ser-con-otro’ –el reconocerse a sí mismo
p ág ina 66 de 184
sujeto distinto, pero puede tratarse también del propio hablante. También en este caso el
lenguaje estará dirigido a otro, pues uno habla consigo mismo como si fuese otro; en la
mayor parte de los monólogos se comprueba, incluso, que uno se dirige a su yo
hablándole de tú. Y lo mismo vale para el hablar con las cosas: se habla con ellas como
si pudiesen entender, con lo que se les confiere carácter humano.
en otros, el reconocer en el ‘tú’ a otro ‘yo’– es, precisamente, lo que se llama dimensión ‘social’ (o
‘político-social’) del hombre y coincide con la intersubjetividad originaria de la conciencia: con el hecho
de que la conciencia humana es conciencia abierta hacia otras conciencias con las que establece
comunicación, es decir, les reconoce las mismas facultades de sentir, pensar, juzgar, significar e
interpretar. Y el lenguaje es la forma básica de este salir la conciencia de sí misma e ir al encuentro de
otras conciencias: ‘una conciencia que significa presupone una conciencia que interprete, es decir, que
acoja el signo y lo comprenda’, en “Lenguaje y política”, Lenguaje y discurso, § 3.1.2. Sobre el concepto
de alteridad en Eugenio Coseriu, véanse las consideraciones contenidas en Johannes Kabatek y Adolfo
Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind: Eugenio Coseriu im Gespräch, cap. 13, y también la pág.
146, en la que reconoce haber tomado la idea de Antonino Pagliaro; véase, en este sentido, Brigitte
Schlieben-Lange, “Alterität als sprachtheoretisches Konzept”, Zeitschrift für Literaturwissenschaft und
Linguistik (Stuttgart/Weimar), 110, 1998, págs. 41–57.
222
En “El hombre y su lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 6.2, añade que “cabe preguntarse si el
lenguaje como tal es ‘absoluto’, o sea, si, al entenderlo como actividad de un sujeto absoluto, lo
consideramos propiamente como lenguaje. En efecto, la objetivación de la intuición, la relación entre el
creador de lenguaje y su creación, es sólo una dimensión del lenguaje. Pero el lenguaje tiene también
otra, que está dada por la ‘alteridad’ del sujeto, por el hecho de que el sujeto creador de lenguaje
presupone otros sujetos, o sea, por ser la conciencia creadora del lenguaje una conciencia abierta hacia
otras. [...] Pero claro está que hay que distinguir la comunicación de algo a otro, que pertenece a lo
práctico del lenguaje y en ocasiones puede faltar, de la comunicación con otro, presupuesta como
condición originaria por todo acto lingüístico. Precisamente en este segundo sentido la comunicación es
esencial para el lenguaje como tal, mientras que no lo es para la poesía (lenguaje absoluto)”.
223
En “Textos, valores, enseñanza”, Lenguaje y discurso, § 3.2, insiste Coseriu en el principio de que “la
gran literatura es siempre moral (y al revés, si la literatura es inmoral, no es gran literatura). La
justificación de este principio parte de que el juicio estético respecto de lo logrado como arte se refiere a
una actividad de un sujeto universal que asume la universalidad de su obra diciendo: ‘Así se pinta, así se
escribe, etcétera, y todos deberían hacerlo así’. Por su parte, la actitud moral o inmoral como tal es una
actitud del sujeto individual; entonces, la inmoralidad, lo que no corresponde al ideal típico humano, se
presenta siempre como presencia de un sujeto empírico en la obra del sujeto universal, como concesiones
al cuerpo ahí en donde se trata del espíritu, y esto molesta al juicio estético, haciendo que se advierta la
obra misma como obra no realizada estéticamente. No importa si el autor empírico es un ser, como tal,
inmoral porque no lo es como poeta, si es un gran poeta: François Villon podía ser ladrón y criminal, pero
no lo es el poeta François Villon en la ‘Ballade des pendus’, donde habla de sus compañeros de hazañas;
y como poeta, François Villon no es menos inocente en este poema que en la plegaria que ofrece a la
Virgen”. En otro lugar, “Información y literatura”, Lenguaje y discurso, § 2.8, Coseriu señala que “la
ética de lo literario es mucho más compleja [que la del discurso informativo], porque es ética siempre del
p ág ina 67 de 184
comprobado que no le entiende nadie; más bien tenderá a escribir como si él fuese el
único sujeto, pues la poesía es la actividad de un sujeto universal, y en el momento en
que el poeta hace poesía toma sobre sí la subjetividad universal: no es ya un hablante
entre otros, sino que realiza el hablar en forma absoluta (= no relativa a tal o cual
circunstancia u ocasión). Al menos esto vale para la esencia misma de la poesía; y, en
realidad, no sólo de la poesía, sino del arte en general, pues el arte se hace de acuerdo
con un deber ser que le es exclusivamente propio, no según un deber ser dado de
antemano en virtud de circunstancias cualesquiera, por ejemplo, la posibilidad de ser
entendido o el deber de ser inteligible224 [cfr. II § 4.5].
sujeto empírico que debe ser (y presentarse como) sujeto universal. Entonces, este sujeto universal tiene
como tal la obligación de la autenticidad literaria, lo cual quiere decir que no puede ceder a cualquier tipo
de tentación con respecto a los posibles destinatarios, con respecto a las cosas de las que habla o con
respecto a su propia persona como sujeto empírico. Y lo que a veces se presenta como libertad del arte
frente a lo ético, frente a la moralidad –diciendo que sólo los griegos exigieron moralidad al arte– no es
realidad: se trata ahí de la inmoralidad del sujeto universal, que sigue siendo en parte –todavía– este
mismo sujeto empírico individual, y cede a la tentación de presentar sus propias pasiones particulares e
individuales como si fueran pasiones universales y dimensiones universales del hombre. De ahí que la
inmoralidad (no sólo la inmoralidad intencional en el arte: el deseo, por ejemplo de chocar con el
destinatario, de chocar con las convicciones públicas, etc.) es, en realidad, un error estético. Benedetto
Croce, quien no tenía mucha debilidad por lo ético, consideraba que todos estos aspectos de pequeñez del
autor, fruto de la empiricidad del autor que se mostraba en la obra, eran errores estéticos, porque llaman la
atención e impiden el juicio estético [véase La poesia, Bari, Laterza, 1980, 4ª ed.]”.
224
Sobre la norma intrínseca de las actividades humanas, y en especial, sobre la norma de las actividades
artísticas, véase Johannes Kabatek y Adolfo Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind: Eugenio
Coseriu im Gespräch, pág. 188 y sigs.
225
Roman Jakobson, Lingüística y poética, pág. 34.
p ág ina 68 de 184
aplicarse a todos los medios de expresión: se puede también enfatizar, por ejemplo, el
color en un cuadro, concentrándolo más o intensificando su luminosidad.
[1.2.3] Aún se pueden añadir algunos breves comentarios a propósito de las otras
dos relaciones que aparecen en el modelo de órganon ampliado como funciones nuevas
junto a la función “poética”. Ni la función fática ni la metalingüística constituyen
modificaciones conceptualmente necesarias del modelo de Bühler, ya que ambas son,
respectivamente, casos especiales de las funciones de apelación y representación.
p ág ina 69 de 184
[1.2.4] Los argumentos anteriores inducen a rechazar la ampliación del modelo
de Bühler propuesta por Jakobson, porque la llamada función poética no concierne a lo
que dice concernir y porque las otras dos modificaciones, las funciones fática y
metalingüística, pueden reducirse a dos funciones ya presentes en el modelo de Bühler
(respectivamente, la apelativa y la representativa). Con todo esto, sin embargo, no se
pretende suscitar la impresión de que el modelo de Jakobson no contiene nada
aprovechable; al contrario, contiene dos intuiciones muy importantes.
[1.3] En lo que concierne a las tres funciones básicas del modelo instrumental
[cfr. II § 1.1 y siguientes], hay que preguntarse si el esquema de Bühler hace realmente
justicia a lo que pretende representar, esto es, a la tesis del Cratilo de Platón según la
que la palabra (el signo en Bühler) es un órganon o un instrumento con el que se dice
algo a los demás sobre las cosas232. Si se analiza con cuidado la formulación platónica y
se confronta el resultado del análisis con el modelo de Bühler, podrá observarse que no
es completo en relación con lo que pretende representar.
230
Acerca de la poesía como hablar absoluto, véase Luigi Stefanini, “Arte quale parola assoluta”, Trattato
di estetica, Brescia, Morcelliana, 1945, págs. 73–100; y del mismo autor, Estetica, Roma, Editrice
Studium, 1953, págs. 72–75.
231
Se trata, según Jakobson (en Lingüística y poética, pág. 32), de funciones que parten de los factores
“que entran a formar parte de cualquier hecho del habla, de cualquier acto de comunicación”.
232
Platón, Cratilo, 387e y 388 b–c.
p ág ina 70 de 184
los estoicos: verba significant res mediantibus conceptibus233. Sin embargo, no está
claro hasta qué punto el término conceptus, tal como lo emplean los escolásticos,
designa algo que pertenece al lenguaje. Un analogon lingüístico es el término
significado [cfr. I §§ 5.3.2 y 5.3.4]. En la filosofía del lenguaje posterior se ha insistido
mucho en que el significado del signo lingüístico no puede coincidir con la cosa misma
que designa, pues, por ejemplo, es posible referirse a una misma cosa a través de
significados diversos234 [cfr. I §§ 4.1.4 y 5.3.3.2]. En este sentido es particularmente
famoso el ejemplo que aduce Edmund Husserl en sus Investigaciones lógicas: El
vencedor de Jena/El vencido de Waterloo235. El objeto designado es en ambos casos el
mismo, pero podemos referirnos a él, a Napoleón, a través de significados muy
diversos; incluso, como aquí, de significado contrario, pues en un caso se habla de
“vencedor”, mientras que en el otro se habla de “vencido”: los significados de los signos
233
Véase Geschichte der Sprachphilosophie: von den Anfängen bis Rousseau, cap. 9.
234
El significado, según Coseriu (en “El hombre y su lenguaje”, El hombre y su lenguaje, nota 4), es “el
contenido de una palabra o de una expresión en cuanto dado en una lengua y por la lengua misma”. No
pertenece al plano de la realidad, sino al plano idealmente anterior, el de la aprehensión de la realidad. En
este sentido, la relación entre el significado y lo significado no es automática porque los significados no
son necesariamente delimitaciones correspondientes a (= motivadas por) objetos también discretos con
existencia previa: “El significado es estructuración de la experiencia humana. Esta estructuración, sin
embargo, no sigue delimitaciones o divisiones dadas como tales antes del lenguaje. En principio, la
estructuración podría ser, en cada caso, también otra, totalmente diferente; y de hecho, las varias lenguas
presentan diferentes configuraciones del significado. Por lo tanto, las lenguas no han de interpretarse
como simples nomenclaturas, materialmente diversas, para cosas ya dadas, sino más bien como redes
distintas de significados que organizan de manera diferente el mundo de la experiencia. Dicho de otro
modo, el lenguaje no es comprobación, sino imposición de límites dentro de lo experimentado”, ídem, §
1.1.2.1. El significado, entonces, no concierne como tal a las “cosas” mismas, sino al ser de las cosas, “es
decir, a lo universal de la experiencia individual”, ídem, § 1.1.2.3: “De aquí que la palabra árbol pueda
designar tanto árboles existentes como otros que ya no existen y otros que aún no existen, así como
árboles imaginarios, simplemente no existentes”, ibídem. De acuerdo con el significado previo, y como
una posibilidad secundaria, existe la designación o referencia a lo extralingüístico. “La designación es,
pues, una posibilidad del lenguaje que se funda en el lenguaje como significación. Y la designación es lo
que nos conduce al mundo de las cosas que, en consecuencia, como mundo ‘estructurado’ (diferenciado
en tales y cuales ‘clases de cosas’) sólo puede alcanzarse mediante el lenguaje”, ídem, § 5.3.4. Las cosas
designadas se muestran como un continuo en que el significado pone límites, dado, precisamente, su
carácter discreto y definido: “En efecto, la gradualidad objetiva se reconoce como tal precisamente
porque las clases de ‘cosas’ no coinciden con las categorías mentales: es lo discreto y lo homogéneo de
los conceptos y los significados lo que permite advertir la gradualidad de las clases identificadas gracias a
ellos. De otro modo, no habría pautas con respecto a las cuales pudiera comprobarse una configuración
interna cualquiera y nos encontraríamos simplemente frente a un caos sin límite”, en “Semántica
estructural y semántica cognitiva”, Jornadas de Filología. Homenaje al Prof. Francisco Marsá,
Barcelona, Universidad de Barcelona, 1990, § 4.2.3. En síntesis, los rasgos de significado son caracteres
distintivos en la lengua, no atributos de las cosas. Los objetos o cosas pueden imaginarse con trazos más o
menos numerosos, ya que no existe ningún procedimiento capaz de limitar las características que
determinan un conjunto o clases de cosas; sin embargo, los significados se comportan de un modo muy
diferente en tanto que valores lingüísticos conceptuales que se definen por las oposiciones de que forman
parte y, en consecuencia, por su carácter pertinente en la lengua (= distintivo): “Lo ‘pertinente’ coincide,
por tanto, con lo distintivo en una lengua determinada. En semántica son ‘pertinentes’ los rasgos que, en
este sentido, son constitutivos del significado”, ídem, § 4.2.4. Sobre el concepto de significado en Coseriu
véase Antonio Vilarnovo, Lógica y lenguaje en Eugenio Coseriu, cap. II, § 3; para una revisión de estos
conceptos, en relación con los niveles del lenguaje, véase Miguel Casas Gómez, Los niveles del
significar, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1998.
235
Cfr. Edmund Husserl, Logische Untersuchungen, Tubinga, Niemeyer, 1968, 5ª ed., tomo II, 1ª parte,
cap. I, § 12, trad. esp. Investigaciones lógicas, Madrid, Revista de Occidente, 1929.
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lingüísticos son opuestos entre sí, pero la realidad designada es la misma. En la
lingüística, en cambio, esta diferencia suele darse por supuesta, aunque ocasionalmente
se haga explícita y se justifique, como en el libro de Alan H. Gardiner The Theory of
Speech and Language [Oxford, Clarendon Press, 1932, 21a ed. de 1951], donde al
contenido del signo lingüístico se le llama meaning y a lo designado thing meant236.
De este modo, puede introducirse en el esquema bühleriano una primera
corrección que dé cuenta de que la relación entre el signo (y en este modelo “signo” es
tanto como “signo material”, “portador del signo”, “significante”) y la cosa designada es
mediata:
R
R: res, lo real
C: concepto, significado
S: signo (= significante)
C
H: hablante
O: oyente
H S O
[1.3.2] Pero esto no basta para dar por concluida la discusión crítica del esquema
de Karl Bühler. Friedrich Kainz ha presentado una segunda objeción de peso237. En
términos generales esta obra no es especialmente recomendable, pero en este caso
particular no cabe duda de que Kainz ha hecho una crítica acertada. De las funciones del
modelo de Bühler critica el hecho de que no son coordinables, pues no se trata de
funciones de un mismo tipo: la función expresiva y la apelativa son, evidentemente,
funciones del signo en su uso concreto. Aún cabría ir más lejos y señalar que, en
realidad, no se trata de funciones de signos en sentido estricto, sino de funciones del
acto lingüístico, por más que éste pueda en última instancia constar de un único signo
[cfr. I § 3 y nota 113]. Para ilustrar la función de apelación el propio Karl Bühler cuenta
una anécdota de un estudiante en Bonn que decía haber ganado una competición con la
“vendedora más malhablada del mercado”, pues la hizo callar, y hasta llorar, con
ofensas “atroces” que contenían las letras del alfabeto griego: “¡so alfa, so beta!,
etc.”238. Es evidente que semejante éxito no puede atribuirse a la función de signo
inherente a las denominaciones de las letras del alfabeto griego: la señora del mercado
de Bonn entendió correctamente la intención del acto lingüístico, sin entender, en
236
“Esta distinción –ante todo como distinción entre contenido lingüístico y objeto de referencia
extralingüístico– es, en realidad, antigua y debiera ser bien conocida. La hacían ya los estoicos, al
diferenciar entre σϕµαιν⎜µενον (λεκτ⎜ν) y πρ γµα o τυγχ νον; y también la hacían los escolásticos, al
distinguir entre conceptus y res (‘verba significant res mediantibus conceptibus’). Humboldt, en la
introducción a su obra sobre la lengua kawi (Über die Verschiedenheit des menschlichen Sprachbaues, §
21), la conoce como distinción entre ‘forma lingüística interior’ y ‘objeto’ (al referirse a los varios
nombres que en sánscrito se aplican al elefante [...], Humboldt escribe, en efecto, que, en este caso se
designa siempre el mismo objeto, pero por medio de conceptos diferentes). La misma distinción la
encontramos en Husserl (con los célebres ejemplos el vencedor de Jena/el vencido de Waterloo, en los
que el mismo ‘objeto’ se designa hasta por significados opuestos) y, dentro de la lingüística, en A. H.
Gardiner (meaning/thing meant), etc.”, en “Significado y designación a la luz de la semántica
estructural”, Principios de semántica estructural, § 1.3.2.
237
En Psychologie der Sprache, Stuttgart, Enke, 1941–1969, en concreto, 1954, vol. 1, pág. 74 y
siguientes, y pág. 175 y siguientes. Véase también lo dicho por Coseriu en “La creación metafórica en el
lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 8.
238
Karl Bühler, Teoría del lenguaje, pág. 52.
p ág ina 72 de 184
cambio, los contenidos de los signos utilizados en la predicación. La expresión y la
apelación son funciones del signo en su uso (= del acto lingüístico). De este modo,
existe una diferencia de nivel entre síntomas y señales, por una parte, y símbolos, por
otra: los síntomas y las señales sólo funcionan en el acto lingüístico, mientras que los
símbolos preceden idealmente al acto lingüístico239. La representación es una función
del signo virtual: una palabra sólo pensada no carece de significado ni, en consecuencia,
de “representación”, anterior e independiente de su uso en un acto lingüístico240. Es, en
general, muy difícil percibir un signo lingüístico exclusivamente como hecho
meramente material, esto es, como mera imagen acústica. En relación con esto observa
Martin Heidegger que hace falta una actitud muy artificial y complicada para percibir en
el habla de otro no lo que éste dice, sino “la pura manifestación fónica de lo
expresado”241: “incluso cuando el hablar es confuso, o cuando la lengua es desconocida,
lo que oímos en principio son palabras incomprensibles, no una simple acumulación de
sonidos”242.
La representación (= el significado) pertenece realmente al signo, de manera que
en el esquema que sigue se incluirá como una función interna. Para distinguir entre esta
función interna del signo y el rendimiento representativo en el acto lingüístico concreto,
Kainz emplea el término Bericht [también Verständigung, Information] [esp.
“información”]243:
R información
(= designación, referencia)
representación
H O
(= significado)
expresión apelación
239
Sobre la distinción entre función interna o cognoscitiva y las funciones externas del lenguaje, véase
José G. Herculano de Carvalho, Teoría da linguagem, Coimbra, Atlântida, 1973, vol. 1, págs. 19–47.
240
El lenguaje es esencialmente una actividad cognoscitiva; según la célebre definición aristotélica, logos
semántico. Coseriu desarrolla esta idea en “El hombre y su lenguaje”, El hombre y su lenguaje, págs. 34–
65.
241
En el original, “das Ausgesprochene der Verlautbarung”, Sein und Zeit, Halle, Niemeyer, 1927, 1ª
parte, cap. 5, § 34; versión española El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 1971, 2ª
ed.
242
Ibídem. En el texto original: “Sogar dort, wo das Sprechen undeutlich oder gar die Sprache fremd ist,
hören wir zunächst unverständliche Worte und nicht eine Mannigfaltigkeit von Tondaten”.
243
En el sentido que le da el autor, “la función informativa” es una función que realmente se halla en el
mismo nivel que las de expresión y apelación, véase Psychologie der Sprache, especialmente, vol. 1, pág.
176. Sobre la noción de informatividad véase Robert-Alain de Beaugrande y Wolfgang U. Dressler,
Introducción a la lingüística del texto, cap. VII.
244
Véase Roman Jakobson, Lingüística y poética, págs. 32–39.
p ág ina 73 de 184
2. EL SIGNO LINGÜÍSTICO EN EL TEXTO: OTROS TIPOS DE RELACIONES
2.1 El signo lingüístico funciona en el texto, ante todo, mediante las relaciones
que puede establecer con los demás signos lingüísticos presentes en el texto. Se trata de
una categoría de relaciones relativamente compleja dentro de la cual deben hacerse
distinciones.
2.1.1 En el texto, los signos lingüísticos pueden ponerse en relación con otros
signos lingüísticos concretos, tanto con su dimensión material como con la del
contenido.
2.1.1.1 Las relaciones entre los signos en el sentido material son bien conocidas:
se trata de fenómenos como la rima, la asonancia, la aliteración y otros similares.
Encontrar una rima significa, por un lado, descubrir una relación material entre dos
signos que normalmente no tienen nada en común desde el punto de vista del contenido
y, por otro, a través de una determinada disposición de los relata en el texto, dirigir la
atención hacia esta conexión.
2.1.1.2 Las relaciones entre los signos establecidas desde el punto de vista del
contenido se presentan, en primer lugar, en las palabras de formación transparente246.
El lingüista danés Otto Jespersen comparó en una ocasión las diversas designaciones
para el “murciélago” en algunas lenguas europeas247: el mismo animal se designa en
245
La enumeración sin desarrollo ulterior se encuentra ya en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El
hombre y su lenguaje, apart. I, § 2: “el signo lingüístico concreto funciona al mismo tiempo: a) por su
relación material y semántica con otros signos particulares; b) por su relación material y semántica con
series y grupos de otros signos; c) por su relación con sistemas enteros de signos (por ejemplo, diferentes
‘lenguas’ dentro de la lengua histórica); d) por su relación inmediata (material) con el mundo
extralingüístico (función de reproducción y representación directa, o sea, función ‘icástica’ o ‘imitativa’,
en el sentido más amplio de estos términos); e) por su relación con la experiencia inmediata, lingüística y
no lingüística (‘contextos’ y ‘situaciones’, que constituyen un conjunto de ‘entornos’ mucho más
complejo de lo que normalmente se supone); f) por su relación con otros ‘textos’; g) por su relación con el
conocimiento empírico del mundo y con las distintas formas de interpretación del mundo (‘cultura’)”.
246
Véase “Naturbild und Sprache”, en Jörg Zimmermann (ed.), Das Naturbild des Menschen, Múnich,
Fink, 1982, págs. 261–262.
247
Otto Jespersen, How to Teach a Foreign Language (Sprogundervisning), Londres, Allen, 1961, 11a
ed., versión esp. La enseñanza de las lenguas extranjeras, Madrid, Ediciones La Lectura, 1926, págs. 77–
78.
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inglés como bat, en francés como chauvesouris (sic), en alemán como Fledermaus, en
latín como vespertilio y en danés como flagermus. La referencia al objeto es siempre la
misma, pero las asociaciones que puede suscitar cada uno de estos signos mediante sus
diversas motivaciones son completamente distintas. En danés, en alemán y en francés se
pone de relieve la semejanza externa del murciélago con un ratón: el danés hace
referencia a la manera de moverse ese animal, una alusión que, en cambio, para la
mayor parte de los alemanes se ha perdido, porque en casi toda la comunidad de habla
alemana ya no se dice fledern, sino flattern [esp. aletear]), y el francés destaca el
aspecto del animal, presentado como calvo (fr. chauve). El latín, por su parte, llama la
atención sobre la hora a la que emprende el vuelo (vesper [esp. “la tarde”]). Sólo la
palabra inglesa bat sería completamente “abstracta” y no sugeriría nada, por lo que
resulta comprensible por qué el poeta [Alfred] Tennyson prefirió en su poesía el
dialectalismo flittermouse al término bat de la lengua estándar248.
A este análisis aún podrían añadirse los términos del español y del italiano. En
español, el animal mencionado recibe los nombres de murciélago, murciégalo o
murciégano [variante dialectal]: en las tres formas se percibe el elemento ciego, en tanto
que el componente mur [lat. mus, muris, esp. “ratón”) sólo resulta interpretable para
hablantes con formación filológica. En italiano ocurre algo parcialmente distinto. El
término pipistrello no posee una formación tan transparente como su étimo (lat.
vespertilio), lo que, no obstante, no impide que, al menos potencialmente, pueda
ponerse en relación con otras palabras. La terminación -ello se interpreta como un sufijo
diminutivo, a pesar de que una palabra base *pipistro no exista, como ocurre también en
español con la palabra ardilla, para la que tampoco existe ninguna palabra base *arda.
En ambos casos, el animal aparece caracterizado como un ser de pequeño tamaño tan
sólo por la posibilidad de integrar sus nombres en la clase de los diminutivos. En el
término italiano pipistrello, además, se añade la sílaba reduplicada pi-: de un animal que
se llame pipistrello nadie se imaginaría, aun desconociendo el significado de la palabra,
que pueda tratarse de una enorme bestia salvaje, pues la palabra misma sugiere un
animal pequeño y ágil [véase también II §§ 2.3.1.1 y 2.3.1.2, y 4.1].
Otro ejemplo de naturaleza similar –y sólo en cierto sentido diferente– es el que
proporciona Paul Claudel en su Art poétique al relacionar los verbos del francés naître
[esp. nacer] y connaître [esp. conocer]: “Nous ne naissons pas seuls. Naître, pour tout,
c´est connaître. Toute naissance est une connaissance”249. Etimológicamente no hay
ninguna relación entre ambos verbos. Sin embargo, en el prefijo co- Claudel ve la
expresión de una relación de afinidad o comunidad, lo que efectivamente ocurre en
muchas otras palabras: con-naître [esp. “conocer”] es para él como co-naître [esp.
“nacer juntos”], pues sólo si se ha nacido con algo, ello se conoce verdaderamente.
Desde el punto de vista de la lingüística se trata, evidentemente, de una etimología falsa:
lo que suele denominarse una etimología popular250. Pero esto no es un impedimento
248
También en “La creación metafórica en el lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 10.
249
Paul Claudel, Art Poétique. Traité de la co-naissance au monde et de soi-même, en Oeuvre Poétique,
París, La Pléiade/Gallimard, 1957, pág. 149 y siguientes.
250
Sobre este concepto motivado en asociaciones “arbitrarias”, véase “La creación metafórica en el
lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 11. También Ernst Förstemann, “Über deutsche Volksetymologie”,
Zeitschrift für vergleichende Sprachforschung auf dem Gebiete des Deutschen, Griechischen und
Lateinischen (Gotinga), 1, 1852, págs. 1–25; Karl Gustaf Andresen, Über deutsche Volksetymologie,
Leipzig, Reisland, 1899, 6ª ed.; Kurt Baldinger, “Etimología popular y onomástica”, Lexis (Lima), X/l,
1986, págs. 1–24; Joan Veny, “Cap a una tipologia de l´etimologia popular”, Jornadas de Filología.
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para que se reconozca la posibilidad de relacionar los signos de esa manera: el lenguaje
funciona por y para los hablantes, no para los lingüistas, de ahí que todo aquello que
tiene significado para los hablantes (= todas las relaciones que para los hablantes
pueden establecerse entre los diversos elementos de su lengua), sea también relevante
para el lingüista, pues la tarea de éste consiste en comprobar cómo funciona la lengua
para los hablantes mismos251.
Homenaje al Prof. Francisco Marsá, págs. 137–152; Heike Olschansky, Volksetymologie, Tubinga,
Niemeyer, 1996; y Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga, “La etimología popular: problemas y
límites”, en Marcos Martínez Hernández et alii (eds.), Cien años de investigación semántica, Madrid,
Ediciones Clásicas, 2000, vol. I, págs. 511–528.
251
En El problema de la corrección idiomática, cap. I, § 5.2, a propósito de la idea defendida por algunos
lingüistas de que la corrección idiomática es una “superstición” o una “creencia” se avanza la formulación
de esta idea: “En nuestra opinión –aun dejando de lado que hasta las ‘creencias’ de los hablantes ingenuos
hay que tomarlas muy en serio, pues el lenguaje no existe y funciona por obra de los lingüistas, sino por
obra de los hablantes– no se trata de una ‘superstición’, ni de una prevaricación de los gramáticos, sino de
un aspecto esencial de la actividad lingüística. Por otra parte, pensamos que al lingüista debe importarle
todo aquello que importa a los hablantes, por lo tanto también la corrección idiomática”. Según Coseriu,
las ciencias del espíritu no pueden fundarse en hipótesis, sino sólo en la certeza del agente de las
respectivas actividades (en el verum-certum de Vico) o, mejor, en el saber originario de Husserl: aquel
saber que el hombre tiene acerca de sí mismo y de sus actividades libres. Coseriu sigue aquí los dictados
de la fenomenología (véase Heidi Aschenberg, Phänomenologische Philosophie und Sprache: Grundzüge
der Sprachtheorien von Husserl, Pos und Merleau-Ponty, Tubinga, Narr, 1978), en particular de Hendrik
Josephus Pos, “Phénomenologie et Linguistique”, Revue Internationale de Philosophie (Évry), I,
1938/1939, págs. 364–365: “La naturaleza humana nos hace capaces de tener conciencia de nuestras
actividades por la experiencia interior, y de extender esta conciencia mediante un saber análogo pero que
descansa sobre la observación […]. El conocimiento humano tiene un solo polo absoluto: la conciencia
originaria, que se ilumina mediante una intuición subjetiva y que es conocida de manera secundaria a
través de los aspectos relativos que la observación hace accesibles. […] Para la lingüística esto significa
que la aclaración metódica de la experiencia viva de la conciencia precientífica será siempre el punto de
partida de la ciencia del lenguaje, y que nada tiene que esperar del rechazo de aceptarla que proclama el
objetivismo con la buena intención de fundar un conocimiento ‘absolutamente’ objetivo. […] El lingüista
es lingüista gracias al hecho de que es un sujeto hablante, y no a pesar de ese hecho. Si es filósofo al
mismo tiempo, su reflexión se dirigirá sobre lo que une y lo que separa la conciencia originaria y el saber
posterior” [trad. del editor]. De aquí el principio del saber originario, que en la lingüística es principio
del saber intuitivo del hablante. En virtud de este principio, la lingüística es y debe ser traslado del saber
intuitivo del hablante al plano de la reflexividad –del saber fundado y justificado–, transformación de la
cognitio clara confusa de Leibniz en cognitio clara distincta et adaequata, de lo que es sólo bekannt
[‘conocido’] en algo erkannt [‘reconocido’] (en el sentido de Hegel): “En las ciencias culturales, donde –
por tratarse de creaciones humanas: de lo que el hombre mismo hace libre e intencionalmente– no caben
hipótesis acerca de lo universal, el fundamento previo es el saber originario (Husserl) que el hombre tiene
acerca de sí mismo y de sus actividades libres […]. Y en la teoría en su forma explícita, se trata, en este
caso, de trasladar al plano de la reflexividad, es decir, del saber fundamentado y motivado racionalmente,
aquello que los seres humanos saben ya en forma intuitiva acerca de lo que ellos mismos crean, por
ejemplo, acerca del arte, del lenguaje o de la ciencia”, en “El antipositivismo”, Lecciones de lingüística
general, § 1.3.1. En “Lengua abstracta y lengua concreta. La lengua como ‘saber hablar’ históricamente
determinado. Los tres problemas del cambio lingüístico”, Sincronía, diacronía e historia, § 3.2.2, Coseriu
añade esta explicación: “A veces se pretende que el hablar es una actividad ‘inconsciente’ o que los
hablantes ‘no tienen conciencia’ de las normas de la lengua que hablan; pero esta es una idea infausta y
contradictoria que debe desecharse. Una actividad no patológica de la conciencia despierta no es y no
puede ser ‘inconsciente’. [...] Lo que sucede es que el saber lingüístico –el saber hablar y entender lo
hablado– no es un saber teórico, es decir que no puede motivarse o, por lo menos, no puede motivarse en
todas sus partes. Pero, en todo hablante que habla su lengua, es un saber claro y seguro. Pertenece a aquel
tipo de saber al que Leibniz llamaba claro-confuso (o sea, seguro pero no justificable) y a aquel otro al
que el mismo Leibniz llamaba distinto-inadecuado (o sea, que puede justificarse sólo parcialmente),
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2.1.2 El ejemplo de ital. pipistrello podría tratarse en este lugar, pues esta
palabra, en lo que concierne a las posibilidades de su motivación, no establece, en
sentido estricto, una relación con otro signo concreto, sino con toda una categoría de
signos: los diminutivos. Existen muchos otros casos de naturaleza similar.
Un primer ejemplo lo constituye la relación entre el género gramatical de una
palabra y el sexo del ser vivo que ésta designa. Como lingüistas sabemos que esta
relación es, en la mayor parte de los casos, arbitraria. El hecho de que al. Tisch [esp.
mesa] sea de género masculino no tiene que ver, evidentemente, con el sexo de este
mueble: es un hecho condicionado históricamente que remite a una época en que una
concepción antropomórfica de las “cosas”, tanto animadas como inanimadas, estaba
mucho más extendida que en la actualidad. Como lingüistas, ya hemos aprendido a
emanciparnos de esta concepción antropomórfica de las cosas y a distinguir entre
género y sexo. En alemán, por ejemplo, una palabra como Sache [esp. cosa] es
femenina, lo que en modo alguno significa que a las “cosas” se les atribuya un carácter
sexual; en cambio, Weib [esp. mujer], base del adjetivo weiblich [esp. femenino] es una
palabra neutra, aunque no quepa la menor duda sobre las características sexuales del ser
vivo designado con ese término (= del denotatum). Ahora bien, la distinción –en sí
clara– de las categorías de género y sexo es nuevamente propia de la manera de ver las
cosas del lingüista, y no necesariamente de la del hablante252. Los hablantes con
frecuencia ponen en estrecha relación el género y el sexo. En el mundo de
representaciones de las comunidades románicas, en cuyas lenguas la palabra que
designa a la muerte es de género femenino, la muerte aparece como una mujer, mientras
que entre las comunidades germánicas se presenta como un hombre [al. der Tod]:
Ingmar Bergmann tuvo que hacer uso de toda su capacidad de expresión artística para
que su película El séptimo sello [1957] resultase inmediatamente comprensible para las
comunidades románicas, ya que en esta película la muerte aparece, naturalmente, como
hombre. Probablemente el ejemplo más utilizado para mostrar la reducción “ingenua”
del sexo a la categoría de género es el de los nombres del sol y de la luna: en los cuentos
románicos el sol aparece vestido como un hombre [port. o sol, ital. il sole, fr. le soleil,
esp. el sol] y la luna [port. a lua, ital. la luna, fr. la lune, esp. la luna] como una mujer,
aunque el simple saber hablar una lengua linda, por un lado, con un saber oscuro (que comprende todo
aquello que el hablante sabe de modo dudoso) y, por otro lado, con un saber distinto-adecuado, que es el
saber del gramático (lingüista) y del mismo hablante como gramático”; en el § 3.2.3 prosigue: “La verdad
es que los hablantes tienen plena conciencia del sistema y de las llamadas ‘leyes de la lengua’. No sólo
saben qué dicen, sino también cómo lo dicen (y cómo no se dice); de otro modo no podrían siquiera
hablar. Es cierto, por otra parte, que no se trata de ‘comprender’ el instrumento lingüístico (que es asunto
del lingüista), sino de saber emplearlo, de saber mantener (rehacer) la norma y crear de acuerdo con el
sistema”. Véase también “El hombre y su lenguaje”, El hombre y su lenguaje, § 3.2.2 apart. e), y la nota
preliminar de Gramática, semántica, universales, pág. 11; sobre la naturaleza del saber lingüístico, véase
Competencia lingüística, § 3.3 (sobre la distinción hegeliana entre lo conocido y lo reconocido, § 3.3.1, y
sobre los grados del saber propuestos por Leibniz, § 3.3.2). Los comentarios y las distinciones intuitivas
de los hablantes han sido objeto de estudio, en diferentes sentidos, en Johannes Kabatek, Os falantes
como lingüistas, Vigo, Xerais, 2000; en Manuel Casado Velarde, “El saber metalingüístico de los
hablantes, base de la lingüística”, en Ramón González Ruiz, Manuel Casado Velarde y Miguel Ángel
Esparza Torres (eds.), Discurso, lengua y metalenguaje. Balance y perspectivas, págs. 49–62; y en los
trabajos citados más adelante en III § 4.2.2, especialmente nota 539.
252
Sobre los distintos modos de conocer del hablante (modo basado en la experiencia común) y del
lingüista (modo basado en el conocimiento reflexivo) en la filosofía del lenguaje coseriana, véase Antonio
Vilarnovo, Lógica y lenguaje en Eugenio Coseriu, caps. II y III.
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mientras que en los cuentos alemanes se presentan al revés [al. die Sonne, der Mond]253;
no he examinado qué sucede a este respecto en los cuentos eslavos, pero es esperable
suponer que en ellos el sol aparezca como una persona en general, dado que la palabra
para designar el “sol” es en las lenguas eslavas de género neutro [por ejemplo, rus.
solnce, chec. slunce, cro. sunce].
En un trabajo sobre semántica estructural me he ocupado de otro ejemplo que
cabe en esta categoría: se trata de los diversos modos en que se configuran los campos
léxicos254. Los campos semánticos cubren un determinado ámbito de la realidad
extralingüística que se trata de estructurar: por ejemplo, los nombres de los colores
representan en cada lengua una configuración del espectro de la luz visible, del mismo
modo que las designaciones de temperaturas como caliente, tibio, frío, etc. articulan
lingüísticamente el continuo de las temperaturas apreciables por el hombre. No es
indiferente qué estructuras secundarias del léxico intervienen en la articulación del
conjunto de estos campos semánticos. Así, llama la atención que en italiano la gama
correspondiente a las temperaturas medias sólo muestre adjetivos simples: freddo [esp.
“frío”], fresco [esp. “fresco”], tiepido [esp. “tibio”] y caldo [esp. “caliente”]; las
temperaturas más bajas aparecen todas en forma de participios pasivos: gelato [esp.
“helado”], ghiacciato [esp. “convertido en hielo”], etcétera; por su parte, las
temperaturas más altas se expresan con participios de presente: bollente [esp.
“hirviente”], rovente [esp. “candente”], scottante [esp. “abrasante”], etcétera. La
estructuración específica de las designaciones italianas para indicar las temperaturas
extremas permite una motivación secundaria de estas expresiones por el hablante. Esto
no quiere decir, evidentemente, que dicha motivación actúe siempre, en cada utilización
de la palabra correspondiente, sino que siempre queda abierta la posibilidad de que en
los textos italianos los objetos que se designan como muy fríos sean representados como
cosas a las que le ha sucedido algo o en las que algo se ha producido, mientras que las
cosas muy calientes pueden aparecer interpretadas como activas, como cosas que hacen
algo por sí mismas, por ejemplo, “que arden” o “que abrasan”.
Algo análogo sucede con los nombres de los colores en rumano255. En muchas
lenguas románicas la mayoría de los nombres de color son adjetivos simples: fr. rouge
[esp. rojo], vert [esp. verde], jaune [esp. amarillo], etc. De manera secundaria es posible
establecer una relación con determinados objetos mediante la adición de la designación
correspondiente: fr. vert bouteille [esp. verde botella]. En rumano los colores básicos
deben partir de simples designaciones adjetivales, que, por lo demás, se corresponden
con bastante exactitud con las de las demás lenguas románicas; pero existe, además, un
procedimiento morfológico que permite derivar un número ilimitado de nombres de
colores a partir de nombres de objetos: rum. arămiu [esp. “color cobre”], cărămiziu
[esp. “color teja”], cireşiu [esp. “color cereza”], fumuriu [esp. “color del humo”],
sîngeriu [nueva ortografía rumana sângeriu, esp. “color sangre”] etcétera256.
Precisamente estas designaciones de colores derivadas de sustantivos son en rumano las
253
Sobre los problemas que presentan estos ejemplos para la traducción, véase “Lo erróneo y lo acertado
en la teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, § 3.4.2.
254
Probleme der strukturellen Semantik, Tubinga, 1973, § 4.1.1.5.
255
Véase Maria Grossmann, Colori e lessico: studi sulla struttura semantica degli aggettivi di colore in
catalano, castigliano, italiano, romeno, latino ed ungherese, Tubinga, Narr, 1988.
256
Angela Bidu-Vrânceanu, Systématique des noms de couleurs: recherche de méthode en sémantique
structurale, Bucarest, Academiei Române, 1976; también Paul Miron, Aspekte der lexikalischen
Kreativität im Rumänischen, Fráncfort/Berna, Lang, 1977.
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más populares; con ellas, la designación de un color en un texto se pone potencialmente
en relación con una clase de objetos.
En todos estos casos –y podrían aducirse con facilidad muchos otros ejemplos–
conviene distinguir entre la pura designación y el sentido de la designación: dada una
referencia idéntica o similar, dos palabras, en lenguas diversas, pueden evocar [cfr. II §
2.1.3.1, II § 3.1 y nota 262], por medio de su formación o de su género, cosas
completamente distintas, ya que están en cada caso en relación con diversas categorías
de signos de las respectivas lenguas.
257
Añade Coseriu en el texto original que “respecto de estos términos, que sólo podrían explicarse de
lleno en el marco de toda mi teoría del lenguaje, sólo se explica aquí lo indispensable para que se entienda
adecuadamente lo que sigue”. Véase del autor “Einführung in die strukturelle Betrachtung des
Wortschatzes”, en Horst Geckeler (ed.), Strukturelle Bedeutungslehre, Darmstadt, Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, 1978, págs. 193–238, y Das romanische Verbalsystem, Tubinga, Narr, 1976, §§ 1.2,
1.2.3 y 1.2.4; también la temprana formulación en El problema de la corrección idiomática, cap. III. §§
2.0 a 3.1.2. Sobre el origen de la distinción de lenguas funcionales, véanse El problema de la corrección
idiomática, cap. III, nota 12, y “Sobre el desarrollo de la lingüística”, El hombre y su lenguaje, § 1.3.
Coseriu se ocupa de estos conceptos por extenso también en “Lengua abstracta y lengua concreta. La
lengua como ‘saber hablar’ históricamente determinado. Los tres problemas del cambio lingüístico”,
Sincronía, diacronía e historia, § 3.1.4, y en “Introducción al estudio estructural del léxico”, Principios
de semántica estructural, cuando, a propósito del estudio del léxico, se distingue, por una parte, entre
sincronía y diacronía (§ 3.3 y también la monografía Sincronía, diacronía e historia, especialmente,
págs. 238–283) y, por otra, entre arquitectura de la lengua y estructura de la lengua (§ 3.5 y siguientes).
Hay más información, finalmente, en “El estudio funcional del vocabulario”, Gramática, semántica,
universales, § 3.2; también en el trabajo de Peter Wunderli, Principes de diachronie, Fráncfort, Lang,
1990.
258
“Lo que en este caso se entiende por la calificación de ‘propio’ no vale, en efecto, sólo para
sustantivos (‘nombres propios’), como comúnmente se piensa, sino también para adjetivos (español,
quevedesco, gongorino, madrileño), para verbos (hispanizar, rusificar) y para adverbios (ital.
italianamente); y hay hasta ‘pronombres propios’ (Fulano, Zutano, Mengano [véanse, para algunas
importantes consideraciones teóricas, William Edward Collinson, Indication: a Study of Demonstratives,
Articles, and other “Indicaters”, Baltimore, Waverley Press, 1937, y para un análisis descriptivo de los
pronombres personales del español, Manuel Casado Velarde, “Las formas fulano, mengano, zutano,
perengano y su funcionamiento como ordenadores del discurso”, en Pedro Carbonero Cano, Manuel
Casado Velarde y Pilar Gómez Manzano (eds.), Lengua y discurso. Estudios dedicados al Profesor Vidal
Lamíquiz, Madrid, Arco Libros, 2000, págs. 183–195]). Por lo general, la base de las designaciones, en
este sentido ‘propias’ es, ciertamente, sustantiva; pero puede ser también adjetiva (como en el caso de al.
deutsch, ‘alemán’)”, en El problema de la corrección idiomática, cap. III, nota 10. Coseriu designa la
lengua histórica como idioma (y lo histórico, en este sentido, como lo idiomático): “En español, la
existencia del vocablo idioma nos permite distinguir también terminológicamente la ‘lengua histórica’ –a
la que podemos llamar, precisamente, idioma (de donde idiomático, ‘saber idiomático’, ‘tradición
idiomática’– y la ‘lengua’ en general, cuya noción corresponde a cualquier sistema lingüístico”, ídem,
cap. III, § 2.0; en nota a pie, número 11, añade: “Esto, por otra parte coincide en cierta medida con un uso
corriente (no terminológico) en español. Así, se dice idioma español, idioma alemán, etc., pero no se diría
idioma familiar (salvo que se trate de o t r a lengua histórica), sino sólo lengua (o lenguaje, hablar,
p ág ina 79 de 184
2.1.3.1 ¿En qué sentido un determinado signo lingüístico establece una relación
con todo un sistema de signos (en este caso, con una lengua histórica)? Una respuesta
relativamente pormenorizada a esta pregunta puede hallarse en la obra del lingüista y
teórico del lenguaje danés Louis Hjelmslev259. Hjelmslev parte de que todo signo
lingüístico funciona en una doble perspectiva: por un lado, por referencia a la realidad
que se trata de designar, esto es, a los objetos y estados de cosas designados (=
denotata); por otro, cada signo lingüístico remite, simultáneamente, al sistema de signos
del que forma parte. A la primera de estas dos dimensiones del funcionamiento del
signo lingüístico Hjelmslev la llama denotación; a la segunda, connotación260: por
ejemplo, mesa tendría como denotatum “pieza de mobiliario” y “español” como
connotatum. La elección del término connotación por Hjelmslev no es del todo feliz,
pues tanto en la lógica como la semiótica connotación significa algo muy distinto261.
Aquí se empleará, en este sentido, evocación, término que, sin embargo, se usará en un
valor más restringido: la connotación en el sentido de Hjelmslev concierne sólo a una
parte de lo que aquí se denomina evocación262 [cfr. II § 3.1].
La connotación, en el sentido particular que acaba de señalarse, es un aspecto de
la función sígnica del que los hablantes normalmente no son conscientes, porque
mientras los signos se emplean dentro del sistema al que pertenecen, la connotación de
los signos no se actualiza. Sí se actualiza, en cambio, en cuanto un signo se emplea
fuera de su ámbito “normal” de aplicación: para quien está fuera, los elementos de un
lenguaje ajeno poseen en sí con frecuencia algo “típico”, esto es, algo que parece
“caracterizar” en su conjunto a la lengua correspondiente (lengua que, normalmente, no
se conoce o de la que se sabe poco). En este caso lo que importa no es la posibilidad o
imposibilidad de objetivar científicamente esa vaga impresión. En general, se trata de
impresiones que han dado lugar a representaciones bastante difundidas, es decir, a ideas
que, a su vez, pueden formar parte de la tradición cultural de una comunidad histórica.
Los miembros de una comunidad lingüística dada muchas veces tienen una idea
bastante homogénea de cómo es otra lengua distinta263. En los pueblos de lenguas
habla) familiar. Del mismo modo, ‘el idioma de Cervantes’ es el español en general (opuesto, por
ejemplo, a idioma de Dante, ‘italiano’, idioma de Shakespeare, ‘inglés’, etc.), mientras que ‘la lengua de
Cervantes’ puede ser la modalidad particular del español empleada por Cervantes en sus obras: ‘la lengua
individual’ de Cervantes”. Véase, en relación con esto último, la nota 387.
259
Sobre todo, en Omkring sprogteoriens grundlæggelse, Copenhague, Munksgaard, 1943, traducción
española Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1971.
260
En Prolegómenos a una teoría del lenguaje, pág. 160 y siguientes.
261
Véase Jean Molino, “La connotation”, La Linguistique (París), 7, 1971, págs. 5–30; Catherine Kerbrat-
Orecchioni, La connotation, Lyon, Universidad de Lyon, 1977; y Beatriz Garza-Cuarón, Connotation and
meaning, Berlín/Nueva York, Mouton de Gruyter, 1991.
262
“El signo lingüístico concreto (signo en un ‘discurso’ o ‘texto’) no proporciona sólo ‘representación’
(significado conceptual) y no funciona sólo en relación con el hablante (‘manifestación’ o ‘expresión’),
con el oyente (‘apelación’) y con el mundo extralingüístico (‘referencia’, es decir, designación por medio
del significado), sino que funciona al mismo tiempo en y por una red complementaria y muy compleja de
relaciones, con lo que surge un conjunto igualmente complejo de funciones semánticas cuya totalidad
puede llamarse evocación”, en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y su lenguaje, apart.
I, § 1. Sobre las relaciones entre la evocación y el significado, véase “Lenguaje y política”, Lenguaje y
discurso, § 2.2.3.
263
Un buen ejemplo de estos testimonios se encuentra ya en San Isidoro, Etimologías, libro IX, cap. 1, §
8: “La lengua de los pueblos orientales es gutural, como sucede a la de los hebreos y asirios; la de los
pueblos del Mediterráneo es paladial, como la de los griegos y asiáticos, y, finalmente, los pueblos de
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románicas, por ejemplo, suele decirse que el alemán es una lengua “áspera”, “dura” o
“gutural”; y aunque ni la “aspereza”, ni la “dureza” ni esa guturalidad pseudocientífica
poseen aquí ningún sentido preciso, la idea que se han formado del alemán los pueblos
románicos funciona como hecho cultural e incluso llega a manifestarse
lingüísticamente. Es bien conocida en este sentido la anécdota del code-switching del
emperador Carlos I de España, Carlos V en Alemania. Este soberano de un reino
extendido por Europa y ultramar en el que “el sol no llegaba a ponerse” dominaba
razonablemente bien cuatro lenguas europeas. Parece que una vez declaró que él
hablaba en español con Dios, en italiano con los hombres, en francés con las mujeres y
en alemán con los caballos264. Es, probablemente, por la actitud que muestra, una
anécdota nacida en España; a los alemanes quizá pueda servirles de consuelo que con
“alemán” aquí se hace seguramente referencia al flamenco, ya que Carlos V se crió en
Flandes y, por lo tanto, ésta debía ser la variedad de germánico occidental que mejor
conocía. Desde el punto de vista científico, todas las actitudes respecto de las lenguas
que se reflejan en esta anécdota y en otras similares pueden tacharse de absurdas e
ignorarse sin más; sin embargo, desde el punto de vista científico debe considerarse el
hecho de que este tipo de imágenes son reales para los hablantes y que, como tales, sin
duda pueden contribuir a las diversas evocaciones que los signos lingüísticos actualizan
en los textos.
Otra manifiestación de este hecho se encuentra, por ejemplo, en la imitación de
una lengua con los medios de otra265. En muchas ocasiones este tipo de imitación se
limita al campo fónico. Según los hablantes no eslavos, las palabras eslavas terminan en
-atski o -etski, de manera que “hablar lenguas eslavas” resulta facilísimo: ¿Cómo se dirá
en ruso o en polaco un verbo como protestar? Seguramente protestatski. Así es más o
menos como aparece efectivamente en una canción de Reinhard Mey, la Ballade vom
sozialen Aufstieg des Fleischermeisters Fred Kasulzke [esp. La canción del ascenso
p ág ina 81 de 184
social del maestro carnicero Fred Kasulzke]:
Wchny suschna, nix ersatzki?
Fred Kasulzke protestatzki!266
Las imitaciones de esta clase que mejor conozco son las españolas, pero imagino
que acertijos análogos los hay en otras comunidades lingüísticas:
¿Cómo se dice “en árabe” Artajo bajó la maleta? Artajo trajo la valija abajo.
¿Cómo se dice “en árabe” ¡Jaime, pon en el suelo la jaula!? Baja la jaula, Jaime.
¿Cómo se dice “en árabe” limpia la munición? Lava la bala.
¿Cómo se dice un perro con farol “en chino”? Un can con quinqué.
¿Cómo se dice “en inglés” hay metal en tu tejado? Hay zinc en tu techo.
¿Cómo se dice “en japonés” mi cabeza no transpira? Mi coco no suda.
¿Cómo se dice “en alemán” tranvía? Subanestrujenbajen.
266
Reinhard Mey, famoso cantante alemán, narra en esta canción el ascenso social de Fred Kasulzke,
quien, después de haber acumulado una serie de experiencias, decide organizar una manifestación cuyo
objetivo es crear una sociedad justa y feliz, primero en Alemania y después en toda Europa. Para la
promoción de su idea inventa eslóganes. El que construye en inglés es: If your shouting days are through,
Fred Kasulzke shouts for you!; en francés: Un coup d´fil et Fred Kasulzke manifestera pour vous!; en
italiano: Rebellion o alboroto? Llame pronto a Frederico! En los países eslavos se promocionaría con el
eslogan: Wchny suschna, nix ersatzki? Fred Kasulzke protestatzki!: sus dos primeras palabras, sin
significado, constituyen un grammelot; nix es la forma coloquial de decir en alemán nichts [esp. nada, no]
y ersatzki es la “eslavización” de al. ersetzen [esp. “sustituir”], es decir que el eslogan es la “traducción”,
según la imagen que de las lenguas eslavas tienen los alemanes, de una oración como: ¿No desearíais que
Fred Kasulzke protestara por vosotros?
267
Añade Coseriu en el texto original lo siguiente: “Los hablantes del español forman mediante este
procedimiento incluso nombres propios: Echaquilaguaibarre, Echaquiarena, posibles apellidos de un
vasco, pues se piensa que los vascos tienen unos apellidos muy largos y con combinaciones fonéticas
particulares. Además, hay una determinada referencia de contenido: con la actividad que se describe uno
puede representarse a un labrador de cualquier pueblo del norte de España”.
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completamente homogéneas: dentro de una lengua histórica hay diferencias entre
regiones (diferencias diatópicas), entre estratos sociales (diferencias diastráticas) y
diferencias motivadas por la diversidad de las situaciones de habla (diafásicas)268. Una
lengua histórica debe concebirse, por lo tanto, como un complejo conjunto de dialectos
(o modificaciones regionales de la lengua, dialectos secundarios269), niveles de lengua
(en sentido estricto, sociolectos270) y estilos271. Una lengua funcional es, en
268
“Adoptamos los dos primeros términos de L[eiv] Flydal, “Remarques sur certains rapports entre le
style et l´état de langue”, Norsk Tidsskrift for Sprogvidenskap (Oslo), 16, 1951, págs. 240–257, y
proponemos nosotros mismos el tercero. Las diferencias ‘diatópicas’ (claro que no con este nombre) se
conocían bien desde la Antigüedad; así Quintiliano, Institutionis oratoriae, I, 5, 29, observa que los
griegos tienen varios loquendi genera o ‘dialectos’. Las diferencias ‘diastráticas’ las advirtió con toda
claridad, ya en el siglo XVI, el genial gramático portugués Fernão de Oliveira, Gramática da linguagem
portuguesa, Lisboa, 1536, cap. 32: “os homẽs falão de que fazẽ, e por tanto os aldeãos não sabẽ as falas
da corte: e os çapateiros não são entendidos na arte do marear nẽ os lauradores dantre douraminho
entendem as novas vozes que estano vieirão de Tunez com suas gorras” (citado por la edición crítica de
Amadeu Torres y Carlos Assunção, Lisboa, Academia das Ciéncias de Lisboa, 2000). En las diferencias
‘diafásicas’, sobre todo para la lengua literaria, insistió desde sus comienzos la antigua retórica (cuyo
objeto era, precisamente, el hablar circunstancial”, en El problema de la corrección idiomática, cap. III,
nota 12. Véanse, además de las referencias de la nota 257, “Los conceptos de ‘dialecto’, ‘nivel’ y ‘estilo
de lengua’ y el sentido propio de la dialectología”, Lingüística Española Actual (Madrid), III/1, 1981,
págs. 1–32 (para la distinción entre dialecto, nivel y estilo de lengua, especialmente § 3.1.1 y siguientes);
y Competencia lingüística, págs. 160–180. Véanse también los trabajos de Tullio de Mauro, Lingua e
dialetti, Roma, Riuniti, 1993, y Rika van Deyck (ed.), Diatopie, diachronie, diastratie: approches des
variations linguistiques, Gante, Communication & Cognition, 1992.
269
Acerca de los conceptos de dialecto primario y dialecto secundario, hay contribuciones de Coseriu en
“Historische Sprache und ‘Dialekt’”, en Joachim Göschel, Pavle Ivić, Kurth Kehr (eds.), Dialekt und
Dialektologie, Wiesbaden, Franz Steiner Verlag, 1980, especialmente § 5.2. La primera formulación de
estas distinciones se encuentra en español desde 1956/1957, en El problema de la corrección idiomática,
cap. III, § 2.2.4.2: “Los dialectos que se atribuyen a una lengua histórica en virtud de la existencia de una
lengua común no son dialectos de esta última. Al contrario: es la lengua común la que, por su base
dialectal, es uno de esos dialectos. Pero, por la diferenciación diatópica de la lengua común, pueden surgir
nuevos ‘dialectos’ y éstos, sí, pueden considerarse como sus dialectos. Así, el español de América es,
fundamentalmente, un dialecto (mejor dicho, un conjunto de dialectos) de la lengua española común (es
decir, del castellano como lengua común). Y lo mismo cabe decir del andaluz, del canario y hasta del
judeo-español. Los dialectos más antiguos de la lengua común (inclusive el dialecto del cual la lengua
común procede) pueden llamarse dialectos primarios; los dialectos surgidos dentro de la misma lengua
común, dialectos secundarios”. En “Los conceptos de ‘dialecto’, ‘nivel’ y ‘estilo de lengua’ y el sentido
propio de la dialectología”, Lingüística Española Actual (Madrid), III/1, 1981, § 3.1.4 añade que “si,
dentro de la lengua común, se establece una modalidad ejemplar (lengua estándar) también ésta puede
diferenciarse en el espacio y presentar, por tanto, variedades regionales, que serán dialectos terciarios”. A
pie de página se indica que los dialectos primarios “son los únicos que se llaman constantemente
‘dialectos’. En cambio –y muy en particular si se trata de regiones en que persisten dialectos primarios–,
los dialectos ‘secundarios’ y ‘terciarios’ no suelen denominarse ‘dialectos’, sino formas ‘regionales’ de la
lengua considerada: ‘español regional’, ‘francés regional’, etc. Ello porque la lengua común (sobre todo
en cuanto ‘lengua nacional’) se identifica tácitamente con la lengua histórica”. Sobre la dimensión
política de estas distinciones, Coseriu se pronuncia en “Lenguaje y política”, Lenguaje y discurso, cap. II.
270
“En los niveles pueden distinguirse, además, lenguas ‘de grupos’; por un lado, de los grandes grupos
‘biológicos’ (‘lenguaje de los varones’, ‘lenguaje de las mujeres’, muy diferentes en ciertas
comunidades); por otro, de los grupos sociales y profesionales”, en El problema de la corrección
idiomática, cap. III, § 2.2.1.
271
“Los tipos muy generales de estilos conexos, correspondientes a aspectos amplios de la vida y de la
cultura y a tipos conexos de circunstancias, pueden llamarse registros de la lengua (por ejemplo: ‘la
lengua hablada’, ‘lengua escrita’, ‘lengua literaria’)”, ibídem. Véanse también Hans-Martin Gauger, Über
Sprache und Stil, Múnich, Beck, 1995, especialmente caps. 9, 11, 13 y 14; Peter Wunderli, “Stilistische
p ág ina 83 de 184
consecuencia, una técnica del hablar homogénea272 en relación con estos tres aspectos,
esto es, libre de toda variabilidad: por ejemplo, el estilo coloquial de un hablante culto
de una determinada variedad regional de una lengua histórica273. De acuerdo con esta
definición puede advertirse que en el caso de una lengua funcional de lo que se trata es
de una idealización construida desde el punto de vista técnico-descriptivo. Nadie se
expresa sólo en una sola lengua funcional. La falta de homogeneidad se comprobará
siempre, incluso en los textos estilísticamente más uniformes. No obstante, la lengua
funcional no es un constructo artificial, sino una realidad, en la medida en que en cada
punto del texto “funciona” efectivamente: en cada momento de su expresión, el hablante
realiza uno y sólo uno de los sistemas funcionales que conoce, pues de otro modo no
podría siquiera hablar274. La lamentada falta de homogeneidad existe porque al producir
el siguiente segmento de texto, el hablante puede decidirse por un “subsistema” distinto;
incluso empíricamente resulta difícil –por no decir imposible– dar forma a segmentos
textuales muy largos aplicando una técnica del hablar completamente uniforme desde el
punto de vista funcional.
En lo que se refiere a la connotación, en el sentido de Hjelmslev, lo dicho a
propósito de las lenguas históricas sirve, en sus líneas generales, para las lenguas
funcionales: cada signo “connota” (mejor dicho, “evoca”) el subsistema al que
pertenece. Este subsistema, en forma de variedad regional de la lengua común, evoca, a
su vez, un determinado territorio, a sus habitantes y todas las ideas, justificadas o no,
p ág ina 84 de 184
que poseen de ese territorio los demás miembros de la misma comunidad lingüística275;
análogamente, un nivel lingüístico evoca un determinado medio social y un estilo
lingüístico evoca circunstancias especiales del hablar. Sin embargo, estas evocaciones
sólo resultan funcionales cuando hay “mezcla lingüística”, o dicho de un modo más
preciso, cuando se transfieren signos lingüísticos de una lengua funcional a otra distinta.
Si alguien, estando en Baviera y con interlocutores bávaros, habla en dialecto bávaro,
con esto no se evoca nada: la “connotación”, en el sentido de Hjelmslev, está dada
virtualmente, pero no se actualiza. Y lo mismo ocurre en el caso del llamado nivel
“popular” o en el del estilo “familiar”: determinados elementos lingüísticos sólo
resultan “populares” o “familiares” cuando son “vistos desde fuera” (por ejemplo, desde
el punto de vista de la norma prescriptiva), pero no dentro de la lengua funcional misma
de la que forman parte.
En muchas comunidades lingüísticas la “connotación” que descansa sobre la
falta de homogeneidad de las lenguas históricas se utiliza deliberadamente con
propósitos estilísticos; y no sólo en la literatura. En Alemania e Italia, por ejemplo, los
dialectos se utilizan tradicionalmente en determinadas clases de texto: en muchos
chistes alemanes la gracia reside en que el final se cuente en un determinado dialecto; y
aunque el narrador conozca el dialecto muy superficialmente, no por ello renunciará al
intento de imitarlo, pues lo que pretende contar no es un chiste a secas, sino un chiste de
Colonia, de Berlín o de Dresde276. En la comunidad lingüística francesa esto sucede más
esporádicamente, pues para esta función evocativa se emplean, más bien, los niveles
lingüísticos, por ejemplo el llamado français populaire. En cambio, la situación en Italia
se parece más a la alemana, al menos en algunos aspectos: en las comedias o series de
televisión italianas las señoras de la limpieza o las empleadas domésticas suelen hablar
en veneciano, independientemente de que hayan sido caracterizadas como gente del
Véneto.
Con cierta frecuencia la utilización tradicional de dialectos y niveles lingüísticos
para evocar un cierto “colorido local” o “social” acaba generando un tipo especial de
estilo lingüístico que podría denominarse lengua de imitación277. Por ejemplo, en Italia
es típico imitar a los toscanos, sobre todo a los florentinos, a partir de una
“supergeneralización” de determinadas reglas fonéticas del toscano. En toscano el
fonema oclusivo [velar] sordo /k/ (en algunas regiones, también [el fonema bilabial
sordo] /p/ y [el dental sordo] /t/) puede realizarse como aspirado en [h] (en el caso de /p/
y /t/, como [ ] y [θ], respectivamente). Sin embargo, esto sólo ocurre con las
consonantes simples en posición intervocálica, y, por lo tanto, no en aquellos casos en
que, por razones de fonética sintáctica, la consonante se gemina (rafforzamento
275
En “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de la traducción”, El hombre y su lenguaje, § 4.2.2, Coseriu
dice que el lenguaje “puede emplearse con función designativa y al mismo tiempo ‘sintomática’ (es decir,
con la función de describir o caracterizar a los hablantes que lo producen). Así, en un texto en alemán
literario, un personaje puede hablar con rasgos bávaros o en bávaro. Y si hay que traducir tal texto, lo que
el personaje d i c e puede, en principio, traducirse, más no ‘lo bávaro’ de su hablar. Pero ‘lo bávaro’
quizás tenga precisamente como tal una función determinada en el texto en cuestión, a saber, la función a
la que Hjelmslev llamaba ‘connotación’ y que sería mejor llamar ‘evocación’: en este caso, la función de
evocar asociaciones que en la comunidad lingüística alemana suelen relacionarse con los bávaros”.
276
El ejemplo se retoma en Competencia lingüística, pág. 173.
277
Ídem, pág. 193; en la pág. 173 de este misma obra se denominan “dialectos híbridos o dialectos de
imitación”; y en “La lengua funcional”, Lecciones de lingüística general, § 6.2, “lenguajes de imitación”
o “dialectos híbridos”. Véase también Más allá del estructuralismo, págs. 60–65.
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sintattico). Ahora bien, los que no son toscanos y no conocen con exactitud las
condiciones fonéticas precisas de esta fricativización, denominada gorgia toscana278,
aplican, para la imitación de los toscanos, una regla simple de sustitución: k → h, de
modo que en este pseudotoscano se dice [la hasa] [y no [la kasa]], igual que en el
toscano auténtico, pero se dice también [il hane] [esp. “el perro”] o [a hasa] [esp. “en
casa”], lo que en verdadero toscano se pronunciaría [il≅kane] y, por rafforzamento
sintattico, [ak≅kasa]279.
La imitación aproximativa de dialectos puede dar lugar, finalmente, a la creación
de formas literarias especiales280. Así, el escritor italiano Carlo Emilio Gadda imita
continuamente dialectos, pero sin caer nunca en la pretensión de un ideal de
autenticidad realista: sus modos de hablar sirven exclusivamente para evocar
determinados medios, y no se corresponden exactamente con ningún dialecto real. En la
literatura sudamericana existe una lengua literaria para la descripción de la vida de la
gente sencilla en el campo: el llamado gauchesco, lengua de imitación
considerablemente estilizada, pues nadie habla realmente así, que constituye un estilo
lingüístico tan sólo destinado a la evocación de un determinado medio social y a
enmarcar ciertas figuras literarias en ese medio. En Italia también existe una técnica
literaria basada en un uso muy discreto de elementos dialectales: es la técnica conocida
como dialetto travestito [dialecto disfrazado]. Se trata de un fenómeno que aún no ha
sido objeto de investigación; y no es extraño, porque para hacer ese trabajo hace falta
dominar no sólo el lenguaje escrito italiano, sino también el dialecto “oculto” que se
trata de “sacar a la luz”. En esta técnica literaria, el dialecto ni siquiera aparece en
sentido material; tan sólo se presentan en diversos lugares ciertas “señas de identidad”:
un cierto orden de palabras que no es el más usual en italiano, un uso “anómalo” de una
palabra que por lo demás es perfectamente “italiana”, etc. Gracias a este procedimiento
estilístico el lector recibe la impresión de que en su origen el texto no ha sido concebido
en la variedad estándar de la lengua nacional. Por ejemplo, Elsa Morante, la esposa de
Alberto Moravia, se sirve de esta técnica en su novela L´isola di Arturo [1957]: es una
novela escrita en italiano; pero si se conocen los dialectos italianos se advierte en
seguida que por detrás de ciertas expresiones italianas puestas en boca de determinados
personajes se esconde el dialecto napolitano [...].
2.2 Las relaciones con signos de otros textos no se dan entre signos actualizados
en el texto y signos, categorías o sistemas enteros de signos no actualizados (= in
absentia), sino que son relaciones entre los signos de un texto y los signos presentes en
otros textos. Evidentemente, el referente de la evocación no lo constituyen textos
cualesquiera, sino textos que poseen una determinada historia, que pertenecen a la
tradición literaria y cultural de una comunidad lingüística [cfr. I § 5.1.3.5]. En principio,
puede tratarse de un único signo, por ejemplo, de una palabra que se ha utilizado de una
manera específica en una ocasión (= en un texto determinado); sin embargo, lo normal
es que se trate de secuencias de signos (= de combinaciones “hechas” de signos) que se
278
Véase Dieter Geißendörfer, Der Ursprung der Gorgia Toscana, Neustadt/Aisch, Schmidt, 1964.
279
Este ejemplo se recoge en Competencia lingüística, págs. 178–179; con más detalles, en “La lengua
funcional”, Lecciones de lingüística general, § 6.3.
280
También en “La lengua funcional”, Lecciones de lingüística general, § 6.3.
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transmiten íntegramente281. Aquí deben distinguirse dos subclases: por una parte, la
referencia a todo aquello que dentro de una tradición lingüística se transmite como giro
o frase hecha, refranes, etc., esto es, la mera reproducción de lo ya dicho (es lo que he
denominado discurso repetido)282; por otra parte, puede tratarse de textos, literarios o
no, que son tan conocidos en una determinada comunidad lingüística que puede
suponerse que muchos de sus miembros los conocen (en parte, incluso se los saben de
memoria): son las citas famosas283.
281
El concepto de evocación, más allá de lo que apunta aquí Coseriu, se encuentra en la base del actual
estudio de las tradiciones discursivas [al. Diskurstraditionen] en tanto que dimensión esencial de la
construcción del sentido de los textos: “Un texto históricamente situado se relaciona con la constelación
de entornos bajo la cual ha sido producido. Esta constelación de entornos es, a su vez, significable y
puede adquirir valor simbólico. La repetición (siempre parcial) de los entornos de la primera enunciación
e v o c a la repetición del texto (o, por lo menos, la presencia del recuerdo del texto 1, o más
generalmente, de la tradición discursiva). De ahí la importancia semiótica del silencio: la situación 2
evoca el texto 2; aunque éste no se produzca o se modifique, el texto 2 está presente (piénsese por
ejemplo en la repetición de un encuentro, que evoca un saludo, y el efecto del silencio que reemplaza el
saludo esperado)”, en Johannes Kabatek, “Algunas reflexiones sobre las tradiciones discursivas”, en
http://www.kabatek.de/discurso. En esquema:
texto1 ↔ situación1
↕ ↕
texto2 ↔ situación2
Una tradición discursiva, en síntesis, “se puede formar a base de cualquier elemento significable, tanto
formal como de contenido, cuya r e e v o c a c i ó n establece un lazo de unión entre actualización y
tradición textuales; cualquier relación que se pueda establecer semióticamente entre dos enunciados, sea
en cuanto al acto de enunciación mismo, sea en cuanto a los elementos referenciales, a ciertas
características de la forma textual o a los elementos lingüísticos empleados”, ídem. Sobre este concepto,
véanse Brigitte Schlieben-Lange, Traditionen des Sprechens. Elemente einer pragmatischen
Sprachgeschichtsschreibung, Stuttgart, Kohlhammer, 1983; Peter Koch, “Diskurstraditionen: zu ihrem
sprachtheoretischen Status und ihrer Dynamik”, en Barbara Frank, Thomas Haye y Doris Tophinke (eds.),
Gattungen mittelalterlicher Schriftlichkeit, Tubinga, Gunter Narr, 1997, págs. 43–79; en esta misma
miscelánea, el trabajo de Wulf Oesterreicher, “Zur Fundierung von Diskurstraditionen”, págs. 19–41;
Raymund Wilhelm, “Diskustraditionen”, en Martin Haspelmath et alii (eds.), Language Typology and
Language Universals. An International Handbook, I, Berlín/Nueva York, de Gruyter, 2001, págs. 467–
477; y Heidi Aschenberg y Raymund Wilhelm (eds.), Romanische Sprachgeschichte und
Diskurstraditionen, Tubinga, Narr, 2003.
282
En “Introducción al estudio estructural del léxico”, Principios de semántica estructural, § 3.4, y
en “La lengua funcional”, Lecciones de lingüística general, §§ 4.1 a 4.4. Desarrollos de este
planteamiento se encuentran en Harald Thun, Probleme der Phraseologie: Untersuchungen zur
wiederholten Rede mit Beispielen aus dem Französischen, Italienischen, Spanischen und
Rumänischen, Tubinga, Niemeyer, 1978, en Alberto Zuluaga, Introducción al estudio de las
expresiones fijas, Fráncfort, Lang, 1980, y en Ewa Łabno-Falecka, Phraseologie und Übersetzen:
eine Untersuchung der Übersetzbarkeit kreativ-innovativ gebrauchter wiederholter Rede anhand von
Beispielen aus der polnischen und deutschen Gegenwartsliteratur, Fráncfort, Lang, 1995. Véanse
también Gloria Corpas Pastor, Manual de fraseología española, Madrid, Gredos, 1996; y los trabajos
de Leonor Ruiz Gurillo, Aspectos de fraseología teórica española, Valencia, Universidad de
Valencia, 1997, y La fraseología en el español coloquial, Barcelona, Ariel, 1998.
283
Dentro del discurso repetido “ciertas formas no pertenecen de ningún modo a la técnica idiomática,
puesto que no equivalen a unidades combinables de ésta: son las formas que corresponden a textos
completos (o a fragmentos de textos de sentido completo), como las citas y los proverbios. En tal caso no
puede haber oposiciones dentro de la técnica idiomática, sino tan sólo entre un texto y otro texto; se trata,
en realidad, de formas de la ‘literatura’ (en sentido amplio, es decir, también moral, ideología, etc.), de
tradiciones literarias insertas en la tradición lingüística y que deberían ser estudiadas por la lingüística del
p ág ina 87 de 184
2.2.1 En el primer caso, se trata de la posibilidad de utilizar en los textos
determinados signos de manera que tengan que ser entendidos como alusión a ciertas
secuencias de signos preexistentes. Así, un texto como Viel Freund, viel Schand [esp.
Muchos amigos, mucha infamia] se entiende, en general, como alusión del dicho Viel
Feind, viel Ehr [esp. Muchos enemigos, mucho honor), aunque no en el sentido de que
“es un deshonor tener muchos amigos”, sino, más bien, en el sentido de que “quien
solamente es capaz de soportar una confrontación si cuenta con apoyos desde todas las
partes, en absoluto se logra con ello prestigio alguno”. Asimismo, si se dice de alguien
que con él se puede höchstens Esel stehlen [esp. literalmente “a lo sumo, robar burros”],
se entenderá enseguida que el aludido no merece confianza suficiente como para mit
ihm Pferde stehlen [al. mit jemandem Pferde stehlen; esp. literalmente “robar con él
caballos”, propiamente “de absoluta confianza”]. Este tipo de técnica de collage, de
recreación a partir de lo ya dicho, puede contribuir a la constitución del sentido de
nuevos textos284.
2.2.2 [En el segundo caso, la alusión se hace en relación con citas célebres.] Los
límites entre las citas célebres y el discurso repetido no pueden trazarse siempre con
claridad285. Si alguien habla en alemán del bewußter Kern des bewußten Pudels [esp. el
auténtico meollo de la cuestión], aludiendo al verso del Fausto de Goethe “das also war
des Pudels Kern: ein fahrender Scholast!” [esp. “¡entonces éste era la verdadera esencia
del chucho: un escolástico itinerante!”]286, puede tomarse, bien como alusión directa a la
escena del Fausto de Goethe, bien como referencia a una expresión que se ha vuelto
proverbial. En general, sin embargo, suele tratarse de textos inequívocamente
identificables, cuyo conocimiento puede presuponerse en la mayor parte de los
miembros de una comunidad lingüística determinada; o dicho de un modo más preciso,
no se trata aquí de los textos mismos, aisladamente considerados, sino de la posibilidad
de emplear medios adecuados para referirse, en textos nuevos, a textos ya existentes. En
español, por ejemplo, el regreso del peregrino no significa nada más de lo que significa
la expresión como tal; si, por el contrario, se emplea en inglés la expresión the pilgrim's
regress, utilizando en este sintagma justamente la palabra regress y no, por ejemplo,
return, muchos ingleses, no sólo los más cultos, encontrarán aquí una alusión a un texto
bien conocido en su comunidad lingüística: The Pilgrim's Progress [1678–1884] de
John Bunyan. Si en alemán se dice: An einem Ort in Schwaben, an dessen Namen ich
mich nicht erinnern will... [esp. En un lugar de Suabia de cuyo nombre no quiero
acordarme...], este fragmento de texto –al menos entre los no hispanistas– no
significará más de lo que se entiende en principio: que se menciona alguna localidad del
texto y por la filología”, en “La lengua funcional”, Lecciones de lingüística general, § 4.3. Cfr. también II
§§ 5.0, 8.2 y 9.5.
284
“Desde este punto de vista, un discurso concreto puede ser análogo a un cuadro realizado, en parte,
como collage; en el cuadro, además de las secciones ejecutadas con la técnica del pintor que lo pinta,
puede haber también trozos tomados de otros cuadros, pintados por otros pintores”, ídem, § 4.1.
285
“No hay diferencia esencial entre estos textos [ciertas unidades del ‘discurso repetido’, como
expresiones metafóricas, proverbios, dichos, sentencias, ‘wellerismos’, refranes] y las citas de autores
conocidos, salvo el hecho de que muy frecuentemente son anónimos (pero no es raro que sean citas de
textos más o menos conocidos o, al menos, históricamente identificables”, en “Introducción al estudio
estructural del léxico”, Principios de semántica estructural, § 3.4.3.
286
Johann Wolfgang von Goethe, Fausto, vv. 1323–1324.
p ág ina 88 de 184
sudoeste alemán, y que el narrador no desea esforzarse lo más mínimo por rememorar
su denominación exacta; si, en cambio, formulo el fragmento del texto en español y
entre españoles, la mayoría de ellos lo tomarán como una alusión al comienzo del
Quijote: incluso la oración de relativo como: X, de cuyo nombre no quiero acordarme
es suficiente para la identificación de esa referencia. Si durante un curso académico el
profesor dijera a sus alumnos que ya se encuentra nel mezzo del cammin di nostro
corso, en el sentido de que ya se ha dejado atrás la mitad de la materia del curso, para
un estudiante italiano semejante observación constituiría, sin lugar a dudas, una alusión
al primer verso de la Divina Comedia de Dante: “Nel mezzo del cammin di nostra vita”.
Y un texto como: Questo esame non s´ha da fare, né domani, né mai [esp. Este examen
no ha de celebrarse, ni mañana ni nunca], muchos italianos lo pondrían
inmediatamente en relación con un famoso pasaje del primer capítulo de la novela I
promessi sposi [Los novios, 1827–1842], de Alessandro Manzoni: “Questo matrimonio
non s´ha da fare, né domani, né mai”; y, probablemente, tal afirmación sobre el examen
en cuestión se interpretaría comme il faut, ya que el matrimonio al que se opone aquí tan
feroz resistencia en la novela de Manzoni acaba, sin embargo, celebrándose.
En todos estos casos se trata de textos muy conocidos, a los que no sólo es
posible aludir, sino a los que, con gran frecuencia, efectivamente se hace alusión. Así
pues, puede afirmarse que el sentido no deriva tan sólo de la estructura propia de un
texto dado, sino que, en parte, se debe a las relaciones que se establecen entre
segmentos del texto con otros textos existentes. Y no es extraño que el sentido completo
de un texto (en particular, de un texto literario) sólo se descubra en el marco de toda una
obra o de toda una tradición literaria y cultural287.
2.3 Las relaciones entre signos y “cosas” designadas pueden llegar a ser
sumamente importantes para la constitución del sentido de un texto, pero,
lamentablemente, la lingüística actual les ha prestado muy poca atención. En particular,
se ha dedicado muy poca atención a la función icástica del signo, esto es, a la imitación
o evocación directa de la “cosa” designada por medio del significante (= de los hechos
materiales del lenguaje) de un signo o de una cadena de signos288. Esta problemática, en
287
Lo que Coseriu presenta como una relación entre los signos de un texto y los signos de otros textos se
desarrolla en el concepto de intertextualidad (transtextualidad, dentro de una tipología compleja, en
Gérard Genette, Palimpsestes, París, Seuil, 1982). Véanse Ulrich Broich y Manfred Pfister (eds.),
Intertextualität. Formen. Funktionen, anglistische Fallstudien, Tubinga, Niemeyer, 1985; Heinrich Plett
(ed.), Intertextuality, Berlín/Nueva York, de Gruyter, 1991; Susanne Holthuis, Intertextualität: Aspekte
einer rezeptionsorientierten Konzeption, Tubinga, Stauffenburg Verlag, 1993; y Gerda Haßler (ed.), Texte
im Text. Untersuchungen zur Intertextualität und ihren sprachlichen Formen, Münster, Nodus, 1997.
También hay bases importantes para el estudio de la intertextualidad en Manfred Pfister, “Konzepte der
Intertextualität”, en Ulrich Broich y Manfred Pfister (eds.), Intertextualität. Formen, Funktionen,
anglistische Studien, págs. 1–30; Wolfgang Heinemann, “Zur Eingrenzung des Intertextualitätsbegriffs
aus textlinguistischer Sicht”, en Josef Klein y Ulla Fix (eds.), Textbeziehungen, Tubinga, Stauffenburg,
1997, págs. 21–37; y Robert-Alain de Beaugrande y Wolfgang Ulrich Dressler (1997), Introducción a la
lingüística del texto, cap. IX.
288
“Asimismo, lo lingüístico puede emplearse con función designativa y, al mismo tiempo –por el sonido,
el ritmo, la dimensión y otras propiedades–, con función ‘icástica’, es decir, con la función de
‘reproducir’ o representar la realidad designada”, en “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de la
traducción”, El hombre y su lenguaje, § 4.2.3.
p ág ina 89 de 184
sus rasgos fundamentales, es conocida desde el Cratilo de Platón289, y desde hace
tiempo, sobre todo desde el siglo XVIII en adelante, se han distinguido diversas formas
de la representacion directa por medio del signo; en cambio, en la lingüística
contemporánea –salvo algunas excepciones– se considera este campo marginalmente e
incluso se intenta expresamente minimizar su relevancia290.
Para establecer una tipología de la imitación de las “cosas” designadas realizada
mediante los signos lingüísticos debe distinguirse en el nivel de la expresión (=
significante) entre la forma y la sustancia del signo [cfr. II §§ 2.3.2 y 3.2].
2.3.1 En los procedimientos para la imitación por medio de la sustancia del signo
hay, al menos, tres modalidades: la imitación directa por la imagen sonora
(onomatopeya), la imitación indirecta por la articulación y la sinestesia (o analogía de
diversas impresiones sensoriales).
p ág ina 90 de 184
de los patos todos los patos dicen lo mismo, pero en francés los patos dicen couin-couin,
en alemán dicen quak-quak, en danés dicen rap-rap y en rumano dicen mac-mac, de
modo que, y esto vale también para otras muchas onomatopeyas, esta “imitación de
ruidos” es una imitación bastante estilizada y ampliamente dependiente de la tradición
de cada lengua histórica, no una mera imitación naturalista. Todo esto es verdad, pero la
objeción no afecta a lo esencial del problema: lo decisivo es qué significan los
elementos onomatopéyicos para el hablante, no la evaluación objetiva de la imitación en
relación con la “fidelidad de la reproducción”. Para el hablante las palabras
mencionadas imitan determinados ruidos de la realidad y se identifican con el sonido
natural mismo; o dicho de otro modo, el ruido se reconoce en las palabras. Se trata, en
síntesis, de signos que por su finalidad son icásticos: existen expresamente, si no para
reproducir exactamente, sí, al menos, para evocar ruidos naturales con su sustancia293.
Ahora bien, no es infrecuente –y esto es particularmente importante para lo que
aquí interesa– que signos sin función icástica en la lengua la adquieran, sin embargo, en
el texto. Véase, en este sentido, el ejemplo del famoso verso de Ennio [Anales, 140]:
At tuba terribili sonitu taratantara dixit
[y la trompeta con terrible estrépito hace taratantara]
Icástico, en el sentido considerado con anterioridad, sólo es propiamente taratantara, en
tanto que signo que imita el sonido de la trompeta; también tuba es un signo
onomatopéyico294, pero sólo hasta cierto punto, pues, como nombre de un instrumento
de viento, es ya un término designativo. Ahora bien, en este verso de Ennio todos los
signos contribuyen a la imitación, incluso la conjunción at: mediante la aliteración, esto
es, mediante la repetición del fonema /t/, presente en todas las palabras del verso, se
imita el ataque de todas y cada una de las trompetas. De este modo, el verso en su
conjunto resulta icástico, lo que, por cierto, no implica afirmar que sea bueno295.
sintagmática, es decir, combinatoria–, también las palabras compuestas o las derivadas, que, según esa
teoría, en su estructura reflejan situaciones reales o describen la cosa designada (en este caso, en alemán
las palabras kaufen, Mann, Milch y Kanne: comprar, hombre, leche y jarra) serían signos completamente
‘arbitrarios’, mientras que los compuestos, como Kaufmann y Milchkanne (comerciante y jarra de leche),
tendrían una motivación objetiva. Por otra parte, a menudo las muy diferentes condiciones de
representación de los sonidos de la lengua se consideran –y creemos que con razón– como una
posibilidad autónoma de representación del lenguaje, quedando atribuidas a una función icástica ampliada
de los signos lingüísticos; habitualmente, sin embargo, esta función, por su carácter general, queda
estrictamente separada de la función significativa de una lengua particular”. En efecto, “en general se
insiste con demasiada rigidez en el carácter ‘arbitrario’ de los signos; y se insiste porque se entiende el
signo como pura referencia intelectual y se ignora la evocación, que también es ‘significativa’. Con esto
no se quiere negar el hecho evidente de que la composición fonemática de un significante como /mesa/
nada tiene que ver con el concepto de ‘mesa’, puesto que éste puede expresarse también por significantes
como /tavola/, /tabl/, /tiš/ o /stol/. Sin embargo, los fonemas, además de ser diacríticos de los signos, son a
menudo simbólicos de por sí, simbolizan directamente la cosa significada. No hay duda de que palabras
como piar o chirriar no significan sólo porque ‘se distinguen de otras’, sino también por su ‘sustancia’.
Pero, además de estos casos evidentes, muchas palabras pueden adquirir poder de simbolización directa
en un contexto: poseen ese poder como ‘posibilidad’”, en “Forma y sustancia en los sonidos del
lenguaje”, Teoría del lenguaje y lingüística general, apartado V, pág. 204.
293
Véan se Jürgen Trabant, “Onomato-Poetika”, en Jörn Albrecht, Jens Lüdtke y Harald Thun (eds.),
Energeia und Ergon, vol. III, págs. 253–264; y Hermann Hilmer, Schallnachahmung, Wortschoepfung
und Bedeutungswandel, Halle, Niemeyer, 1914.
294
Lat. tuba “trompeta”, voz probablemente formada a partir del sonido tu-tu.
295
Coseriu apostilla que “en realidad, se trata de verso bastante poco afortunado”. Virgilio inserta este
verso en la Eneida, aunque modificado (“At tuba terribilem sonitum procul aere canoro / increpuit”,
p ág ina 91 de 184
En el ensayo “Forma y sustancia en los sonidos del lenguaje” he tratado
brevemente de la función evocativa que el lenguaje posee por su sustancia fónica296.
Cito allí un verso del poeta croata [Vladimir] Nazor:
i cvrči, cvrči cvrčak, na čvoru crne smrče
[y canta, canta la cigarra en el nudo del negro pino]
Nada en este verso es directamente icástico. Indirectamente son icásticos (es decir,
palabras originalmente onomatopéyicas, pero ya del todo gramaticalizadas) el verbo
cvrčati [esp. “cantar”] y el sustantivo cvrčak [esp. “cigarra”]. Las demás palabras, čvor
[esp. “nudo”], crn [esp. “negro”] y smrča [esp. “pino”], no son ni directa ni
indirectamente icásticas en la lengua, pero indudablemente lo son en este verso, pues,
por su sustancia fónica, contribuyen a evocar el canto de la cigarra.
También los signos gráficos pueden ser empleados icásticamente, y no sólo en el
marco de sistemas ideográficos de escritura. Hay un juego de niños muy conocido en la
comunidad española –y, seguramente, también en otras comunidades lingüísticas– que
consiste en escribir las palabras de modo que cada una sea, al mismo tiempo, un dibujo
del objeto que designa, por ejemplo:
☼j☼ S☼L enado e sq u
i
n
a
Según este principio, pueden inventarse nuevas formas de escribir palabras basadas en
la imitación directa de su contenido. Lo que aquí se presenta como un simple juego ha
sido en ocasiones utilizado también por la poesía occidental: por ejemplo, los futuristas
han intentado hacer del aspecto tipográfico, de la forma y tamaño de las letras, o de la
división y longitud de las líneas, un medio de evocación297. En otras culturas esto es
usual desde mucho tiempo atrás: los poemas chinos son habitualmente, al mismo
tiempo, dibujos298.
Eneida, IX, 503–504), porque, según cuenta su comentador Servius, lo tuvo por indigno de la poesía
épica.
296
En Teoría del lenguaje y lingüística general, § 8.4.
297
Véanse, por ejemplo, los poemas de Stéphane Mallarmé (“Un coup de dés”, Oeuvres complètes, págs.
453–477), Guillaume Apollinaire (Calligrammes) o César Vallejo (Trilce).
298
Coseriu añade en el texto original que “dado el carácter ideográfico del sistema de escritura chino, la
forma caligráfica de una poesía posee en su origen una relevancia muy superior a lo que es normal en los
alfabetos de base fonológica”.
299
Cfr. el ejemplo de Charles Bally en Linguistique générale et linguistique française, Berna, Francke,
1965, 4a ed. revisada y corregida, pág. 130: “L´articulation des verbes happer [esp. “atrapar con la boca”]
et lapper [esp. “beber a lengüetadas”] reproduit grosso modo les actions mêmes qu´ils désignent”.
p ág ina 92 de 184
de tal modo que se produzca una cierta relación entre lo dicho en el texto y los
movimientos articulatorios necesarios para decirlo. A ello se refiere el humanista
español Juan Luis Vives en un tratado de retórica del año 1533 titulado De ratione
dicendi. A propósito de las posibilidades imitativas del fonema /r/ afirma300: “R,
impeditissimum efficit, et quasi per acclive et confragosum ascendendum est, ac contra
nitendum; nam velut respirationem quandam habet laborantis. Mirifice Verg. quum
ostendere vellet quo labore crevisset Ethruria et Roma ipsa, infarcit crebrum r: Hanc
Remus et frater: sic fortis Ethruria crevit / Scilicet, et rerum facta est pulcherrima
Roma”. Para Vives, el fonema /r/ es capaz de expresar la superación de un obstáculo,
porque su articulación recuerda la respiración del que está haciendo un esfuerzo; y allí
donde Virgilio quería mostrar con cuánto esfuerzo crecieron Etruria y Roma utilizó con
particular frecuencia el fonema /r/301. Evidentemente, Vives hace referencia aquí del
fonema /r/ apical del latín, que es el que ha prevalecido hasta hoy en todas las lenguas
románicas, excepto en el francés estándar.
“nuit”
(a) noche
(b)
nuit
p ág ina 93 de 184
una equivalencia entre vocal “oscura” = “grandeza o pesadez” y vocal “clara” =
“pequeñez o ligereza”, en el caso de al. dick o ingl. big las equivalencias no funcionan.
Esta evocación sinestésica no concierne al significado de cada signo: los signos
lingüísticos no tienen que ser icásticos, pero pueden serlo. Si se consideran con atención
las afirmaciones anteriores, se advertirá la indistinción de cuestiones que son en sí
diferentes:
a) ¿El signo posee significado exclusivamente en virtud de su sustancia fónica?
Esta imagen es la que parecen tener in mente algunos partidarios de (y sobre
todo, los que son contrarios a) la existencia de una función icástica de los
signos. Toda discusión al respecto estará basada en supuestos equivocados.
b) ¿Puede el signo poseer, además de su significado históricamente conformado,
una función icástica que, si fuera necesario, lo reforzaría? Esta hipótesis no
puede rechazarse categóricamente.
c) ¿Puede el signo adquirir esta función icástica en el texto? Sobre esta hipótesis
no pueden caber dudas reales, como puede comprobarse por los textos de
Ennio, Nazor y Virgilio [cfr. II §§ 2.3.1.1 y 2.3.1.2].
La “imitación en el texto” no se produce en un solo signo, sino, más bien, en una
secuencia; en el verso de Ennio, la conjunción at no tendría ninguna función icástica si
todos los demás signos no contuviesen también el fonema /t/. Análogamente, en el
famoso verso de Luis de Góngora304: “infame turba de nocturnas aves”, la repetición de
la sílaba /tur/ en turba y nocturnas hace surgir una impresión de oscuridad305; es decir,
la imitación sinestésica sólo se produce por la contigüidad de “partes” de diversos
significantes.
Siempre que se trate de la imitación de la realidad por medio de la sustancia
fónica de un signo –bien de la imitación directa por la imagen sonora, bien de la
imitación indirecta por la articulación o la imitación sinestésica– hay que distinguir
entre la función icástica potencial en la lengua y la función icástica actual en el texto.
Aunque en apariencia el significado de un signo y su función icástica potencial no
tengan ninguna relación, la conexión puede llegar a establecerse en el texto, por
ejemplo, en forma de juego de palabras. En “Forma y sustancia en los sonidos del
lenguaje” cito el ejemplo de un poema breve del poeta persa Omar Khayyām306. Un
cuclillo en el techo de un viejo palacio grita: kū, kū, kū. Ésta es la onomatopeya usual
del canto del cuco en persa, pero como, por otra parte, kū en persa significa “donde”, el
canto del cuclillo se interpreta al mismo tiempo como una pregunta: “dónde, dónde,
dónde están los reyes y príncipes que aquí vivían”.
2.3.2 Hasta ahora nos hemos ocupado únicamente del ámbito de la sustancia del
signo, esto es, de lo que en términos de la glosemática se llama la sustancia de la
expresión307. Sin embargo, la expresión del signo posee también una forma. Por forma
del signo o forma de la expresión, en sentido glosemático, se entiende el lugar
sistemático que corresponde a todo elemento sígnico dentro de la estructura de
oposiciones existente en el ámbito de la expresión de una lengua. En la expresión forma
304
Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, estrofa 5, v. 39.
305
Véase Dámaso Alonso, Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, Madrid, Gredos,
1950, pág. 25.
306
En Teoría del lenguaje y lingüística general, § 8.4.
307
Véase, por ejemplo, Louis Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, cap. XIII, págs. 73–89.
p ág ina 94 de 184
del signo, referida al plano de la expresión, se incluyen algunos aspectos más, por
ejemplo, la dimensión (= extensión) de cada signo o cadena de signos, y las relaciones
puramente cuantitativas entre los signos de un texto que la retórica antigua recoge bajo
el concepto de numerus [cfr. II § 1.2.1.1]. En este sentido se sabe, por ejemplo, que la
velocidad puede ser imitada con un ritmo métrico rápido, y que, en general, denotata
susceptibles de una interpretacion “rítmica”, en sentido amplio, pueden ser evocados
por un determinado ritmo, tanto en la prosa como en el verso.
Para mostrar cómo la forma del signo o de las secuencias de signos puede tener
una función icástica, basta considerar el ejemplo –hasta cierto punto, un caso límite– de
la novela de James Joyce Ulises [1922]. En esta novela, la relación entre tiempo de la
narración y tiempo narrado es aproximadamente de 1:1, esto es, la “acción” del relato –
si se puede hablar de “acción” en esta obra– abarca unas veinticuatro horas,
equivalentes más o menos al tiempo necesario para leer la novela o para leerla a otros (=
para “contarla”). Este hecho puede interpretarse como simbólico: es evidente que la
forma del signo (en este caso, la dimensión total del texto) contribuye a la constitución
de su sentido.
2.4 Las relaciones entre los signos, por una parte, y los objetos y estados de
cosas designados por ellos, por otra, no constituyen las únicas relaciones “objetivas” (=
“extralingüísticas” o “extratextuales”) que deben considerarse si se quiere responder
enteramente a la cuestión de la creación y constitución del sentido de los textos. En el
texto, en efecto, los signos no sólo funcionan por sus relaciones directas con las “cosas”,
sino también por las relaciones que existen entre los signos y el conocimiento de las
“cosas” designadas308. Karl Vossler habla, en este sentido, de los “diferentes
significados” que una palabra tan cotidiana como al. Pferd [esp. caballo] puede tener
para los diversos grupos que integran una comunidad lingüística, por ejemplo, para los
oficiales de caballería, para los asiduos de las carreras hípicas o para los niños de una
gran ciudad como Viena, que no tienen ocasión de ver caballos más que de vez en
cuando en el Prater309. La observación de la que parte Vossler es, sin duda, correcta;
resulta equívoco, sin embargo, el uso de la palabra “significado” en este contexto. No
puede estar refiriéndose, evidentemente, al significado lingüístico stricto sensu, ya que,
si así fuese, resultaría imposible la comunicación entre los diversos subgrupos de una
comunidad lingüística y también resultaría superfluo cualquier intento de emplear
significantes unitarios para las mismas “cosas” o estados de cosas. Lo que le interesa a
Vossler es, más bien, el significado en tanto que fenómeno psicológico, esto es, el
significado de algo para una persona o el significado como un aspecto de lo que aquí se
ha llamado evocación [cfr. II § 2.1.3.1]. Hablantes diversos, aun teniendo el mismo
conocimiento respecto de una “cosa”, la conocen, sin embargo, de formas muy diversas,
y en determinadas circunstancias, el uso de ciertos signos puede evocar un
conocimiento específico.
308
Agrega Coseriu en el texto original que “cuando se emplea el término ‘cosas’ no se hace referencia
necesariamente a objetos físicos, sino a la realidad extralingüística en su totalidad, ya sea experimentada,
pensada o imaginada”.
309
Karl Vossler, Gesammelte Aufsätze zur Sprachphilosophie, Múnich, Hueber, 1923, pág. I, versión esp.
Filosofía del lenguaje. Ensayos, Madrid, Instituto Antonio de Nebrija, 1940.
p ág ina 95 de 184
este tipo de evocación, en el ensayo “Determinación y entorno” distinguí un entorno
particular bajo el nombre de región: “Llamamos región el espacio dentro de cuyos
límites un signo funciona en determinados sistemas de significación. Tal espacio está
delimitado, en un sentido, por la tradición lingüística y, en otro sentido, por la
experiencia acerca de las realidades significadas”310. Por ello establecí una nueva
subdivisión del entorno región en zona, ámbito y ambiente: “Se pueden distinguir tres
tipos de ‘región’: zona, ámbito y ambiente. La zona es la ‘región’ en la que se conoce y
se emplea corrientemente un signo; sus límites dependen de la tradición lingüística y
suelen coincidir con otros límites, también lingüísticos [con frecuencia la zona coincide,
pues, simplemente con una lengua histórica o también con un grupo de lenguas
históricas estrechamente emparentadas: depende, en todo caso, de límites lingüísticos,
es decir, de isoglosas]. El ámbito es la ‘región’ en la que el objeto [lo designado] se
conoce como elemento del horizonte vital de los hablantes o de un dominio de la
experiencia o de la cultura, y sus límites no son lingüísticos; así, el espacio dentro del
cual se conoce el objeto ‘casa’ es un ‘ámbito’ [delimitado frente a otros que no poseen
ese objeto, aunque quizá sí otros equivalentes, como esquim. iγlu]. Y el ambiente es una
‘región’ establecida social y culturalmente: la familia, la escuela, las comunidades
profesionales, las castas, etcétera, en cuanto poseen modos de hablar que les son
peculiares, son ‘ambientes’. Un ‘ambiente’ puede poseer signos específicos para
‘objetos’ de ámbito más amplio; puede poseer ‘objetos’ específicos; o bien, puede
poseer signos específicos para ‘objetos’ también específicos: es decir, que puede
funcionar como ‘zona’, como ‘ámbito’, o como ‘zona’ y ‘ámbito’ al mismo tiempo”311.
Se ha tratado ya –aunque a propósito de otro aspecto [cfr. II § 2.1.3.2]– de las
relaciones que se producen cuando una palabra es utilizada fuera de su zona. Pero,
además, existe también un tipo particular de evocación que se produce cuando un signo
se emplea fuera del ámbito de su designatum, por ejemplo, cuando en Europa occidental
se habla de la taiga o de los iglús, o cuando fuera de España se habla de seguidillas,
alboradas o toreros. Con una terminología equívoca suele decirse que estos términos
son “intraducibles”: si “intraducible” quiere decir que cuando se traducen estas palabras
lo que se hace es explicarlas, entonces la expresión es exacta312. El empleo de términos
técnicos en el lenguaje cotidiano representa un ejemplo común de cómo se superan los
límites de un ámbito. Por otra parte, los signos de una lengua histórica cuyos designata
son perfectamente familiares dentro de su ámbito adquieren cierto matiz técnico cuando
se emplean fuera de su región: por ejemplo, es muy improbable que en Japón palabras
como geisha o samurái sean expresiones técnicas, pero en las lenguas europeas sí lo
son, porque se refieren a ‘cosas’ de las que sólo los japoneses tienen una experiencia
inmediata.
Los signos se encuentran en relación con el conocimiento de las “cosas” que
designan; y, a través de él, con el conjunto de una determinada cultura. Un buen
ejemplo de esto es la mitología. Aunque seamos europeos, muy cultos y buenos
310
En Teoría del lenguaje y lingüística general, § 3.3.1.
311
Ibídem.
312
En el texto original añade Coseriu: “Es lo que sucede, por ejemplo, cuando en un texto alemán se
reproduce alborada como ‘Stündchen, das man einem Jubilar früh morgens bringt’ [esp. ‘serenata que se
ofrece de mañana al que celebra algo’], o seguidilla como ‘volkstümliche Strophenform für festliche
Anlässe bzw. ihr Vortrag bei einem solchen Anlass’ [esp. ‘estrofa popular propia de ocasiones festivas, o
su declamación en tales ocasiones’]”. Sobre la “intraducibilidad” de estas palabras, véase “Alcances y
límites de la traducción”, en Lexis (Lima), XXI/2, 1997, § 3.6.
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conocedores de la mitología clásica, en nuestras culturas actuales los nombres
mitológicos suscitarán evocaciones muy diferentes de las que suscitaban en la
Antigüedad, cuando la mitología constituía una forma viva de interpretación del
mundo313: así, el hecho de que en griego se emplee un mismo nombre para designar un
fenómeno de la naturaleza y un dios es extraordinariamente importante para la
interpretación de los textos griegos [cfr. II § 6.3].
p ág ina 97 de 184
un texto. Karl Vossler cita en un ensayo dos versos pronunciados por Mefistófeles en el
Fausto en la escena con el discípulo315:
Grau, teurer Freund, ist alle Theorie,
Und grün des Lebens goldner Baum
[Gris, caro amigo, es toda teoría,
y verde el árbol dorado de la vida]
Vossler interpreta estos versos como muestra de un presunto carácter “ilógico” del
lenguaje, pues en ellos habría una predicación contradictoria: “el árbol dorado es
verde”, y otra carente de sentido: “la teoría es gris”316. Esta interpretación –como tantas
veces ocurre con Vossler– contiene a la vez aciertos y errores. Es verdad que en el nivel
del significado y de la designación estos versos muestran contradicciones o absurdos:
podría decirse que las teorías pueden mostrar diversas cualidades, pero no la de poseer
color; y podría decirse que un árbol no es, en general, de oro, y mucho menos si en la
misma oración se dice de él que es verde. Pero si se pone esto en relación con nuestro
conocimiento de las “cosas”, en este caso, más exactamente, con las ideas y opiniones
difundidas en una determinada comunidad –y es obligado hacerlo, puesto que un texto
sólo puede interpretarse en el plano del sentido–, entonces los versos de Goethe no
contendrán ningún “absurdo” ni ninguna “contradicción”: lo que hacen es asignar a las
teorías propiedades que es costumbre conectar con la idea del gris; y respecto de la vida,
es completamente correcto ponerla en relación con cualidades simbolizadas por el árbol
y por los colores verde y oro. En este caso, el significado y la designación tienen estatus
de significante en el nivel del texto [cfr. I § 5.4.1]; y un significante no puede ser ni
“absurdo” ni “ilógico”.
[2.5] Otros tipos de relaciones entre los signos y el conocimiento de las “cosas”
son bien conocidas desde hace tiempo, y la lingüística, al menos en parte, las ha tenido
en cuenta. La mayoría de los manuales mencionan que en cada acto lingüístico se
expresa y se entiende más de lo que se dice de hecho; y en este sentido suelen aducirse
ejemplos de cómo al hablar se presupone, no sólo un cierto conocimiento de los objetos
de los que se habla, sino también de los objetos y estados de cosas que en el momento
de hablar determinan de algún modo el acto lingüístico. Aquí se distinguen
normalmente dos factores: el contexto y la situación (de habla). Por contexto se entiende
el entorno puramente lingüístico del signo en el texto, esto es, lo ya dicho y –aunque no
siempre– lo que va a ser dicho; por situación, en cambio, se designa el entorno no
lingüístico del signo o de la secuencia de signos, las circunstancias que rodean el acto
lingüístico, e incluso ciertas informaciones que el hablante atribuye tácitamente al
oyente317.
315
Johann Wolfgang von Goethe, Fausto, vv. 2038–2039. Este ejemplo se retoma, en relación con los
tipos de suspensión de la congruencia en el texto, en Competencia lingüística, págs. 143–144, y en Más
allá del estructuralismo, págs. 28–30.
316
Karl Vossler, Gesammelte Aufsätze zur Sprachphilosophie, versión esp. Filosofía del lenguaje.
Ensayos, Madrid, Instituto Antonio de Nebrija, 1940, pág. 1. Véase también Competencia lingüística,
pág. 146.
317
Cfr., entre otros, Charles Bally, Linguistique générale et linguistique française, págs. 43–44; y con
otra terminología (co-text por contexto, context por situación), John C. Catford, A Linguistic Theory of
Translation: an Essay in Applied Linguistics, Londres, Oxford University Press, 1967, pág. 31. También
contribuyen al estudio de los entornos Bronislav Malinowski, “El problema del significado en las lenguas
primitivas”, en Charles K. Ogden y Ivor A. Richards, El significado del significado: una investigación
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Algunos teóricos del lenguaje añaden a estos dos factores un tercero: el universo
de discurso (universe of discourse) [cfr. I § 5.1.3.3 y II § 2.5.4]318. Karl Bühler trabaja
con una clasificación algo más diferenciada, pues distingue el entorno simpráctico, el
sinfísico y el sinsemántico319: con el término entorno sinsemántico se designa
propiamente el contexto lingüístico, esto es, el contexto en sentido usual320; y el entorno
sinpragmático se corresponde más o menos con la “situación” tal como se entiende en
general, pero no con la “situación” en el sentido que se emplea aquí [cfr. I § 5.1.3.4, y II
§§ 2.5.1 y 2.5.2]321. La verdadera novedad en la formulación de Karl Bühler se
encuentra en el entorno sinfísico322, que se corresponde con lo que se denominará aquí
contexto físico [cfr. II § 2.5.3.2 subapart. a)]. Cuando, por ejemplo, en la portada de un
libro aparecen los signos lingüísticos el león, o en una señal de tráfico aparece Tubinga,
estos signos funcionarán en relación con el conocimiento de las “cosas” de los
intérpretes de dichos signos: como se sabe lo que es un libro, se comprende
inmediatamente que en este caso no se designa el objeto “libro” con el signo el león,
sino que lo más probable es que en tal libro se hable sobre los leones; y sabiendo qué es
una señal de tráfico, comprendemos que el sitio en el que se encuentra no se llama
Tubinga, sino que para llegar a Tubinga hay que tomar la dirección que indica.
Estos intentos de clasificar los entornos del hablar son importantes, pero aún
insuficientes. Si se quiere examinar con exactitud y entender completamente el
funcionamiento de los signos en el texto es necesario establecer más distinciones. En
“Determinación y entorno” se encuentan, desde el punto de vista teórico, los
instrumentos necesarios para este objetivo323. En el concepto general de entorno se
presentan reunidas las nociones que otros lingüistas reconocen mediante los nombres de
contexto, situación o universo de discurso324. A continuación se establecen ulteriores
distinciones que se muestran en el siguiente esquema:
SITUACIÓN inmediata
mediata
REGIÓN zona
ámbito
ambiente
CONTEXTO idiomático
verbal mediato inmediato
positivo
acerca de la influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia simbólica, págs. 310–352; John
Rupert Firth, “The technique of semantics”, Papers in Linguistics 1934–1951, Londres, Oxford
University Press, 1957, págs. 7–33; e Ivan Fonagy, Situation et signification, Amsterdam, Benjamins,
1982.
318
Wilbur Marshall Urban, Language and reality: the philosophy of language and the principles of
symbolism, Londres, Allen & Unwin, 1939, trad. esp. Lenguaje y realidad. La filosofía del lenguaje y los
principios del simbolismo, México/Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1952, pág. 160 y
siguientes.
319
Karl Bühler, Teoría del lenguaje, § 10.
320
Ídem, § 10.4.
321
Ídem, § 10.2.
322
Ibídem.
323
En Teoría del lenguaje y lingüística general, especialmente, §§ 3.1.1 a 3.5.2.
324
El nombre entorno es una traducción al español, lengua en la que se publicó el artículo
“Determinación y entorno”, del término Umfeld, procedente de la teoría de Karl Bühler (Teoría del
lenguaje, § 10) y, más allá, de la psicología de la Gestalt.
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negativo
extraverbal físico
empírico
natural
práctico u ocasional
histórico particular universal
actual
pretérito
cultural
UNIVERSO DE DISCURSO
[2.5.1] Por situación debe entenderse algo mucho más específico de lo que en
general suele hacerse. La situación consiste exclusivamente en las circunstancias y las
relaciones de espacio y tiempo que se producen por el hablar mismo, esto es, por el
hecho de que alguien hable con otro (o con otros) sobre algo en un determinado lugar
del espacio y en un determinado momento. La situación es, pues, el entorno por el que
se producen el yo y el tú, el aquí y el allá, el ahora y el entonces, es decir, el continuum
espacio-temporal que se construye en el acto lingüístico “alrededor del hablante”, en
virtud del cual los deícticos espaciales, temporales y personales designan algo concreto
más allá de su significación categorial325. Sobre el concepto de región ya se ha dicho lo
más importante [cfr. II § 2.4.1]. Mediante el término contexto hay que entender la
realidad compleja que rodea a un signo, ya sea en forma de “signos” como en forma de
“no-signos” [cfr. infra II § 2.5.3]326. Finalmente, por universo de discurso se designa el
sistema universal de significaciones al que pertenece un discurso (o un enunciado) y que
determina su validez y su sentido [cfr. I § 5.1.3.3 e infra II § 2.5.4]327.
[2.5.3] Dentro del contexto se distinguen tres tipos que aún pueden ser
ulteriormente articulados: el contexto idiomático, esto es, la lengua misma en la que se
habla (todos los signos de un acto lingüístico se encuentran en una relación in absentia
325
En Teoría del lenguaje y lingüística general, § 3.2.1.
326
Ídem, § 3.4.1. Aquí se añade: “Constituye contexto del hablar toda la realidad que rodea un signo, un
acto verbal o un discurso, como presencia física, como saber de los interlocutores y como actividad”.
327
Ídem, § 3.5.1.
328
Ídem, § 3.2.2.
329
“Los nombres propios, dada su autosuficiencia léxica, suelen ser los instrumentos más idóneos para
crear ‘situaciones mediatas’, es decir, para traer las cosas ‘a la vista’ y al horizonte espacio-temporal del
hablar. Después de haber dicho César cruzó el Rubicón, podemos decir este río [‘el Rubicón’] sin riesgo
de ambigüedad”, en “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del
lenguaje y lingüística general, § 3.2.2.
[2.5.3.1] El contexto verbal en modo alguno está formado únicamente por lo que
precede un segmento de texto, sino que incluye también lo que le sigue332. Es frecuente
que se suponga que sólo lo ya dicho constituye el contexto de un signo dentro del
texto333. Sin embargo, también lo que aún debe decirse forma parte de ese contexto;
incluso lo que aún debe ser dicho puede llegar a modificar completamente la
comprensión de un signo, esto es, puede que lo que se “quería decir” con un cierto signo
en un determinado lugar del texto sólo se entienda cuando se ha terminado de leer el
texto entero334. Si se piensa, por ejemplo, en un término que aparezca en el título de un
tratado teórico, parece claro que el sentido del uso de ese signo se modifica a medida
que avanza la lectura del tratado: en el comienzo no hay más que una intuición confusa,
un saber aún no claro sobre el tema del que se trata, y esta “precomprensión” del signo
se rectifica continuamente en el transcurso de la lectura, en un proceso que quizá no
concluya del todo hasta alcanzar el final del texto.
Conviene distinguir, además, entre contexto verbal mediato e contexto verbal
inmediato, así como entre contexto positivo y negativo. Inmediato significa “en la
inmediata vecindad del signo”, y mediato, “algo más alejado en el texto”, esto es, “algo
más atrás o más adelante”335: en este sentido, el texto en su conjunto representa el
contexto mediato de todos y cada uno de los signos que aparecen en él. Por lo que se
refiere a la distinción entre contexto verbal positivo y contexto verbal negativo, hay que
advertir que usualmente sólo se toma en consideración la existencia del primero. Sin
embargo, es importante tener en cuenta como posible contexto también lo que no se
dice. Muchas funciones se construyen sobre la base de lo que no se dice pero que de
330
“El contexto idiomático es la lengua misma como contexto, como ‘fondo’ del hablar. En lo hablado se
manifiesta concretamente una parte de la lengua, pero esta parte significa en relación con toda la lengua,
con todo el saber idiomático de los hablantes. Todo signo realizado en el discurso significa en complejos
sistemas de oposiciones y asociaciones formales y semánticas con otros signos, que no se dicen pero que
pertenecen al acervo lingüístico de los hablantes. El ‘dictado’ surrealista, la rima, la asonancia, la
aliteración, el juego de palabras son modos de revelar parcialmente las secciones más inmediatas de ese
fondo de saber sobre el cual se proyecta toda palabra concreta”, ídem, § 3.4.2.
331
Véase el concepto de cotexto en John C. Catford, A Linguistic Theory of Translation: an Essay in
Applied Linguistics, pág. 31. También, desde otro punto de vista, János S. Petöfi, “Lingüística del texto”,
en Lingüística del texto y crítica literaria, Madrid, Comunicación, 1978, págs. 53–264, y
Transformationsgrammatiken und eine ko-textuelle Texttheorie: Grundfragen und Konzeptionen,
Fráncfort, Athenäum, 1971; y el trabajo de Teun van Dijk, Texto y contexto. Semántica y pragmática del
discurso, Madrid, Cátedra, 1980.
332
En “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 3.4.3.
333
Por ejemplo, Charles Bally, Linguistique générale et linguistique française, §§ 42–44.
334
El sentido de la reformulación, en sus diferentes variantes, se crea sobre la base de este contexto.
Véase también II § 5.2.2.
335
“El contexto verbal puede ser mediato –constituido por los signos que se hallan inmediatamente antes
o después del signo considerado– o mediato, hasta llegar a abarcar todo el discurso, y, en tal caso, puede
llamarse contexto temático [cfr. II § 7]”, en “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística
del hablar”, Teoría del lenguaje y lingüística general, § 3.4.3.
[2.5.3.2] El contexto extraverbal, por su parte, está constituido por todas las
circunstancias que contribuyen a determinar el modo de utilización del signo y que, en
un primer nivel del análisis, se oponen a los signos como algo no sígnico. Y decimos
“en un primer nivel del análisis” porque debe tenerse en cuenta que las “cosas” pueden
funcionar también como símbolos y, por lo tanto, como “signos de segundo grado”338
[cfr. II § 2.4.2]. Dentro de la categoría del contexto extraverbal pueden distinguirse
subtipos: físico, empírico, natural, práctico [u ocasional], histórico y cultural.
a) El contexto [extraverbal] físico está constituido por las cosas [que están a la
vista de quienes hablan o]339 a las que el signo se adhiere inmediatamente: por ejemplo,
un libro puede formar el contexto físico de los signos de los que consta su título. Este
tipo de contexto se corresponde aproximadamente con el contexto sinfísico de Karl
Bühler340 [cfr. II § 2.5].
c) Por contexto [extraverbal] natural se designa la totalidad del mundo que nos
336
“Un ejemplo extraordinario de discurso político eficaz fundado en el procedimiento de la insinuación
es el célebre discurso de Antonio en el Acto III del Julio César de Shakespeare (discurso ‘político’, por
supuesto, como discurso de Antonio, pero discurso poético en cuanto discurso de Shakespeare y modelo
absoluto de discurso político eficaz”, en “Lenguaje y política”, Lenguaje y discurso, § 2.3.1. Véase,
además, Graciela Reyes, Metapragmática: lenguaje sobre lenguaje, ficciones, figuras, Valladolid,
Universidad de Valladolid, 2002, y José Portolés Lázaro, Pragmática para hispanistas, Madrid, Síntesis,
2004, cap. 2.
337
En “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 3.4.3. En nota a pie (número 54) Coseriu añade: “El enunciado: el sol es más
grande que el Peloponeso es estrictamente verdadero, pues, en efecto, el sol es más grande que el
Peloponeso. Sin embargo, lo que el mismo enunciado sugiere es falso (aunque no fuera ésta la intención
de Anaxágoras), y ello, precisamente, por lo que ‘no dice’, o sea, porque no indica el otro término de la
comparación. Si de una obra que ha tenido diez reseñas favorables y una muy desfavorable decimos sólo
que ‘ha sido ásperamente criticada’, decimos la verdad, pero muy otra cosa es lo que damos a entender. El
‘contexto verbal negativo’ permite este tipo particular de mentira, que consiste en insinuar lo falso
diciendo la verdad”.
338
Véase también ídem, § 3.4.4.
339
Ídem, § 3.4.4 subapart. a).
340
“La deixis real e inmediata ocurre dentro de un contexto físico, por el cual, además, se individúan
implícitamente todas las cosas que el contexto mismo contiene”, ibídem.
341
Ídem, § 3.4.4 subapart. b). Aquí se añade: “por ejemplo, el haber una calle fuera de la puerta; el tener
esta casa cinco pisos; el haber un mar, un río, una playa, un bosque cerca de esta ciudad, etc. Expresiones
como: voy a la playa, está bravo el mar, no salgas a la calle, el señor del primer piso adquieren en el
hablar corriente sentido enteramente determinado, gracias, precisamente, al ‘contexto empírico’”.
Niemeyer, 2001, págs. 584–627. Véanse también los comentarios de Coseriu en Johannes Kabatek y
Adolfo Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind: Eugenio Coseriu im Gespräch, pág. 153.
359
Coseriu se refiere particularmente a la comedia El sueño de una noche de verano (circa 1595).
3.1 Hjelmslev interpreta la lengua363 ante todo como sistema denotativo, y, por
lo tanto, desde la función representativa, pero advierte expresamente la posibilidad de
interpretar una lengua como sistema de signos no denotativos. Mediante lengua
denotativa (denotationssprog) Hjelmslev entiende un sistema de signos en el que ni la
expresión ni el contenido poseen aisladamente función sígnica: la función sígnica
consiste exclusivamente en la implicación recíproca de ambos planos. La expresión es
expresión del contenido, lo que no quiere decir que los dos planos estén estructurados
isomórficamente364. En síntesis, si se hace abstracción de algunos aspectos apenas
considerados, la lengua denotativa de Hjelmslev equivale a lo que suele designarse
como “lengua”365. Ahora bien, Hjelmslev reconoció también la posibilidad de la
existencia de relaciones basadas en el hecho de que tanto la expresión como el
contenido pueden asumir por separado carácter de signo y, así, hacerse en cierto modo
independientes. A las lenguas cuyo plano de la expresión adquiere carácter de signo (=
360
Wilbur Marshall Urban, Lenguaje y realidad. La filosofía del lenguaje y los principios del simbolismo,
pág. 188 y siguientes.
361
Acerca del formalismo de la glosemática, véase “Forma y sustancia en los sonidos del lenguaje”,
Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias (Montevideo), 12, págs. 143–217, recogido
posteriormente en Teoría del lenguaje y lingüística general, apartado V, págs. 174–187; también
“Sincronía, diacronía, historia”, Sincronía, diacronía e historia, § 2.3.
362
Véase “Semióticas connotativas y metasemióticas”, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, págs.
160–173.
363
“Es verdad que Hjelmslev habla de ‘lengua’, pero por ‘lengua’ entiende ‘lenguaje’ y por ‘lenguaje’
cualquier sistema de comunicación intelectual, cualquier sistena en el que se presente la solidaridad
expresión-contenido”, en “Forma y sustancia en los sonidos del lenguaje”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, apartado V, § 8.3.
364
El llamado principio de consustancialidad cuantitativa fue sugerido por Ferdinand de Saussure. En el
Curso de lingüística general no se formula expresamente, pero constituía un dogma implícito en el seno
del estructuralismo: entre significado y significante existe correspondencia biunívoca (tantos significados
como significantes, y, viceversa, tantos significantes como significados). Este principio se apoyaba en la
conocida comparación de la lengua con una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el sonido es el
reverso, y no se puede cortar el uno sin cortar el otro: “En realidad no hay tal principio. El principio del
significado unitario (que no ‘único’) se refiere al plano del contenido, no a la relación entre el plano del
contenido y el plano de la expresión, y no implica la necesaria no-identidad de los significantes que
corresponden a significados unitarios (o sea que no implica que a dos o más significados unitarios no
pueda corresponder un significante único)”, en “La semántica estructural en España”, Analecta
Malacitana (Málaga), XXI/2, págs. 465, nota 11.
365
“Semióticas connotativas y metasemióticas”, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, págs. 161–162:
“La definición de semiótica […] no se refiere a la semiótica individual en contraste con las otras
semióticas, sino a las semióticas en contraste con las no semióticas, es decir, a la semiótica como tipo
jerárquico más alto, a la langue como concepto o clase en cuanto unidad”.
366
Ídem, pág. 161: “En el último capítulo, pese a la considerable ampliación de la perspectiva en él
ofrecida, se ha seguido actuando como si el único objeto de la teoría lingüística fuese la semiótica
denotativa, por la cual entendemos aquella semiótica en la que ninguno de sus planos es una semiótica.
Queda por indicar, ampliando aún más nuestro horizonte, que hay también semióticas cuyo plano de la
expresión es una semiótica y semióticas cuyo plano del contenido es una semiótica. A las primeras las
llamaremos semióticas connotativas; a las segundas, metasemióticas. Puesto que el plano de la expresión
y el plano del contenido se definen solamente por oposición y por relación de cada uno de ellos respecto
al otro, será obvio que las definiciones de semiótica connotativa y de metasemiótica precedentes son sólo
definiciones ‘reales’ provisionales, a las que no podemos adscribir siquiera valor operativo”.
367
“La semiótica connotativa, por tanto, es una semiótica que no es una lengua y en la que el plano de la
expresión viene dado por el plano del contenido y por el plano de la expresión de una semiótica
denotativa. Se trata, por tanto, de una semiótica en la que uno de los planos (el de la expresión) es una
semiótica”, en “Semióticas connotativas y metasemióticas”, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, pág.
166.
368
“En el análisis del texto, consecuentemente, los connotadores aparecerán como partes que entran en
los funtivos, de modo tal que los funtivos sean mutuamente sustituibles cuando se deduzcan esas partes; y
bajo ciertas condiciones se encuentran connotadores en todos los funtivos de un grado determinado. Pero
esto no basta aún para definir un connotador. A la entidad que tenga la propiedad expresada la
llamaremos indicador, debiendo distinguir entre dos tipos de indicadores: señales y connotadores. La
diferencia entre ambos, desde un punto de vista operativo, radica en que una señal puede siempre referirse
sin ambigüedad a un plano definido de la semiótica, cosa que no sucede nunca con el connotador. Un
connotador, pues, es un indicador que se encuentra, bajo ciertas condiciones, en ambos planos de la
semiótica”, ídem, págs. 164–165.
369
“En otras palabras, para ofrecer una situación simple que sirva de modelo hemos operado partiendo de
la premisa de que un texto dado muestra una homogeneidad estructural, de que estamos justificados para
encatalizar al texto un sistema semiótico y sólo uno. Esta premisa, sin embargo, no es válida en la
práctica. Por el contrario, cualquier texto que no sea de extensión tan pequeña que no dé base suficiente
para deducir un sistema generarizable a otros textos, suele contener derivados que se basan en sistemas
diferentes”, ídem, pág. 161.
370
Ídem, págs. 161–162. Véase también Jürgen Trabant, Semiología de la obra literaria, págs. 30–32.
371
Svend Johansen, La notion de signe dans la glossématique et dans l´esthétique, Copenhague, Travaux
du Cercle Linguistique de Copenhague, 1949, págs. 288–303. Sobre la teoría glosemática de la literatura,
véanse Paul Garvin (ed.), A Prague School Reader on Esthetics, Literary Structure and Style,
Washington, Georgetown University Press, 1964, y Jürgen Trabant, Semiología de la obra literaria,
especialmente, caps. I y II.
372
Véase Svend Johansen, La notion de signe dans la glossématique et dans l'esthétique, págs. 289–290.
373
“La stratification du langage”, Essais linguistiques, Copenhague, Nordisk Sprog- of Kulturforlag,
1959, págs. 36–68.
374
En La notion de signe dans la glossématique et dans l'esthétique, pág. 291.
[3.3] Con seguridad todo esto no es incorrecto. Sin embargo, hay algo en este
planteamiento que resulta insuficiente. En primer lugar, la cuestión del sentido sólo se
plantea desde los tipos de signo considerados y desde la “connotación” que pueden
poseer los diversos “estratos” de estos signos, no desde el conjunto de las relaciones en
las que pueden estar integrados los signos. En segundo lugar, todo se considera desde el
punto de vista de la connotación, aunque Johansen no identifique la connotación estética
en un texto con la evocación directa, es decir, aunque no identifique con la evocación lo
que según él constituye el sentido de un texto o de una parte de un texto. Se aprecia en
su trabajo, en efecto, la tendencia a hacer esta distinción. Así, en relación con las
palabras lion y herbe en la estrofa anterior dice: “[lion], quelque chose de puissamment
vital qui é v o q u e le sentiment de la force de la nature, spécialement d´une force
féroce mais noble et majestueuse”; “[herbe], quelque chose de puissamment vital qui
é v o q u e le sentiment de la force bienveillante de la nature”378. Al parafrasear cada
connotador Johansen emplea el término évoquer [esp. evocar], de modo que parece
deducirse que la evocación de un tipo particular de fuerza de la naturaleza no constituye
la connotación propiamente dicha (= el sentido del pasaje que se interpreta), sino que se
constituye mediante la combinación de diversas evocaciones de este tipo; Johansen no
distingue expresamente entre evocación y connotación, pero se diría que a veces parece
375
Habla, por ejemplo, de “libertades sintácticas”, ídem, pág. 293. Según Jürgen Trabant (Semiología de
la obra literaria, págs. 191–199), estas “libertades sintácticas” corresponden, más bien, a la “sustancia
formada” del contenido, pues son también símbolos gramaticales (no léxicos).
376
Svend Johansen, La notion de signe dans la glossématique et dans l'esthétique, pág. 295. Véase
también Jürgen Trabant, Semiología de la obra literaria, págs. 37–39.
377
Ídem, pág. 297.
378
Ídem, págs. 296–297.
379
Jean Racine, Phèdre, I, 1.
380
Safo, “El libro segundo”, 52.
381
Dante, Purgatorio, I, 117.
[3.3.5] Aún podría hacerse una última –y relativa– objeción a las tesis de
382
“Poi che spiegat´ho l´ali al bel desio, / Quanto più sott´il piè l´aria mi scorgo, / Più le veloci penne al
vento porgo, / E spreggio il mondo, e vers´il ciel m´invio. // Né del figliuol di Dedalo il fin rio / Fa che
giù pieghi, anzi via più risorgo. / Ch´i´cadrò morto a terra, ben m´accorgo; / Ma qual vita pareggia al
morir mio? // La voce del mio cor per l´aria sento: / –Ove mi porti, temerario? China, / Che raro è senza
duol tropp´ardimento. // –Non temer, respond´io, l´alta ruina. / Fendi sicur le nubi, e muor contento, / S´il
ciel sì illustre morte ne destina”, citado por la edición de Simonetta Bassi, Bari, Laterza, 1995, págs. 49–
50.
383
En Problemi di Estetica, Bari, Laterza, 1966, 6a ed., cap. XIV, págs. 134–138.
384
Ídem, pág. 135.
4. LENGUAJE Y POESÍA
[4.0] Una de las vías por las que puede accederse a una adecuada comprensión
del lenguaje en general y a una valoración realista de las posibilidades de la lingüística
del texto es el análisis y la descripción de todas las funciones del signo. En relación con
las funciones del signo, además, es posible determinar la esencia del lenguaje poético
[cfr. II § 1.2.1].
[4.1] Todas las relaciones sígnicas consideradas, y con ellas todos los tipos de
evocación que generan, son posibilidades del lenguaje general; no son, en modo alguno,
propiedades específicas del lenguaje poético. Sin embargo, todas estas evocaciones se
presentan sólo de modo latente (= no actualizado) en las diversas modalidades del uso
lingüístico. Una relación tan simple como la motivación interna del signo, explicada a
propósito del ejemplo de las palabras chauve-souris, Fledermaus, vespertilio,
murciélago, etc. [cfr. II § 2.1.1.2], está siempre dada como tal, pero en el hablar
corriente, o en el uso científico del lenguaje, está suspendida (= desactualizada). El
hablante y el oyente atienden directamente a la designación: un chauve-souris es un
animal determinado sobre el que se quiere comunicar algo, no es un “ratón calvo”; y un
Handschuh [esp. guante] no es un “zapato para la mano”, sino un determinado
complemento del vestir [al. Hand, “mano” y Schuh, “zapato”].
385
“Las relaciones mencionadas y los contenidos evocativos que, gracias a ellas –y al menos en forma
latente–, se dan en todo momento, se reducen o se ‘desactualizan’ (quedan inoperantes) la mayoría de las
veces en las diferentes modalidades del uso lingüístico (como, por ejemplo, ‘lenguaje corriente’ o ‘de la
vida diaria’, ‘lenguaje científico’, etc.)”, en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y su
lenguaje, apart. I, § 4. “La actualidad de esas relaciones y de las significaciones que de ellas dependen se
comprueba, en cambio en lo que se llama ‘lenguaje poético’”, ídem, apart. I, § 5.
386
“El lenguaje poético resulta ser, no un uso lingüístico entre otros, sino lenguaje simplemente (sin
adjetivos): realización de todas las posibilidades del lenguaje como tal”, ídem, apart. I, § 6. De este modo,
“el texto literario ocupa a este respecto una posición privilegiada, ya que la poesía (la ‘literatura’ como
arte) es el lugar de la plenitud funcional del lenguaje: del máximo despliegue de sus posibilidades”, en
“La lingüística del texto como hermenéutica del sentido”, Lenguaje y discurso, § 3.3.
387
“El lenguaje poético no puede interpretarse como reducción del lenguaje a una supuesta ‘función
poética’, ni tampoco como lenguaje ulteriormente determinado (lenguaje + una supuesta función poética).
Por un lado, el lenguaje poético no representa una reducción del lenguaje; por otro, no se añade
propiamente ninguna función, ya que las diferentes posibilidades que en el lenguaje se actualizan
pertenecen ya al lenguaje como tal”, en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y su
lenguaje, apart. I, § 7. En este último sentido, “la estilística que podría llamarse ‘desviacional’, es decir, la
estilística que caracteriza la lengua de un poeta (o escritor) como ‘desviación’, como ‘uso peculiar’ u
‘originalidad’ frente al llamado ‘uso lingüístico corriente’, resulta ineficaz y estéril precisamente en el
caso de los grandes poetas. Es imposible, por ejemplo, caracterizar la lengua de Dante como un uso
lingüístico especial dentro del italiano. La lengua de los grandes poetas parece coincidir simplemente con
la lengua histórica, como realización de las posibilidades ya dadas en ésta. También una lengua histórica
es, pues, en cierto sentido, idéntica al ‘lenguaje poético que le corresponde’, y de aquí que no carezca en
absoluto de sentido llamar al italiano ‘la lengua de Dante’ o al inglés ‘la lengua de Shakespeare’”, ídem,
apart. II, § 1.
388
Ídem, apart. I, § 7.
389
El contenido de la expresión modo de hablar en Coseriu encuentra su origen en el término griego
δι λεκτοϖ, “modo de hablar subordinado a una lengua histórica” o “sistema lingüístico menor incluido
en (o distinguido de) uno mayor”. Véase “Los conceptos de ‘dialecto’, ‘nivel’ y ‘estilo de lengua’ y el
sentido propio de la dialectología”, Lingüística Española Actual (Madrid), III/1, 1981, § 2.2. Este empleo
se encuentra ya en los primeros escritos de Coseriu, por ejemplo en El problema de la corrección
idiomática, cap. II, nota 23: “Por su etimología, el término dialecto podría aplicarse a cualquier modo de
hablar distinguido dentro de una lengua histórica. En efecto, desde el punto de vista etimológico, dialecto
significa simplemente ‘modo de hablar’, ‘genus loquendi’. Así, los griegos llamaron también a su lengua
común κοιν∇ δι λεκτοϖ, ‘modo de hablar común’”.
390
Este concepto procede del formalismo ruso, como puede verse en el ensayo de Viktor Šklovskij “El
arte como artificio”, en Tzvetan Todorov, Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Buenos Aires,
Signos, 1970, págs. 55–79, y se retoma en los trabajos de la Escuela de Praga: por ejemplo, en los de Jan
Mukařovský, en particular “Standard Language and Poetic Language”, en Josef Vachek y Libuše
Dušková (eds.), Praguiana. Some Basic and Less Known Aspects of the Prague Linguistic School,
Amsterdam/Filadelfia, John Benjamins, 1983, págs. 165–185 (originalmente publicado en checo en el año
1932); o en los artículos contenidos en Paul L. Garvin (ed.), A Prague School Reader on Esthetics,
Literary Structure, and Style. Véanse también los ensayos de Coseriu, “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y
poesía’”, El hombre y su lenguaje, cap. VIII, e “Información y literatura”, Lenguaje y discurso, cap. V.
391
“La poesía no es, como a menudo se dice, una ‘desviación’ con respecto al lenguaje ‘corriente’
(entendido como lo ‘normal’ del lenguaje); en rigor, es más bien el lenguaje ‘corriente’ el que representa
una desviación frente a la totalidad del lenguaje [...]. Éste es, por lo demás el sentido propio de la
determinación del lenguaje poético, por parte de la Escuela de Praga, como ‘lenguaje desautomatizado’.
Aquí el prefijo negativo des- significa, justamente, la supresión de una negatividad, de una limitación (o
sea, de una ‘automatización’), y, con ello, devolución, restablecimiento de la plena funcionalidad del
lenguaje como tal. De manera análoga puede interpretarse la determinación de Jakobson de la función
poética como función que concierne al ‘mensaje’ mismo, es decir, como ‘uso lingüístico’ en el que lo
dicho vale simplemente como dicho: de hecho, esto no significa sino que el hablar poético es un ‘decir
absoluto’”, en “Tesis sobre el tema ‘lenguaje y poesía’”, El hombre y su lenguaje, apart. I, §§ 9–10.
5.1.1 No existe ninguna técnica para la interpretación de los textos que posea
validez universal. Habitualmente se piensa que el objetivo de los esfuerzos en torno a la
lingüística del texto debe ser la elaboración de un procedimiento para la interpretación
de los textos que tenga validez general, esto es, un procedimiento heurístico que
proporcione –llevando al extremo la formulación– la interpretación “exacta” de
cualquier texto mediante su simple aplicación “científicamente correcta”. Pero
precisamente esto es lo que no puede hacerse. No es posible prever qué relaciones de los
signos pueden comprobarse en un texto determinado, si se considera éste en su
individualidad; lo único realmente posible es la elaboración de un catálogo de
posibilidades generales disponibles para la creación de sentido. Se trata, entonces, de
establecer el registro de lo que cabe esperar, o sea, de los tipos de sentido comprobados
o posibles, y de los procedimientos que suelen conllevarlos o los han conllevado en
discursos ya experimentados. Tal registro, sin embargo, debe entenderse como abierto:
en nuevos textos podrán identificarse nuevos procedimientos y tipos de sentido, o
sentidos nuevos de procedimientos ya comprobados. No existe ningún procedimiento
automático para “enumerar” o, incluso, “predecir” todas las posibilidades imaginables.
La negación implícita de este hecho constituye uno de los puntos débiles de la retórica
antigua. La retórica entendía los textos, precisamente, como resultado de una cantidad
enumerable de procedimientos de producción, y, en consecuencia, implícitamente
pretendía proporcionar un método para producir e interpretar textos de validez universal
[cfr. I § 1.3.2].
392
En Lingüística del texto, pág. 47.
393
Por “universales” no empíricos Coseriu designa la universalidad en cuanto generalidad histórica, esto
es, la universalidad de las propiedades que se comprueban efectivamente en las “cosas”. Se trata de una
universalidad diferente de la universalidad conceptual (= universalidad en cuanto posibilidad) y, sobre
todo, de la universalidad esencial (= universalidad en cuanto necesidad racionalmente deducida de un
concepto). Estos tres tipos primarios de universales del lenguaje pueden establecerse en los tres niveles
del lenguaje: universal, histórico e individual, es decir, respecto del lenguaje en general, de las lenguas y
de los textos. Véase especialmente “Los universales del lenguaje (y los otros)”, Gramática, semántica,
universales, apart. I, §§ 2.1.1 y 3.1; aquí afirma Coseriu que el “catálogo de procedimientos reconocidos
en los textos” es un catálogo de validez histórica, no de validez universal, precisamente porque ha sido
reconocido en los objetos (= textos), y no racionalmente deducido del concepto de “texto”.
394
“Con respecto a lo individual considerado en sí mismo (‘objetos’, no ‘conceptos’ ni ‘clases’), no puede
haber ciencia general, sino sólo descripción y análisis: un objeto sólo puede ser analizado y descrito”, en
“La lingüística del texto como hermenéutica del sentido”, Lenguaje y discurso, § 2.
395
Coseriu defiende aquí un principio que más tarde formula como principio de la tradición: “El
principio del saber del hablante justifica también el principio de la tradición (que, si se quiere, puede
reducirse a la fórmula tradición y novedad). En efecto, si, para la lingüística, el hablante es ‘la medida de
todas las cosas’, si la lingüística se propone explicitar el saber de los hablantes, si el fundamento de las
ciencias de la cultura es el saber originario, y admitiendo –como hay que admitir– que los hombres han
sido siempre seres pensantes, es lícito suponer que en la tradición de la disciplina se encontrarán con
frecuencia los mismos problemas que hoy se plantean, planteamientos y enfoques análogos a los actuales
y también soluciones análogas. ‘La cultura’ –observó cierta vez Menéndez Pidal– ‘es tradición y dentro
de la tradición lo espontáneo, lo inventivo’. Y esto se aplica también a la lingüística y a todas las ciencias
culturales. Más aún: quien, en el ámbito de una ciencia cultural, ignora o rechaza deliberadamente toda la
tradición y dice (o pretende decir) sólo cosas nuevas, no dice nada culturalmente válido, ya que no
responde a una exigencia de la comunidad correspondiente y no se inserta en la cultura a la que pretende
contribuir”, Discurso pronunciado en el acto de investidura de doctor honoris causa del Excelentísimo
Señor Eugenio Coseriu (Universidad de Granada), pág. 31. Véase también Reinhard Meisterfeld, “El
principio de la tradición. Eugenio Coseriu y la historiografía lingüística”, Odisea (Almería), 3, 2003,
págs. 155–166.
[5.2.1] Hay que preguntarse cuál es el método aplicable al nivel al que se refiere
la lingüística del texto, en el sentido aquí considerado. Se trata exactamente del mismo
que se utiliza en la “lingüística como tal”, es decir, en la lingüística como descripción de
las lenguas. En todo análisis lingüístico se parte, explícita o implícitamente, de la
función ya comprendida, y a continuación se comprueba cómo se expresa esa función
en la lengua correspondiente y cómo se relacionan entre sí las diversas funciones. El
método necesario para ello sirve para todo ámbito sígnico: se sustituyen partes de la
expresión de un signo para comprobar si se produce o no una modificación en el plano
del contenido, es decir que se aplica, consciente o inconscientemente [= intuitiva o
reflexivamente, cfr. nota 251], el método de la conmutación397. Este método, tanto en el
396
En Competencia lingüística, § 2.5.6 se añade: “También la lingüística del texto tiene parte en los tres
planos de lo lingüístico. 1) En el plano del hablar en general, las funciones son posibilidades generales del
hablar que pueden o no estar realizadas en una lengua determinada. ‘Realizado’ significa que la lengua
expresa la función con sus propios medios; ‘no realizado’ quiere decir, por el contrario, que el cometido
de facilitar la función se deja al contexto, a la situación o al conocimiento de las cosas. Una posibilidad
general del hablar es, por ejemplo, la expresión de la función ‘exhortación’ mediante una forma del verbo.
2) En el plano de las lenguas particulares encontramos las funciones lingüísticas generales efectivamente
realizadas en una lengua determinada y su especial configuración en esa lengua. Una función lingüística
particular de ese tipo es, por ejemplo, el imperativo. Éste puede estar configurado de distinta manera en
las diferentes lenguas. Así, por ejemplo, una lengua tiene sólo un imperativo para la segunda persona, otra
lengua, en cambio, tiene un imperativo para la tercera persona o para la primera persona del plural. O bien
una lengua tiene un imperativo sólo en el presente, otra en el presente y en el futuro. También podría ser
que en una lengua no haya imperativo y que la función general ‘exhortación’ haya sido asumida por el
infinitivo o por el interrogativo [...]. 3) En el discurso encontramos la utilización de los medios
lingüísticos para la constitución del sentido, i.e. del contenido propio del discurso. Tenemos aquí, por
ejemplo, la exhortación individual efectiva con los rasgos suplementarios que en cada caso la
caracterizan. En el plano del discurso hay que aclarar si se trata de una exhortación en serio o irónica, o es
una exhortación a lo posible o a lo imposible”.
397
“El corolario metodológico o técnico del principio de la funcionalidad es, como hemos dicho, la
conmutación. Dada la solidaridad entre plano de la expresión y plano del contenido de la lengua, la
técnica que se aplica para identificar los elementos diferenciales y, a través de ellos, las unidades
funcionales, es la de sustituir (‘conmutar’) un elemento en una unidad empíricamente dada de la
expresión, con el fin de observar si, al hacerlo, se produce también un cambio en el contenido, y, al revés,
la de sustituir un elemento en una unidad empíricamente dada del contenido, con el fin de observar si con
ello se modifica también algo en el plano de la expresión. Si también en el otro plano se produce un
cambio, ello es señal de que se ha sobrepasado un límite funcional y se ha pasado a otra unidad, o sea, de
que la diferencia que hemos introducido es elemento distintivo en la lengua considerada. [...] Por
consiguiente, dados dos (o más) elementos de expresión (o de contenido) identificables como tales, por la
prueba de la conmutación podemos verificar si son o no son funcionales en la lengua que examinamos, o
sea, si les corresponden necesariamente elementos diferentes también en el otro plano”, en “El principio
de la funcionalidad”, Lecciones de lingüística general, § 3.1. En “El estudio funcional del vocabulario”,
Gramática, semántica, universales, § 4.1.3 se añade que este método “ha adquirido forma explícita en
nuestro siglo [XX] dentro del estructuralismo europeo; pero como método empleado intuitiva y
tácitamente es, en realidad, muy antiguo. [...] En los últimos tiempos este método ha sido sido varias
veces criticado [véase John Lyons, Introducción a la lingüística teórica, Barcelona, Teide, 1979, § 2.3],
pero, en verdad, sin ninguna comprensión de lo que es realmente: en efecto, la conmutación no se basa en
la hipótesis de que a toda variación fonemática en la expresión deba corresponder también una variación
en el contenido (y viceversa), ni tampoco en la hipótesis de que no habría sinónimos ni formas
homófonas; y no consiste, como lo ha creído erróneamente la crítica, en la sustitución de unidades enteras
en el plano de la expresión o del contenido, sino en un cambio sólo parcial de una unidad en uno de esos
planos”.
398
Sobre el concepto de reformulación véase Gerd Antos, Grundlagen einer Theorie des Formulierens:
Textherstellung in geschriebener und gesprochener Sprache, Tubinga, Niemeyer, 1982; Elisabeth Gülich
y Thomas Kotschi, “Les marqueurs de la reformulation paraphrastique”, Cahiers de Linguistique
française (Ginebra), 5, 1983, págs. 305–351; y Corinne Rossari, Les opérations de reformulation, Berna,
Peter Lang, 1994.
5.3 El sentido es algo objetivo, pues está objetivado por los procedimientos
textuales; dicho de otro modo, todo aquello que se entiende como el “sentido de un
texto”, incluidos los contextos a los que el texto se refiere, está dado objetivamente. Es
siempre posible que el sentido no se comprendra completamente, del mismo modo que
un determinado enunciado, desde el punto de vista lingüístico, puede no ser entendido;
pero se tratará, en todo caso, de una limitación empírica, derivada del hecho de que no
hay un método “seguro” para el descubrimiento del sentido, esto es, de la inexistencia
de una técnica de comprensión que funcione como un algoritmo [cfr. II § 5.4.1 y nota
400]. Sólo es posible, en este sentido, una educación para la comprensión, tanto en el
ámbito del texto como en el de las lenguas399.
No obstante, esto en absoluto modifica el hecho de que todo lo que logramos
comprender efectivamente puede atribuirse a las relaciones constitutivas del sentido. El
análisis del texto consiste en la justificación de lo ya comprendido, y, por ello, no hay
nada de arbitrario ni podría llegarse a resultados cualesquiera. El hecho de que haya que
contar en determinados casos con la posibilidad de no haber entendido todo el sentido, o
de haber entendido menos que otro, no afecta a la validez general del principio; también
los análisis puramente lingüísticos se ven continuamente afinados gracias a una
399
Esta educación, en el caso del sentido, se basa en el concepto, central en la fenomenología y el
idealismo lingüístico, de intuición. Las implicaciones relativas a este punto se encuentran en “Lengua,
literatura, valores”, Lenguaje y discurso, cap. VII, especialmente § 3.2.5: “¿Cómo se enseña todo esto? A
través de la interpretación de los textos, haciendo ver al alumno que eso no se puede transmitir como
conocimiento. El alumno tiene que descubrir, en todo lo que es actividad libre y en todo lo que es
actividad ética y cívica, que esto es también norma: su norma y su ideal. Es cierto que este ideal no se
puede desarrollar espontáneamente, pero, precisamente, ésta es la función del profesor: estimular y
mostrar que este ideal es algo que está en el hombre por ser hombre, y que pertenecen a la dignidad
humana todas esas dimensiones, incluidos los deberes que implican”. Véanse, además, los comentarios de
Coseriu en Johannes Kabatek y Adolfo Murguía (eds.), Die Sachen sagen, wie sie sind: Eugenio Coseriu
im Gespräch, cap. 11, especialmente págs. 221–222, y el ensayo “Acerca del sentido de la enseñanza de
la lengua y literatura”, Innovación en la enseñanza de la lengua y literatura, págs. 13–32.
400
Las características históricas de los textos (su tradicionalidad) no funcionan como límite para la
creatividad, sino, al contrario, son condición necesaria para que ésta se desarrolle. En las actividades
culturales, la libertad individual (= la libertad creativa) se integra en la historicidad. Véase Óscar Loureda
Lamas, “Fundamentos de una lingüística del texto real y funcional”, Lenguaje y discurso, cap. VIII, § 7.3
y siguientes.
401
En Lingüística del texto, págs. 57–58 añade Coseriu: “hay otro tipo de generalidad en esta lingüística
del texto que es la ‘tipología de los textos’. Y que las clases de texto se establecen después de la
interpretación según varios criterios: tipos de texto con procedimientos análogos, con construcción
análoga de sentido. Pero partiendo del texto individual hacia el tipo o la clase, mas no al revés, lo que
dicho de otro modo significa que primero existe una novela y después la novela. Esto no es sino un
retomar ciertos procedimientos y hacerlos tradicionales agregándole otros diferentes, de suerte que lo que
después se proponga como clase o género sea un individuo histórico y que considerado en el punto final
pueda ya no tener ninguno de los rasgos esenciales que tuviera en el punto inicial. Porque es propio de los
individuos históricos el presentar continuidad y presentar en todo momento rasgos que ya tenían antes y
que seguirán teniendo y que pueden desaparecer, en principio totalmente, aunque en lo empírico no
ocurre así nunca. Gracias a estos rasgos continuos existen los individuos históricos: un pueblo, un estado,
y un género literario que puede llegar a ser muy distinto al final de lo que fuera en un momento inicial. La
novela picaresca no nació de golpe y entera sino que se escribió como un tipo de cuento que después fue
haciéndose en parte tradicional por ciertos aspectos técnicos, llegando a constituirse por esta continuidad
histórica en este pequeño género llamado novela picaresca. [...] Puesto que las novelas existen y puesto
que tenemos una continuidad del género nos parecería que la clase se da antes y que a posteriori
podríamos decir: ‘Voy a escribir una novela, porque ya sé cuáles son las condiciones para hacerla’. Pero
si lo pensamos bien adverimos que no es así, que este género es un individuo que se ha desarrollado
históricamente y que cuando digo que voy a escribir una novela entiendo que voy a retomar varios rasgos
de esto que ya conocemos en la tradición como novela. Y en este sentido la tipología es ulterior a la
hermenéutica dándose sobre la base de los individuos. [...] Y esta es una de las críticas que yo hago a la
lingüística del texto propiamente dicha, porque en la mayoría de los casos se ocupa primero del plano de
las clases tratando de interpretar a los individuos desde el punto de vista de las clases, y no al revés. Los
títulos de las obras sobre lingüística del texto lo denuncian: tipos de texto, clases de texto, etc.,
ocupándose de los caracteres de clases antes de que se haya hecho interpretación. Claro que esto no
representa ningún peligro si se tiene conciencia de que antes de haber aplicado métodos estrictos de
interpretación ya los hemos aplicado intuitivamente y que también conocemos más o menos ciertos
caracteres genéricos de los textos. Que tenemos para la interpretación de un texto individual una especie
de marco genérico que nos dice qué cosa podemos esperar de tal o cual texto. Y para decirlo con palabras
más llanas, tenemos una idea de qué cosa es un artículo de periódico, de qué podemos esperar de él y de
cómo afrontaremos su interpretación. Claro que la pieza presentará también otros rasgos además de los
genéricos o que quizá no presente algunos de los genéricos conocidos. Pero tendremos un marco
conseguido, no por haber estudiado los rasgos del artículo de periódico o por haberlos deducido de los
otros muchos, sino al revés, porque hemos obtenido la experiencia y porque de a poco se nos ha ido
formando una especie de marco de referencia, una especie de clase que aunque bastante difusa, lo es
como para saber qué cabe esperar de un artículo de periódico”.
402
Véase “Sistema, norma y habla”, Teoría del lenguaje y lingüística general, págs. 11–113, y
“Sistema, norma, tipo”, Lecciones de lingüística general, cap. XII. También Competencia lingüística,
pág. 300: “El plano del tipo es el plano más alto de la técnica de la lengua que puede comprobarse. El tipo
de la lengua comprende las categorías de oposiciones materiales y de contenido, los tipos de funciones y
procedimientos de un sistema o –si son idénticos en este sentido– de diferentes sistemas. Se trata, por
tanto, de los principios funcionales de una técnica de la lengua y, desde este punto de vista, de la totalidad
de las relaciones funcionales entre procedimientos y funciones que aparecen como diferentes en el plano
del sistema”. Véanse más detalles en “Sincronía, diacronía y tipología”, en Actas del XI Congreso
Internacional de Lingüística y Filología Románicas (Madrid 1965), Madrid, CSIC, 1968, vol. I, págs.
269–281; en “Der Sinn der Sprachtypologie”, en Jörn Albrecht, Jens Lüdtke y Harald Thun (eds.),
Energeia und Ergon, vol. I, págs. 161–172; y en “Sprachtypologie und Typologie von sprachlichen
Verfahren”, en Manfred Faust et alii (eds.), Allgemeine Sprachwissenschaft, Sprachtypologie und
Textlinguistik. Festschrift für Peter Hartmann, págs. 269–279.
403
En Lingüística del texto, pág. 57.
5.5 En este punto conviene desarrollar en detalle un problema respecto del cual
ya se han emitido algunos juicios breves y apodícticos: el concepto de desviación (=
desviación poética, libertades poéticas) en la estilística407 [cfr. II § 0.2]. De lo dicho
hasta el momento se infiere que la estilística de las desviaciones debe rechazarse porque
su hipótesis fundamental no es admisible; sin embargo, ello no quiere decir que en el
terreno de los hechos no haya nada que justifique este planteamiento: los errores no son
404
Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, primera parte, cap. 3, “La lingüística estática y la
lingüística evolutiva”.
405
Véase, por ejemplo, Yoshihiko Ikegami, “Sprachtypologie und Struktur des Textes”, en Eugenio
Coseriu, Kennosuke Ezawa y Wilfried Kürschner, Sprachwissenschaftsgeschichte und Sprachforschung
(Ost-West Kolloquium, Berlin 1995). Sprachform und Sprachformen: Humboldt, Gabelentz, Sekiguchi,
Tubinga, Niemeyer, 1996, págs. 47–68.
406
Véase, por ejemplo, Fernando Lázaro Carreter, Lazarillo de Tormes en la picaresca, Barcelona, Ariel,
1983, 2ª ed., cap. 3 “Para la revisión del concepto ‘novela picaresca’, págs. 193–229.
407
Véase también Jürgen Trabant, “Poetische Abweichung”, Linguistische Berichte (Hamburgo), 32,
1974, págs. 45–59; y del mismo autor, Semiología de la obra literaria, pág. 282 y sigs.
408
Véase, por ejemplo, Nils Erik Enkvist, Linguistic Stylistics, La Haya/París, Mouton, 1973, o “Stylistics
and Text Linguistics”, en Wolfgang U. Dressler, Current Trends in Textlinguistics, págs. 174–190; y de
Teun A. van Dijk, Some Aspects of Text Grammars, La Haya/París, Mouton, 1972. Nils Enkvist concibe
las desviaciones estilísticas como una diferencia en la frecuencia de uso de determinados rasgos textuales
entre la lengua poética y en la lengua literaria; Teun A. van Dijk la interpreta como una separación o
alejamiento de las reglas de la gramática “normal”.
[5.5.2] Hace algún tiempo se desarrolló una teoría de la lengua literaria que
encontró mucho eco sobre todo en los países románicos. Su creador, el español Carlos
Bousoño, la llama “teoría de la expresión poética”409. Se trata de un proyecto que
pretende fundamentar desde el punto de vista teórico la estilística de las desviaciones. El
lenguaje poético debería entenderse, según Bousoño, como una técnica de sustitución
sistemática: en toda expresión poética habría tenido lugar una especie de permuta, de
manera que lo “dicho así” se sustituiría por lo “dicho de otra manera”. Esta concepción
se corresponde, efectivamente, con una impresión que se produce con frecuencia al
ocuparse de textos poéticos: si Empédocles habla del ocaso de la vida, se tiene la
impresión de que se trata de una “desviación poética” respecto de la palabra “que se
esperaría normalmente”, esto es, vejez410. En realidad, se trata de una impresión falsa.
Aquello que se presenta aquí como “sustitución” o “desviación” no se origina en la
recepción directa del texto, sino en una reificación inadmisible de un método para la
comprensión de los textos que se domina intuitivamente. Me refiero a la prueba de la
conmutación411 [cfr. II § 5.2.2 y nota 397]. En un texto poético no existen
409
Teoría de la expresión poética, Madrid, Gredos, 1952, en particular, cap. 2.
410
Ejemplo tomado de la Poética de Aristóteles, 1457 b 24–25.
411
Coseriu también critica que Teun A. van Dijk considere la conmutación como procedimiento para
caracterizar la literatura a partir del (= por oposición al) lenguaje corriente: “Otro lingüista –éste, lingüista
del texto–, y sin duda uno de los mejores en lo que concierne a la comprobación de los discursos, el
holandés Teun van Dijk, intenta caracterizar la literatura por la técnica de la expresión, y reconoce que
esto, en realidad, no es posible, porque los mismos procedimientos se dan en otros discursos, incluso en
los de la vida diaria. La diferencia sería sólo estadística, o sea, que se trataría de procedimientos más
frecuentes en los textos literarios o, como él dice, ‘de aquello que una sociedad determinada en una época
determinada reconoce como literatura’, como si la literatura no pudiera en ningún modo definirse como se
definen otras actividades humanas, sino sólo indicarse como aquello que alguien reconoce como tal. Así,
la expresión literaria presentaría procedimientos de sustitución, permutación y adición de rasgos o hechos
con respecto, evidentemente, al uso corriente o al uso más frecuente en otros tipos de discurso.
Advirtamos, entre otras cosas, que se trata en el fondo de lo dicho mucho antes y con fundamento mucho
más sólido, y también con una experiencia mucho más sólida de lo literario, en España, por Carlos
Bousoño en su teoría de la expresión literaria. Pero, precisamente, el libro de Carlos Bousoño se titula
Teoría de la expresión poética, así que trata sólo de la ‘expresión’: pretende caracterizar (= definir,
deslindar) de este modo la literatura. Que tales ingenuidades se digan después de la ontología de la obra
literaria elaborada por Roman Ingarden [Das literarische Kunstwerk, eine Untersuchung aus dem
Grenzgebiet der Ontologie, Logik und Literaturwissenschaft, Halle, Niemeyer, 1931], y que se digan en
el mundo hispánico después de una obra –más modesta, pero excelente desde el punto de vista de la
identificación de la ontología de la obra literaria– como la del filólogo chileno Félix Martínez Bonati, La
estructura de la obra de arte literaria [Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1960] es algo que da
mucha pena, sobre todo pensando en los jóvenes que no han leído a Roman Ingarden y a Félix Martínez
Bonati, y que pueden llegar a creer que lo otro es lo último establecido por la ciencia más moderna. Y no
sólo apena que se diga eso después de Roman Ingarden y Félix Martínez Bonati, sino que se diga incluso
[5.5.3] Debería quedar claro con esto por qué la denominada “estilística de las
desviaciones” debe rechazarse desde sus supuestos teóricos, pese a que no todas las
afirmaciones que se han hecho en relación con este método sean equivocadas: el
supuesto básico sobre el que se funda corresponde a una intuición errónea de la prueba
de la conmutación. Esto explica que, desde un punto de vista estrictamente práctico, sus
resultados puedan tener valor. Es verdad, por ejemplo, que en el texto –en cualquier
texto, no sólo en los textos poéticos– algo “llama inmediatamente la atención”, y que
entre esta impresión y el sentido del texto hay una conexión esencial; pero esta intuición
no se origina en lo que pretenden hacer creer los “teóricos de las desviaciones”: el
sentido no resulta de una desviación respecto del uso lingüístico corriente, sino de la
comprensión misma. En algunos casos esto se demuestra fácilmente. Así, el hecho de
que en El Quijote una misma persona reciba continuamente nombres nuevos [cfr. II §
5.6.2] no es un descubrimiento consecuencia de una “desviación”, ya que a este respecto
no existe ningún uso consagrado como “normal”. Es más, lo que llama la atención en un
texto puede consistir en una extraordinaria acomodación al uso lingüístico cotidiano
[cfr. II § 5.6.3 y 6.5]: en tal caso, el sentido se produciría –expresándolo en los propios
términos de la “estilística de las desviaciones”– por la “renuncia a la desviación”.
después de Aristóteles, quien señalaba, por ejemplo, que la métrica no hace de ningún modo la poesía, y
que un discurso filosófico en versos sigue siendo filosofía, y no es por ello poesía [Poética, 1451b]. Los
aspectos superficiales de la expresión no son los definitorios, y no permiten siquiera deslindar (= definir,
separar) lo literario de lo no literario”, en “Información y literatura”, Lenguaje y discurso, § 1.2.1. Añade
Coseriu, ibídem, que, sin embargo, “es cierto que van Dijk advierte que se trata de procedimientos del
análisis, no de procedimientos de la expresión misma, de modo que los hechos que él considera
característicos de los textos literarios pueden presentarse –y es más fácil presentarlos a nuestra vista–
como si fueran supresiones, sustituciones, adiciones, etc., mientras que desde el punto de vista del autor
no son en absoluto supresiones, sustituciones, adiciones, etc.: sólo para el análisis, para –digamos– la
manera de describirlos, estos hechos pueden presentarse como tales”.
412
Sostiene Coseriu que “los procedimientos identificables [en la conmutación] como tales no son
procedimientos de la creación o de la expresión literaria misma, sino que son procedimientos del análisis,
o lo que es lo mismo, modos de describir, conmutaciones que hacemos nosotros al interpretar el texto
mostrando que ‘si lo hubiera dicho como no lo ha dicho, hubiera estado mal’; porque lo que hacemos es
simplemente decir –ésta es la necesidad misma de decir–: ‘Sólo así está bien; si lo hubiese dicho de otro
modo’ –y esa es la conmutación que nosotros hacemos– ‘entonces no habría dicho el autor lo que ha
dicho’. [...] Se trata de la conmutación aplicada por el intérprete del texto para analizarlo, y para mostrar,
precisamente, la necesidad de la expresión literaria en el texto literario tal y como en ese texto
efectivamente se presenta: puede afirmarse que si Santa Teresa, en lugar de ‘no me mueve mi Dios para
quererte’, hubiese dicho ‘no me convence’ o ‘no me lleva’, no habría estado bien, pero ello no significa
que Santa Teresa haya reemplazado ‘no me convence’ o ‘no me lleva’ por ‘no me mueve’, sino que esto
es simplemente un procedimiento empleado por la crítica. No son procedimientos para decir lo mismo,
sino modos de ser de la expresión literaria, aspectos necesarios de la obra en cuanto obra efectivamente
lograda”, en “Información y literatura”, Lenguaje y discurso, § 1.2.1.
5.6.2 Con el fin de mostrar de una manera más plástica que las extensiones
anteriores son necesarias, podría relativizarse y corregirse una famosa interpretación del
como propuestas normativas”. Tanto sobre las unidades a través de las que se articula un texto
(monológico o dialógico) como sobre las unidades superiores al texto la investigación dentro de la
lingüística del texto ha sido considerablemente inferior a la investigación generada dentro de otras
orientaciones de los estudios sobre el hablar, como el análisis del discurso, en general, y el análisis
conversacional, en particular: véanse, en este sentido, los trabajos de Emanuel Schegloff, realizados desde
el punto de vista etnometodológico, los de Eddy Roulet y la Escuela de Ginebra, y los ensayos publicados
desde la Escuela de Birmingham por John M. Sinclair, Michael Stubbs y Malcolm Coulthard. En español
existen trabajos sobre unidades dialógicas (turno, interacción, intercambio), como los de Beatriz Gallardo
Paúls, Lingüística perceptiva y conversación: secuencias, Valencia, Universidad de Valencia, 1993;
Marisa Pérez Juliá, Lingüística textual: un estudio sobre la unidad párrafo, Valencia, tesis doctoral,
1993; Antonio Briz, “Las unidades de la conversación”, en Antonio Briz y Grupo Val.Es.Co. (eds.),
¿Cómo se comenta un texto coloquial?, Barcelona, Ariel, 2000, págs. 51–80; Catalina Fuentes Rodríguez,
Lingüística pragmática y Análisis del discurso, Madrid, Arco Libros, 2000, cap. 2; y Antonio Briz, y
Grupo Val.Es.Co., “Un sistema de unidades para el estudio del lenguaje coloquial”, Oralia
(Madrid/Almería), 6, 2003, págs. 7–61. La unidad mínima a la que se refiere Coseriu podría ser el
enunciado (Émile Benveniste, Problemas de lingüística general, París, Gallimard, vol. I de 1966 y vol. II
de 1974, o Dominique Maingueneau, Les termes clés de l´analyse du discours, París, Seuil, 1996).
416
Véase, por ejemplo, “Formule di confessione meridionali in caratteri greci”, Saggi di critica
semantica, págs. 281–330; “Due ricette in volgare siciliano del sec. XIII”, Nuovi saggi di critica
semantica, págs. 185–198; y “La formula ‘paricidas esto’ y “La formula ‘ite missa est’”, Altri saggi di
critica semantica, respectivamente, págs. 41–110 y 129–182.
421
Ídem, pág. 177.
422
Ídem, pág. 178.
423
Ídem, pág. 181 y siguientes.
424
En Lingüística del texto, pág. 71, cita esta conferencia “dictada hace ya 23 años (no publicada
todavía)” en Montevideo. Dado que el curso recogido en este libro se impartió en San Juan, Argentina, en
el año 1981, Coseriu sitúa la conferencia sobre El Quijote, y el manuscrito del correspondiente texto, en
el año 1958. Según los datos recogidos por José Polo en el Archivo Coseriu, la mencionada disertación,
bajo el título “El lenguaje de Cervantes”, fue impartida el 25 de junio de 1955 en la Casa de España en
Montevideo, dentro del ciclo de conferencias 350 aniversario de la publicación de El Quijote; en buena
parte coincide con una segunda, titulada “Cervantes y el lenguaje”, impartida el 7 de noviembre de 1997
en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas en la Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima) dentro
del coloquio Miguel de Cervantes Saavedra: 450 años.
425
Por ejemplo, el episodio de la liberación “que dio Don Quijote a muchos desdichados que, mal de su
grado, los llevaban donde no quisieran ir”, El Quijote, I, 22.
426
“Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que en cuanto
hablaba y respondía mostraba tener bonísimo entendimiento; solamente venía a perder los estribos, como
otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería”, El Quijote, I, 49.
427
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella
no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la
honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir
a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que
dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me
sentidot
t = texto
parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que
lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas
son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan,
sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”, El Quijote, II, 58.
428
El Quijote, II, 42–53.
429
El Quijote, I, 1.
Aplicado a nuestra enmienda a la interpretación que hace Spitzer del Quijote, resulta lo
siguiente:
acciones discursos sobre utopía política vida cotidiana
polionomasia
libertadoras la libertad (ínsula Barataria) (no hacer nada)
salud de
tema de la libertad/demencia de Don Quijote
Don Quijote
(perspectivismo = visión
limitada del hombre) curación de la demencia
posible sentidop frustración de la esperanza de la libertad
“tragedia”
5.6.3 En otro lugar se ha explicado que ciertas variedades de una lengua pueden
evocar el milieu (o “connotarlo”, en el sentido de Hjelmslev) en el que normalmente se
encuentra esa variedad, y que esta evocación puede contribuir al sentido de un texto
[cfr. II § 2.1.3.2]. La obra de Kafka representa en este sentido un campo fecundo para la
investigación. Aquí no se trata de un limitado efecto de “verosimilitud” en una
determinada narración de Kafka, sino del valor del empleo de un determinado estilo de
lengua en el conjunto de su obra430.
Lo que llama la atención siempre en la lectura de Kafka es su peculiar modo de
hablar: un estilo burocrático sobrio, preciso, podría decirse que obsesionado por la
precisión, esto es, una especie de “lenguaje administrativo” estrictamente informativo,
casi científico; incluso en ocasiones se dice expresamente que el texto debe tomarse
como un informe sobre hechos realmente sucedidos: un cuento se titula, precisamente,
Ein Bericht für eine Akademie [Un informe para una academia]431 [...].
a) Existe, por una parte, un ser que visto de lejos parece una bovina de hilo plana
y en forma de estrella, pero que, más de cerca, parece presentar una constitución algo
más compleja432. El ser en cuestión muestra una notable movilidad, es totalmente
inofensivo, y está en condiciones de dar respuestas satisfactorias, aunque poco
430
En español, Franz Kafka, Obras completas, Barcelona, Teorema, 1983, 4 volúmenes.
431
Franz Kafka, Obras completas, tomo IV, págs. 1152–1164.
432
Franz Kafka, “Las preocupaciones de un jefe de familia”, Obras completas, tomo IV, págs. 1141–
1143.
b) Por otra parte, pasan también cosas de índole muy distinta. En Las
metamorfosis, por ejemplo, un representante de comercio se despierta una mañana y
comprueba que se ha convertido en un monstruoso insecto. Esta metamorfosis
supondrá, a partir de entonces, una serie de consecuencias para su vida, y en su entorno
más inmediato se producirá un largo debate cuyo resultado será la convicción, a la que
él mismo será quien menos pueda sustraerse, de que en una familia burguesa no se dan
las condiciones apropiadas para la vida de un insecto monstruoso.
En un segundo cuento, un campesino pide entrada en la ley435. Un portero con
una larga y fina barba negra tártara le indica que aguarde. Los intentos de soborno del
campesino resultan ineficaces, entre otras cosas porque hay muchos porteros, de
jerarquía progresivamente superior, que protegen la ley de intrusos. Pasa el tiempo, y la
vida de ese hombre sencillo se acerca a su fin. Sin esperanza ya de alcanzar su objetivo,
ya marcado por la muerte, pregunta por qué en todo ese tiempo él ha sido el único que
ha deseado entrar en la ley. Por la simple razón, le responden, de que la entrada que se
encuentra ante él estaba hecha tan sólo para él: con su muerte esa entrada ya no tendrá
función y podrá cerrarse definitivamente.
En otra ocasión se cuenta que una pareja de hermanos pasa en un pueblo
desconocido por delante de la puerta de un cortijo436. No puede excluirse con certeza
que la hermana, a propósito o sin querer, haya golpeado la puerta. Algunos testigos
presenciales del caso, para el cual no es posible aportar pruebas irrefutables, les
advierten de lo sucedido con evidentes signos de temor. Un proceso judicial será
inevitable, y el resultado desfavorable parece seguro. En el último instante, con ayuda
de un pretexto, el altruista hermano conseguirá evitar el arresto de la hermana, pero él
433
Franz Kafka, “El nuevo abogado”, Obras completas, tomo IV, págs. 1121–1122.
434
Franz Kafka, “Una confusión cotidiana”, Obras completas, tomo IV, págs. 1301–1302.
435
Franz Kafka, “Ante la ley”, Obras completas, tomo IV, págs. 1131–1133.
436
Franz Kafka, “Un golpe a la puerta del cortijo”, Obras completas, tomo IV, págs. 1297–1298.
mundo fragmentario,
horrible
cotidianeidad de:
– personas
– nombres
– profesiones
nuestro mundo
[6.0] Una vez señalados los problemas de la articulación del sentido en el ámbito
del texto concluido o de la obra de un autor, pretendo mostrar, mediante algunos
ejemplos de literatura culta y de literatura popular, cómo surge el sentido a partir de las
diversas relaciones de los signos en el texto. A diferencia de los ejemplos anteriores
[cfr. II §§ 2 y 3], aquí ya no se trata ni de la “teoría de los textos” ni de la “lingüística
del texto general”, sino de la lingüística del texto como comentario de texto o
explicación del texto, esto es, de la lingüística del texto como elucidación de la
“gramática” de un texto dado [cfr. II § 5.1.2].
439
Alcée/Sapho, edición bilingüe griego-francés, fragmento 54.
440
Esquilo, Agamenón, vv. 1072–1073.
441
“La función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de la selección sobre el eje de la
combinación”, Lingüística y poética, pág. 40.
6.3 El tercer ejemplo, una estrofa de una canción de Safo442, muestra cómo surge
el sentido en relación con el contexto extraverbal cultural [cfr. II § 2.5.3.2 subapart. f)],
es decir que muestra cómo determinadas tradiciones culturales pueden aparecer como
factores constitutivos del sentido. La estrofa es la siguiente:
↑Εσπερε, π ντα φ ρειϖ, ⎨σα φα°νολιϖ
σκ δασ≅ Α∪ωϖ
φ ρειϖ ⎨ιν,
φ ρειϖ α≡γα, φ ρειϖ πυ µ τερι πα″δα.
[Oh, crepúsculo, tú traes de vuelta cuanto
dispersó la brillante Aurora,
traes la oveja,
traes la cabra, traes junto a la madre la hija]
La traducción podría sugerir que se presenta el cuadro de un estado de la naturaleza
misma, esto es, una invocación a la paz del crepúsculo. Una interpretación de este
género vería en las designaciones “Héspero” y “Eos” fenómenos de la naturaleza
personificados. Sin embargo, con ello se dejaría de lado la tradición cultural en la que se
inserta este poema, o mejor dicho, se le endosaría una tradición cultural completamente
distinta. En el comienzo de la estrofa se halla un vocativo, ↑Εσπερε, de modo que el
dios Héspero es invocado directamente. Él está en eterna pugna con el “brillante” Eos;
ahora acaba de vencer, pero mañana vencerá Eos, y repartirá por el mundo la oveja, la
cabra y la niña. En consecuencia, no se trata tan sólo del reposo del atardecer, sino de la
inquietud que nace del conocimiento del ritmo eterno: dos dioses se hallan en una lucha
permanente que determina también la vida de los hombres y cuyo desenlace éstos no
pueden controlar.
442
Epithalamia, poema 120.
443
“El libro quinto”, fragmento 94.
444
“En efecto [...], las lenguas no emplean necesariamente significados ‘homólogos’ para las mismas
designaciones; o, dicho de otro modo: las lenguas no clasifican siempre necesariamente bajo significados
homólogos los mismos ‘hechos’. [...] Se podrá objetar que esta distinción [relativa a la ‘discrepancia en la
designación’], muy importante en la teoría semántica, no lo es tanto para la práctica de la traducción, ya
que, para la transposición, sólo se trata de aplicar el mismo criterio general: decir ‘lo mismo’ tal como se
dice en la lengua B. La objeción no carece de fundamento; sin embargo, el traductor debe conocer con
precisión este tipo de equivalencias para poder ‘desidiomatizar’ y para ‘reidiomatizar’ correctamente,
pues, de otro modo, corre el riesgo de traducir key hole por trou de la clé y tradire la moglie por
‘traicionar a la mujer’, etc., lo que podría llevar a malentendidos y, a veces, resultar simplemente
incomprensible”, en “Alcances y límites de la traducción”, Lexis (Lima), XXI/2, 1997, § 3.2.
445
Añade Coseriu en el texto original que “puede comprobarse, por lo demás, que la lengua poética no
necesita en absoluto trabajar con medios extraordinarios, pues en esta estrofa la poetisa muestra todo lo
que es posible hacer con los más sencillos instrumentos de la lengua griega” [cfr. II §§ 0.2.2. y 6.5].
446
Véase María Antonia Martín Zorraquino y José Portolés Lázaro, “Los marcadores del discurso”, en
Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol. III, §
63.2.3.
6.5 El quinto ejemplo es, tal vez, el más interesante. Se trata de unos versos de
Los Persas de Esquilo, aquellos que contienen la canción que los griegos cantan de
madrugada antes de la batalla de Salamina447:
↓Ω πα″δεϖ ηΕλλ∠νων ≠τε,
λευθεροℜτε πατρ°δ≅, λευθεροℜτε δ
πα″δαϖ, γυνα″καϖ, θε∫ν τε πατρ⎫ων δϕ
θ©καϖ τε προγ⎜νων; νℜν ℘π ρ π ντων
γ ν.
[“Oh, hijos de los Helenos: adelante,
libertad la patria, liberad también a los hijos, a
las mujeres, los templos de nuestros dioses, las
tumbas de nuestros antepasados: ¡por todo esto
estamos luchando!”]
¿En qué consiste aquí lo especial del procedimiento de formación del sentido?
Llama la atención en este breve canto su extraordinaria sencillez448, más aún sabiendo
que Esquilo, incluso en esa misma tragedia (en el mismo contexto verbal, cfr. II §
2.5.3), escribe con una retórica muy compleja. Esquilo es un poeta que habla de todo
mediante series interminables de metáforas, pero aquí no utiliza ninguna y se limita a
emplear los procedimientos lingüísticos más sencillos. Esta sencillez lingüística no es
más que uno de los componentes significativos para la creación del sentido. Para valorar
correctamente la función de la expresión lingüística en la creación del sentido deben
tenerse en cuenta algunos factores del contexto –en su sentido más amplio [cfr. II § 2.5,
especialmente nota 317]– en el que se encuentra este breve canto de guerra.
En efecto, Grecia está ocupada por los persas hasta el istmo de Corinto. Por
consejo de Temístocles, Atenas ha sido evacuada. Los persas han destruido la Acrópolis
447
Esquilo, Los persas, versos 402–405.
448
Evidentemente, cuando se habla de “llamar la atención” se hace referencia a lo llamativo del texto, no
a lo llamativo de la lengua. Tiene razón en este sentido Michael Riffaterre cuando precisa que “lo
llamativo” es una categoría que se refiere al nivel del texto, no al de la “lengua” [cfr. II § 0.2.2,
especialmente nota 185]. Tampoco aquí se trata de la “lengua de Esquilo”, sino de lo que Esquilo hizo
con el griego en un determinado pasaje de su obra [cfr. nota 387].
6.6 Como último ejemplo se muestra un sencillo poema sobre los vaqueros
sudamericanos que en Argentina se ha hecho popular449:
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Al igual que en el segundo texto de Safo [cfr. II § 6.4], son procedimientos al
mismo tiempo lingüísticos y no lingüísticos los que contribuyen esencialmente a formar
el sentido de este breve texto. En el lenguaje corriente la coordinación se aplica a
objetos y estados de cosas entre los cuales se da alguna conexión interna en el contexto
extraverbal natural [cfr. III § 2.3]: penas y miserias, vacas y ovejas, etcétera; pero aquí
se coordinan palabras que designan cosas entre las que usualmente no se reconoce
ninguna conexión “natural”: penas y vaquitas. Por otra parte, para la designación del
ganado no se emplea la palabra habitual vacas, sino el diminutivo vaquitas. Con ella se
designan, evidentemente, todas las vacas que los vaqueros conducen por los caminos, de
modo que aquí el diminutivo no puede tener el sentido de expresar la disminución de
tamaño, es decir, de referirse a las “vacas pequeñas”, sino que hay que ver en él un
hipocorístico. Quien canta esta canción tiene, pues, una relación familiar con estos
449
La cita de Coseriu corresponde al estribillo de la canción campera “El arriero” compuesta en 1944 por
Atahualpa Yupanqui.
7. EL CONTEXTO TEMÁTICO
[7.0] El contexto temático es un caso límite del contexto verbal mediato [cfr. II §
2.5.3.1]. En toda obra, cada capítulo, hasta cierto punto cada palabra, tiene significado
en conexión con lo ya dicho, y lo ya dicho en cada momento adquiere, con cada párrafo
que se añade, un sentido nuevo y más completo. Se trata, entonces, de la relación de
450
Véase Amado Alonso, “Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos”, Estudios lingüísticos,
Madrid, Gredos, 1961, 2ª ed., págs. 161–189, y la crítica que Coseriu hace, implícitamente, primero en
“Quaestiones disputatae”, El hombre y su lenguaje, págs. 169–170, y después en “El principio de la
funcionalidad”, Lecciones de lingüística general, § 2.2.2. Véanse también Emilio Náñez Fernández, El
diminutivo: historia y funciones en el español clásico y moderno, Madrid, Gredos, 1973; y Stefan
Ettinger, Diminutiv- und Augmentativbildung: Regeln und Restriktionen: morphologische und
semantische Probleme der Distribution und der Restriktion bei der Substantivmodifikation im
Italienischen, Portugiesischen, Spanischen, Rumänischen, Tubinga, Tübinger Beiträge zur Linguistik,
1974.
451
Sobre este tema véanse las gramáticas de Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada
al uso de los americanos, Santiago de Chile, Imprenta del Progreso, 1970, 8ª ed., págs. 91–101, de
Salvador Fernández Ramírez, Gramática española 3.2. El pronombre, Madrid, Arco Libros, 1987, 2ª ed.,
§ 120/119, y de Emilio Alarcos Llorach, Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa Calpe, 1994,
cap. IX, o la monografía de Carme Picallo y Gemma Rigau, “El posesivo y las relaciones posesivas”, en
Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol. 1, § 15.
452
Coseriu, en relación con la vieja idea aristotélica de la identidad tema/sujeto, por una parte, y
rema/predicado, por otra, añade: “la noción de predicado puede muy bien identificarse con la noción de
‘rema’, mientras que la noción de sujeto, en el sentido en el que se aplica, por ejemplo, a las lenguas
indoeuropeas, no coincide con la noción, mucho más general, de ‘tema’”, en “Los universales del
lenguaje (y los otros)”, Gramática, semántica, universales, § 2.2.2.2, nota 12. El concepto de articulación
en tema y rema en el ámbito de la oración procede de la Escuela de Praga (véanse František Daneš, “Zur
linguistischen Analyse der Textstruktur”, Folia Linguistica (Berlín), IV, 1970, págs. 72–78; o Eduard
Beneš, “Thema-Rema-Gliederung und Textlinguistik”, en Horst Sitta y Klaus Brinker (eds.), Studien zur
Texttheorie und zur deutschen Grammatik. Festschrift für Hans Glinz zum 60. Geburstag, Düsseldorf,
Schwann, 1973, págs. 42–62); de ahí se extendió a otras escuelas, más allá incluso del estructuralismo, y
a la lingüística textual, fragmentándose en dos tipos de conceptos: el de progresión temática (František
Daneš, “Zur semantischen und thematischen Struktur des Kommunikats”, en František Daneš y Dieter
Viehweger (eds.), Probleme der Textgrammatik, Berlín, Akademieverlag, 1976) y el de dinámica
comunicativa (ampliación debida a Jan Firbas, “On the Concept of Communicative Dynamism in the
Theory of Functional Sentence Perspective”, Sbornik Prací Filosofické Fakulti Brnénské University
(Brno), 19, 1971, págs. 135–144, y “Carriers of Communicative Dynamism”, Prague Studies in English,
XVIII/84, 1984, págs. 63–73). Véanse, en relación con la lingüística del texto coseriana, Miorita Ulrich,
Thetisch und kategorisch: Funktionen der Anordnung von Satzkonstituenten am Beispiel des
Rumänischen und anderer Sprachen, Tubinga, Narr, 1985; y de la misma autora, “Thetisch vs.
Kategorisch und Informationsstruktur”, en Jörn Albrecht, Jens Lüdtke y Harald Thun (eds.), Energeia und
Ergon, vol. II, págs. 387–399. También, desde diferentes puntos de vista, Wolfgang Raible, “‘Thema’
und ‘Rhema’ im französischen Satz”, Zeitschrift für französische Sprache und Literatur (Stuttgart), 81,
1982, págs. 208–224; Östen Dahl, Topic and comment, contextual boundness and focus, Hamburgo,
Buske, 1974; Luise Lutz, Zum Thema “Thema”, Hamburgo, Hamburger Buchagentur, 1981; Bernard
Combettes, Pour une grammaire textuelle. La progression thématique, París/Bruselas, de Boeck, 1983;
Harro Stammerjohann (ed.), Tema-Rema in italiano, Tubinga, Narr, 1986; y Andreas Lötscher, Text und
Thema. Studien zur thematischer Konstituenz von Texten, Tubinga, Max Niemeyer, 1987. En español,
véanse los trabajos de Graciela Reyes, “Orden de palabras y valor informativo en español”, en
Philologica Hispaniensia in honorem Manuel Alvar, Madrid, Gredos, 1985, vol. II, págs. 567–588; de
Tomás Jiménez Juliá, Aproximación al estudio de las funciones informativas, Málaga, Ágora, 1986; y de
Salvador Gutiérrez Ordóñez, Temas, remas, focos, tópicos y comentarios, Madrid, Arco Libros, 2000, 2ª
ed.; para una visión general de los procedimientos de tematización en el español, Raquel Hidalgo
Downing, La tematización en el español hablado: estudio discursivo sobre el español peninsular,
Madrid, Gredos, 2003.
453
Charles Cros, Oeuvres complètes, pág. 136 y siguientes. Véase también Competencia lingüística, §
4.3.4.
454
Homero, Odisea, I, vv. 1–2.
455
Virgilio, Eneida, I, vv. 1–3.
456
Virgilio, Geórgicas, I, vv. 1–5.
457
Añade Coseriu en el texto original que “una variante de esta ficción de autenticidad fue muy
asiduamente empleada por los autores del siglo XIX, por ejemplo, en la novela de Heinrich von Kleist La
marquesa de O [1808]: ‘En M., una importante ciudad del norte de Italia, la marquesa viuda de O., dama
de intachable fama, hizo saber...’, etc. Los sucesos de los que se va a hablar aquí son de índole tan
delicada que dar el nombre completo de las personas implicadas y de los lugares de la acción podría
entenderse como una indiscreción. También así se suscita la impresión de que se habla de la ‘vida real’, lo
que en la poesía, evidentemente, no es nunca verdad”. Véase un desarrollo de este punto en “Información
y literatura”, Lenguaje y discurso, §§ 2.1 a 2.3.
458
Anónimo, Cantar de Roldán, vv. 1–2.
459
Ídem, v. 3815 y sigs.
460
Ídem, v. 3988.
461
Ídem, v. 3990.
462
Ídem, vv. 3992–3993.
463
Ídem, vv. 3994–3998.
[7.3] Hasta aquí nos hemos ocupado de casos en los que un texto determinado
funciona como contexto verbal mediato de su propio tema [cfr. II § 2.5.3.1]. Puede
ocurrir, asimismo, que diversos textos se refieran a un mismo tema, esto es, que toda
una serie de textos deba considerarse, en su conjunto, como el contexto temático del
tema común a ellos: la totalidad de los textos propagandísticos de los diversos partidos
para unas inminentes elecciones, por ejemplo, forma el contexto temático para el tema,
que, como hecho político real, queda fuera de los textos mismos.
[8.0] Nos encontramos en un punto crucial del que apenas se dice nada en la
bibliografía sobre lingüística general: ¿en qué medida la lingüística del texto como
lingüística del sentido forma parte de la lingüística general?, ¿constituye la “verdadera”
y “propia” lingüística del texto una disciplina más bien marginal dentro de la lingüística
entendida en el modo tradicional?
[8.1] Las relaciones entre ambas disciplinas no son tan débiles como podría
467
“Hay tres tipos de contenido lingüístico: designación, significado y sentido. La designación es la
referencia a la realidad ‘extralingüística’, o bien esta realidad misma (en cuanto ‘representación’, ‘hecho’,
‘estado de cosas’), independientemente de su estructuración por medio de tal o cual lengua, y es propia
del hablar en general. El significado es el contenido dado en cada caso por una lengua determinada. El
sentido es el contenido propio de un discurso en cuanto manifestado por la designación y el significado: la
actitud humana que el discurso implica o la finalidad con que se realiza. Así, por ejemplo, ‘pregunta’,
‘respuesta’, ‘mandato’, ‘súplica’, ‘invitación’, ‘rechazo’, ‘saludo’, ‘comprobación’ son unidades mínimas
de sentido. Por consiguiente, la lingüística del texto es hermenéutica del sentido, así como la lingüística
del hablar es hermenéutica de la designación y la lingüística de las lenguas, hermenéutica del
significado”, en “La lingüística del texto como hermenéutica del sentido”, Lenguaje y discurso, § 3.2.1.
468
“Il Cantico di Frate Sole”, Saggi di critica semantica, págs. 203–228.
469
Citado por el texto establecido por Vittore Branca, Il Cantico di Frate Sole, Florencia, Olschki, 1950.
470
En Il Cantico di Frate Sole, Florencia, Sansoni, 1941.
471
Véase Antonino Pagliaro, “Il Cantico di Frate Sole”, Saggi di critica semantica, págs. 204–206.
472
Ídem, pág. 216 y siguientes.
473
Ídem, págs. 226–228.
474
Como comentario incidental agrega Coseriu en el texto en alemán que “por supuesto, esto no se aplica
a la articulación del sentido en su particularidad, sino a los rasgos generales del sentido en el texto”.
[8.2] Si la lengua sólo participa en la constitución del sentido de los textos como
primer estrato, si el sentido surge también mediante aquello que se comunica y si la
lengua no es más que un sistema semiótico más, con ayuda del cual se produce y
comunica el sentido, entonces la lingüística del texto, si realmente quiere ser una
hermenéutica completa de los textos, no puede moverse tan sólo en el ámbito de la
lingüística. La lingüística del texto constituye, ciertamente, una disciplina parcial de la
semiótica, en la medida en que se ocupa de signos, aunque por regla general en ella los
signos lingüísticos funcionan como significantes; pero en modo alguno es sólo
lingüística, sino, sobre todo, filología, en un sentido que en la actualidad ha caído un
tanto en desuso. En el pasado se entendía por filología el arte de interpretar textos, no
sólo sobre la base del conocimiento de la lengua en la que están escritos, sino también
sobre la base de la familiaridad, adquirida por el estudio, con la cultura material y
espiritual en el seno de la cual han surgido esos textos. Tiene toda la razón Pagliaro
cuando dice que su critica semantica, una lingüística del texto ante litteram [cfr. I §
0.2.2 y II § 5.6.1.3] es una nueva modalidad ampliada de la crítica filológica475.
Esto no quiere decir, por supuesto, que la lingüística del texto pueda renunciar
por completo a la ayuda de la lingüística general. En dos sentidos la lengua constituye el
punto de partida inexcusable de todo trabajo interpretativo. En primer lugar, en ese
sentido particular al que ya se ha hecho referencia a través de algunos ejemplos: en la
medida en que un procedimiento específicamente idiomático puede constituir la
verdadera clave para la interpretación de un texto [cfr. II §§ 6.4, 6.6 y 8.1.1]. Y en
segundo lugar, en la medida en que la lengua (una o más lenguas) sirve en cada texto
como vehículo del signo, es decir, como instrumento para la comunicación de los
contenidos de los que realmente se trata: representa el “material semiótico crudo” para
la articulación el sentido; y aunque en muchos casos la lengua no tenga un papel
esencial en la creación del sentido que surge de lo representado en sí mismo, lo
representado aparece en un texto, frente a lo que sucede en un cuadro o en una película,
de modo que el sentido sólo es accesible mediante la comprensión de los signos
475
En “La critica semantica”, Nuovi saggi di critica semantica, pág. 408: “È certo possibile dare a un tale
genere di critica il nome di filologia, né ciò la diminuisce, poiché la filologia, fra le tante maniere con cui
ci si può occupare del documento, è quella che ha carattere e metodo di scienza. Ma poiché la filologia
come disciplina ha limitato oggi il suo compito all´accertamento del testo, in rapporto alla sua tradizione,
il significato ristretto che da ciò le deriva non sembra adatto a comprendere i compiti e i metodi della
critica semantica, la quale mira a dicchiare nella struttura dell´opera la verità del conoscere che vi si
attua”.
[9.0] Al final de un capítulo tan extenso sobre la lingüística del texto como
lingüística del sentido parece oportuno recapitular las conclusiones teóricas más
importantes sobre el estatus de esta lingüística y sobre su relación con las disciplinas
colindantes.
476
“La lengua condiciona los textos por su materialidad así como por sus categorías gramaticales y por
sus significados léxicos, en el sentido de que la estructuración de los textos tiene que tener en cuenta las
posibilidades ofrecidas por cada lengua, del mismo modo que la escultura, por ejemplo, tiene que tener en
cuenta las posibilidades que le ofrecen sus materiales (piedra, madera, bronce, etc.). Así, determinadas
formas métricas serán más fácilmente realizables en ciertas lenguas que en otras, una lengua que posee el
género gramatical ofrece otras posibilidades (por ejemplo, para personificaciones) que una lengua que no
posea tal categoría, y dos lenguas que designen los mismos objetos mediante palabras de género diferente
ofrecerán posibilidades diversas: en un cuento alemán, por ejemplo, el sol [al. die Sonne, sust. fem.]
podría ser una muchacha y la luna [al. der Mond, sust. masc.], un muchacho. Pero una lengua no es por
ello técnica de la estructuración de los discursos, que, en principio, pueden estructurarse de manera
análoga en lenguas totalmente diferentes”, en El problema de la corrección idiomática, cap. II, nota 8.
477
“Un discurso es un hecho semiótico: consta de signos, mejor dicho, de ‘significantes’ que apuntan a un
‘contenido’, el cual, a su vez, no se presenta como tal en el discurso mismo considerado en su realidad
exterior y empíricamente comprobable. Por ello, como en todo el dominio de los hechos semióticos,
analizar y describir un discurso significa propiamente interpretarlo; o sea, identificar de manera fundada
el contenido al que apunta (o que ‘expresa’). En este sentido, la lingüística del texto –como, por otra
parte, toda lingüística concerniente a las dos faces de los signos– es hermenéutica, revelación sistemática
[9.4] Dado que los textos literarios presentan la posibilidad del pleno desarrollo
del sentido, el objeto de esta lingüística del texto es, en primer lugar, la literatura, es
decir, el texto literario [cfr. §§ 4.3 a 4.5]. No obstante, en la medida en que todos los
textos tienen sentido, no sólo los literarios, la lingüística del sentido se ocupa también
de los textos no literarios, en particular, de las reducciones de las posibilidades del
sentido que en ellos pueden reconocerse478 [cfr. I § 5.4.2, y II §§ 0.2.1, 3.3.5 y 5.6.1.3].
[9.5] Desde este punto de vista, la lingüística del texto coincide con la estilística
de los textos; más exactamente, la comprende, porque va más allá de los textos
literarios, del mismo modo que comprende todas las demás formas de ocuparse de los
textos que suelen denominarse filología479 [cfr. II § 8.2].
[9.6] Como toda hermenéutica, la lingüística del texto implica una metodología
y una heurística, y son éstas las que constituyen su aspecto “general”. En la heurística,
en concreto, se trata de establecer el registro exhaustivo de lo que cabe esperar, o sea, de
los tipos comprobados o posibles de sentido y de los procedimientos que suelen
conllevarlos o los han conllevado en discursos ya analizados. Tal registro debe, sin
embargo, entenderse como abierto: en nuevos textos podrán identificarse nuevos
procedimientos y tipos de sentido, o sentidos nuevos de procedimientos ya
comprobados480 [cfr. II § 5.1.1].
y fundada de un contenido: precisamente, en este caso, hermenéutica del discurso (o ‘texto’)”, en “La
lingüística del texto como hermenéutica del sentido”, Lenguaje y discurso, § 3.1.
478
“Por ello, la lingüística del texto es (o debe ser) en primer lugar hermenéutica literaria. Pero en la
medida en que todo texto tiene sentido, la lingüística del texto debe tener en consideración también los
textos no literarios, examinando la particular reducción de las posibilidades de despliegue de sentido que
se da en ellos”, ídem, § 3.3.
479
Ibídem.
480
Ídem, § 4.1.
481
En Competencia lingüística, pág. 209.
482
La universalidad en cuanto generalidad histórica o empírica es “la universalidad de las propiedades
que se comprueban efectivamente en todas las lenguas o, al menos, en todas las lenguas conocidas (y que,
en este último caso –que es el caso normal–, se atribuyen por inducción también a las lenguas que, en el
momento de la generalización, aún no se conocen). La generalidad puede ser absoluta o relativa: es
relativa (probabilidad preferida), si las propiedades en cuestión se comprueban, no en todas, sino sólo en
[9.8] En este sentido, esto es, en relación con las pretensiones de generalidad que
rationaliter puede plantear “hacia arriba”, la lingüística del texto coincide con la teoría
y la investigación de las clases de texto [cfr. II § 5.4.1] y de los géneros [cfr. II § 5.4.2],
o mejor dicho, igual que sucede con la coincidencia de la lingüística del texto con la
estilística [cfr. II § 9.5], no coincide simplemente con la teoría de los géneros, sino que
la comprende485.
la mayoría de las lenguas conocidas; sin embargo, desde el punto de vista teórico no hay diferencia entre
estos dos tipos”, en “Los universales del lenguaje (y los otros)”, Gramática, semántica, universales,
sección I, § 2.1.1 subapart. 3).
483
Sobre el concepto de macroestructura en tanto que estructura temático-semántica global, véanse los
trabajos de Teun A. van Dijk, por ejemplo, Texto y contexto: semántica y pragmática del discurso.
484
Se refiere Coseriu a las “características de textualidad” (Matthias Dimter, “Sobre la clasificación de
textos”, en Teun van Dijk (ed.), Discurso y literatura. Nuevos planteamientos sobre el análisis de los
géneros literarios, Madrid, Visor Libros, 1999, pág. 260), o a los rasgos del nivel universal de los textos o
rasgos por los cuales un texto es un texto y no otra cosa (Óscar Loureda Lamas, “Fundamentos de una
lingüística del texto real y funcional”, Lenguaje y discurso, § 7).
485
El concepto de género literario, como “tipo relativamente estable de enunciados en el sentido de
Mijail Bajtín (Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1979, pág. 248), permaneció casi en el
olvido hasta su recuperación por parte de la lingüística textual: véase Emil Staiger, Grundbegriffe der
Poetik, Zúrich, Atlantis, 1961, y Jürgen Trabant, Semiología de la obra literaria, pág. 308 y sigs. A
finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, es decir, pocos años antes de la
publicación de la Textlinguistik de Coseriu, la lingüística textual intentaba establecer los principios
teóricos de la clasificación de los tipos de texto y presentaba las primeras propuestas de clasificación: en
el primer sentido, véase la miscelánea editada por Elisabeth Gülich y Wolfgang Raible, Textsorten:
Differenzierungskriterien aus linguistischer Sicht [cfr. I § 0.2.1]; en el segundo, véanse las clasificaciones
basadas en rasgos del sistema lingüístico de Harald Weinrich, Estructura y función de los tiempos en el
lenguaje, y de Roland Harweg, Pronomina und Textkonstitution. Debido a las limitaciones de estas
propuestas se desarrollaron otras de orientación comunicativa, como las de Robert E. Longacre y Stephen
Levinsohn, “Field analysis of discourse”, en Wolfgang Ulrich Dressler (ed.), Current Trends in
Textlinguistics, págs. 103–122, y de Barbara Sandig, “Zur Differenzierung gebrauchssprachlicher
Textsorten im Deutschen”, en el volumen de Elisabeth Gülich y Wolfgang Raible que acaba de ser citado,
págs. 113–124. Las propuestas para la organización de una tipología textual continúan desde entonces en
trabajos como los de Horst Isenberg, “Cuestiones fundamentales de tipología textual”, en Enrique
Bernárdez (comp.), Lingüística del texto, págs. 95–129; Friedemann Lux, Text, Situation, Textsorte,
Probleme der Textsortenanalyse, dargestellt am Beispiel der Britischen Registerlinguistik. Mit einen
Ausblick auf eine adäquate Textsortentheorie, Tubinga, Narr, 1981; Klaus Brinker, Linguistische
Textanalyse: eine Einführung in Grundbegriffe und Methoden, Berlín, Erich Schmidt, 1988, 2a ed.;
Wolfgang Heinemann y Dieter Viehweger, Textlinguistik. Eine Einführung, Tubinga, Niemeyer, 1991,
cap. 3; Kirsten Adamzik, Textsorten. Reflexionen und Analysen, Tubinga, Stauffenburg, 2000, págs. 9–
29; y desde el punto de vista de la lingüística del texto coseriana, en las investigaciones de Antonio
Vilarnovo y José Francisco Sánchez, Discurso, tipos de texto y comunicación, Pamplona, Eunsa, 1994,
Emma Tămâianu-Morita, Fundamentele tipologiei textuale, Cluj-Napoca, Clusium, 2001, y Óscar
Loureda Lamas, Introducción a la tipología textual, Madrid, Arco Libros, 2003. En los últimos años las
clasificaciones también multiplican sus criterios y orientaciones: véanse, por ejemplo, las de Egon
Werlich, Typologie der Texte, Heidelberg, Quelle und Meyer, 1975; Matthias Dimter,
Textklassenkonzepte heutiger Alltagssprache. Kommunikationssituation, Textfunktion und Textinhalt als
Kategorien alltagssprachlicher Textklassifikation; Douglas Biber, “A typology of English texts”,
Linguistics (Berlín), 27/1, 1989, págs. 3–43; Jean-Michel Adam, Éléments de linguistique textuelle, Lieja,
Mardaga 1990, y de este mismo autor, Les textes: types et prototypes. Récit, description, argumentation,
explication et dialogue, París, Nathan, 1992 (propuesta desarrollada en español por Margarida Bassols y
Anna Maria Torrent, Modelos textuales. Teoría y práctica, Barcelona, Eumo-Octaedro, 1997). Una
sintética introducción a la tipología textual se encuentra en el trabajo de Guiomar Elena Ciapuscio, Tipos
textuales, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1984. Para las nuevas orientaciones del estudio de
la dimensión tradicional de los textos, véase nota 281.
486
“Un discurso es un hecho de hablar. Pero el hablar es una actividad compleja que va más allá de lo
lingüístico en sentido estricto; no se habla sólo con signos lingüísticos (pertenecientes a una lengua
determinada), sino también mediante actividades expresivas complementarias, de acuerdo con
determinados principios generales del pensar y de acuerdo con el conocimiento de las ‘cosas’, mejor
dicho, de ideas y creencias acerca de las ‘cosas’, de una determinada ‘ideología’ (estratificada en una
serie de ‘ideologías’ de alcance más o menos amplio), todo lo cual contribuye al contenido de los
discursos”, en “La lingüística del texto como hermenéutica del sentido”, Lenguaje y discurso, § 5.1. En
este sentido, “todo discurso ‘refleja’ (es decir que manifiesta) una ideología, exactamente del mismo
modo como la manifiesta una lengua (o varias lenguas): se trata de una ideología ‘instrumental’, que
pertenece al significante de los discursos”, ídem, § 5.2. “De esta ideología con que se hacen los discursos,
hay que distinguir la ideología que se hace en los discursos y que no pertenece a su ‘significante’, sino a
su ‘significado’, es decir, a su sentido. En el texto literario tal ideología puede corresponder a (o sea,
resultar reinterpretable en términos de) una ideología ‘común’ o ‘general’, pero, en cuanto literariamente
manifestada, es siempre ‘singular’, es decir, al mismo tiempo individual y universal”, ídem, § 5.3.
487
“Identificando cada vez los estratos de estructuración gramatical, se podrá –y se deberá– distinguir
como secciones (posibles) en la gramática de una lengua: una ‘gramática de la palabra’, una ‘gramática
del grupo de palabras’, una ‘gramática de la cláusula’, una ‘gramática de la oración’ y una ‘gramática del
texto’ (o ‘transoracional’), en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 5.2.4. Sobre la
gramática en Coseriu, véanse Heidi Aschenberg, “Teoría de la gramática. La concepción de Eugenio
Coseriu”, Odisea (Madrid/Almería), 3, 2003, págs. 55-67, y de la misma autora, “Eugenio Coseriu als
Hochschullehrer”, en Adolfo Murguía (ed.), Sprache und Welt. Festgabe für Eugenio Coseriu zum 80.
Geburtstag, Tubinga, Gunter Narr, 2002, § 2.
488
Véanse los trabajos citados en el capítulo introductorio, apartados 0.2.1, 0.2.2 y 0.2.3. En español,
existe una introducción general a los problemas de la gramática del texto, tal como Coseriu la entiende, en
Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español. Otros trabajos tratan más
específicamente problemas de la gramática del texto. Sobre los procedimientos de cohesión, véanse
Enrique Bernárdez, Introducción a la lingüística del texto, Madrid, Espasa-Calpe, 1982, cap. 4; Humberto
Mederos Martín, Procedimientos de cohesión en el español actual, Santa Cruz de Tenerife, Cabildo
Insular, 1988 (desarrolla los planteamientos de Michael A. K. Halliday y Ruqaiya Hasan, Cohesion in
English, Longman, Nueva York, 1976); Robert-Alain de Beaugrande y Wolfgang U. Dressler (1997),
Introducción a la lingüística del texto, cap. IV; y Hernán Urrutia, “La cohesión textual”, en Profesor
Francisco Marsá. Jornadas de Filología, págs. 37-60. Sobre los marcadores del discurso, véanse Catalina
Fuentes Rodríguez, Enlaces extraoracionales, Sevilla, Alfar, 1987; María Antonia Martín Zorraquino,
“Partículas y modalidad”, en Günter Holtus, Michael Metzeltin y Christian Schmitt (eds.), Lexikon der
Romanistischen Linguistik VI/1, Niemeyer, Tubinga, 1992, págs. 110–125; Antonio Briz Gómez, “Los
conectores pragmáticos en español coloquial (I): su papel argumentativo”, Contextos (León), XI/21–22,
1993, págs. 145–188, y del mismo autor, “Los conectores pragmáticos en la conversación coloquial (II):
su papel metadiscursivo”, Español Actual (Madrid), 59, 1994, págs. 39–56; Catalina Fuentes Rodríguez,
La sintaxis de los relacionantes supraoracionales, Madrid, Arco Libros, 1996; María Antonia Martín
Zorraquino y Estrella Montolío (coords.), Los marcadores del discurso. Teoría y análisis, Madrid, Arco
Libros, 1998; María Antonia Martín Zorraquino y José Portolés Lázaro, “Los marcadores del discurso”,
en Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol. 3, §
63.4; José Portolés Lázaro, Marcadores del discurso, Barcelona, Ariel, 2001, 2ª ed. ampliada; Luis Santos
Río, Diccionario de partículas, Salamanca, Luso-Española de Ediciones, 2003; y la panorámica
presentada en María Antonia Martín Zorraquino, “Los marcadores del discurso en español: balance y
perspectivas para su estudio”, en Manuel Casado Velarde, Ramón González Ruiz y María Victoria
Romero Gualda (eds.), Actas del I Congreso Internacional “Análisis del discurso: lengua, cultura,
valores”, vol. I, págs. 43–64. En alemán, aparte de los trabajos ya clásicos citados en la nota 72, véanse
Harald Weydt (ed.), Partikeln und Interaktion, en Harald Weydt y Klaas-Hinrich Ehlers, Partikel-
Bibliographie: internationale Sprachenforschung zu Partikeln und Interjektionen, Fráncfort, Lang, 1987;
Gerhard Helbig, Lexikon deutscher Partikeln, Leipzig, Enzyklopädie, 1988; Harald Weydt (ed.),
Sprechen mit Partikeln, Berlín, de Gruyter, 1989; y Renate Pasch, Handbuch der deutschen Konnektoren:
linguistische Grundlagen der Beschreibung und syntaktische Merkmale der deutschen Satzverknüpfer
(Konjunktionen, Satzadverbien und Partikeln), Berlín, de Gruyter, 2003.
489
“La primera tarea de la sintaxis funcional [= gramática funcional] en el análisis y la descripción del
sistema gramatical de una lengua dada es, por tanto, identificar los estratos de estructuración gramatical
que –además de los estratos racionalmente necesarios del monema [= elementos mínimos] y la oración–
funcionan efectivamente en esa lengua”, en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, §
5.2.3.
[1.5] Respecto del texto, que es el nivel que aquí interesa, ya se ha establecido
una primera comprobación fundamental: no se trata de un nivel racionalmente necesario
de la estructuración gramatical de una lengua, pues una lengua seguiría siendo una
lengua aunque no dispusiese de procedimientos específicos para la constitución de
textos, esto es, para la expresión de funciones textuales [cfr. I §§ 4.1.4 y 5.3.3.2].
Sucede, no obstante, que en todos los idiomas conocidos hasta el momento parece
comprobarse la existencia de ese tipo de procedimientos, de modo que el texto, como
nivel de estructuración idiomática, puede considerarse, al menos provisionalmente,
como un universal empírico [cfr. II § 0.6].
490
Que el lenguaje se realice concretamente como texto es un universal esencial del lenguaje. Véase “Los
universales del lenguaje (y los otros)”, Gramática, semántica, universales, § 2.1.1.
491
“En la estructura gramatical misma […] hay que comprobar y delimitar cuidadosamente lo siguiente:
a) los estratos gramaticales, o sea, según las lenguas: unidad mínima, palabra, grupo de palabras, cláusula,
oración y, eventualmente, ‘texto’ [...]; b) las propiedades de estos estratos: superordinación,
subordinación, coordinación, sustitución (‘pronominalización’)”, ídem, § 3.2.
492
Véase también Funktionelle Syntax, § 8.4, y “Grudzüge der funktionellen Syntax”, en Formen und
Funktionen. Studien zur Grammatik, Tubinga, Narr, 1987, § 6.0; en español, “Principios de sintaxis
funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 6.0 y siguientes.
493
También en Funktionelle Syntax, § 8.5; en “Grudzüge der funktionellen Syntax”, Formen und
Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.1.1; y en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I,
1995, § 6.1.1. En estos trabajos Coseriu designa esta propiedad como hipertaxis.
494
“En principio, un monema puede funcionar como palabra; una palabra como grupo de palabras; un
grupo de palabras como cláusula; una sola cláusula como oración, y una sola oración como texto. O bien
–y también en principio– el mismo elemento mínimo podría, combinándose cada vez con cero y
oponiéndose a unidades de constitución material correspondiente a su función, representar sucesivamente
unidades de todos los estratos superiores que aparecen en la lengua considerada, hasta el propio estrato
del texto”, en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 6.1.1.
495
En ídem, § 6.1.2, añade Coseriu que la “hipertaxis está sometida a restricciones que parecen ser
universales y a restricciones diferentes según las lenguas. En consecuencia, la teoría gramatical debería
intentar establecer las condiciones universales de su funcionamiento y la descripción gramatical debería
constatar las posibilidades y los límites de la hipertaxis en cada lengua así como las funciones que
expresa”.
496
“En español e italiano, las palabras como llueve, piove pueden ser ‘superordinadas’, y, ello,
ilimitadamente (es decir que tales palabras pueden representar por sí solas cualquier estrato superior,
inclusive los estratos de la oración y del ‘texto’), pero no así las palabras como la, un (si se prescinde,
desde luego, del uso metalingüístico). En cambio, en alemán, francés e inglés, tampoco las palabras como
regnet, pleut, rains pueden funcionar como oraciones sin un ‘sujeto vacío’ (es, il, it: es regnet, il pleut, it
rains”, en “Alcances y límites de la gramática contrastiva”, Gramática, semántica, universales, § 3.3.2.
497
También en Funktionelle Syntax, § 8.6; en “Grudzüge der funktionellen Syntax”, Formen und
Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.1.2; y en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I,
1995, § 6.2.1. Coseriu también se refiere a esta propiedad por medio del término hipotaxis.
498
Véase “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 6.2.2.
499
Véase “Grudzüge der funktionellen Syntax”, Formen und Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.2.1.
500
Cicerón, Epístolas familiares, vol. 2, 17, 1.
Mars et Venus, laus et gloria, bene et signo general de adición, sin caracterización
et
comode axire de lo coordinado
urbs atque imperium, sacrificia signos para la adición de elementos en
atque estrecha relación, pertenecientes al mismo
publica ac privata, dulcia atque
ac campo semántico pero no lógicamente
amara
equivalentes (gradación)
senatus populusque, terra marique, signo de “emparejamiento”: designa estrecha
-que 509
arma virumque correlación en el mismo nivel clasificatorio
508
Véase la explicación de estos mismos ejemplos en Funktionelle Syntax, § 8.7, y en “Grudzüge der
funktionellen Syntax”, Formen und Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.3.1.
509
En “Coordinación latina y coordinación románica”, Estudios de lingüística románica, Madrid, Gredos,
1977, §§ 1.2 y 1.3: “Los usos más variados [de estas tres unidades] son notoriamente los de la primera
construcción, pues et puede, incluso, sustituir en casi todos los casos a ac y a -que, mientras que lo
contrario no es cierto (ac y -que son de empleo mucho más limitado). Es éste un indicio de que et
debería ser el término neutro, extensivo o no caracterizado de la oposición; por consiguiente, ac y -que
se opondrían a et como términos intensivos o caracterizados. Una relación análoga se comprueba entre
los dos términos caracterizados. [...] Pero, en este caso, parece evidente que ac, a su vez, incluye a -que:
en efecto, tiene usos más variados que -que y puede sustituirlo. El comportamiento de ac frente a -que
es, nuevamente, el de un término extensivo frente a un término intensivo. [...] [§ 1.3] De acuerdo con
nuestra hipótesis, ac y -que se opondrían conjuntamente a et, y -que se opondría, a su vez a ac. Para
verificar esta hipótesis es necesario identificar los rasgos distintivos implicados en las dos oposiciones:
precisamente, un rasgo distintivo común de ac y -que y un rasgo específico de -que. Ahora bien: ¿qué es
lo común de ac y -que frente a et? La gramática tradicional nos enseña que ac y -que implican la
‘conexión íntima’, la unidad estrecha de los ‘conceptos’ coordinados, unidad no implicada por et (que
puede señalar una reunión simplemente casual u ocasional). Al considerar los ejemplos se advierte que
se trata, más exactamente, de una unidad de significación o de designación: los términos coordinados
mediante ac o -que pertenecen al mismo campo semántico (son, por ej., ‘sinónimos’ o antónimos) o
designan ‘cosas’ que se presentan como unidas en un contexto ‘real’: restituam ac reddam, parte ac
duriter, dulcia atque amara, sacrificia publica ac priuata, caloris ac frigoris, ius fasque, serui
liberique, ueteres antiquosque, grata acceptaque (en todos esos casos se trata de unidad de
‘significación’); infamia atque indignitas rei (unidad de significación y, al mismo tiempo, de
designación); res tanta atque tam atrox (dos determinaciones análogas de la misma cosa); ferro
ignique, senatus populusque, terra marique (unidad ‘real’ de las cosas designadas); -que es hasta el
instrumento específico de la figura llamada hendíadis, en la que dos significados diferentes coinciden
íntegramente en la designación: arma uirumque. [..] Los dos tipos de coordinación pueden, por lo tanto,
representarse de la manera siguiente:
A + B A B
et ac, -que
Mejor dicho, la coordinación con et puede corresponder, tanto al primer esquema como al segundo,
mientras que la coordinación con ac o -que (en latín clásico) sólo corresponde al segundo. A su vez, la
conjunción -que se distingue de ac por el hecho de que los términos por ella unidos son lógicamente
equivalentes, ya sea por la significación o por la designación (de aquí que difícilmente sean
oraciones). Así, por ejemplo, los términos coordinados por -que designan a menudo las partes de
un todo o los elementos de una serie considerada como finita: serui liberique (las dos clases de
hombres o de filii), senatus populusque (las dos autoridades ideales del estado romano), terra
marique (los dos campos de batalla). En cambio, en la coordinación con ac no es necesaria tal
equivalencia; se trata, sí, de una unidad, pero no de una unidad que se impone por una
equivalencia ‘real’ (o pensada como tal) de los términos implicados: en efecto, las coordinaciones
con ac no se vuelven formulísticas como tantas de las coordinaciones con -que. Esquemáticamente
tendríamos, pues:
A B A B A B
ac ac -que
O, mejor, como en el caso anterior: ac puede corresponder tanto a los dos primeros esquemas como al
tercero, mientras que -que sólo corresponde al tercero”.
510
También en Funktionelle Syntax, § 8.7; en “Grudzüge der funktionellen Syntax”, Formen und
Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.4.1; y en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I,
1995, § 6.4.1. En estos trabajos la sustitución se designa como antitaxis.
511
Véanse, no obstante, las indicaciones de Leonard Bloomfield, “Substitution”, en Language, cap. 15.
512
Cfr. Jean-Pierre Seguin, La langue française au XVIIIe siècle, París, Bordas, 1972, pág. 107 y
siguientes.
513
En La filosofía de la gramática, Barcelona, Anagrama, 1975, pág. 283.
514
Ejemplo tomado de Thomas Mann, Los Buddenbrook.
515
El trabajo de Harald Thun, Personalpronomina für Sachen: ein Beitrag zur romanischen Syntax und
Textlinguistik, Tubinga, Narr, 1986, desarrolla los problemas que aquí apunta Coseriu.
516
Véase también Funktionelle Syntax, § 3.
517
Para la distinción entre pronombres (anáfora no referencial) y proformas léxicas (formas de anáfora
referencial), véase Werner Kallmeyer et alii (eds.), Lektürekolleg zur Textlinguistik, vol. 1, pág. 251 y
siguientes. Véase también Humberto Mederos Martín, Procedimientos de cohesión en el español actual,
cap. 3, y Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español, § 4.2.
518
Así la denomina Coseriu, por ejemplo, en “Semántica estructural y semántica cognitiva”, Jornadas de
Filología. Homenaje al Prof. Francisco Marsá, § 3.2.4. Véanse, asimismo, Klaus Brinker, Linguistische
Textanalyse: eine Einführung in Grundbegriffe und Methoden, pág. 35; Michel Charolles y Georges
Kleiber (eds.), “Special Issue on Associative Anaphora”, Journal of Pragmatics (Nueva York), 31/3,
1999; Catherine Schnedecker, Michel Charolles, Georges Kleiber y Jean David, L' anaphore associative:
aspects linguistiques, psycholinguistiques et automatiques, París, Klincksieck, 1994; y Georges Kleiber,
L´anaphore associative, París, PUF, 2001.
519
Las propuestas de la semántica de prototipos (véase una exposición sistemática, por ejemplo, en
Georges Kleiber, La Semántica de los prototipos. Categoría y sentido léxico, Madrid, Visor, 1995) se
critican en “Semántica estructural y semántica cognitiva”, Jornadas de Filología. Homenaje al Prof.
Francisco Marsá, págs. 239–282; una réplica a los comentarios de Eugenio Coseriu se encuentra en el
trabajo de John R. Taylor, “Cognitive Semantics and Structural Semantics”, en Andreas Blank y Peter
Koch (eds.), Historical Semantics and Cognition, Berlín/Nueva York, Mouton de Gruyter, 1999, págs.
17–48.
520
Se refiere a la gramática generativo-transformacional. Coseriu expone su crítica en “Coordinación
latina y coordinación románica”, Estudios de lingüística románica, ensayo en el que expone que la
coordinación no se reduce al ámbito de la oración y defiende la existencia de dos tipos de coordinación
distintos (expresadas, como en el latín, por unidades idiomáticas diferentes): una de elementos
fundamentalmente nominales y otra de oraciones; véanse también Einführung in die transformationelle
Grammatik y “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 6.3.1.
521
“Grudzüge der funktionellen Syntax”, Formen und Funktionen. Studien zur Grammatik, § 6.3.2.
522
Véase también “Principios de sintaxis funcional”, Moenia (Lugo), I, 1995, § 6.4.1.
523
Véase “Semántica estructural y semántica cognitiva”, Jornadas de Filología. Homenaje al Prof.
Francisco Marsá, especialmente § 6.3.1 y siguientes.
524
Véase Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español, § 2.1.
3.3 [Aún cabe formular una hipótesis sobre los orígenes históricos de ciertos
malentendidos modernos acerca del papel de los diversos niveles del saber lingüístico.]
Anteriormente se presentó la retórica clásica como una lingüística del texto ante
litteram [cfr. I §§ 1.3.1 y 1.3.2]. Las operaciones que distinguía la antigua retórica a
propósito de la constitución de los textos eran las siguientes: inventio, dispositio,
elocutio, memoria y vox (también pronuntiatio)525. Un examen más detenido de estas
cinco operaciones sucesivas mostrará que el significado que corresponde a la lengua
varía de un nivel a otro. Probablemente debido a motivos culturales, los antiguos rétores
no se plantearon mayores problemas sobre el papel que desempeña el idioma en el arte
de hablar; de entrada no se pensaba más que en el arte de hablar en una de las dos
lenguas clásicas: el dominio de una de ellas se identificaba, implícitamente, con el saber
hablar en general, y la idea de utilizar, de acuerdo con normas, cualquiera de las
lenguas “bárbaras” para componer textos era enteramente extraña526.
[3.3.1] Veamos ahora cada una de estas cinco operaciones por separado en
relación con la lengua:
b) La dispositio, esto es, la articulación del tema, también tiene muy poco que
ver con el nivel idiomático. La división de las partes puede organizarse idiomáticamente
siempre en una medida relativamente pequeña, por ejemplo, en el caso de que una
lengua posea reglas especiales para la enumeración [cfr. I §§ 2.9 y 3.5].
525
Véase, por ejemplo, Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria, §§ 260–442, sobre la inventio;
§§ 443–452, sobre la dispositio; §§ 453–1082, sobre la elocutio; sobre la memoria, §§ 1083–1090; y
sobre la vox o pronuntiatio, § 1091.
526
“Pero la intuición de este vínculo entre el lenguaje (y, más aún, el lenguaje ya determinado como
lengua), por un lado, y la humanidad del hombre y las comunidades humanas, por el otro, se encuentra ya
ahí donde suelen encontrarse cristalizadas las intuiciones primarias, es decir, en el lenguaje mismo: en las
lenguas. En muchas lenguas, en particular fuera del ámbito de nuestra cultura occidental, analítica y
distinguidora, los hablantes de una lengua se llaman simplemente ‘hablantes u ‘hombres’ (así, bantú
significa ‘los hombres’), o sea que se oponen por el hablar –y por el hablar una lengua determinada– a los
animales en cuanto ‘no-hablantes’ (cfr. también gr. τ λογα, ‘los no-hablantes’ = ‘los animales’). Y en
muchas otras lenguas los hablantes de esas mismas lenguas se llaman ‘los hablantes’, los ‘dotados de
palabra’, y los hablantes de otras lenguas, ‘los mudos’ o los ‘balbucientes’; es decir que por el hablar una
lengua determinada se opone una comunidad lingüística (una nación o un pueblo) a otros pueblos. Así,
Nĕmcy, nombre eslavo de los germanos, en particular, de los alemanes, significa ‘(los) mudos’; y los
bárbaros, designación que los griegos aplicaban a cualquier pueblo no griego, son precisamente los
‘balbucientes’”, en “Lenguaje y política”, Lenguaje y discurso, § 3.1.1.
[3.3.2] Es posible que los antiguos rétores no tuviesen el menor interés por
distinguir los diversos niveles del saber lingüístico. En muchos casos concretos la
indistinción también es inevitable para el investigador moderno: en la gramática
transoracional de una lengua hay que considerar hechos que más tarde se revelan como
pertenecientes a la competencia general de hablar, ya que con frecuencia no puede
saberse desde el principio qué es propiamente idiomático y qué no lo es. No obstante,
siempre que se trate inequívocamente de principios del hablar en general, como el de
coherencia, no contradicción, etcétera [cfr. I § 5.1.3.2. subapart. a)]529, debería hacerse
la distinción correspondiente desde el principio. Todo aquello que, perteneciendo a la
constitución del texto, aparezca al mismo tiempo regulado por la lengua misma, puede y
debe tratarse en la gramática transoracional. El que se trate de hechos efectivamente
idiomáticos es algo que con frecuencia sólo se sabe como resultado de la comparación
entre dos o más lenguas.
527
Véanse David Brazil, Discourse Intonation, Birmingham, English Language Research, 1975; Paul
Tensch, The Roles of Intonation in English Discourse, Fráncfort, Lang, 1990; Antonio Hidalgo Navarro,
Entonación coloquial. Función demarcativa y unidades de habla, Valencia, Universidad de Valencia,
1997, y del mismo autor, “Las funciones de la entonación”, en Antonio Briz y Grupo Val.Es.Co. ¿Cómo
se comenta un texto coloquial?, págs. 265–284; finalmente, Matthias Heinz, Textsortenprosodie: eine
korpusgestützte Studie zu textsortenspezifischen prosodischen Mustern im Italienischen mit Ausblick auf
das Französische, Tubinga, Niemeyer, 2006.
528
Se retoma este ejemplo, a propósito de la autonomía del saber relativo a los textos, en Competencia
lingüística, pág. 194.
529
Ídem, § 2.3.
4.1 Si en una lengua el texto existe como nivel gramatical, este nivel deberá
exhibir las cuatro propiedades descritas; o dicho más exactamente, tendrá que exhibir
tres de ellas, ya que la superordinación, es decir, el funcionamiento sustitutivo de una
unidad en un nivel superior, tiene para el texto, como nivel jerárquicamente superior,
tan poca aplicación como la subordinación para los elementos mínimos.
530
Véanse los trabajos de Graciela Reyes, Polifonía textual: la citación en el relato literario, Madrid,
Gredos, 1984, Los procedimientos de cita: discurso directo y discurso indirecto, Madrid, Arco Libros,
1993, Los procedimientos de cita: citas encubiertas y ecos, Madrid, Arco Libros, 1994. También
Concepción Maldonado, Discurso directo y discurso indirecto, Madrid, Taurus, 1991; de la misma
autora, “Discurso directo y discurso indirecto”, en Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática
descriptiva de la lengua española, vol. 3, págs. 3349–3595; Salvador Gutiérrez Ordóñez, “Observaciones
sobre el estilo directo en español”, Principios de sintaxis funcional, Madrid, Arco Libros, 1997, cap. 11;
Jacqueline Authier-Revuz, “Hétérogénéité(s) énonciative(s)”, Langages (París), 73, págs. 98–111;
Oswald Ducrot, El decir y lo dicho, cap. VII; y François Récanati, Oratio obliqua, oratio recta: an Essay
on Metarepresentation, Cambridge (Massachusetts), MIT Press, 2000.
4.2 Si el texto existe en una lengua como un nivel gramatical, tendrán que
hallarse en él dos dimensiones que son características de todo nivel lingüístico: la
dimensión paradigmática y la dimensión sintagmática [cfr. nota 397]532.
[4.2.1] Cada nivel tiene su paradigmática específica, esto es, en cada nivel de
estructuración idiomática hay elementos que tienen para ese nivel el estatus de unidad
funcional. Estos elementos pueden funcionar como unidades porque entre ellos se da
una relación in absentia, esto es, la no identidad en sentido semiótico u oposición. La
existencia de diferentes niveles gramaticales en una lengua sólo puede justificarse por
531
Sobre la estructuración textual por medio de marcadores discursivos véase Antoine Auchlin,
“Réflexions sur les marqueurs de structuration de la conversation”, Études de Linguistique Appliquée
(Besançon), 44, 1981, págs. 88–103; Jean-Michel Adam y Françoise Revaz, “Aspects de la structuration
du texte descriptif: les marqueurs d’énumeration et de reformulation”, Langue Française (París), 81,
1989, págs. 59–98; María del Pilar Garcés Gómez, “La enumeración en el discurso oral”, Español Actual
(Madrid), 66, 1996, págs. 53–62, y de la misma autora, “Procedimientos de ordenación de los textos
escritos”, Romanistisches Jahrbuch (Berlín), 48, 1997, págs. 296–315; Óscar Loureda Lamas, “Sobre un
tipo de marcadores discursivos de enumeración en el español actual”, RILCE (Pamplona), 16/2, 2000,
págs. 325–342; María Antonia Martín Zorraquino y José Portolés Lázaro, “Los marcadores del discurso”,
en Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol. 3, §
63.2.3; Gilbert Turco y Danielle Coltier, “Des agents doubles de l´organisation textuelle: les marqueurs
d´intégration”, Pratiques (Metz), 57, 1988, págs. 57–79; y Eddy Roulet et alii (eds.), L´articulation du
discours en français contemporain, Berna, Peter Lang, 1991.
532
La concepción de Coseriu de la paradigmática y sintagmática de las lenguas difiere de la concepción
“ortodoxa” dentro del estructuralismo, sobre todo porque hace hincapié en la distinción entre paradigma
y clase de distribución sintagmática: sus principales comentarios se encuentran en “El estructuralismo”,
Lecciones de lingüística general, § 4.2.0 y siguientes, y en “Principios de sintaxis funcional”, Moenia
(Lugo), I, 1995, § 5.3.1; véase también Heinz Happ, Paradigmatisch/syntagmatisch: Zur Bestimmung
Und Klarung Zweier Grundbegriffe der Sprachwissenschaft, Heidelberg, Winter, 1985.
casa- → -s
morfema pluralizante sintagmática
sustantivo in praesentia
elementos pluralizado (funda la unidad
mínimos el un hombre en un nivel
morfema morfema sustantivo superior)
actualizador particularizador actualizado/particularizado
533
“Por tanto, para establecer los paradigmas gramaticales de una lengua, hay que preguntarse en qué
nivel se dan las opciones paradigmáticas, es decir, las oposiciones funcionales”, en “El estructuralismo”,
Lecciones de lingüística general, § 4.2.2.2.
534
En “Determinación y entorno. Dos problemas de una lingüística del hablar”, Teoría del lenguaje y
lingüística general, § 2.2.2.
535
Véase “Oposición, sistematicidad y neutralización”, Lecciones de lingüística general, §§ 1.1.1 a 1.3.2.
536
Para un esbozo de una clasificación onomasiológica de las funciones textuales e idiomáticas en
español, véase, no obstante, Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español, §
4.6.3; y del mismo autor, “Lingüística del texto y conectores discursivos”, en María Antonia Martín
Zorraquino y Estrella Montolío Durán, Los conectores del discurso. Teoría y análisis, págs. 53–68.
También existe información abundante para esta tarea en Luis Santos Río, Diccionario de partículas.
537
En realidad, las funciones textuales se diferencian, por un lado, de las funciones frásticas, según los
niveles de estructuración en que funcionan las reglas, y, por otra, de las funciones idiomáticas, según el
plano del lenguaje del que dependen las reglas (la lengua o el texto). Las funciones textuales se dan en los
textos como unidad supraidiomática, mientras que las funciones idiomáticas corresponden al texto como
nivel de estructuración de una lengua: “La función textual, que podemos denominar también sentido,
designa el contenido propio de un texto o de una parte de un texto. Así, por ejemplo, ‘pregunta’,
‘respuesta’, ‘orden’, ‘asentimiento’, ‘conclusión’, ‘resumen’, etc. son, entre otros muchos, contenidos
posibles de los textos, o sea, funciones textuales o sentidos. La función idiomática, o significado en
sentido estricto, designa el contenido proporcionado por las unidades idiomáticas de una lengua histórica
determinada. Este tipo de contenido lingüístico se encuentra organizado de manera peculiar en cada
idioma”, en Manuel Casado Velarde, Introducción a la gramática del texto del español, § 1.6.
538
Véanse Principios de semántica estructural, y el ensayo de Horst Geckeler, Semántica estructural y
teoría del campo léxico, Madrid, Gredos, 1976.
539
El estudio de la lingüística implícita en una lengua es un desiderátum que Coseriu ha expresado en
diversas ocasiones a propósito de distintos objetivos: en este párrafo, en relación con la lingüística del
texto; en El problema de la corrección idiomática, § 6.2, en relación con la distinción de los niveles del
lenguaje y de las dimensiones funcionales del hablar. Este análisis consiste en un estudio de la dimensión
metalingüística del lenguaje, véase, Óscar Loureda Lamas, “Del metalenguaje y sus tipos (con especial
referencia a los modos de significar)”, Quaderni di Semantica (Bolonia), XXI/2, 2001, págs. 287–333. La
descripción del léxico metalingüístico correspondiente a las funciones textuales e idiomáticas no ha sido
aún realizado en ninguna lengua, pero se apuntan algunas distinciones del español en Óscar Loureda
Lamas, “Los hablantes como lingüistas. Algunas distinciones ‘pragmáticas’ en el léxico del español”,
Verbum. Analecta Neolatina (Budapest), VI/1, 2004, págs. 241–253. No obstante, se han estudiado
distintas secciones del léxico que muestran esta lingüística implícita: en español, véanse Antonio
Escobedo Rodríguez, El campo semántico ‘hablar’ en español, Granada, Universidad de Granada, 1992,
y Óscar Loureda Lamas, Los nombres de los tipos de texto. El campo léxico ‘lo que se dice’ en el español
actual, Pamplona, Eunsa, 2003; en inglés, Anna Wierzbicka, English Speech act verbs. A semantic
dictionnary, Sydney, Academic Press, 1987. En español se han estudiado, además, otras esferas de lo
metalingüístico: hay una panorámica en Ramón González Ruiz y Óscar Loureda Lamas, “Algunos
estudios recientes sobre lo metalingüístico en español”, Verba (Santiago de Compostela), 32, 2005, págs.
327–346, y de los mismos autores, “Nuevos estudios sobre lo metalingüístico en español”, Cuadernos de
Investigación Filológica (Logroño), 27/28, 2001/2002, págs. 267–284.
540
El concepto de presuposición procede de la lógica, sobre todo de Gottlob Frege y Bertrand Russell, en
concreto del análisis de los problemas que las presuposiciones causan para la interpretación del valor de
verdad de los enunciados. De aquí se desplaza a los estudios sobre el texto, especialmente a la pragmática
y a la teoría de la argumentación (Oswald Ducrot), en la medida en que tratan de explicar los principios y
las tendencias estables de la interpretación de los discursos. Aquí Coseriu se limita a separar el contenido
derivado del conocimiento de las “cosas” y de los principios generales del pensar (presuposiciones del
hablar en general [cfr. I § 5.1.1.2 subapartados a) y b)], coincidentes en buena medida con las
presuposiciones lógicas de Grice, “Presuposición e implicatura conversacional”, en María Teresa Julio y
Ricardo Muñoz (comps.), Textos clásicos de pragmática, Madrid, Arco Libros, 1998, págs. 105–124) del
contenido implícito en un acto lingüístico individual que no depende directamente del significado
codificado en la lengua (presuposiciones textuales: en la pragmática, las implicaturas no convencionales,
o las implicaturas conversacionales particularizadas según Stephen Levinson; en Oswald Ducrot, los
sobreentendidos). Véanse, desde la teoría de la argumentación, Oswald Ducrot, El decir y lo dicho;
también Stephen Levinson, Significados presumibles la teoría de la implicatura conversacional
generalizada, Madrid, Gredos, 2004, y Laurence Horn, “Presupposition and Implicature”, en Shalom
Lappin (ed.), The Handbook of Contemporary Semantic Theory, Oxford, Blackwell, 1996, págs. 299–319,
desde el punto de vista de la lingüística pragmática neogriceana; y Deirdre Wilson, Presuppositions and
Non-Truth Conditional Semantics, Londres, Academic Press, 1975, desde el punto de vista de la
lingüística pragmática postgriceana.
541
“Zur Theorie der Fragesätze”, en Dieter Wunderlich (ed.), Probleme und Fortschritte der
Transformationsgrammatik, Múnich, Hueber, 1971, págs. 109–126, especialmente, págs. 109 y 114.
542
Wolfgang U. Dressler, Einführung in die Textlinguistik, pág. 85: “Nach Rohrer werden in der Antwort
‘die gesamten Präsuppositionen des Fragenden als falsch bezeichnet’. M.E wird jedoch die Existenz von
Gagarin, Moskau, der Automarke Moskwitsch, und der Möglichkeit, ein solches Auto zu gewinnen,
keineswegs geleugnet, sondern nur die gefragte relation zwischen diesen vier präsupponierten
Elementen”.
543
Véase Marga Reis, Präsuppositionen und Syntax, Tubinga, Niemeyer, 1977.
544
En español se indica una presuposición afirmativa si se pregunta mediante la expresión ¿no me digas
que (es cierto que)...? (¿no me diga usted que...?) y una presuposición negativa mediante ¿no me digas
que no (es cierto que)...? (¿no me diga usted que no...?). Véase Luis Santos Río, Diccionario de
partículas, pág. 338.
545
Véase también Luis Santos Río, Diccionario de partículas, pág. 177, s.v. acaso, especialmente los
usos recogidos en los apartados 2.2.2.1 y 2.2.2.2.
546
Véase Elke Hetzel, Die Verneinung im modernen Französich, Tubinga, 1971.
Des clous! [esp. literalmente ¡clavos!], sirve aquí para rechazar violentamente la excusa
con la que un soldado prisionero de guerra intenta rescatar sus cigarros del saqueo de
sus compañeros.
Esto basta para mostrar la tarea de la paradigmática de las funciones textuales.
Lo más urgente en este ámbito es empezar por investigar a fondo los hechos, a ser
posible comparando varias lenguas.
[4.2.3] La sintagmática en el nivel del texto ha sido mucho mejor estudiada que
la paradigmática, del mismo modo que en la lingüística de los últimos dos decenios la
sintagmática ha sido mucho más estudiada que la paradigmática. Puede decirse, de una
manera muy general, que las relaciones sintagmáticas en el nivel del texto sólo pueden
ser de tres clases: anticipación, anáfora y concatenación. Dado que muchos de los
hechos que forman parte de la sintagmática del texto han sido tratados a propósito de las
propiedades de los estratos gramaticales (por ejemplo, la sustitución es un posible
procedimiento para expresar la relación sintagmática anáfora [cfr. III §§ 2.4, 2.5.2 y
4.1.3), aquí bastará una explicación concisa.
547
No obstante, en español se emplea para expresar rechazo la fórmula ¿tú crees? (¿usted cree?).
548
Ejemplo tomado de Jean-Paul Sartre, La mort dans l´âme [1949].
549
La puntuación se trata habitualmente como un capítulo más dentro de la ortografía de una lengua. Se
explica desde el punto de vista normativo, aunque se reconoce que sus reglas son menos objetivas o
estrictas que las de otros campos de la ortografía porque la puntuación se vincula al estilo de quien
escribe. Coseriu apunta aquí un enfoque distinto: la existencia de una “gramática” de la puntuación. Se
entiende, desde este punto de vista, que la puntuación tiene como función articular y distribuir la
información de los textos. Véase en este sentido el ensayo de Carolina Figueras, Pragmática de la
puntuación, Octaedro-EUB, Barcelona, 2001.
550
Véase también Óscar Flórez, La anáfora: una aproximación pragmática, Bogotá, Instituto Caro y
Cuervo, 1990.
551
Sobre los procedimientos de concatenación o junción de unidades dentro del texto véanse Wolfgang
Raible, Junktion: eine Dimension der Sprache und ihre Realisierungsformen zwischen Aggregation und
Integration, Heidelberg, Winter, 1992, y del mismo autor, “Linking clauses”, en Martin Haspelmath et
alii (eds.), Language typology and language universals: an international handbook, vol. I, págs. 590–
617.
[5.2] Una exposición de este tipo tendría que desarrollarse en diferentes niveles:
en el del sistema y en el de la norma552. En primer lugar hay que identificar y describir
lo que funciona sistemáticamente, las oposiciones necesarias (regulares) y las relaciones
sintagmáticas [cfr. III § 4.2]. En segundo lugar, podría pasarse a lo que es usual en cada
lengua: por una parte, lo que se ha realizado efectivamente dentro del sistema como
estructura de posibilidades, y, por otra, lo que está firmemente anclado en la tradición
de la comunidad lingüística correspondiente, aunque no dependa del funcionamiento del
sistema en general. No es extraño que la falta de dominio de estos hechos condicionados
por la norma en el nivel más alto de la estructuración idiomática sean los que originen
en textos producidos por hablantes extranjeros, incluso por encima de un excelente
dominio de la lengua, una última sensación de extrañeza: “Es raro” –se dice a sí mismo
al oír o leer un texto así el hablante nativo– “no hay nada que esté mal en la manera de
expresarlo, y, desde luego, se puede decir así, pero en alemán (o en francés, o en
portugués, etc.) se diría más bien de otra manera” [cfr. nota 157].
552
Sobre el concepto de norma véanse los trabajos de Coseriu “Sistema, norma y habla”, en Teoría del
lenguaje y lingüística general, y “Sistema, norma, tipo”, en Lecciones de lingüística general, cap. XII;
también las monografías de Luis Fernando Lara, El concepto de norma en lingüística, México, El Colegio
de México, 1976, y de Kennosuke Ezawa, Sprachsystem und Sprechnorm: Studien zur Coseriuschen
Sprachnormtheorie, Tubinga, Niemeyer, 1985.