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Aquí, más que una continuidad, supones una ruptura entre el corpus origenista y el resto
de estos discursos nacionales, pues, según afirmas, "tan significativas son las
parcialidades como las pretensiones de totalidad del canon de lo cubano en la poesía..."
No creo, entonces, que los origenistas trasladen al terreno de la poesía el ideario de los
letrados nacionalistas; la diferencia no está sólo en que su objeto de estudio sea la
poesía y el de aquellos la historia o la sociedad, sino sobre todo en que ellos asumen a la
poesía como el fundamento de su discurso. Hablan no sólo de la poesía, sino desde la
poesía. Y desde esa perspectiva la de los letrados representa en cierta medida una nueva
barbarie: la de la crítica, que los origenistas consideran insuficiente tanto para
comprender la poesía como para superar la frustración nacional.
Es cierto que en el origenismo clásico alienta una oposición entre la poesía como
absoluto e identidad última de lo cubano, y la literatura y la crítica... Y puede que ésta se
realice al margen de la racionalidad de algún tipo de letrado, aunque para mí Vitier lo
es. En realidad, adonde intentaba llevarte es a lo que hay de discursivo en ambas
perspectivas, tanto en la crítica como en la poética.
¿Eso que llamas "el fundamento de su discurso" no sería a fin de cuenta la voluntad de
verdad, de orden, desde donde se articula este relato nacional, aunque aparezca erigido
desde la poesía? Rechazar la crítica, ciertas literaturas, ciertos géneros literarios y otras
tantas poéticas "especulativas", ¿no tiene aquí como función reforzar la verdad de este
relato en primera instancia moral? De un lado, especies a exorcizar como lo telúrico, el
sexo, la violencia, los ídolos afrocubanos y hasta "ese monstruo, la novela", del que
Cintio Vitier no sabe qué pensar; y, del otro, a buen recaudo, la tradición criolla, blanca,
católica, con su paso al sacrificio que funde la poesía y el acto... Tu propio
reconocimiento de lo que Orígenes rechaza no deja de apoyarse en referencias al peligro
negro tal como lo atisbaran Parreño, Trelles y hasta el propio Martí. Creo, entonces, que
no se está fuera sino dentro de los dispositivos propios de cualquier discurso, con la
literatura, o mejor, la poesía, como uno más. En este sentido, no hay que tomar muy en
serio el desentenderse con la sociología y la psicología. En Lo cubano... se agita la
sombra, el espectrum --digamos que espiritual-- del evolucionismo: embrión, aborto,
descaecimiento, retorno de los instintos, cepa moral, etc. Se trata de metáforas,
obviamente, pero el principio es siempre eugenésico. Claro que esto puede o no
implicar un uso instrumental, concreto, en determinados momentos históricos.
Primero quiero hacer una aclaración con respecto al tema de la racionalidad moderna.
Cuando digo que los origenistas se oponen al discurso racionalista de los letrados, no
implico con ello que asuman un discurso irracional, a la manera del surrealismo, que es
una poética esencialmente moderna, de vanguardia. Justamente lo antimoderno de
Vitier, Lezama y García Marruz –en el sentido de Maritain– estaría en superar esas dos
caras, según ellos complementarias, de una modernidad demoníaca, alcanzando así la
plenitud poética perdida en un mundo desintegrado. Y es esa antimodernidad lo que los
lleva a sucumbir a la “tentación totalitaria”.
Ahora, no niego con este énfasis que justamente en sus negaciones el discurso
origenista pueda identificarse bastante con los discursos positivistas y eugenésicos. Por
ejemplo en lo del peligro negro que señalas. Pero insisto en la diferencia: mientras Saco
oponía lo negro a lo cubano desde el terreno mismo de las razas (los negros no eran
cubanos), Vitier, que escribe después que la vanguardia ha nacionalizado lo afrocubano,
opone al negrismo de Guillén una idea de lo cubano etérea y espiritual, trascendente de
las razas y del telurismo. Si el discurso de Saco es positivamente racista, en Vitier el
racismo sería, digamos, negativo, quizás más cerca de Martí que del propio Saco.
Lo que quieres decir es que, frente al segundo Ortiz, Vitier regresa al positivismo racista
de los hombres de la primera generación republicana –como el propio Ortiz, Guerra,
Trelles, los de Cuba Contemporánea–, espiritualizándolo. Pero insisto en que esta
espiritualización implica algo más que un matiz. Puede haber ciertos paralelos, pero no
hay una continuidad con esos discursos. Vitier habla, como letrado al fin, desde una
autoridad, pero esta no es la de la ciencia que ampara a los juristas y a los médicos, sino
un conocimiento que puede ir más allá del límite de la ciencia. Esa visión poética es lo
que hace investigar lo cubano más allá de la historia superficial y comprenderlo como
fundación. Los letrados a los que te refieres, marcados por los desastres de la
independencia, tienden a preguntarse por los orígenes de la decadencia nacional,
considerando siempre la nación como un cuerpo –cuerpo en peligro por la invasión de
agentes patógenos como los esclavos y los inmigrantes haitianos, cuerpo decadente por
la herencia de los vicios del padre español, o cuerpo degenerado por la mezcla de razas.
En cambio Vitier tiende a concebir lo cubano como alma o espíritu, algo más intangible,
difícil de definir y determinar, y por tanto más preñado de posibilidad.
Tal vez las páginas más polémicas de tu libro son aquellas donde sostienes que, frente al
dilema de la Poesía y la Historia, tanto Vitier como Lezama optan por la primera y
contra la segunda, y que, en consecuencia, sería la "antimodernidad" y el
"anticapitalismo romántico" que modela sus poéticas desde la década del 40 lo que les
lleva a la "tentación totalitaria". No percibo en qué medida implicas a Lezama en esta
"tentación". Ahora bien, aunque coincido en que ambos se colocan del lado de la poesía,
creo que lo hacen según estrategias diferentes, lo que supone una relación no fatal entre
estos elementos.
En Vitier hay igualmente un uso de la Revolución desde una poética conservadora, pero
en el que cabe distinguir un progresivo involucramiento en la historia, que va desde el
compromiso de Fechado al pie (1968) hasta el comprometimiento con una política
nacional-totalitaria. En última instancia, y al plantear que la profecía martiana se cumple
con la Revolución, Vitier cree resueltas las antiguas tensiones, sin reparar en el horror
implícito en esta elección.
Claro que no se me escapa el hecho de que no es en la escritura, sino en las ideas, donde
cifras tu análisis, el cual me parece excelente en el sentido de que con ello adviertes de
las consecuencias que podrían derivarse de una antimodernidad extrema.
Hablo de “tentación totalitaria” en el sentido de Jean François Revel, que designa así el
atractivo que para muchos intelectuales y artistas del siglo pasado ha ejercido el
totalitarismo. En la medida en que, sea en su versión revolucionaria (el comunismo) o
revolucionario-conservadora (nazifascismo), este destruye los valores e instituciones de
la democracia burguesa, puede resultar satisfactorio para una intelligentsia cuyo
anticapitalismo romántico implica el deseo de autenticidad en un mundo degradado por
los valores liberales y mercantiles.
Por supuesto que en Lezama hay una retirada y un desvío –en sus cartas y en su último
poemario- y ello hace una importante diferencia con Vitier, quien constituye, con Fina
García Marruz, uno de los más notables casos de colaboracionismo intelectual con el
régimen castrista. Vitier ha llegado a decir, en una carta de apoyo a la reforma de la
constitución para declarar irreversible el socialismo en Cuba, que “no defendemos un
sistema político, que siempre puede ser corruptible y desvirtuarse, sino la continuidad
con los mayores, con Bolívar y Luz”, el antimperialismo que es “nuestro destino
manifiesto.” Es decir, no importa lo que haga el gobierno mientras seamos
antimperialistas, mientras cumplamos nuestro destino y continuemos el legado de los
fundadores.
Pero creo que justo estas palabras ejemplifican mi tesis de que su colaboración con el
régimen de Castro no implica una toma de partido por la Historia contra la Poesía; por
el contrario, es una toma de partido por la poesía –destino, legado, cubanidad. Vitier ve
a la historia sub specie poiesis; la Revolución es para él el fin de la historia como
negatividad, prosa, política e intrascendencia.
Está claro que Vitier nunca tomaría partido contra la Poesía, sino a su favor... Y creo que
el fragmento que citas confirma tu tesis, sólo que en esa afirmación suya hay tanto de
obstinación como de coartada, aunque esto pueda parecer secundario. Por lo demás,
Vitier legitima a un sistema político concreto a cuyo poder sirve desde la poesía y en
calidad de ideólogo. O si prefieres desde una fusión entre Poesía y Poder que se
presenta como definitiva e imposible de trascender. Si el rechazo origenista implicaba
en la década del 40 cancelar, a nombre del espíritu, el "cuerpo de la nación", con lo que
ello supone justo cuando se alcazaba cierta complejidad civil; ahora lo que se plantea es,
a la vez desde la perspectiva de aquel discurso sobre la poesía y desde la de un poder
político totalitario en busca de nuevas legitimaciónes, hacer indistinguibles poesía,
historia, nación y revolución... O sea, el poder total. Lo cubano... resulta así, en este
último contexto, un programa contra el enemigo externo e interno; y Martí, su
Encarnación Suprema, una norma a esgrimir contra jóvenes nihilistas y antisociales y el
centro de una retórica de guerra. Insisto en esto porque la fusión Poesía-Poder en el
largo período que va desde 1968 hasta la fecha, y en particular desde los noventa, opera
en la historia, es decir interviene en ella quirúrgicamente y no como mera virtualidad.
Así es. Lo cubano en la poesía se vuelve particularmente útil en los años noventa, con el
giro nacionalista en la ideología del estado. De ahí la “relectura” que hace Abel Prieto
en el prólogo a la tercera edición cubana de la obra, donde advierte que las críticas al
libro de Vitier ejemplifican cierta tendencia al “neoanexionismo” entre los jóvenes
intelectuales. Al fin y al cabo, lo que hace este discurso nacionalista no es sino
deslegitimar la diferencia interna expulsándola afuera, o identificándola con el enemigo
externo. Creo que es Maurras quien decía que el nacionalismo no es la lucha contra el
extranjero exterior, sino contra el interior; se empieza por considerar al extranjero un
enemigo y se termina considerando al enemigo un extranjero.
Claro, ese concepto de pueblo sirvió para liquidar a los escritores, desde entonces hasta
ahora, lo que es evidente en Las palabras a los intelectuales. Por supuesto, en aquel
momento tiene una importancia enorme, en la medida en que permea no sólo el discurso
de Lunes sino también el de las demás tendencias. No deja de ser sintomático, no en
sentido psicoanalítico sino político, que la censura haya comenzado por P.M.,
documental que muestra la vida nocturna de La Habana, sus bares y sus negros... Lo que
hay detrás de “Con la revolución todo, contra la revolución nada”, es a mi modo de ver
control puro que se legitima en el culto al pueblo. Lo cierto es que el miedo estaba ya
bien diseminado. A pesar de que los escritores e intelectuales de Lunes firman una carta
de protesta por la censura de P.M., luego no oponen resistencia alguna al discurso de
Fidel Castro... y esto porque estaban comprometidos hasta la médula y se sentían
culpables y pequeños frente a la Revolución, es decir frente a la Historia... El Piñera de
esta época se autocritica constantemente, y no parece el mismo que escribiera en 1945
un definitorio ensayo sobre Kafka, donde se muestra como escritor moderno simple y
llanamente.
En efecto, así como la nación se convirtió para los jacobinos franceses en la fuente de
toda soberanía, el pueblo se convirtió en la Cuba de 1959 en la base de legitimidad de
todos los discursos revolucionarios. Y Lunes, que vivió con intensidad la ilusión
revolucionaria de la ampliación del público lector y la modificación del status de la
literatura en la nueva sociedad, contribuyó desde luego a una especie de absolutización
del pueblo que se complementaba con el culto a la otra cara que presenta toda
revolución: el héroe. El problema es que el pueblo, en tanto tal, no habla; desde que se
habla, se establece, por así decirlo, una diferencia; y más aun desde que se escribe. El
asunto es entonces quién representa legítimamente al pueblo: la Revolución se convierte
en la fuente de todos los derechos en la medida en que convierte violentamente la
representación en identidad; es así que el gobierno revolucionario “supera” la
democracia representativa y se radicaliza hacia un totalitarismo que es, según sus
ideólogos, una forma de “democracia participativa”.
Conviene recordar que el ICAIC justificó la censura del documental alegando que este
ofrecía “una pintura parcial de la vida nocturna habanera, que empobrece, desfigura y
desvirtúa la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la
contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanqui.” “Parcial”: esta palabra refleja
claramente el espíritu del realismo socialista que informa la prohibición y su
justificación retórica.
Pero es cierto que todos fueron arrastrados por la violencia de los acontecimientos. “La
inundación” –así nombró Piñera su interesante crónica sobre el triunfo del 1 de enero–
sería un cataclismo de tal magnitud que acabó por arrastrarlo a él y hacer cierta, una vez
más, aquella frase de Vergniaud que reza que “la revolución, como Saturno, devora a
sus propios hijos”.
Como ello implica considerar también los "límites" de Martí, es decir, considerarlos
fuera de la órbita de Orígenes, me gustaría que comentaras algo al respecto.
Por otra parte, tu ensayo aparece en momentos en que se plantea volver al mito-Martí.
Emilio Ichikawa, por ejemplo, considera en gran medida agotados los proyectos de
deconstrucción de esta figura. ¿Qué opinión te merece esto último?
Leer también:
"Para llegar a Orígenes/Para salir de Orígenes", capítulo 1 del libro
"Límites del origenismo", de Duanel Díaz, publicado por la Editorial
Colibrí en 2005. leerlo. bajarlo en pdf bajarlo en word
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