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Un predicador (en el caso de que no comparta tiempo con un equipo de predicadores) quizás no
reciba más de treinta y cinco oportunidades para predicar y dirigirse a la congregación en el
transcurso de un año. Si a esto le descontamos las vacaciones, predicadores invitados, y temas
especiales (se me ocurren la Cuaresma o la Navidad), entonces quizás hasta treinta y cinco
oportunidades sea mucho calcular.
Entonces, si uno cuenta con treinta y cinco oportunidades para hablarle a la gente en un culto, como
el del domingo, ¿cuáles serán los temas a tratar? ¿Y cómo se comunicará con las distintas personas
que concurren ese día?
En la mayoría de las iglesias, quizás contemos con cinco generaciones culturales distintas que están
en conjunto adorando a Dios. Pensemos en un rango que va de los diez a los noventa y siete años de
edad. Puedo afirmar que ese rango se observa en la iglesia de New Hampshire en la que fui pastor
durante los últimos años (ahora ya no lo soy).
Un domingo obtuve distintas reacciones a mi sermón, de un niño de siete años y de un hombre (muy
despierto) de noventa y siete. Un gran rango de edades.
En un libro que escribí recientemente, A Resilient Life (Una vida resistente), sugiero que es necesario
entender a todas estas generaciones y formular preguntas temáticas reflexivas que sean particulares
para cada década de la vida (vea más adelante).
Pienso en estas preguntas temáticas cada vez que preparo el sermón. A mis sesenta años de edad soy
consciente de que las preguntas temáticas que me planteo en esta etapa son totalmente distintas a las
que me planteaba a los treinta años.
Cuando era pastor a los treinta años, me preguntaba por qué los hombres de la edad mía ahora me
hablaban tan poco acerca de lo que pensaban o de sus asuntos personales.
Hoy día jamás «aburriría» a las personas de treinta años con mis preguntas personales. Tendrían que
preguntarme, y yo tendría que sentirme seguro de que no me eludirán ni se reirán de mí.
Pienso nuevamente en ese grupo de hombres con los que me encontraba cada semana, hombres que
en el transcurso del tiempo que compartimos plantearon su historia para que todos los demás la
escucháramos. Y me pregunto: Si conociera la historia de cada miembro de la congregación, ¿Cómo
cambiaría mi forma de predicar?
Es ahí cuando pienso en el diálogo que se desarrolló entre Jesús y la mujer de Sicar, con la que se
encontró en el pozo. ¿Qué fue lo que logró una conversación tan poderosa, tan transformadora, tan
ingeniosa que desencadenó que una ciudad entera se fuera a sentar a los pies de Cristo? La respuesta
es: él conocía su historia, y ella sabía que él la conocía.
Si puede conocer hasta ese punto la vida de una persona, la prédica tocará esa vida.
Preguntas por década
Cuando les predico a los que tienen alrededor de veinte años, sé que se plantean preguntas como:
Los que tienen alrededor de treinta años suelen haber acumulado responsabilidades a largo plazo:
esposas, hijos, deudas y necesidades económicas. De pronto la vida se ha colmado de
responsabilidades. El tiempo y las prioridades se vuelven importantes. Los niveles de fatiga y estrés
aumentan.
Las preguntas comienzan a ser:
1. ¿Cómo puedo realizar todas estas tareas de las que soy responsable?
2. ¿Por qué enfrento tantas dudas acerca de mí mismo?
3. ¿Por qué siento tanta confusión en el área espiritual?
4. ¿Qué fue de aquel tiempo en el que pasaba tan buenos momentos?
5. ¿Por qué todavía no he resuelto todos mis problemas con el pecado?
6. ¿Por qué dispongo de tan poco tiempo para mis amistades?
Las preguntas que se plantean aquellos que tienen alrededor de cuarenta años no son
para nada fáciles. Ahora se preguntan:
1. ¿Por qué algunos de mis pares consiguen desenvolverse mejor que yo?
2. ¿Por qué me decepciono tanto de mí mismo y de los demás?
3. ¿Por qué no ha aumentado mi fe?
4. ¿Por qué mi matrimonio ya no resplandece?
5. ¿Por qué anhelo volver a los días de mi juventud en los que me sentía despreocupado?
6. ¿Debería limitar algunos de mis sueños?
7. ¿Por qué ya no me siento atractivo?
1. ¿Por cuánto tiempo podré seguir practicando las actividades que me identifican?
2. ¿Por qué mis pares se ven mucho más viejos que yo?
3. ¿Qué significa volverse viejo?
4. ¿Cómo puedo resolver angustias y resentimientos que nunca he resuelto?
5. ¿Por qué cuando me reúno con mis amigos hablamos tanto acerca de la muerte?
1. ¿Alguien de los que están aquí sabrá quién fui yo alguna vez?
2. ¿Cómo puedo enfrentar todas estas debilidades que me embargan y que van en aumento?
3. ¿Cuántos años me quedan de vida?
4. ¿Por cuánto tiempo más podré seguir siendo independiente y no perder la dignidad?
5. Cuando muera, ¿cómo será?
6. ¿Qué pasará con todas aquellas metas que alguna vez quise alcanzar (o lo que pretendí ser) y nunca
he podido concretarlas?
¿Puede un sermón responder a todos estos dilemas? Para muchos oyentes, los sermones que ignoren
estas preguntas, serán ajenos, lejanos a su realidad.
En este tipo de temas, que van cambiando con los años, el predicador puede considerar los temores,
los fracasos y remordimientos, los anhelos y oportunidades, traer palabras de esperanza y claridad, y
tocar la vida de la persona con la presencia de Cristo.
Artículo Publicado en Apuntes Pastorales: "Apuntes Pastorales Noviembre 2010" - Volumen XXVIII