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Cuadernos de Discusión y Formación Política

EL GRITO DE CORDOBA
Y LA UNION LATINOAMERICANA
LUIS VITALE

Conferencia pronunciada en la Universidad de Río Cuarto y en la Universidad nacional de Córdoba


en el 70 aniversario de la Reforma Universitaria, junio 1988.

Ante todo, quiero manifestar que estoy muy agradecido —y emocionado— por la invitación que
me ha hecho la comunidad universitaria para intercambiar ideas acerca del significado histórico de
la Reforma Universitaria, precisamente en la provincia donde hace 70 años se lanzó aquel grito que
estremeció a la América entera.
Rememoro en este instante solemne, con entrañable cariño los relatos que sobre ese acontecimiento
memorable me hicieran Silvio Frondizi — el Frondizi bueno, asesinado por las tres A— José Luis
Romero en su gabinete de estudio y en una carpintería que tenía al fondo de su casa de A —drogué,
y Luis Franco, a quien recordamos hoy pocos días después de su muerte. Ellos me contaban sobre
los testimonios que habían recogido de Los labios protagónicos de Alfredo Palacios, Alejandro
Korn, Aníbal Pon ce y otros portaestandartes de la Reforma del 18.
Recuerdo también en este momento —luego de 30 años de ausencia de los pagos en que nací, tras
un largo pero enriquecedor periplo por las tierras de Tupac Amaru, Bolívar y Martí— recuerdo,
decía, mis primeros pasos por los anchos patios de la Universidad de La Plata y las apasionadas
discusiones sobre la manera de actualizar e implementar una nueva reforma universitaria, cuando
era dirigente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades, allá por el afta 1950.
Debo confesar que sólo me di cuenta cabal de la trascendencia universal de la Reforma
Universitaria del 18 cuando en 1975, hablando de ella en una cátedra en la Escuela de Frankfurt, de
Adorno y Horkheimer, los estudiantes alemanes no podían comprender cóm , en esta América
Latina tan atrasada, se pudieron dar formas tan avanzadas y democráticas en el campo del saber y
en la generación del poder. Y no podían creer la que hicimos hace 70 años porque las universidades
de esos países, tan adelantados en la económico, siguieron siendo cuasi—feudales en su régimen
universitario —disfrazados aún con toga y sentados en altos estrados para guardar distancia
autoritaria con los alumnos— hasta que fueron conmovidos por el mayo francés del 68, por
aquellos jóvenes rebeldes que dije —ron ¡basta!, proclamando a los cuatro vientos de la “ciudad
luz”: l’imagination au pauvoir, y el libertario emblema: “prohibido prohibir”.
No obstante, seguimos con las mentes colonizadas, como dijera Franz Fanon, pues todavía no nos
atrevemos a decir que la Reforma Universitaria es un movimiento y una ideología de carácter
universal, nacida en tierra latinoamericana, así como hoy lo es La Teología de la Liberación.
Entonces, atrevámosnos, comenzando con una ruptura epistemológica como la concepción
eurocéntrica de la historia y del pensamiento para ir al rescate decidido y sin complejos ni
prejuicios de nuestros originales apartes a la cultura mundial, desde las sociedades agro—alfareras,
inca y azteca hasta la contemporaneidad.
Uno de ellos fue indiscutiblemente la Reforma Universitaria del 18, cuando en la Europa una
guerra mundial cortaba de raíz “la belle époque” y la idea positivista comtiana de un progreso
indefinido. Iniciada como un movimiento estudiantil en procura de cambios académico, se
transformó, en el proceso de la lucha en un movimiento social. Más que una reforma fue el inicio
de un cambio social revolucionario de carácter continental, que empalmaba con la revolución
mejicana de Zapata y Pancho Villa, recogiendo las repercusiones de la revolución rusa del 17. Más
que reformistas, los estudiantes cordobeses fueron históricamente revolucionarios.

La Reforma Universitaria comenzó en la ciudad de Córdoba, como con secuencia de peticiones de


orden gremial y académico que el Rector se negó a satisfacer. Los estudiantes declararan entonces
la huelga. El gobierno radical, presidido por Hipólito Yrigoyen —partidario de la filosofía política
democratizante del kraussismo— envió como interventor a José Nicolás Matienzo, quien accedió a
ciertas peticiones acadé micas. Enfervorizados con este avance, los estudiantes se lanzaron a la
lucha por la democratización en la generación del poder universitario, apoyando desde la base la
candidatura a rector del Dr. Martínez Paz. Los conservadores, nucleados en el grupo “Corda
Frates”, levanta ron un candidato, que logró el triunfo merced a una fuerte presión ideológica y
económica. Ante esta frustración, los estudiantes declara ron nuevamente la huelga, refrendada por
un Manifiesto que con los años será conocido como “el grito de Córdoba”, en una fría pero prome-
tedora mañana de junio de 1918.
La Reforma comenzó con el cuestionamiento de la estructura tradicional, tanto en lo académico
como en la generación del poder, planteando el co—gobierno y la autonomía universitaria. Así se
expresaban los estudiantes cordobeses: “Acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo
XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica (...) desde hoy contamos para el
país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que
faltan(...) estarnos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana(...)
reclamamos un gobierno estrictamente democrático y el derecho a darnos el gobierno propio”.
Algunos de los puntos programáticos de la Reforma fueron absorbidos por la clase dominante,
sobre todo aquellos relacionados con la modernización de la enseñanza, La burguesía y el Estado
necesitaba en esa época un nuevo tipo de profesional, capaz de atender las nuevas industrias que
surgían y las empresas agropecuarias en tren de modernización, a raíz del desarrollo del
capitalismo agrario. El Estado necesitaba, así mismo, personal calificado para atender las nuevas
obras de infraestructura que se estaban levantando, además de personal universitario idóneo para
implementar los planes habitacionales, de salud y transporte.
Sería burdo afirmar —como lo han hecho varios autores— que los estudiantes hicieron la Reforma
para servir a los objetivos de la burguesía industrial. Ocurrió que ellos levantaron ideales
libertarios, tratando de ligar su lucha con la de los trabajadores, pero no alcanzaron’ plenamente sus
blancos estratégicos.
Sectores de la clase dominante aprovecharon entonces la coyuntura para golpear a la vieja
oligarquía en crisis, canalizando a su favor algunas reformas planteadas por el universitariado.
Aceptaron, sobre todo, aquellos aspectos relacionados con la modernización de la enseñanza y la
eliminación del dogma católico , creación de nuevas carreras científico—prácticas y un cierto tipo
de elección de las autoridades universitarias con apariencia democrática, pero donde las votaciones
fueron decididas por los profesores de ciertos niveles del escalafón. Obviamente, rechazaron el
planteo central de la Reforma: el cuestionamiento en la generación del poder universitario y la
democratización plena por la base en la elección de las autoridades. También combatieron todo
intento de vincular la universidad con los problemas de la sociedad global. Razón tenía Germán
Arciniegas cuando decía: “ La Universidad después de 1918 no fue lo que ha de ser, pero dejó de
ser lo que había venido siendo”.

Estudiosos de la Reforma, como Gabriel del Mazo, han tratado de limitar los postulados del “grito
de Córdoba” a la “docencia libre, modernización de la enseñanza y democratización del régimen
administrativo en los planteles superiores”. La verdad es que el movimiento estudiantil perseguía
cambios más profundos , tanto en la universitario corno en el conjunto de la sociedad. Más aún,
tuvo un proyecto latinoamericanista que alcanzó a expresarse en la formación de organismos
continentales de lucha. Aunque en el Cono Sur no se crearon Universidades Populares, como la
Universidad “José Martí” de Cuba y la Universidad “González Prada” de Perú, los estudiantes
argentinos encontraron otras formas de relacionarse con los oprimidos en pos de la unidad obrero
—estudiantil.
La Posición nacional—antiimperialista de importantes franjas del estudiantado se fue forjando, por
un lado, como reacción a las intervenciones militares norteamericanas en Haití, República
Dominicana y Nicaragua, y por otro a través de la influencia de las revoluciones Rusa y mejicana,
que confluían con el ascenso del movimiento obrero y campesino en la mayoría de los países
latinoamericanos.
La vanguardia estudiantil de 1918—25 formó parte del proceso de radicalización de las capas
medias, que pugnaban por una mayor participación política y social. La izquierdización se agudizó
a medida que el universitariado daba pasos firmes en el camino de la praxis consecuente.
Portantiero señala en su libro Estudiantes y política en América La tina. El proceso de Reforma
Universitaria,p.72, que “la retórica y la ampulosidad de las declaraciones de los líderes
estudiantiles se transformó en acción cuando las fuerzas represivas atacaron las manifestaciones
callejeras de los estudiantes”. Sin embargo, no coincidimos con este autor cuando sostiene
enfáticamente que en el movimiento estudiantil se enfrentaron dos corrientes: el aprismo y el
marxismo. Ante todo, es necesario aclarar que el aprismo surgió precisamente después y, en cierta
medida, a raíz de la Reforma Universitaria. Por consiguiente, con excepción del Perú ,por la
presencia de Haya de la Torre como presidente de la Federación de Estudiantes, en ningún otro país
el aprismo fue una fuerza dentro del proceso de Reforma Universitaria.
En cuanto a que el marxismo fue la otra corriente predomiante, habría que precisar el país. Cuando
se inició la Reforma Universitaria no existía todavía estructurado ningún Partido Comunista,
aunque había tendencias marxistas dentro de los Partidos Socialistas, las que influyeron en la
radicalización de la Reforma, especialmente en Argentina, Uruguay, Chile y México. En el resto de
los países ni siquiera existían Partidos Socialistas.
El anarquismo ejerció, asimismo, influencia importante en el estudiantado, sobre todo en el cono
sur y en Cuba. Al analizar los textos de los Manifiestos de Reforma Universitaria se encuentra el
estilo del discurso ácrata, especialmente en sus frases de contenido libertario, que tan
magistralmente simbolizaron el peruano Manuel González Prada, los hermanos Flores Magón en
México y en Chile José Santos González Vera.
Los errores de apreciación sobre las influencias políticas principales en la Reforma Universitaria
preovienen de confundir Vanguardia con Movimiento estudiantil. En algún momento del proceso
de Reforma, especialmente en la fase del auge, la vanguardia universitaria pudo representar al
conjunto del estudiantado; pero en las fases del estancamiento o retroceso esa vanguardia quedó
frecuentemente desfasada de las aspiraciones gremialistas coyunturales y, a veces conservadoras y
meramente reformistas de la mayoría del universitariado. Esta situación se produjo cuando, luego
de la conquista de ciertas reformas estrictamente académicas, los líderes de la vanguardia
plantearon la tesis de la Revolución Universitaria, es decir, intentar transformar de raíz la
Universidad antes del triunfo de la revolución social. El líder universitario cubano Julio Antonio
Mella advirtió a tiempo: para hacer la Reforma Universitaria integral hay que hacer primero la
transformación social de fondo.

LA UNION LATINOAMERICANA

El movimiento estudiantil tuvo desde el comienzo de la Reforma un carácter latinoamericanista,


pues el Manifiesto mencionado estaba dirigido a “los hombres libres de Sudamérica”: “La
redención de las juventudes americanas es nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras
verdades lo son –y dolorosas- de todo el continente (...) La juventud universitaria de Córdoba, por
intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la América toda y los incita a colaborar
en la obra de la libertad que iniciamos”.
Este reencuentro de Argentina con América Latina, retomando la tradición de Mariano Moreno,
Bernardo Monteaguado, el Libertador José de san Martín y de mujeres como Juana Azurduy, se
mediatizó posteriormente con ese mitrismo a espaldas de los indios, mestizos y negros de nuestra
América indo-afro-latina, hasta que sobrevino La reciente guerra de las Malvinas, momento crucial
en que el pueblo argentino se dio cuenta de que únicos y verdaderos aliados son los pueblos
latinoamericanos.
El sentir latinoamericanista del “grito de Córdoba” era el reflejo del contexto político continental
que se vivía, caracterizado por las reiteradas agresivo e invasiones norteamericanas a
Centroamérica y el Caribe, cometidas entre 1890 y 1920. Esta política expansionista de las Estados
Unidos , tanto económica como territorial , provoco el surgimiento de una poderosa corriente
nacional—antiimperialista y la emergencia de pensadores de la talla de Manuel Ugarte, José liaría
Vargas Vila, Rufino Blanco Fombona, José Rodo, José ingenieros y otros , que influyeron
decisivamente en la nueva generacion estudiantil. Por eso en las declaraciones de los líderes de la
Reforma Universitaria se encuentran frecuentes llamados a la unidad latinoamericana. Estos
llamados no se quedaron en el papel. En 1921 se realizó en México el Congreso Internacional de
Estudiantes Latinoamericanos; posteriormente varios de estos dirigentes universitarios formaron
La Unión Latinoamericana en 1925, respaldada por José Ingenieros y José Vasconcelos.
En su libro Ante los Bárbaros, Vargas Vila decía con su estilo apasionado y por momentos
incendiario: “Bolívar dio la palabra salva dora, en los espasmos de la muerte envuelto en las
brumas augura —les de su inmortalidad; UNION, UNION, UNION, así dijo el Genio moribundo;
unión de Méjico y de los pueblos de Centroamérica en una gran Confederación; unión, liga
ofensiva y defensiva de los fragmentos de la Antigua Colombia (...) unión del Perú y Bolivia, las
dos hijas gloriosas de Ayacucho; unión de Chile y los pueblos del Plata; unión por todo el
continente.
Su coetáneo, el argentino Manuel Ugarte precisaba este concepto: “Nuestro territorio fraccionado
presenta, a pesar de todo, mas unidad que muchas naciones de Europa. Entre las dos Repúblicas
más opuestas de la América Latina hay menos diferencia y menos hostilidad que entre das
provincias de España o dos estados de Austria. —Nuestras divisiones son puramente políticas y por
tanto convencionales. Los antagonismos, sí los hay, datan apenas de algunos años y más que entre
los pueblos, son entre los gobiernos” (La Nación Latinoamericana, Biblioteca Ayacucho,
Caracas, 1978, p. 4).
José Ingenieros fijó entonces una clara posición frente a la doctrina Monroe: “No somos, no
queremos ser más, no podemos seguir siendo panamericanista. La famosa doctrina Monroe, que
pudo perecernos durante un siglo la garantía de nuestra independencia política contra el peligro de
conquistas europeas, se ha revelado gradualmente como una reserva del derecho norteamericano a
protegernos e intervenirnos”. También puso de manifiesto las inconsecuencias yanquis en relación
a su famosa doctrina: “¿Impusieron los norteamericanos la doctrina Monroe en 1833 cuando
Inglaterra ocupó las Islas Malvinas, pertenecientes a la Argentina?. ¿La impusieron en los
siguientes años, cuando el almirante Leblanc bloqueó los puertos del Río de la Plata?. ¿Y en 1861,
cuando España reconquistó a Santo Domingo?. ¿Y en 1864 cuando Napoleón III fundó en México
el imperio de Maximiliano de Austria?”. Ahora, nosotros preguntaríamos lo mismo respecto de la
actividad de Estados Unidos con ocasión de la guerra de las Malvinas por su apoyo ideológico y
material al colonialismo inglés.
Ingenieros también fue partidario de retomar la lucha por la unidad latinoamericana ante la nueva
ofensiva imperial: “ Creemos –decía- que nuestras nacionalidades están frente a un dilema de
hierro. O entregarse sumisos y alabar la Unión Panamericana (América para los norteamericanos) o
prepararse en común a defender su independencia, echando las bases de una Unión
Latinoamericana (América para los latinoamericanos) (El Pensamiento revolucionario de José
Ingenieros, Ed, EDUCA, San José de Costa Rica, 1972, p. 127)
Este vibrante llamado está más vigente que nunca a los 70 años de la Reforma Universitaria: los
latinoamericanos debemos unirnos para enfrentar el flagelo de una deuda externa de por sí
impagable, una deuda que por lo demás ya hemos pagado con creces desde las amortizaciones e
intereses del empréstito Baring de 1824 hasta la actualidad.
Si entabláramos un diálogo imaginario con uno de los protagonistas de la Reforma Universitario
del 18 quizás nos preguntaría qué hemos hecho para garantizar la autonomía académica y
territorial, y tendríamos que responderle francamente: muy poco, ya sea por la represión que
hemos sufrido o por autorepresión, que a veces es peor. Si ese estudiante cordobés preguntara,
pidiendo cuentas, que han hecho los estudiantes para consolidar los espacios ganados por el
movimiento reformista del 18 en cuanto al co-gobierno y la generación del poder desde la base de
la comunidad universitaria, habría que confesar derechamente que casi nada. Podríamos
justificarnos respondiéndole que sufrimos innumerables dictaduras militares, desde el golpe de
Uruburu en 1930 hasta el de Videla en 1976, que nos impidieron ser consecuentes con el “ grito de
Córdoba”.
De todos modos, no vale la pena lamentarse solamente, ni golpearse el pecho con actitudes
masoquistas. La autocrítica es sana siempre y cuando haya la decisión de enmendar errores para
marchar adelante, porque como dijera el poeta Machado y luego Joan Manuel Serrat: “El camino se
hace al andar”. Si lo recorrimos maltrechos, podemos tomar este anhelado atajo actual de la historia
argentina para ganar rápidamente nuevos espacios democráticos que, respetando el pluralismo
ideológico, acorten el camino o al menos permita recuperar el tiempo perdido.
Todavía tenemos tiempo para implementar el legado del 18. Debemos ponernos ya, manos a la
obra, desde este minuto tan solemne, inspirado en el ejemplo de los cordobeses del 18. En marcha
entonces, a investigar y enseñar, a aprender enseñando y a enseñar aprendiendo, a estudiar y luchar,
a estudiar sin dejar nunca de luchar, como lo hizo aquel argentino-latinoamericano que correteó por
los cerros cordobeses en su juventud, ese argentino insigne que hoy celebramos el 60 aniversario de
su nacimiento: Ernesto Guevara. Que los próximos onomásticos de la Reforma Universitaria nos
permitan decirles a los muchachos cordobeses del 18: sí, estamos cumpliendo con vuestro legado.

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