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Prof. Marcos Elizondo Vega.

Teoría del conocimiento / Epistemología

Epistemología significa etimológicamente: (del griego, episteme, 'conocimiento';


logos, 'teoría'), la cual pertenece a una de las ramas de la filosofía que trata de los
problemas filosóficos que rodean la teoría del conocimiento. La epistemología se ocupa de
la definición del saber y de los conceptos relacionados, de las fuentes, los criterios, los tipos
de conocimiento posible y el grado con el que cada uno resulta cierto; así como la relación
exacta entre el que conoce y el objeto conocido.
Unos de los grandes temas de la filosofía de todos los tiempos ha sido elucidar en
qué consiste el acto de conocer, cuál es la esencia del conocimiento, cuál es la relación
cognoscitiva entre el hombre y las cosas que lo rodean. A pesar de que es una operación
cotidiana no hay un acuerdo acerca de lo que sucede cuando conocemos algo. La definición
más sencilla nos dice que conocer consiste en obtener una información acerca de un objeto.
Conocer es conseguir un dato o una noticia sobre algo. El conocimiento es esa noticia o
información acerca de ése objeto.
La teoría del conocimiento es una disciplina filosófica. Para precisar su ubicación en
el todo que es la filosofía, es necesario que antes aparezca una definición esencial de esta.
Una definición esencial de la filosofía se podría obtener atendiendo el significado de
la palabra. El termino filosofía deriva del griego y quiere decir amor a la sabiduría o, lo que
es lo mismo, deseo de saber, de conocer. Inmediatamente se nota que no se puede de
obtener de la filosofía una definición esencial, y, por lo tanto, obligatoriamente se debe de
emplear otro método.
Por ejemplo la definición de filosofía que presentan Platón y Aristóteles como ciencia pura,
es respectivamente la búsqueda de la virtud o de la felicidad.
Como dice Dilthey: «Lo primero que debemos intentar es descubrir un objetivo común
contenido en todos aquellos sistemas a cuya vista se constituyen todos aquellos sistemas de
la filosofía».
Estos sistemas son los de Platón y Aristóteles, Descartes y Leibnitz, Kant y Hegel ya que
en todos ellos hallaremos una inclinación en la universalidad, una orientación en la
totalidad objetiva por ejemplo: el ser, la esencia, el conocimiento.
En los principios de la edad moderna retomamos los caminos del concepto Aristotélico
(tiene como centro una ciencia universal del ser). Los sistemas de Descartes, Spinoza y
Leibnitz, presentan la misma orientación que caracteriza al Estagirita, ya que todos tienden
al conocimiento del mundo objetivo. Kant por el contrario revive el estilo Platónico
(procura elevar la vida, con todos sus conceptos a la conciencia filosófica).
Es verdad que Kant en su primera manifestación surge como una teoría del conocimiento o
como base crítica del estudio científico. Pero no se detiene en el ámbito teórico sino que
avanza a formular la base crítica de todos los campos conocibles. Al lado de la Crítica de
la razón pura, se encuentra la Crítica de la razón práctica, que aborda el tema de la
valorización moral, y la Crítica del juicio, cuyo objetivo son las investigaciones críticas de
los valores estéticos. Así pues, en Kant aparece la filosofía como una reflexión universal
del pensamiento sobre sí mismo, como una reflexión del hombre estudioso sobre los
valores de su conducta.
La supresión de todos los principios materiales y objetivos, los cuales existen
indudablemente en Kant, de manera que la filosofía asume un carácter puramente formal y
metodológico. Ésta postura intelectual provoca una reacción que forja un nuevo
movimiento en el pensamiento filosófico, el cual vuelve a inclinarse a lo material y
objetivo, constituyendo una renovación del carácter aristotélico.
Éste breve repaso de toda la evolución histórica del pensamiento filosófico, nos permite
determinar otros dos elementos del concepto esencial de la filosofía. Al primero se conoce
con la expresión "concepción del yo"; al segundo se le llama "concepción del universo". La
filosofía es ambas cosas: una concepción del yo y una concepción del universo.
En todo conocimiento podemos distinguir cuatro elementos:
Prof. Marcos Elizondo Vega.

• El sujeto que conoce.


• El objeto conocido.
• La operación misma de conocer.
• El resultado obtenido que es la información recabada acerca del objeto.

Dicho de otra manera: el sujeto se pone en contacto con el objeto y obtiene una información
acerca del mismo. Cuando existe congruencia o adecuación entre el objeto y la
representación interna correspondiente, decimos que estamos en posesión de una verdad.

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Durante la historia, el problema del conocimiento a caminado de la mano junto al


problema de la verdad y el problema del sentido; es así, que al hablar de conocimiento, no
sólo debemos preguntarnos, qué es lo que se conoce, sino que también si es verdad aquello
que conocemos, al mismo tiempo, si lo conocido tiene un sentido, un significado en
nosotros.
Sin embargo, si bien hoy debemos formularnos estas y otras preguntas, la cuestión
del conocimiento ha adquirido diversas perspectivas de análisis, que han intentado das
respuestas su profunda interrogación: ¿Cómo conoce el ser humano? ¿Qué es lo que
conoce? ¿Quién es el conoce?
Nuestro idioma define conocer del siguiente modo: «(Del lat. cognoscĕre.) tr.
Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y
relaciones de las cosas.»1; definición que tiene como finalidad la acción intelectual de
esclarecer lo que son las cosas, en otras palabras, ‘averiguar su verdad’. Empero, esta
definición supone la existencia de un sujeto que conoce, y que aquello que conoce es
verdad. Esta suposición parece un sin sentido formularla; sin embargo, ¿cómo podemos
saber que aquello que conocemos es verdad?, es más, ¿cuán objetivo es el conocimiento
que tiene un sujeto?
En este sentido, el problema del conocimiento no sólo se preocupará de lo que se
conoce (objeto de conocimiento), sino también su menester será cuestionarse sobre quién es
el conoce (sujeto del conocimiento, sujeto cognoscente). Así el primer planteamiento
epistemológico será la labor de esclarecer la relación se sujeto/objeto que se establece en el
conocimiento. La definición anterior, sólo nos habla del ‘objeto del conocimiento’, dejando
fuera al sujeto cognoscente.
En la época griega, el conocimiento se traducía como la búsqueda de la verdad, de
la virtud (arete: el arte de obrar bien, racionalmente). El conocimiento estaba fundado en la
capacidad racional del ser humano de encontrar el verdad de las cosas (del mismo modo
como lo define nuestro diccionario), no se cuestionaba el sujeto del conocimiento, puesto
que se daba por entendido que sólo es ser humano posee la capacidad racional de explicarse
las cosas. El antropocentrismo griego, depositaba en el ‘ser humano’ la plena potencialidad
de comprender, explicar y pensar en torno a sus propios problemas. Las cosas cambiaron un
poco durante la Edad Media. El hombre dejó de ser el centro del universo y situó a Dios en
su lugar; así toda explicación, comprensión y pensamiento ya no estaba dirigido por la
razón humana, sino por la ‘razón divina’, que se expresaba en la cualidad racional del ser
humano como una manifestación de su verdad.
Habrá que esperar hasta el siglo XVI, cuando la Época Moderna, establezca las
nuevas directrices en las cuales el ser humano encaminará sus esfuerzos. Es difícil
comprender la necesidad de claridad que se necesitaba en este periodo. Basta con echar un
vistazo al enorme esfuerzo que realiza René Descartes (padre del Racionalismo) por tratar
de encontrar sólo una verdad ‘clara y distinta’ para poder construir un cuerpo de
conocimiento verdadero.
Con Descartes (cartesianismo), no sólo se retorna al antropocentrismo, sino que se
comienza a hablar algo de lo que los griegos lo daban por sobreentendido: el sujeto
cognoscente. El pensamiento cartesiano (cogito) se sostiene sobre la base de un “ego” (Yo)
que ejecuta la acción de pensar. En otras palabras, el acto de pensar, ya no es un constructo
abstracto radicados en el alma humana (Platón), sino que es una acción concreta que lleva a
cabo en ser humano, en este caso Yo. En este sentido, el Yo, se nos aparece como una
evidencia de verdad que fundamenta metafísicamente la acción del pensar. En otras
1
Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. Buenos Aires. Argentina. 2001. Pág. 627.
Prof. Marcos Elizondo Vega.

palabras, no es mi cuerpo concreto el que realiza la acción de pensar, sino, soy Yo quien
tiene la capacidad de pensar. El ser humano ‘de carne y hueso’ contiene en sí mismo un Yo
que concientemente tiene la capacidad de pensar. Con ello Descartes, inaugura lo que hoy
en psicología conocemos con nombre de conciencia.
Una definición pragmática del conocimiento sería: «la acción que realiza el ser
humano al salir desde su esfera hacia la esfera del objeto, trayendo consigo una
representación, y para ello se utilizan medios tales como: percepción, telescopio,
microscopio, espectrógrafo, etc. Además, la acción de conocer se realiza una intención que
puede calificarse de positiva o negativa. Positiva, cuando afirmamos que los productos de
la acción servirán para mejorar la calidad de vida de los seres humanos y negativa cuando
se produce lo contrario. La intención cognitiva puede ser múltiple y va desde los fines más
prácticos (sobreviviencia, construcción, fabricación, producción, etc.) hasta las más
espirituales como el afán de conocer, la búsqueda de la verdad, la contemplación del ser, el
amor por el saber, etc. La reflexión acerca de la preponderancia de una intención sobre otra
es una cuestión compleja y relativa que depende de muchas perspectivas teóricas y
prácticas.»2
Como observamos, esta definición es un poco más compleja que la señalada por
nuestro buen diccionario. Sin embargo, notamos que lo definido posee de antemano una
perspectiva (pragmática), la cual comprenderá al conocimiento (como verdad y sentido)
como una descripción que está centrada en las acciones que realiza en un ser humano. Así
el conocimiento será todo aquello que se pueda comprobar, medir o explicar por intermedio
de las acciones que se realizan, a la intención que se le atribuye al conocimiento y a la
compensación valórica-utilitarista (positivo/negativo) de ese conocimiento. Es sin dudas,
una definición útil cuando deseamos realizar un estudio del comportamiento práctico del
ser humano, sea en lenguaje, ciencias naturales, ciencias humanas, etc.

CONOCIMIENTO Y VERDAD

El vocablo ‘verdad’ se usa en dos sentidos: para referirse a una proposición (lógica)
y para referirse a una realidad (conocimiento). En el primer caso se dice de una proposición
que es verdadera a diferencia de una “falsa”. En el segundo caso se dice de una realidad que
es verdadera a diferencia de una “aparente”, “ilusoria”, “irreal”, “inexistente”, etc.
Los filósofos griegos comenzaron por buscar la verdad, o lo verdadero, frente a la
falsedad, la ilusión, la apariencia, etc. La verdad era en este caso idéntica a la realidad, y
esta última era considerada como idéntica a la permanencia, a lo que es, en el sentido de
“ser siempre”. Lo permanente era pues, lo verdadero frente a lo cambiante. Como la verdad
de la realidad era concebida a menudo como algo accesible únicamente al pensamiento y no
a los sentidos, se tendió a hacer de la llamada “visión inteligible” un elemento necesario de
la verdad. En otras palabras, para el griego, la verdad es el descubrimiento de lo que la cosa
es, o mejor aún, de aquello que “es antes de haber sido”, de su esencia. El griego concibe,
así, la verdad como α λ η θ ε ι α (Alethia) o descubrimiento del ser, es decir, como la
visión de la forma o perfil de lo que es verdaderamente, pero que se halla oculto por el velo
de la apariencia.
Julián Marías, filósofo español, estima que, metodológicamente, hay que distinguir
entre la verdad como α λ η θ ε ι α , como ‘emunah’ (verdad en hebreo) y como veritas
(verdad en latín). La primera es patencia (algo que pertenece a la cosa en sí misma, o que le
es propia en cuanto sí misma); la segunda, confianza; la tercera, veracidad.
Aristóteles, pensador griego, enuncia de esta forma la verdad como propiedad de
ciertos enunciados: «Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es lo falso;
decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es lo verdadero» (Met., C, 7 1011 b
26-8). Sin embargo, lo más importante que se le atribuye a Aristóteles, es lo que se llamará
luego la “concepción semántica de la verdad”, así como «verdad como adecuación»,
«correspondencia» o «conveniencia», concepción que posteriormente sería retomada por
Santo Tomás de Aquino en la Edad Media. Esta concepción de la verdad señala lo
siguiente: Un enunciado es verdadero si hay correspondencia entre lo que dice y aquello
sobre lo cual se habla.

2
Jorge Salgado. Introducción a la Epistemología. Pág. 02.
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Hay autores para quienes la proposición es una serie de signos; la verdad aparece
entonces como conveniencia de signos con signos, de pensamiento con pensamientos, de
conceptos con conceptos y de realidades con realidades, y a su vez, como adecuación de
una serie dada de signos, pensamientos y conceptos con un hecho real.
Los escolásticos trataron de conjugar estos diversos modos de entender la verdad.
La verdad, mejor dicho, lo verdadero, verum, es, por lo tanto, una «propiedad
trascendental» del ente y es convertible en ente. La verdad como verdad trascendental, es
llamada también a veces «verdad metafísica» y luego «verdad ontológica», es definida
como la conformidad o conveniencia del ente con la mente, pues el verum como uno de las
trascendentales es la relación del ente con el intelecto.
Pero la verdad puede entenderse asimismo como la conformidad o conveniencia de
la mente con la cosa, o adecuación de la mente con la cosa, adaequatio rei et intellectus.
Este tipo de verdad ha sido llamado a veces, no siempre muy adecuadamente como «verdad
lógica».
Se ha distinguido a veces entre las siguientes concepciones de la verdad: 1) verdad
metafísica (u ontológica), 2) verdad lógica (o semántica), 3) verdad epistemológica, 4)
verdad nominal (u oracional). La primera equivale a la verdad de la cosa, o a la realidad
como verdad; 2) expresa la correspondencia o adecuación, del enunciado con la cosa o la
realidad; 3) se refiere a la verdad en cuanto es concebida por un intelecto y formulada, en
un juicio, por un sujeto cognoscente; 4) es la verdad como conformidad entre signos.
Husserl (véase fenomenología), en sus Investigaciones Lógicas, ha considerado la
noción de verdad en relación con las nociones de adecuación y evidencia. Se puede
entender ‘verdad’ de cuatro modos: 1) la plena concordancia entre lo mentado (significado)
y lo dado; 2) la forma de un «acto» de conocimiento ―acto empírico y contingente de
evidencia―; 3) el objeto dado en tanto que es mentado (significado); 4) la justeza de la
intención, especialmente como justeza del juicio. El 1) se tiene en cuanta una situación
objetiva o estado de hecho; en 2) se tiene en cuenta el proceso cognoscitivo; en 39 se tiene
en cuenta el objeto que hace posible la evidencia; en 4) se tiene en cuenta la intención
(significativa).
Heidegger (véase existencialismo) niega que la verdad sea primariamente la
adecuación del intelecto con la cosa y sostiene, de acuerdo con el primitivo significado
griego, que la verdad es el descubrimiento. La verdad queda convertida en un elemento de
la existencia, la cual encubre el ser en su estado de degradación y lo descubre en su estado
de autenticidad. La verdad como descubrimiento puede darse sólo, por consiguiente, en el
fenómeno de «estar en el mundo» propio de la Existencia y en él radica el fundamento del
«fenómeno originario de la verdad».
Para Nietzsche (véase vitalismo), es verdadero todo lo que contribuye a fomentar la
vida de la especie, y falso todo lo que es un obstáculo para el desarrollo de la especie. Se ha
hablado en este respecto de una concepción «biologista» y hasta a veces «darwiniana» de la
verdad.
Para Williams James (véase pragmatismo) es verdadero lo que muestra ser bueno en
el orden de la creencia; es verdadero lo que es «expeditivo» en nuestro modo de pensar.
Como James habla asimismo de la verdad en relación con las «consecuencias prácticas», se
ha argüido, contra James y, en general, contra el pragmatismo, que su teoría de la verdad es
o absurda o contradictoria consigo misma. No deja de ser interesante señalar lo que James
retomaba de otro autor inglés: Peirce. Lo verdadero es lo útil, pero hay que entender que la
utilidad como lo que introduce un «beneficio vital» (no necesariamente “subjetivo”) que
merece ser conservado.
A diferencia del pragmatismo de James, del humanismo de la verdad de F. C. S.
Schiller o del instrumentalismo o pragmatismo de Dewey, Bradley sostiene una concepción
llamada «absolutista» de la verdad. Según Bradley «la verdad es el objeto del pensamiento,
y el propósito de la verdad es cualificar idealmente la existencia», pero, a la vez, «la verdad
es la predicación de un contenido tal que, cuando sea predicado, resulte armónico y suprima
la inconsistencia y con ella la inquietud».
Para Bergson, lo absoluto de la verdad no significa que la proposición que la
expresa haya existido virtualmente siempre; significa que el juicio de verdad es verdadero
sin restricciones. Lo absoluto se opone aquí meramente a lo relativo, y en manera alguna
quiere decir lo eterno, lo que ha sido desde siempre o será así siempre. La verdad despende
de «la realidad».
Prof. Marcos Elizondo Vega.

Ortega y Gasset ha definido la verdad como «la coincidencia del hombre consigo
mismo». En suma verdad será aquello sobre lo cual el hombre sabrá a qué atenerse, el
ponerse en claro consigo mismo respecto a lo que cree de las cosas.

TEORÍAS SOBRE LA VERDAD

Como nos hemos podido percatar, definir el concepto de verdad es una tarea de la cual aún
hoy es discutible y paradigmático. A modo de introducción a la verdad, esbozaremos
algunas teorías de modo muy esquemático y nos referiremos sólo a los grupos más
importantes, en los que pueden compendiarse las teorías que difieren en puntos concretos.

a) la Teoría de la Adecuación:

La concepción más influyente de la verdad, que no ha dejado de estar en vigor desde


Aristóteles hasta el presente, se llama teoría de la adecuación o de la correspondencia. Su
formulación clásica, que supuestamente se remonta a I. Israeli (106), la presenta y explica
así Tomás de Aquino: «la verdad consiste en la adecuación (adaequatio) del intelecto
(intellectus) y la cosa... Si, por lo mismo las cosas son medida y pauta de la inteligencia, la
verdad consiste en que la inteligencia o intelecto se acomode a la verdad, como es nuestro
caso; en virtud, efectivamente, de que la cosa exista o no exista, será verdadera o falsa
nuestra opinión o nuestra afirmación. Pero si es la inteligencia la pauta y medida de las
cosas, la verdad consiste en que las cosas se acomoden a la inteligencia; así se dice que el
artista termina una verdadera obra (artística), cuando responde a la concepción artística»
(Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 21, a. 2).
Esta teoría tiene la ventaja de que con ella puede explicarse la doble significación de
«verdadero» que la palabra tiene todavía en el lenguaje actual. Si, por ejemplo, hablamos
de un «verdadera amigo» o de una «verdadera democracia», queremos decir que el tal
hombre responde a la idea que nosotros nos hacemos de un amigo, o bien que la sociedad
en cuestión coincide con la concepción que nosotros tenemos de la democracia. Como ahí
la cosa se llama verdad por cuanto responde a nuestro conocimiento, esa verdad se
denomina «verdad objetiva» y a veces también «verdad óntica»
Esa verdad objetiva tuvo en sus orígenes, por ejemplo en Platón, una dimensión
teológica, en cuanto que se tenía por verdadera una cosa porque respondía a su idea divina.
Para Hegel esa verdad objetiva es lo más importante, y así escribe en su Lógica, después de
haber expuesto la idea como «lo verdadera en sí y para sí, la unidad absoluta del concepto y
de la objetividad»: «Por verdad se entiende ante todo el que yo sepa cómo es algo. Sin
embargo, eso es sólo la verdad en relación con la conciencia, o la verdad formal, la mera
rectitud. Por el contrario, la verdad en su sentido más profundo consiste en que la
objetividad se identifique con el concepto. Ese sentido profundo de la verdad es del que se
trata cuando, por ejemplo, se habla de un estado verdadero o de una verdadera obra de arte.
Esos objetos son verdaderos, cuando son lo que deben ser; es decir, cuando su realidad
responde a su concepto. Así entendido, lo no-verdadero es lo mismo que también se llama
malo».
En una ampliación escribe Heidegger de modo parecido: «No es la afirmación el
lugar primario de la verdad, sino al revés: la afirmación como modo de apropiación del
descubrimientos y como manera de estar en el mundo se funda en desvelar o en la
manifestación de la existencia. La verdad más original es el lugar de la afirmación y la
condición ontológica de la posibilidad de que unas afirmaciones puedan ser verdaderas o
falsas».
La consideración de que todo está constituido de tal modo que es accesible a nuestro
conocimiento la resumió la filosofía medieval en la frase omne ens et verum, todo ente es
verdadero. Desde la teoría del conocimiento hay que observar en la misma que, por
ejemplo, la verdad de la afirmación «la hierba es verde» está condicionada por el hecho de
que la realidad de la que se habla permite una división en “hierba” y “verde” y su
composición y subordinación mutua, y de que tales contenidos objetivos se dan tal como
los presenta la mayor parte de las afirmaciones. Asimismo merece atención en la teoría del
conocimiento el que la idea que orienta nuestra búsqueda y cuestionamiento, aunque a
menudo no tengamos conciencia clara de ello, la tomemos como medida con la que poder
comprobar algo como «lo verdadero».
Pero volvamos sobre la teoría. El error de esta teoría radica esencialmente en que no
queda suficientemente claro lo que se entiende por intellectus (intelecto) y por rei (cosa), ni
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cómo hay que concebir esa adecuación o ajuste. ¿Se adecua por ejemplo, la inteligencia,
cuando ve una conexión, al contenido conocido? Y en el caso que no lo haga (hay una
visión falsa? Dado que en la formulación clásica de la teoría de la adecuación o
correspondencia estas cuestiones quedan al menos flotando si es que incluso no se impone
una respuesta inexacta, dicha teoría aparece como insatisfactoria.

b) Teoría de la coherencia

La verdad, según la teoría de la coherencia, es una afirmación consistente en dejarse


encajar sin contradicción en el conjunto de afirmaciones de un sistema. Aparece a finales
de siglo pasado en Inglaterra dentro de una filosofía idealista y más tarde en la posición
filosófica contrapuesta del Círculo de Viena. También recuerda esta concepción de la
verdad el procedimiento del racionalismo crítico seguido por H. Albert, para el que las
frases sólo han de examinarse en el sentido de si son conciliables con otras y si, llegado el
caso, fracasan por estar en contradicción con una teoría.
B. Russel (1972 –1970) ha formulado así dos objeciones contra esta concepción:
«La teoría de la coherencia de la verdad fracasa porque no aporta ninguna prueba de que
sólo pueda darse un único sistema coherente» (y si existen varios, no es posible decidir
cuál es el verdadero). «La objeción segunda habría que formularla así: esa definición de
verdad supone como conocido el significado de “coherencia”. Cuando en realidad la
coherencia, cuando ambas pueden ser a la vez verdaderas, y son incoherentes cuando al
menos una de ellas resulta falsa. Así, pues, si queremos establecer si dos frases pueden a
la vez verdaderas, tenemos que conocer verdades como el principio de contradicción»

c) Teoría pragmática de la verdad y la teoría del consenso

También contra la teoría pragmática de la verdad se alza Russel. Su argumentación


contra W. James (véase pragmatismo) es la siguiente, por ejemplo, James declara verdadera
la fe en Dios porque satisface o porque de la misma se derivan consecuencias útiles para la
vida: «Esta doctrina me crea dificultades mentales. Supone que una fe es verdadera porque
tiene consecuencias buenas. Si esa definición fuera provechosa ―y en otro caso no
resistiría el examen de los pragmatistas―, tendríamos que saber a) qué es bueno y b)
cuáles son los efectos de esta o de aquella fe. Y desde luego debemos saber, antes de que
podamos conocer, que alguna cosa es ‘verdadera’».
Cuestiones parecidas pueden formularse también a la teoría del consenso, para la
cual es verdadera la afirmación que aceptan y reconocen todos los interlocutores racionales,
sobre la que coinciden o expresan un consenso. Pero ¿quién decide lo que ha de
considerarse razonable o quién establece que existe un consenso y que esa afirmación es
verdadera?

Al margen de las teorías que se puedan formular en torno la verdad conviene tener
en consideración algo importante: ¿qué es lo que hace que una verdad sea entendida como
verdad?
Las discusiones aún se escuchan entre los pasillos de las grandes universidades del
mundo, como también en las noches de insomnio de quien se cuestiona por tal pregunta.
Pero, y aún, a pesar de esta “seudo” incertidumbre, nosotros podríamos decir que la nota
diferenciadora de una “verdad” es su «criterio de verdad». Sin embargo, el problema que se
nos suscita ahora, es tratar de establecer a qué denominamos “criterio de verdad”, y la
verdad este “criterio” resultan tan ambivalente o ambiguo como tantas teorías sobre la
verdad se presente, puesto que cada teoría (en busca de la definición de verdad) interpretara
los criterios de verdad necesarias para establecer su propio concepto o definición de verdad.
En otras palabras, cada teoría, establecerá los criterios de verdad necesarios, para decir lo
que es verdad o falsedad. Y ello, indudablemente resuena en nuestro oídos como un criterio
bastante caprichoso por decir lo menos.
Con todo, y tomando estas consideraciones, podemos establecer que yo, no sin
condiciones previas pero sí sin ningún supuesto (que medie o que incline concepción de
verdad), no sólo puede afirmar una declaración (declaración afirmativa en cuanto que es
verdad algo) sobre lo existente aquí y ahora, sino que también estoy en grado de conocer
sin supuesto su verdad o su pertinencia. Las únicas condiciones, cuyo cumplimiento
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conozco simultáneamente con este conocimiento de la verdad, son que en el aparecer me


sean dados tanto la declaración afirmativa como también aquello a lo que esta se aplica y,
de este modo, la aplicación misma. Pero esas condiciones son también en cada caso
indispensables para que surja el conocimiento de la verdad, pues sólo cuando aparecen la
declaración afirmativa y la realidad a que se refiere, puedo también conocer la referencia,
es decir, la verdad de la afirmación.
Nos topamos aquí con algo interesante, puesto, que la verdad se nos muestra ya en
este momento como una “afirmación que debe estar en relación con”, pero lo aún más
interesante es que la verdad, o por lo menos su definición, debe estar ‘relacionada’ con el
conocimiento, es decir, ya no sólo buscamos la verdad a secas o el conocimiento a secas,
sino más bien un conocimiento de verdad.
Cuando esa realidad afectada por la afirmación representa un sector de que está
dado en la realidad misma (espacio-tiempo), entonces puede calificarse de afirmación
fáctica o de hecho. En el caso de que alguien, que siente dolor, forma al mismo tiempo la
frase «yo tengo dolores» y la defiende resueltamente, es decir, la afirma, porque “sabe” que
tal afirmación corresponde exactamente a lo que él siente, entonces dispone del
conocimiento de la verdad de una afirmación fáctica.
Y como en esa rectitud de la afirmación está la única condición para que sea
verdadera, es decir, para ser defendida con razón, cualquiera al que se le ha dado ese acierto
puede por lo mismo mantener su afirmación absolutamente contra cualquiera. En ese
sentido su afirmación es absoluta y universalmente válida y verdadera. Absoluta, porque no
depende de ninguna otra condición, y universalmente válida, porque toda está vinculado de
tal modo, que nadie puede afirmar con razón y conforme a verdad algo contrario acerca de
la misma realidad.
La objeción, que a veces se formula, es que tales verdades son meramente
subjetivas, descansa sobre un lenguaje confuso. La palabra subjetivo, en efecto se emplea
casi sin excepción con un significado confuso en grado sumo. Cada conocimiento es
subjetivo por cuanto que tiene que hacerlo un sujeto: sin alguien que conoce, no se da
conocimiento alguno; asimismo cada afirmación tiene que defenderla alguien, algún sujeto,
de lo contrario no es una afirmación.
En este sentido, y para evitar, tal riesgosa afirmación, se ha construido un criterio de
verdad basado en el modelo científico. La verdad desde la ciencia será sustentada sobre la
base del método científico, el cual implica una serie de pasos que tienden a la
comprobación “efectiva” de la verdad afirmada, o en este caso del conocimiento de la
verdad que se desea establecer. Así por ejemplo, para que “algo” se convierta en verdadero,
debe ser previamente, comprobado, experimentado, verificado, contrastado, paso y al
mismo tiempo valores que la ciencia lleva hacia el máximo dominio para comprobar una
afirmación que pretende ser verdadera.
Sin embargo, la ciencia también comprende, que esta forma de “reconocer” o
“comprobar” lo que es verdad de la lo falso, también no es una respuesta definitiva al
momento de analizarla. Dado que la ciencia es un estudio que está en constante evolución,
todo en su interior se ve modificado constantemente, por tal, pretender creer, que lo que
diga la ciencia como verdad es un absoluto es terminar retrocediendo a un positivismo a
ultranza del siglo XIX, postura largamente superada hoy por hoy.

LOS TRES NIVELES DEL CONOCIMIENTO.

El ser humano puede captar un objeto en tres diferentes niveles, sensible, conceptual y
holístico. El conocimiento sensible consiste en captar un objeto por medio de los sentidos;
tal es el caso de las imágenes captadas por medio de la vista. Gracias a ella podemos
almacenar en nuestra mente las imágenes de las cosas, con color, figura y dimensiones. Los
ojos y los oídos son los principales sentidos utilizados por el ser humano. Los animales han
desarrollado poderosamente el olfato y el tacto.
En segundo lugar, tenemos el conocimiento conceptual, que consiste en representaciones
invisibles, inmateriales, pero universales y esenciales. La principal diferencia entre el nivel
sensible y el conceptual reside en la singularidad y universalidad que caracteriza,
respectivamente, a estos dos tipos de conocimiento. El conocimiento sensible es singular y
el conceptual universal. Por ejemplo, puedo ver y mantener la imagen de mi padre; esto es
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conocimiento sensible, singular. Pero además, puedo tener el concepto de padre, que abarca
a todos los padres; es universal. El concepto de padre ya no tiene color o dimensiones; es
abstracto. La imagen de padre es singular, y representa a una persona con dimensiones y
figura concretas. En cambio el concepto de padre es universal (padre es el ser que da vida a
otro ser). La imagen de padre sólo se aplica al que tengo en frente. En cambio, el concepto
de padre se aplica a todos los padres. Por esto decimos que la imagen es singular y el
concepto es universal.
En tercer lugar tenemos el conocimiento holístico (también llamado intuitivo, con el riesgo
de muchas confusiones, dado que la palabra intuición se ha utilizado hasta para hablar de
premoniciones y corazonadas). En este nivel tampoco hay colores, dimensiones ni
estructuras universales como es el caso del conocimiento conceptual. Intuir un objeto
significa captarlo dentro de un amplio contexto, como elemento de una totalidad, sin
estructuras ni límites definidos con claridad. La palabra holístico se refiere a esta totalidad
percibida en el momento de la intuición (holos significa totalidad en griego). La principal
diferencia entre el conocimiento holístico y conceptual reside en las estructuras. El primero
carece de estructuras, o por lo menos, tiende a prescindir de ellas. El concepto, en cambio,
es un conocimiento estructurado. Debido a esto, lo percibido a nivel intuitivo no se puede
definir, (definir es delimitar), se capta como un elemento de una totalidad, se tiene una
vivencia de una presencia, pero sin poder expresarla adecuadamente. Aquí está también la
raíz de la dificultad para dar ejemplos concretos de este conocimiento. Intuir un valor, por
ejemplo, es tener la vivencia o presencia de ese valor y apreciarlo como tal, pero con una
escasa probabilidad de poder expresarla y comunicarla a los demás.
Un ejemplo de conocimiento holístico o intuitivo es el caso de un descubrimiento en el
terreno de la ciencia. Cuando un científico vislumbra una hipótesis explicativa de los
fenómenos que estudia, podemos decir que ese momento tiene un conocimiento holístico,
es decir, capta al objeto estudiado en un contexto amplio en donde se relaciona con otros
objetos y se explica el fenómeno, sus relaciones, sus cambios y sus características. El
trabajo posterior del científico, una vez que ha vislumbrado una hipótesis, consiste en
traducir en términos estructurados ( conceptos) la visión que ha captado en el conocimiento
holístico, gracias a un momento de inspiración.
La captación de valores nos ofrece el mejor ejemplo de conocimiento holístico. Podemos
ver a un ser humano enfrente de nosotros (esto es un conocimiento sensible o de primer
nivel). Podemos captar el concepto de hombre y definirlo (esto es un conocimiento
conceptual o de segundo nivel). Pero además, podemos vislumbrar el valor de este hombre
en concreto dentro de su familia. Percibimos su valor y lo apreciamos. Esto es un
conocimiento holístico o de tercer nivel.
La experiencia estética nos proporciona otro ejemplo de conocimiento holístico. Percibir la
belleza de una obra de arte significa captar ese objeto sin estructuras, sin conceptos,
simplemente deteniéndose en la armonía, congruencias y afinidades con el propio sujeto.
Debido a esto, la experiencia estética se puede denominar también conocimiento por
connaturalidad.

EL ORIGEN DEL CONOCIMIENTO.

1.- Racionalismo.
Se denomina racionalismo a la doctrina epistemológica que sostiene que la causa principal
del conocimiento reside en el pensamiento, en la razón. Afirma que un conocimiento solo
es realmente tal, cuando posee necesidad lógica y validez universal. El planteamiento mas
antiguo del racionalismo aparece en Platón. El tiene la íntima convicción de que el
conocimiento verdadero debe distinguirse por la posesión de las notas de la necesidad
lógica y de la validez universal.

2.- El empirismo.
Frente a la tesis del racionalismo, el pensamiento, la razón, es el único principio del
conocimiento, el empirismo ( del griego Empereimía = experiencia ) opone la antitesis: la
Prof. Marcos Elizondo Vega.

única causa del conocimiento humano es la experiencia. Según el empirismo, no existe un


patrimonio a priori de la razón. La conciencia cognoscente no obtiene sus conceptos de la
razón , sino exclusivamente de la experiencia. El espíritu humano, por naturaleza, está
desprovisto de todo conocimiento.
El racionalismo es guiado por la idea determinada, por el conocimiento ideal, mientras que
el empirismo, se origina en los hechos concretos.
Los racionalistas casi siempre surgen de la matemática; los defensores del empirismo,
según lo prueba su historia, frecuentemente vienen de las ciencias naturales. Esto se
entiende sin esfuerzo. La experiencia es el factor determinante en las ciencias naturales.
En ellas, lo más importante es la comprobación exacta de los hechos por medio de una
cuidadosa observación. El investigador depende totalmente de la experiencia. Suelen
distinguirse dos clases de experiencia: una interna y otra externa. El fundamento de un
conocimiento válido, no se encuentra en la experiencia, sino en el pensamiento.

3.- Apriorismo.
En la historia de la Filosofía existe también un segundo esfuerzo de intermediación entre el
racionalismo y el empirismo: el apriorismo. El cual también considera que la razón y la
experiencia son a causa del conocimiento. Pero se diferencia del intelectualismo porque
establece una relación entre la razón y la experiencia, en una dirección diametralmente
opuesta a la de éste. En la tendencia de apriorismo, se sostiene que nuestro conocimiento
posee algunos elementos a priori que son independientes de la experiencia. Esta afirmación
también pertenece al racionalismo. Si relacionáramos el intelectualismo y el apriorismo con
los dos extremos contrarios entre los cuales pretenden mediar, inmediatamente
descubriríamos que el intelectualismo tiene afinidad con el empirismo, mientras que el
apriorismo, se acerca al racionalismo. El intelectualismo forma sus conceptos de la
experiencia; el apriorismo rechaza tal conclusión y establece que el factor cognoscitivo
procede de la razón y no de la experiencia.

LA POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO

1.- El dogmatismo.
Para el, resulta comprensible el que el sujeto, la conciencia cognoscente, aprehenda su
objeto, esta actitud se fundamenta en una confianza total en la razón humana, confianza que
aún no es debilitada por la duda.
El dogmatismo supone absolutamente la posibilidad y realidad del contacto entre el sujeto y
el objeto.
Para Kant el dogmatismo es la actitud de quien estudia la metafísica sin haber determinado
con anterioridad cuál es la capacidad de la razón humana para tal estudio.

2.-El escepticismo.
El dogmatismo frecuentemente se transforma en su opuesto, en el escepticismo. Mientras
que el dogmatismo considera que la posibilidad de un contacto entre el sujeto y el objeto es
comprensible en sí misma, el escepticismo niega tal posibilidad. El sujeto no puede
aprehender al objeto, afirma el escepticismo. Por tanto, el conocimiento, considerado como
la aprehensión real de un objeto, es imposible. Según esto, no podemos externar ningún
juicio, y debemos abstenernos totalmente de juzgar.
Mientras que el dogmatismo en cierta forma ignora al sujeto, el escepticismo desconoce al
objeto.
El escepticismo se puede hallar, principalmente, en la antigüedad. Su fundador fue Pirrón
de Elis (360 a 270) . El afirma que no puede lograrse un contacto entre el sujeto y el objeto.
La conciencia y cognoscente esta imposibilitada para aprehender su objeto.
Prof. Marcos Elizondo Vega.

3.- El subjetivismo y el relativismo.


El escepticismo sostiene que no hay verdad alguna. El subjetivismo y el relativismo no son
tan radicales. Con ellos se afirma que si existe una verdad; sin embargo, tal verdad tiene
una validez limitada. El subjetivismo, como su nombre lo indica, limita la validez de la
verdad al sujeto que conoce y juzga. El relativismo afirma que no existe alguna verdad,
alguna verdad absolutamente universal.
El subjetivismo y el relativismo son análogos, en su contenido, al escepticismo. En efecto,
ambos niegan la verdad; no en forma directa como el escepticismo, pero sí en forma
indirecta al dudar de su validez universal.

4.- El pragmatismo.
El escepticismo presenta una actitud esencialmente negativa. Formula la negación de la
posibilidad del conocimiento. El escepticismo adquiere un cariz positivo en el pragmatismo
moderno. El pragmatismo, al igual que el escepticismo, desecha el concepto de la verdad
considerado como concordancia.
El pragmatismo cambia el concepto de la verdad en cuanto que es originado por una
peculiar concepción de lo que es el ser humano. Dentro de tal concepción el hombre no es
primordialmente un ser especulativo y pensante, sino un ser práctico, un ser volitivo.

5.- El criticismo.
Existe una tercer postura que resolvería la antitesis en una síntesis. Esta postura intermedia
entre el dogmatismo y el escepticismo recibe el nombre de criticismo. Al igual que el
dogmatismo, el criticismo admite una confianza fundamental en la razón humana. El
criticismo está convencido de que es posible el conocimiento de que existe la verdad. Pero
mientras que tal confianza conduce al dogmatismo, a la aceptación candorosa, para decirlo
en alguna forma, de todas las aseveraciones de la razón humana y al no fijar límites al
poder del conocimiento humano, el criticismo pone, junto a la confianza general en el
conocimiento humano, una desconfianza hacia cada conocimiento particular, acercándose
al escepticismo por esto.
El criticismo examina todas y cada una de las aseveraciones de la razón humana y nada
acepta con indiferencia.

RAZÓN CONTRA PERCEPCIÓN

Desde el siglo XVII hasta finales del siglo XIX la cuestión principal en epistemología
contrastó la razón contra el sentido de percepción como medio para adquirir el
conocimiento. Para los racionalistas, entre los más destacados el francés René Descartes, el
holandés Baruch Spinoza y el alemán, Gottfried Wilhelm Leibniz, la principal fuente y
prueba final del conocimiento era el razonamiento deductivo basado en principios evidentes
o axiomas. Para los empiristas, empezando por los filósofos ingleses Francis Bacon y John
Locke, la fuente principal y prueba última del conocimiento era la percepción.
Bacon inauguró la nueva era de la ciencia moderna criticando la confianza medieval en la
tradición y la autoridad y aportando nuevas normas para articular el método científico, entre
las que se incluyen el primer grupo de reglas de lógica inductiva formuladas. Locke criticó
la creencia racionalista de que los principios del conocimiento son evidentes por una vía
intuitiva, y argumentó que todo conocimiento deriva de la experiencia, ya sea de la
procedente del mundo externo, que imprime sensaciones en la mente, ya sea de la
experiencia interna, cuando la mente refleja sus propias actividades. Afirmó que el
conocimiento humano de los objetos físicos externos está siempre sujeto a los errores de los
sentidos y concluyó que no se puede tener un conocimiento certero del mundo físico que
resulte absoluto.
El filósofo irlandés George Berkeley estaba de acuerdo con Locke en que el conocimiento
se adquiere a través de las ideas, pero rechazó la creencia de Locke de que es posible
Prof. Marcos Elizondo Vega.

distinguir entre ideas y objetos. El filósofo escocés David Hume siguió con la tradición
empirista, pero no aceptó la conclusión de Berkeley de que el conocimiento consistía tan
sólo en ideas. Dividió todo el conocimiento en dos clases: el conocimiento de la relación de
las ideas —es decir, el conocimiento hallado en las matemáticas y la lógica, que es exacto y
certero pero no aporta información sobre el mundo— y el conocimiento de la realidad —es
decir, el que se deriva de la percepción. Hume afirmó que la mayor parte del conocimiento
de la realidad descansa en la relación causa-efecto, y al no existir ninguna conexión lógica
entre una causa dada y su efecto, no se puede esperar conocer ninguna realidad futura con
certeza. Así, las leyes de la ciencia más certeras podrían no seguir siendo verdad: una
conclusión que tuvo un impacto revolucionario en la filosofía.
El filósofo alemán Immanuel Kant intentó resolver la crisis provocada por Locke y llevada
a su punto más alto por las teorías de Hume; propuso una solución en la que combinaba
elementos del racionalismo con algunas tesis procedentes del empirismo. Coincidió con los
racionalistas en que se puede tener conocimiento exacto y certero, pero siguió a los
empiristas en mantener que dicho conocimiento es más informativo sobre la estructura del
pensamiento que sobre el mundo que se halla al margen del mismo. Distinguió tres tipos de
conocimiento: analítico a priori, que es exacto y certero pero no informativo, porque sólo
aclara lo que está contenido en las definiciones; sintético a posteriori, que transmite
información sobre el mundo aprendido a partir de la experiencia, pero está sujeto a los
errores de los sentidos, y sintético a priori, que se descubre por la intuición y es a la vez
exacto y certero, ya que expresa las condiciones necesarias que la mente impone a todos los
objetos de la experiencia. Las matemáticas y la filosofía, de acuerdo con Kant, aportan este
último tipo de conocimiento. Desde los tiempos de Kant, una de las cuestiones sobre las
que más se ha debatido en filosofía ha sido si existe o no el conocimiento sintético a priori.
Durante el siglo XIX, el filósofo alemán George Wilhelm Friedrich Hegel retomó la
afirmación racionalista de que el conocimiento certero de la realidad puede alcanzarse con
carácter absoluto equiparando los procesos del pensamiento, de la naturaleza y de la
historia. Hegel provocó un interés por la historia y el enfoque histórico del conocimiento
que más tarde fue realzado por Herbert Spencer en Gran Bretaña y la escuela alemana del
historicismo. Spencer y el filósofo francés Auguste Comte llamaron la atención sobre la
importancia de la sociología como una rama del conocimiento y ambos aplicaron los
principios del empirismo al estudio de la sociedad.
La escuela estadounidense del pragmatismo, fundada por los filósofos Charles Sanders
Peirce, William James y John Dewey a principios de este siglo, llevó el empirismo aún más
lejos al mantener que el conocimiento es un instrumento de acción y que todas las creencias
tenían que ser juzgadas por su utilidad como reglas para predecir las experiencias.

POSICIÓN DE LOS AUTORES FRENTE AL CONCOCIMIENTO

Para algunos autores, el fundamento de la posibilidad del conocimiento es la realidad, bien


la sensible (como han defendido los filósofos de orientación empirista), bien la inteligible
(como aquellos racionalistas que han defendido el carácter realmente existente de las
entidades conceptuales o nociones generales).
El primer gran filósofo que abordó el estudio del conocimiento fué el francés René
Descartes, en el siglo XVII. Descartes intentó descubrir un fundamento del conocimiento
que fuera independiente de límites y supuestos. Para él, conocer es partir de una
proposición evidente, que se apoya en una intuición primaria. Descartes formuló tal
proposición en su célebre sentencia: "pienso, luego existo".
Kant negó que la realidad pudiera ser explicada mediante los solos conceptos y se propuso
conseguir el mismo objetivo, pero intentando determinar los límites y capacidades de la
razón. Si bien existen, efectivamente, juicios sintéticos apriori, que son la condición
necesaria de toda comprehensión de la naturaleza (trascendentales), el ámbito del
conocimiento de limita, sin embargo en el pensamiento de Kant, al reino de la experiencia.
Según el británico John Locke, representante moderado del empirismo, las impresiones de
la sensibilidad sólo formaban la base primaria del conocimiento. El también británico
David Hume y algunos autores neopositivistas posteriores consideraron, por el contrario,
Prof. Marcos Elizondo Vega.

que las nociones de las ciencias formales no son empíricas ni conceptuales, sino formales y,
por lo tanto, vacías de conocimiento.
De acuerdo con determinadas formas de empirismo existen otras experiencias además de la
sensible, como la experiencia histórica, la experiencia intelectual, etc. En estas posiciones,
a algunos de cuyos precursores - los alemanes Friedrich Nietzsche y Wilhelm Dilthey-
difícilmente se les puede considerar como empiristas, el término experiencia se entiende en
un sentido más amplio. Los autores más representativos de estas posiciones son el alemán
Martin Heidegger y el francés Jean- Paul- Sartre, que defendieron posturas existencialistas;
los estadounidenses John Dewey y William James, de orientación pragmatista; y el español
José Ortega y Gasset, que mantuvo la postura que él llamó raciovitalismo, en la que vida y
razón constituían los dos polos de su concepción del mundo.

EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Mientras que la epistemología ha sido entendida tradicionalmente como una teoría del
conocimiento en general, en el siglo XX los filósofos se interesaron principalmente por
construir una teoría del conocimiento científico, suponiendo que si se lograra disponer de
teoría adecuadas que explicaran los mecanismos de un conocimiento de este tipo, podrían
avanzar considerablemente por la misma vía en la solución de problemas gnoseológicos
(doctrinas filosófica y religiosa que pretendía tener un conocimiento misterioso e instintivo
de las cosas divinas) más generales.
La elaboración de una epistemología de este tipo constituyó la tarea abordada
especialmente por los autores del Círculo de Viena, que fueron el germen de todo
movimiento del empirismo o positivismo lógico. Para éstos filósofos se trataba de
conseguir un sistema unitario de saber y conocimiento, lo que requería la unificación del
lenguaje y la metodología de las distintas ciencias. Este lenguaje debería ser insersubjetivo
- lo que exigía la utilización de formalismos y de una semántica común- y universal, es
decir, cualquier proposición debía poder traducirse a él.
Lo único que puede hacerse es formular la hipótesis de la existencia de una realidad
independiente de nuestra experiencia e indicar criterios para su contrastación en la medida
en que una afirmación de existencia implica determinados enunciados perceptivos. No hay
ninguna posibilidad de decisión respecto a una realidad o idealidad absolutas. Ello sería, en
palabras de Carnap, un seudoproblema. Todas las formas epistemológicas de la tradición
filosófica inspiradas en posiciones metafísicas - el idealismo y el realismo filosófico, el
fenomelanismo, el solipsismo, etc.- caerían, así, fuera del ámbito del conocimiento
empírico, ya que buscarían responder a una pregunta imposible.

EPISTEMOLOGÍA EN EL SIGLO XX

A principios del siglo XX los problemas epistemológicos fueron discutidos a fondo y


sutiles matices de diferencia empezaron a dividir a las distintas escuelas de pensamiento
rivales. Se prestó especial atención a la relación entre el acto de percibir algo, el objeto
percibido de una forma directa y la cosa que se puede decir que se conoce como resultado
de la propia percepción. Los autores fenomenológicos afirmaron que los objetos de
conocimiento son los mismos que los objetos percibidos. Los neorealistas sostuvieron que
se tienen percepciones directas de los objetos físicos o partes de los objetos físicos en vez
de los estados mentales personales de cada uno. Los realistas críticos adoptaron una
posición intermedia, manteniendo que aunque se perciben sólo datos sensoriales, como los
colores y los sonidos, éstos representan objetos físicos sobre los cuales aportan
conocimiento.
Un método para enfrentarse al problema de clarificar la relación entre el acto de conocer y
el objeto conocido fue elaborado por el filósofo alemán Edmund Husserl. Perfiló un
procedimiento elaborado, al que llamó fenomenología, por medio del cual se puede
distinguir cómo son las cosas a partir de cómo uno piensa que son en realidad, alcanzando
así una comprensión más precisa de las bases conceptuales del conocimiento.
Prof. Marcos Elizondo Vega.

Durante el segundo cuarto del siglo XX surgieron dos escuelas de pensamiento, ambas
deudoras del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein. Por una parte, la escuela del
empirismo o positivismo lógico, tuvo su origen en Viena, Austria, pero pronto se extendió
por todo el mundo. Los empiristas lógicos hicieron hincapié en que sólo hay una clase de
conocimiento: el conocimiento científico; que cualquier conocimiento válido tiene que ser
verificable en la experiencia; y, por lo tanto, que mucho de lo que había sido dado por
bueno por la filosofía no era ni verdadero ni falso, sino carente de sentido. A la postre,
siguiendo a Hume y a Kant, se tenía que establecer una clara distinción entre enunciados
analíticos y sintéticos. El llamado criterio de verificabilidad del significado ha sufrido
cambios como consecuencia de las discusiones entre los propios empiristas lógicos, así
como entre sus críticos, pero no ha sido descartado.
La última de estas recientes escuelas de pensamiento, englobadas en el campo del análisis
lingüístico (véase Filosofía analítica) o en la filosofía del lenguaje corriente, parece romper
con la epistemología tradicional. Los analistas lingüísticos se han propuesto estudiar el
modo real en que se usan los términos epistemológicos claves —términos como
conocimiento, percepción y probabilidad— y formular reglas definitivas para su uso con
objeto de evitar confusiones verbales. El filósofo británico John Langshaw Austin afirmó,
por ejemplo, que decir que un enunciado es verdadero no añade nada al enunciado excepto
una promesa por parte del que habla o escribe. Austin no considera la verdad como una
cualidad o propiedad de los enunciados o elocuciones.

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