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Páramos, ecosistemas andinos, límites y exclusión minera:

Felipe Rubio Torgler. Biólogo


Marzo de 2011.

La conservación, la protección de la integridad y la restauración de la estructura


ecológica principal o la naturaleza de un país, sustenta ahora y hacia el futuro, las
posibilidades de bienestar para sus habitantes. Y es en este sentido que se deben crear y
acatar las leyes, ya que deben estar encaminadas a garantizar las posibilidades de las
generaciones venideras de colombianas y colombianos.

La estructura ecológica principal, está constituida por una compleja trama de


interacciones entre los diferentes biomas y ecosistemas que conforman la naturalidad y
la función ecológica y ambiental del país. Se requiere de esta estructura para mantener
la constante oferta de aguas, la estabilidad del clima, la riqueza de los suelos, el control
biológico requerido para la productividad de nuestros cultivos, descontaminar las aguas
y regular las crecientes, aportar materia prima para múltiples productos, entre otros
muchos servicios ecosistémicos.

Los páramos están configurados geomorfológicamente para ser receptores y reguladores


de agua, pero hay que destacar muy especialmente que la existencia de los páramos, no
está determinada por el aislamiento entre los ecosistemas altoandinos entre sí, a modo
de islas. Todo lo contrario: la composición, estructura y principalmente la función y
dinámica ecológica de los páramos, están dadas por las relaciones existentes entre los
bosques andinos, los subpáramos y páramos (y en el caso en donde existen regiones
nivales, con el superpáramo y los glaciares también). Es decir que los páramos son
“ecosistemas” que están en constante evolución, dinámica y transformación en estrecha
relación con el límite superior del bosque andino. En esta medida la determinación de
sus límites debe considerar la presencia de ecoclinas o ecotonos, entre el gradiente
páramo-bosque altoandino.

Estos grupos de ecosistemas interactúan estrecha y funcionalmente, y el detrimento de


uno afecta a los demás; es decir que un páramo sin suficientes conexiones naturales con
otros ecosistemas andinos en sus gradientes altitudinales y latitudinales, modifica su
potencialidad funcional originaria, y esto se da, en la medida de los cambios que tenga
(adversos, aceptables o irreversibles), y en consecuencia en la capacidad de ser
resilientes o adaptables. Las modificaciones que en su composición, estructura y
función, tengan estos ecosistemas, afecta la provisión de servicios ecosistémicos
(estabilidad climática, regulación hídrica, acumulación de carbono, aporte de nutrientes,
flujos genéticos, paisajes, entre otros). Por lo tanto las condiciones y características
que configuran la capacidad de regulación hídrica, la calidad del agua y demás
beneficios ecosistémicos provenientes del páramo, debe ser totalmente garantizada,
entendiéndolo en toda su complejidad.

En la medida, que no conocemos suficientemente estas relaciones entre ecosistemas


andinos, así como las respuestas resilientes a los diversos disturbios antrópicos a los
mismos (cambios aceptables o irreversibles), se denota incertidumbre científica que
bajo el principio de precaución, debe ser resuelta, en aras de contar con los elementos
de juicio suficientes para la toma de decisiones sobre uso y conservación de estos
ecosistemas primordiales. Más aún que en este momento histórico, en que sentimos
cada vez más los efectos del cambio climático, es cuando más debemos proteger la
estructura ecológica principal del país, para de esta forma favorecer la adaptación al
cambio y evitar más efectos adversos.

El delimitar los páramos, segregándolos de sus relaciones ecológicas y funciones


ambientales, desde una perspectiva de crear límites artificiales o políticos, como si
fueran calles o fincas, no es adecuada y mucho menos precisa, dadas las intrincadas y
necesarias relaciones que se dan entre ecosistemas. Y mucho menos es adecuado
permitir que lo que antes era páramo y bosques, y es ahora un territorio degradado y
empobrecido biológicamente, por actividades inadecuadas, no se reconozca como tal.
Es decir que las zonas de páramo que por diferentes disturbios de origen natural o
antrópico no expresen en este momento la vegetación típica de páramo y sus funciones
intrínsecas, deben ser consideradas como tal, en la medida que pueden restaurarse a su
condición original. En ese sentido es inaplazable mantener y/o mejorar la integridad
ecológica del páramo, procurando la conectividad de los parches naturales y las
funciones ecosistémicas y ambientales entre el bosque altoandino y el páramo,
favoreciendo la funcionalidad y resiliencia ecosistémica.

No todos los páramos se pueden tipificar de la misma manera, así se parezcan entre sí,
dado que las condiciones biofísicas que identifican el páramo, como su especial
geomorfología, su muy endémica flora y fauna, sus humedales, el clima, los suelos,
entre otras tantas características, se presentan con variaciones locales de topografía,
clima, flora, fauna, suelo y usos, a partir de la cota altitudinal de 2800 msnm. La
variación local, evidencia, entre otros aspectos, el desarrollo de páramos azonales.

Finalmente, debemos expresar que el artículo 34 del Código de Minas dispone que:

“No podrán ejecutarse trabajos y obras de exploración y explotación mineras en zonas


declaradas y delimitadas conforme a la normatividad vigente como de protección y
desarrollo de los recursos naturales renovables o del ambiente. Las zonas de exclusión
mencionadas serán las que han sido constituidas y las que se constituyan conforme a
las disposiciones vigentes, como áreas que integran el sistema de parques nacionales
naturales, parques naturales de carácter regional, zonas de reserva forestal protectora
y demás zonas de reserva forestal, ecosistemas de páramo y los humedales designados
dentro de la lista de importancia internacional de la Convención Ramsar. Estas zonas
para producir estos efectos, deberán ser delimitadas geográficamente por la autoridad
ambiental con base en estudios técnicos, sociales y ambientales.”

Además, la sentencia C-339 de 2002 analiza que “No debe olvidarse que además de los
parques naturales nacionales, los parques naturales regionales y las reservas forestales,
que son zonas protegidas por las leyes vigentes, también tienen protección
constitucional los ecosistemas integrados por vegetación original que no siempre
forman parte de parques naturales”.

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