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el perro

Año dos Número once Veinte pesos

Reflexiones espaciales o
temas para acompañar un space cake

I .

El mundo es un dedal
¿Quién dijo “si no hubiera espacio entre la materia, todo el género humano
cabría en un dedal de costura”? Roland Barthes cita esta frase en La prepa-
ración de la novela con un escueto crédito: “palabra de un físico”. La bus-
qué en Internet porque quería conocer el nombre de su autor, sin éxito; tam-
poco encontré el nombre del francés que atropelló a Barthes. Escalofriante
lo cerca que terminó el anónimo conductor de lavandería del anónimo físi-
co que dijo esa frase.

II.
Gomitas sin espacio entre una y otra
Ayer hice un ejercicio que duró, intermitente, todo el día: mirar el espacio
que nos separa a todos. Pablo, el policía de la esquina, la adolescente de
jeans, la anciana, el señor con dos hijos pequeños, luego los autos, el
metrobús, los edificios, el semáforo, los árboles, todos somos materia orga-
nizada y traté de imaginarnos en un dedal. El día terminó con un recuerdo
infantil de Nadia sobre su golosina favorita: “Me gustaba aplastar las gomi-
tas dentro de la bolsa de plástico hasta que fueran una masa, gomitas fundi-
das unas con otras. Luego abría un hoyito a la bolsa y me comía la pastita
que salía de ahí”.

III.
Espacio, punto
Nunca antes había reparado en que cuando aprendí a escribir mi maestra en
la primaria me pedía que pensara así, al menos, mis primeras oraciones:
Mi-espacio-nombre-espacio-es-espacio-Mónica-punto. Esto para inte-
grar el “espacio” -en el papel y en la cabeza- que necesita cada palabra para

Mónica Flores Lobato (México, D.F., 1973). Le gusta tener cuadernos de hojas blancas.
poder ser sin estorbar o confundir la naturaleza de la que sigue y de la que
le antecede. Cuando esos espacios no son claros, los significados se tritu-
ran. “Medecó meresatún na, medecó meresatún na, medecó meresatún
na, aunque me espine la mano”. Toda mi vida crecí pensando que esa can-
ción estaba cantada mitad español, mitad un dialecto indígena, sólo por-
que cuando la escuchaba nunca pude identificar los “espacios” entre pala-
bra y palabra. Medecó meresatún na también puede ser: me he de comer
esa tuna.

IV.
Memoria comprimida
Hay un sitio, el diván del psicoanalista, donde aprendí a pensar de nuevo
con espacios. Cuando revisé mi vida encontré nudos, relatos en los que
todo está apretado: lo que aprendí, mis deseos y mis frustraciones, lo que
critico y lo que amo, la madre y el padre que se quedaron en mi memoria,
cada día de mi vida, la suma y la resta de las que he sido en todo ese tiem-
po. Es sorprendente cómo, si se trata de darle un espacio y devolver la
forma original al pasado que perdió materia y se alojó en un dedal de la
memoria, es más sencillo entender cualquier teoría física, cualquier trata-
do molecular.

V.
El universo bien temperado
De todos los accidentes históricos que han torcido el camino del mundo,
la música y todas sus mutaciones me parecían los accidentes menos gra-
ves. Hasta que leí una noticia: un hoyo negro supermasivo en el espacio
emite un sonido de si bemol 57 octavas por debajo del do cinco. Este soni-
do no sería audible para nuestros oídos, pero, ¡un hoyo negro suena, emite
un si bemol! Ese agujero espacial está emparentado con el si bemol cuatro
con el que empieza el segundo concierto para piano de Brahms, por ejem-
plo. ¿Cuántos parentescos sonoros existen y dejan de existir en el espacio
(inmediato y lejano) sin que lo sepamos?
¿Hasta dónde puede repercutir un silencio, un sonido estridente, una desa-
finación?

VI.
La siguiente noticia fue publicada en 2005:
“La estrella que no tiene casa. La quásar HE0450-2958 fue encontrada sin
que se identificara una galaxia que la hospede”. Incluso en eso que parece
infinito, el universo, hay sistemas que pueden leerse y reglas que pueden
buscarse, como que una estrella vive en una galaxia, y toda galaxia tiene
un agujero negro al centro (¿es igual que decir una mujer vive en un pue-
blo y todo pueblo tiene un zócalo?). Pero esta vez encontraron una estrella
despatriada de la que surgen algunas hipótesis para explicar qué hace sola,
sin domicilio fijo, por el espacio. Tal vez en la lista de comportamientos
espaciales la independencia estelar está a millones de años luz de ser com-
prendida.

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MySpace

A cabo de recibir en el celular una nueva foto


suya. Por las paredes de madera y las viejas pos-
tales en sepia del fondo, asumo que ella debe estar en
línea ha presionado el botón rechazar. Y bueno, en
eso pensaba mientras sostenía el celular en la mano,
así que decidí salir a buscarla. Llegué en taxi al pala-
un bar y eso lo confirma la siguiente imagen, dos cio iluminado, la vaga imitación de un mal cuento de
minutos después, en la que levanta un pisco sour con hadas, ingresé obviando al conserje y vi a Selena con
la mano. Me quedo viéndola. No sonríe, su mirada es otro tipo justo en el momento en que ambos, de la
triste como la de un perro bóxer. Odio este juego mano, caminaban para la salida bajo esos arcos del
suyo de mandar fotitos. Altera mi salud. Me explico. triunfo y esas palmeras petulantes. El chico lucía
Selena dejó de hablarme el día que la llamé puta feliz. Dios, pensar que allí mismo, bajo esos arcos
anorgásmica delante de una nutrida cantidad de ami- blanquísimos como el queso, había caminado el
gos en común, en una fiesta de bocaditos finos y chi- Duque de Windsor con la chica americana por la que
cas guapas. Ese día le vino una crisis nerviosa, sus había renunciado al trono inglés. Cuánto amor hay
amigas la socorrieron mirándome con sincero rencor en la prehistoria de todas las cosas. Selena me miró
y nunca más volvió a contestarme el teléfono. A las con cara de culo, dejó al galán, se acercó y me dijo:
dos semanas la extrañaba mucho, así que llamé a su “¿tenías que venir?”. Miró su celular: “eres un enfer-
mejor amiga para preguntarle por ella. “Déjala en mo, ¿sabías?, me has llamado 46 veces”.
paz, Sele te odia”, me dijo Teresa para luego rema- Selena llevaba un vestido turquesa que
tar: “y yo también”. La solidaridad de género funcio- exhibía la indomable desnudez de su espalda clara.
na de maravilla entre las limeñas emancipadas, Sus tacos aguja resonaban con fina violencia contra
nunca la pongas a prueba. Me deprimí. Deprimirse el piso de mármol. Ava Gardner también anduvo por
–ojo– es distinto que arrepentirse: todavía tenía muy este histórico pasillo, pero dudo que lo hiciera con
frescas las imágenes de la fiesta del Country adonde tanto aplomo como mi chica. No le reproché nada al
la invitaron ese día fatal (“voy con Tere”) y a la que principio. Estaba harto de explicarle que cuando se
yo no podía acompañarla porque ya sabes, gatito, iba con otro “es como si frotaras mi corazón contra
“quiero mi espacio”. Miespacio en el caso de Selena un rayador de queso” (ni yo podía creer la esponta-
quería decir un carnaval de Río portátil, la danza neidad con la que me salió tremenda metáfora, la
loca de su pelo larguísimo y negro y esas pantorrillas cuarta o quinta vez que ella decidió amanecer en otra
cinceladas por el tango bajo la magia volcánica de cama). No quería discutir, tenía demasiada rabia
sus ojos negros, los ojos negros de una mujer capaz para eso. Selena decidió fingir que no pasaba nada y
de acostarse con alguien y luego decirte “lo hicimos, yo también, fuimos al salón pero, tras unos cuantos
sí, pero te juro que no lo besé, gatito”. En fin. whiskies dobles, la jalé del brazo y le grité frígida
La llamé esa noche de fiesta desde mi ramera delante de todos y para que todos sepan,
departamento y no me contestó. Insistí, pero nada. como en el vals. Era demasiado escándalo para un
Insistí más. Nada. La gente paranoica como yo sabe lugar tan espléndido. Benito, el maître, murmuró
esto: si el timbre del móvil suena dos segundos y contrariado que eso pasaba por abrir las puertas del
pasa de súbito a la grabación de la voz (si desea deje palacio a escritorzuelos y artistas. Cuando a Selena
su mensaje…), es porque quien está al otro lado de la le dio el ataque, le tomé una foto con mi teléfono

Juan Manuel Robles (Lima, 1978). Autor del libro de crónicas y perfiles Lima freak (Planeta, 2007). Maneja el espa-
cio del blog Santa Lima, del diario El Comercio: http://blogs.elcomercio.com.pe/santalima.

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móvil, para mostrársela luego y que se diera cuenta miniatura y en la puerta de entrada estaba Selena con
lo feo que le sentaba una crisis nerviosa. La violencia una minifalda de cuero y un hilo escarlata cayéndole
no nos era extraña: a las escasas semanas de conocer- de la nariz. Llevaba el sombrero de Ava Gardner.
nos ella había tirado un vaso de cerveza sobre mi La primera tarde de ese invierno decidí res-
camisa, en público, y cuando en un hostal me pidió ponderle. ¿Cómo? Le mandé la foto del ataque de
que la golpeara, yo, que no sé medir fuerzas para nervios de la fiesta. Selena derramaba lágrimas tan
saciar trastornos, le di un lapo que la hizo caer de la definidas que, aun en la baja resolución de la panta-
cama. Su sangre y el rouge de sus labios parecían pro- lla del celular, parecían estalactitas sobre un rostro
venir de la misma esencia líquida. Un brochazo de porcelana. Su maquillaje estaba corrido, y se apo-
escarlata. yaba en los hombros de la buena de Teresa. Apreté
Pero esta vez no me perdonó. Se fue. Así que send. Selena tardó un poco en responder, pero lo
nada, decidí olvidar su sonrisa. Tengo un método que hizo. Mandó una foto en la que la gata gorda se aso-
no falla para eso: agrando los retratos del recuerdo en maba por la ventana de un castillo de cartulina negra.
Fotoshop, los imprimo y me obligo a verlos durante Como el castillo estaba más cerca del lente, parecía
veinte minutos seguidos, cinco veces al día, sin que la gata diminuta viviera en las amplias habita-
hacer ninguna otra cosa. Parece infantil, pero es una ciones de la construcción. Acaso porque esos ojos
buena forma de hartarte de la cáscara viva de la decían demasiado sin decir nada, no tuve el valor de
mujer que te carcome el coco. El amor es, al fin y al responderle con otra imagen.
cabo, el apego desmedido a una combinación de píxe- La chica siguió con sus jueguitos de papel. A
les demasiado reales, y cuando te das cuenta de que veces metía en los castillos unicornios de plastilina
un píxel no es más que un insignificante cuadradito con incrustaciones de moscas vivas. A veces recorta-
de luz, te curas. Pienso patentar el método. Me ence- ba bestias de cartón en miniatura que, siempre por
rré en mi estudio para empalagarme de sus fotos, y efecto de la perspectiva, se introducían cual gigantes
todo iba bien hasta que un día, recibí un mensaje en en un paisaje común, digamos, un Starbucks al
mi celular. El mensaje era de Selena. En la pantalla mediodía. A veces perdía interés por el arte: me
aparecía la foto de un mechón de su larguísimo pelo. envió una foto de sí misma bañándose en la tina a las
La llamé inmediatamente, pero no contestó ni esa ni 2,10 de la mañana. Trate de darle vuelta a la página,
mis siguientes tres llamadas. despejarme. Había empezado a salir con Melva, una
Al día siguiente recibí otra foto. Eran sus niña bien con cara de ardilla y ojos grandotes color
pies. Siempre me encantaron sus pies, ya saben, soy miel. Melva despreciaba a Selena, decía que era una
de esos, así que la imagen consiguió perturbarme arribista sin estilo. Había nacido en El Olivar, en una
todo el día. Luego vino la foto de su gata, una gata casa antigua que su bisabuela compró en 1921. Odia-
obesa y floja que maullaba histérica si no la cargaban ba ir a lugares que no tuvieran valet parking. Le
hasta el segundo piso, incapaz de subir un puto esca- conté lo de las fotos y me dijo, muy seria, que si yo
lón. Cabello, pies, gata. ¿Era una charada? ¿Tenía quería podía contactarme con el doctor Vigil, su tío,
que descifrar algún mensaje? ¿Estaban asesorándo- para que discutiéramos las soluciones legales posi-
la? Cuando recibí la tercera foto (Selena sentada en bles en estos casos. Me encanta la forma en que
la tasa del baño, desnuda) el asunto dejó de parecer- Melva dice “solución”. Solucionemos esto. Supon-
me un gracioso crucigrama y me enfurecí. Selena go que tiene que ver con el hecho de vivir entre oli-
estaba entorpeciendo mi sistema de olvido por satu- vos de cuatrocientos años que pertenecieron a unos
ración pixélica®. Le envié emails que no tuvieron condes. Los condes, esos sí que sabían cómo solu-
respuesta. La busqué en su casa, una casa de techos cionarlo todo.
altos por la Plaza de la bandera, pero su sirvienta me No acepté el ofrecimiento de Melva, entre
dijo que ya no vivía allí. Una noche, recibí una foto otras cosas porque las fotos que hasta hoy llegan,
que creí parte de un sueño. Era un castillo azul en cada día, a mi celular, me torturan pero a la vez me

El perro. Año dos. Número once. Mayo-Junio de 2009. Camerino Mendoza 304, Pachuca, Hidalgo. Impresa en Icono, Covarrubias No. 207,
Col Centro. Pachuca, Hgo. Editor responsable: Yuri Herrera. Editores: Juan Álvarez Gámez, Alejandro Bellazetín, Daniel Fragoso Torres.
Diseño gráfico y diseño de Logo a partir de un alebrije de Sergio Otero: Enrique Garnica. No se devuelven textos no solicitados. Se permite
la reproducción de los textos con permiso por escrito de los autores. Todos los textos son responsabilidad de quien los firma.

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dan esperanza. Digo, algún día se acabarán las imá-
genes, algún día ella se cansará de dibujar palacios
de cartulina y volveremos, quien sabe, a la palabra
escrita, a ese lugar de donde nunca debimos salir, y
entonces ella me enviará un mensaje como el de la
Lunes
primera vez: “hola wapo x) q hcs??”. Y cuando el
celular vibra ahora, mientras tomo un café con Mel-
va, pienso que quizás ese momento ha llegado. Cojo
el aparato y observo. Selena de pie, sonriente, en una
especie de bar. Sostiene un pisco sour. Le contesto que no,
–¿Otra foto de tu ex noviecita?
–Parece. que siempre hablo en serio,
–A ver, dame, presta.
–No creo que… que es la misma quietud desde la infancia,
–Un toque pues, no seas pesado. Dame.
Quiero ver qué pastrulada te mandó ahora. Ja, míra- la misma sensación de irrealidad,
la.
–No la juzgues, está confundida. que han crecido los ojos y las manos
–¿Ah sí? No sé que tanto ah, mira, parece
que le gustó la huevadita. Pisco sour en el Bar inglés. pero es el mismo tiempo,
–¿En dónde?
–En el Bar inglés, Mauricio, eso es el Bar que hay días en que aún añoro a Dios,
inglés, ¿no ves? —dice mientras suelta una bocana-
da de humo, como si lo hubiera dicho no para infor- sus lametazos,
marme sino para que me diera cuenta de algo. Yo no
conozco el Bar inglés. Pero veo la foto de nuevo y su presencia de ave,
me detengo en las postales en sepia del fondo. Me
son familiares. Melva, tengo que irme. que quiero cobrar poco.
Llego al palacio en taxi. La imagen es una
señal, pienso, todo volverá a ser como antes. Entro al
vestíbulo, ignoro al conserje y allí está, el Bar inglés
con las fotos sepia del viejo Country al fondo. Veo la Hay restos de domingo en este lunes.
pantalla del celular para tratar de identificar el sitio
exacto. Lo encuentro. El lugar está vacío, pero en la
mesa hay una hoja en blanco. Huele a ella, es un olor
sucio y rico. Volteo la hoja. En el papel, está impresa Me contestan que no.
en grande la misma foto que he recibido en el celu-
lar: Selena con un pisco sour. La veo con decepción y
pego los ojos para ver si encuentro algo en la impre-
sión de sus pupilas. Huelo la foto. La gente me mira,
murmuran. Recibo un nuevo mensaje. Es otra foto
suya, obvio. En la imagen, un tipo triste mira una
hoja impresa, de pie en medio del viejo bar del
Country. ¿Quién diablos me tomó esa foto? Miro a
los lados. Es inútil, todos tienen un móvil de cámara.
Hasta el mozo trae uno. Así que me pido un pisco
sour y guardo el teléfono en la solapa, a la izquierda.
Pienso que esto no parará, que recién comienza. Pien-
so también en los caprichos de la materia sólida: el
próximo mensaje de píxeles hará vibrar mi corazón. Juan Marqués (Zaragoza, 1980) es autor de la
colección de poemas Un tiempo libre (Grana-
da, La Veleta, 2oo8).

5
Los espacios en la tipografía:
del papel a la letra

A l igual que en la música el silencio es imprescindible para identificar los sonidos, en la tipografía el
blanco, la forma informe del espacio sin tinta, es necesario para reconocer los signos, las palabras, las
líneas, la mancha tipográfica.

El formato de los impresos pasaron al impreso incunable, acentuándose la relación entre función
El espacio inicial de lo impreso y tamaño. Los libros de uso personal, religioso o de meditación, eran
lo determina el formato de producidos en tamaños menores (8° o 16°), y los destinados al estudio
mismo de la publicación. Un y la consulta usualmente empleaban folios. Para decidir el formato de
pliego de papel puede doblarse una obra se tomaba en cuenta, por lo tanto, el contenido de la misma y
1
en dos, tres, cuatro parte y de allí los tamaños de papel, lo que influirá en un segundo nivel de espacios
nacen las denominaciones folio, textuales: el de los márgenes.
cuarto, octavo, dieciseisavo en
los libros antiguos. Ahora los Proporción de las páginas y los márgenes
términos más comunes son carta, Así como existe una relación entre el lienzo y su marco, en las páginas
media carta, oficio o medio se establece una relación entre la caja tipográfica y los márgenes, pero
oficio, aunque también hay ésta puede variar según el género de la obra en cuestión y también
2
formatos especiales y hasta puede cambiar de una época a otra. Muchas de las características del
cuadrados. El tamaño de un diseño de los márgenes en el libro impreso fueron heredadas del
impreso se puede establecer por manuscrito. La relación entre blanco y negro buscaba lograr un
la altura y el ancho del mismo. agradable efecto estético al tener las páginas enfrentadas y abiertas de
Desde el periodo medieval un libro. Así vemos que comúnmente se han usado márgenes exterio-
existió una cierta relación entre res más amplios que los interiores, entre otras razones para que los
el formato y el contenido de la dedos se apoyen en esa zona sin tapar el texto. Por otro lado, cuando el
obra, así los textos literarios se libro está abierto, los márgenes exteriores se balancean y compensan
presentaban usualmente en el blanco que se genera con la suma de los dos márgenes internos
formatos pequeños y la historia contiguos. Por último el margen inferior tradicionalmente ha sido más
en tamaños mayores. Estas amplio que el superior también para que puedan ser sostenido el libro
consideraciones espaciales con las manos por esa zona.

1
Dada la variedad de formatos resultantes de los posibles dobleces de papel, se ha optado por considerar la altura en centímetros como el elemento
estándar para definir el tamaño del impreso, agregándosele los adjetivos de doble, marquilla y cuadrado para distinguir las dimensiones que se adop-
tan como formato tipo y aquellas que las rebasan. Acerca de la tipología de impresos y su relación con los géneros (religioso, literario, de carácter
histórico, legal administrativo, memoriales, alegaciones y otros) ver Manuel José Pedraza, Yolanda Clemente y Fermín de los Reyes, El libro anti-
guo, Madrid, Síntesis, 2003, Biblioteconomía y documentación, pp. 21-27.
2
José Ortega y Gasset, “Meditación del marco”, en El espectador, Madrid, Espasa-Calpe, 1996, Colección Austral, número 1407; tomo III, págs.
113-118.

Marina Garone Gravier es diseñadora, tipógrafa e historiadora de la cultura escrita.

6
En los escriptoria medievales se generaron una serie de Sin embargo en la decisión del
fórmulas para la determinación de los cánones de la arquitectura diseño de las planas también
interna de la página, que estaban en relación con el propósito y uso del influían otros factores como el
texto. Una de esas reglas fue reconstruida en 1953 por el tipógrafo mismo Paredes indica:
suizo Jan Tchichold quien identificó el canon de oro o sección áurea Ya hemos llegado al modo y
que usaban los escribas góticos. En ese esquema de composición se disposición que se ha de dar
puede apreciar que la altura del área tipográfica equivale al ancho de la en las medidas y fábrica de
página, usando una proporción de 2:3. El área tipográfica y el formato cada una de las páginas: pero
de la página tienen, de esa forma, proporciones equivalentes. Cuando como los dueños unas veces
este canon se conoció, el historiador y tipógrafo argentino Raúl Mario quieren que sus obras vayan
3
Rosarivo comprobó que ésa fue la proporción empleada por Guten- desahogadas, y que tenga su
berg en el diseño de la página de la Biblia de 42 líneas. libro más volumen; otras
Desde el periodo medieval tardío se dieron nuevas demandas veces desean el que no
en el diseño de libros; éstos no tenían solamente que ser bellos sino parezca grande, o bien porque
también ligeros y transportables lo que motivó la aparición de nuevos no se enfaden de leerle o por
formatos y por lo tanto nuevas proporciones. Otras posibles divisiones escusar la costa, no se podrá
4
para el diseño de páginas fue en 12 partes, para obtener una mayor dar medida fija.
7

área de texto o en 6 partes con base en la proporción 2:3, con la cual se


obtiene una menor área de texto.
El tamaño de las letras8
Como explica el investigador español Emilio Torné, la simetría es
El espacio que configura la
una característica del diseño del libro del periodo de la imprenta
5 marcha tipográfica, es decir la
manual. Aunque los compositores del libro antiguo no hicieron
caja de texto, repercutirá en el
construcciones de páginas tan complejas como los escribas, es un
hecho que siguieron patrones de simetría y usan proporciones crecien- tamaño de las letras, es por eso
tes para determinar los márgenes. En el manual de imprenta de Víctor que los cuerpos o puntajes
de Paredes (1680) podemos leer las siguientes sugerencias de disposi- usuales para libros de textos
ción de la página: oscilan entre 10 y 14 puntos,
Al tirar formas de a folio debe el tirador apuntar de modo el papel, generando una cascada de
que dividido el blanco que queda en el pie y cabeza de la plana en relaciones de tamaños armoniza-
cinco partes, queden las dos de blanco en la cabeza y las tres en el dos para los títulos, subtítulos,
pie, o más, de forma que quede más ancho el blanco del pie que el bandos y notas al pie.
de la cabeza y lo mismo se debe de observar en el tirar de los En los inicios de la
papeles tendidos: pero tirando formas de cuarto, octavo o que imprenta tipográfica la normali-
conste de planas más pequeñas, deben ser los márgenes iguales. zación en el tamaño de las letras
Pero adviértase al cortar las guarniciones para estas formas de no fue una preocupación de los
planas menores, que de tal suerte se corten que, después de encua- impresores pero a medida que
dernados el libro, le venga quedando menos blanco en la cabeza creció el intercambio comercial
6
que en el pie. se procuró la estandarización.

3
La clave para ubicar la posición del área tipográfica fue dividir en novenos tanto el alto como el ancho de la página; el método más simple para hacer
ese cálculo fue hallado por J. A. van der Graaf. Raúl Mario Rosarivo, La divina proporción tipográfica, La Plata, Ministerio de Educación de la Pro-
vincia de Buenos Aires, 1956, 94 p.
4
El canon proporcional de Villard de Honnecourt también confirma la proporción 2:3. El alto y ancho de la página se dividen en 12 partes. Con este
canon cualquier distancia puede dividirse exactamente en cualquier número de partes deseado sin realizar otras mediciones.
5
Emilio Torné, “Arquitectura tipográfica del libro en el Siglo de Oro” en Imprenta, libros y Lectura en la España del Quijote, Madrid, Ayuntamiento
de Madrid, 2006, pp. 243-274.
6
Alonso Víctor de Paredes, Institución y origen del arte de la imprenta y reglas generales para los componedores, edición y prólogo de Jaime Moll;
nueva noticia editorial de Víctor Infantes, Madrid, Calambur, 2002, Biblioteca Litterae; fol. 44r.
7
Paredes, op. cit., fol.23v.
8
Oriol Moret Viñals, El mitjà tipogràfic (La medida en tipografía), 2006, Universidad de Barcelona, Departamento de Diseño, tesis doctoral.

7
Asimismo, cuando se especiali- Lo que se mide en tipografía móvil es el tipo de plomo, no el
zó el trabajo de las fundiciones ojo de la letra; el tipo será siempre es mayor que el ojo aparente de la
fue necesario identificar con un letra. El cuerpo es una de las tres dimensiones del tipo metálico, el
nombre los tipos de un mismo cuerpo de un carácter es igual a la altura del ojo más los hombros
tamaño, hecho que ocurrió entre superior e inferior. Las otras dos dimensiones son la altura del tipo y el
principios y mediados del siglo espesor o grueso. Espesor y cuerpo determinan la superficie de ojo, el
XVII. Sin embargo, los cuerpos ojo se destaca en relieve y la superficie del ojo varía de una familia a
eran solo aproximadamente otra, aunque se trate del mismo puntaje.
regulares por lo que se refiere a Los espacios en la letras se manifiestan también de otras
tamaños de ojo de la letra, ya que maneras: muchos signos tienen espacios interiores, conocidos como
el grabador de punzones podía contraformas o contrapunzones. Estos se manifiestan con claridad si
variar las proporciones del comparamos la luz que emana de una tipografía light o ligera en
signo. Por eso un ojo grabado contraste con la oscuridad de una ultrabold o negra. Asimismo cada
para un determinado cuerpo carácter requiere un espacio vital a izquierda y derecha para no
podía parecer mayor o menor pegarse y chocar con los signos contiguos y generar enlaces artificia-
que otro para el mismo cuerpo les. Este espacio corresponde a cada letra y se denomina interletrado.
cuando eran grabados por dos A la vez las palabras precisan un blanco entre sí, el interpalabrado,
personas distintas, aunque la que contribuye a identificar las unidades de sentido, la forma-palabra.
suma de sus dimensiones totales Finalmente los renglones o interlínea son otras manifestaciones del
diera un resultado semejante. espacio pero en la orientación vertical de la página, sin interlínea no
Habría que esperar hasta el siglo identificamos renglones y por lo tanto el texto no tendría textura.
XVIII para tener un número más Sin embargo tal vez como manifestación del estado larvario
o menos estable y acotado de en el que aún se encuentran los modos virtuales de configuración
9
tamaños de letras. textual, la mayor parte del espacio tipográfico de los ambientes
Los nombres de los digitales contemporáneos parecen prescindir de una base rítmica
tipos surgieron de múltiples necesaria y coherente ¿Es la Verdana, la Curier, la oda a la muerte de la
fuentes: por las primeras obras línea, su condena a los infinitos ilegibles o simplemente una florecien-
que se compusieron en algún te estupidez? De pronto es como si se hubiera creído que todos los
tamaño (cícero, agustín); el tipo espacios del texto que acabamos de mencionar, aquéllos que han
de obra o texto que se editaba acompañado la evolución de la cultura escrita de forma tan indisolu-
(breviario, glosilla), o alguna blemente íntima, son un módulo descartable y accesorio de la com-
similitud formal del tamaño con prensión del texto y que la inefable mirada humana puede sobrevolar
otros elementos (ala u ojo de en las páginas sin lógica de composición, en intervalos plásticos
mosca).10 Hablando en términos arbitrariamente irregulares. ¿Por qué prescindir del aire, de la belleza?
ópticos, la gradación de puntajes Si el espacio está en un texto y no en un cuadro o en un performance
usual es la siguiente: 4, 5, 6, 7, 8, visual entonces tiene unas formas imprescindibles que no son arbitra-
9, 10 (con aumento de 1 punto), rias. Modernidad no es atropello, tecnología no es antinaturaleza. El
12, 14, 16, 18, 20 (de 2 puntos), espacio y sus formas, el latido mismo del corazón de las letras,
24, 28, 32, 36, 40 (de 4 puntos), seguirán siendo necesariamente insustituibles. Si aprendemos cómo
48, 60, 72, 84, 96 (gradación de han respirado los escritos antiguos y los impresos viejos, entonces
12 puntos). nuestros relatos contemporáneos tendrán algo de vida asegurada.

9
Gaskell, Phillip, “Type Sizes in the Eighteenth Century”, en Studies in Bibliography, V, 1952, pp. 147-151.
10
Una explicación histórica de los nombres de los tipos se puede leer en “La nomenclatura tradicional de los tamaños de letra de imprenta”, de
Ignacio Rómulo y Dimas García. Unos tipos duros (http://www.unostiposduros.com/paginas/histo13.html, página consultada el 16 de mayo de
2007)

8
Busco pareja

T arde o temprano en la vida de todos los seres humanos, al menos de todos los que usan calcetines, se cruza una
pregunta en apariencia trivial pero inquietante: ¿Dónde demonios están las parejas de estos calcetines? La
pregunta emerge una mañana cualquiera al posar la mirada en ese rincón de la gaveta en el que se han ido apiñando, sin
su contraparte, una decena de ellos.
Un par de meses atrás, con un racimo de medias solitarias en la mano, mi curiosidad por este misterio casero
se despertó. No sospeché que se trataba de una experiencia humana universal como enamorarse o preguntar qué
sucede al morir. A lo largo de ese día y los siguientes intenté una respuesta razonable. Aún no la encuentro. Pregunté
entre amigos. Todos reconocieron el problema y ninguno supo explicarlo. Investigué. Aquí algunas cosas que vale la
pena reseñar.

1. Existe una Agencia de Calcetines Perdidos (en inglés The Bureau of Missing Socks, http://funbureau.com). Según sus
promotores: "los ovnis, el monstruo del Lago Ness y el Yeti son pura especulación, pero la desaparición de calcetines es
un hecho probado".
2. Hace dos años en Yahoo Respuestas se inauguró un foro sobre el asunto. Un tal mbd5753 respondió “Se van al estomago
de la lavadora, que se los come”, Waleska dice: “pues yo pienso que luego salen”. Con buen humor Taitapop agregó: “Se
van a una buena disco a saltar en una pata, a la hora de divertirse no lo hacen a "medias".
3. Entre los desagradables suburbios de los blogs cursis y mal escritos, el asunto de los calcetines se ha convertido en
leitmotiv. Sandra Carrasco, de Santiago de Chile, nacida el año zodiacal del perro, posteó el 25 de abril de 2005: “Hay un
misterio que se produce desde que te sacas los calcetines y los llevas a la ropa sucia hasta que se recogen del tendedero,
que pasará en todo ese trayecto?, yo les he hecho el seguimiento y les juro que no ha pasado nada, se mantienen todos
juntitos y ordenaditos, pero basta que me descuide para que se esfumen!!”.
4. Es asombroso como perturban los blogs a ciertas personas. Un lector escribió este comentario bajo la nota de Carrasco:
“Con harta malicia te pregunto: ¿No será querida Sandra, que has succionado demasiados calcetines en tu vida, y a
medida que los succionabas con tu boca y tu lengua, en patas ajenas, iban desapareciendo los tuyos? Porque a cada uno le
sucede lo que se merece. O no? Ya esta altura de tus relatos esperábamos que sólo usaras medias con ligas y encaje de esas
que sólo desparecen porque un buen mino te los arranca a polvos... Pero bue, todos tenemos nuestros demonios domésti-
cos. Un besito a pata pelaa comiendo empanaa. Chaooooo”.
5. También en la Frikipedia el tema ha recibido atención (www.frikipedia.es). La explicación, pese a lo ligera, tiene valor
por sumarse a los testimonios de quienes padecen la pérdida de calcetines. “Según la física cuántica, en el proceso de
centrifugado del lavarropas se produce lo que conoce como una singularidad espacial llamada Agujero Negro debido al
movimiento a gran velocidad que hace el tambor del electrodoméstico, y es por aquí que desaparecen los calcetines”.
6. Encontré esta propuesta de un pragmático: “¿Con cuántos calcetines impares te quedaste? ¡Usa los calcetines como
títeres e inventa un cuentito sobre los calcetines extraviados!”

Qué tal que este asunto de los calcetines que se pierden sea el indicio más claro de que al espacio no lo gobiernan las leyes que
formularon Newton, Galileo, Einstein y de ahí para atrás hasta Leucipo y Demócrito. Qué tal que los calcetines
sobrevivientes sea la prueba más a mano de la existencia de otro espacio que hace bisagra con este que ocupamos.
Pienso en espacios que no vemos. Del mismo modo que nuestros oídos sólo perciben una fracción del espectro de
frecuencias sonoras y los ojos sólo capturan un rango de luz, también podría ser que esos otros espacios burlen
nuestros cinco sentidos.
¿Por qué desaparecen calcetines y no hermanos gemelos que anda por ahí como parejas de calcetines? Eso ya
es metafísica de los calcetines II.

Pablo Correa (1978-2057). Periodista y escritor colombiano. A diferencia de Max Brod con los textos de Kafka, su
mejor amigo sí decidió quemar toda su obra por considerar que no aportaba nada a las letras criollas.

9
Escenas de la carrera espacial

3 1 de octubre, 1957. Dr. G trae un trajecito en la mano. Hecho a la medida. A Ella le va a encantar. Un

pañito, una pizca de alcohol, y ya reluce la esfera de vidrio que lo corona. Dr. G se permite una travesu-

ra, se la prueba pero no le pasa de las orejas, unos lóbulos amorfos que ya asoman el vello gris de la edad.

Parece una bombilla fundida y se ríe frente al espejo. A él ya no le tocará viajar al más allá ceñido de laureles.

Quizá a los niños que ahora pintan cohetes en vez de aviones. A ellos sí. Para ellos se trabaja. Se quita

rápidamente la bola de cristal de la cabeza y practica la mueca adusta, la sonrisa exacta, que saldrá en los

titulares. Faltan tres días para el gran aniversario pero hay que agilizar los preparativos. “¡Cuarenta años de

triunfos! Pero nuestro pueblo es vil y se regodea en inventariar lo adverso. Aquí construimos un vivero de

héroes para que no se le olvide a nadie hacia donde vamos”. El dedo índice, erecto, cierra el ensayo del

orador. Se acomoda el collar de la bata con satisfacción y abre la jaula. Ella parece sonreírle.

Una

casita nueva.

3 de noviembre, 1957. Las banderitas ondulan. Las cámaras se miran nerviosas. Sputnik II se pavonea ante

la multitud. Es más espléndido que I y lo sabe. Ave Sputnik, lleno eres de gracia, benedictus fructus ventris

tui. Los niños del Dr. Y también han venido a despedirse. Desde hace tres días se jactan en la escuela de

haberla tocado a Ella. Tuvieron la precaución de conservar en una cajita algunos cabellos como reliquia. Por

cinco centavos, chicos y chicas podían examinarlos durante el recreo. La pequeña del Dr. Y no se había

Paloma Duong. (La Habana, 1983) Por mucho tiempo se condujo como si Laika vigilara cada una de sus acciones
desde el cielo.

10
lavado la mejilla izquierda desde entonces, donde un hedor dulzón a pescado le recordaba el goce de aquella

lamida. Una lengua áspera, cálida, que milímetro a milímetro le había rozado la piel desde el borde de la

mandíbula hasta el pómulo rosado. Nunca había experimentado tal deleite sensorial. La niña había apretado

los muslos. Se había mordido ligeramente el labio inferior. Por un momento, pensó en devolverle la lamida,

a Ella. Pero justo entonces su padre anunció el término de la visita. Igual, se sintió escogida desde entonces.

Hora de la inmolación. Hora de héroes. ¿Cuándo vuelve? ¿Puede vivir con nosotros al retorno? Dr. Y, un

hombre simple, disfruta adivinar los últimos deseos de los condenados. Mira a los chicos que ahora juegan a

encuadrar el evento con una Polaroid rota. Se enorgullece de las hazañas que sus hijos aún ni imaginan

protagonizar. Corre a estrecharle la mano a G para una foto histórica. Ríen. Ella desaparece tras la puertita.

diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Chicos, chicas. Me quieren

porque los mimo. Mueven las manitas cuando están felices. Abren los ojos. Hacen

aspavientos como queriendo hablar. Aire. No hay más aire. Calor. Pánico.

Tun, pausa, pausa, tun, pausa, tun, tun, tuntuntuntun,

tuntuntuntuntuntuntuntuntuntuntuntun. Niños,

¿a dónde van? ¿Por qué se alejan?

Juguemos de nuevo.

Los espero aquí.

En la casita

nueva.

11
Paredes blancas

D enis ya tenía 20 años cuando conseguimos aquella habitación con lugar


para dos pequeñas camas, un clóset y la tele. Había que ver la excitación
con que avanzamos por primera vez en ese cuartito de paredes blancas y
personajitos. La suavidad del
peluche tocó mi cuerpo y yo quise
pensar que ella misma lo había
cajones desocupados. Ese lugar sería nuestro espacio, donde ocurriría el hecho.
futuro. Tomé con mi mano izquierda
Como una artista conceptual hubiera tratado la sala de un centro un duendecillo de unos 15 centíme-
comercial, Denis transformó la habitación en su más elaborada creación. De tros de alto y me encogí con él entre
las paredes colgaban tarjetas multiformes de amistad y felicitación; Japi las rodillas. Comencé a pasearlo por
berdei tu yu decía la más grande, impresa en chillantes tonos. En la mesa de la mis piernas. Además de suave, pude
tele, la tele de Denis, casi siempre sintonizada en el canal de Denis, descansa- sentirlo cálido. Quise esa caricia en
ba la foto que Denis se hizo en Acapulco con aquel tipo que la sorprendió toda mi piel y me despojé de la ropa
enviándole un boleto de avión a su trabajo. En el espejo del clóset, fotos de Denis y de la mía. Me lancé sobre
infantiles y pasaporte de Denis, además de su vieja credencial de la prepa. El la colcha poblada de peluches y me
clóset era la creación más cara para Denis. Llena de orgullo, cada vez empuja- froté contra decenas de cabecitas,
ba con más fuerza para meter un gancho nuevo. Pero era su cama lo que bracitos y piernitas que ahora me
resumía el carácter de su creación. Muñecos de peluche y tela: osos, vacas, acariciaban la espalda, el pecho, las
corazones, muñecas, borregos y otros se sucedían sobre su colcha. Ella los nalgas, las piernas, la nuca con
recibía en cualquier ocasión: su cumpleaños, el día del amor, de la secretaria, verdadera suavidad, con verdadera
del estudiante, de la mujer… La ocasión real eran sus hermosos ojos, su fuerza. Llevé al duendecillo a mi
seductor cuerpo. entrepierna, nunca antes tan húme-
Mi parte de la recámara no tenía asideros: una pila de cedés, litografías da. Sentí electricidad desplazándose
o libros reales. Ni orden ni desorden dignos de destinar más palabra. por mis extremidades, nunca antes
con tal magnitud.
Denis desbordó el espacio.
Quise seguir. Seguí.
Un tiempo viví dócil, tangente de su performance. Pero luego quise
Apenas con fuerza me metí
entrar. Un día cualquiera, le regalé una linda muñeca de trapo para su ejército,
en su cama y me quedé dormida.
para que me tuviera en su colección. Pero Denis se deshizo de ella.
Tres semanas después de la
Yo vivía en su espacio, pero no en ella.
mañana en que Denis amaneció en
Cada noche contemplaba su espalda, apenas cubierta por una camiseta mi cama, entré a nuestro cuarto y vi
de tirantitos, su largo cuello, a veces perlado, a veces seco, su silueta y las la tele en el suelo y varias cajas
decenas de muñecos sonrientes con los ojos permanentemente abiertos. Lo etiquetadas: papeles, ropa, muñecos.
que veía era ella, lo que oía era su respiración, su voz sensualmente ronca por Denis había empacado su espacio
las mañanas, lo que olía era su champú, su perfume. Y nada más, porque mi para llevarlo a otra parte. Había que
piel no la sentía. Y nada más, porque ella no me veía. ver la ansiedad con que contemplaba
Como fantasma saqué de nuestro clóset algunas ropas de ella, tomé sus esas paredes otra vez blancas, esos
sombras y labiales, sus perfumes y collares, sus mascadas y zapatos para cajones a medio ocupar. Ese lugar
tratar de ser un poco lo que ella era. Pero mis piernas lucían tan pobremente había sido el espacio de Denis pero
flacas, tan enfermamente blancas saliendo de su minúscula faldita… El de pronto se convirtió en vacío. El
patético espectáculo de mi fallida caracterización me golpeó con tal fuerza futuro jamás ocurriría ahí.
que debí sentarme, y lo hice en la cama de Denis, encima de su legión de

Mayte Romo. Calcula haber cambiado de residencia unas 16 veces, eso sería una vez cada dos años desde que nació.

12
in/quietudes
empieza el ritmo a
ce
le
ra
do loco como el viento que empuja tubas y
trombones a través de un intestino en lento proceso de disecación hay un loco
en un monte que chilla y mata árboles los abre en canal mira el sol y estúpida-
mente le pregunta la hora ¿qué hora en qué parte del mundo en qué momento
si no es ahora habrá minutos para escupir parte de una ciudad congelada en mi
maxilar izquierdo? y mira por detrás de una nube con cara de contrabajo dong
dong vapuleando las tiras de pelo que son cuerdas trenzas muchachas de
primavera azotadas por las escobillas del percusionista chas-chas-chás sin
darse cuenta laceraciones intravenosas en las muñecas.
explota.
repente
de fuego.la es una nota insostenible hoy por la boca del personaje
castrado entre tierras en el monte hablando al sol con las costillas mírame
mírame millones lo han hecho ya este es un baile al astro una convulsión
perenne de cardamomos y me estrello contra paredes me desgajo la razón el
pulmón derecho y el fémur para crear una bella obra vana vacua varada como
barcos de acero en el éter del ártico.
Mira el sol mírame el sol interno mírame el eclipse parietal ábreme una vía y
colócame un pie dentro del árbol acuchillo acuchillo acuchillo y las tripas de
él crecen son madera casi permanentemente igual un día
y otro día
y otro día
el loco jura
que encontrará la calma una vez muerto el árbol
mira al sol
pregunta qué hora en qué parte del mundo en qué momento si no es ahora

desde el montículo opuesto, un perro le mira y bosteza.


caen ojos de otoño.

Silvia Oviedo. Poeta madrileña a caballo entre el surrealismo y el beat. http://www.silviaoviedo.com

13
Nombre:____
a Rocío y Jorge

Cantamos en la dirección equivocada.

[I]
Un acorde mutilado
ahí en el tiempo donde está quebrado el tiempo crecerá una flor que
atravesará las cinco líneas. Al querer leerla, el solista equivocará la partitura.
La batuta al suelo y aparecerás sentada en primera fila.
(Alguien, de la orquesta o del público,
te habrá llamado en secreto.)

[ II ]
Tu ruido enlazado a un acorde desconocido
Tentó al pasto a volverse polvo.
Y tu ruido abrazado fuerte a la cama
Fue el silencio del resto de los días.
Y el silencio del mundo ya sin días,
Ya sin camas ni acordes,
Cantó tu nombre.

[ III ]
Estás, olvido, en el ausente pensamiento de quien mira la tormenta.
Estás en el aire que es cualquier sonido y cualquier aroma.
Estás perdido.
Crees que es un recuerdo, un pensamiento.
Pero ella no es más que pura divagación.
No lleva a ninguna parte.

[ IV ]
…deberían llamarse el bosque y el aire que lo cubre todo por las mañanas. La
densa niebla que se forma arriba de los árboles, y el susurro que tiembla entre
las ramas y las hierbas.

Ojalá viajaras con la luz, como el viento.


Ojalá la luz fuera la sustancia.
...y los pueblos se iluminarán con nombrarte.
Los perdidos encontrarán la vereda
sin más ayuda que la palabra.

Hágase la luz: y de algún modo tú ya estabas aquí desde antes del primer día.

Alfonso Valencia (Pachuca, 1984). [vacío].

14
Tipografías de caballo muerto

M e fui a vivir a un caballo muerto. Hallé que había


bastante espacio allá dentro, poco ruido, las
molestias apenas de su descomposición. Sin corazón
compañeros exclamaron: ¡Pero si esto es un palacete! Se
trajeron a sus esposas y a sus niños y vinieron a vivir
conmigo en la fosa común. Cada uno, eso sí, dueño de su
bombeando rítmico ni estridencias en fuga de intestinos propio caballo muerto.
operando. Sin riñones funcionales, sin hígado. Poco o La vida continuó su curso normal. Los niños
nada. Todo tranquilo y muerto. Todo en silencio allí iban por la mañana a la escuela y los adultos al trabajo.
dentro por fin, me dije, y me metí. Por las tardes las criaturas jugaban a las escondidas o a
Entré por rígidas mandíbulas e instalé muebles. los pistoleros o a lo que les diera la gana jugar, y los
Venía de una separación. Deambulaba y me lo encontré y adultos nos sentábamos en torno a una botella, para
me regresé y traje las cosas. Listo. hablar de política y apostar dinero en las cartas y
Había espacio de sobra. La comida no faltaba. soltarnos una que otra broma o uno que otro insulto,
Podía ir devorando los órganos rancios del caballo rodeados de osamentas purpúreas y órganos disgregados.
muerto. A medida que avanzaba su proceso de corrup- Por aquel entonces apareció el intruso del
ción empezaban a acompañarme gusanos, larvas, escritorio macizo. Traía consigo un cartapacio de papeles
insectos y otros animalejos variaciones de la dieta. Sin apilados bajo el abrigo negro y el mesón ese y desperdi-
quejas, tan contento con mi caballo muerto. ciaba el día entero garabateando sobre las hojas sucias
Al cabo de una semana el despojo se fue que se le atravesaban y que él levantaba entre sus manos
hinchando, con lo que aumentó el espacio interior y junto como con devoción, espacio sagrado, zsss, una pesadilla,
a éste mi dicha. Dos semanas más y hubo tanto espacio todo el ruido que hacía. Un día en foto de diario le vimos
libre que pude hacer una fiesta para mis compañeros de la cara. Y en nota al margen descripción de estilo: letra de
trabajo. Aquello fue un éxito. Mis compañeros se tensiones que retan la lógica; imaginario profundo;
pasearon asombrados por las amplias cavidades fuerza de sintaxis apretada, tan abstracto, tan difícil, tan
interiores, comieron hígado pútrido y trozos escogidos deliberadamente ambiguo, echando mano de simbología
de las partes blandas de pulmones. Terminaron divirtién- y mitología clásicas, uy, así, que daba mareo. Ese día tras
dose y felicitándome por mi inmejorable adquisición. la foto pública revisamos, eso sí, que no estuviera
Tan retirado, tan altos los techos, tan distinto a vivir escribiendo de nosotros. Leímos y lo que vimos fue mera
dentro de un perro. ¡Y la comida! pirueta tipográfica. Páginas que eran puro adornito suyo,
Pero mi caballo apestaba. Un día, libreta en así que, pobre diablo, lo dejamos en paz. Lo que allí
mano de márgenes rojas, el edil pasó por ahí cerca y el sobraba eran caballos muertos donde guarecer. No era
mal olor le golpeó sus narices delicadas. Vino hasta mí, como para poner al acróbata a trastear con semejante
caballo muerto, y le dijo al aire de los esbirros que mesón.
andaban detrás suyo, ¡Tiren esta basura a la fosa común! Pero un día el mismo edil pasó cerca de la fosa y
Se llevaron el caballo conmigo adentro, lo que no me el mal olor de tantos cadáveres podridos le llenó la nariz
importó demasiado porque ya no quedaba mucho de de lágrimas. ¡¿Qué pasa?!, gritó furioso, ¡Incineren toda
carne y músculos originales. Apenas piel y huesos. esta porquería! Quieto, le dijimos, Aquí vive gente, pero
La fosa común fue bendición. Estaba llena de él no quiso creernos. Lo invitamos a visitar nuestras
otros caballos muertos en diferentes estados de descom- moradas. Se rehusó aduciendo razones de seguridad
posición. Mudé mi casa y dejé atrás la gastada osamenta higiénica. Somos felices dentro de esos caballos muertos,
de mi hallazgo original. De nuevo había espacio de sobra le dijimos. Él arrugó la nariz, abrió su libretica miserable
y abundante alimento. Hice otra fiesta y todos mis de márgenes rojas, chuleó algo allí y murmuró Focos
infecciosos y se marchó.

Juan Álvarez (Neiva, 1978). En busca, de– espacio.

15
Vinieron entonces los soldados. Cada uno tos aceleraban los piecitos con ánimo de correr, pero él
cargaba su caneca de gasolina. Solamente yo y el intruso nada, más fuerte que los agarraba entre sus brazos. Las
del escritorio macizo corrimos a salirnos. Él corrió sin tres hembras y el varoncito agitando sus extremidades
echar vista atrás y hasta desaparecer en el horizonte inflamadas, gritando porque les dolía, y sus cabellos se
centellante, agarrando fuerte sus papeles estúpidos que incendiaban, y sus ojos y sus pequeños vientres también.
se le iban regando uno a uno, como otra estela de Lanzaron después un par de granadas al hoyo
podredumbre. Yo alcancé la acera y me detuve y volteé a humeante. Todos aquellos pedazos de carne chamuscada
mirar. Los observé mientras rociaban el líquido sobre los saltaron por los aires, como confeti de fiesta, hasta caer
cadáveres descompuestos de los animales, sobre los en mancha casi ordenada sobre la estela abandonada de
huesos y las larvas de las moscas vivaces, sobre las pieles hojas borroneadas del acróbata. Me senté en el piso y me
secas y los gusanos gordos como antebrazos, sobre toda puse a llorar. Veía esas páginas cargadas de tinta y carne y
esa gente que mañana ya no iría a trabajar y que no le los estertores de un vómito asquiento me torcían el
daba la gana dejar sus hogares. Les gustaba allí, bajo el estómago. Me iba secando. Los ojos me ardían. Ahora a
cobijo de los gases tibios de un centenar de caballos buscarme otro espacio, me dije, y me puse de pie y
putrefactos. empecé a caminar.
Vi el mundo arder cuando los soldados Ya tengo vistos otro par de cadáveres. No me he
arrojaron sus fósforos livianos sobre toda esa gasolina. decidido a mudar muebles porque antes quiero asegurar-
Las cuatro criaturas de mi caballo vecino estaban allí. Le me de reunir lo de la disecada. Estaba vez me mudo para
grité a su padre que los dejará salir porque los muchachi- siempre, caballo muerto que no huela.

La soledad

L as “máquinas del tiempo” —dice Horacio Kustos— no son…
—¿No son qué?
—No son eso. No exactamente. No me pida que le explique, no sé: las hace esta mujer que le digo, y
sólo ella puede hacerlas, y las da a quien ella quiere una vez que se han contestado las 17 preguntas. Que, de
una vez le digo, son distintas para cada persona.
—No entiendo.
—Huy, pues espérese. Eso no es nada.
El proctólogo, sentado aún tras su escritorio, levanta una ceja. Pero el gesto es más para complacer a
Kustos que para indicar un asombro verdadero: los dos son amigos desde hace mucho tiempo. (La historia
de cómo se conocieron se tendría que contar en un volumen de varios centenares de páginas, así que no la
intentaremos aquí.)
—Ella, la mujer —dice Kustos— me dio la máquina, que en mi caso… —y hace una pausa larga y
deliberada, pero el proctólogo sigue en silencio— ¿Ya sabía que también es distinta cada una?
El hombre le sonríe.
—Bueno —dice Kustos—. Eh… Me dio la máquina, que en mi caso era un par de tuerquitas,
chiquitas, así, pegadas. Y yo la frotaba, como lámpara, y entonces me llevaba a un SITIO DE ABSOLUTA
PAZ…

Alberto Chimal es autor de la novela Los esclavos (Almadía, 2009) y muchos libros de cuentos.
www.lashistorias.com.mx

16
—¿Qué es eso? —pregunta el proctólogo, quien más tarde (mucho más tarde) dirá que pudo
escuchar las versales y las mayúsculas.
—El SITIO DE ABSOLUTA PAZ es también un momento preciso: un instante en el mundo. Ya ve
que el espacio no se puede desligar del tiempo…
—¿Qué?
—El ir a ese lugar era ¡puf!, ir también a esa época. A ese momento. Siempre.
—¿Cuál?
—En mi caso, una porción de desierto relativamente cerca de donde ahora está la ciudad de Ulan
Bator, la capital de Mongolia…
—¿De dónde?
—Cómo, Francisco, ¿no conoce Mongolia?
Aquí tiene lugar media hora de consideraciones varias alrededor de la importancia de la geografía,
puntuada por protestas varias del proctólogo. Al cabo, éste se impone a los largos parlamentos de Kustos (lo
logra un poco a gritos) y acaba por decir:
—Así que… le repito. Era una expresión de sorpresa. Y no, no he ido jamás a Mongolia, aunque me
encantaría ir, claro.
—Está bien —responde Kustos.
Pausa incómoda.
—Me decía —dice el proctólogo.
—Ah, sí, bueno. La primera vez que fui, froté la lámpara, digo, la máquina, y ¡puf!, como le decía,
llegué a relativamente cerca de Ulan Bator, Mongolia, pero en el año 3'111,094 antes de Cristo. Según mis
cálculos debe ser como… el 8, el 9 de junio, a las 6:48 de la tarde… Más o menos.
»Y no sabe qué paz. Qué tranquilidad. Qué quietud. Era como algo vivo. La calma. Se sentía que
algo me estaba tocando. Que estaba en todas partes. Y no había nada ni nadie. No soplaba el viento. Aquello
era una planicie absolutamente lisa, gris, así, vacía, que iba más allá de donde alcanzaba mi vista porque
después de cierto tiempo iba cambiando de color, poquito a poco, y se confundía con el cielo, que era entre
azul y gris oscuro y violeta en el extremo opuesto… Era como un cuadro de… no, más que un cuadro. De
verdad no tiene idea. Dicen que a cada persona le toca en la vida un momento de paz o de plenitud, pero que
en general no se da cuenta cuando pasa y toda la vida se le va en recordarlo cuando ya pasó…
—Eso es cierto —dice el proctólogo.
—Sí, pero usted lo leyó en un libro de autoayuda o algo así. Esto es de verdad.
—Oiga…
—La máquina —prosigue Kustos, sin hacer caso de su amigo— se debe usar sólo una vez, así me
dijo ella. Sólo una vez para llegar al SITIO DE ABSOLUTA PAZ correspondiente y estar allí y disfrutarlo. Y
luego irse. Para no volver. Uno no regresa, me dijo ella, pero cuando llega, llega a sabiendas. Puede relajar-
se. Puede estar seguro de que ese momento y ese lugar son sólo de uno, y son de veras de paz y…
Pausa dramática, que el proctólogo entiende como tal, por lo que pregunta:
—¿Y qué pasó?
—Pasó que pasaron unos diez segundos, maravilla de segundos, yo como en éxtasis…, no sabe qué
cosa, qué aire tan puro… Ay, aquello del tiempo feliz en la desgracia…
Al proctólogo no le gusta leer así que no capta la referencia.
—Después de esos diez segundos —sigue Kustos—, que parpadeo… Cierro los ojos, los abro… Y
que cuando abro otra vez los ojos el campo está lleno…
—¿Lleno de qué?
—¡Lleno de mí! ¡De un montón, de miles, de miles y miles, de no sé cuántos que eran yo! Yo con
otras ropas, a veces mucho más viejo, a veces no tanto, con el pelo pintado, con mochila al hombro, con…
Había uno con unas heridas horribles… Había otro con un par de alas de murciélago… Miles y miles y miles
y miles y miles y miles de veces yo, Horacio Kustos hasta donde alcanzaba la vista, y yo rodeado de ellos, de
mí, a donde quiera que volteara…
—¿Pero cómo?

17
—Primero me les quedé viendo, así como con horror, pánico, vértigo… Luego no sé qué me dio y
me metí entre ellos, no sé en qué dirección caminé, y algunos me hablaban, y otros me evitaban, y uno me
quiso golpear y otro sacó una pistola y me tropecé con dos, y me caí en un hoyo que otro estaba excavando,
y uno más se estaba quejando a gritos de que no había un baño en diez mil kilómetros o tres millones de
años, y había uno viejo, viejo, viejo que estaba tosiendo horriblemente…
El proctólogo va a decir que todo eso es ridículo.
No puede hacerlo porque sigue un recuento largo, doloroso, de Kustos saliendo de allí ¡puf! con su
máquina del tiempo/espacio y yendo derecho, ya en el presente, a la casa de la fabricante, quien lo acusa de
haber hecho trampa y haber querido ir más de una vez, lo que él niega rabiosamente, y cuando la mujer lo
echa rudamente de su casa él, oh destino inevitable y todo eso, se pregunta, se pregunta, se responde, duda,
cae en la tentación (desde luego) y saca la máquina y la frota y ¡puf!, de regreso a Mongolia en el 3'111,094
a.C., y otra vez está en el campo lleno, aunque él está en otro sitio de aquel que ocupó la primera vez, acaso
en virtud de la ley de la impenetrabilidad de la materia, y esto explica que todos los Kustos estén uno al lado
del otro y no aparezcan exactamente en el mismo punto, pero también quiere decir (para empezar) que el
SITIO DE ABSOLUTA PAZ está completamente arruinado, entonces y para siempre…
—Y todas las otras veces que he ido ha sido igual. Siempre está lleno, retacado, ¡de hecho huele
mal! Y es un escándalo, gritos, lamentos, golpes… Cuando nos hayamos ido todos, porque supongo que
alguna vez dejaré de estar yendo, aunque sea cuando me muera, va a haber una de basura ahí… Pero la
verdad otra cosa me preocupa más, y es precisamente que no sé si ahora tengo que hacer todas las visitas
que faltan para que yo mismo sea esa multitud… A lo mejor de veras voy a tener que estar haciéndolo hasta
que me muera, cada poco tiempo sin importar qué esté haciendo, para que no…
—¿Para que no qué?
—¿Nunca ha leído una novela de ciencia ficción? —pregunta Kustos, alterado, y es un error
porque el proctólogo es su amigo y todo, pero resiente (como ya se ha sugerido) esa clase de comentarios.
Es necesario deshacerse en disculpas durante un rato. Es necesario no hablar más del asunto del
campo de Mongolia en una tarde del remoto pasado, lleno de copias de Horacio Kustos, que Horacio
Kustos visita (se ha vuelto adicto) varias veces cada día, siempre para encontrarse igual de rodeado por
Horacio Kustos y Horacio Kustos y Horacio Kustos de aquí hasta el infinito, siempre para esperar a que se
vayan todos los demás y quedarse solo otra vez, pero nadie se va, nadie se va jamás, y pasan horas y nadie se
va, y Kustos se tiene que ir pero antes se pregunta…
Pero esto no lo dice, repetimos, y además suena el intercomunicador en el escritorio de su amigo:
—Doctor Molinar, ya llegó su cita de las cinco —y entonces Kustos siente pena por hacerlo perder
el tiempo, por ocupar también ese otro espacio, porque últimamente se siente como si él mismo fuera esos
muchos que va a visitar varias veces al día, como si arrastrara a todos esos fantasmas, y entonces saca de su
bolsillo el par de tuerquitas y (oh dolor y sufrimiento) lo frota y ¡puf!

18
Sísifo en el baño
A Eduardo Mitre

Primer ritual del día: Amanece.


Aún somos de la noche, su greda todavía,
recobramos las facciones, alfareros de nosotros mismos,
el día nos libera las manos para rehacer los rostros.
Apartamos de los ojos el aserrín del olvido, su tibieza,
la dulce mortaja de la almohada, su huella,
y frente al espejo, adivinos adivinados,
nos tomamos del nacimiento para aflojar,
desde la cintura,
el turbio material de los sueños,
bendita,
lenta agua del entendimiento,
su ruido nos despierta a nosotros mismos,
nos emblanquece la mirada
para ver en las espumas
al lunes ciudadano, su temible magisterio,
por el que navegamos, mareados.

Adentro de todos los santos días, nuestro cuerpo,


y afuera también del mismo
este otro día más nos envuelve, severo.

Felipe Martínez Pinzón (Bogotá, 1980) vive en Brooklyn donde se detiene, melancólico, a mirar por la ventana de
su cuarto el tras-bambalinas del capitalismo. Le gustaría dormir sobre un pajar a la manera de los campesinos de
Bruegel. Mientras tanto tiene un blog en: felipemartinezp.blogspot.com.

19
Space Invaders

A lguna vez esto fue todo para mí. Sin ser nostálgico, dejo atrás la culpabilidad sin ritmo y los ensayos de
una vida acomodaticia que no recuperará la intensidad interactiva de nuestra euforia inicial.
Sí, la primera vez. ¿Recuerdas? Tú y yo sentados en el sofá. La curiosa habitación roja que ahora
mismo intentas olvidar. Yo recuerdo bien ese día: Tus polaroids de chica (in)feliz sobre el buró, mis trece
años en un puño y una canción de Blondie que nos uniría en una mala copia de los pasitos new wave que
veíamos juntos cada sábado en American Bandstand.
Your hair is beautiful tonight, dije.
Memories can´t wait, contestaste.
No hay secretos en este juego. Todo es tan sencillo, decías. Disparar a quemarropa y desplegarse
hacia otra dirección con el orgullo adolescente intacto. Cuestión de apuntar el cañón y acertar. Espera, ya
casi lo tengo. Tú y tu abrazo calamar. Los errores de novato y tu risa pequeñita. Sí, esto no era Lemon
Popsicle.
Dos vidas, otro intento cangrejo.
Tú eres quien falla, no yo.
Amar lo extraño que parece cercano, la tensión sexual que provoca esa conexión de chico y chica en
los suburbios de una city cualquiera. Woo-hah! Got them all in check! Soy un héroe, el botón que dispara tus
insultos mata-marcianos. Tras un golpe de suerte, la posibilidad del hi-score por la caída exponencial de
esos enemigos alienígenas que, en su concepción original, eran tan parecidos a nosotros. Matar o morir,
aprender a esquivar y engañar como si viviéramos en Shibuya 1980.
Una vida, last chance to score (again).
Estéreos y alarmas, pulso infame en el sector inferior de nuestra relación. Nuestra vida monocromá-
tica ya no daba para más, yo intuía la próxima derrota, sin escudos cósmicos que nos defendieran de la rutina
que arruina y que nos convierte en polvo en medio del ruido. Maldita monotonía de 8 bits y bleeps.
Adiós a la partida perfecta. Ya no éramos los mismos, en nuestras manos se podían observar los
estigmas de la diversión y nuestra mente pugnaba a destiempo más concentración, horas de dedicación,
algo de empeño para lograr establecer un nombre y un puntaje en el top de un corazón manipulador.
¿Transfiguración o madurez? No lo sé, si quería salvar lo nuestro tendría que cambiar de estrategia,
entender la lógica de tu evolución, creer en cualquier otra cosa. No lo logré, eras tan absorbente como un
pulpo que ni desmaterializar el ovni rojo me salvaría de años de depresión. Desconsolado, tras tu partida,
tiré la consola.
Ahora, muchos años después, vuelvo a jugar en línea Space Invaders e intento disfrutar la experien-
cia con cierto abandono. Ni modo, la vida sigue siendo injusta: casi siempre obtengo como resultado un
“Game over. Insert another coin”.

Rafa Saavedra (Tijuana) nunca pudo poner sus iniciales en el listado de más alto puntaje. Sin embargo, sigue
amando a los electro-points de los primeros ochenta.

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