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Theodor Wiesengrund Adorno

(1903 - 1969)
1. Vida y obras.
El motivo que caracteriza toda la producción de Adorno, es el rechazo de la mentalidad
«sistemática» y la polémica contra toda forma de dialéctica «positiva». Adorno empieza,
en efecto, mediante un programa teórico y metodológico explícitamente antisistemático.
Quién hoy escoge el trabajo filosófico como profesión, debe renunciar a la ilusión de la
que partían anteriormente los proyectos filosóficos: que es posible aferrar, por la fuerza del
pensamiento, la totalidad de lo real. Adorno considera, que la filosofía, debe utilizar un
tipo de «anti-lenguaje» capaz de reproducir el substancial di sonante y negatividad de un
mundo que, lejos de estar estructurado de un modo «inteligente» y «armónico», se
presente en cambio como «casa del horror», o como ordenación «contradictoria» e
«irracional».
2. La polémica contra el “sistema” y la lógica “paranoica”
La polémica contra el «sistema» halla una etapa decisiva en Mínima moralidad (1951),
una obra entre las más fascinantes y significativas de nuestro siglo, la cual, revela la
sensibilidad de Adorno ante la alienación del mundo de hoy, en el cual «la vida no vive» y
las «potencias objetivas determinan la existencia individual hasta los pasadizos más
recónditos», produciendo la disolución del sujeto». Adorno —mediante los 153 aforismos
de su libro, se propone desenmascarar precisamente aquello que los sistemas y las
ideologias cubren.
Contra el método de la «marginación terrorista» practicada por los sistemas antiguos y
modernos, que han «expulsado» de la realidad y de la teoría todo aquello que no
concuerda con la «Razón dominante», Adorno reivindica la importancia: de lo individual
(«hoy que el sujeto está en trance de desaparecer, los aforismos hacen propia la
proposición de que «precisamente aquello que desaparece se considere como lo
esencial»8); de lo negativo («se trata de establecer perspectivas en la cuales el mundo se
descomponga, se extrañe, revele sus fracturas y sus hendiduras tal y como aparecerá un
día, deformado, incompleto, en la luz mesiánica» 9); de lo secundario («la esquematización
en importante y secundario, repite formalmente la jerarquía de valores de la praxis
dominante», «la división del mundo en cosas principales y accesorias, que siempre ha
contribuido a neutralizar, como simples excepciones, los fenómenos-clave de la extrema
injusticia social, hay que perseguirla» 10); de lo excéntrico, de lo no racional y de lo
enfermo («La dialéctica no puede detenerse en los conceptos de sano y enfermo, ni
tampoco en aquellos otros, estrechamente afines de razonable y no razonable. Una vez que
ha reconocido como enfermo el universo y sus proporciones... ve la única célula de
curación en aquello que, medido por aquel orden, aparece enfermo, excéntrico, paranoico
y hasta loco. Bajo este aspecto, el deber de la dialéctica sería el de consentir que la verdad
del loco llegue a la conciencia de su propia razón.
El rechazo adorniano del «sistema» alcanza su cima y su fundamentación categorial más
rigurosa en la Dialéctica negativa de 1966. Según Adorno, el filósofo alemán Hegel tiene
el mérito de haber insistido en la dialéctica, pero el demérito de haberla practicado mal, o
sea , de modo sistemático y mistificador, en cuanto que habría desarrollado una dialéctica
“positiva” fundada sobre la “identidad” de sujeto y objeto, concepto y cosa, pensamiento y
ser, racional y real, teoría y praxis, etc. Identidad que, mirándolo bien, implicaría la
reducción y la asimilación del objeto al sujeto, de la cosa al concepto, de la cosa al
pensamiento, etc.
De ese modo, el pensamiento identificante, haciendo “igual todo lo desigual” termina por
“sacrificar” lo heterogéneo a lo homogéneo y por hacer del mundo un sistema donde rige
la lógica de la unanimidad totalitaria. Esta violencia “paranoica” del sistema en
confrontación con lo otro, con lo diverso, refleja claramente aquella “lógica de la
dominación” que Adorno, junto con Horkheimer, ha denunciado en la Dialéctica del
iluminismo.
3. La dialéctica negativa y el deber de la cultura “después de Auschwitz”
Contra «el engaño idealístico de la filosofía» 23; contra el saber del objeto; contra «la
barbarie arcaica por la cual el sujeto ávido no es capaz de amar lo extraño, lo que es
diferente»26; contra «el deseo del ingerir y del perseguir» 27 Adorno pretende hacer valer el
principio antisistemático de la separación entre sujeto y objeto, entre concepto y cosa,
racional y real, teoría y praxis, etc. Principio que se identifique con la misma dialéctica
negativa, esto es, como un tipo de filosofía que, aunque partiendo de Hegel, llega anti-
hegelianamente a reconocer como su tarea peculiar el «perseguir la inadecuación de
pensamiento y la cosa»29
Si bien habiendo sabido introducir en la filosofía la contradicción, considerada como la
estructura misma del objeto, Hegel se ha equivocado al reducirla a simple momento de
paso de una síntesis final conciliadora. El concepto adorniano de una «dialéctica sin
síntesis» hace pensar en el nombre de Kierkegaard, el teórico de una ontología
subjetivístico-desesperada constreñida a buscar la salida en una transcendencia liquidadora
del sujeto mismo. Como la kierkegaardiana, también la dialéctica adorniana no conoce
síntesis, mediación, conciliación, sino que es esencialmente diádica.
El reconocimiento del la realidad insuprimible de la contradicción y de lo no-idéntico
aleja la dialéctica negativa de las tendencias «devoradoras» y de las pretensiones
"asimiladoras" del sistema. «Con el paso a la primacía del objeto, la dialéctica se vuelve
materialista».
Esta primacía materialista del objeto, comporta también un mayor «respeto» gnoseológico
por todo aquello que es «particular», «histórico», «cualitativo», etc., y un rechazo
categórico del ideal de un método omnicomprensivo. En otras palabras, «Adorno niega la
existencia de un Método en sí; El conocimiento no posee principios formales establecidos
de una vez para siempre O mejor, las poseería, pero debe guardarse de ellas si (y ésta es
justamente la "gnoseología" de Adorno) quiere evitar ser conocimiento de generalidades y
abstracciones, para ser, en cambio, conocimiento de particularidades comprendidas en el
modo más adecuado posible»35.
Comprobada la separación ineliminable entre concepto y cosa La razón se vuelve
impotente para aferrar lo real, no por su propia impotencia, sino por que lo real no es
Razón.
Tesis que para Adorno resultan dramáticamente verdaderas sobre todo después de
Auschwitz. El recuerdo de este emblemático lugar de sufrimiento asume en efecto, en
Adorno, el doble valor: a) de una remehmoración crítica del carácter de lacerado e
irracional de la civilización moderna; b) de una exasperada constatación de la quiebra de
la cultura y de sus pretensiones.
«Auschwitz ha demostrado irrefutablemente el fracaso de la cultura El hecho de que
pudiera llegar a suceder en medio de toda la tradición de la filosofía, del arte y de las
ciencias iluminísticas, dice, mucho más que ella, por qué el espíritu no ha conseguido
llegar a los hombres y modificarlos37. «Toda la cultura después de Auschwitz, incluida la
crítica contra ella, es basura»38.
También la filosofía, después de Auschwitz, no puede ser ya la de antes, o sea, una visión
substancialmente justificadora de la realidad existente. Como lo es aún, por ejemplo, en
dos experiencias de pensamiento sobre las que Adorno nunca ha dejado de reflexionar y
con las que nunca ha cesado de polemizar: la fenomenología de Husserl y la ontología de
Heidegger. En efecto, entre las muchas críticas dirigidas a Husserl y su descriptivismo
fenomenológico, destaca la acusación de aceptación acrítica de la realidad y de sus (no
históricas) estructuras esenciales. El ser de Heidegger, en su espectral trascendencia, es
interpretado a su vez como una enésima forma de absolutización de lo inmanente y de
ontologización de lo óntico.
Adorno afirma en cambio que la filosofía, debe incitar a los individuos a poner remedio a
lo negativo: «Hitler impuso a los hombres, en el estado de su no-libertad, un nuevo
imperativo categórico: organizar su forma de obrar y pensar de modo que Auschwitz no se
repita. En otros términos, lo convicción de que el mundo no es racional no exime de la
lucha de que lo sea. Si la razón no es sustancia o identidad ya dada, es sin embargo tarea.
Es "hybris" el hecho de que la cosa en sí corresponda a su concepto. Pero no se debería
simplemente desechar el ideal: en el reproche de que la cosa no es idéntica al concepto,
vive también la esperanza de que pueda volver a serlo. En efecto, no hay que olvidar que,
en la doctrina adorniana de la sociedad, se halla la tesis de la ruptura de una armonía
originaria y del ideal de su reencuentro dialéctico más allá de la Odisea civilizadora de la
historia4. Este ideal de la «reconciliación», que, dadas las premisas adornianas, no puede
configurarse más que en los términos de un proceso indefinidamente abierto y nunca
concluído, explica la gran importancia y actualidad de la filosofía.

4. La crítica al positivismo y la polémica contra la sociología empírica


Paralelamente a la polémica contra el «sistema», Adorno ha conducido otra histórica
batalla contra el positivismo, en el cual ha visto la típica filosofía de la sociedad
administrada de nuestro tiempo. Al mismo tiempo ha desarrollado una obra de denuncia de
la sociología empírica, considerada como el reflejo de la mentalidad positivista y
neopositivista.
Según Adorno, el límite principal del positivismo reside precisamente en aquel «culto de
los hechos» que él sitúa en la base de su programa, sin darse cuenta de que los «hechos»
no son entidades naturales inmediatas e inmutables, sino el resultado de un proceso
histórico que hace que ellos sean «mediados a través de la sociedad». En virtud de este
«fetichismo de los hechos», el positivismo también olvida que estos últimos, no son
simples datos para describir y por describir y por clasificar, sino también, y sobre todo,
problemas por interpretar, que exigen por lo tanto criterios de valoración explícitos.
Criterios que condicionan los métodos mismos, los cuales, a su vez, condicionan, y en
algunos casos perjudican, los resultados de la investigación. En efecto, los métodos no son
instrumentos neutrales y asépticos, sino unos senderos de investigación cargados ya de
teoría y sostenidos ya por opciones de distinto género.
Los límites del positivismo, como se ha indicado, son también los límites de la sociología
empírica, que se inspira en él y del cual desciende genéticamente y metodológicamente.
En consecuencia, contra el intento dogmático de desembarazarse de los conceptos
generales «recurren explícitamente a la filosofía», defendiendo su radicalidad de visión.
Los cultivadores de la sociología empírica, no pueden prescindir de la filosofía. Por lo
demás, ya Horkheimer, en los inicios de la teoría crítica, había juzgado «insuficiente» la
sociología (empírica) y proclamado la necesidad, para comprender adecuadamente la
dinámica social del siglo XX, de una visión histórico-filosófica de conjunto. 56
En segundo lugar, Adorno acusa a la sociología positivista (sobre todo de tipo
estadounidense) de mantenerse en una perspectiva analítico sectorial y de concentrarse en
una serie de «fotografías» parciales de cada hecho, o grupo de hechos, considerados de un
modo atomístico, o bien de prescindir del contexto socioeconómico global en el cual se
sitúan. Adorno reivindica en cambio la importancia fundamental, para la sociología, de la
categoría de totalidad.
Otra acusación de fondo que Adorno dirige a la sociología empírica es la tendencia a
desconocer lo negativo y a olvidar que la contradicción pertenece a la cosa y no solamente
a su conocimiento.

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