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0.
Plantearse la pregunta por el futuro de la dramaturgia en Colombia puede parecer un falso
problema si se tiene en cuenta que el mismo presente está por reconocerse. De cualquier
modo, sólo los dramaturgos podrían arriesgar una respuesta sobre el tema y para tal fin, el
pasado 24 de mayo en la Biblioteca de la Academia Superior de Artes de Bogotá, algunos
de ellos se reunieron, convocados por el Grupo de Investigación en Estética e Historia del
Teatro Colombiano Moderno, para el encuentro “Dramaturgia colombiana: perspectivas y
posibilidades”.
Santiago García: uno de los pioneros de la creación colectiva en nuestro país y fundador y
director del Teatro la Candelaria; Carolina Vivas: actriz y docente universitaria, fundadora
y directora del Proyecto Umbral Teatro; Rodrigo Rodríguez: actor, director y fundador de
Ditirambo Teatro, premio nacional de dramaturgia en 1996; José Domingo Garzón, director
y fundador de Indice Teatro ; Misael Torres: actor, investigador, director y fundador del
grupo Ensamblaje Teatro Comunidad; Luz Miriam Gutiérrez y Alberto Torres:
investigadores, actores y danzantes teatrales de Viento Teatro; estos fueron los dramaturgos
que, bajo la coordinación de Víctor Viviescas, propusieron algunas ideas en torno al futuro
de la escritura teatral colombiana.
Una cosa se hace evidente desde el inicio y es la diversidad en los presupuestos, desarrollos
y resultados de la creación dramática nacional; lo otro, como ya advertíamos, es la
imposibilidad de anticipar un futuro sin reconocer el presente. Como bien plantea Carolina
Vivas: “de lo que viene no sabría que decir, de lo que hemos hecho sí”. Y en efecto, más
que proponer virtuales desarrollos, los escritores asistentes hablaron de sus actuales
procesos creativos. Procederemos, entonces, haciendo una síntesis de sus planteamientos
para desde allí arriesgar algunas posibles líneas de fuga de la dramaturgia colombiana en el
presente siglo.
1.
A partir de un planteamiento según el cual el quehacer dramatúrgico nacional es parte
integral de nuestro quehacer teatral, pues “la mayoría de dramaturgos que tienen un
desarrollo en el trabajo teatral en Colombia es gente que ha empezado en las tablas, sea
como actor, sea como director”, José Domingo Garzón reconoce una debilidad estructural
en la dramaturgia debido a la empírica multifuncionalidad y escasa especialización de los
hacedores teatrales. De allí la importancia de planear hacia el futuro “el asunto de la
dramaturgia como un tema asociado a unos niveles de especialización y conocimiento y de
herramientas técnicas mucho más sólidas”; por oposición a la tendencia empírica e
instintiva que ha caracterizado el teatro nacional, incluyendo en esa práctica su propia
producción dramática, en la cual se destacan obras tan particulares como Muchacho no
salgas y Emilio de mis recuerdos. En esa búsqueda de especialización, Garzón rescata la
posibilidad de realizar encuentros entre los dramaturgos y propiciar el montaje de autores
nacionales.
Por su parte, con 40 años de labor permanente de creación escénica, escritura dramática y
reflexión teórica, el maestro Santiago García define al dramaturgo como quien urde el
conflicto para un espectáculo. En ese sentido se trata de “crear, no escribir, sino crear obras
para teatro” y debido a ello el instinto profundo de querer saber es condición ineludible de
la creación dramática. Reconoce que ese deseo de saber ha estado presente a lo largo de
todo su recorrido, desde los procesos de creación colectiva con el Teatro la Candelaria, en
donde la investigación semiológica e incluso musical llegó hasta la fusión de las líneas
temáticas y argumentales para generar una obra como Guadalupe años sin cuenta; hasta el
trabajo de estudio grupal sobre la teorías del caos, la dirección del tiempo y de la
incertidumbre, plasmado en De caos y de cacaos; pasando por la investigación individual
de un autor tan particular como Lewis Carroll y la teoría de las probabilidades, cuya lectura
devino en la escritura de Alicia Maravilla Star. “Para uno aproximarse a hacer una
dramaturgia contemporánea en este país tiene, al mismo tiempo que se aproxima a la
realidad concreta de lo que está viviendo, a nuestras tragedias habituales de violencia y de
injusticia; tiene también que estar muy al tanto de lo que hoy en día se piensa en el campo
de la física cuántica, de la astronomía, de los avances más impresionantes y vanguardistas
de la ciencia”, afirma el maestro García y agrega un ejemplo más: Nayra, la última
creación colectiva de La Candelaria, en donde el tema de la energía es el asunto base de
investigación y creación.
Si, como propuso García, el dramaturgo es un contador de historias para la escena, entonces
su creación ha de ir más allá del nivel textual o literario. Por ello Misael Torres aboga por
una dramaturgia del personaje para espacios no convencionales y que sea testimonio y
memoria de de una época. Tres líneas caracterizan su trabajo: la primera va del teatro a la
oralidad y viceversa, la cual consiste en la creación de espectáculos donde el actor cuenta
una historia con los recursos naturales de su oficio –como en el caso de la juglaría – y cuyo
ejemplo sería la adaptación para espacio abierto de Ñaque de piojos y actores de José
Sanchís Sinisterra. Una segunda línea, en la cual surge una obra como Las tres preguntas
del diablo, compromete la configuración de un sistema que conjugue la oralidad y la
improvisación como técnica de formación para actores capaces de oficiar en el fragor de la
fiesta; se trata de un teatro festivo que busca “convertir personajes tan absolutamente
cotidianos para el imaginario de los pueblos de América como son el diablo, la muerte, los
matachines y aquellos personajes que deambulan por el imaginario popular, convertirlos en
personajes de carne y hueso para hacerlos trascender a través del tiempo (…) porque los
personajes que permanecen en las dramaturgias son aquellos que están hechos de memoria
histórica y de memoria mítica”. Y esa sería, según propone Torres, una perspectiva para
nuestra dramaturgia. “centrar su atención en la construcción de personajes que sean
realmente interesantes para ser conservados a través del tiempo y entonces hablaríamos de
estar construyendo un teatro contemporáneo”. La tercera línea se inscribe en la exploración
del universo garciamarquiano como fuente del ejercicio dramatúrgico, más exactamente en
las diferentes elaboraciones teatrales a partir de Cien años de soledad que han
caracterizado el trabajo de Torres durante los últimos 17 años con espectáculos como
Memoria y olvido de Ursula Iguarán, paradigma esta última, según él, de personaje como
fusión del mundo mágico y del mundo real; aspiración máxima de una dramaturgia del
personaje.
A partir de la lectura del parlamento inicial de Penélope, uno de sus últimos personajes,
Rodrigo Rodríguez explicita las siete fases de su último proceso creativo, que van desde la
escritura instintiva y el armado hasta la lectura escénica y las correcciones de estreno,
pasando por la reflexión, el reconocimiento y la poetización. Además de esto, Rodríguez
plantea tres grandes retos para la creación dramática nacional: la profesionalización de la
dramaturgia, la discusión sobre los derechos de autor y la circulación de materiales a partir
del reconocimiento e intercambio entre los creadores teatrales.
2.
Esbozado un panorama del presente de la dramaturgia colombiana a partir de las
intervenciones de los escritores reseñadas, creemos posible arriesgar algunas líneas o
perfiles de la escritura dramática nacional para el presente siglo:
Finalmente y decir verdad, son menos las certezas que los interrogantes que podemos
plantear sobre las tendencias y posibilidades de nuestra creación dramatúrgica. Entre estos
se incluyen preguntas sobre cuáles han de ser las formas más adecuadas para
“profesionalizar” o especializar el oficio de la escritura dramática, cuáles son los temas o
áreas de investigación que pueden servir de base para un teatro que tendría que dar cuenta
de nuestra compleja situación social y cultural, cómo metodizar y conservar sin que
pierdan su vitalidad procesos tan dispersos y ricos en posibilidades creativas tales como la
investigación escénica grupal y la creación colectiva, cuál ha de ser el perfil de ese
personaje paradigma del teatro colombiano aún por crear, cómo fusionar lo mítico, lo
científico y lo popular en la configuración de nuestra identidad teatral y, especialmente,
cuándo llegaremos a consolidar una tradición dramatúrgica (escénica y textual) que vaya
más allá de los aislados ejercicios de originalidad particular… son algunos de los
interrogantes que en algún momento los escritores teatrales del presente siglo tendrán que
pensar…