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BEATI OMNES QUI TIMENT DOMINUM

Beati, sí, “dichosos todos aquellos que temen al Señor” (Salmo 127). Dichosos, en verdad, y sabios en su humildad,
porque “el inicio de la sabiduría es el temor del Señor” (Salmo 110, 10), del Señor que depone a los poderosos, y exalta a los
humildes (Magnificat, Lucas 2, 52). No me extenderé demasiado en esta ocasión, ni haré una gran corredera de la presente
entre casillas de correo, sino entre aquellas de los amigos y conocidos que o bien acordarán conmigo, o bien aceptarán, en su
silencio, que estas líneas no son ni mi mérito ni mi capricho, según aquello del Padre Castellani en cita de Emerson: “a mí me
gustan mis versos porque no los hago yo”.
Nos ha caído encima, como una maldición del Cielo, la “beatificación” de Juan Pablo II. Dos docenas de apelativos
atormentan la mesura de mi lengua; pero el viejo apotegma me intima: “callar a tiempo es prudencia”. Quienes reciben esto, ya
asentirán con sus cabeceos hacia delante, ya negarán con sus cabeceos a los lados: pero todos admitirán que Juan Pablo II está
lejos de ser un beato, en el sentido propio y uniquísimo del término por el cual hoy se proclama su nombre en todo el mundo:
beata, bienaventurada, es aquella alma que habiendo obrado las virtudes cristianas en modo heroico durante el destierro de esta
vida, la Iglesia afirma, si no solemnemente, a lo menos bajo un acto que goza de autoridad indiscutible 1 que esa alma ha
alcanzado ya la tierra prometida, ha arribado al puerto de la salvación, ha entrado al gozo de su Señor, ha retornado a la Patria
Celestial.
Virtudes heroicas, dije, siguiendo la definición que sobre estos acontecimientos trae la enseñanza común de los
teólogos, la autoridad del Papa Benedicto XIV (ver nota), o el Código de Derecho Canónico (1917), dedicado al asunto
principalmente entre los cánones 1999-2141; y hasta la “Catholic Encyclopedia” publicada en Nueva York en 1907 en su
artículo “Beatification and Canonization”. Ningún elemento integral de dicha definición se encuentra en la biografía de Juan
Pablo II: desparramo de tinta, que nunca gozará del esplendor de un tomo hagiográfico.
Porque los corruptos y falsificadores no trazarán con tinta, lo que el sudor de un hombre
no supo escribir con obras.
La canalla mundana podrá aplaudir su nombre, vitorear sus crímenes y premiar su
apostasía. “Vuestros días festivos se convertirán en lamentos y luto” (Tobías 1, 6). En la
palma que el mundo le rinda, nosotros, católicos, reconoceremos al Cristo que una vez más
es negado, y al “Otro” que al fin es reconocido (Juan 5, 43). No decimos con esto que
Wojtyla fue el homo peccati, el “hombre de pecado” del que habla y profetiza San Pablo
(II Tesalonicenses 2, 3). Pero sí creemos, firmemente, que éste ha sido uno de sus grandes
falso-profetas y precursores. No un Bautista, que clamó con su voz en el desierto, para
preparar los caminos del Señor (Isaías 40, 3), sino un Entreguista, que abrió sus manos al barro del mundo, y modeló la vía de
perdición de Otro… cuyo nombre y rostro aún desconocemos (¡el diablo sea sordo!). A sus defensores, a los que expelen
babazas al escuchar el nombre de este impostor, a los que se extasían en un fervor de mesianismo inverso, como si este
mandinga hubiera sido el cultor de la única religión verdadera (y por cierto, lo fue a su modo: pues que para él y sus secuaces,
fuera de la iglesia modernista no hay salvación), nosotros, católicos, les decimos: “anunciad lo que ha de venir, para que sepamos
que sois dioses; haced algo, sea bueno o malo, para que viéndolo todos quedemos asombrados. Pero vosotros sois menos que la
nada, y vuestra obra menos que lo vacío. ¡Abominable aquel que os escoge!” (Isaías 41, 23-24).
¿Qué aplaude la turbamulta reunida en la plaza de San Pedro? ¿Alaba la gloria de Dios? ¿La hechura de Sus Manos en
el alma de un hombre? ¿La manifestación de Su Santidad en la vida sobrenatural de un alma? ¿La Misericordia que cubre la
debilidad de nuestro barro? No, señores, no: ese tropel venido de todas partes aclama a un hombre, en cuanto hombre; exalta las
obras de sus manos, lo cual cae bajo la condena de la Escritura (Miqueas 5, 12). Por eso, “levanta tu brazo, como en tiempos
antiguos, y con tu poder estrella su fuerza. Ante tu ira caiga por tierra el poder de ellos, ya que han resuelto violar tu santuario,
profanar el tabernáculo dedicado a tu nombre y derribar con su espada los cuernos de tu altar. Haz, Señor, que con su propia
espada sea cortada su soberbia” (Judit 9, 11-12). Porque usted, lector que asiente o lector que disiente, sabe sobradamente que
la chusma clamorosa que posa ante la vista de Ratzinger –como la pintura acabada de la obra maestra del modernismo: la
apostasía de las naciones-, no salmodian allí al Dios de las Alturas, diciendo con el Rey David, “Tú eres mi Señor, no hay bien
para mí fuera de Ti” (Salmo 15, 2), sino que entonan la larga letanía de lugares comunes a los que nos han acostumbrado
cincuenta años de abandono de la Fe, olvido de la Esperanza, y enfriamiento de la Caridad. Letanía que hoy se corea en honor

1
Indiscutible, aunque no infalible, cual es el caso de una canonización: el teólogo De Groot O.P. en su “Summa Apologetica de Ecclesia Christi” (1905), q.
IX, a. 5, siguiendo a Benedicto XIV en su “De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione” llama “apresurado” -es decir, negar una doctrina
católica sin suficiente fundamento- considerar que la Iglesia pueda errar en las beatificaciones; mientras que presenta como sentencia común de los teólogos
que en el acto de la canonización obra ya la infalibilidad del Romano Pontífice. Pero en cuanto a la beatificación, si bien es tema que supera una cita a pie de
página, y en apenas un comentario a la gravísima novedad del nuevo “beato”, quiero traer aquellas palabras de Santo Tomás respecto a la canonización de
los santos: “el honor que tributamos a los santos es un tipo de profesión de fe, por el cual creemos en la gloria de los santos, y así debe ser piadosamente
creído que incluso en estas cosas el juicio de la Iglesia es incapaz de errar” (“Quodlibetales”, IX, a. 16; citado en De Groot O.P., op. cit.). Este “beato” de
sabida fama y ralea, y cuya carrera a la pronta canonización es por todos conocida: ¿obligará a los católicos a rendirle un tributo cual profesión de fe? No, no
a los católicos.
 En la imagen: “La manera de vestir, la risa de los dientes y el caminar del hombre, dicen lo que es” (Eclesiástico 19, 27). Página siguiente: Juan Pablo II,
sonriente, es ungido por una sacerdotisa hindú con el signo de los adoradores de Shiva, en Bombay, 2 de Febrero de 1986.
del nuevo “beato”, desventurado promotor del culto del hombre: “en ellos se ha cumplido lo que expresa con verdad el dicho:
“un perro que vuelve a lo que vomitó”, y “una puerca lavada que va a revolcarse en el fango” (II Pedro 2, 22).
A ustedes, abogados de la causa de la perdición de millones de almas, pedimos que nos muestren las obras admirables
de Fe, Esperanza y Caridad del beato. Mostradnos su heroica Justicia, su Prudencia, su Fortaleza, su Templanza. Mostradnos
los doce frutos del Espíritu Santo en la primavera de su vida, y los dones del Paráclito, adornando su espíritu como una aureola
de siete rayos y perlas. Probadnos la pureza de su doctrina y el ardor en su defensa; su temor de Dios; su horror al pecado, su
prédica y lucha incansable por la salvación de las almas. Alzad ante nuestros ojos el celo de vuestro
beato por la gloria de Dios; la veracidad de sus palabras; su desprecio del mundo; la sobriedad de sus
acciones. Y entre tanto, mientras sólo halláis sus infidelidades, sus blasfemias, su promoción –formal,
hablando; tácita, callando- de la inmoralidad; su diligencia por los asuntos humanos y mundanos, sus
besos repetidos a esta tierra que sólo florece en abrojos y espinas (¡y él no lo supo, oh!), sus comedias y
operetas del gran showman que fue: sabed, fieles de este hombre, que “no importa solamente que el
hombre haga el bien, sino que importa que lo haga en nombre de la fe, por un movimiento
sobrenatural” (Cardenal Pie, “El orden sobrenatural”, Iction, p. 11). Señores, “donde falta el
conocimiento de la verdad, es falsa la virtud aun en las buenas costumbres”, comenta San Agustín a
aquello de San Pablo en Romanos 14, 23“todo lo que no es según fe, es pecado” (cf. Santo Tomás, I-
II, q. LXV, a. 2). ¡Y si tan sólo hubiera tenido buenas costumbres! Oh, desagradable espectáculo el de
sus fotografías y grabaciones, que lo registran en toda suerte de ignominias y ridiculizaciones, que si
bastarían para hacer de un hombre un payaso, por cierto sobraron convirtiendo a un “Romano Pontífice”, en un bufón de
circo… Registros patéticos de veintisiete años de calumnia al Pontificado Romano, a la Iglesia de Jesucristo, del cual se hizo
llamar “Vicario”… registros que no adjuntaré por sencilla razón de espacio… y buen gusto. Mostradnos, entonces, probadnos
que en él obró la misma gracia que hizo maravillas con un San Gregorio Magno, con un San Pío V o con un San Pío X.
Comprobad con las virtudes de los hechos, y no las promesas de las palabras, que el Espíritu Santo se apoderó de su alma, y
habló a los hombres el Verbo de la Salud Eterna por la boca de un verdadero profeta (“qui loquitur per prophetas”, el cual
habla por los profetas), y no un pseudopropheta:

“Oh, hombre; oh, mujer, yo te amo con todo mi “Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento de la Ley?
corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, Respondió Él: “Amarás al Señor tu Dios con todo
porque eres grande en tu dignidad como hombre y tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu.
como mujer, grande en tu valor y en tu Éste es el mayor y primer mandamiento.” (Mateo
trascendencia. Y te amo a ti como me amo a mí, XXII, 36-38)
por mi propia dignidad y valor” (Juan Pablo II,
“Address to UNESCO”, 2 de Junio de 1980,
extraído de Galloway, Simon: “No crisis in the
Church?”, New Olive Press, pp. 132-133).

“Mi propia dignidad y valor”, ¡malhaya con el beato! “Más todos los hombres son polvo y ceniza” (Eclesiástico 17,
31). Estas dos páginas no son el artículo de un “contestatario”, como alguno nos llamó en una oportunidad; no son la pasión
desenfrenada de un anti; ni son la muestra, por vía negativa, de una santidad que no poseemos, aunque deseamos sobremanera:
el peso de nuestras palabras no viene del hecho de ser nuestras, sino del hecho de ser ciertas: no hay santo sin virtud
sobrenatural. Por eso, por esto mismo, este artículo es, sencillamente, una pregunta a todos aquellos que desde hoy rendirán
culto oficial al personaje de marras: ¡pruébennos sus virtudes! A los que están indigestados por estas casi dos mil palabras que
llevo vertidas: ahorren sus insultos, si esa será su respuesta: envíennos, antes bien, las razones que harían de Juan Pablo II, un
beato de la Iglesia Católica.
Amigos míos, católicos de bien: recemos, y hagamos penitencia. Son las únicas armas que restan… pero son las armas
de Dios: “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos en sus oraciones” (Salmo 33, 16).

“Señor, no hay para ti ninguna diferencia en socorrer con pocos, o con muchos: ayúdanos, Señor Dios
nuestro: porque teniendo en ti, y en tu nombre la confianza, hemos venido contra esta multitud. Señor, tu
eres nuestro Dios, no prevalezca el hombre contra ti.” (II Paralipómenos XIV, 11)

Jorge Bosco
Sterling Heights, Estados Unidos
1-V-2011
jorgeabosco@gmail.com
APÉNDICE

Todos aquellos que hayan presenciado alguna vez el canto de las Vísperas de Domingo del Oficio Divino, tendrán
muy presente la solemnidad y belleza de la quinta sección de Salmos, donde aparecen los versos del número 113. Lo reproduzco
aquí; y todos entenderán por qué incluyo la tristemente famosa imagen de la reunión interreligiosa de Asís, convocada por Juan
Pablo II en el año 1986, y de la cual se cumplirá en el corriente el 25° aniversario, para lo cual Ratzinger ya anunció un nuevo
encuentro. Al final del Apéndice, el riguroso mandato del Apóstol: “huid de la idolatría”. Amigos míos: huid de los idólatras.

“Cuando Israel salió de Egipto, tienen manos y no palpan,


-la casa de Jacob tienen pies y no andan;
de entre un pueblo bárbaro- y de su garganta no sale voz.
Judá vino a ser su santuario, Semejantes a ellos serán
Israel su imperio. quienes los hacen,
quienquiera confía en ellos.
El mar, al ver, huyó;
el Jordán volvió atrás. La casa de Israel confía en Yahvé;
Los montes saltaron como carneros, Él es su auxilio y su escudo.
los collados como corderillos. La casa de Aarón confía en Yahvé;
¿Qué tienes, mar, para huir Él es su auxilio y su escudo.
y tú, Jordán, para volver atrás? Los temerosos de Yahvé
¿Montes, para saltar como carneros; confían en Yahvé;
collados, como corderillos? Él es su auxilio y su escudo.

Tiembla, oh tierra, Yahvé se acuerda de nosotros


ante la faz del Señor, y nos bendecirá;
ante la faz del Dios de Jacob, bendecirá a la casa de Israel,
que convierte la peña en estanque, bendecirá a la casa de Aarón.
la roca en fuente de aguas. Bendecirá a los que temen a Yahvé,
tanto a pequeños como a grandes.
No a nosotros, Yahvé, no a nosotros,
sino a tu Nombre da la gloria Yahvé os multiplicará
por tu misericordia y tu fidelidad. a vosotros y a vuestros hijos.
¿Por qué habrían de decir los gentiles: Sois benditos del Señor
“¿Dónde está el Dios de éstos?” que hizo el cielo y la tierra.
El Dios nuestro está en el cielo; El cielo es cielo de Yahvé;
Él hace todo cuanto quiere. mas dio la tierra
a los hijos de los hombres.
Los ídolos de aquellos
son plata y oro, Los muertos no alaban a Yahvé,
hechura de mano de hombre: ninguno de los que bajan al sepulcro.
tienen boca, pero no hablan; Nosotros, en cambio,
tienen ojos, mas no ven; bendecimos a Yahvé,
tienen orejas y no oyen; desde ahora y para siempre.”
tienen narices y no huelen;

“Por lo cual, amados míos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes; juzgad vosotros mismos de lo
que os digo: /…/ ¿Qué es, pues, lo que digo? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? ¿O que el ídolo es
algo? Al contrario, digo que lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, y no a Dios, y no
quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz
de los demonios. ¿O es que queremos provocar a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?”
(I Corintios 10, 14-22)

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