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Departamento de Pregrado
Cursos de Formación General
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CFG: “Explorando la pregunta por el sentido”
CRISTOBAL HOLZAPFEL
Excurso
Dos paseos peripatéticos
1.Camino por una playa y de pronto me encuentro con un baúl antiguo, bello y
grande, cerrado con candado. Ahí está un poco hundido en la arena, unas olas ya leves
corren hacia arriba por la suave pendiente de la playa, lo rodean y lo mojan. Miro en
derredor, no hay nadie, es demasiado temprano, hace poco no más ha amanecido.
2.Camino por una calle y unos carteles anuncian que al interior de un local se
realiza un acto que nos iluminará de una vez y para siempre, pero agregando a ello la
aclaración de que hay que presentar una solicitud de ingreso y enviarla a cierta dirección,
advirtiendo además que es posible que no haya respuesta alguna a esa solicitud.
Desde luego que a pesar de ser probablemente nada más que una charlatenería
y un negocio, porque hay que pagar, si finalmente se es aceptado, para tener el privilegio
de esta "experiencia", igual seduce esto a más de algún transeúnte.
Mas, supongamos también que la cosa está bien hecha, desde un punto de vista
estético, dando a entender que se trata de algo serio a través de todos los signos por
medio de los cuales ello se presenta; por ejemplo, la persona que nos atiende, una vez
que hemos sido aceptados, nos causa buena impresión, induciéndonos así a descartar la
posibilidad de que trate al fin y al cabo de una tontería, algo sórdido u obsceno.
Finalmente asistimos pues a este evento que ofrece algo casi al nivel de la tierra
prometida. Entramos a una sala de teatro y nos sentamos en una butaca frente a un
escenario oscuro que, después de mucho rato, al iluminarse, se ve a una mujer acostada.
Vemos nada más que esto y tras un largo tiempo de espera, sucede que la mujer
comienza a levitar.
Pues bien, esto seduce inmediatamente, porque nunca ha habido una explicación
clara y convincente acerca de la levitación. Lo mismo ocurriría con un extraterrestre o con
un mono que comenzara a hablarnos.
Ya sabemos que en todos estos casos sucede que algo nos seduce porque
nuestra proyección de sentidos carece para ello de toda explicación apoyada en el saber
empírico o científico.
Pero, qué tal, si lo único que hay en el escenario es una mariposa polinésica
multicolor de grandes dimensiones que vuela dentro de una enorme cúpula de cristal,
donde vive en medio de plantas y flores; en este caso, ello seduce por la belleza, pero
habría que agregar, por el secreto, el enigma de la belleza que se basta a sí misma, y
que es imposible, además de torpe, definir.
Y bien, extrememos más la situación de estar en este escenario a la espera de
algo que tendría que iluminarnos: resulta que sólo hay un racimo de uvas o, incluso
menos que eso: no hay nada. Seguramente que entonces nos sentiríamos engañados no
solamente porque hemos pagado por esta "experiencia" que parece no ser ninguna, sino
además porque nos han hecho perder el tiempo, máxime durante meses.
Sin embargo, si nos detenemos a pensar sobre la experiencia en cuestión,
probablemente la última - el no encontrar nada delante de nosotros, nada que ver, oir u
oler - sea efectivamente la más iluminadora de todas, porque nos enseñaría
filosóficamente que el secreto es siempre la ilusión del secreto, que en el fondo no hay
ninguno, pero también que el secreto estará siempre, porque está en cada cosa, está en
el hecho de que simplemente haya algo, de que sea el ser.
(Fin “Excurso”).
Baudrillard:
"El secreto. Cualidad seductora, iniciática, de lo que no puede ser dicho y, sin
embargo, circula. Sé el secreto del otro, pero no lo digo y él sabe que yo lo sé, pero no
corre el velo: la intensidad entre ambos no es otra cosa que ese secreto del secreto. Esta
complicidad no tiene nada que ver con una información oculta. Además, si cualquiera de
los implicados quisiera levantar el secreto no podría, pues no hay nada que decir..." (S, p.
77).
Si bien lo pensamos, el secreto es (como el sentido), porque en cierto modo lo
hay y al mismo tiempo no lo hay. No podemos saber si hay algún secreto, si lo que hay,
lo que vemos y palpamos se basta a sí mismo, que no hay nada más allá de eso, que no
hay secreto en el acto de nacer, hacer una breve estadía aquí, y después morir; pero,
con igual fuerza hay aquí un secreto, e interesa que nos detengamos en sus
características y su nexo con la seducción:
"Lo que se esconde o lo que se rechaza tiene la vocación de manifestarse, el
secreto no la tiene en absoluto. Es una forma iniciadora, implosiva: a la que se entra,
pero de la que no se sabría salir" (S, p. 77).
Al secreto (al trasfondo) le es propia la figura implosiva, su estar en sí mismo, la
imposibilidad de su revelación y que puede generar una pasión, como le ocurre a Kafka a
lo largo de toda su obra, como en El Proceso donde el protagonista nunca llega a saber
de qué se le acusa, con todo lo que ello metafóricamente significa respecto de la estadía
del hombre en el mundo, ante la incógnita de su misión y de la muerte.
Esta consideración en torno al secreto permite entender la discusión de
Baudrillard con el psicoanálisis que pretende hacernos creer que habrían sentidos ocultos
- ciertas verdades ocultas - en nuestro inconsciente que habría que develar, y ésta sería
la tarea del psicoanalista. En los términos de la escuela psicoanalítica: habría tras el
discurso manifiesto - lo que regularmente hablamos o escribimos - un discurso latente,
que habría que descifrar y de-codificar a través de cierta interpretación. Por ejemplo, si
me equivoco al decir una palabra, es decir, cometo un lapsus linguis, esto se debería a
algún deseo oculto. Imaginemos una mujer que se siente atraída por alguien que tiene
fama de Don Juan, lo cual la perturba. Un día decide llamarlo por teléfono y le dice que lo
ha llamado anteriormente, pero que no ha querido dejar un recado en el "conquistador".
Pero, Baudrillard nos invita a cuestionar ese supuesto de que el discurso latente
escondería siempre las claves, la llave maestra, las verdades ocultas. Él supone, al
contrario, que es siempre el discurso manifiesto el poderoso, el que tiene tal poder que
nos hace imaginar sentidos y verdades ocultas; en otras palabras, el propio discurso
psicoanalítico es el que nos seduce:
"La seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su verdad.
Sería lo inverso de la distinción psicoanalítica entre el discurso manifiesto y el discurso
latente. Pues el discurso latente desvía el discurso manifiesto no de su verdad, sino
hacia su verdad. Le hace decir lo que no quería decir, le hace translucir las
determinaciones y las indeterminaciones profundas. /.../ La interpretación es lo que al
romper las apariencias y el juego del discurso manifiesto, liberará el sentido enlazándolo
con el discurso latente. / A la inversa, en la seducción es de alguna manera lo manifiesto,
el discurso en lo que tiene de más "superficial", lo que se vuelve contra el imperativo
profundo (consciente o inconsciente) para anularlo y substituirlo por el encanto y la
trampa de las apariencias. Apariencias en absoluto frívolas, sino lugar de un juego y de
un estar en juego, de una pasión de desviar - seducir los mismos signos es más
importante que la emergencia de cualquier verdad - que la interpretación desdeña y
destruye con su búsqueda de un sentido oculto" (S, p. 55).
O también el siguiente pasaje:
"Sin embargo, el inconsciente, la "aventura" del inconsciente, puede aparecer
como el último intento de gran envergadura por rehacer el secreto en una sociedad sin
secreto. El inconsciente sería nuestro secreto, nuestro misterio en una sociedad de
confesión y transparencia. Pero en realidad no lo es, pues ese secreto es sólo
psicológico, y no tiene existencia propia, ya que el inconsciente nace al mismo tiempo
que el psicoanálisis, es decir, que los procedimientos para reabsorberlo y las técnicas de
denegación del secreto en sus formas más profundas" (S, p. 78).
En La transparencia del mal Baudrillard plantea la reveladora distinción entre
alteridad y diferencia. Las alteridades son lo completamente otro, aquello que la
producción de sentido no ha explorado, penetrado, dilucidado, y entre ellas aparece
justamente el inconsciente, como también las lenguas vernáculas, y otros. Mas,
nuevamente en esto la característica de nuestro mundo ante todo de producción es
agotar, explotar, y al fin y al cabo, suprimir esas alteridades. 3 Por lo mismo, el
psicoanálisis contribuye también a eso.
De camino a la mentada supresión lo que nuestro filósofo llama diferencia es el
primer paso, y ella alude, por ejemplo en el caso del psicoanálisis, a la estrategia
terapéutica de comenzar a hurgar en la mina del inconsciente, que en vez de
reconocérsela de partida como alteridad absoluta, al considerarla como nada más que
diferente, ello viene a ser el inicio del agotamiento de esa mina. La diferencia por cierto
también tiene lugar en el enfrentamiento de las lenguas vernáculas (africanas,
polinésicas o americanas), sucediendo que a través de un proceso de asimilación de
verlas en principio nada más que como diferentes, acabarán siendo nuevas extensiones
del “Infierno de lo Mismo”.
En este singular infierno está contenida la igualación de todo lo que caracteriza
nuestro tiempo – los mismos automóviles, los mismos refrigeradores, la misma ropa, pero
también las mismas maneras, y otros –. Ello se condice con el fenómeno de la
globalización, el cual ya comenzaran a anticipar Jaspers, Ortega y Gasset y Heidegger.
Baudrillard ve como punta de lanza de este proceso de igualación especialmente
a la hermenéutica y el afán vinculado con ella de una interpretación sin límite. Ello atañe
particularmente a la producción de sentido:
"/.../ ésta /la interpretación/ es la que por excelencia se opone a la seducción, por
ello todo discurso interpretativo es lo menos seductor que hay. No sólo sus estragos son
incalculables en el dominio de las apariencias, sino que bien podría ser que hubiera un
profundo error en esta búsqueda privilegiada de un sentido oculto. Pues no es en otro
lado, en un Hinterwelt [trasmundo] * o un inconsciente donde hay que buscar lo que
desvía un discurso - lo que verdaderamente le desplaza, le "seduce" en sentido propio, y
lo hace seductor, es su misma apariencia, la circulación aleatoria o sin sentido, o ritual y
minuciosa, de sus signos superficiales, sus inflexiones, sus matices, todo eso es lo que
elimina la dosis de sentido, y eso es lo seductor, mientras que el sentido de un discurso
nunca ha seducido a nadie" (S, p. 55-56).
La interpretación, la obsesión por interpretarlo todo, la hermenéutica, constituyen
así un quehacer no por anticipado justificado, y, agregaría, especialmente la
interpretación literaria, ya que en cierto modo ésta inevitablemente "mata" el texto, el
poema, la novela, la obra de teatro.
Si la pretensión de toda interpretación, de toda explicación es acabar con las
apariencias, podemos claramente advertir que esto involucra también a la ciencia. En
efecto, la lluvia puede haber sido para el primitivo suscitada por un dios - diríamos que de
esa manera la lluvia lo seducía -, pero el inexorable avance del saber científico pulveriza
esa apariencia. La idea triunfa por sobre la apariencia.
Estamos pues determinados por una ambición de logos, de saber, y de un saber
que le da poder al hombre, porque él mismo es también una forma de poder, un afán de
explicarlo e interpretarlo todo. Si observamos esta ambición y afán desde los griegos,
reconocemos que se trata de un tránsito del mito al logos, a través del cual se explica el
origen de la filosofía y de las ciencias: ya no basta suponer que tras la lluvia, los truenos y
relámpagos sean unos dioses la causa.
Wilhelm Nestle, el antiguo grecista, plantea en su extraordinaria obra, cuyo título
es justamente Del mito al logos, que en este tránsito están empeñados no sólo los
griegos, sino la mayoría de los pueblos, y, en definitiva, la humanidad toda. Sin embargo,
agrega Nestle, el tránsito en cuestión nunca se cumple a cabalidad, nunca logra el logos
desplazar al mito, ya que el misterio del ser, de la realidad, de por qué estamos aquí, de
dónde venimos y hacia dónde vamos, siempre persiste, y el logos (solo) jamás logrará
explicar esto.4
3
Baudrillard, La transparencia del mal, trad. de Joaquín Jordá, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 134 ss.
4
Cfr. Wilhelm Nestle, Vom Mythos zum Logos (Del mito al logos), Edit. Alfred Kröner, Stuttgart, 1942,
“Einleitung” (Introducción”).
En los términos de Baudrillard, cabe decir que el discurso en el que se expresa el
saber y la interpretación, ocurre que él mismo no es ajeno a la seducción:
"Todo discurso de sentido quiere acabar con las apariencias, ésa es su artimaña
y su impostura. Y al mismo tiempo un intento imposible: inexorablemente el discurso se
entrega a su propia apariencia y, en consecuencia a los desafíos de seducción, y a su
propio fracaso en tanto que discurso. Quizá también todo discurso está tentado en
secreto por este fracaso y por esta evaporación de sus objetivos, de sus efectos de
verdad por medio de efectos superficiales que actúan como espejo de absorción, de
pérdida de sentido. Es lo primero que ocurre cuando un discurso se seduce a sí mismo,
forma original a través de la cual se absorbe y se vacía de su sentido para fascinar aún
más a los demás: seducción primitiva del lenguaje" (S, p. 56).
Efectivamente, no solamente la palabra poética y literaria es seductora - ya que lo
es por su naturaleza propia -, sino todo discurso no es ajeno a la seducción, y si está
demasiado apartado de ella, por lo mismo deja de interesar. Es como eso que ocurre hoy
con tanto escrito - con tanta “escribiduría” - de diarios y libros que los dejamos a un lado,
precisamente porque ya no nos seducen.
Mas, hay una insoslayable objeción a los planteamientos de Baudrillard que nos
sale al camino en todo lo que venimos diciendo, y es que su propio discurso, como
discurso filosófico sobre la seducción, es él mismo un discurso de producción de sentido
y tiene que regirse de punta a cabo por los cánones de la coherencia, la fundamentación,
la objetividad, y lo más importante de todo, por la búsqueda de la verdad. En otras
palabras, parece que al final triunfa la claridad de la idea, de "las ideas claras y distintas"
(para decirlo con Descartes) sobre las apariencias.
Pienso que Baudrillard concedería esto, pero agregando (y reiterando) que si su
propio discurso se rige por esos cánones, sin embargo, si tiene alguna fuerza, ésta es la
de su propia fuerza seductora. Vale decir, se aplicaría aquí lo mismo que ya
adelantáramos: que el secreto de la producción es la seducción.
Excurso
Un nuevo paseo peripatético
Y, a propósito de la mirada, nada más seductor que los ojos y justo porque están
absortos en sí mismos. Baudrillard describe bellamente la mirada:
"La seducción de los ojos. La más inmediata, la más pura. La que prescinde de
palabras, sólo las miradas se enredan en una especie de duelo, de enlazamiento
inmediato, a espaldas de los demás, y de su discurso: encanto discreto de un orgasmo
inmóvil y silencioso. Caída de intensidad cuando la tensión deliciosa de las miradas luego
se rompe con palabras o con gestos amorosos. Tactilidad de las miradas en la que se
resume toda la sustancia virtual de los cuerpos (¿de su deseo?) en un instante sutil,
como en una ocurrencia - duelo voluptuoso y sensual y descarnado al mismo tiempo -
diseño perfecto del vértigo de la seducción, y que ninguna voluptuosidad más carnal
igualará en lo sucesivo" (S, p. 75).
Si bien lo aquilatamos, se nos habla aquí de esa mirada que simplemente se ha
posado en nosotros o la nuestra en ella, y en la que mágicamente estamos envueltos en
un nimbo de atracción, presos de un vértigo que aún no implica presencia alguna de
deseo, sino más bien de lo que nos deja atónitos y que no alcanzamos a pasar por el
cedazo de la racionalidad. A veces puede que incluso esa mirada induzca a una fuerte
secreción de adrenalina y de un sudor helado, pero aún así, no se trata de la expresión
de un deseo, sino de un abismo en el que estamos cayendo, sintiéndonos
completamente perdidos en él.
Baudrillard distingue la mirada seductora (de la que hablamos) del deseo en estas
palabras:
"Pues el deseo no tiene duende, pero los ojos, como las apariencias fortuitas,
tienen duende, y ese duende está hecho de signos puros, intemporales, duales y sin
profundidad" (S, p. 75).
Claro está, no hay ningún duende tras el deseo, él simplemente se expresa y ya;
no hay enigma porque hay simplemente una enfática manifestación de la sexualidad;
mientras que la mirada tiene un duende seductor.
La aludida absorción de los signos y sentidos es lo que resulta fascinante,
por ejemplo, en el conjunto de obras chilenas "Cuerpos pintados", cuya exposición
nacional e internacional se iniciara en 1991. Vemos caras, frutas, animales, rayas de
distintos colores y formas en esos cuerpos que a la vez que se muestran, están vueltos
hacia sí, por lo cual se trata de una forma de esoterismo. El cuerpo se muestra, pero en
lo esencial se oculta, absorbe todos los sentidos de nuestras proyecciones:
"Todo sistema que se absorbe en una complicidad total, de tal modo que los
signos ya no tienen sentido, ejerce por eso mismo un poder de fascinación extraordinario.
Los sistemas fascinan por su esoterismo, que les preserva de las lógicas externas. La
reabsorción de todo lo real debida a que se basta a sí mismo y se aniquila a sí mismo es
fascinante. Sea un sistema de pensamiento o un mecanismo automático, una mujer o un
objeto perfecto e inútil, un desierto de piedra o una chica strip-tease (que tiene que
acariciarse y "encantarse" para ejercer su poder) - o Dios, naturalmente, la más hermosa
máquina esotérica" (S, p. 75).
Baudrillard ejemplifica también la aludida absorción a través de la star, la estrella,
la cual, agrega, es siempre femenina, como que para él lo femenino sería más seductor
que lo masculino. La estrella es femenina (aunque sea Elvis Presley). Ella - la star - está
vuelta hacia sí misma, está absorta en su propio sentido, por lo cual suscita un fenómeno
de atracción hacia sí, así como un hoyo negro que se traga hasta la luz.
Y esto se aplica también a las cosas y las situaciones que nos seducen.
Más aún, junto con el fenómeno de absorción de sentidos, se da un fenómeno de
apartamiento de sí de lo seductor. Me explico: por ejemplo, cuando la belleza es
excesiva, supongamos una mulata extraordinariamente bella, se produce como un
contagio de signos y sentidos hacia todo lo demás, es decir, esa manifestación particular
de la belleza se convierte en un centro absoluto apartado de sí mismo porque logra tocar
cuanto hay en derredor. Es como cuando la multitud de fieles y no fieles ven pasar al
Papa, los signos de él, su hábito blanco, su mirada, su brazo que levanta en ademán de
bendición, se apartan de él mismo y empapan el paisaje, la calle, los edificios, su mirada
parece estar en cada rostro. La antropóloga Cristina Farga me cuenta que cuando Juan
Pablo II visitó Ecuador, los indígenas del oriente selvático, los otavaleños, lo veían como
un chamán y al escuchar sus palabras, tenían en sus manos distintos objetos domésticos
y no domésticos que los ponían en dirección del Papa para que éstos se cargaran de
cierta energía sobrenatural. Dice Baudrillard:
"La belleza absorbida por la pura atención que de sí misma tiene es
inmediatamente contagiosa porque, por exceso de sí misma, es apartada de sí, y todo lo
apartado de sí se sume en el secreto y absorbe lo que le rodea" (S, p. 76).
Pero, este apartamiento no se refiere únicamente a ese desplazamiento y
descentralización de los signos y sentidos producidos, sino a que él se da ante todo en el
propio seductor como apartamiento de sí mismo. Para entender esto, hay que tener
presente la imagen del hoyo negro que, en este caso, alude a que lo que se absorbe en
sí, se aparta a la vez de sí mismo, generando un vacío.
Se me ocurre que el paradigma de esto es Marilyn Monroe y especialmente como
la muestra Andy Warhol de manera serial, esto es, se trata de la figura absorta en sí
misma, encantada de sí, presa de su propio embrujo, pero al mismo tiempo
deliciosamente apartada de sí, revelando su propio vacío hacia el que saltan las
multitudes dominadas por la atracción del vértigo:
"En el fondo de la seducción está la atracción por el vacío, nunca la acumulación
de signos, ni de los mensajes del deseo, sino la complicidad esotérica en la absorción de
los signos. La seducción se traba en el secreto, en esta lenta o brutal extenuación del
sentido que funda una complicidad entre los signos, ahí, más que en un ser físico o en la
cualidad de un deseo, es donde se inventa. También es lo que produce el hechizo de la
regla del juego" (S, p. 76).
Baudrillard hace una análisis muy lúcido en torno al juego y al ritual. Ellos están
organizados de acuerdo a reglas, no a leyes, y lo característico de la regla es no tener
ningún sentido, mientras que la ley - jurídica o científica - siempre lo tiene; y el no tener
sentido de la regla - supongamos como en el juego de la pelota de los aztecas, de la
cultura del Tajín: al que pierde lo decapitan - es lo que la vuelve fascinante. Juego y ritual
son así expresiones de la seducción de lo que no tiene sentido, o lo tiene únicamente en
su propio acontecer, vuelto hacia sí, absorto y a la vez apartado de sí.
Excurso
Siguen los paseos peripatéticos
Baudrillard al respecto:
"Tal es el desafío. /.../ Con capacidad de embrujo, como un discurso despojado
de sentido, al que por esta razón absurda no se le puede dejar de responder. ¿Por qué
un desafío exige respuesta? La misma interrogación misteriosa: ¿qué es lo que seduce?"
(S, p. 79).
Inquietante pregunta que podría traducirse también en ésta: ¿por qué aceptamos
el desafío? Los contrincantes, los que están en bandos irreconciliables suelen no saber
del pacto secreto que los une. De pronto ellos incluso tienen que aliarse como Mao Tse
Tung con Skang Kai Shek para defender China de la invasión nipona.
Pensemos además en las amistades, también aquellas entre hermanos (como los
gemelos Castor y Polux) que al parecer no se explican simplemente por la concepción
aristotélica de la amistad por virtud y las otras formas de amistad, con todo lo reveladora
que ella es. Desde este punto de vista la explicación no está en que, dado que en la
amistad se expresan la prudencia, la sensatez, la honestidad, se le presentó al griego
como superior. Hay lazos subterráneos que unen a los amigos que no tienen nada que
ver con ciertas cualidades morales. La amistad está atada a un pacto secreto del que los
propios amigos no saben. Ellos están desde el comienzo mismo, quizás desde el colegio
lanzados a un envite, a una suerte de apuesta tampoco para nada clara. Esto sería lo
que de fondo los mantiene férreamente unidos, más allá de cualquier diferencia, de
distintas plazas, escaques del tablero de ajedrez ocuparán hacia su madurez. ¡Quién no
conoce admirables amistades entre un comunista y un derechista, entre un cura y un
ateo!:
“¿Qué hay de más seductor que el desafío? Desafío o seducción, es siempre
enloquecer al otro, pero de un vértigo respectivo, locos de la ausencia vertiginosa que los
reúne y de una absorción respectiva. Tal es la fatalidad del desafío, por lo que no se
puede dejar de responder: inaugura una especie de relación loca, muy diferente a la que
se establece en la comunicación y el intercambio: relación dual que pasa por signos
insensatos, pero unidos por una regla fundamental y por su aplicación secreta. El desafío
pone fin a todo contrato, a todo cambio regulado por la ley (ley de naturaleza o ley del
valor) y lo sustituye por un pacto altamente convencional, altamente ritualizado, la
obligación incesante de responder y de mejorar la apuesta dominada por una regla del
juego fundamental y medida según su propio ritmo. Contrariamente a la ley que está
siempre inscrita en las tablas, en el corazón o en el cielo, esta regla fundamental nunca
necesita enunciarse, no debe enunciarse nunca. Es inmediatamente ineludible (la ley es
trascendente y explícita)" (S, p. 78-79).
Excurso
Otro paseo
5
Cfr. Heidegger, Was heisst Denken?, Reclam, Stuttgart, 1992, p. 62.
Desde ya tiene que llamar la atención que se trate no de la efigie del seductor,
sino de la seductora, y es que, como ya se ha adelantado, para nuestro autor la
seducción tiene ante todo cara de mujer.
¡Y esto cómo no reconocerlo! Hay situaciones en las que al aparecer una mujer
de ciertas características muy especiales, suscita inmediatamente un revuelo
relativamente disimulado y a veces no tanto en los bancos, las calles, los cafés; a veces
no solamente los hombres, sino las mismas mujeres participan de una manera muy
divertida de este revuelo, esta especie de consternación, como de algo descomunal,
haciendo comentarios elogiosos a viva voz o algo resentidos y rencorosos:
"Fuerza soberana de la seductora: "eclipsa" cualquier contexto, cualquier
voluntad. No puede permitir la instauración de otras relaciones, incluso de las más
cercanas, afectivas, amorosas, sexuales - sobre todo éstas - sin romperlas, sin volver a
verterlas en una fascinación extraña. Elude sin tregua todas las relaciones en las que con
seguridad se plantearía en un momento dado la cuestión de la verdad. Las deshace sin
esfuerzo. No las niega, no las destruye: las hace centellear. Ahí reside todo su secreto:
en la intermitencia de una presencia. No estar nunca allí donde se la cree, allí donde se la
desea" (S, p. 83).
La seducción nos aparta de lo que regularmente, desde los parámetros de la
producción, se considera como "verdad". De acuerdo a nuestro modo de ser,
determinado en primer lugar por la producción, ordenamos nuestras vidas (muy
sensatamente por lo demás ) en función de la prosecución de determinadas finalidades.
Si interpretamos esto, podemos darnos cuenta que hay una identidad siempre en juego
entre finalidad y verdad, así como en la Ética aristotélica se trata de que la última
finalidad de la existencia sería la verdadera felicidad, que es la de la sabiduría, no
simplemente la del placer o de los honores. Que algo sea verdadero se justifica de
acuerdo a la finalidad que representa: de este modo, la finalidad del bien común adopta
el carácter de lo verdadero en el plano ético y político, como pueden serlo también los
principales valores, en la medida en que son también finalidades e ideales a realizar que
le dan una justificación y un sentido a nuestras actividades cuando éstas se orientan en
pos de aquello: así la justicia, el amor, la paz. Ello explica también que en el mundo
platónico de las ideas la verdad pertenezca a una tríada junto con el bien y la belleza.
Pero así sucede que de pronto la verdad puede identificarse también con lo útil,
así como es lo característico del pragmatismo: verdadero es lo útil. El reclamo que ello
inmediatamente suscita para la ética tradicional es que lo útil no puede representar una
verdadera finalidad, y menos una finalidad última de todo lo que hacemos y deshacemos.
Pues bien, la seductora químicamente pura (o el seductor, pero ontológicamente
feminizado) anula toda verdad en la que se pretenda aterrizar, aún la verdad del sexo e
inclusive la verdad del amor, ella vive única y exclusivamente de la seducción pura, que
inevitablemente conlleva un carácter de crueldad. Mas, el juzgarla así tampoco nos
defiende de ella, porque es irresistible.
La seducción de Sören Kierkegaard a Cordelia (Regina Olsen) representa esta
figura extrema, con la consiguiente crueldad que le acompaña.
La asociación entre seducción y secreto se manifiesta con mucha fuerza en uno
de los libros claves sobre la seducción: el Diario de un seductor de Kierkegaard, en el
que se relata la relación que mantuviera con Cordelia. Baudrillard se detiene en especial
en este libro, y entre muchas cosas, comenta lo siguiente:
"En el Diario de un Seductor la seducción tiene la forma de un enigma y, para
seducirla, hay que volverse a su vez enigma para ella: es un duelo enigmático, que la
seducción resuelve sin que el secreto sea revelado. Levantado el secreto, su revelación
sería la sexualidad. El quid de esta historia, si tuviera alguno, sería el sexo - pero
precisamente no lo tiene" (S, p. 77).
En efecto, si seguimos a Kierkegaard, la finalidad de la seducción de Cordelia no
es en absoluto algo sexual, o, si se quiere, lo es igualmente porque ella será desflorada,
pero, al mismo tiempo, ello no es la finalidad; en otras palabras, el acto sexual está
determinado allí por un desafío, por algo de destino (y con ello entramos en el segundo
término unido a la seducción - el desafío -). Baudrillard ya en los primeros pasos de su
descripción sobre la relación dual Sören- Cordelia hace una descripción magistral:
"Si la característica de la mujer seductora es hacerse apariencia para introducir el
desconcierto en las apariencias, ¿qué ocurre con la otra figura, la del seductor? / El
también se transfigura para introducir el desconcierto, pero curiosamente esta
transfiguración adopta la forma del cálculo, y el adorno cede aquí paso a la estrategia.
Pero si el adorno es evidentemente estratégico en la mujer, la estrategia del seductor ¿no
es al contrario un alarde de cálculo, con que se defiende de cierta fuerza adversa?
Estrategia del adorno, adorno de la estrategia..." (S, p. 95).
Preguntamos ahora nosotros: ¿no fascina precisamente a la mujer el juego
estratégico masculino y sobre todo cuando no se muestra en él nada predecible? Y, por
otra parte, ¿no fascina justamente porque en él se revela el tipo de hombre de que se
trata, porque desde luego - lo que la mayoría de los hombres olvidan por lo demás – es
que a cada uno su propia estrategia, en otras palabras, que ésta debe enseñar quienes
somos, que no puede ser mero cliché.
Pero, ante todo lo extraordinario en la última cita de Baudrillard es que la
estrategia, el cálculo, la artimaña, la añagaza, el artilugio que normalmente son
expresiones de proyecciones de sentidos, de finalidades trazadas de antemano,
aparecen aquí en su dimensión seductora. Mas, inmediatamente agrega a esto lo
siguiente, como evitando un posible malentendido al respecto:
"Los discursos demasiado seguros de sí mismos - entre ellos el de la estrategia
amorosa - deben leerse de otra manera: en plena estrategia "racional", no son aún más
que los instrumentos de un destino de seducción, del que tanto son víctimas como
directores. El seductor ¿no acaba por perderse en su estrategia como en un laberinto
pasional? ¿No lo inventa para perderse en él? Y él, que se cree dueño del juego ¿no es
la primera víctima del mito trágico de la estrategia?" (S, p. 95).
Así es, en la tragedia griega el héroe, siguiendo su estrategia, su voluntad, su
racionalidad, corre a perderse, a la muerte, al dolor, a la perdición. Se cree autónomo,
pero los hilos del destino determinan su rumbo. Y esto también ocurre en el ámbito
erótico y amoroso: que, sin tenerlo para nada claro, creyendo ser sujetos seductores,
somos más bien objetos de seducción.
Mas, esa posibilidad extrema de la seducción no tiene únicamente asidero en la
literatura, y - diría - que se da en la realidad mucho más de lo que uno imaginaría.
Veamos lo que dice Baudrillard de una seductora imaginaria:
"Hace funcionar el deseo mismo como cebo. Para ella, no hay verdad del deseo o
del cuerpo, no más que cualquier otra cosa. El amor mismo y el acto sexual pueden
volver a ser un rasgo de seducción a poco que sean retomados en la forma elíptica de
aparecer/desaparecer, es decir, en la discontinuidad del trazo que pone término a todo
afecto, a todo placer, a toda relación, para reafirmar la exigencia superior de seducción,
la estética trascendente de la seducción frente a la ética inmanente del placer y del
deseo. Incluso el amor y el acto carnal son un adorno seductor, el más refinado, el más
sutil de cuantos maquina la mujer para seducir al hombre. Pero el pudor y el rechazo
pueden jugar el mismo papel. Todo es ornamento en ese sentido, es decir, talento de
apariencias" (S, p. 83-84).
Caso anómalo éste de la seducción pura - diríamos -, caso loco, fuera de toda
sensatez, el de alguien que no lo interese nada más que seducir (tal vez incluso sin
siquiera estar consciente de ello), sin llegar a nada más, sin que la seducción, como se la
considera usualmente, sea un medio para desembocar en lo sexual; ¿será posible algo
así? Forma perfecta de un ritual implacable, de la acción de una regla secreta que
determina a desenvolverse a la seductora de cierta forma. Las siguientes palabras que
Baudrillard pone en boca de la seductora pura o del seductor puro ponen al descubierto
una peculiar psicología, en verdad, una psicología perversa:
"Lo que quiero no es amarte, quererte, ni siquiera gustarte: es seducirte - lo que
no significa que me ames o me gustes, sino que seas seducido " (S, p. 84).
Sin embargo, tras esto que parece por de pronto tan descabellado, tan insensato,
hay una pregunta muy importante que atañe a la existencia o no existencia real y efectiva
del amor. En efecto, ¿no será que lo que hay tras la frase "yo te amo", que está siempre
amenazada de volverse trivial, lo que en definitiva de veras se manifiesta es "yo quiero
seducirte"?
En definitiva, algo así como un juego de sentido: entre seguirlo ordenadamente,
o ser apartado caóticamente, entre producirlo o seducir y ser seducido.