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Departamento de Castellano
Literatura Moderna Española
Prof. Nicolás Fuster
Camila Cortés Acosta
Leemos a partir de los que nos ofrece el lenguaje testificado, o sea, en el registro, el
archivo: la escritura. Y la escritura ha sido posible desde siempre por el trabajo del ser
humano, que ha necesitado de los signos para representar, en primer lugar, el habla. Pero
también ha sido útil para nombrar las cosas en el mundo, referirlas. Con esto ya podemos
comenzar a hablar de la construcción del texto, y para dirigirnos a nuestra discusión
principal sobre la actividad de la escritura, pensemos en términos de quién firma un texto.
¿Cómo se justifica la relación inmediata que ha de tener éste con la obra escrita? ¿Es acaso
posible justificarla? ¿O el escritor posee por antonomasia el despliegue del texto en su
totalidad, lo que sería algo así como la dialéctica hegeliana dibujada en la tensión de los
opuestos dentro de una única y absoluta imagen de relación, es decir, desde la
conciliación entre sujeto-objeto en una síntesis superadora de los antagónicos, pero que
permite la inminente referencia de uno con respecto al otro? ¿Cuán problemática y
dificultosa puede llegar a ser la realización de un texto, si éste no se deja subordinar por la
iniciativa o la tentativa de portar un nombre que le permita, digamos, le dé el derecho de
ser tal texto?
¿No es sospechoso, sino peligroso para el mismo sujeto, invocar esa actitud que lo
responsabiliza- en su estado de mayor y absoluta conciencia racional-, de la total
afirmación de la naturaleza y sólo desde ella hacer surgir el pensamiento, como una eterna
circularidad que niega el afuera, mientras que este afuera, este otro, aquello que no forma
parte de esta subjetividad, es aquello que lo que al sujeto se le escapa: una dimensión
incontrolable, inalcanzable, fuera del conocimiento, que está marcando, cautivando, que
seduce (como diría Bataille) todo el tedioso discurso de la centralidad del Sujeto y con ello
el Saber, del Libro, en fin, el discurso de la Verdad…? ¿No caemos inevitablemente en ese
abismo peligroso que retorna una y otra vez a la imagen del ser como único e ilimitado
concepto de conocimiento? ¿El reconocimiento de la firma, del nombre propio, de la
identidad, no es sino desde la distancia que supera la relación entre escritor y “su” obra, es
decir, no es la acción del escritor, del individuo, en última instancia, del Sabio, sino la
separación y ruptura del soporte material, la escritura, la huella con el Libro, el logos, la
razón?
Lo que yo sospecho es que si este estilo produce algún interés, lo lleva solo el que escribe,
porque el muerto y el lector pagan de contado; el uno con los huesos que le desentierran, y
el otro con su dinero. (…) Descansen en paz los difuntos, los vivos vean cómo viven y viva
cada uno para sí, pues para sí solo muere cuando muere.vi
estará en todo el transcurso de la obra criticando la actitud de soberanía ante cada discurso.
Hacer uso del nombre – en el caso de los escritores eclesiásticos como Feijóo, el acto de
nombrar es doble: se escribe en nombre de Dios, y esa potestad de escribir está en el
nombre del autor y su reconocimiento, lo que conlleva a un doble asesinato: el nombre de
Dios y el nombre del autor (que de alguna manera se resuelve en un mismo movimiento en
contra de la lógica del soberano) - es producir una deuda eterna, un contrato indefinido, un
deber; es la ética del don que pertenece al lugar de lo otro. O sea que cuando nombro, y
digamos aquí, cuando me nombro, necesito que esto sea y suceda por otro, por ejemplo, el
lector de la autobiografía. Que ‘yo’ exista como un nombre no es a causa de un poder
legítimo de auto-nombrarme, sino del acto contrario de ceder ese nombre. Esta política, de
alguna forma, sacrificial, -y que no deja de ser paradójica en exceso- no dice otra cosa que
esto: si me hallo en la necesidad de nombrarme, de referirme con un nombre y con ello
anticipar el reconocimiento de los otros hacia mí a través de tal nombre, es más para
crear un disfraz (bajo el que se ocultaría otro disfraz) que para sustentar una identidad, una
esencia representada por el nombre. Responder al nombre, en nombre del nombre, me
permite constituirme como otro nombre, y el otro también tiene la garantía de constituirse
desde el nombre. Pero, por otro lado, me sirvo justamente de ese responder por el nombre
para someterme al disimulo, a la lógica de las máscaras.vii
Blanchot, Maurice. La ausencia del libro. Ed. Caldén, Buenos Aires, 1973.
Borges, Jorge Luis. El hacedor. “Borges y yo”. Ed. Emecé, Buenos Aires, 1960.
-. La filosofía como institución. “Nietzsche: Políticas del nombre propio”. Juan Granica
Ediciones, Barcelona, 1984. Edición digital de Derrida en castellano.
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/nietzsche_nombre_propio.htm
Feijóo, Fray Benito Jerónimo, Teatro crítico universal. Ed. Real Compañía de Impresores y
Libreros, Madrid, 1769.
Mañer, Salvador José. Anti-Teatro Crítico sobre el primero, y segundo tomo del Teatro
Crítico Universal. Tomo primero: Voz del Pueblo. Madrid, 1729. Edición digital de
Biblioteca Feijoniana: del proyecto Filosofía en español.
http://www.filosofia.org/bjf/imp/smat1.htm
Torres Villarroel, Diego. Vida. Ed. Fundación Salamanca Ciudad de Cultura. 1743
NOTAS
i
Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración? (1784) Ed. Nova. Buenos Aires.
ii
Diego de Torres Villarroel, Vida, Introducción p.59. Ediciones de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.
iii
Es interesante la forma en que el autor tiende a referirse a sí mismo, al mismo tiempo que dice sobre los otros
(particularmente como escritores): “Yo (…) un hombre loco, absolutamente ignorante y relleno de desvaríos y
extrañas inquietudes.” Y en relación a los otros: “(…) en cuanto a necios, vanos y defectuosos, no nos quitamos
pinta.” Nacimiento, crianza y escuela, p 83.
Y en otro momento escribe: “(…) en un mismo día me siento con inclinación a llorar y a reír, a dar y a retener, a
holgar y a padecer, y siempre ignoro la causa y el impulso de estas contrariedades. A esta alternativa de
movimientos contrarios he oído llamar locura. Y si lo es, todos somos locos, grado más o menos; porque en
todos he advertido esta impensada y repetida alteración.” Trozo tercero, p 114.
iv
Sobre este asunto, Michel Foucault, en su ensayo “El pensamiento del afuera”, trabaja el descentramiento del
sujeto como el principio del (su) lenguaje. El enunciado ‘Yo Hablo’ sólo existe en el tránsito temporal de su
enunciamiento, haciendo de todo lo que lo sustenta un vacío; y si el habla, el lenguaje, la palabra se limita
solamente a esta condición del ‘Yo Hablo’, entonces no posee ya límite alguno y deja de ser un discurso con
Sentido. Sólo queda por expulsar la responsabilidad del sujeto ante este lenguaje desplegado en la infinitud, en la
ausencia del significado como referente último -y primero. Michel Foucault, El pensamiento del afuera. Ed.
Pre-textos, Valencia, 1989.
v
La noción misma sobre lo biográfico, específicamente lo auto-biográfico, nos pone en discusión sobre el
terreno de lo que revela el auto-nombrarse: posicionarse en el lugar de lo nombrado, siendo el nombre algo otro
en relación a lo que nombra, es decir, la referencia a la pura diferencia.
vi
Diego de Torres Villarroel, Vida, Introducción p.61 Ed. Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.
vii
Sobre esta cuestión de la paradoja del nombre y la deuda con el otro, ver el capítulo Nietzsche: políticas del
nombre propio. J. Derrida. Barcelona, 1984.
viii
La colorina es el nombre con que se reconocía a la poetiza de la generación del 50’ en el mundo clandestino,
bohemio y suburbano chileno. Hago una referencia a su obra –pese a la contradicción que esto advierta- ya que
ésta se desmontó en el ejercicio violento de transformar la imagen del oficio del poeta desmitificándolo,
denunciando las carencias de su labor. Y desde sus versos- y por supuesto su actitud ante la vida- abrió la
condición del lenguaje en vistas de temas como la muerte, la soledad, la ausencia…