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UMCE 3 de Mayo, 2011

Departamento de Castellano
Literatura Moderna Española
Prof. Nicolás Fuster
Camila Cortés Acosta

Al término de mi obra sólo queda polvo:


lo nombrable.
Samuel Beckett

El nombre y la escritura: dos síntomas de la muerte del sujeto.

Leemos a partir de los que nos ofrece el lenguaje testificado, o sea, en el registro, el
archivo: la escritura. Y la escritura ha sido posible desde siempre por el trabajo del ser
humano, que ha necesitado de los signos para representar, en primer lugar, el habla. Pero
también ha sido útil para nombrar las cosas en el mundo, referirlas. Con esto ya podemos
comenzar a hablar de la construcción del texto, y para dirigirnos a nuestra discusión
principal sobre la actividad de la escritura, pensemos en términos de quién firma un texto.
¿Cómo se justifica la relación inmediata que ha de tener éste con la obra escrita? ¿Es acaso
posible justificarla? ¿O el escritor posee por antonomasia el despliegue del texto en su
totalidad, lo que sería algo así como la dialéctica hegeliana dibujada en la tensión de los
opuestos dentro de una única y absoluta imagen de relación, es decir, desde la
conciliación entre sujeto-objeto en una síntesis superadora de los antagónicos, pero que
permite la inminente referencia de uno con respecto al otro? ¿Cuán problemática y
dificultosa puede llegar a ser la realización de un texto, si éste no se deja subordinar por la
iniciativa o la tentativa de portar un nombre que le permita, digamos, le dé el derecho de
ser tal texto?

Estos cuestionamientos sobre la extensión del lenguaje, particularmente desde la


escritura, nos pone en una primera problemática: la del sujeto como creador, hacedor,
compositor, o sea, fundador de toda obra. El ser como una conciencia (y una conciencia
pensada como interna) que domina, en tanto que forja la naturaleza de las cosas, la
exterioridad, y en última instancia, el nombre de las cosas como su naturaleza, es un ser
autónomo que determinaría la totalidad de la realidad en la que se constituye. Ésta es, para
Kant, la potencia absoluta que poseería el sujeto al desarrollar la razón en vistas del
conocimiento, la llegada a la mayoría de edad. i Y esto es causa -y consecuencia- de que no
existiría conocimiento (sobre el objeto) fuera de la idea del sujeto cognoscente. Esto es a lo
que llamamos el formalismo kantiano, donde el sujeto, y sólo el sujeto le da forma a las
cosas, donde constituye la forma de la experiencia posible.

El proyecto de la ilustración, del iluminismo kantiano se constata implacablemente


con la premisa de que la razón le dicta leyes a la naturaleza, lo que hace de la escritura, el
Libro, el elemento soberano de conocimiento, ya que pertenece al ejercicio de la razón que
es absolutamente humana.

¿No es sospechoso, sino peligroso para el mismo sujeto, invocar esa actitud que lo
responsabiliza- en su estado de mayor y absoluta conciencia racional-, de la total
afirmación de la naturaleza y sólo desde ella hacer surgir el pensamiento, como una eterna
circularidad que niega el afuera, mientras que este afuera, este otro, aquello que no forma
parte de esta subjetividad, es aquello que lo que al sujeto se le escapa: una dimensión
incontrolable, inalcanzable, fuera del conocimiento, que está marcando, cautivando, que
seduce (como diría Bataille) todo el tedioso discurso de la centralidad del Sujeto y con ello
el Saber, del Libro, en fin, el discurso de la Verdad…? ¿No caemos inevitablemente en ese
abismo peligroso que retorna una y otra vez a la imagen del ser como único e ilimitado
concepto de conocimiento? ¿El reconocimiento de la firma, del nombre propio, de la
identidad, no es sino desde la distancia que supera la relación entre escritor y “su” obra, es
decir, no es la acción del escritor, del individuo, en última instancia, del Sabio, sino la
separación y ruptura del soporte material, la escritura, la huella con el Libro, el logos, la
razón?

Este nuevo juego que engendra la desactualización del sujeto, su pérdida, la


podemos encontrar en la obra de Diego de Torres Villarroel, Vida. Su constante
manifestación sobre el desinterés a perpetuarse, como autor, dejando una huella –
fundamental, necesaria- en el mundo; desintegra la aseveración del ideal humanista, el
discurso kantiano del sujeto como centro de la experiencia y la razón. Torres de Villarroel
hace de su Vida la experiencia misma de la muerte de toda intensión a consagrarse, a
Nombrarse. Hace de la experiencia una no-experiencia. (…) “para nada me importa que
se sepa que yo he estado en el mundo.”ii Esta manera en que el autor relata
acontecimientos de la vida de un loco- o sea, uno como cualquiera- iii, instala la posibilidad
de borrar la presencia que existiría tras la huella; es la burla al pensamiento clásico
occidental que se sustenta en la lógica binaria, burla a la más íntima tradición platónica
sobre el mundo de las ideas, en que el significante es el signo, es la palabra en la pura
apariencia y el significado su esencia, la idea perfecta, que no participa de este signo, sino
más bien le antecede, es su Verdad. Si en Vida se expulsa toda maniática tentativa de
subsistir, de conservarse –no sólo después de su muerte, sino en las mismas obras que
escribe- el reconocimiento se desfigura, la experiencia transmitida no sustenta la idea del
sujeto, la reflexión occidental cartesiana del cogito ergo sum se desploma, ya no hay
alabanzas porque no hay a quién alabar,iv y tampoco a qué, ya que la obra desaparece como
obra única e imperecedera. La división normativa del sujeto y del objeto se descompone, se
deconstruye (Derrida).

El estilo, si así podemos llamarlo, transgresivo de la autobiografía v pone en


vacilación la consideración sobre el acto de nombrar, de referir. Si bien, en un momento de
la obra, Torres Villarroel se muestra como portador único de la intensión de la escritura,

Lo que yo sospecho es que si este estilo produce algún interés, lo lleva solo el que escribe,
porque el muerto y el lector pagan de contado; el uno con los huesos que le desentierran, y
el otro con su dinero. (…) Descansen en paz los difuntos, los vivos vean cómo viven y viva
cada uno para sí, pues para sí solo muere cuando muere.vi

estará en todo el transcurso de la obra criticando la actitud de soberanía ante cada discurso.
Hacer uso del nombre – en el caso de los escritores eclesiásticos como Feijóo, el acto de
nombrar es doble: se escribe en nombre de Dios, y esa potestad de escribir está en el
nombre del autor y su reconocimiento, lo que conlleva a un doble asesinato: el nombre de
Dios y el nombre del autor (que de alguna manera se resuelve en un mismo movimiento en
contra de la lógica del soberano) - es producir una deuda eterna, un contrato indefinido, un
deber; es la ética del don que pertenece al lugar de lo otro. O sea que cuando nombro, y
digamos aquí, cuando me nombro, necesito que esto sea y suceda por otro, por ejemplo, el
lector de la autobiografía. Que ‘yo’ exista como un nombre no es a causa de un poder
legítimo de auto-nombrarme, sino del acto contrario de ceder ese nombre. Esta política, de
alguna forma, sacrificial, -y que no deja de ser paradójica en exceso- no dice otra cosa que
esto: si me hallo en la necesidad de nombrarme, de referirme con un nombre y con ello
anticipar el reconocimiento de los otros hacia mí a través de tal nombre, es más para
crear un disfraz (bajo el que se ocultaría otro disfraz) que para sustentar una identidad, una
esencia representada por el nombre. Responder al nombre, en nombre del nombre, me
permite constituirme como otro nombre, y el otro también tiene la garantía de constituirse
desde el nombre. Pero, por otro lado, me sirvo justamente de ese responder por el nombre
para someterme al disimulo, a la lógica de las máscaras.vii

Concluyendo, podemos notar esta principal actitud que vamos a enfrentar en la


época de la modernidad, en la que el humano querrá consagrarse bajo la categoría de sí
mismo, como estatuto legítimo de soberanía ante la realidad, pensada desde el
conocimiento y con ello todas las distintas disciplinas: la literatura, el arte, las ciencias,
etc., se verán inmersas indiscutiblemente en la tarea de consolidar la imagen de lo humano
y con ello toda su actividad. Pero al volvernos efectivamente sobre esta misma tarea, esta
misma iniciativa mediática de la construcción total del sujeto y su obra, caemos bajo una
sombra que nos empuja a la ruina, al fragmento, a la ruptura como el sustento –irónico- de
la condición humana. En el margen de la literatura, lo escrito no existe sino para corromper
el trabajo de linealidad, de historicidad que contemplaría cada acontecimiento del mundo
y los situaría, los clasificaría, lo registraría en la biblioteca pasiva, inflexible. La huella será
inscrita, una y otra vez, bajo la condición de su propia borradura, porque el original dejó de
presentarse, ante la insistencia de la exhibición, ante esta teoría de la histeria- de la que hoy
estamos bombardeados por todas partes-, ese existir sólo y únicamente a través de la
presencia, la vida del espectáculo, la inquietud pornográfica que nos asecha ante la pérdida
del significado y del sentido. Con esto, para terminar, retomo –y retorno- al poema de una
voz singular, rupturista, polémica en su diferencia y excentricidad, de La Colorinaviii, Stella
Díaz Varín –y no como un consuelo ante una pérdida, sino todo lo contrario, como un
festejo ante la destrucción de aquello que se ha perdido: el Sentido.
LA PALABRA

Una sola será mi lucha


Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez...
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros cómo mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.
Bibliografía

Beckett, Samuel. Detritus. Tusquets Editores, Barcelona, 1978.

Blanchot, Maurice. La ausencia del libro. Ed. Caldén, Buenos Aires, 1973.

Borges, Jorge Luis. El hacedor. “Borges y yo”. Ed. Emecé, Buenos Aires, 1960.

Derrida, Jacques. De la gramatología. Ed. De Minuit,

-. La filosofía como institución. “Nietzsche: Políticas del nombre propio”. Juan Granica
Ediciones, Barcelona, 1984. Edición digital de Derrida en castellano.
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/nietzsche_nombre_propio.htm

Díaz, Stella. Los Dones Previsibles. Ed. Cuarto propio, Santiago,1992

Feijóo, Fray Benito Jerónimo, Teatro crítico universal. Ed. Real Compañía de Impresores y
Libreros, Madrid, 1769.

Foucault, Michel. El pensamiento del afuera. Ed. Pre-textos, Valencia, 1989.

-. Historia de la Sexualidad I. La voluntad de Saber. “Derecho de muerte y poder sobre la


vida” Siglo XXI Editores, 1976.

Heredia y Ampuero, Antonio. El estudiante preguntón. Madrid 1729. Edición digital de


Biblioteca Feijoniana: del proyecto Filosofía en español.
http://www.filosofia.org/bjf/imp/1729eles.htm

Kant, Immanuel. ¿Qué es la Ilustración? Ed. Nova. Buenos Aires.

Mañer, Salvador José. Anti-Teatro Crítico sobre el primero, y segundo tomo del Teatro
Crítico Universal. Tomo primero: Voz del Pueblo. Madrid, 1729. Edición digital de
Biblioteca Feijoniana: del proyecto Filosofía en español.
http://www.filosofia.org/bjf/imp/smat1.htm

Torres Villarroel, Diego. Vida. Ed. Fundación Salamanca Ciudad de Cultura. 1743
NOTAS
i
Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración? (1784) Ed. Nova. Buenos Aires.
ii
Diego de Torres Villarroel, Vida, Introducción p.59. Ediciones de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.
iii
Es interesante la forma en que el autor tiende a referirse a sí mismo, al mismo tiempo que dice sobre los otros
(particularmente como escritores): “Yo (…) un hombre loco, absolutamente ignorante y relleno de desvaríos y
extrañas inquietudes.” Y en relación a los otros: “(…) en cuanto a necios, vanos y defectuosos, no nos quitamos
pinta.” Nacimiento, crianza y escuela, p 83.
Y en otro momento escribe: “(…) en un mismo día me siento con inclinación a llorar y a reír, a dar y a retener, a
holgar y a padecer, y siempre ignoro la causa y el impulso de estas contrariedades. A esta alternativa de
movimientos contrarios he oído llamar locura. Y si lo es, todos somos locos, grado más o menos; porque en
todos he advertido esta impensada y repetida alteración.” Trozo tercero, p 114.
iv
Sobre este asunto, Michel Foucault, en su ensayo “El pensamiento del afuera”, trabaja el descentramiento del
sujeto como el principio del (su) lenguaje. El enunciado ‘Yo Hablo’ sólo existe en el tránsito temporal de su
enunciamiento, haciendo de todo lo que lo sustenta un vacío; y si el habla, el lenguaje, la palabra se limita
solamente a esta condición del ‘Yo Hablo’, entonces no posee ya límite alguno y deja de ser un discurso con
Sentido. Sólo queda por expulsar la responsabilidad del sujeto ante este lenguaje desplegado en la infinitud, en la
ausencia del significado como referente último -y primero. Michel Foucault, El pensamiento del afuera. Ed.
Pre-textos, Valencia, 1989.
v
La noción misma sobre lo biográfico, específicamente lo auto-biográfico, nos pone en discusión sobre el
terreno de lo que revela el auto-nombrarse: posicionarse en el lugar de lo nombrado, siendo el nombre algo otro
en relación a lo que nombra, es decir, la referencia a la pura diferencia.
vi
Diego de Torres Villarroel, Vida, Introducción p.61 Ed. Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.
vii
Sobre esta cuestión de la paradoja del nombre y la deuda con el otro, ver el capítulo Nietzsche: políticas del
nombre propio. J. Derrida. Barcelona, 1984.
viii
La colorina es el nombre con que se reconocía a la poetiza de la generación del 50’ en el mundo clandestino,
bohemio y suburbano chileno. Hago una referencia a su obra –pese a la contradicción que esto advierta- ya que
ésta se desmontó en el ejercicio violento de transformar la imagen del oficio del poeta desmitificándolo,
denunciando las carencias de su labor. Y desde sus versos- y por supuesto su actitud ante la vida- abrió la
condición del lenguaje en vistas de temas como la muerte, la soledad, la ausencia…

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