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La palabra trabajo -o sus equivalentes- tiene un origen remoto, pero su ámbito de
significación ha experimentado variaciones importantes a lo largo de la historia. Por eso
no resulta muy útil hacer análisis etimológicos. Aún hoy, lo significado con esa palabra
es tan variado que no parece pertinente tratar de establecer una definición precisa!
La palabra trabajo deriva del vocablo latino trabs (traba, dificultad), resaltándose así
el carácter oneroso que reviste. Una definición real, sin embargo, no resulta inmediata,
dado que este concepto puede enfocarse desde muy diversas ópticas, económicas,
jurídica, sociológica, filosófica, entre otras.
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Para continuar nuestro análisis del trabajo en relación con las palabras de la Biblia,
en virtud de las cuales el hombre ha de someter la tierra, hemos de concentrar nuestra
atención sobre el trabajo en sentido subjetivo, mucho más cuanto lo hemos hecho
hablando acerca del significado objetivo del trabajo, tocando apenas esa vasta
problemática que conocen perfecta y detalladamente los hombres de estudio en los
diversos campos y también los hombres mismos del trabajo según sus especializaciones.
Si las palabras del libro del Génesis, a las que nos referimos en este análisis, hablan
indirectamente del trabajo en sentido objetivo, a la vez hablan también del sujeto del
trabajo; y lo que dicen es muy elocuente y está lleno de un gran significado.
El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como "imagen de (ios" es
una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional,
capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el
hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones
pertenecientes al proceso del trabajo; éstas, independientemente de su contenido
objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su humanidad, al
perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en virtud de su misma
humanidad.
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Por naturaleza misma de las cosas, la persona humana es superior al trabajo que
realiza, y a los resultados que con él obtiene. (e ahí que el primer objetivo del trabajo
humano es el mismo hombre que trabaja; no esta el, supeditado a su trabajo, sino al
revés.
Al ser el hombre una persona es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera
programada y racional, capaz de decir acerca de si y que ha de realizarse a si mismo,
hemos de afirmar que el hombre es el sujeto del trabajo.
El hombre como sujeto del trabajo, nos conviene tocar, al menos sintéticamente,
algunos problemas que definen con mayor aproximación la dignidad del trabajo
humano, ya que permiten distinguir más plenamente su específico valor moral. Hay que
hacer esto, teniendo siempre presente la vocación bíblica a "dominar la tierra", en la que
se ha expresado la voluntad del Creador, para que el trabajo ofreciera al hombre la
posibilidad de alcanzar el "dominio" que le es propio en el mundo visible.
Las fuentes de la dignidad del trabajo han de buscarse (antes que en la calidad o
importancia de lo producido) en la dignidad de la persona humana que trabaja. (icho
con otras palabras un trabajo es digno no tanto por su dimensión objetiva (lo realizado),
sino por su dimensión subjetiva (quien es el que lo realiza).
Lo anterior no quiere decir que el trabajo humano desde el punto de vista objetivo
carezca de valor. Si quiere decir que el primer fundamento del valor del trabajo es el
hombre mismo, sujeto.
La finalidad del trabajo aunque sea el más sencillo, el más monótono, el más
corriente en la escala común de valorar, e incluso el que mas margina es siempre el
hombre mismo.
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El trabajo no solo expresa la dignidad del hombre, al situarlo por encima de todo el
resto físico, al cual domina, sino que, además, ha de servir para aumentar esa dignidad,
proporcionando a l individuo el medio propicio en el que desplegar las potencialidades
de su naturaleza humana.
En este ámbito se sitúa la enseñanza del Beato José maría Escrivá de Balaguer,
fundador del Opus (ei, cuyo mensaje puede sinterizarse en que el trabajo humano es
ocasión y medio de santidad para el hombre. El trabajo nace del amor, manifiesta el
amor se ordena al amor. Reconocemos a (ios no solo en el espectáculo de la
naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo.
El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por (ios en
la tierra, amados por El, herederos de sus promesas.
El trabajo es un don de (ios, un bien para el hombre, aunque lleve consigo el signo
de un bonum arduum, según la terminología de Tomas de quino. Muchas veces es
también un bien placentero, que colma de satisfacciones íntimas al individuo que labora.
Pero, en todo caso, es un bien digno, e s decir, adecuado a la dignidad del hombre: un
bien que expresa esa dignidad, y que la aumenta.
Por ello, la laboriosidad es una virtud, ya que la virtud como actitud moral es aquello
por lo que el hombre llega a ser bueno como hombre.
La acción sigue al ser de las cosas, el trabajo, por mas operativo que resulte su
ámbito laboral, ha de lograr siempre un nivel de racionalidad (o nivel directivo)
adecuado a la norma personalista que subyace en toda realidad humana. Esa
racionalidad puede desplegarse a tendiendo a las siguientes consideraciones:
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Es obvio que para la humanidad en general existe el deber del trabajo: sin el. Los
hombres no subsistiríamos. Y como hay la obligación moral de conservarse o
mantenerse en la vida, es preciso afirmar que existe, por lo tanto, el deber humano del
trabajo. Pero también es cierto que la especie humana puede subsistir sin que todos los
hombres trabajen. Se habla del humano como un deber en cuanto reviste una triple
razón de justicia:
El primer y más importante desafío de una «ética del trabajo» se juega, pues, en el
corazón del hombre. El reconocimiento agradecido del (ios creador, el amor a (ios y la
obediencia a sus designios, implica afirmar radicalmente la dignidad del trabajo, por el
que el hombre, a imagen del mismo (ios, es llamado a «cultivar» y a «dominar» la
tierra, descubriendo y usando razonablemente los recursos que la creación le ofrece (Gn
1,28).
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Ya que el hombre tiene el deber del trabajo, el correspondiente derecho no puede ser
algo meramente positivo, es decir, no debe su existencia a que la autoridad lo
reconozca.
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El trabajo humano tiene un valor ético; quien lo lleva a cabo es una persona, un
sujeto consciente y libre, un sujeto que decide por sí mismo. Para la edad antigua, el
trabajo que exigía el uso de los músculos y de las manos era considerado indigno de
hombres libres y relegado a los esclavos. El cristianismo cambia esta óptica, empleando
contenidos del Antiguo Testamento y partiendo tanto del mensaje evangélico como,
sobre todo, del hecho de que el Mesías el Cristo, que siendo (ios se hizo hombre,
dedicó la mayor parte de los años de su vida terrenal al trabajo manual junto al banco
del carpintero.
El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. El trabajo
está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. Es verdad que los
trabajos realizados por los hombres pueden tener un valor objetivo más o menos grande,
pero lo que hay que poner en evidencia es que el trabajo se mide sobre todo con el
metro de la dignidad del sujeto mismo del trabajo, o sea del hombre, de la persona que
lo realiza. La Finalidad del trabajo es siempre el hombre.
Como norma general, y por principio, lo primero que debe afirmarse es que ningún
beneficio del empresario es legitimo si no se da una renumeraciòn suficiente a los
trabajadores.
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Al hablar de matrimonio resulta siempre ilícito utilizar a una persona como simple
medio. Insistimos ahí que la referencia adecuada de una persona a otra se establece
nunca en el uso de una por otra, sino en el amor que debe regular las relaciones entre
ellas, en la consideración de fin que en si misma conlleva la noción de persona.
Lao mismo ocurre en las relaciones de negocios. Pero sin olvidar que el termino
amor no ha de confundirse con un sentimiento exaltado a la par de empalagoso, o con el
ejercicio de unas funciones meramente biológicas.
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O La autonomía absoluta del hombre respecto a (ios a las leyes morales objetiva
(sin considerar la dependencia de ellas, afirmada por la recta antropología)
O El individualismo radical, y las motivaciones basadas en el exclusivo provecho
individual (en contra del principio de solidaridad y el reconocimiento de los
derechos de los demás hombres).
Por ello, aunque sea bueno el mecanismo de la economía de mercado, si se maneja
solo con base en la ideología liberal, no siempre esta economía contribuye al bien del
hombre. En otras palabras, la ³mano invisible´ que establecía Adam Smith, fundador
del capitalismo, no permite concluir que el merado sea en si mismo un mecanismo
rectificados, capaz de hacer socialmente buenos los efectos de acciones moralmente
malas.
Si los valores e ideas de quienes intervienen en dicha economía no son correctos, las
instituciones, normas y organizaciones acabarán degenerando y siendo dañinas para el
hombre al fin y al cabo, como en todo, quien marca la pauta ética es la persona humana,
independientemente del mecanismo la economía de marcado no es la panacea que todo
lo resuelve.
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Milan Hildelmayurith C.I. 15.285.382
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$Argenis Arrieche
;$ Ética y (ocencia