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Una estrategia vital

Ezequiel Gatto

En las condiciones actuales es tal vez más difícil que nunca concebir la creación -o los actos
creativos- como portadores de poderes disruptivos en relación a las formas de la dominación social.
Cierto sueño del arte hace algunos años ha sido despedazado por la estricta y acechante vigilia del
mercado que ha sido notablemente capaz de montarse sobre los flujos artísticos (que desbordan la
institución-arte).
Caminando, como si se dijera, obscenamente, de la mano del trabajo esclavo aparece un
inmenso -y vital- sector de trabajo donde las capacidades creativas son solicitadas de una manera
impensable para el imaginario económico dominante hasta, quizá, entrados los años 70 (con
excepciones). Es entonces cuando, por diversas vías, se destila una nueva forma de dar órdenes y
una nueva forma de obedecerlas en el campo de la producción de valores. Una forma imperativa
que se desentiende de lo funcional y exhaustivo (en términos mundanos: de la tarea “en sí”) para
enfocar en una dimensión genérica, ambiental. Ambiental y paradójica, se oye la orden: sé creativo.
La creatividad aparece como una rebeldía inherente a la lógica capitalista. Su modo interno de
rebelión.
Esta centralidad de la creación por sobre la tarea provoca -y da cuenta- de un
desplazamiento en las estrategias del poder económico (de su constitución, duración y, más aún, de
su viabilidad). La tarea, sus límites pautados, preestablecidos, su mecánica solidaridad con otras
tareas tenía en la represión su contracara y condición de posibilidad. Hoy, salvo en un nivel muy
vago de retórica, es difícil sostener la universalidad de la represión en contextos laborales.
Insistimos, su universalidad no su existencia. Al contrario, es notable el incremento de estímulos y
condiciones para que la represión no pueda acaecer.
Al cambiar este aspecto se visualiza un cambio correspondiente en las formas de resistencia,
antagonismo y alternativas sociales. Si en un contexto laboral represivo la retórica política de la
creación funcionó, como en los años 60, como referente de construcción de otro tipo (en otros
términos, cierta politicidad disruptiva se inscribía en el acto creativo mismo) hoy, a priori, cualquier
acto creativo está disponible para su valorización mercantil. Estrictamente cualquiera.
La velocidad de captura del mercado ha llegado a un punto tal que sucede en simultáneo
(cuando no se anticipa) a la creación social. Pensemos, por ejemplo, en las experiencias
contraculturales de los 60, que llevaron algunos años para ser procesadas, mientras que en la
actualidad parece imposible siquiera pensar en una frontera exterior al dominio mercantil-capitalista
de los intercambios sociales.
Es esta velocidad y aquella falta relativa de represión la que nos hace preguntar por el valor
disruptivo de la creación en otros términos. Términos que asumen aquella disponibilidad como un
territorio de conflictos permanentes, y de múltiples niveles, donde ya no se trata de denunciar o
resistir la represión sino de disputar (bio)políticamente aquella disponibilidad. A esa disputa
llamaría yo “batalla de la gestión”. Si la creación abunda, se trata de construir lugares, formas
organizativas, lógicas de gestión que puedan modular la creación hacia destinos no saturados de
valoración capitalista.

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