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“Certeza, mujer y oralidad” 1

Juan José Arreola siempre tuvo una relación tensa con la figura de la mujer tanto
en su literatura como en su vida privada y aun imaginaria. La mujer es al mismo
tiempo repulsiva y atractiva: el autor se siente fatídicamente atraído. Todas las
mujeres son “rosas inermes” o “flores carniceras”, cuyos pétalos funcionan como
goznes de captura.

Óscar Wilde (1854-1900) decía que sólo se mata lo que se ama. En los
últimos años Arreola fue acosado por una crítica constante que lo tildaba de
misógino: algunos cuentos son recetas de cómo matar a la mujer amada: “Tome
en sus brazos a la mujer amada y extiéndala con un rodillo sobre la cama…
después se recomienda embestir de frente sobre la nuca para que no pueda oírse
un monosílabo (“Para entrar en el jardín”, 1971), en otros textos como “Profilaxis”
(1971) el narrador anuncia: “Como es público y notorio, las mujeres transmiten
vida. Esa dolencia mortal”. Es cierto que sus páginas se habían ido haciendo más
cortantes contra el eterno femenino. Pero también cabe señalar que existe una
contradicción que salta a la vista entre la praxis burlesca de su prosa inventiva y
los comentarios edificantes del autor vertidos en revistas y desde los púlpitos
mediáticos. En diálogos con su coterráneo, Emmanuel Carballo deslizaría casi
confidencialmente que en ella “veneraba la fuente última de la sabiduría, la puerta
de reingreso a la sabiduría”. Pero el lector no puede olvidar que su literatura está
sembrada de mujeres que acechan al hombre como “la araña inmóvil en su tela”.
“El hombre enamorado pierde sus rasgos, se vuelve coloidal y gelatinoso porque
se está diluyendo en la mujer”.

En los textos de Arreola la figura de la mujer está vinculada a la


imposibilidad del matrimonio en cuanto institución. En “La vida privada” (1947), el
marido se complace en observar hasta el mínimo detalle, la transformación
radiante de su mujer, la reacción de los que lo rodean, y un sentimiento de víctima
de cuyo gozo, él mismo no sabe prescindir y saborea un desenlace que no llega.
Como en las cajas chinas la esposa y su amante son parte de la obra de teatro La
vuelta del cruzado, que interpreta sintomáticamente al amante y la amada, y que
es como un preludio del desenlace inevitable que todos ven sin poder cambiar el
curso de la historia.

Para nadie es un secreto que Juan José Arreola fue tentado por las mujeres
y ya casado, sostuvo relaciones con escritoras talentosas como Elena
1
Adolfo Castañón & Nelly Palafox, “Certeza, mujer y oralidad”, en Para leer a Juan José Arreola,
México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008, pp. 66-67. Los primeros dos párrafos
del texto corresponden a la página 66; mientras que los últimos tres, a la 67.
Poniatowska, quien escribió Meles y Teleo (apuntes para un comedia) (1956) una
pieza hilarante sobre su experiencia cercana con el autor. A la manera de Las
nubes de Aristófanes (424 a.C.), Poniatowska hace burla de la imposibilidad de
ser leído en un país en el que los escritores son casi los únicos lectores.

Otra escritora que siguió a Juan José Arreola años más tarde es Tita
Valencia (1938), quien en Minotauromaquia (1976) hace un autorretrato
despiadado del tipo de relación peligrosa que podía sostener este mago de la
palabra con sus interlocutoras. El eterno femenino nunca dejaría de ser un motivo
dominante en la vida y en la obra de nuestro autor.

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