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ALDO ROSSI: UN CLÁSICO HETERODOXO DE LA ARQUITECTURA DE HOY

(original publicado en Nuestro Tiempo, n. 522, pp. 102-108; año 1997.

Cuando el día 4 del pasado mes de septiembre Aldo Rossi fallecía como consecuencia de un accidente
de tráfico en un hospital de Milán, su ciudad natal, el arquitecto milanés era considerado ya, desde hacía
años, un clásico del siglo XX, su lamentable desaparición a los 66 años de edad, acrecentará
paradójicamente su presencia en la arquitectura actual. Se trata de un clásico -no porque lo sean sus
formas arquitectónicas, que él extrae de la arquitectura de siempre por medio de unos tipos en los que
su impronta autobiográfica es patente-, sino porque aparece en la cultura arquitectónica como una
referencia inevitable.
Para los arquitectos que se formaron en las aulas universitarias al calor del mayo francés, este -
entonces- joven e inconformista arquitecto era al mismo tiempo un modelo y un mito. Proporcionaba un
modo nuevo de ver la ciudad y la arquitectura, proponía un proyecto colectivo, la necesidad de descubrir
y evitar los errores e ilusiones de la Arquitectura Moderna. Hablaba con respeto de los Maestros -Le
Corbusier, Gropius-; con veneración de sus profesores -Rogers, Quaroni, Samonà-; descubría
arquitectos que habían quedado parcialmente ocultos -como Loos o Boullée-; pero , ante todo, transmitía
una gran pasión por la arquitectura, y la convicción -avalada por su trabajo- de que era preciso unir
teoría y proyecto.
No cabe duda de que Aldo Rossi no era lo que se podría llamar un arquitecto popular; no ha estado,
desde luego, entre la media docena de nombres que toda la opinión pública conoce. Sin embargo, no
podemos olvidar que recibió en 1990 el premio Pritzker -¿es necesario y pertinente recordar que este
galardón viene considerado como el nobel de arquitectura?-, y resulta oportuno recordar que el debate
producido por su bloque en el Gallaratese milanés (1967-1974), por su ampliación del cementerio de
Modena (1971-1984), o por su construcción flotante del Teatro del Mundo para la Bienal de Venecia de
1979, saltaron a las páginas de la prensa diaria.
Ahora, cuando su desaparición abrirá necesariamente un periodo de reflexión sobre su obra merece la
pena recordar especialmente lo que supuso su obra teórica, pues sólo desde ella adquiere todo su
sentido sus proyectos y obra construida. Como ha escrito Carlos Martí -uno de sus mejores
conocedores, y propagadores a través de la revista catalana 2C Construcción de la ciudad-, “hoy se
tiende a identificar a Rossi con algunas sus imágenes emblemáticas, sin reparar apenas en el hecho de
que su labor intelectual constituyó el verdadero epicentro de un movimiento que conmovió los cimientos
de la arquitectura europea”.

LA ARQUITECTURA DE LA CIUDAD
Cuando en 1966 apareció en Italia su obra teórica más importante, La arquitectura de la ciudad, pocos,
fuera de los habituales lectores de Casabella, conocían a su autor. Desde sus años de estudiante venía
trabajando en la redacción de esta prestigiosa revista de arquitectura italiana, y en ella había publicado
diversos ensayos de crítica e historia de la arquitectura. Sin embargo, nada comparable al inmediato
éxito alcanzado por su libro, su recepción por la cultura italiana no fue fácil ni unívoca, pero se convirtió
en una referencia obligada en el debate arquitectónico.
Los proyectos de arquitectura de Aldo Rossi, de los siguientes años, incluyendo al menos los realizados
en la década de los setenta, se dirigen -como hizo notar en su momento Rafael Moneo- a mostrar su
teoría, a poner de manifiesto las consecuencias de su concepción arquitectónica y urbana, al mismo
tiempo que le proporcionan la oportunidad de precisar esa teoría. Pues, y éste fue siempre su
convencimiento: teoría y proyecto no son dos realidades distintas, “cuando proyectamos conocemos -
escribió- y cuando nos aproximamos a una teoría de la proyección, a la vez definimos una teoría de la
arquitectura”.
Son los años en que proyecta y construye en Italia los edificios a que antes nos hemos referido.
Presentar las realizaciones del arquitecto milanés a partir de aquellas fechas es tarea que excede el
marco de este artículo, pues exigiría contrastar la evolución de su poética con las posibilidades abiertas
por su teoría; y explicar el mismo obscurecimiento de su teoría por su obra construida. Baste recordar, al
menos, que ha construido prácticamente en todo el mundo, y que desde Estados Unidos a Japón, de
Hong-Kong a Buenos Aires, ha dejado muestras de su arquitectura
Es necesario, sin embargo, referirse a la influencia que La arquitectura de la ciudad ha tenido, y todavía
tiene, a veces de un modo no del todo consciente, en la arquitectura de este final de siglo: diecinueve
ediciones en ocho idiomas -entre ellos el húngaro y el griego- hablan ya de su difusión. Se trata de un
texto construido sobre una proposición audaz y no ingenua -como algunos detractores, con
superficialidad o prevención, han querido ver-, la de considerar a la ciudad como una gran arquitectura.
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Frente a tantos estudios sociológicos y políticos sobre la ciudad, que llenaban las bibliotecas de los
estudios y las escuelas de arquitectura de aquellos años, Rossi propone un estudio plenamente
arquitectónico de la ciudad, sin que esto suponga de ningún modo, un enfoque meramente formal.
No hay que perder de vista, como ya se ha hecho notar, que la teoría de Aldo Rossi se presenta en los
años en que la revolución cultural del 68 se extiende por Europa, es más se difunde en el escenario
ocupado por la revuelta estudiantil; el mismo sufrió en 1969, con otros docentes de la Facultad de
Arquitectura de Milán la separación de la enseñanza por parte del Ministerio italiano. Su discurso,
vertebrador de aquel grupo de arquitectos italianos que, desde mediados los sesenta, constituyeron la
Tendenza quería romper con los falsos mitos del pasado inmediato, aunque no estaba dispuesto a
abandonar los ideales de la modernidad. Ante todo se enfrenta a la disolución de la arquitectura, esa
situación que -parafraseando el escrito de Marx contra Proudhon- denunciaría como la miseria de la
arquitectura moderna, pretendiendo desvelar así su equívoco carácter revolucionario, que no sería más
que otra manifestación de socialismo pequeño burgués.

ENTRE PROFESIONALISMO Y REVOLUCIÓN


Para superar esa misería, sería era preciso salvar el falso dilema establecido en el ambiente
arquitectónico de la época entre profesionalismo y revolucionarismo. El profesionalismo no sólo había
aceptado el carácter pluridisciplinar del urbanismo, sino que reducía el papel de la arquitectura a la mera
respuesta mecanicista a los problemas sociológicos, técnicos y políticos que la realidad dada le
presenta. Así el funcionalismo más rancio, oculto quizá en las sofisticadas versiones de la
plurifuncionalidad, parecía querer justificar el abandono de la intencionalidad estética; como si la belleza
fuera mero y necesario resultado de la resolución -por otra parte nunca satisfecha- de los problemas
técnicos.
No muy distinto era el resultado que podía esperarse del revolucionarismo, en cuanto su compromiso
político -su salto a las barricadas de la lucha urbana- no encerraba una concepción de la arquitectura
realmente distinta de la preconizada por el profesionalismo: "para la mala arquitectura -escribiría Rossi
unos años después- no hay ninguna justificación ideológica, como no la hay para un puente que se
hunde".
Pero hay también en la percepción de la crisis, un rechazo al experimentalismo y al capricho; la
convicción de que la arquitectura no debe dar la espalda a la ciudad presente, no puede desertar ante la
realidad urbana, refugiándose en las promesas de lo nuevo. Por el contrario, es en la ciudad -en la
ciudad existente, a pesar de sus errores-, donde pueden encontrarse los fundamentos de la arquitectura.
Precisamente esta aparente sencillez de su planteamiento -para cualquier profano de la arquitectura, la
ciudad es precisamente esto, arquitectura: es decir, casas, calles y plazas- puede ser el motivo que le ha
privado de un merecido relieve en la opinión pública. Sin embargo, la elección de Rossi no es simple, y
está cargada de consecuencias, se trata de entender al arquitectura “como una creación inseparable de
la vida civil y de la sociedad en que se manifiesta”; así entendida la arquitectura pone de manifiesto su
naturaleza colectiva, se trata de una disciplina que se ha ido formando a lo largo de la historia, y cuyo
conocimiento ha de extraerse del ámbito donde esa arquitectura se realiza, de la ciudad.
Este es el sentido que adquiere, en su teoria y en su trabajo como arquitecto, el tipo: "podemos decir -
escribe- que el tipo es la misma idea de la arquitectura; lo que está más cerca de su esencia. Y por ello,
lo que, no obstante cualquier cambio, siempre se ha impuesto 'al sentimiento y a la razón', como
principio de la arquitectura y de la ciudad". El tipo se descubre en la ciudad, en la arquitectura de la
ciudad, al identificar unas formas arquitectónicas bien precisas, que se mantienen como constantes por
encima de los cambios -de lo accidental- a través de épocas y estilos.

CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD Y DE LA ARQUITECTURA


Sin embargo, no puede confundirse el tipo con la mera forma, con la geometría. Los tipos sólo pueden
identificarse eficazmente si se indaga y entiende la racionalidad que ha sostenido la construcción de la
arquitectura y de la ciudad a lo largo de la historia. Racionalidad que, desde la filosofía dialéctica que
sostiene esa investigación, no puede considerarse previa a la construcción de la ciudad, sino resultado
de esa misma construcción. Paralelamente el hombre crea la ciudad y la arquitectura; por medio de la
arquitectura construye la ciudad y al hacerlo construye también la propia disciplina. En ambas
construcciones interviene el hombre individual, pero son realizadas por la colectividad.
Sólo a la sociedad humana le es permitido alcanzar la construcción completa de una y otra realidad; sin
la vida de la colectividad, ni la ciudad ni la arquitectura son posibles. El carácter eminentemente social
de la arquitectura queda así de manifiesto, sin que esto suponga negar la existencia de un ámbito para
lo personal -para lo autobiográfico como gustaba decir a Rossi-. No obstante, no es difícil percibir la
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incapacidad que su teoría presenta para explicar esa misma construcción de la ciudad y de la
arquitectura: una cosa es describir el proceso, y otra explicar el porqué y para qué de ese proceso, o lo
que es lo mismo qué cosa es la arquitectura.
En efecto, en su teoría la arquitectura queda reducida a simple proceso racional y colectivo en que la
causalidad final u originaria no tiene ningún campo de acción. Se trataría -en coherencia con el
pensamiento marxista que acompaña la investigación- de un proceso histórico, necesario e
inmodificable, en el que la libertad queda identificada con la conciencia de la esa necesidad. De este
modo la disciplina arquitectónica debería ser asumida por el arquitecto como una realidad dada y
autosuficiente, en que los juicios de valor se han de limitar al examen de su coherencia interna -a la
conciencia de la necesidad del proceso constructivo-, una coherencia que no puede confrontarse con los
objetivos perseguidos, y en la que la libertad queda reducida a la dimensión poética y autobiográfica.
Frente a esta concepción es preciso afirmar que, aun cuando este proceso constructivo intervenga
decisivamente en la definición de la arquitectura, no puede pretender eliminar la existencia de un
supuesto previo sobre el que actúa: una realidad que sostiene ese proceso al mismo tiempo que es
modificada o precisada por él. Por el contario, la identificación rossiana del tipo con la esencia de la
arquitectura, conduce a una arquitectura reducida a su esencia, pero además a una esencia
desencarnada, especialmente abstracta -a pesar de su vigorosa formalización- y parcial. De este modo
la convivencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo racional y lo subjetivo, se hace especialmente
difícil, aunque es preciso reconocer que esa misma tensión contiene una espléndida carga poética.

EL SENTIDO DE LA ARQUITECTURA
En todo caso, el discurso rossiano muestra la existencia en la arquitectura de un núcleo indisponible que
hace ilegítima la aceptación de una racionalidad impuesta despóticamente desde el exterior. Con Rossi
se debe admitir que en la arquitectura existe -de modo similar a como sucede en la lengua- la dificultad,
o aun la imposibilidad, de alcanzar una explicación satisfactoria de su origen. Sin embargo, esta
circunstancia no autoriza a rechazar una indagación acerca de su sentido: del sentido de la arquitectura,
y del sentido y motivación de sus precisiones tipológicas a lo largo de la historia. En definitiva, el carácter
convencional de la arquitectura no supone su arbitrariedad, y es precisamente la realidad humana y
social -las necesidades materiales y espirituales, los condicionantes técnicos y culturales- lo que
sostiene y explica el proceso de construcción de la ciudad.
Una comprensión adecuada de este proceso constructivo de la ciudad y de la disciplina arquitectónica
ha de tener en cuenta los elementos sobre los que actúa: la naturaleza social del hombre, sus
necesidades de habitación, y la trama cultural producida. Es precisamente el olvido de estos elementos
lo que vuelca el discurso rossiano hacia un racionalismo encerrado, paradójicamente, en un dorado
aislamiento; de este modo queda asegurado lo autobiográfico pero a costa de sofocar la dimensión
generalizadora y dialogante de lo racional. Sólo un entendimiento global de esa realidad compleja -en
que convive necesidad, proceso y resultado- permitirá aunar en la arquitectura los componentes
racionales y los subjetivos, alcanzando así una racionalidad flexible, una racionalidad capaz de sostener
la pluralidad que las poéticas personales actualizan.
Más allá de las filias y fobias que su trabajo ha producido en el mundo profesional y académico; más allá
también de sus limites teóricos y prácticos -puestos éstos especialmente de manifiesto en sus últimos
trabajos, cuando la fuerza mimética de sus imagenes le alcanzó a él mismo-, la enseñanza y virtualidad
de la teoría de Aldo Rossi resulta patente. El mostró un nuevo modo de considerar la relación vital que
une la arquitectura a la ciudad: la consideración de la ciudad como una realidad arquitectónica y la
arquitectura como un elemento esencialmente urbano.
Rossi, con sus compañeros de la Tendenza italiana, pretendían así salvar la ciudad de esa fea
arquitectura “que ensucia la periferia y destruye los centros históricos”. Resulta patente y lamentable que
no lo hayan conseguido (aunque algo se ha hecho); pero no se puede negar que, al menos, nos ha
dejado un instrumento teórico que ha modificado la actitud de muchos arquitectos, y que ha sido
asumido -indudablemente, con la impronta personal de cada uno-, por muchos de los mejores -
prestigiosos unos, anónimos otros- arquitectos del momento, que no son sus discípulos, pero algo no
poco importante deben a la lectura y estudio de su obra.

José Luque

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