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Como por arte de magia, sino que presupone la acción colectiva consciente de una
diversidad de sujetos sociales que, tomando conciencia de su papel como agentes
de cambio, logren incidir en el desarrollo dialéctico de la historia. Nuestro
socialismo sólo puede ser conquistado por medio de la acción del pueblo, en su más
amplio sentido, lo que significa que, contrario a la práctica de grupos anquilosados
en interpretaciones dogmáticas y mecánicas del marxismo [1] , un grupo
vanguardista de selectos revolucionarios no será suficiente para la construcción de
esa sociedad post-capitalista; es el pueblo quien tiene que convertirse en partícipe
activo de su liberación; es el pueblo consciente y organizado quien debe tomar las
riendas de su propio destino. Es por eso que nuestra acción revolucionaria debe ir
encaminada hacia la multiplicación del sujeto colectivo que es a la vez agente de
cambio (sujeto-agente), por medio de la construcción de conciencia. A continuación
presentamos algunas anotaciones que pretenden delinear una serie de principios
para impulsar la participación del pueblo en la lucha por un nuevo orden social.
Para poder contestar estas preguntas, debemos empezar por analizar el carácter y
la naturaleza histórica de ese pueblo al que queremos integrar a la lucha. Lograr la
participación del pueblo no es algo fácil. No olvidemos que después de todo somos
producto de nuestra existencia dentro del sistema capitalista, y por ende
arrastramos algunos valores y actitudes como la pasividad, la indiferencia, el
paternalismo, etc. Si bien, los seres humanos, como individuos somos sujetos,
también es cierto que nuestra subjetividad es el resultado de la interacción entre
una multiplicidad de determinaciones históricas. No olvidemos que los seres
humanos, además de nuestra biología, somos seres sociales, construidos socia y
culturalmente , por lo que nuestra personalidad está condicionada por un entorno
histórico, político, económico y social, que hoy se llama “capitalismo”. En La
Ideología Alemana , Marx y Engels escribían que los individuos “se encuentran ya
con sus condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que
la clase les asigna su posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo
personal; se ven absorbidos por ella,” [2] es decir, los individuos son producto de
una sociedad históricamente dada.
En su Sexta Tesis sobre Feuerbach, Marx escribía que “la esencia del hombre no es
ninguna abstracción inherente al individuo aislado. En su realidad es el conjunto de
las relaciones sociales.” [3] Los seres humanos no nacemos libres de toda
determinación, sino que nuestro pensamiento y nuestro comportamiento, están en
gran medida afectados por nuestra composición psicosocial, cultural, etc. Para la
visión marxista, “la historia humana aparece como un proceso de historia natural;
sus actores son sin duda los propios hombres, pero hombres producidos [y
reproducidos] en las relaciones sociales y por ellas.” [4] Podemos decir, entonces,
que los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza del sistema social en
el que nos desarrollamos. Si el sistema capitalista está basado en la propiedad
individual, nosotros, como producto de este sistema, somos en gran medida,
individualistas, egoístas y centrados en nuestro interés personal; si el sistema
capitalista es patriarcal, nosotros tendemos a pensar la sociedad jerárquicamente,
a interiorizar nuestro papel de género asignado, etc. La esencia de los seres
humanos, entonces, no es una esencia trascendental, natural, o abstracta, sino que
es una esencia histórica. En otras palabras, la única esencia de los seres humanos
es su determinación [5] histórica: la tendencia a vivir subordinados e incluidos en
las relaciones sociales capitalistas.
Ya Foucault nos prevenía de pensar al sujeto humano como algo dado, previo a las
prácticas sociales. En su crítica al marxismo academicista, nos decía que es un
error pensar que la conciencia de los hombres es sólo el reflejo o la expresión de
las condiciones económicas de la existencia, pues esto supone en el fondo, “que el
sujeto humano, el sujeto de conocimiento, las mismas formas del conocimiento, se
dan en cierto modo previa y definitivamente, y que las condiciones económicas,
sociales y políticas de la existencia no hacen sino depositarse o imprimirse en este
sujeto que se da de manera definitiva” [6] . Efectivamente, el sujeto no es sólo el
reflejo de las condiciones sociales de su existencia, sino que es construido por ellas.
Foucault nos presenta “ un sujeto que se constituyó en el interior mismo de [la
historia] y que, a cada instante, es fundado y vuelto a fundar por ella” [7] . Ahora
bien, según Foucault, las nuevas formas de subjetividad emergen a partir de las
prácticas jurídicas, como parte de las prácticas sociales. No vamos a entrar aquí a
detallar o comentar esta parte del análisis de Foucault. Lo que interesa por el
momento, es dejar claro que los sujetos humanos –su esencia - no son algo natural
y trascendente, sino que son construidos históricamente a partir de las condiciones
sociales, económicas, políticas, y culturales de su existencia.
¿Cuáles son los mecanismos por los cuales se construyen los sujetos a partir de las
determinaciones históricas?
Pues bien, Althusser nos muestra cómo los valores heredados por el capitalismo
son reproducidos por los aparatos ideológicos de Estado, los cuales tienen la
función de diseminar la ideología dominante en las clases explotadas. Para que el
capitalismo se pueda mantener, para que pueda seguir existiendo, es necesario que
reproduzca las condiciones de su existencia, es decir, las condiciones de
producción. Esto significa que el capitalismo tiene que reproducir tanto a los medios
de producción, como a la fuerza de trabajo. Según Marx, la reproducción de la
fuerza de trabajo se da a través del salario. Es decir, el salario es el valor suficiente
para que la obrera o el obrero pueda comer, descansar, recrearse, y así regresar a
trabajar al siguiente día. El salario también tiene que ser suficiente para que el
obrero pueda criar y educar a sus hijos, los futuros proletarios. Sin embargo, según
Althusser, esto no es suficiente. Para reproducir la fuerza de trabajo, es necesario
también reproducir el sometimiento ideológico del obrero al sistema capitalista. En
otras palabras, la obrera o el obrero tienen que aceptar como normales las
condiciones de su existencia, que son condiciones de explotación. Pues bien, para
que ellos acepten como normal su explotación, tienen que haber interiorizado la
ideología dominante, que no es más que el conjunto de los valores, principios
morales, concepciones, etc., propios del sistema capitalista.
Althusser nos dice que la ideología dominante se reproduce por medio de lo que él
llama, los aparatos ideológicos de Estado , es decir, la escuela, los medios de
comunicación, los medios culturales, la familia, la iglesia, etc. Estos forman las
mentes y los corazones de las masas de la población, afectando así no sólo su
comportamiento, sino su pensar y su sentir. En otras palabras, todas las prácticas
sociales son prácticas ideológicas, en el sentido de que los seres humanos no
pueden actuar sino en base a una ideología. Aquí es importante mencionar que
cuando decimos ideología, nos referimos a la concepción imaginaria que se hacen
los individuos de su relación con las condiciones de su existencia. Es por medio de
la ideología que los individuos se reconocen como sujetos. Ahora bien, el Estado, a
través de sus aparatos ideológicos se encarga de que esa ideología que guía los
actos de los individuos, sea precisamente la ideología dominante (hoy la ideología
burguesa).
Por supuesto, todo esto no quiere decir que el individuo esté imposibilitado para
interactuar con las condiciones heredadas y no pueda desarrollar su propia
conciencia de clase en oposición a la impuesta por el sistema. Por el contrario,
como apunta Althusser, “los aparatos ideológicos de Estado no son la realización de
la ideología en general, ni tampoco la realización sin conflictos de la ideología de la
clase dominante” [8] . Toda ideología es producto de la lucha de clases. Si bien es
cierto que la ideología dominante es la que forma las conciencias de los sujetos,
también es cierto que hay una serie de ideologías subalternas que están en
constante resistencia, “tendencias ideológicas diferentes, que expresan las
'representaciones' de las diferentes clases sociales” [9] . Si no existiera esta lucha
ideológica entre las clases sociales, los seres humanos estarían condenados a una
vida mecánica, predeterminada, de simples títeres del sistema, sin ningún tipo de
posibilidad de cambio. Si la ideología correspondiera siempre exactamente y sin
ningún conflicto al sistema dominante, entonces no habría incluso posibilidad de
historia. Obviamente esto no es así, los sujetos crean su propia historia, desafiando
a esa ideología dominante que no corresponde con su realidad material. Es por esto
que decimos que los sujetos son también agentes de su propia historia.
Sin embargo, cuando decimos que los sujetos son también agentes en la medida en
que pueden crear su propia historia, no queremos decir con ello que este sea un
proceso fácil, que se da espontáneamente, y que sólo hay que esperar a que el
pueblo despierte y construya su historia. Por el contrario, no debemos olvidar que
después de todo la conciencia de los sujetos está construida principalmente por la
ideología del sistema capitalista –un sistema para el cual los hombres y mujeres
son concebidos como objetos, privados de su capacidad creativa, enajenados
económica pero también política e ideológicamente– por lo que es de suponer que
el primer obstáculo con el que nos hemos de enfrentar al tratar de impulsar la
participación en el pueblo, será precisamente ese conjunto de valores heredados
del capitalismo con los que hemos sido formados, indiferencia, apatía, pasividad,
derrotismo, etc.
Podemos decir entonces que para impulsar la participación del pueblo (explotado,
oprimido, discriminado) en la lucha por su liberación, es necesario primero
reconocer la esencia de ese pueblo, que aquí resumimos en tres características:
Esto nos indica que la liberación del pueblo es posible, pero requiere de un proceso
largo de concientización y transformación cultural que reconozca la diversidad de
los grupos sociales que forman al pueblo y que reproducen día con día su sociedad.
Por tanto, impulsar la participación popular presupone la construcción de un actor
social colectivo, consciente y “capaz de pensar y realizar las transformaciones, la
acción, o suceso, o manifestación, o fenómeno político social de que se trate en
cada momento. Y esto requiere tiempo” [13] . Es claro que la participación popular
no es resultado de la manipulación, ni puede conseguirse a base de engaños o
mentiras, y no puede conseguirse sin el reconocimiento del pueblo amplio y diverso
como sujeto-agente transformador.
Hemos dicho ya que la construcción del socialismo no la van a llevar a cabo las
vanguardias. La experiencia del “socialismo real” nos ha demostrado que la
ausencia del pueblo consciente en todos los aspectos de la lucha, es devastadora
para el proceso, pues es querer construir sin cimientos. Ahora bien, para impulsar
la participación del pueblo en los procesos de lucha, debemos reconocer que lo que
necesitamos son sujetos [14] revolucionarios, y no objetos que sean utilizados por
los “revolucionarios”. Esto significa que nuestra tarea no se limita “a llevar las ideas
y propuestas del partido hacia la población en el supuesto de que ella es sólo
'fuerza material de realización de las ideas-verdades del partido'” [15] sino que
debemos ser capaces “de concertar voluntades, abrir los espacios a las mayorías,
conscientes de que los desafíos reclaman su involucramiento pleno” [16] . Nuestra
tarea, pues, es construir conciencia.
Esto último es importante porque puede ser que alguien esté consciente de la
opresión, de sus causas y de la posibilidad del cambio, pero que no tenga la
disposición de actuar activamente en la lucha por ese cambio. Esto se da en
muchos casos por el temor a ser reprimido, por estar absorbido en la lucha
inmediata por la supervivencia, o simplemente por indiferencia, como es el caso de
muchos sectores de la clase media. En este sentido, es importante que la
construcción de la conciencia incluya la disposición a luchar.
Cabe destacar en este punto que la conciencia de lucha, en sus cuatro dimensiones
ya señaladas, tiene que desarrollarse en dos niveles relacionados entre sí, es decir,
en el nivel económico-social y en el nivel político . Tradicionalmente, la formula
para desarrollar la conciencia pasaba del primero al segundo, es decir, se decía que
el pueblo primero desarrollaba conciencia en el aspecto económico-social, por
demandas economicistas como vivienda, mejores condiciones de trabajo, apoyos
para la producción, etc., y posteriormente, los revolucionarios tenían que trabajar
para convertir esa conciencia económico-social en conciencia política. En palabras
de Isabel Rauber, “la política era considerada un estadío jerárquicamente superior
respecto de las prácticas de las luchas sociales y la conciencia en ellas construida.
Contraponiendo lo social a lo político, se pretendía que tener conciencia política
implicaba el abandono de lo reivindicativo para dedicarse a la militancia político
partidaria. Esta era –supuestamente– la única vía para superar la conciencia
economicista alienada y la enajenación en sentido general” [18] . Desde este punto
de vista, un militante tenía que ser meramente político y su nivel de conciencia, por
el hecho de ser sólo político, se consideraba superior al del pueblo que luchaba por
demandas económicas o sociales.
El poder político del Estado es algo difícil de ocultar. Este poder se manifiesta en el
aparato de Estado, propiamente dicho, en los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial. Se ve todos los días en las policías, en los retenes del ejército, en los
juzgados, en los gobernantes, en los partidos políticos, etc. El poder político está
ahí en donde se reprime violentamente una manifestación, en las comunidades
militarizadas, en los paramilitares que hostigan a los pueblos en lucha, en las
detenciones políticas, en los tratados de libre comercio firmados a espaldas del
pueblo, en las reformas estructurales que consolidan el despojo de los recursos
nacionales.
Sin embargo, lo que quizá no sea tan obvio, es el poder biopolítico . Este poder es
el que ha penetrado todos los aspectos de nuestra vida cotidiana (de ahí el prefijo
“bio” que significa “vida”). El poder biopolítico se manifiesta en nuestra salud , que
depende de las relaciones mercantiles o en los presupuestos del gobierno; en la
educación , a la que cada vez tenemos menos acceso por el proceso de la
privatización; en la cultura , que se ha ido perdiendo para dar paso a la cultura del
McDonalds, de la Coca Cola , de las películas de Hollywood; en nuestro hogar , en
donde se reproducen las jerarquías de la sociedad capitalista cuando el jefe del
hogar impone su voluntad a su mujer y a sus hijos, o cuando nos sentamos a ver la
televisión para que los medios de comunicación nos digan qué pensar y qué sentir;
en las calles cuando exigimos que se nos trate de cierta forma en un restaurante o
una tienda de abastecimiento porque estamos pagando, y el que paga tiene poder,
o en caso contrario, cuando tenemos que agachar la cabeza ante el patrón o ante el
marchante que nos compra nuestra mercancía; en nuestro lugar de trabajo cuando
nos gritan los patrones, o cuando nos quedamos callados por temor a perder el
trabajo; en nuestros gestos y actitudes cuando nuestro criterio de valor se expresa
en términos monetarios, es decir, cuando valoramos algo sólo por cuánto cueste,
cuando reclamamos nuestra propiedad privada, cuando nos centramos en nuestro
interés personal de individuo. Este es el poder biopolítico, el que está en toda
nuestra vida, en la salud, la educación, la cultura, el hogar, el trabajo, nuestros
gestos y actitudes, etc. “El poder ya no [sólo] domina desde afuera,
parasitariamente, sino desde adentro de la propia vida social” [21] .
Ahora bien, la sociedad capitalista actual precisa de ambas formas de poder (el
biopolítico y el poder del Estado) para reproducirse. Para los capitalistas, no sería
suficiente con el poder biopolítico para dominar al pueblo, pues cuando algún sector
de la población se rebelara, o se saliera de ese orden social, no habría cómo
reprimirlos. Tampoco se podría administrar la explotación y el despojo en territorios
muy amplios sin el poder del Estado. Pero de igual forma, no sería suficiente para
los capitalistas el poder del Estado porque entonces, cada vez más gente se
rebelaría contra el gobierno. En este sentido, la sociedad actual se mantiene por la
relación entre el poder político y el biopolítico.
Con todo lo anterior, nos queda claro que la concientización es algo complejo, pero
de ninguna manera imposible. Este proceso de construir conciencia debe poder
desarrollar la capacidad de identificar las causas sistémicas de los problemas
sociales y establecer su relación con lo político, debe dilucidar la necesidad y
posibilidad de cambio y generar la disposición de lucha por ese cambio tanto en lo
social como en lo político. El proceso de politización toma en cuenta lo político y lo
biopolítico. Así, la politización implica darnos cuenta de que la transformación social
comienza desde uno mismo, desde su realidad inmediata, aunque no termina ahí;
implica identificar y combatir los vicios que arrastramos, pero también construir
una cultura alternativa al capitalismo.
Para que la conciencia popular sea una conciencia revolucionaria, esta tiene que
materializarse en procesos organizativos. Recordemos que uno de los elementos de
la conciencia revolucionaria es precisamente la disposición a luchar por el cambio.
Ahora bien, esta disposición de lucha no puede satisfacerse si se limita a lo
individual, es decir, si no se traduce en organización colectiva. Si bien es cierto que
los seres humanos somos agentes, también es cierto que somos agentes de cambio
en tanto que somos seres sociales, es decir, que nuestra capacidad de transformar
la realidad es únicamente posible como proceso colectivo. Recordemos que nuestra
esencia como especie humana es precisamente el conjunto de nuestras relaciones
sociales. Es decir, todo nuestro entorno, toda nuestra realidad es construida
históricamente a través de la interrelación de los seres humanos como seres
sociales. Pues bien, así como nuestra realidad es el producto de la interacción entre
sujetos sociales, así mismo, la transformación de la realidad presupone la
interacción los sujetos sociales. Es decir, la realidad no se construye ni se
transforma a partir de procesos individuales, sino de procesos colectivos.
Aunque esto pareciera ser obvio, no son pocos quienes han perdido de vista esta
norma básica, y han centrado su actividad “revolucionaria” en individualidades, ya
sea hacia sí mismos, o hacia caudillos o dirigentes mesiánicos. En el primero de los
casos, hay quienes pretenden cambiar al mundo por medio del estudio, el
desarrollo y el crecimiento individual, pero alejados de todo proceso colectivo. Así,
estas personas pueden alcanzar un entendimiento de algunos aspectos de la
realidad como la explotación y la opresión, así como de sus causas; pueden darse
cuenta de la necesidad de cambio y pueden también querer cambiarla; sin
embargo, su actividad siempre estará limitada porque no se dan cuenta de que la
única forma de cambiar la realidad es mediante procesos de acción colectiva.
Entonces, podemos decir que en estos casos, existe una conciencia crítica
individualista, más no una conciencia revolucionaria.
También existen compañeros que piensan que la transformación de la realidad se
puede dar a partir de caudillos, es decir, de individuos iluminados a quienes hay
que seguir y apoyar ciegamente. En este caso, también puede ser que se tenga una
conciencia de la necesidad de cambio y se quiera cambiar la realidad, pero esta
conciencia también es limitada pues no logra traducirse en organización y asume
que la realidad es producto de voluntades individuales. En este caso, podemos decir
que existe una conciencia mesiánica de la lucha, pero no una conciencia
revolucionaria.
Nos damos cuenta entonces, que no puede existir una conciencia revolucionaria que
sea sólo individual –si bien es en la persona de cada militante y luchadora social
que se plasma y se ejerce esa conciencia– sino que para que la conciencia sea
revolucionaria, ésta tiene que ser colectiva, y para que sea colectiva,
necesariamente tiene que partir de procesos organizativos grupales o colectivos, es
decir, de la conjunción de voluntades y acciones, de la articulación entre los sujetos
sociales. Esto nos indica que la principal tarea para quienes buscan transformar la
realidad es, además de la construcción de conciencia, construir organización. En
otras palabras, nuestra tarea debe ser la construcción de pueblo organizado.
Pero hay los que luchan toda la vida... esos son los imprescindibles.
- Bertolt Brecht
Ahora bien, cuando decimos que la militancia es una forma de vida y que ésta tiene
que observar cierta disciplina, no queremos decir con esto que tenga
necesariamente que sacrificar nuestra vida personal, ni que esta disciplina sea una
disciplina mecánica que anteponga las obligaciones de la organización al interés
personal. Este ha sido uno de los principios de la militancia en algunas
organizaciones políticas, que han exigido a sus militantes la total entrega y
sacrificio por su organización, por encima de sus intereses personales, llegando a
borrar incluso al sujeto, el cual se convierte en un simple medio –objeto– para la
realización del interés organizativo. En algunos casos, compañeros artistas, o
escritores, o que destacaban en alguna actividad, tenían que dejar sus intereses,
pues las necesidades del partido requerían que cubrieran otras necesidades más
importantes, aun a costa de su propia satisfacción. Esta forma de militancia ponía
en contradicción y abierto antagonismo al individuo frente al colectivo, al interés
personal frente al interés de la lucha.
Este dilema entre la vida personal y la vida militante, de hecho, ha existido desde
tiempos inmemoriales, y no se reduce al ámbito de la lucha política. Este ha sido un
tema recurrente en el desarrollo de las civilizaciones y se ha reflejado en su
literatura. Cuando Odiseo, por ejemplo, trata de convencer a Aquiles de que no
abandone el combate en Troya, éste le revela el dilema que le fue anunciado en voz
de su madre, la diosa Tetis: “Si me quedo aquí a combatir en torno de la ciudad
troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será inmortal; si regreso,
perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá
tan pronto” [29] . En este caso, el dilema se presenta entre la entrega a una larga
vida familiar, personal y tranquila, que le es prometida a Aquiles si abandona la
lucha, o una corta vida llena de dificultades y sacrificios en el combate, pero que
resultará en la trascendencia de sus acciones a través de las generaciones.
Quizá sea mejor y más ilustrativo el caso de la literatura del folklore celta y las
leyendas de caballeros medievales para ejemplificar este dilema. Casi la totalidad
de los relatos artúricos se desarrollan en un conflicto constante entre el deber y el
amor, entre el honor y el bienestar personal. El héroe de estas leyendas, es
siempre un caballero andante, de la corte del Rey Arturo, que movido por el deseo
de conquistar el honor tiene que llevar a cabo alguna empresa, por lo que ésta se
vuelve su único objetivo, y deja todo atrás obsesivamente. El cumplimiento de la
empresa se vuelve su destino, pero para poder lograrlo, el caballero tiene que sufrir
numerosas dificultades y sacrificios, arriesgando incluso hasta su propia vida. El
éxito, sin embargo, depende en gran medida de su lealtad y su disposición a dejar
todo por el deber. En la búsqueda del Grial [30] , Perceval consigue llegar hasta el
Castillo del Grial gracias a sus sacrificios, entre los que están incluso el amor a su
madre, quien muere por el abandono de su hijo. Por el contrario, Gawain, fracasa
constantemente pues sucumbe ante los placeres mundanos al quedar atrapado en
el Castillo de las Damas. Quien logra finalmente llegar hasta el Grial es Galaad, el
más puro de los caballeros, pues es él quien sacrifica todos los placeres
anteponiendo siempre el deber. El caso de Lanzarote, es quizá el mejor ejemplo del
polo opuesto, pues éste, a pesar de ser el mejor de los caballeros del Rey Arturo,
no consigue tener éxito, pues se ha entregado al amor de la Reyna Ginebra. Este
amor prohibido lo obliga a tener que decidir una y otra vez entre su lealtad al Rey
Arturo y su amor por Ginebra. En última instancia, es esta pasión amorosa –que
pone en entredicho el honor y el deber– la que logra finalmente destruir el reino
artúrico. [31]
En un caso todavía más drástico, Oliveros de Castilla, un caballero andante que fue
desterrado de su propio reino al peligrar su honor, no duda en matar a sus dos
hijos –a pesar del terrible dolor que esto le causa– para con su sangre recompensar
los servicios de su leal compañero, Artus Dalgarbe, y está incluso dispuesto a
quitarle la vida a su propia esposa para cumplir su palabra empeñada y así salvar
su honor [32] . Ante el dilema entre el amor de padre o de esposo y el deber, un
caballero no tendría la menor duda, tendría que primar el deber.
Pues bien, este esquema de honor caballeresco se puede reflejar muy bien en las
organizaciones políticas, que tradicionalmente han antepuesto el deber antes que la
satisfacción personal, o que el amor familiar. La tesis que aquí presentamos, sin
embargo, es que este dilema sempiterno puede no ser tal, es decir, su resolución
no tendría que pasar por el sacrificio de uno u otro polo. De hecho, el tener que
escoger, por ejemplo, entre la familia y la lucha, ha hecho que muchas veces
compañeros valiosos opten por dejar la lucha. O por el contrario, compañeros que
al sacrificar todo por la causa del pueblo, han terminado por aislarse totalmente de
sus familiares y amigos, con quienes entran en fuertes conflictos, lo que al final de
cuentas los va desgastando psicológica y emocionalmente.
Cuando hablamos de que la lucha tiene que ser un proyecto de vida no queremos
decir con ello que se pierda nuestra vida por la lucha, sino que nuestra vida camine
en una orientación de lucha revolucionaria, que nuestros placeres y satisfacciones
personales, como la vida de pareja, la vida familiar, la formación académica, etc.,
se conjuguen con los procesos de lucha; que nuestras capacidades e intereses
personales, como podrían ser el arte, la música, la danza, la escritura, la
informática, la radioafición, etc., no se vuelvan obstáculos para la militancia ni
queden enterrados debido a las tareas del partido, sino que puedan encontrar su
desarrollo en la lucha y potenciar a la organización. Por supuesto, tampoco se
puede sacrificar la lucha por el interés personal. Tiene que haber un balance entre
estos dos polos. Si bien es cierto que este balance es difícil de lograr, creemos que
es imprescindible para la continuidad de toda organización política.
Este balance no se entiende como una simple unión de dos partes, en el sentido de
que exista la vida personal aparte de la vida política y sólo se necesite sumar estas
dos, o llevarlas de forma paralela. Esto presupondría una vida política diferente a
una vida personal, como dos ámbitos de vida independientes uno del otro. Lo que
queremos decir aquí es que la vida política es también la vida personal. En este
sentido, el reto es crear una vida de lucha en la que haya desarrollo personal y
colectivo, una vida de lucha en la que haya amor, humor, creatividad, apoyo
mutuo, dinamismo, etc. Todo militante necesita buscar la conjugación de su
proyecto de vida con su proyecto de lucha.
Pues bien, podemos dividir estos obstáculos en dos, 1) los que tienen que ver con
la práctica de la organización, es decir, cuando ésta es incongruente con sus
objetivos, y 2) los que tienen que ver con los objetivos mismos de la organización,
con su contenido programático.
La práctica incongruente
Cuando una organización está luchando por construir una sociedad democrática,
una sociedad sin explotación, sin discriminación, en donde se respeten los derechos
humanos, esta organización no puede para lograr su objetivo, ser antidemocrática,
o discriminar, o violar los derechos humanos. No se puede luchar por la igualdad
cuando se práctica la desigualdad, o luchar por el respeto y la dignidad, cuando en
la practica no se respeta a los individuos. No se puede luchar por la libertad cuando
se practica el machismo, el sexismo o el autoritarismo. Pues bien, estos principios
que parecieran ser sentido común, son en la mayoría de los casos problemas que
se reproducen una y otra vez en la práctica política. Este tipo de incongruencia
entre los objetivos declarados de una organización y su práctica, hace que el pueblo
desconfíe del alcance de la lucha de esa organización y que se desencante de ella,
provoca una falta de credibilidad.
1. Partir de la realidad del pueblo : Por ejemplo, las primeras reuniones son
convocadas a partir de las necesidades de la comunidad, de la gente. Se
tiene que tomar en cuenta la idiosincrasia de la comunidad o el sector con el
que se trabaje, conociendo sus tradiciones culturales, su idioma, sus formas
de expresión, cosmovisión, etc. En este sentido el discurso del militante
tiene que ser entendible por la comunidad, tiene que hablar de lo que les
interese, de lo que le resuene al pueblo en su realidad.
2. Promover la democratización de la organización : Esto significa que se
tienen que impulsar la democracia y la horizontalidad al interior de la
organización. Descentralizar las tareas y la toma de decisiones, la cual tiene
que ser colectiva. Implementar la dirección colectiva.
3. Respetar las diferencias : En la medida de lo posible, la organización debe
buscar ser diversa, pues sólo así será verdaderamente representativa del
pueblo que es diverso y heterogéneo.
4. Confiar en el pueblo : Nadie conoce mejor su realidad que el pueblo mismo,
que es el que siente la explotación y la opresión. Esta confianza en el pueblo
presupone dejar de lado la actitud de iluminados, que dice que sólo los
militantes pueden sacar al pueblo de su engaño. De este modo, es necesario
vencer al paternalismo y a la cultura clientelar, buscando siempre que el
pueblo se afirme y comience a tomar las riendas de su propio destino, que
sean ellos quienes resuelvan sus problemas sin que se tengan siempre que
imponer pautas desde afuera. Los militantes deben estar siempre dispuestos
a oír a la gente y a tomar en cuenta sus opiniones.
5. Construir la mística revolucionaria : Es importante siempre construir una
identidad y un sentido de pertenencia a la lucha, de modo que el pueblo
organizado y en lucha se sienta parte de algo mayor, de algo más grande y
milite con gusto en sus organizaciones.
6. Mantener siempre una ética política : El fin no justifica los medios. Como ya
ha sido mencionado antes, no es posible construir la libertad y la igualdad a
partir de su antítesis. Es por esto que para ser congruentes con los objetivos
de la lucha, siempre se debe actuar éticamente en ella.
7. Convertir la lucha en un proceso pedagógico : El proceso formativo nunca
termina y quien piensa que ya tiene toda la verdad o que no puede
equivocarse, deshecha toda posibilidad de desarrollo. Es por esto que es de
suma importancia aprender de cada momento de la lucha. De este modo, la
lucha se vuelve un aprendizaje tanto para el militante, como para el pueblo.
8. Impulsar la parte cultural y artística de la lucha : En muchas ocasiones, las
organizaciones políticas adquieren un tono solemne y una exagerada rigidez
y formalidad. Los discursos se vuelven monótonos y aburridos, la lucha se
convierte en algo que no se disfruta, sino algo que se tiene que aguantar.
No es extraño que el pueblo no quiera participar. Es preciso entonces, llenar
de color la lucha, llevar la revolución hasta los bailes populares, las
canciones, los chistes, las celebraciones. Hacer de la lucha un arte y una
fiesta.
9. Reconocer las limitaciones particulares de algunos individuos : Esto significa
que todos pueden participar de acuerdo a sus posibilidades y a sus
capacidades. Pero no se debe exigir lo mismo a todos, pues habrá quienes
por sus condiciones de edad, ánimo, disposición de tiempo, sentimientos,
preferencias, enfermedades, etc., no puedan dar lo mismo que otros. Es
importante reconocer y valorar lo mucho o poco que cada quien pueda
aportar a la lucha.
10. Desarrollar la crítica y la autocrítica : Toda organización que no acepta la
crítica y no practica la autocrítica es una organización derrotada, sin
posibilidad de asimilar la realidad y de avanzar. La crítica no es algo malo.
Por el contrario, la crítica debe ser algo que se debe buscar e impulsar, pues
todos, absolutamente todos los seres humanos cometemos errores. El punto
es lograr identificarlos y mejorarlos.
11. No menospreciar las opiniones de los jóvenes : Muchas veces, las
organizaciones políticas comienzan a ser dominadas por sus direcciones
históricas, imposibilitando la reproducción generacional de la misma. Esto se
puede ver cuando son pocos los jóvenes en las organizaciones, o cuando se
les menosprecia por “no tener experiencia”. Muchas veces, lo que se
necesita precisamente es la visión de los jóvenes para poder hacer avanzar
a las organizaciones.
12. No se debe subestimar o sobrevalorar a nadie : Del mismo modo que nadie
es redundante, tampoco nadie es imprescindible. Esto significa que todos,
por más insignificante que sea su participación, tendrán algo que aportar a
la lucha, mientras que nadie sabe demasiado como para no poder aprender.
13. No prometer lo que no se puede cumplir : Cuando el pueblo crea
expectativas, y éstas no se cumplen, esto puede resultar en una fuerte
decepción y un alejamiento de la lucha. Es por esto que no se deben hacer
“promesas de político” queriendo con ello atraer al pueblo.
14. Multiplicar las herramientas de comunicación popular : Es de suma
importancia hacer uso de los medios de comunicación, y buscar que el
pueblo tenga acceso a ellos. Mientras que los medios masivos de
comunicación son un pilar fundamental del sistema capitalista, los medios
populares de comunicación deben lograr hacerles contrapeso. Es
indispensable desarrollar proyectos de radios comunitarias, periódicos
populares, propaganda, agitación y difusión, utilizar la tecnología actual,
como el Internet, los DVDs, audio y video, etc.
[2] Marx, Karl, y Frederich Engels, “ La Ideología Alemana ” (escrito entre 1845 y
1846).
[7] Ibidem