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El nuevo robo con armas (art. 166 inc. 2°, C.P.).

Las formas
agravadas de la ley 25.882. El arma de utilería

Por Mónica A. Traballini de Azcona

Sumario: I. Introducción. II. El nuevo robo calificado por el empleo de armas (art. 166 inc. 2°, C.P.).
III. Armas verdaderas y simuladas. III.1. Armas verdaderas. III.1.a) Armas propias e impropias.
III.1.b) Las armas propias. III.1.b.1) Armas de fuego. III.1.b.2) Otras armas. III.1.c) Las armas
impropias. III.2. Armas de utilería. III.2.a) Alcance: armas propias en general. III.2.b) Concepto y
requisitos. IV. Conclusión.

I. Introducción

Observando con cierta desazón que mi Código Penal comenzaba a parecerse a un cuaderno de
escuela primaria, por la cantidad de papeles que paciente y prolijamente fui pegando para
mantenerlo actualizado ante las modificaciones legislativas del último par de años, el pasado mes
de Marzo adquirí un nuevo ejemplar, cuya pulcritud no pude disfrutar más que unos días.

El secuestro y muerte de Axel Blumberg, hecho no más repudiable que otros tanto o más
lamentables, marcó el acabóse de la paciencia colectiva cuando su padre, un ciudadano común, de
clase media y sin ninguna formación jurídica, elaboró su duelo enarbolando una bandera por
muchos reclamada: leyes más duras, penas más graves, tolerancia cero -en el cliché de Rudolph
Giuliani-a la delincuencia.

Aunque con finalidades no claras en algunos casos, los medios de comunicación potenciaron el
mensaje, rindiendo sus micrófonos ante este hombre mayor, de voz permanentemente quebrada,
que generó una identificación inmediata en el común denominador de nuestra sociedad. Y miles de
personas, movidas por el único afán de vivir tranquilas, se convocaron en una plaza pública para
hacer oír su profundo descontento, para exigir al Estado -sin más dilaciones- una solución que
alivie la tan mentada sensación de inseguridad.

Los destinatarios de este reclamo fueron los tres poderes: al Ejecutivo se le pidió una mejor policía,
al Congreso leyes más severas, a los Jueces más rigor en la aplicación de la ley.

La respuesta de los legisladores fue inmediata: desempolvaron algunos proyectos antiguos,


remozándolos para ponerlos a tono con la situación, y a la vez dieron trámite prioritario a otros
nuevos, tarea ésta que dio como resultado un manojo de normas de distinta índole y materia que
procuran contestar rápida pero irreflexiva y desordenadamente al clamor social.

La nómina a la que aquí referimos es la conformada por las leyes que llevan los números 25.882,
25.886, 25.891, 25.892 y 25.893. En medio de ellas, se inserta otra no directamente vinculada a
este paquete “Blumberg”, pero que también introduce una modificación sustancial al Código: la n°
25.890, que regula con especificidad el delito de abigeato.
En esta oportunidad, nos abocaremos al estudio de sólo una de ellas, la 25.882, que modifica el
robo calificado por armas (art. 166 inc. 2º, primer supuesto, C.P.). Y dentro de esta figura, a su vez,
vamos a detenernos en un supuesto en el que la ley innova, tipificando una conducta antes no
alcanzada por la agravante: el robo con arma de utilería (art. 166 inc. 2º, tercer párrafo, in fine,
C.P.).

La elección de la 25.882, y la consecuente postergación de las restantes, no es antojadiza: el robo


es el delito de mayor impacto estadístico y la reforma pone fin a viejas discusiones y abre otras. El
paquete "Blumberg" traduce -entre otros aspectos- una clara finalidad de "desarmar" las calles, de
restringir a su mínima expresión la presencia de armas, y en esa senda -necesariamente- acomete
contra la delincuencia armada[1].

La consigna propuesta para este trabajo es, entonces, abordar una primera aproximación a las
remozadas formas de robo calificado del artículo 166 inc. 2°. No pretendemos agotar la materia
sino, por el contrario, sentar bases para un análisis más profundo que nos reservamos para más
adelante cuando -echada a rodar por la casuística que atiborra los Tribunales- contemos con más
cabal muestra de las bondades y perversiones de la nueva norma, oportunidad en la que
seguramente corregiremos mucho de lo que hoy afirmamos en los párrafos que siguen.

II.El nuevo robo calificado por el empleo de armas (art. 166 inc. 2°, C.P.)

Como adelantáramos, la ley 25.882 incorpora importantes modificaciones al delito de robo con
armas. Mantiene la vieja fórmula “si el robo se cometiere con armas”, pero luego inserta dos
párrafos más, escalonando distintos niveles de agravamiento[2].

Art. 166.- Se aplicará reclusión o prisión de CINCO a QUINCE años:


1.- ...
2.- Si el robo se cometiere con armas, o en despoblado y en banda.
Si el arma utilizada fuera de fuego, la escala penal prevista se elevará en un tercio en su mínimo y
en su máximo.
Si se cometiere el robo con un arma de fuego cuya aptitud para el disparo no pudiera tenerse de
ningún modo por acreditada, o con un arma de utilería, la pena será de TRES a DIEZ años de
reclusión o prisión.
(Ley 25.882, B.O.N. 26/04/04)

Adelantando el desarrollo que abordaremos, estructuramos el nuevo status normativo del robo con
armas de la siguiente manera.

ARMAS PROPIAS ARMAS IMPROPIAS

ARMAS VERDADERAS ARMAS DE FUEGO DEMAS ARMAS 1º párrafo, 1º sup.


Reclusión o prisión
5a/ 15 a

Operativas No operativas

2º párrafo 3º párrafo, 1º sup. 1ºpárrafo 1º sup.


Reclusión o prisión Reclusión o prisión Reclusión o prisión
6 a y 8 m / 20 a 3 a / 10 a 5a/ 15 a

ARMAS DE UTILERIA 3º párrafo, 2º sup.


Reclusión o prisión
3 a 10 años

Sobre esta base, a continuación reseñamos en forma suscinta las características salientes de la
reforma en relación a cada una las hipótesis señaladas. Nos detendremos, empero, en el análisis
de las armas de utilería, aspecto que juzgamos el más novedoso en la materia.

III.Armas verdaderas y simuladas

Por detrás del conocido y ya añoso desacuerdo en cuanto al fundamento de la anterior agravante,
siempre hubo consenso doctrinario y jurisprudencial en señalar -como requisito común a las
distintas clases de armas cuya utilización podía calificar el robo- queellas fueran verdaderas[3].

Por el contrario, se sostuvo pacíficamente que la mera simulación de violencia armada, ya sea a
través de réplicas o –simplemente- de engaños –el trozo de caño que se apoya en la espalda, el
dedo que se hace notar dentro del bolsillo, etc.- no cumplimentaba el tipo objetivo de la norma en
cuestión. Por más intimidación que produjera en la víctima la pretextada apariencia de un arma,
ésta no estaba presente, y por ende, no se configuraba el ilícito agravado del artículo 166 inc. 2º
del Código.

Juzgo que es en este punto donde se produce la innovación más marcada de la norma. Es que
como hemos dicho, clásicamente, el empleo de armas falsas no calificaba el robo, mientras que
ahora, la ley 25.882 le dedica un último supuesto, situándolo en un estrato intermedio:la utilización
de un arma de utilería determina una pena mayor a la del robo simple, pero menor a la
correspondiente a las armas verdaderas.

III.1. Armas verdaderas.

III.1.a) Armas propias e impropias.


Recordaremos aquí, brevemente, que también hubo acuerdo doctrinario y jurisprudencial en definir
al arma como el objeto capaz de aumentar el poder ofensivo o defensivo[4] de una persona. Y en
base a tal noción, se discriminó a su vez entre las armas propias, es decir, aquéllas cuyo
específico destino es el de aumentar el poder ofensivo o defensivo de una persona, y las
denominadas armas impropias, condición que adquiere cualquier otro objeto que por su modo de
empleo produce aquel efecto[5].

El Tribunal Superior de Justicia cordobés, a través de su Sala Penal, corrió esta línea divisoria,
poniendo el eje de la distinción en otro aspecto: la propia estructura del objeto. Si ella es
"suficiente para aumentar el poder ofensivo o defensivo de la persona que la utiliza", el arma es
propia; en cambio, si el incremento de dicho poder se obtiene circunstancialmente, sólo por el
modo en que efectivamente se emplea, es un arma impropia[6]. En función de esta pauta, el
cuchillo de cocina, la hoz, el cortapapeles o la hoja de afeitar, tradicionalmente considerados arma
impropias, pasan a ser armas propias.

Esta distinción, que no se encontraba en el texto de la norma sino que emergió de los autores
clásicos y de la praxis tribunalicia, se ha mantenido ajena a la letra expresa de la reformapero
compatible también con ella.

Es más, creemos que dentro del escalonamiento punitivo que se advierte en la ley 25.882,
desaparece una de las principalesincongruencias que solían achacarse al sistema anterior. Bajo el
viejo 166 inc. 2º, se juzgaba irrazonable que ameritara idéntica sanción en abstracto quien esgrimía
un arma de fuego que quien amenazaba con una piedra o un tenedor[7].Ahora, el arma impropia –
que produce intimidación y a la vez genera peligro- queda en el ámbito del primer párrafo (1º
supuesto) del inciso, con una pena menor a la correspondiente al arma operativa (2º párrafo) y
mayor a la de los supuestos de pura intimidación (armas no aptas y armas de utilería, 3º párrafo).

III.1.b) Las armas propias.

Como veremos, en materia de armas verdaderas[8], la reforma se acota únicamente a esta


categoría, dentro de la cual encontramos armas de fuego y otras que no lo son –v.gr., armas
blancas-. Todas ellas quedan alcanzadas por la modificación,del modo que ahora precisamos.

III.1.b.1) Armas de fuego

A) Por imperio de los dos nuevos párrafos del inciso 2º del artículo 166. éstas quedan excluidas del
primero y pasan a conformar dos estratos: el más grave (art. 166 inc. 2°, segundo párrafo, C.P.)
incrementa en un tercio tanto el mínimo como el máximo de la escala del primer párrafo[9],
mientras que la pena se reduce casi en igual proporción[10] si el arma de fuego no es operativa, o
es sólo "de utilería" (art. 166 inc. 2°, tercer párrafo, C.P.).

Así entonces, desde que el segundo párrafo sólo alude al arma de fuego a secas, es el texto del
tercer párrafo lo que determina el alcance de aquella anterior expresión: en la medida en que la
norma deriva al párrafo final la especial situación de las armas de fuego sin capacidad funcional, a
contrario se infiere que se reserva la punición más gravosa para aquéllas que son aptas para el
disparo.
Poniendo de este modo fin a la clásica discusión acerca del fundamento de la agravante, la
reforma adopta expresamente tanto el peligro efectivamente corrido por la víctima en su vida e
integridad física, como la mayor intimidación, como parámetros para graduar el castigo. Entre
ambos, sin embargo, resulta obvia la preponderancia que asigna al primero por sobre la segunda,
ya que cuando el arma de fuego es operativa la pena supera la del primer párrafo, mientras que
cuando sólo opera como factor amedrentante, por no funcionar o ser sólo una réplica, la sanción es
menor.

La razón de la punición más severa, insistimos, es progresiva y doble en el máximo escalón, que
ahora apreciamos sin restringirnos a las armas de fuego:

SUPUESTOS PENA NORMA FUNDAMENTO

§*Armas de fuego 6 años y 8166 inc. 2°, * Mayor peligro


meses a 20
§operativas 2° párrafo * Intimidación
años

* Armas propias que 5 a 15 años 166 inc. 2°, * Menor peligro


no son de fuego 1° párrafo, * Intimidación
1° sup.

* Armas impropias

* Armas de fuego no 3 a 10 años 166 inc. 2°, * Intimidación


operativas 3° párrafo

* Armas de utilería

B) De otro costado, estimamos que la norma pone en claro que la capacidad funcional u
operatividad es un extremo que debe ser particularmente probado en el proceso.

La expresa referencia al robo cometido con armas de fuego "cuya aptitud para el disparo no
pudiera tenerse de ningún modo por acreditada"[11], mantiene la posibilidad de que dicha
condición sea inferida a través de cualquier medio de prueba, incluso indiciariamente, según las
circunstancias concretas de la causa. El principio de libertad probatoria (art. 192, C.P.P.), subsiste
en vigencia, y por ello, en la medida en que la operatividad pueda tenerse de algún modo por
acreditada, se torna aplicable la calificante mayor.
A la vez, creemos que si antes de la reforma era cuestionable la doctrina de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación que estima arbitrario exigir al Ministerio Público que acredite la capacidad
funcional del arma cuando la prueba da cuenta de la existencia y empleo de armas y el imputado
ha confesado el hecho sin cuestionar aquél extremo, frente al nuevo texto tal argumentación es
inadmisible.Más allá de los reparos que oportunamente mereció dicha hermenéutica en función de
la anterior calificante[12], lo cierto es que el supuesto para el cual el Alto Tribunal argumentaba de
esa manera es ahora el que conforma el tipo objetivo del tercer párrafo del inciso.

Dicho en otros términos: la Corte presume iuris tantum la aptitud para el disparo de las armas cuya
presencia y utilización en el hecho ha sido acreditada y confesada por el imputado. Si es menester
acudir a dicha presunción es -obviamente- porque la operatividad no ha sido de ningún modo
probada, situación ésta que la ley 25.882 expresamente rescata como configurativa de la
calificante menos severa del tercer párrafo.

Hasta el momento, no tenemos noticia de que la Máxima Instancia se haya pronunciado en uno u
otro sentido. Por el contrario, con posterioridad a la entrada en vigencia de la ley 25.882, revocó
dos sentencias del Tribunal Superior cordobés, con base en sendos dictámenes del Procurador
Fiscal anteriores a la reforma -y por ende, estructurados conforme el anterior sistema- sin
advertir[13] que para estos supuestos del 3° párrafo, la nueva norma es ley penal más benigna, y
corresponde de oficio su aplicación[14].

C) Cambiando de óptica, al sancionarse en Septiembre del año 2000 la ley 25.297, que insertó el
artículo 41 bis al Código Penal, aumentando la pena de aquellos delitos cometidos “con violencia o
intimidación contra las personas mediante el empleo de un arma de fuego...”, las aguas volvieron a
dividirse en cuanto a la aplicabilidad de dicha agravante genérica al robo. Muy sintéticamente, la
discrepancia tenía como eje el principio del non bis in idem y partía de considerar que la voz “arma”
del artículo 166 inc. 2 º incluía el arma de fuego, y por ende activaba la subsidiaridad establecida
en el segundo párrafo del artículo 41 bis[15].

La reforma también hace perimir este debate. El nuevo segundo párrafo del inciso 2º del artículo
166 refiere al arma de fuego, empleando así una voz idéntica a aquélla con la cual el artículo 41
bis se autoexcluye de los tipos que ya contienen dicho elemento objetivo.

Sin ingresar a la discusión, entonces, estimamos que si bien se mantiene como cuestión opinable
la aplicabilidad de esta agravante genérica en los restantes delitos que se califican por el uso de
"armas" -cuando no se precisa que sean de fuego- la actual estructura del inciso 2°, elimina esta
posibilidad admitida por quienes sostienen la posición afirmativa y cierra definitivamente la
discusión en torno al delito de robo.

III.1.b.2) Otras armas.

Como hemos adelantado, las armas propias que no son de fuego se mantienen en igual situación.
La reforma no afecta su punición, que sigue siendo en función del primer párrafo. No obstante ello,
es obvio que la ley 25.882, al agravar sólo el robo cometido con armas de fuego, torna evidente
que supone a las que no revisten tal condición, menos peligrosas para la vida o integridad física de
la víctima.

III.1.c) Las armas impropias.


Más arriba hemos dado una noción de lo que se entiende por armas impropias.

Sólo diremos aquí, y a riesgo de incurrir en una obviedad, que únicamente en relación a las armas
propias puede predicarse la distinción entre verdaderas y de utilería. El ladrón que acomete
físicamente con una sartén de plástico duro -supongamos- se encuentra en idéntica situación que
quien lo hace con una real, en la medida en que está utilizando para agredir un elemento que no es
técnicamente un arma, pero que aumenta su poder de hecho como instrumento de agresión contra
la víctima. Se trata, en ambos casos, de objetos no concebidos para la ofensa o el ataque, y que
sólo por su empleo en forma agresiva califican el desapoderamiento.

Por lo demás, la situación de las armas impropias no ha variado, y se mantienen compatibles


también dentro del nuevo sistema.

III.2. Armas de utilería.

Llegamos ahora al punto que juzgamos más singular de la reforma. La inclusión de esta categoría,
antes excluida del robo calificado por armas -ya que unánimemente se exigía que éstas fueran
verdaderas- hace emerger una serie de variables hasta ahora no consideradas, que estimamos de
interés.

III.2.a) Alcance: armas propias en general

Como última hipótesis, prevé el tercer párrafo el supuesto en que "...se cometiere el robo... con un
arma de utilería..." (art. 166, inc. 2°, C.P.).

En primer lugar, la norma no especifica si el arma de utilería refiere sólo a las de fuego o si también
alcanza el resto de las armas propias. Una primer lectura parece indicar la primera opción, en
especial atendiendo a que en la práctica son poco frecuentes los casos en los que lo imitado no es
un arma de fuego. Sin embargo, creemos que una interpretación integrada de todo el inciso
determina la segunda solución, y entonces queda también incurso en esta punición menor quien
utiliza una navaja de juguete para reducir a su víctima.

Esta hermenéutica es compatible con la letra de la ley, con su sistemática y con su razón de ser.
En lo primero, la norma sólo refiere a “un arma de utilería”, expresión que per se no autoriza a
excluir otras clases de armas propias. Y es claro que los distintos párrafos, cuando refieren a
armas de fuego, lo hacen especificando tal condición.

La misma solución se impone si se atiende al esquema seguido por el legislador, en función de los
distintos intereses tutelados. En efecto, del triple escalonamiento seguido por la norma se advierte
que el tercer párrafo alberga situaciones de pura intimidación, mientras que los dos restantes
agregan el peligro efectivo derivado, ya sea de un arma verdadera -cualquiera sea su tipo- (primer
párrafo), o más específicamente, de un arma de fuego apta para el disparo (segundo párrafo).
Así las cosas, desde que igualmente amedrenta quien simula esgrimir un arma blanca, un rifle de
aire comprimido[16], etc., la condición de utilería puede también predicarse de las armas que no
son de fuego, cuyas réplicas quedan entonces incluidas en el tercer párrafo, in fine, del nuevo
inciso 2º del artículo 166.

III.2.b) Concepto y requisitos.

No es necesario profundizar demasiado para advertir que la expresión utilizada por el legislador
–“de utilería”- puede resultar pintoresca pero en verdad es muy poco feliz.

A) Conforme la Real Academia Española, la voz "utilería" tiene sólo dos acepciones: "1. f. Conjunto
de útiles. 2. f. Conjunto de objetos y enseres que se emplean en un escenario teatral o
cinematográfico"[17]. El primer significado en nada aclara el punto, y el segundo –apenas un poco
más cercano a su empleo en el lenguaje vulgar- tampoco es técnicamente preciso para determinar
la aplicación de la agravante.

Resulta evidente que la nueva norma no pretende referir a los instrumentos concretamente
destinados a ser exhibidos en representaciones artísticas emulando ser armas, sino que alude a lo
que doctrina y jurisprudencia desde antaño han designado –entre otras expresiones- como arma
no verdadera, réplica o símil. Cabe preguntarnos entonces si ninguna de estas opciones,
disponibles en cualquier libro, artículo o fallo sobre el tema –es de suponer que al menos se ha
consultado alguno en todo el trámite legislativo- era mejor alternativa que la escogida por la norma.

B) Al menos sí se extrae de tales definiciones que el giro empleado por el legislador no abarca en
toda su amplitud la simulación de violencia armada, sino sólo aquella que se efectúa con un
objeto que en sí –y no por su especial forma de utilización- imita, remeda o reproduce las
características externas del arma.

En otras palabras, puede afirmarse que no son armas de utilería el dedo índice que se hace notar
dentro del bolsillo, ni el trozo de caño que se apoya en la espalda pretendiendo convencer a la
víctima de que está siendo encañonada. Debe tratarse, arriesgamos provisoriamente, de una cosa
que presente, en apariencia, las condiciones físicas definitorias de un arma de fuego.

C) Una vez satisfechas estas características esenciales, la mayor o menor perfección de la réplica
carecerá de dirimencia. Al igual que sucede en relación a otras figuras delictivas, será la
apreciación del hombre medio la que determinará la configuración de esta agravante.

Así entonces, la eventualidad de que la víctima posea un ojo experto enla materia y reconozca la
falsedad que el común denominador no advierte, no será óbice para la aplicación del tercer párrafo.
Y congruentemente, quien esgrima un revólver de plástico amarillo con el logo de Piñón Fijo y un
corcho atado con un piolín en la punta del caño, no cometerá el robo con un arma de utilería, por
más que el niño asaltado lo suponga verdadero.

Estimamos que del mismo modo deben resolverse aquellos casos en los que la víctima tiene
alguna limitación o restricción en su percepción sensorial.

Supongamos, retomando un ejemplo dado más arriba, que el damnificado por el robo es una
persona no vidente, a quien se le apoya en la sien un caño de metal a la vez que se le hace
escuchar un chasquido también metálico, similar al que se escucha al accionar la corredera de un
arma de fuego. Con alta probabilidad, los sentidos del tacto y el oído informarán a esta particular
víctima que está siendo amenazada con un arma. Sin embargo, esta percepción singular no queda
amparada en esta agravante intermedia, en tanto configura sólo una simulación de violencia
armada que no se materializa a través de una réplica de arma, esto es, de un objeto que presente
las características esenciales o definitorias de ésta.

IV. Conclusión

A modo de colofón, podemos reseñar los principales aspectos de la actual calificante del robo por
el empleo de armas, como sigue:

1. La ley 25.882 escalona distintos niveles de agravamiento, adoptando tanto el peligro


efectivamente corrido por la víctima en su vida e integridad física, como la mayor intimidación
que produce el empleo de armas, como fundamentos de la calificante y a la vez como
parámetros para graduar el castigo.

2. La clásica distinción entre armas propias e impropias se mantiene compatible en el nuevo


sistema. Las primeras encuentran su regulación en los tres párrafos del inciso, mientras que las
segundas quedan reservadas al primer párrafo, primer supuesto.

3. El empleo de armas de fuego desdobla su punición en dos niveles: en el más grave se ubican
aquellas armas cuya aptitud para el disparo ha sido acreditada (art. 166 inc. 2°, 2° párrafo), y
en el menos severo, las que no revisten tal condición (art. 166 inc. 2°, 3° párrafo, 1° supuesto).

4. La capacidad funcional u operatividad del arma es un extremo que debe ser particularmente
probado en el proceso, incluso indiciariamente, y no admite ser presumido en abstracto.

5. La agravante genérica del artículo 41 bis del Código Penal ya no es de aplicación al delito de
robo, por la subsidiaridad establecida en el segundo párrafo de dicha norma.

6.Arma de utilería es aquel objeto que presenta las características externas de un arma propia.

7. El fundamento de la agravante del robo por el empleo de un arma de utilería es la mayor


intimidación que ésta genera en la víctima.

8. Es el juicio del hombre medio -y no la particular apreciación de la víctima- lo que determina la


existencia de un arma de utilería, frente a los problemas que puede generar la mayor o menor
perfección de la réplica.
Tales son las premisas que informan el nuevo delito de robo con armas. En el balance de aspectos
positivos y negativos, juzgamos que la ley 25.882 acierta en tomar partido en cuestiones en las que
la anterior norma generaba serias dificultades interpretativas, con trascendencia en lo práctico, y
frente a las cuales, durante muchos años e inexplicablemente, el legislador se mantuvo indolente.

Fue sólo ante una conmoción social generalizada y potenciada que se activó un proceso legislativo
que debió ocurrir mucho antes. El apuro en responder al petitorio Blumberg explica, seguramente,
las improlijidades que hemos destacado más arriba.

A pesar de ellas, bienvenida sea la nueva ley. Ojalá que el tránsito que inicia por la casuística, los
libros y los Tribunales, nos permita -más adelante- mantener esta visión auspiciosa.

Agosto de 2004

[1] Tomamos prestada, aquí, la gráfica expresión que titula la obra de Víctor REINALDI
(“Delincuencia armada”, Mediterránea, 2002).
[2]Una primera lectura del nuevo inciso hace patente una desprolijidad. Antes, albergaba dos
agravantes: el robo con armas y el robo en despoblado y en banda. Ahora, la ley lo modifica
sustancialmente y le incorpora todo un desarrollo a uno de ellos, dejando al restante descolocado
en el texto. El robo en despoblado y en banda se lee, a modo de sandwich, entre el robo con armas
genérico y el robo con armas de fuego. ¿Razones que no desciframos, omisión involuntaria o
deliberada desidia?
[3]Cfmes., NUÑEZ, Ricardo, “Manual de Derecho Penal – Parte Especial”, Lerner, 2º ed., 1999,
pág. 217; SOLER, Sebastián, “Derecho Penal Argentino”, T.E.A., 1970, T. IV, pág. 267; CREUS,
Carlos, “Derecho Penal –Parte Especial, Astrea, 1996, T.I, págs. 459/460; REINALDI, Víctor,
“Delincuencia armada”, Mediterránea, 2002, pág. 16; LAJE ANAYA, Justo y GAVIER, Ernesto,
“Notas al Código Penal Argentino -Parte Especial”, Lerner, 1995, T. II, nota 23 al art. 166 inc. 2°,
pág. 315; DONNA, Edgardo, "Derecho Penal -Parte Especial", Rubinzal-Culzoni, 2003, T.II-B, pág.
169; FONTAN BALESTRA, Carlos, "Tratado de Derecho Penal", Abeledo-Perrot, 1969, T. V, pág.
518.
[4] Cfme., T.S.J., Sala Penal, S. n° 118, 20/12/01, "Véliz"; S. n° 69, 02/09/02, "Quiroga", entre
muchos otros; NUÑEZ, Ricardo, "Derecho Penal Argentino", E.B.A, 1967, T. V, pág. 240; SOLER,
ob.cit., T. IV, pág. 267; REINALDI, ob.cit., 16; LAJE ANAYA-GAVIER, ob.cit., T. II, nota 23 al art.
166 inc. 2°, pág. 314; DONNA, ob.cit., T. II-B, pág. 159; FONTAN BALESTRA, ob.cit., T. V, pág.
517.
[5] Cfme., T.S.J., Sala Penal, Sent. n° 69, 02/09/02, "Quiroga"; Sent. n° 69, 21/08/03, "Alfonso";
Sent. n° 112, 19/11/03, "Díaz"; NUÑEZ, "Derecho Penal Argentino", cit., T. V, pág. 240; SOLER,
ob.cit., T. IV, pág. 267; REINALDI, ob.cit., págs. 16/17; LAJE ANAYA-GAVIER, ob.cit., T. II, nota 23
al art. 166 inc. 2°, pág. 314; DONNA, ob.cit., T. II-B, pág. 159; FONTAN BALESTRA, ob.cit., T. V,
pág. 512.
[6]Sent. n° 69, 02/09/02, "Quiroga".
[7] Esta incoherencia fue morigerada por la Sala Penal del T.S.J. en “Toledo" (Sent. n° 10,
10/03/03), oportunidad en la cual afirmó que no cualquier empleo intimidante de un objeto torna a
éste en arma impropia, sino que es menester el"efectivo acometimiento" con éste como medio
violento.
[8] Las armas de utilería, adelantamos, también se circunscriben a armas propias.
[9] Ello arroja una escala penal que va de 6 años y 8 meses a 20 años de privación de libertad.
[10] Tres a diez años de reclusión o prisión.
[11] El resaltado es nuestro.
[12] T.S.J., Sala penal, Sent. n° 104, 12/12/02, "Moyano".
[13] O lo que es peor, advirtiendo y no explicando por qué decide en forma distinta a lo que informa
la letra de la ley.
[14] C.S.J.N., 27/05/04, "Villarruel"; 29/06/04, "Roldán".
[15] Una breve reseña del problema puede encontrarse en REINALDI, ob.cit., págs. 100 y ss.
[16] Que es un arma de disparo pero no de fuego, como bien lo indica VÍCTOR REINALDI, ob.cit.,
pág. 26.
[17] A su vez, “útiles” se define como "utensilio", y éste como "1. m. Cosa que sirve para el uso
manual y frecuente. U. m. en pl. Utensilio de cocina, de la mesa. 2. m. Herramienta o instrumento
de un oficio o arte. U. m. en pl. 3. m. Mil. Cama con sus ropas, enseres, combustible y
eventualmente efectos para el alumbrado, que la Administración militar asigna a los soldados en
los cuarteles o, en lo procedente, en los estacionamientos. 4. m. Mil. p. us. Auxilio que debe dar el
patrón al soldado alojado en su casa, o sea, cama, agua, sal, vinagre, luz y asiento a la lumbre"
(Real Academia Española, www.rae.es; accedido el 30de Abril de 2004, 15.37 hs.).Citar:
elDial.com DC460

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