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Voces: ACUSACION ~ AGRAVANTES ~ ALEVOSIA ~ CONDICIONES PERSONALES DEL IMPUTADO

~ CONSTITUCIONALIDAD ~ CONVENCION AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS ~ DOLO ~


ELEVACION A JUICIO ~ ENSAÑAMIENTO ~ GRADUACION DE LA PENA ~ HOMICIDIO ~
HOMICIDIO EMOCIONAL ~ INIMPUTABILIDAD ~ PENA ~ PENA ACCESORIA ~ PROCEDIMIENTO
PENAL
Tribunal: Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata(TOralCrimFedMardelPlata)
Fecha: 03/09/1998
Partes: Andreo, Armando A. R.
Publicado en: LA LEY1998-F, 699 - DJ1999-1, 792 - LA LEY1999-A, 314
Cita Online: AR/JUR/723/1998

Sumarios:
1. La existencia de varios disparos y la persecución de la víctima no autorizan a considerar aplicable la
agravante de ensañamiento; pues para ello se requiere la acreditación de un plus subjetivo, consistente en el
placer de aumentar la intensidad de la afección al ofendido.
2. En el aspecto objetivo --y para que se configure la agravante de alevosía-- el dolo exige el conocimiento de la
indefensión de la víctima; desde el punto de vista subjetivo se requiere que el sujeto activo aproveche este
estado de indefensión y saque partido para el resultado que pretende.
3. Quien anunció previamente la muerte de su víctima y luego concurre a una entrevista con ella, no podrá
eximirse de responsabilidad alegando desborde pasional, ni un estado de inimputabilidad que le impidió
comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones; sobre todo si se tiene en cuenta que nada hizo
aquélla para merecer esa descarga agresiva.
4. La culpabilidad como concepto en la medición de la pena dependerá, en primer lugar, de la gravedad del
injusto del hecho realizado y, en segundo lugar, de la gravedad de la culpabilidad por el hecho. Además,
determinado lo anterior, debe tenerse en cuenta la personalidad del autor para la magnitud definitiva.
5. La pena accesoria impuesta por el art. 12 del Cód. Penal en orden al ejercicio de ciertos derechos civiles,
atenta contra la dignidad del ser humano, afecta a su condición de hombre, produciendo un efecto
estigmatizante, innecesariamente mortificante, violatorio de los arts. 10 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (Adla, XLVI-B, 1107; XLIV-B, 1250), 5.6 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y 18 de la Constitución Nacional por lo que corresponde declarar de oficio su inconstitucionalidad.
6. No resulta necesario recurrir al mecanismo de la ampliación de la acusación prevista en el art. 381 del Cód.
Procesal Penal para tratar las peticiones formuladas por la acusación particular, pues por resultar éste una forma
impura de querellante conjunto ello resulta obligación del tribunal, siempre que no desborde aquel sujeto, con su
intervención, la plataforma fáctica delimitada en el requerimiento de elevación a juicio.

Texto Completo:
Mar del Plata, setiembre 3 de 1998.

Considerando: Que en las deliberaciones se estableció que las cuestiones a decidir por el Tribunal se refieran
a la existencia del hecho delictuoso y sus circunstancias jurídicamente relevantes, la participación del imputado,
la calificación legal de su conducta, sanción aplicable y costas.

I. Materialidad

Se ha acreditado en el curso de la audiencia oral que el día 4 de junio de 1997, a las 8.45 horas
aproximadamente, en el interior de la oficina de Jefatura que ocupaba la intervención en la Administración
Nacional de Seguridad Social (Anses), delegación Mar del Plata, ubicada en el primer piso del edificio sito en
Avda. Luro ... de esta localidad, el acusado Armando A. R. Andreo, mediante el uso de un arma de fuego --tipo
revólver-- calibre Nº 22 largo, marca "Pehuen" serie ..., que llevaba oculta debajo de sus ropas, efectuó cinco
disparos contra el gerente de Investigaciones Especiales del Organismo Oficial, doctor Alfredo María Pochat, de
los cuales dos se perdieron en la habitación. De los tres restantes uno impactó en el cuello de la víctima
produciéndole una lesión a nivel de la cara lateral derecha, en su unión del tercio medio con el tercio inferior,
siguiendo una dirección de arriba hacia abajo, lo que demostraría que al momento de recibir el disparo la
víctima estaba sentada intentado incorporarse; el otro ingresó en el tórax, cara anterior a nivel del segundo
espacio intercostal izquierdo, línea media clavicular, con dirección ascendente, de abajo hacia arriba, de
adelante hacia atrás, resultando demostrativo que el doctor Pochat se recostó sobre la silla en la que estaba
sentado luego de sufrir el primer impacto de bala, para entonces recibir el que se menciona. Con respecto al
tercer proyectil cabe destacar que el mismo habría impactado sobre la víctima mientras intentaba huir de la
oficina en la que se encontraba el agresor, recibiéndolo en la región dorsal a nivel del borde externo y superior
de la escápula derecha. Los dos últimos proyectiles produjeron en la víctima un importante cuadro hemorrágico

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interno que le ocasionó la muerte.

Se ha acreditado igualmente que los disparos señalados fueron realizados a una distancia superior a los 50
centímetros, toda vez que el estudio macroscópico de las prendas que llevaba puesta el occiso y la pericia
anátomo patológica demuestran la ausencia de complejos desflagatorios.

Lo expuesto precedentemente resulta acreditado con los protocolos de: autopsia y examen odontológico de
la víctima obrantes a fs. 187/201; pericial balístico de fs. 363/368; de levantamiento de rastros obrante a fs.
328/334; anátomo patológico de fs. 714, pericias cuyas conclusiones fueron introducidas al debate por lectura,
placas fotográficas obrantes a fs. 331/362 y certificado de defunción que luce agregado a fs. 705. Ello sin
perjuicio de los testimonios recibidos en el curso de la audiencia oral, y que por razones metodológicas que
hacen a la estructuración del decisorio se tratarán en el capítulo correspondiente a la autoría. (Omissis...).

II. "Omisis"

Es por ello que en lo que respecta a este capítulo, el relato indagatorio, si bien incompleto, de Andreo se
corrobora y ratifica con los dichos de los testigos mencionados, únicamente en lo que respecta a la utilización
que hizo el imputado del arma sobre el cuerpo de la víctima, con los resultados de que dan cuenta la autopsia y
la pericia balística que fueron citados en el considerando que precede y el testimonio prestado en la audiencia de
debate por la doctora Figueroa que fue la primera profesional en atender a la víctima que ya había fallecido
producto de las heridas mortales de bala recibidas en la ocasión, que permiten concluir que fue Andreo quien
causara la muerte de Alfredo Pochat, por lo que cabe imputarle autoría en el suceso.

III. Calificación legal

La querella particular ha calificado la conducta atribuida al encartado como constitutiva de homicidio


calificado por ensañamiento y alevosía (art. 80, inc. 2º, Cód. Penal). Ello requiere de algunas consideraciones:

A juicio del tribunal el querellante por delito de acción pública no resulta meramente adhesivo al Ministerio
Público Fiscal, sino que puede interpretarse su papel como una figura impura del querellante conjunto, que tiene
durante el juicio oral autonomía de gestión procesal, que lo autoriza a formular conclusiones en tanto no exceda
la situación de hecho descripta en el requerimiento de elevación a juicio sobre la que corresponde afirmar la
pretensión penal estatal.

En sentido contrario a esta postura la Cámara Nacional de Casación Penal, al resolver la causa "Santillán,
Francisco" (La Ley, 1997-A, 316) y con relación a la intervención del querellante particular, resolvió que su
carácter adhesivo requiere una actividad constante del Ministerio Público, la que de ser omitida, obtura la
posibilidad de condena, por el órgano jurisdiccional. Dicha doctrina podría entenderse resulta también aplicable
a la articulación de agravantes previstas a un tipo básico, no solicitadas por el Ministerio Público Fiscal.
Discrepamos con ésta interpretación por lo siguiente.

Los jueces que forman mayoría en dicha causa "Santillán" fundaron su opinión indagando la intención del
legislador, y transcriben --ver voto de la doctora Capolupo de Durañona y Vedia en la bibliografía que se citará
más adelante-- la opinión del ex Ministro de Justicia León Arslanian, quien no especifica en el informe
presentado al Honorable Senado de la Nación, entre las facultades que le asisten al querellante, la de acusar en
juicio. Para ello no se tiene en cuenta la letra de la ley, y que del basamento mismo del informe presentado por
el ministro, surgía como circunstancia relevante la prohibición para el querellante de abrir el juicio por su
exclusiva voluntad, como sí podía hacerlo en el código derogado. Ello de por sí ya le quitaba al querellante la
posibilidad de convertir al proceso penal en un pretexto o motivo para la diatriba, el agravio, la injuria, el
descrédito, la difamación, que era lo que realmente preocupaba al jurista. Pero de ello no se sigue que no esté
habilitado a formular acusación en el momento de la discusión final. Como acertadamente dice D'Albora (ver
LA LEY, 1997-A, 316; ¿"Es posible condenar ante el solo requerimiento del querellante?"), "si entonces se
admitió su presencia (conf. arts. 354, 374, 389 y en especial 393, íd.) se deben registrar en el acta sus instancias
y conclusiones (art. 394 inc. 5º íd.) y no se retacea expresamente su derecho de postulación, lo que no se depara
al actor civil (art. 393, párr. 2º) es imposible admitir que el tribunal no se encuentra legítimamente requerido.
Consecuencia de ello resulta que surja para el órgano jurisdiccional, el correlativo deber u obligación de
pronunciarse sobre su petición y administrar justicia" (ver Podetti "Teoría de los actos procesales", ps. 107/108,
Buenos Aires, 1955).

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Podría agregarse que "el derecho a la jurisdicción como enseña Bidart Campos o a la tutela judicial efectiva
como señala Gimeno Sendra obliga al órgano jurisdiccional a dictar una resolución motivada, fundada en
derecho, congruente con la pretensión penal, y a ser posible, de fondo, en la que bien se disponga el archivo del
procedimiento por haberse evidenciado la ausencia de algunos de sus presupuestos que condicionan su apertura,
o bien se actúe el ius puniendi como consecuencia de haberse probado un hecho punible y la participación en él
de acusado, o se declare la inocencia y se restablezca el derecho a la libertad" (ver Falcone, Roberto Atilio, "El
particular damnificado en el nuevo Código de Procedimiento Penal de la Provincia de Buenos Aires",
especialmente con referencia al querellante particular, JA del 27 de mayo de 1998, p. 37/48, número especial
coordinado por Pedro J. Bertolino).

En el sentido expuesto, podría decirse que no resulta necesario recurrir al mecanismo de la ampliación de la
acusación prevista en el art. 381 del Código de rito, ya que como se dijera, al no desbordar el querellante, con su
intervención, la plataforma fáctica delimitada en el requerimiento de elevación a juicio, surge para el órgano
jurisdiccional la obligación de tratar su petición. No debe olvidarse que la acusación, aunque incompleta se
formuló con el requerimiento de elevación a juicio, el que conlleva el ejercicio de la acción penal con contenido
de pretensión punitiva.

Por ello corresponde adentrarse al tratamiento de las agravantes introducidas por la querella. Veamos:

a) Ensañamiento: el concepto legal de ensañamiento comprende elementos objetivos y subjetivos. Desde el


primero de ellos se requiere que la agonía de la víctima signifique para ella un padecimiento no ordinario e
innecesario en el caso concreto, sea por el dolor que se le hace experimentar, sea por la prolongación de ella
(ver Creus, "Derecho penal, parte especial", t. I, p. 26 y sigtes.). Tales requisitos no se dan, señala el autor
citado, cuando el padecimiento extraordinario es una consecuencia necesaria del medio utilizado por el autor,
sin preordenación al sufrimiento (op. cit.).

En el plano subjetivo la agravante exige un elemento de actitud interna que en doctrina alemana se
denomina "Gesinnungsmerkmale", que en la agravante que nos ocupa, constituye una actitud interna impropia,
ya que según la moderna doctrina penal alemana, pertenece en parte al injusto y en parte a la culpabilidad. Un
ejemplo de ello lo constituye el elemento "cruelmente" en el parág. 211 del Cód. Penal Alemán; según la
jurisprudencia del B.G.H.St. (Tribunal Supremo Federal en materia penal), 3, 180 "mata cruelmente el que
causa especiales dolores o torturas a la víctima por una actitud inmisericorde y sin sentimientos" (ver Roxín,
"Derecho penal", "Parte general", t. I, "Fundamentos. La estructura de la teoría del delito"; varios traductores, p.
315, Ed. Civitas, Madrid, 1997). Si se sigue esta posición dice el autor citado "la causación de dolores o torturas
es un requisito del tipo, ya que afecta al modo de provocar la muerte y la convierte de alguna manera en un
homicidio potenciado, en cambio la actitud inmisericorde y sin sentimientos, que no está necesariamente unido
a ello, sino que debe añadirse como elemento autónomo, es un componente de la culpabilidad" (Roxín, op. cit.,
p. 315).

Privilegiando la actitud interna Sebastián Soler exige para tener por configurada la agravante que "el
delincuente haya prolongado deliberadamente los padecimientos de la víctima, satisfaciendo con ello una
tendencia sádica" (ver Soler, "Derecho penal argentino", t. III, p. 27). Agregando en cuanto aquí interesa "que
no basta la comprobación exterior de la existencia de una gran cantidad de heridas", exigiendo una finalidad en
el agente orientada a la producción de sufrimientos, "aumentar deliberadamente el mal causado, causando otros
innecesarios para la ejecución" (ob. cit., p. 28).

Bustos Ramírez exige lo que en doctrina clásica se llamaba "lujo de males", esto es el placer en aumentar la
intensidad de la afección al ofendido, no contando los males posteriores al hecho --por ejemplo, cortar en
pedazos el cadáver para encubrir el hecho-- (ver "Derecho penal, parte general", p. 577, Ed. P.P.U., Barcelona,
1994).

De lo dicho se concluye que la existencia de varios disparos y la persecución de que fuera víctima el doctor
Pochat no autorizan a considerar aplicable la agravante escogida por la querella. Ello requiere de la acreditación
de un plus subjetivo, que de la prueba producida en la audiencia no ha surgido.

Es menester advertir, dada la repercusión y difusión que ha merecido este juicio, que la cita de doctrina y
legislación extranjera que apuntala este decisorio, por otra parte correctamente incitada por el doctor W. J.,
obedece a una serie de razones entre las que cabe destacar dos principales.

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La primera consiste en advertir que los jueces técnicos de nuestro sistema procesal no perciben los hechos
que refleja el debate con ojos profanos, sino que lo hacen a través de las perspectivas que brinda la ciencia del
derecho que no sólo describe, sistematiza y facilita la interpretación de las normas, sino que además emite
prescripciones valorativas útiles a los órganos aplicadores para evitar discordancias posibles en el sistema
normativo en su conjunto (cfs. Alchourrón y Bulygin, "Introducción a la metodología de las ciencias jurídicas y
sociales", Ed. Astrea, Buenos Aires, 1974 y Nino, Carlos S., "Algunos modelos metodológicos de la ciencia
jurídica", Ed. Fontamara, Bogotá, México, 1993).

Y además, en segundo término, ello conlleva y trae seguridad a las partes en orden a la previsibilidad de las
decisiones de cada tribunal, ya que el conocimiento del marco teórico aludido precedentemente obliga a respetar
la integridad horizontal o coherencia entre las soluciones ofrecidas en cada caso por dicho órgano (Dworkin, R.,
"El imperio de la justicia", Ed. Gedisa, Barcelona, 1988). Por otra parte desde que nuestra ciencia penal se
independizó de concepciones positivistas en la década del cuarenta, bajo las notables influencias de Soler y de
Jiménez de Asúa, la dogmática penal alemana ha sido permanente fuente de inspiración para nuestra ciencia
vernácula dada la similitud legislativa y tradición académica común.

Consecuentemente la indicación y apoyo de las fuentes bibliográficas no obedece a una inútil jactancia sino
a la necesidad de mejorar el control de las partes a fin de racionalizar la tarea judicial.

b) Alevosía: así como en el ensañamiento, también esta modalidad requiere la presencia de componentes
objetivos y subjetivos. En tal sentido, se comparte la opinión de Roxín, cuando al referirse a la agravante en el
derecho penal alemán señala, "lo mismo sucede con la alevosía como elemento del asesinato, si con la
jurisprudencia constante (B.G.H.S. t. 9, 385) se la define como aprovechamiento de la falta de sospecha y la
indefensión de la víctima debido a una dirección de voluntad hostil; entonces el aprovechamiento será un
elemento del tipo, y la tendencia de la voluntad pertenecerá a la culpabilidad" (ver Roxín, ob. cit., p. 316).

Con todo acierto ubica Zaffaroni a la agravante analizada dentro de los "Tendenzdelikte", destacando que en
el aspecto objetivo el dolo exige en cuanto al conocimiento la indefensión de la víctima, pero ello no alcanza,
hasta allí sólo hay un dolo de homicidio simple. Se requiere además que "el sujeto activo aproveche este estado
de indefensión, saque partido de él para el resultado que pretende" (ver Zaffaroni, "Tratado de derecho penal", t.
III, p. 375 y sigtes.). Por esta razón no será alevosa la muerte de un niño, ni es alevosa la muerte del enfermo
postrado y totalmente impedido de resistirse (ob. cit.).

En definitiva se dará la agravante de alevosía cuando el agente actúe sobre seguro y sin riesgo,
aprovechando la indefensión de la víctima (ver Tribunal Supremo español, sentencia del 24 de enero de 1992,
cit. por Juan González Rus, "Curso de derecho penal español", "Parte especial", t. I, p. 66 y sigtes., Ed. Marcial
Pons, Madrid, 1996).

Las circunstancias de hecho reseñadas en el considerando pertinente, no permiten apreciar las agravantes
requeridas por la querella. Ello sin perjuicio de enfatizar el importante aporte que hicieron al esclarecimiento del
suceso, si bien en algún momento el dolor por la pérdida del ser querido, justificado por cierto, impidió que el
análisis resultara neutral. Es que lógicamente no puede haber neutralidad frente al injusto dolor.

La prueba recibida en el curso de la audiencia oral ha permitido formar convicción en el sentido que
Armando Andreo concurrió el día del hecho a la sede de la U.D.A.I. con dos propósitos alternativos. El primero
de ellos consistía en entregar un certificado médico acreditativo de la enfermedad de su cónyuge con cuya
recepción podía enervar la ejecución del despido de su esposa, del que ya tenía conocimiento. El segundo
propósito era darle muerte al doctor Pochat si no conseguía su primer objetivo. (Omissis...).

Atento a como han quedado fijado los hechos, y más allá de la culpabilidad agravada con que ha actuado el
imputado, circunstancia que deberá ser considerada en el capítulo correspondiente, no puede apreciarse la
agravante de alevosía solicitada por la querella. (Omissis...).

Como se dijo, la muerte del doctor Pochat era la segunda alternativa que había evaluado previamente el
acusado, no obstante ello no convierte en alevoso su reprochable actuar.

El Tribunal Supremo de España, sala penal, ha resuelto en sentencia del 7 de marzo de 1994, que "en el
supuesto de autos se da como probado, de un lado, que los hechos se produjeron en el despacho de la víctima, a
puerta cerrada, sacando el arma el acusado al cabo de unos dos minutos de haber entrado, disparando de frente y

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sin conocerse las causas de tal agresión. Se sabe también, por recogerlo así el factum que lo que pretendía el
acusado era pedir explicaciones a la víctima sobre el despido que había sufrido y que relacionaba con una
actitud de aquélla. Todo lo que es insuficiente para sentar el elemento de sorpresa, pues aún siendo dos minutos
tiempo breve, se desconoce lo exactamente ocurrido en tal lapso temporal, que precedió al acto de sacar el arma,
y si en tal breve tiempo la víctima pudo advertir la agresión, máxime ocurriendo el ataque cara a cara, lo que
impide concluir que aquella no tuvo oportunidad alguna de defensa. Tampoco el mero dato del uso de un arma,
como medio peligroso para la vida, es suficiente para integrar el ataque alevoso, porque de un lado, y como
señala la sentencia del 9 de junio de 1993, ello conduciría a objetivar esa circunstancia, sin dejar espacio para el
elemento subjetivo e intencional; y, de otro, ...la alevosía busca eliminar todo riesgo, impidiendo plenamente la
defensa del ofendido..." (ver Ganzenmuller, Escudero y Frigola "Homicidio y asesinato", fs. 248/249, Ed.
Bosch, Barcelona, 1996).

El acusado Andreo ha declarado que luego de que el doctor Pochat le rechazara el certificado, le dijo que su
esposa era amoral, que mirara su relación con el doctor Omoldi, luego de lo cual manifestó no recordar
absolutamente nada de lo acaecido.

Si bien la mayoría de los testigos que declararon en el juicio, vieron al imputado tranquilo luego del hecho,
no exteriorizando encontrarse excitado o alterado, la defensa con fundamento en la propia declaración de su
pupilo, el testimonio del policía Artieda que procedió a su detención y la pericia psicológica que se le hiciera ni
bien consumado el hecho, entiende que al momento del suceso se encontraba fuertemente emocionado. Ello nos
lleva a incursionar acerca del conocimiento exigible para poder atribuir al agente un obrar doloso, a fin de dar
respuesta a su pedido. No obstante, que como se dijera, la prueba producida en la audiencia, resulte harto
ilustrativa en el sentido que al no conseguir el imputado enervar el despido de su esposa, la decisión de matar a
Pochat, la tenía tomada.

En tal sentido debe destacarse la utilidad de la prueba producida por el fiscal doctor García Berro ante el
tribunal, en cuanto los testimonios de quienes no prestaron declaración en sede instructoria, Piccini, Crespo y
Russo de Balesta, resultaron decisivos para reconstruir el "factum" que hoy se juzga.

En orden al conocimiento que reclama el dolo, deben valorarse las circunstancias por las cuales se arribó al
hecho, resultando importante además de todas las consignadas, el hecho de concurrir a un ámbito muy
conflictivo para el causante munido de un arma de fuego.

En Alemania Herzberg ha desarrollado la teoría del "peligro no cubierto", afirmando a contrario que el
peligro que cubre el respectivo tipo penal es el que permite evitar posiblemente la producción del resultado
prestando atención (ver Herzberg, J.Z., p. 639, 1988, cit. por Roxín, ob. cit., p. 443). Y últimamente, también en
Alemania, Jakobs ha desarrollado el concepto de "culpa por situación defectuosa", destacando el deber del
agente de prever las consecuencias dañosas de sus actos. Y en cuanto aquí interesa, el autor citado hace hincapié
en el deber de no armarse si es inminente que se vaya a caer en un estado pasional, citando fallo del B.G.H., en
un supuesto de previsibilidad del hecho e infracción reprochable del deber de refrenarse con comentarios de
Blau y Frisch (ver Jakobs Gunther, "Derecho penal parte general", p. 651 y sigtes., Ed. Marcial Pons, Madrid,
1995).

Como se ve claramente existe responsabilidad, más que previsibilidad, por las consecuencias del uso del
arma de fuego, en el agente que concurre armado a un ámbito conflictivo, en el que se entrevista con el Jefe del
Area Investigaciones, quien comunicó el despido de su cónyuge por estar sospechada de participar en hechos de
corrupción, si luego en el curso de la entrevista sufre un desborde pasional y le da muerte. Ello así, porque dicho
desborde, muy frecuente en los casos de homicidio, sólo puede ser excusado, en base a un juicio normativo
sobre las circunstancias del hecho.

Aun cuando Pochat hubiese vertido la manifestación que le endilga Andreo, lo que no resulta probable en
cuanto a los testigos lo describieron como un "auténtico caballero", difícilmente se hubiese emocionado; menos
aún con el alcance exigido por la normativa penal para excusar su conducta.

Andreo estaba allí, sentado frente a su futura víctima, pero armado, sabiéndose portador de una personalidad
agresiva y que Pochat en parte personificaba los males por los que atravesaba su esposa. Además, ya había
hecho anuncios de que en caso de que se la despidiera mataría a su interlocutor. En ese momento el dolo se
conforma con la aprehensión de las circunstancias de "un vistazo" como enseña Roxín. No es necesario una
experimentación atenta, reflexiva. Ello resulta particularmente claro en el sujeto que actúa por impulsos
pasionales "el mismo ve a la víctima, ve su arma, y quiere y ve lo que hace con ella; sino no tendría éxito el

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homicidio" (Roxín, op. cit., p. 477). Con la misma claridad pueden leerse Welzel, "uno solo ve turbias las
cosas", "¡pero ve!" ("Grunhut-Erinnerungsgabe", p. 188, 1965, cit. por Roxín, ob. cit., p. 476) y Jakobs, "Basta
que el autor tenga una imagen de con qué consecuencias actúa" (ob. cit., p. 319).

Como decía Binding el derecho penal tiene una psicología esotérica, lo que no quiere decir que el mismo
pueda tomar como hecho psíquico, lo que según conocimientos psicológicos reconocidos, no constituye un
hecho, pero sí escoge los hechos psíquicos a partir de sus principios y los valora según ellos, lo cual puede a
veces ser poco compatible con los desarrollos de la psicología individual (ver Jakobs, ob. cit., p. 375/376). Por
ello debe remarcarse que el orden punitivo penal no está obligado a atender a toda la realidad psicológica, sino
que de ella extrae, con arreglo a sus principios, elementos singulares que a la psicología pueden parecerle meros
fragmentos. Al derecho penal le interesa el "output" del sujeto; por ello lo que desde el punto de vista
psicológico puede ser un desmor onamiento de los mecanismos psíquicos de defensa, puede resultar para el
ordenamiento punitivo, un homicidio con determinado ánimo o tendencia. Y aun cuando se discuta desde el
punto de vista psiquiátrico y psicológico el sistema conceptual jurídico con el que se pretende captar la realidad
psicológica como lo hacen Rasch y Shewe, lo cierto es que de ese comportamiento previo ambivalente, el
derecho debe rescatar lo jurídicamente relevante (Jakobs, p. 319, también Zaffaroni con explicaciones dignas de
tener en cuenta en "Tratado de derecho penal", t. IV, p. 147, Ed. Ediar).

Como se decía precedentemente, para enjuiciar un hecho de estas características, deben analizarse las
circunstancias mediante las cuales se arribó a él. Volviendo a lo expresado por Roxín, quizás el más grande
penalista del mundo en la actualidad, "los hechos pasionales no llegan como un rayo en tiempo sereno sino que
son el resultado de un conflicto de larga duración y transcurren la mayoría de las veces en las tres fases el
nacimiento, agravación y descarga. En la fase del nacimiento los agravios y fracasos que se han de asimilar no
conducen a tensiones psíquicas, que se cargan en la segunda fase y se convierten en representaciones
destructivas, de modo que en la tercera fase basta a menudo un motivo aparentemente insignificante para hacer
que se produzca un derrumbamiento total de la capacidad de control y el desbordamiento pasional. En la
segunda fase cuando todavía existe capacidad de control, se puede constatar la mayoría de las veces un conflicto
del sujeto con sus tendencias agresivas. Si en este estadio no toma precauciones contra una posible descarga
pasional posteriormente ya no controlable, y por ejemplo ya no se aleja de la zona de influencia de la víctima
potencial o incluso compra un arma de fuego, existe ya una provocación del ulterior resultado, que puede
fundamentar una responsabilidad jurídico penal" (ver Roxín, ob. cit., p. 832 y sigtes.). Por ello, aun cuando
Andreo hubiese actuado emocionado en el momento del hecho, su conducta no puede jurídicamente excusarse
bajo la fórmula de culpabilidad disminuida acuñada por nuestro Código Penal. Nada la hace disculpable según
las circunstancias; como se exige en uno de los antecedentes tenidos en cuenta por el legislador de 1921, "Nach
den Umständen entschuldbaren", reza el Derecho Penal alemán.

Es menester a este respecto señalar que si bien la fórmula de nuestro Código Penal no requiere de motivos
éticos para habilitar tal disculpa tal como se viene señalando desde las enseñanzas de Soler (op. cit., t. III, Ed.
Tea, Buenos Aires, 1970), todo aquello que requiere de una justificación necesita el recurso a un orden
normativo diverso en el que se produce el hecho base. Justificar no es lo mismo que explicar, actividad ésta que
no precisa más que de una elucidación del suceso descripto bajo la ocurrencia de una circunstancia más general,
mientras que aquélla es una actividad del espíritu que no puede darse sin la recurrencia a principios superiores a
los del ordenamiento jurídico.

Y estos principios no tienen porqué ser exclusivamente éticos, como equivocadamente creía Juan P. Ramos,
ya que pueden basarse en las simples y escuetas normas que regulan una convivencia en paz, de suerte tal que
resultan carentes de toda justificación las exaltadas reacciones de un intemperante cuando las mismas lo hacen
trasponer los bordes de la prudencia.

Es que no debe resultar ocioso reiterar que por medio del derecho penal el Estado pretende asegurar el
respeto de elementales valores éticos sociales de acción, asegurar la convivencia en la sociedad, enviando
mensajes claros a la ciudadanía. Por lo demás, el estado de Derecho democrático sólo puede recurrir a la pena
como reacción frente a un delito cuando está frente a un sujeto responsable, que puede prever lo que sus hechos
valen. Y en este orden apuntó Jakobs en un artículo publicado en Alemania en 1993 "Das Schuldprinzip",
traducido por Manuel Cancio Meliá (ver "Estudios de derecho penal", ps. 365/393, Ed. Civitas, 1997), que el
"hecho de encontrarse en un estado de excitación en forma de ira u odio en principio no contribuye a la
exculpación. Cada uno tiene que asumir este tipo de emociones, que pueden presentarse en cualquier momento,
si se quiere que los contactos sociales sean planificados. El derecho positivo conoce, sin embargo, una
atenuación muy considerable --parág. 213, StGB-- para el homicidio doloso cometido bajo influjo de la ira, que
presenta la limitación que sea precisamente la víctima del homicidio quien haya provocado al autor sin que éste
haya dado razón alguna para ello. Esta limitación no puede explicarse desde una perspectiva psicologizante, ya

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que la ira impulsa a la realización del hecho con independencia de su origen. Pero si se abandona este tipo de
naturalismos y se toma en consideración la situación social como factor decisivo, esto es, si se configura el
concepto de culpabilidad no de manera ontologizante, sino funcional, la limitación parece casi evidente: quien
ha definido sin tener razón para ello, la situación de manera agresiva, y sólo quien así procede, pierde parte de
su protección" (ps. 390/391).

Con lo expuesto se quiere significar que quien anunció previamente la muerte de su víctima, y luego
concurre armado a una entrevista con ella, no podrá eximirse de responsabilidad alegando desborde pasional, ni
un estado de inimputabilidad que le impidió comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones. Sus
hechos precedentes le imponían el deber de concurrir al ámbito en el que se produjeron los hechos desarmado;
al no hacerlo así, debe cargar con las consecuencias de sus actos. Máxime que como con todo acierto dijo W. J.,
Andreo era un violento emotivo. Con este sentido debe interpretarse el resultado del examen psicológico que se
le hiciera al imputado a fs. 38/39 en cuanto señala que presentaba al momento del hecho "marcada inestabilidad
emocional, de tal manera que no habría podido reflexionar y valorar adecuadamente la situación acontecida con
evidente disminución de la capacidad para controlar sus impulsos", suscripto por la psicóloga de Policía Adriana
E. Gaig.

Si bien desde lo estrictamente psicológico es cierto que toda emoción libera los procesos inhibitorios debido
a una paralización del control, también lo es que las emociones como cualquier otro fenómeno del
funcionamiento mental superior, son a su vez controladas por los elementos adquiridos en las relaciones de
convivencia y socialización (Wolff, W., "Introducción a la psicopatología", cap. IX, Ed. del F.C.E., México,
1960 y Norman, Donald, "El aprendizaje y la memoria", Ed. Alianza, Madrid, 1995).

Si en este terreno siguiéramos las enseñanzas de Popper y Eccles podríamos afirmar que las emociones
pertenecen al mundo 2, pero que las construcciones sociales y visión general de la realidad, propias del mundo
3, interactúan entre sí de suerte tal que sólo puede producirse una ruptura en su relación como consecuencia de
un trauma muy importante. Y justamente son estos traumas los que impiden el desarrollo de las sinapsis que
producen la memoria a largo plazo (auts. cits., "El yo y su cerebro", Ed. Labor Universitaria, Barcelona, 1982).

Justamente en la ausencia de memoria basa también la defensa su intento de atenuar la culpabilidad con la
disminución de la pena prevista en el art. 81 de nuestro Cód. Penal, si bien y exclusivamente para no dejar sin
respuesta a este intento, pese a lo expresado anteriormente acerca de la falta de justificación al alegado estado
emocional, se deben mencionar dos circunstancias relevantes.

La primera que según los autores anteriormente citados, especialmente el eminente neurobiólogo que es
John Eccles, la amnesia retrógada es normalmente completa para los sucesos inmediatamente anteriores al
trauma y se va tornando progresivamente menos grave para los recuerdos de los sucesos más y más tempranos.
Este funcionamiento cerebral no ha sido el que manifestó el causante que le ocurriera. Por el contrario su relato
se parece mucho más a una estructura discursiva fabricada "ad hoc" para caer dentro de la causal de atenuación,
que a una instancia neurobiológica como la expresada por el científico de mención. A este aspecto ya se refería
Núñez, lejano en el tiempo pero preciso en su concepto al ironizar respecto a las amnesias fingidas y también a
la deformación de las emociones que se traduce en los informes psicológicos posteriores al hecho.

La segunda de las circunstancias aparece a través de la estructuración del discurso del causante que se revela
como tan prefabricado en sus detalles, hasta que le sobrevienen raptos de agresividad, que no dijo que no
recordaba nada de lo acaecido desde el momento en que Pochat le habría enrostrado la infidelidad de su mujer,
sino que manifestó que se negaba a seguir contestando. A tal punto fue relevante esta circunstancia que el
Presidente del tribunal debió inquirirlo al respecto para saber si el imputado deseaba ampararse en su derecho a
no declarar, y allí fue recién el momento en que Andreo dijo que no recordaba nada. Lo importante para él no
era la amnesia, era ocultar (no declarar) su estado. Esto tiene relevancia estrictamente psicológica, no sólo a
través de la tesis psicoanalítica de los actos fallidos, sino si como afirman Vigotsky, Luria y sus discípulos todo
se unifica y manifiesta a través del lenguaje que así revela las estructuras mentales superiores a que hacíamos
referencia "supra" (aut. cit., "Pensamiento y lenguaje", Ed. Paidós, 1995, Barcelona).

En apoyo de lo manifestado cabe agregar que lo expresado por el testigo Artieda en la audiencia de debate al
afirmar que en el momento de darle el alto, Andreo le dijo que se quedara tranquilo que no iba a hacer nada y
por la testigo Russo de Balestra a quien el imputado le entregó el certificado médico causante del hecho y le
pidió que se ocupara de sus hijos, nada tiene que ver con una posible situación de trauma capaz de impedir la
sinapsis referida anteriormente.

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Pero desde lo jurídico resulta relevante que nada había hecho el doctor Pochat para merecer la descarga
agresiva de que fue víctima. Sólo puede achacársele que cumplió con su deber hasta el final, por ello no aceptó
de Andreo el certificado médico que pretendía entregarle en forma irregular y es también por ello, que los
argumentos expuestos por la defensa, enjundiosa por cierto, no pueden prosperar ya que no existe exculpación
posible.

Asiste razón al querellante cuando advirtió que el evento en juzgamiento obedece a la racionalidad de la
violencia, pero al mismo tiempo hay que señalar que también existió una racionalidad de la burocracia que
permitió que nadie advirtiera a la víctima que lo esperaba un individuo al que la mayor parte de los empleados
sabía violento, que habitualmente usaba armas y que en la entrevista preliminar con el interventor había
manifestado encontrarse "jugado". Obviamente no existe reprochabilidad penal por la omisión en dar aviso, en
advertir a la víctima del peligro potencial que corría, pero que el reproche íntimo existe se vio reflejado en la
audiencia por la cantidad de testigos que dijeron hallarse desde el día del hecho en tratamiento psicológico.
Pochat fue víctima de su propia rectitud, de la agresividad de su victimario y de la fría indiferencia de quienes
pudieron ponerlo sobre aviso y no lo hicieron.

El hecho constituye homicidio simple (art. 79, Cód. Penal).

IV. Sanciones penales.

La función judicial de individualización de la pena constituye, junto a la apreciación de la prueba y a la


aplicación del precepto jurídico-penal a los hechos probados, la tercera función autónoma del juez y representa
la cúspide de su actividad probatoria (Jescheck, "Tratado de derecho penal", p. 787, Ed. Comares, Granada,
1993). La misma debe interpretarse como una discrecionalidad jurídicamente vinculada, por ello deben
seleccionarse los principios o criterios de orden valorativo que deban regir dicha función evitando decisiones
arbitrarias o desiguales. En este sentido puede afirmarse que "las operaciones que presiden la determinación
discurren en varios niveles" (Bacigalupo, "La individualización de la pena en la reforma penal", t. 3,
Monográfico, p. 60, Ed. R.F.-D.U.C., 1980): 1. Determinación de los fines de la pena: puesto que las normas
penales (faz de conminación) deben servir a la protección subsidiaria de bienes jurídicos y con ello al libre
desarrollo del individuo, así como al mantenimiento de un orden social basado en este principio, también la
pena concreta sólo puede perseguir esto, es decir, un fin preventivo del delito. De ello resulta además que la
prevención general y la prevención especial deben figurar conjuntamente como fines de la pena (Roxín, ob. cit.,
ps. 81 y 95). No obstante un elemento propio de la teoría de la retribución debe pasar a formar parte también de
la teoría preventiva mixta: el principio de culpabilidad como medio de limitación de la pena. Corresponde al
sentimiento jurídico general la restricción del límite superior de la pena a una duración correspondiente a la
culpabilidad, lo cual, en esa medida, tiene pleno sentido desde el punto de vista preventivo. La "sensación de
justicia", a la cual le corresponde un gran significado para la estabilización de la conciencia jurídico-penal,
exige que nadie pueda ser castigado más duramente de lo que se merece, y "merecida" es sólo una pena acorde
con la culpabilidad. 2. Determinación de los elementos fácticos de la individualización penal: en primer lugar
corresponde aclarar que en el ámbito de la individualización judicial de la pena, se opera con una culpabilidad
para la medición de la pena y no para su fundamentación. Esta última atañe a la cuestión de bajo qué
presupuestos existe responsabilidad jurídico-penal, del "sí" de la pena, es decir del supuesto de hecho o tipo de
conexión para la imposición de una pena; cuestión propia del concepto sistemático de culpabilidad. La
culpabilidad para la mediación de la pena, en cambio, atañe al supuesto de hecho o tipo de conexión para la
medición judicial de la pena y por tanto "al conjunto de los momentos que poseen relevancia para la magnitud
de la pena en el caso concreto" (Hans Achenbach, 1974, 4, cit. por Roxin, ob. cit., p. 814); cabe recordar que no
pueden ser tenidos en cuenta criterios que ya incidieron en la determinación del marco legal (prohibición de la
doble valoración --art. 67, Cód. Penal español--. La gravedad de la culpabilidad como concepto en la medición
de la pena, su contenido, dependerá en primer lugar de la gravedad del injusto del hecho realizado
--comprensiva tanto del disvalor de acción (forma de ejecución del delito, etc.) como del disvalor del resultado
(magnitud del daño, valor del bien jurídico afectado, situación de la víctima o su familia, etc.)-- y en segundo
lugar, de la gravedad de la culpabilidad por el hecho (móviles o motivos, etc.), en el sentido dogmático del
concepto (Jescheck, ob. cit., ps. 801/802). Además, determinado lo anterior, debe tenerse en cuenta la
personalidad del autor para la magnitud definitiva. Este desarrollo doctrinario encuentra sustento legal en el
derecho comparado a través de los arts. 66.1 del Cód. Penal español y parágs. 46.I y 46.II del StGB; en el
mismo sentido el Comité de Expertos encargado de la elaboración del Proyecto de Código Penal para la
Comunidad Económica Europea propone una fórmula análoga a los criterios aquí sustentados, concretamente en
su art. 15. En nuestro Código Penal los factores enunciados en ambos incisos del art. 41 del Cód. Penal
determinan las pautas a seguir, debiendo interpretarse, como unánimemente sostiene la doctrina nacional, que
los criterios decisivos son tanto el ilícito culpable como la personalidad del autor (Ziffer, "El sistema argentino
de medición de la pena", p. 23, Universidad Externado de Colombia, 1996). Sólo resta destacar que en este

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artículo sólo se hace una enumeración no taxativa de las circunstancias de la medición de la pena sin determinar
la dirección de la valoración --al igual que en el parág. 46, StGB--, es decir, sin preestablecer si se trata de
circunstancias que agravan o atenúan.

En función de todos los principios reseñados, bien jurídico lesionado, vida de un joven abogado y padre de
familia; motivos que llevaron al acusado al delito, coaccionar al doctor Pochat a recibir en forma irregular un
certificado médico a fin de enervar el despido de su esposa que había sido decidido con anterioridad;
culpabilidad agravada por el anuncio de que concretaría sus amenazas en caso del despido de su cónyuge;
ausencia de capacidad de inhibición luego de que se enterara por Russo de Balesta del despido de su esposa, y la
modalidad en que ocurrió el suceso, sin valorar circunstancias atenuantes; todo ello, amerita que corresponda.

Condenar a Armando A. R. Andreo, a la pena de 17 años de prisión por el delito de homicidio simple en la
persona del doctor Alfredo María Pochat (arts. 5º, 29, inc. 3º, 12 con la limitación a la que se hará referencia,
40, 41, 79 y 45, Cód. Penal, 393, 398, 399, 400, 401, 403 y sigtes., Cód. Procesal Penal de la Nación).

El art. 12 del Cód. Penal dispone que "la reclusión y la prisión por más de 3 años llevan como inherente la
inhabilitación absoluta, por el tiempo de la condena, la que podrá durar hasta 3 años más, si así lo resuelve el
tribunal, de acuerdo con la índole del delito. Importan además la privación, mientras dure la pena, de la patria
potestad, de la administración de los bienes y del derecho de disponer de ellos por actos entre vivos. El penado
quedará sujeto a la curatela establecida por el Código Civil para los incapaces".

El tribunal mantiene el criterio establecido en la causa "Yaques, Ivan s/ infracción ley 23.737", acerca de la
inconstitucionalidad de la accesoria, conforme argumentación expuesta en el voto del doctor Falcone al que
adhiriera el doctor Portela. En tal sentido se transcribe lo que resulta pertinente.

"Entiende Zaffaroni en opinión que suscribo que la incapacidad civil del penado tiene el carácter de una
pena accesoria (ver "Tratado de derecho penal", vol. V, p. 251). La prueba más clara señala el autor citado, "es
que el penado, por el hecho de estar privado de su libertad, no está fácticamente imposibilitado para realizar los
actos para los que el art. 12 le incapacita. La ley misma admite esta realidad cuando impone esta pena
únicamente a quien está penado por más de 3 años: si la incapacidad fuese una consecuencia máxima del
encierro, y no tuviese otro fin que el tutelar, no tendría ningún sentido ese requisito, puesto que en la misma
situación de incapacidad se hallarían todos los que están privados de libertad, sea cual fuere el tiempo de su
privación".

El art. 75 de la Constitución Nacional conforme la reforma de 1994, ha incorporado en su inc. 22 con


jerarquía constitucional, en cuanto aquí interesa, los siguientes tratados: la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de Derechos Humanos; la Convención Americana
sobre Derechos Humanos; la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles o Degradantes, el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Este último, aprobado por ley 23.313, dispone en su art. 10
que "toda persona privada de su libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la dignidad
inherente al ser humano". Por su parte, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, edicta en su art. 5º,
apart. 6º que "Las penas privativas de libertad tendrán como finalidad esencial la reforma y la readaptación
social de los condenados".

La vigencia de los tratados internacionales señalados, me obliga a examinar si la incapacidad civil accesoria
del art. 12 del Cód. Penal se adecua a su texto. La respuesta no puede ser otra que la negativa.

La incapacidad civil del penado, es la herencia superviviente de la "muerte civil" del derecho romano y de
las Partidas. Representaba una pena infamante que tenía por objeto estigmatizar o separar al reo de la
comunidad social, obstaculizando, cuando no impidiendo el ideal resocializador que claramente informan los
Convenios Internacionales suscriptos por la República Argentina. Concretamente puede afirmarse que esta pena
es estigmatizante, indignante e inhumana, tal como lo sostienen Bustos Ramírez ("Derecho penal. Parte
General", p. 593, 1994), y Santiago Mir Puig ("Derecho Penal. Parte General", p. 795). Se advierte que esta
accesoria, reviste a la sanción penal de tintes moralistas, al establecer un reproche moral ficticio por parte de la
colectividad en la órbita familiar y patrimonial, soslayando, la obligación que le incumbe al Estado de proveer
en la medida de lo posible a su resocialización. Se convierte de este modo en una pena infamante, impropia de
un estado de Derecho que debe tratar a todo condenado como lo que es, un ser humano.

La reforma penal producida por el gobierno democrático español, llevó en 1983 a derogar la interdicción

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civil prevista en el art. 43 de su Cód. Penal como accesoria de la pena de reclusión mayor. El fundamento
políticocriminal expuesto por F. Morales puede sintetizarse así:

1. "La supresión de la pena de interdicción en la reforma del 8 de junio de 1983 constituye una decisión
plausible, dada la carencia de legitimidad políticocriminal de la sanción. Desaparecen así, los perturbadores
efectos de estigmatización social, que comportaba su imposición".

2. "La pena de interdicción como sanción operativa con carácter general suponía revestir a la reacción penal
de tintes moralistas, y en última instancia, a través de la misma se pretendía establecer un ficticio reproche
moral de la colectividad en la órbita familiar y patrimonial del condenado".

3. "El derecho penal renuncia a imponer sanciones con carácter indiscriminado en orden al ejercicio de
deberes-función familiares, mediante la pena de interdicción civil. Como excepción a este postulado de partida,
subsisten en el Código Penal medidas de aseguramiento en interés de terceros pertenecientes a la formación
social familiar, en atención del significado de los delitos perpetrados...".

4. "En las restantes hipótesis delictivas de la parte especial, la condena penal tan sólo podrá constituir el
presupuesto de aplicación de las medidas de naturaleza estrictamente civil, que implican la imposibilidad de
ejercicio de determinados deberes-función familiares..." (ver Gonzalo Quintero Olivares, "Derecho penal", p.
666 y sigtes., Ed. Marcial Pons, 1989).

De todo lo expuesto, surge claramente que la pena accesoria impuesta por el art. 12 del Cód. Penal en orden
al ejercicio de ciertos derechos civiles, atenta contra la dignidad del ser humano, afecta a su condición de
hombre, que no la pierde por estar privado de su libertad, produciendo un efecto estigmatizante,
innecesariamente mortificante, violatorio de los arts. 10 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
5º, apart. 6º de la Convención Americana de Derechos Humanos, y del art. 18 de la Constitución Nacional por
lo que corresponde declarar de oficio su inconstitucionalidad.

Por lo precedentemente expuesto corresponde declarar la inconstitucionalidad, de la incapacidad civil


inherente a toda condena mayor a 3 años de prisión o reclusión establecida en el art. 12 del Cód. Penal" (ver
causa "Yaques", cit. infra).

Por todo ello el tribunal, resuelve: por unanimidad, 1. Condenar a Armando A. R. Andreo a la pena de 17
años de prisión por el delito de homicidio simple en la persona del doctor Alfredo María Pochat (arts. 5º, 12, 29,
inc. 3º, 40, 41, 45 y 79, Cód. Penal; arts. 393, 398, 399, 400, 401, 403 y sigtes., Cód. Procesal Penal). 2.
Declarar la inconstitucionalidad de la incapacidad civil accesoria dispuesta en el art. 12 del Cód. Penal por los
motivos expuestos oportunamente. 3. No habiendo surgido del debate elementos de prueba que permiten variar
la situación procesal que tuviera en cuenta la propia agente fiscal doctora Bustos durante la etapa instructoria en
cuanto no advirtió méritos para pedir la declaración indagatoria de Silvia Albanessi de Andreo por su presunta
participación en el homicidio juzgado, a lo solicitado por la fiscal, no ha lugar por improcedente. Igualmente
corresponde señalar que la citada funcionaria ha requerido la remisión al juez federal de primera instancia de
diversas declaraciones testimoniales obrantes en la causa, lo que no se corresponde con su pedido de rechazo del
recurso de reposición interpuesto por la querella contra el decreto que clausuraba la instrucción (ver incidente
respectivo. Además la prueba producida en el debate, sólo si se aprecia en forma absurda, arbitraria o capciosa
permitiría continuar la persecución penal contra otras personas; ello obviamente no habrá de impedir la
prosecución de la investigación en tanto la acción penal no prescriba si aparecen elementos probatorios de sesgo
incriminatorio, lo que no ha acontecido en este debate, ya que la acción penal pública es indivisible. Esta
negativa se extiende a lo solicitado por la querella en el mismo sentido. 4. Ordénese la formación de causa penal
por el delito de falso testimonio agravado, respecto del Gerente de la Anses Juan Tealdi, a cuyo fin remítanse
las actuaciones pertinentes al juez federal en turno. 5. La querella ha solicitado se investiguen las circunstancias
en que fuera extendido por el doctor Montes, el certificado médico, que el imputado pretendía entregar en la
Anses el día del hecho. Todo vez que dicho certificado constituye un instrumento privado, deberá orientarse la
pesquisa en orden a la posible comisión del delito de defraudación a una Administración Pública, en el que pudo
incurrir además Silvia Albanessi de Andreo. -- Roberto A. Falcone. -- Néstor R. Parra. -- Mario A. Portela.

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