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IDEAS: CRITICA
Vivimos rodeados de mentiras": dice Mario Pergolini a poco de iniciarse el primer capítulo del
programa especial Algo habrán hecho por la historia argentina, que fue emitido por
Canal 13. Junto a Pergolini, Felipe Pigna asumió el papel de quien habría de revelar las
verdades que, según se desprende del diálogo, nos han sido hasta ahora ocultadas o
escatimadas a los argentinos. A lo largo de cuatro emisiones, Pergolini y Pigna dialogaron
sobre el pasado, comenzando por las invasiones inglesas de 1806 y 1807, para terminar
(aunque prometen una nueva serie) a mediados del siglo XIX, con la caída de Rosas y la
muerte de San Martín en Francia.
El programa constituye una novedad para la televisión abierta local, pues aunque la práctica
de contar la historia utilizando medios audiovisuales no es nueva, hasta ahora no habíamos
tenido una producción de esta envergadura que es bastante frecuente en otros países. Por
ello y por su repercusión mediática, ofrece una oportunidad para discutir no sólo sobre
nuestro pasado sino sobre cómo se narra aquí la historia. ¿Qué historia nos cuenta este
programa y cómo la cuenta? De la mano del maestro —Pigna— y el alumno —Pergolini—
Algo habrán hecho… hace un recorrido cronológico y estructura un relato en torno de
algunos ejes:
* La historia tal como se ha contado hasta ahora es una tergiversación de la verdad, que este
programa se propone develar.
* Nada ha cambiado en nuestra historia por lo que nuestro presente puede leerse
directamente a partir del pasado y viceversa. "La Argentina es siempre la Argentina" dice,
hacia el final, el alumno después de aprender lo que le ha enseñado su maestro. Por lo tanto,
todo lo ocurrido se interpreta en clave del presente.
* Esa historia es la de la lucha entre los buenos y los malos. Los protagonistas son los
grandes nombres: los buenos son los héroes o patriotas, que son virtuosos sin matices ni
atenuantes a lo largo de todas sus vidas (con San Martín a la cabeza) y los malos son "los de
siempre" y se distinguen por ser enteramente corruptos y traidores. El pasado se reduce a
una sucesión de hechos (no muy diferente de las efemérides escolares) que se identifican
con las acciones de esos hombres importantes que definen el destino argentino. Hoy como
ayer, el mal siempre triunfa sobre el bien, pero los buenos insisten y la historia vuelve a
empezar.
* También hay un "pueblo", que aparece mencionado aquí y allá, siempre de manera
genérica (el pueblo es uno y homogéneo) y del lado de los buenos.
* La Argentina existe desde siempre: se habla de la nación, del estado nacional y de los
argentinos como entidades eternas.
Con estos ejes no muy novedosos, el programa propone un formato innovador. Maestro y
alumno van hacia el pasado, y mientras dialogan, hablan con los personajes y se identifican
con sus temores y ansiedades. Las escenas combinan cuadros del presente (Pigna y Pergolini
en Londres, París, Rosario, la campaña de Buenos Aires) con otras que ficcionalizan algunos
hechos narrados (batallas, asambleas, fusilamientos) siempre con los grandes personajes en
primer plano y con la ocasional intrusión de Pigna y Pergolini como observadores
participantes. Hay un importante despliegue de mapas, croquis y dibujos; en cambio, es muy
escaso el uso de material documental a pesar de su existencia y disponibilidad.
Así, esta propuesta tiene limitaciones importantes. El guión prescinde de algunos de los
elementos clave de un relato cinematográfico, tales como la consistencia y el crescendo
narrativo. Aquí, las cartas están echadas desde el primer cuadro; todo el resto es una mera
confirmación de lo que sabemos de antemano.
Los interrogantes son sólo retóricos, pues la respuesta ya se conoce. Por caso: frente a las
sucesivas campañas militares encabezadas por Manuel Belgrano, Pergolini es categórico: "A
esta altura ya no tenemos dudas: en Buenos Aires a Belgrano lo odiaban" —sin preguntarse
quién, por qué, ni cómo un hombre como él encaraba y aceptaba sin más esos destinos—, a
lo que Pigna responde: "No te quepa duda". Dudas es lo que no hay en este relato; esa
ausencia achata el diálogo y simplifica la historia.
Las puestas en escena de eventos específicos abundan en detalles inverosímiles, como los
cuadros de batalla con soldados impecablemente vestidos, el parlamento de Castelli ante el
fusilamiento de Liniers, el capitán del barco envenenando a Moreno (presentado como
verdad indiscutible, cuyas pruebas —claro— no existen), o la grotesca dramatización del
cabildo abierto del 22 de mayo. El material de archivo, el despliegue gráfico y las escenas
ficcionalizadas no cumplen otro papel que ilustrar las palabras. Son como estampitas
destinadas a meter por los ojos lo que ya se está diciendo en el diálogo. Si estos son los
problemas de un formato que prometía otra cosa, los que presenta a la interpretación
histórica son aún más serios.
Uno. El programa reitera y refuerza las visiones más patrioteras de la historia argentina.
Retoma las figuras de los héroes más rancios del panteón nacional y las versiones más
esencialistas de la nacionalidad argentina. Como en las tradicionales historietas de Billiken,
se comienza con las invasiones inglesas, que sirven para denostar a los ingleses (de allí en
más serán villanos de la película), para mostrar desde la primera escena al primero de los
corruptos (Sobremonte, en una escena desopilante por lo inverosímil) y para hablar ya de los
buenos por venir, sobre todo Belgrano. Esta figura aparece en el primer plano de la historia
de la revolución, cuyo tratamiento es réplica de los relatos escolares, con los "patriotas" a la
cabeza. Todas las incertidumbres y turbulencias de la época revolucionaria quedan
subsumidas en un cuentito ejemplar.
Dos. El programa remite a una forma muy tradicional de escribir la historia. Algo habrán
hecho… se acerca al pasado ignorando toda la historiografía de los últimos cincuenta años.
No hay ningún intento por analizar procesos ni estructuras. Los hechos se suceden por obra y
gracia de héroes y antihéroes. En segundo lugar, no se atiende a ninguna de las dimensiones
del pasado que hoy constituyen la materia principal de los historiadores en todo el mundo: lo
social, la economía, la vida política, el mundo de las representaciones y la cultura. Si de vez
en cuando se introduce alguna mención que supone una referencia a un actor social o
político ("la oligarquía", "el pueblo", "los caudillos", "los estancieros"), no se hace ningún
esfuerzo por ubicarlos en el tiempo, describir sus características o analizar sus
transformaciones. Y no es que la historiografía argentina carezca de estudios sobre esos
temas: los hay, de diversas orientaciones, y podrían haber servido para introducir una visión
menos estereotipada de nuestro pasado.
En tercer lugar, en esta visión la historia es cosa de hombres. No sólo las mujeres no
aparecen como protagonistas, sino que las referencias a ellas son a la vez prejuiciosas ("¡Qué
bagarto!" dice Pergolini frente a la imagen de una mujer que no conoce; "No, pará —lo
instruye Pigna— que ésa es Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas") y equivocadas. Así, de
las tertulias se dice que servían "para que las familias engancharan a sus hijas con algún
doctor o militar soltero", mientras que los varones participaban —como verdaderos hombres
— de las tertulias revolucionarias. Se ignora todo lo escrito sobre esas formas de sociabilidad
donde la mujer cumplía importantes roles.
Tres. Para acomodar la realidad a su versión del pasado, el programa incluye omisiones,
errores, anacronismos y tergiversaciones sobre hechos que son conocidos y han sido
largamente analizados. Apenas algunos ejemplos: el rol revolucionario de Saavedra y de las
milicias que él comandaba queda totalmente desdibujado, pues entraría en contradicción con
su imagen de antihéroe (frente a Moreno); se tergiversa el lugar de Gran Bretaña en las
guerras de independencia (sólo se habla de presiones que habría ejercido ese país contra la
"voluntad independentista" y no de las conocidas actuaciones en sentido inverso); se
reducen los conflictos entre unitarios y federales a la disputa por las rentas de aduana; se
distorsiona la historia del sufragio, pues al presentar ese tema para la coyuntura de 1820/21
y el ministerio de Rivadavia —"el malo"— se omite toda referencia concreta a la ley de 1821
que estableció el voto activo para todos los varones adultos libres; en cambio se pasan dos
imágenes: la primera refiere a un discurso pronunciado por Dorrego —"el bueno"— cinco
años más tarde y la segunda teatraliza una escena de comicios inverosímil según los
estudios actuales sobre elecciones.
Pigna: —Pero por aquel entonces esa fecha no tenía la connotación tan nefasta que tiene hoy
en día.