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Mecanismo de Evolución
Por: Ana Cecilia Espinosa Martínez y Claudia Tamariz García
Q
ue el intelecto no fue construido para comprender los átomos o aún para
comprenderse a sí mismo sino para fomentar la supervivencia de los genes
humanos. (Edward O. Willson)
Este artículo es sólo parte de un ensayo mayor en torno a la problemática de la unidad del
conocimiento, situación que es en la actualidad objeto de reflexión de la ciencia y también
del espectro educativo, pues ambas comienzan a reconocer la necesidad de que el
conocimiento humano tienda hacia una visión integrada de la realidad versus una visión
disgregada de la misma. En esta primera parte del trabajo, buscaremos sentar las bases que
intentarán demostrar que: en sus orígenes el conocimiento surgió como una unidad en
tanto se constituyó como un mecanismo de evolución de la especie humana gracias al
cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse. Es decir, que la finalidad para la cual
surgió el conocimiento le atribuyó su carácter unitario. La demostración de esta
consideración se expondrá a lo largo de cuatro apartados:
1. La evolución Biológica
2. El proceso de hominización
3. La evolución cultural
4. El carácter originario del conocimiento.
En el presente artículo, abordaremos los primeros dos apartados, dejando los dos últimos
para posterior ocasión. ¡Comencemos!
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1 Distinta a la biológica pero que sienta sus bases en ésta, al grado de que en gran parte está condicionada por ella.
Aunque en ocasiones se contrapongan, es indiscutible que van unidas y sin la evolución de tipo biológico habría sido imposible la
cultural.
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Existen interacciones muy complejas entre los organismos y su medio ambiente, pero sean
cuales sean las formas que adoptan, el común denominador de todas ellas es la búsqueda de
los primeros para adaptarse al segundo y sobrevivir.
Este hecho lo describe Nicanor Ursua como uno de los principios constitutivos de la teoría
de la evolución biológica, el: “Principio de sobreproducción: Todo organismo produce más
descendientes de los que pueden posiblemente sobrevivir para crecer y reproducirse”
(Ursua, 1993:32).
Efectivamente, los individuos que no poseen las características adecuadas para adaptarse,
mueren. Pero otros sobreviven gracias a un mecanismo extraordinario por el que la
naturaleza selecciona a los individuos más aptos para adaptarse al medio, la llamada
Selección Natural descubierta por Charles Darwin. Así pues, gracias a su potencialidad de
reproducción las poblaciones sobreviven en equilibrio con el medio permitiéndose
sacrificar a los individuos no aptos, pero garantizando que aquellos que por medio del
mecanismo de Selección Natural sobreviven, poseen las características que favorecen su
adaptación al entorno y que además podrán heredar a sus descendientes.
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actúe tanto sobre los individuos como sobre los genes, que son los responsables de los
rasgos morfológicos y fisiológicos de aquellos y que se heredan a sus descendientes.
“Los individuos de cualquier especie dejan un gran número de descendientes que quedan
sometidos a la selección, pero son más bien los genes los que son seleccionados, puesto que
aparecerán con mucha más frecuencia en las sucesivas generaciones” (Barash, 1987: 11).
Así, a nivel poblacional la información genética de una especie es muy rica y esta riqueza
depende de dos factores:
Las mutaciones pueden ser desfavorables y muchas veces llevan a la destrucción del
individuo. Pero en ocasiones ocurren mutaciones favorables, generalmente muy pequeñas,
que enriquecidas con la combinación de genes entre individuos aumentan el acervo
genético del grupo.
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Así, debido a las variaciones en el ambiente y gracias a las selección natural, las
mutaciones y la recombinación genética se da un cambio en la naturaleza de la población.
Este cambio es la evolución orgánica, biológica o genética.
Así, el desarrollo -en los animales superiores y en particular en el hombre- del cerebro y de
la inteligencia como parte del proceso evolutivo se debe a que éstos constituyen
mecanismos animales de supervivencia de la especie. Así nos lo aclaran Estañol y
Césarman cuando dicen:
“Queremos proponer, sobre la línea de las teorías holísticas, que una de las principales
funciones del cerebro del hombre y de los animales es promover la supervivencia del
individuo y de la especie. (...) Todo este complejo que integra la mente o el espíritu (...),
tiene la función de proteger y promover la vida. Vivir es primero sobrevivir” (Césarman y
Estañol, op.cit. :58).
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2. El Proceso de Hominización
A) Definición
Como ser vivo el hombre está y ha estado sujeto a una evolución orgánica. Hace 5 millones
de años los australopithecus, considerados el puente entre las formas simioides y las
humanas, no poseían el grado de complejidad cerebral que tiene el hombre en la actualidad
ni su grado de desarrollo cultural. Se necesitaron muchos millones de años de evolución
biológica para que estos homínidos alcanzaran la condición de homo sapiens y empezaran a
crear cultura. A este recorrido evolutivo se le da el nombre de proceso de hominización.
Se le llama proceso de hominización al surgimiento lento y gradual de ciertos rasgos
peculiares que fueron caracterizando la aparición morfológica, fisiológica y cultural del
hombre.
El proceso de hominización se puede considerar en tres áreas básicas:
a) Hominización de los caracteres morfológicos
b) Hominización psíquica
c) Hominización cultural
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Por otra parte hubo también un crecimiento del tamaño del cerebro como consecuencia de
la posición erguida, pues aumentó a 1400 centímetros cúbicos, lo que ocurrió
aproximadamente hace 100 mil años (Lazorthes, 1987).
Según Paul McLean, Director del Laboratorio de Evolución Cerebral y Conducta del
Instituto Nacional de Salud Pública de los Estados Unidos, el desarrollo del cerebro pasó
por tres etapas (Sagan, 1982):
1. La primera corresponde al desarrollo de las estructuras del tronco cerebral por encima
de la médula espinal, esa estructura es el Arquencéfalo o cerebro reptiliano, llamado así
porque los reptiles no pasaron de esta forma de desarrollo.
El Arquencéfalo regula las funciones vitales y se encarga del comportamiento instintivo
(conducta agresiva, territorialidad, actos rituales, sexualidad y establecimiento de
jerarquías sociales).
“En el cerebro primitivo se encuentran los mecanismos de agresión, el miedo, la
alimentación, la huida y el sexo. Es decir, los instintos” (Césarman y Estañol, op.cit.
:63).
2. La segunda corresponde al desarrollo del Palencéfalo o cerebro límbico que se
superpone al anterior. Es una corteza cerebral rudimentaria en la que se estancan los
mamíferos inferiores. En ella se alojan la memoria y la emoción.
Esta región determina ya no sólo la reacción instintiva al medio ambiente, sino que
permite respuestas variadas al mismo, esto es, una mayor flexibilidad para responder a
los estímulos del exterior.
3. La tercera fase corresponde al desarrollo del Neoencéfalo, constituido por la corteza
cerebral o neocortex. Esta estructura fue aumentando de extensión y se fue
especializando conforme fueron evolucionando los mamíferos superiores hasta el
hombre. Ella se encarga de las funciones cognoscitivas, la conciencia, el sentido de
previsión del futuro y, además, se alojan ahí las estructuras del leguaje que permiten un
mayor desarrollo de la abstracción y la conciencia.
“En la neocorteza cerebral se encuentran, por otro lado, los mecanismos más elaborados
de supervivencia, como lo son la inteligencia, la capacidad de aprender y la plasticidad
cerebral, entendidos todos ellos como métodos de adaptación ante situaciones nuevas”
(Ibidem. :63).
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Estas tres estructuras se han ido superponiendo de tal forma que la evolución ha sido de
dentro hacia fuera, por lo que la estructura más evolucionada, la corteza cerebral, es
también la más externa.
Por otra parte cada nueva fase en el proceso de cerebración ha acarreado modificaciones en
la fisiología de las estructuras anteriores, o sea que han variado algunas de sus funciones,
aunque en esencia siguen siendo las mismas. Así:
“En el cerebro del hombre las nuevas estructuras se han superpuesto a las antiguas, que
subsisten conservando cierta autonomía pero situadas bajo la autoridad de las nuevas. El
arquencéfalo (...), llamado todavía cerebro reptiliano, preside los mecanismos instintivos y
los comportamientos (casi siempre innatos) cuya finalidad parece ser la preservación del
individuo y de la especie. El paleoencéfalo (sistema límbico) que se encuentra en todos los
mamíferos, participa en la vida emotiva. El neoencéfalo representa, por sus funciones
perceptivas e intelectuales, un papel dominante en la conciencia reflexiva y el pensamiento
constructivo y simbólico” (Lazorthes, op.cit. :18).
A partir de la aparición del primer Homo Sapiens (el hombre de Neanderthal), la evolución
morfológica del cerebro pareció estabilizarse y no se ha modificado en el hombre actual.
“...es seguro que el cerebro del primate que se autodenomina homo sapiens no ha cambiado
en los últimos 100 mil años. La evolución biológica del cerebro humano parece haberse
detenido hace tiempo y, sin embargo, el cerebro humano ha realizado logros cada vez
mayores” (Césarman y Estañol, op.cit. :75).
Ello se explica porque su evolución ha sido más bien fisiológica, como veremos más
adelante.
2 Para autores como Anthony Barnett “...el promedio de la capacidad craneana masculina oscila entre los 1300 y 1500 centímetros
cúbicos, y los individuos normales se sitúan entre los 1050 y 1800 centímetros cúbicos” (Barnett, op.cit. :138)
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muchos mamíferos; sin embargo, el peso absoluto del cerebro no es tan importante como su
relación con el peso del cuerpo. Un cerebro inteligente es aquel cuyo peso constituye una
parte importante del peso total del cuerpo. Así, vemos que en el ser humano adulto el peso
del cerebro representa, en promedio, 1/50 parte del peso total (1400 gramos x 70
kilogramos), en cambio en algunos monos antropoides, como el gorila y el orangután, el
peso del cerebro corresponde a 1/200 parte de su peso total.
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Las dendritas son ramificaciones tubulares que se extienden alrededor del cuerpo de la
célula, formando un intrincado arbusto. El axón es una prolongación mucho mayor que se
extiende lejos del cuerpo celular para conectarse con otras partes del cerebro y el sistema
nervioso. Sus ramificaciones nacen generalmente al final de la fibra.
Estas ramificaciones del axón y las dendritas son las que reciben y envían señales a otras
neuronas haciendo funcionar el cerebro.
“En términos generales, las dendritas y el cuerpo celular reciben señales de entrada; el
cuerpo celular las combina y las integra (... las promedia) y emite señales de salida; a él le
cumple también el mantenimiento general de la célula. El axón transporta las señales de
salida a los terminales axónicos, que distribuyen la información en un nuevo conjunto de
neuronas” (Hubel, 1979:10).
Así, la información pasa de una neurona a otra a través de puntos de conexión llamados
sinapsis, de esta forma:
“El funcionamiento del cerebro depende del flujo de información a través de elaborados
circuitos consistentes en redes de neuronas” (Stevens, 1979:23).
El flujo de información entre una neurona y otra se produce por impulsos eléctricos y
químicos. La señal generada por la célula y enviada a través del axón es un impulso
eléctrico que libera en la terminal del axón moléculas de transmisor químico que pasan por
la sinapsis a la otra célula.
“Algunas sinapsis son excitadoras, por cuanto tienden a provocar la puesta en marcha (de
otra neurona), mientras que otras son inhibidoras, siendo capaces de cancelar señales que
de otra manera excitarían a una neurona para su puesta en marcha.” (Stevens, op.cit. :23)
En una célula nerviosa hay de mil a 10 mil conexiones sinápticas y éstas tienen la
posibilidad de multiplicarse y conectarse de infinitas maneras con cualquier otra neurona
del sistema. Esta capacidad la poseen igualmente las células nerviosas de las zonas
“asociativas” de la corteza cerebral, lo que les permite programar las acciones de otras
zonas.
Por otra parte, las conexiones sinápticas que se establecen en esta zona dependen en gran
parte de la información que recibimos del exterior pues el aprendizaje y la memorización
residen en esas interconexiones neuronales y ellas permiten infinidad de combinaciones de
respuestas al entorno. De tal suerte que mientras más información del exterior obtengamos,
más conexiones sinápticas se establecen en estas zonas que programan las acciones al resto
del cerebro, lo que incrementa la posibilidad de respuestas y la flexibilidad para adaptarse
al medio circundante.
c) La existencia de engramas o módulos de información.
J. Szentágothai, en 1975, desarrolló la idea de que, tanto en la estructura como en la función
de todas las áreas de la corteza cerebral, existen unidades básicas denominadas columnas,
módulos o engramas.
Se trata de agrupaciones celulares, cada una compuesta de unas 10 mil neuronas de
diferentes tipos, entre excitadoras e inhibidoras. Estas agrupaciones están dispuestas
verticalmente con respecto a la superficie y en la corteza cerebral existen de uno a dos
millones de estos engramas.
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Así, cuando el sujeto recibe un dato o señal procedente de un objeto físico, de las palabras
de un interlocutor o de su memoria, se activa un bloque de información o engrama
compuesto de ideas, recuerdos, imágenes, expresiones..., que permite adscribir el dato en
un determinado contexto intelectual, para producir conocimiento.
Podemos entonces concluir que morfológicamente la complejidad del cerebro está dada por
el incremento de su volumen, el desarrollo de la corteza cerebral y, sobre todo, de ciertas
zonas no especializadas de la misma donde se aloja el pensamiento abstracto, la expresión
verbal, gráfica y gestual y donde se utilizan los recuerdos para programar acciones; es por
tanto la zona capaz del mayor aprendizaje, posible gracias a su capacidad de establecer
múltiples conexiones sinápticas con otras neuronas, basándose en la información obtenida
del medio.
Esto permite que cualquier acción sea programada por las zonas superiores de la corteza de
acuerdo a decisiones tomadas con base en lo aprendido.
C) Hominización Psíquica.
El alto grado de complejidad en la morfología del cerebro se traduce en una mayor
capacidad funcional del mismo, en una mayor evolución de la mente.
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En el hombre, como vimos, las células asociativas se encuentran en gran cantidad, por ello
es en éste donde la inteligencia está más desarrollada, lo que permite a la mente una enorme
plasticidad para ser programada por información del medio.
“...no se puede dudar que la inteligencia del hombre sea la traducción al plano funcional de
la complejidad de su corteza cerebral” (Vandel, op.cit. :28).
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“Los animales dotados de sistemas nerviosos muy sencillos tienen una conducta que no
consiste en mucho más que reflejos y otras respuestas inmediatas a estímulos externos
(instintos)” (Barnett, op.cit:140).
Así, en los batracios, peces y reptiles la mayor parte de su conducta sigue siendo
genéticamente programada. En las aves y los mamíferos llamados inferiores, además de los
comportamientos innatos, aparecen otros que dependen del aprendizaje; sin embargo, la
mente específica sigue dominando. En este nivel evolutivo la adaptación del organismo
depende aún de la información genética.
Este estado de cosas cambia con los mamíferos superiores –primates, delfines y cetáceos-
donde la inteligencia empieza a dominar al instinto, haciendo que los comportamientos
dependan más de la experiencia que de la programación genética. Sin embargo, en la
mayoría de ellos, aunque muchos de sus comportamientos dependen del aprendizaje –
donde el animal elige entre varias posibilidades la respuesta a un estímulo dado-, éstos sólo
se dan como respuesta a estímulos concretos, Es decir que la inteligencia sólo se manifiesta
en presencia de un estímulo al que hay que responder.
El ser humano se define por el predominio de su inteligencia; sin embargo, esto no significa
que los impulsos instintivos hayan desaparecido, estos la complementan aunque aquella los
domina, de tal manera que muchos instintos o predisposiciones hereditarias llegan a
convertirse, por educación, en reacciones reflexionadas.
Desde que apareció el homo sapiens ha sido más evidente la evolución de la mente y, en
particular, la de la inteligencia, que la del cerebro, ya no merced a una evolución
morfológica dependiente de la información genética sino a la información externa, a la
cultura.
D) Hominización Cultural
El proceso de hominización psíquica dotó al ser humano de la capacidad de reaccionar con
flexibilidad a las condiciones ambientales y esta capacidad se incrementó cuando el hombre
empieza a crear cultura, pues con ella consigue mucho más que simplemente adaptarse al
medio, logra aprovecharlo y modificarlo para iniciar con ello otra etapa en su proceso de
evolución: la evolución cultural.
Situar la hominización cultural en el tiempo es tarea difícil, pero podemos asegurar que su
inicio coincide con dos creaciones humanas que pueden considerarse las primeras
manifestaciones de cultura: el lenguaje hablado y la habilitación y empleo de utensilios.
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El desarrollo del lenguaje fue posible gracias a la naturaleza social del hombre, a su
estructura morfológica y a su capacidad psíquica (inteligencia).
Las especies animales que poseen lenguajes son generalmente aquellas que viven en grupos
y que tienen, por tanto, la necesidad de comunicarse, bien para anunciar un peligro, bien
para relacionarse con sus congéneres.
La especie humana es social por naturaleza y no sería raro que al principio su comunicación
se limitara a este tipo de mensajes, y los gestos y la voz debieron ser utilizados para ello,
aunque entonces únicamente expresaran emociones (cólera, miedo, alegría...) pero después
fue necesario comunicar algo más que simples manifestaciones emotivas, había que
transmitir experiencias aprendidas.
En los animales superiores, sobre todo en los primates, observamos que el instinto de
imitación aunado a otro que lo complementa, el de la curiosidad, se encuentra muy
arraigado, y ambos les permiten aprender lo que otros hacen. Estos mismos instintos los
poseemos los hombres y es gracias a ellos que los niños aprenden, incluso a hablar.
Así, no es raro que ese haya sido el procedimiento original con el que nuestros ancestros
transmitían a los demás miembros del grupo descubrimientos casuales.
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Es evidente, además, que la creación del lenguaje desarrolló muchas de las capacidades
intelectuales del ser humano pues hablar requiere el empleo de sonidos que sinteticen una
realidad compleja, es decir, de símbolos abstractos que generalicen y esto implica la
necesidad de conceptualizar los elementos de la realidad antes de “llamarlos” de alguna
manera. Así pues, el lenguaje permitió el desarrollo de facultades como la abstracción, la
conceptualización, el pensamiento lógico, entre otros, que, a su vez, permitieron
construcciones mentales superiores: el pensamiento simbólico, que es en sí un medio de
transformación superior del mundo.
Esta transformación del mundo conlleva un control sobre el mismo, pero no se trata de un
control absoluto pues aún hoy día existen fenómenos y ámbitos de la naturaleza que
escapan al dominio humano.
Por otro lado, podemos hablar de diferentes niveles de transformación del entorno, que van
desde el aprovechamiento de fenómenos naturales -como lo fue la agricultura y el pastoreo
3
Las formas que puede cobrar esta transformación material son, por ejemplo: la elaboración de instrumentos y herramientas, el
aprovechamiento de fenómenos físicos (como el del crecimiento de las plantas con la agricultura, el de la reproducción de los animales
con el pastoreo, el del agua de lluvia con la construcción de acueductos, diques o presas...), la modificación ambiental de zonas
geográficas, la alteración en los ecosistemas, entre otras.
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Bibliografía
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E
n el artículo anterior apuntamos nuestro interés por reflexionar en torno a concebir al
conocimiento como parte del mecanismo de evolución y de concebirlo como
unificado, de ahí que esta idea dé nombre a nuestros escritos. En esa ocasión
abordamos como temáticas:
5. La evolución Biológica y
6. El proceso de hominización
como parte de un análisis mayor que se encamina a demostrar que el conocimiento tiene
una finalidad adaptativa y que es esa finalidad precisamente quien da al conocimiento su
carácter unitario o integral. En otras palabras, nuestra tesis apunta que el conocimiento en
sus orígenes surgió como una unidad en tanto se constituyó como un mecanismo de
evolución de la especie humana gracias al cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse.
Dicha tesis ha sido hasta ahora parcialmente demostrada a través del tratamiento de estas
dos primeras temáticas y será ahora complementada y esperamos finalmente demostrada,
con el tratamiento de dos nuevos apartados, a saber:
7. La evolución cultural y
8. El carácter originario del conocimiento.
¡Continuemos!
4. La Evolución Cultural
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Todas estas definiciones nos aportan varios elementos característicos de lo que llamamos
cultura. Así vemos:
En primer lugar, la cultura es acumulativa pues constituye un almacén de información.
Esta información, a diferencia de la genética, no es hereditaria sino adquirida mediante
el aprendizaje y la formación.
Además, esta información está concentrada en un sistema de conocimientos, patrones
de conducta e incluso objetos materiales.
Este sistema que constituye la cultura se da en sociedad.
Mediante la cultura el hombre establece una nueva forma de comunicación con su
medio.
En esta nueva relación con su ambiente el ser humano logra transformarlo para crear, a
partir de él, un nuevo ambiente.
La cultura varía en espacio y tiempo.
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información cultural no codificada en los genes que les servirá, al igual que aquella, para
sobrevivir y desarrollarse.
Otro elemento importante para la aparición de la cultura y su transmisión son las sociedades
humanas, que son condición de posibilidad de la cultura y, al mismo tiempo, están
condicionadas por ella.
Es común que se tienda a confundir sociedad y cultura pero aunque éstas van de la mano en
el caso del hombre, existen muchas agrupaciones de tipo social en el mundo animal que ni
remotamente han desarrollado formas culturales.
Los hombres, como animales sociales, comparten con otras sociedades animales muchas
características: la delimitación del grupo; la identificación de sus miembros y el rechazo a
quienes no pertenecen a la comunidad; la cooperación dentro del agregado social; las
diferencias internas basándose en sexo, edad y otras características; la existencia de
funciones concretas como el cuidado de las crías, la protección de la comunidad y la
integración de los nuevos miembros a la vida del grupo; entre otras. Tomando en cuenta
estas características comunes podemos definir la sociedad como lo hace Herskovitz, como
un “agregado organizado de individuos” (Herskovitz, op.cit. : 42).
Mientras que la cultura sería el modo de vida de esa sociedad, el conjunto de conductas y
conocimientos aprendidos de acuerdo al cual el agregado organizado de hombres vive su
vida (Ibidem. :51).
El hombre es un animal social, característica adquirida tal vez por su condición de primate,
y es precisamente la vida en sociedad la que favoreció el desarrollo de la cultura pues
facilitó su difusión entre los miembros de un grupo. Así, las técnicas y conocimientos
descubiertos por algunos individuos eran transmitidos al resto del grupo que los aprendía,
los practicaba y los incrementaba con nuevos descubrimientos, propiciando el desarrollo de
la sociedad en su conjunto.
El hecho de que el hombre sea un animal social favoreció que sus aprendizajes fueran
socializados al resto de los integrantes del grupo con independencia del parentesco y en el
curso de una sola generación, ello hace a la evolución cultural, basada en la transmisión de
información aprendida, más veloz que la biológica que depende de la transmisión de
información genética.
Por otra parte, el carácter social de la especie humana contribuyó a hacer de la información
cultural una información acumulativa, pues a diferencia de los aprendizajes animales,
basados en estímulos inmediatos que no tienen que ver con los aprendizajes de sus
ancestros, la conducta del hombre se basa en un cúmulo de otras conductas y
conocimientos desarrollados por individuos que vivieron antes.
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Por ello, cultura y sociedad están íntimamente relacionadas, la vida en sociedad favoreció
la aparición de cultura y, por su parte, las características que adopta ésta y que son
determinadas por la forma en que el hombre modifica el medio circundante, constituye el
modo de vida de esta sociedad y que la particularizan, distinguiéndola de otras sociedades
humanas en tiempo y espacio.
La razón de ser de esta relación cultura-sociedad es, en primera instancia, la adaptación del
grupo humano a un medio ambiente natural.
El conocimiento como producto del aprendizaje del hombre es parte de la cultura y, como
tal, surgió con la finalidad original de contribuir a la adaptación de la especie a su entorno y
garantizar así su supervivencia.
Es evidente que: “En todo individuo se conjugan dos herencias: una genética y una
cultural” (Césarman y Estañol, 1992: 75) y que una característica que distingue a la
evolución cultural de la genética es que la cultura permite al hombre ejercer un control
sobre su medio ambiente y con ello desarrollarse más rápidamente que los demás
organismos, sujetos sólo a la evolución biológica.
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Hemos venido reiterando que las posibilidades que le brinda la evolución biológica a la
especie humana le han permitido programar sus acciones con información aprendida de la
experiencia. En el momento en que este tipo de información se vuelve social, esto es, que
se comparte, emplea y acumula en sociedad entonces permite al hombre cambiar su
relación con el ambiente, de tal manera que ya no necesita adaptarse a él, sino que puede
transformarlo para que éste se adapte a sus necesidades.
En otras palabras, la interrelación del hombre con otros organismos vivos –incluyendo a
otros hombres- y con todas las demás fuerzas y objetos inanimados que pueblan su hábitat,
interrelación que cobra la forma de una relación mutua cultura-ambiente natural y cultura-
cultura, constituye el ecosistema del hombre.
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La teoría de Jean Baptiste Lamarck acerca de la evolución de las especies biológicas está
basada en la herencia de caracteres que se adquieren por ser útiles a la especie y la pérdida
de aquellos que caen en desuso. Su teoría, como afirma Ruse, está muy lejos de explicar el
mecanismo de evolución biológica pero esa es la clave de la evolución cultural: el grupo
humano selecciona voluntariamente los caracteres culturales que le convienen y, al
utilizarlos en beneficio de la comunidad, los desarrolla. En cambio, los caracteres que no
utiliza se atrofian.
De esa forma, la cultura puede avanzar a saltos pues le es posible cambiar, eliminar o
adoptar componentes importantes en menos de una generación, acumularlos en la sociedad
y transmitirlos a todos los miembros de la comunidad.
Y también le es factible transmitir dichos componentes a otras culturas, lo que acelera las
transformaciones de ambas.
Según Barash: “El ritmo de los cambios culturales se ajusta a un patrón general que, si bien
puede diferir en algunos detalles, suele cumplirse en la mayoría de los sistemas: los
cambios culturales siguen un ritmo exponencial, es decir, que el propio ritmo del cambio ha
ido incrementándose, como un objeto al caer va siendo acelerado por la gravedad o –más
parecido aún- como un cohete que despega. La evolución cultural humana es, por tanto, un
proceso en continua aceleración, y su representación gráfica toma la forma de una curva
cuya pendiente se acentúa a medida que nos aproximamos a los tiempos modernos”
(Barash, op.cit. :45).
La especie humana es la única que presenta en su desarrollo dos etapas cuyas características
las hacen muy diferentes entre sí y que, sin embargo, se complementan y retroalimentan: la
evolución genética y la evolución cultural.
La evolución cultural y la biológica, “la liebre y la tortuga” como las llama David Barash,
la una la liebre que avanza a paso galopante, la otra la tortuga de caminar lento, muchas
veces en conflicto una con otra, otras complementándose, pero siempre unidas.
“En el mundo real, la cultura y la biología corren a velocidad diferente, pero son
igualmente atolondradas e igualmente perseverantes y, lo que es más importante, cruzarán
la línea de meta juntas, puesto que, a pesar de sus diferencias, están inextricablemente
vinculadas una a la otra” (Barash, Ibidem. :4).
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Pero cuando el hombre empieza a moverse en dos ambientes –el natural y el social- la
cultura empieza a tener un peso mayor sobre sus conductas, que son ahora condicionadas
culturalmente, de forma tal que los seres humanos aprenden a comportarse de diversas
maneras que dependen de la cultura en donde se desarrollan. De hecho, la relación del
hombre con la naturaleza empieza a revestirse de un carácter cultural y el ser humano ya no
podrá ser concebido como un ser determinado únicamente por su biología, sino también por
su cultura: se convertirá en un ser social.
A partir de este momento todo individuo se insertará en una historia que no será personal,
sino social, se adscribirá en una determinada corriente de pensamiento, en una tradición, en
un idioma que condicionarán su manera de pensar y de actuar.
Así, las respuestas socialmente aprendidas van a ser respuestas a impulsos, como lo son las
instintivas, pero aquellas ya no son sólo naturales, esto es, necesidades primarias de
carácter biológico sino ahora también secundarias, con una fisonomía cultural. Estos
impulsos para actuar los llamamos “motivos” y tanto los primarios como los secundarios
están condicionados culturalmente, como lo están los métodos para satisfacerlos (Taba,
1976).
Así, ha habido culturas que siguen considerando selectiva la supervivencia, pero ellas
imponen los criterios para elegir quién sobrevive (el nazismo, por ejemplo), han existido
otras que imponen diferentes condiciones de supervivencia estableciendo distinciones
sociales y económicas entre grupos (las sociedades esclavistas o la sociedad feudal), y
entre éstas están las que, pretendiendo un apego a nuestra condición natural, postulan la
supervivencia del más fuerte pero dotan al término supervivencia de un carácter
económico (el capitalismo es un ejemplo).
Sin embargo, hay otras para las que la supervivencia, culturalmente determinada, no
pretende un carácter selectivo de los individuos, sino que busca la adaptación y la
posibilidad de desarrollo de la Humanidad entera, en el sentido genérico y totalizador que
supone el término.
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El conocimiento como mecanismo de...
Evidentemente, esta connotación del término supervivencia está moldeada por una serie de
valores, modelos e ideales, como los de igualdad, justicia, bienestar, que son también
creaciones culturales.
Para nosotras será esta connotación humanista la que empleemos al pretender que la
cultura, la ciencia y la educación sean medios que favorezcan la supervivencia de la
especie.
Dentro del ideal humanista con el que nosotras nos sentimos comprometidas, el desarrollo
deberá alcanzar a individuos y grupos humanos por igual y deberá involucrar el crecimiento
de la persona en su ámbito espiritual y en el material.
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El conocimiento como mecanismo de...
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