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El conocimiento como parte del

Mecanismo de Evolución
Por: Ana Cecilia Espinosa Martínez y Claudia Tamariz García

Q
ue el intelecto no fue construido para comprender los átomos o aún para
comprenderse a sí mismo sino para fomentar la supervivencia de los genes
humanos. (Edward O. Willson)

Este artículo es sólo parte de un ensayo mayor en torno a la problemática de la unidad del
conocimiento, situación que es en la actualidad objeto de reflexión de la ciencia y también
del espectro educativo, pues ambas comienzan a reconocer la necesidad de que el
conocimiento humano tienda hacia una visión integrada de la realidad versus una visión
disgregada de la misma. En esta primera parte del trabajo, buscaremos sentar las bases que
intentarán demostrar que: en sus orígenes el conocimiento surgió como una unidad en
tanto se constituyó como un mecanismo de evolución de la especie humana gracias al
cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse. Es decir, que la finalidad para la cual
surgió el conocimiento le atribuyó su carácter unitario. La demostración de esta
consideración se expondrá a lo largo de cuatro apartados:
1. La evolución Biológica
2. El proceso de hominización
3. La evolución cultural
4. El carácter originario del conocimiento.
En el presente artículo, abordaremos los primeros dos apartados, dejando los dos últimos
para posterior ocasión. ¡Comencemos!

En primer lugar analizaremos la aparición del conocimiento en la historia evolutiva humana


como el producto del desarrollo de la inteligencia del hombre y de su capacidad de
aprendizaje del medio externo surgido, en principio, con la finalidad concreta de
comprender su mundo para facilitar su adaptación al mismo y, posteriormente, empleado
como sustento de una actividad transformadora del entorno que favorece el desarrollo de
los individuos dentro de un medio social.
Para ello nos adentraremos a analizar el proceso de evolución, tanto biológica como
cultural, del hombre destacando el desarrollo de su inteligencia y capacidad de aprendizaje
como el mecanismo de evolución más sofisticado de los seres vivos. Esto implica el
adentrarse en el estudio de la evolución biológica o genética que afecta a todo organismo y,
particularmente, en el proceso evolutivo que definió los rasgos que caracterizan al ser
humano y que se denomina Hominización y abarca tres áreas: la hominización morfológica,
psíquica y cultural.

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Dentro de la hominización morfológica y psíquica encontramos los rasgos característicos


de la especie humana: el desarrollo del cerebro y de la mente, cuya función principal es la
inteligencia, gracias a la cual el hombre aprende y genera conocimiento.

A partir de aquí analizamos también a la hominización cultural como un rasgo distintivo de


la especie, producto de la evolución de la inteligencia, que le ha permitido avanzar en
progresión geométrica con respecto a la evolución biológica y le ha colocado en una
posición de privilegio entre los seres vivos, convirtiéndose en una forma distinta de
evolución1, que se ha denominado evolución cultural.
Esta forma de evolución ha permitido al hombre disminuir su dependencia del medio
natural y en cambio le ha conferido cierto grado de control sobre éste, para transformarlo a
partir de conocerlo, generando un nuevo ambiente artificial en donde se desenvuelve para
continuar evolucionando: el medio social. Dentro de éste, el conocimiento debe seguir
desempeñando su papel de favorecer la supervivencia del género humano, aunque la cultura
le confiere un nuevo sentido al término supervivencia, como lo veremos más adelante.
Dentro del contexto cultural es importante destacar el papel del conocimiento científico
como una forma de conocimiento profundo del comportamiento del medio que, a
posteriori, permite ejercer un grado de control sobre el mismo y la posibilidad de
modificarlo, y el de la educación como el mecanismo que posibilita la divulgación de este
conocimiento y por tanto la continuidad de la cultura y su evolución.
1. La Evolución Biológica
La evolución biológica o genética constituye el proceso fundamental de origen y desarrollo
de todas las especies de este pequeño planeta. El hombre es un organismo vivo y como tal
está sujeto al proceso de evolución.
“El hombre como animal, como primate, es el resultado de la evolución biológica y del
mecanismo de ésta: la selección natural” (Césarman y Estañol, 1994: 75).
Todos los seres vivos tienen una historia evolutiva, sea que sus transformaciones a lo largo
de millones de años sean casi nulas o sean radicales, llegando a constituir nuevas especies o
incluso que su curso evolutivo las haya llevado a la extinción, pero ninguna especie
mantiene constantes sus características genéticas y físicas a lo largo del tiempo.
En tanto los organismos se desarrollan en un medio ambiente al cual deben adaptarse,
interactuando con él, existe evolución. Bernard Campbell define el medio ambiente como:
“... todos aquellos objetos y fuerzas externos con los que (el organismo) se relaciona o por
los que resulta afectado...” (Campbell, 1985: 14).
Esto significa que el medio ambiente lo constituyen los diversos factores físicos y
biológicos –otros organismos– que rodean al ser vivo.
En la relación con el medio ambiente cualquier organismo busca adaptarse a las
condiciones que éste le presenta, sea que éstas se mantengan estables o varíen, en cuyo caso
el organismo debe variar también algunas características – o todas – para adaptarse a las

1 Distinta a la biológica pero que sienta sus bases en ésta, al grado de que en gran parte está condicionada por ella.
Aunque en ocasiones se contrapongan, es indiscutible que van unidas y sin la evolución de tipo biológico habría sido imposible la
cultural.

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nuevas condiciones y sobrevivir. Esto es la evolución a grandes rasgos. Así, el disparador


de la evolución son las variaciones parciales o totales que sufre el medio porque obligan a
las poblaciones de organismos a variar sus características para adaptarse a la nueva
situación. Al respecto, Campbell nos dice:
“La clave de las transformaciones es la mutua acción entre el ámbito y los organismos que
lo ocupan” (Campbell, op.cit. :8).
Aunque el detonador del proceso son las variaciones en el entorno, para que el cambio
evolutivo se dé resultan indispensables tres factores:
Las mutaciones,
La recombinación genética; y
La selección natural.

Existen interacciones muy complejas entre los organismos y su medio ambiente, pero sean
cuales sean las formas que adoptan, el común denominador de todas ellas es la búsqueda de
los primeros para adaptarse al segundo y sobrevivir.

En vías de lograr la supervivencia de la especie, las poblaciones de organismos producen


muchos más descendientes de los necesarios para mantenerla estable, de hecho si
sobrevivieran las crías de todos los organismos el planeta se sobrepoblaría, pero no es así
dado que existe un alto índice de mortandad.

Este hecho lo describe Nicanor Ursua como uno de los principios constitutivos de la teoría
de la evolución biológica, el: “Principio de sobreproducción: Todo organismo produce más
descendientes de los que pueden posiblemente sobrevivir para crecer y reproducirse”
(Ursua, 1993:32).

Efectivamente, los individuos que no poseen las características adecuadas para adaptarse,
mueren. Pero otros sobreviven gracias a un mecanismo extraordinario por el que la
naturaleza selecciona a los individuos más aptos para adaptarse al medio, la llamada
Selección Natural descubierta por Charles Darwin. Así pues, gracias a su potencialidad de
reproducción las poblaciones sobreviven en equilibrio con el medio permitiéndose
sacrificar a los individuos no aptos, pero garantizando que aquellos que por medio del
mecanismo de Selección Natural sobreviven, poseen las características que favorecen su
adaptación al entorno y que además podrán heredar a sus descendientes.

Se trata del principio de la herencia y de el de la selección natural, descritos por Ursua:


“-Principio de la herencia: (las características del organismo que son adecuadas para
sobrevivir en el medio imperante) se heredan (al menos en parte), esto es, se transmiten
genéticamente a la siguiente generación.
-Principio de Selección Natural: Por lo general, los supervivientes darán prueba de las
variaciones heredadas que aumentan su adaptación al entorno local” (Ursua, op.cit. :32)

El factor hereditario es esencial, en efecto, pues los cambios ambientales y la selección


natural no producirían ningún cambio evolutivo en las poblaciones si las características
seleccionadas no pudieran heredarse de padres a hijos. De ahí que la selección natural no

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actúe tanto sobre los individuos como sobre los genes, que son los responsables de los
rasgos morfológicos y fisiológicos de aquellos y que se heredan a sus descendientes.

“Los individuos de cualquier especie dejan un gran número de descendientes que quedan
sometidos a la selección, pero son más bien los genes los que son seleccionados, puesto que
aparecerán con mucha más frecuencia en las sucesivas generaciones” (Barash, 1987: 11).

Las características morfológicas y fisiológicas de los individuos están determinadas por la


información genética contenida en las moléculas de ácido desoxirribonucleico (ADN) de
los genes que constituyen los cromosomas que se encuentran en el núcleo de las células,
especialmente de las reproductoras o gametos. Esta información es susceptible de heredarse
combinándose además con la de otros genes en la reproducción de tipo sexual.

Así, a nivel poblacional la información genética de una especie es muy rica y esta riqueza
depende de dos factores:

Por un lado, de la combinación de genes entre individuos en la reproducción sexual, que


ya mencionamos, y que recibe el nombre de recombinación genética.
Por otro lado, de las mutaciones que se producen en los genes de los individuos y que
representan la posibilidad de cambios radicales en la información genética.

Las mutaciones son modificaciones en la disposición específica de las bases nitrogenadas


de los aminoácidos que configuran el ADN. Esta disposición es diferente para cada especie
y cuando las células se reproducen, especialmente para dar lugar a otro ser, el ADN debe
ser copiado con exactitud, pero puede ocurrir que la copia sea ligeramente diferente, esto es
lo que recibe el nombre mutación.

Las mutaciones pueden ser desfavorables y muchas veces llevan a la destrucción del
individuo. Pero en ocasiones ocurren mutaciones favorables, generalmente muy pequeñas,
que enriquecidas con la combinación de genes entre individuos aumentan el acervo
genético del grupo.

Debido a la recombinación genética en las poblaciones y a las pequeñas mutaciones en el


contenido hereditario de los genes de los individuos, sumado a la enorme capacidad
reproductiva del grupo que produce más individuos de los que pueden sobrevivir, la reserva
de variabilidad genética de las poblaciones es enorme, lo que aumenta sus posibilidades de
supervivencia ya que esta gran cantidad de información es la fuente potencial de nuevas
características fenotípicas que permiten al grupo adaptarse a los cambios del medio
ambiente.

Cuando se da una variación en el medio la naturaleza escoge, entre las múltiples


posibilidades genéticas de las poblaciones, a los individuos cuyas características fenotípicas
y genotípicas los hacen más aptos para sobrevivir al nuevo estado del medio y que serán
heredadas a las nuevas generaciones.

De esta manera se produce un cambio en las características de la población que será


determinante mientras el medio permanezca estable.

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Así, debido a las variaciones en el ambiente y gracias a las selección natural, las
mutaciones y la recombinación genética se da un cambio en la naturaleza de la población.
Este cambio es la evolución orgánica, biológica o genética.

Según la definición de Theodosius Dobzhansky:


“...la evolución orgánica constituye una serie de transformaciones parciales o completas e
irreversibles de la composición genética de las poblaciones, basadas principalmente en
interacciones alteradas con el ambiente. Consiste principalmente en radiaciones adaptativas
a nuevos ambientes, ajustes a cambios ambientales que se producen en un hábitat
determinado y el origen de nuevas formas de explotar hábitats ya existentes. Estos cambios
adaptativos dan lugar ocasionalmente a una mayor complejidad en el patrón de
desarrollo...” (Dobzhansky, 1986:10).

En la supervivencia y evolución de los organismos la información genética juega un papel


trascendental. Todo ser vivo nace con un cúmulo de información genética heredado de sus
padres que determina sus características físicas y gran parte de su conducta para reaccionar
ante un medio ambiente dado y adaptarse a él. La conducta programada genéticamente
constituye un conjunto de respuestas automáticas a determinados estímulos del medio,
respuestas unilaterales que pueden limitar sus posibilidades de adaptación a nuevas
condiciones ambientales.

En los animales superiores el legado genético incluye el desarrollo de un cerebro y un


sistema nervioso que amplía las capacidades del organismo para reaccionar a su medio,
estableciéndose nuevos modelos de conducta independientes del código genético –que
aunque resulten independientes, no serían posibles sin éste-, adquiridos mediante
aprendizaje de la experiencia y que multiplican las posibilidades de respuesta a los
estímulos del entorno.

Así, el desarrollo -en los animales superiores y en particular en el hombre- del cerebro y de
la inteligencia como parte del proceso evolutivo se debe a que éstos constituyen
mecanismos animales de supervivencia de la especie. Así nos lo aclaran Estañol y
Césarman cuando dicen:
“Queremos proponer, sobre la línea de las teorías holísticas, que una de las principales
funciones del cerebro del hombre y de los animales es promover la supervivencia del
individuo y de la especie. (...) Todo este complejo que integra la mente o el espíritu (...),
tiene la función de proteger y promover la vida. Vivir es primero sobrevivir” (Césarman y
Estañol, op.cit. :58).

Como veremos, es en el ser humano donde el desarrollo cerebral ha alcanzado una


complejidad mayor gracias a la cual ha adquirido una especial flexibilidad para adaptarse.
Este hecho le ha permitido dar el paso a un tipo de evolución cultural que se desarrolla con
una velocidad superior a la genética y que ha sido la causa directa de la posición actual del
hombre entre los organismos vivos.

Para analizar esto con mayor detenimiento, a continuación revisaremos brevemente el


llamado proceso de Hominización.

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2. El Proceso de Hominización
A) Definición
Como ser vivo el hombre está y ha estado sujeto a una evolución orgánica. Hace 5 millones
de años los australopithecus, considerados el puente entre las formas simioides y las
humanas, no poseían el grado de complejidad cerebral que tiene el hombre en la actualidad
ni su grado de desarrollo cultural. Se necesitaron muchos millones de años de evolución
biológica para que estos homínidos alcanzaran la condición de homo sapiens y empezaran a
crear cultura. A este recorrido evolutivo se le da el nombre de proceso de hominización.
Se le llama proceso de hominización al surgimiento lento y gradual de ciertos rasgos
peculiares que fueron caracterizando la aparición morfológica, fisiológica y cultural del
hombre.
El proceso de hominización se puede considerar en tres áreas básicas:
a) Hominización de los caracteres morfológicos
b) Hominización psíquica
c) Hominización cultural

B) Hominización de los caracteres morfológicos


Todas las características morfológicas que nos conforman las hemos heredado de nuestros
antepasados. Como dice Anthony Smith en su libro “La mente”:
“Los seres humanos son una amalgama del pasado” (Smith, 1986: 9).
Lo que nos legaron ancestros tan remotos como los peces lo compartimos con la mayor
parte de los vertebrados que evolucionaron de ellos, características tales como poseer dos
ojos, un corazón, una médula espinal dentro de una columna vertebral... De los anfibios,
reptiles y mamíferos obtuvimos una serie de rasgos que taxonómicamente nos
individualizan cada vez más, pues se trata de caracteres que compartimos con menos
criaturas. Así, conforme avanzamos en la escala evolutiva hasta llegar a los primates y, aún
más, a los homínidos hemos heredado rasgos muy particulares que sólo compartimos con
los prehumanos y que nos distinguen de los demás organismos.
A la adquisición por vía evolutiva de esa serie de rasgos peculiares de la familia de los
homínidos (prehumanos y Homo Sapiens) se le llama hominización de los caracteres
morfológicos. Estos caracteres son:
1. La locomoción bípeda como forma de desplazamiento natural y la posición erecta. Y
como consecuencia de éstas:
2. La liberación de la mano que dejó su estructura locomotora por una estructura
manipuladora, sustituyendo a la mandíbula como órgano prensil y táctil. A ello
contribuyó el desarrollo del pulgar oponible. “Para el desarrollo del hombre ha tenido
una gran importancia el uso exclusivo de las piernas para andar, y de los brazos y
manos para otros fines” (Barnett, 1992:129).
3. El desarrollo de la estructura del pie en plataforma, con el pulgar no oponible, para
sostener al individuo erguido “El dedo gordo del pie humano no es oponible, es decir
no lo podemos usar para coger objetos, como el de la mano, en tanto que los simios
utilizan los pies de manos” (Barnett, op.cit:129).
4. Pelvis ancha y tórax más aplanado.

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5. Modificaciones en el esqueleto y los músculos.


6. Cambios en forma y posición de algunas vísceras.

Además, la posición vertical permitió que el cráneo reposara en la columna vertebral y ya


no en los músculos de la nuca, lo que hizo que el cerebro se desarrollara preferentemente
hacia el frente y por arriba de la cara favoreciendo el desarrollo de los lóbulos frontales,
pero también la modificación de la cavidad bucal y de la garganta que posibilitaron el
desarrollo de la voz y, por tanto, del lenguaje.

Por otra parte hubo también un crecimiento del tamaño del cerebro como consecuencia de
la posición erguida, pues aumentó a 1400 centímetros cúbicos, lo que ocurrió
aproximadamente hace 100 mil años (Lazorthes, 1987).

Pero el rasgo más importante de este tipo de hominización, consecuencia de todo lo


anterior, es el desarrollo del cerebro que anatómica y funcionalmente alcanza una enorme
complejidad.

Según Paul McLean, Director del Laboratorio de Evolución Cerebral y Conducta del
Instituto Nacional de Salud Pública de los Estados Unidos, el desarrollo del cerebro pasó
por tres etapas (Sagan, 1982):
1. La primera corresponde al desarrollo de las estructuras del tronco cerebral por encima
de la médula espinal, esa estructura es el Arquencéfalo o cerebro reptiliano, llamado así
porque los reptiles no pasaron de esta forma de desarrollo.
El Arquencéfalo regula las funciones vitales y se encarga del comportamiento instintivo
(conducta agresiva, territorialidad, actos rituales, sexualidad y establecimiento de
jerarquías sociales).
“En el cerebro primitivo se encuentran los mecanismos de agresión, el miedo, la
alimentación, la huida y el sexo. Es decir, los instintos” (Césarman y Estañol, op.cit.
:63).
2. La segunda corresponde al desarrollo del Palencéfalo o cerebro límbico que se
superpone al anterior. Es una corteza cerebral rudimentaria en la que se estancan los
mamíferos inferiores. En ella se alojan la memoria y la emoción.
Esta región determina ya no sólo la reacción instintiva al medio ambiente, sino que
permite respuestas variadas al mismo, esto es, una mayor flexibilidad para responder a
los estímulos del exterior.
3. La tercera fase corresponde al desarrollo del Neoencéfalo, constituido por la corteza
cerebral o neocortex. Esta estructura fue aumentando de extensión y se fue
especializando conforme fueron evolucionando los mamíferos superiores hasta el
hombre. Ella se encarga de las funciones cognoscitivas, la conciencia, el sentido de
previsión del futuro y, además, se alojan ahí las estructuras del leguaje que permiten un
mayor desarrollo de la abstracción y la conciencia.
“En la neocorteza cerebral se encuentran, por otro lado, los mecanismos más elaborados
de supervivencia, como lo son la inteligencia, la capacidad de aprender y la plasticidad
cerebral, entendidos todos ellos como métodos de adaptación ante situaciones nuevas”
(Ibidem. :63).

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Estas tres estructuras se han ido superponiendo de tal forma que la evolución ha sido de
dentro hacia fuera, por lo que la estructura más evolucionada, la corteza cerebral, es
también la más externa.

Por otra parte cada nueva fase en el proceso de cerebración ha acarreado modificaciones en
la fisiología de las estructuras anteriores, o sea que han variado algunas de sus funciones,
aunque en esencia siguen siendo las mismas. Así:
“En el cerebro del hombre las nuevas estructuras se han superpuesto a las antiguas, que
subsisten conservando cierta autonomía pero situadas bajo la autoridad de las nuevas. El
arquencéfalo (...), llamado todavía cerebro reptiliano, preside los mecanismos instintivos y
los comportamientos (casi siempre innatos) cuya finalidad parece ser la preservación del
individuo y de la especie. El paleoencéfalo (sistema límbico) que se encuentra en todos los
mamíferos, participa en la vida emotiva. El neoencéfalo representa, por sus funciones
perceptivas e intelectuales, un papel dominante en la conciencia reflexiva y el pensamiento
constructivo y simbólico” (Lazorthes, op.cit. :18).

A partir de la aparición del primer Homo Sapiens (el hombre de Neanderthal), la evolución
morfológica del cerebro pareció estabilizarse y no se ha modificado en el hombre actual.

“...es seguro que el cerebro del primate que se autodenomina homo sapiens no ha cambiado
en los últimos 100 mil años. La evolución biológica del cerebro humano parece haberse
detenido hace tiempo y, sin embargo, el cerebro humano ha realizado logros cada vez
mayores” (Césarman y Estañol, op.cit. :75).

Ello se explica porque su evolución ha sido más bien fisiológica, como veremos más
adelante.

El cerebro del Homo Sapiens se define por su complejidad. La evolución lo ha conducido a


integrar una estructura compleja cuyos rasgos distintivos son:
a) Su enorme volumen.
b) El desarrollo de la corteza cerebral, tanto por su extensión como por la aparición de
ciertas zonas no especializadas.
c) El desarrollo de las células asociativas y la posibilidad de establecer múltiples
conexiones sinápticas entre ellas.
d) La existencia de engramas o módulos de información

Explicaremos brevemente cada uno de estos rasgos:

a) El volumen del cerebro


Parece ser aceptado que un cerebro voluminoso corresponde a un nivel superior de
inteligencia.
El cerebro humano tiene un volumen de 1400 centímetros cúbicos2 y un peso promedio de
1350 a 1400 gramos en el hombre adulto, probablemente mucho menos pesado que el de

2 Para autores como Anthony Barnett “...el promedio de la capacidad craneana masculina oscila entre los 1300 y 1500 centímetros
cúbicos, y los individuos normales se sitúan entre los 1050 y 1800 centímetros cúbicos” (Barnett, op.cit. :138)

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muchos mamíferos; sin embargo, el peso absoluto del cerebro no es tan importante como su
relación con el peso del cuerpo. Un cerebro inteligente es aquel cuyo peso constituye una
parte importante del peso total del cuerpo. Así, vemos que en el ser humano adulto el peso
del cerebro representa, en promedio, 1/50 parte del peso total (1400 gramos x 70
kilogramos), en cambio en algunos monos antropoides, como el gorila y el orangután, el
peso del cerebro corresponde a 1/200 parte de su peso total.

b) El desarrollo de la corteza cerebral


La superficie de la corteza cerebral humana es mayor que la de los demás animales. En
1910 se calculó el promedio de toda la superficie de la corteza humana en 2,200
centímetros cuadrados. Además:
“El cerebro del hombre difiere del mono antropoide, no solamente por la extensión de la
corteza cerebral, sino también por el desarrollo de ciertas zonas corticales” (Lazorthes,
op.cit. :43).
En el hombre las zonas de la corteza cerebral o corticales se dividen en cuatro tipos:
Las zonas corticales primaria y secundaria a las que competen las funciones sensitivas y
motrices, en contacto con el mundo exterior. Existe una localización precisa en estas
zonas de los puntos exactos del cuerpo (somatotopía), esto es, que a cada región del
organismo corresponde una zona de la corteza cerebral e incluso a regiones con
funciones sensitivas o motoras mucho mayores corresponde una superficie mayor de
estas áreas corticales.
Así por ejemplo, a la zona sensitiva de las yemas de los dedos le corresponde una
región muy amplia de la corteza.
Las zonas corticales terciarias son también especializadas y su función es reconocer y
sintetizar la información procedente de las sensaciones y programar los movimientos.
Las últimas son las zonas superiores, éstas no poseen funciones específicas, por tanto
no son especializadas, simplemente asocian las zonas que sí tienen funciones concretas
por eso también se llaman asociativas. Estas zonas se distribuyen en diferentes regiones
de ambos hemisferios del cerebro y permiten una gran variedad de actividades
adquiridas por aprendizaje, y es que en ellas reside la actividad mental superior donde
se registran experiencias pasadas y se programan acciones.
Estas zonas aparecieron tarde en el proceso de evolución y tienen la posibilidad de
aumentar su extensión conforme aumenta la capacidad de aprendizaje y de respuestas
variadas a los estímulos externos.
c) El desarrollo de las conexiones entre neuronas
Los elementos básicos que conforman el cerebro y el sistema nervioso son las neuronas y
en los 1400 gramos de cerebro humano existen aproximadamente 100 mil millones de
neuronas.
Estructuralmente, la neurona posee tres regiones celulares: el cuerpo celular, las dendritas y
el axón.
El cuerpo de la célula contiene el núcleo de la misma y la estructura bioquímica para
sintetizar las moléculas esenciales para su supervivencia.

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Las dendritas son ramificaciones tubulares que se extienden alrededor del cuerpo de la
célula, formando un intrincado arbusto. El axón es una prolongación mucho mayor que se
extiende lejos del cuerpo celular para conectarse con otras partes del cerebro y el sistema
nervioso. Sus ramificaciones nacen generalmente al final de la fibra.
Estas ramificaciones del axón y las dendritas son las que reciben y envían señales a otras
neuronas haciendo funcionar el cerebro.
“En términos generales, las dendritas y el cuerpo celular reciben señales de entrada; el
cuerpo celular las combina y las integra (... las promedia) y emite señales de salida; a él le
cumple también el mantenimiento general de la célula. El axón transporta las señales de
salida a los terminales axónicos, que distribuyen la información en un nuevo conjunto de
neuronas” (Hubel, 1979:10).
Así, la información pasa de una neurona a otra a través de puntos de conexión llamados
sinapsis, de esta forma:
“El funcionamiento del cerebro depende del flujo de información a través de elaborados
circuitos consistentes en redes de neuronas” (Stevens, 1979:23).
El flujo de información entre una neurona y otra se produce por impulsos eléctricos y
químicos. La señal generada por la célula y enviada a través del axón es un impulso
eléctrico que libera en la terminal del axón moléculas de transmisor químico que pasan por
la sinapsis a la otra célula.
“Algunas sinapsis son excitadoras, por cuanto tienden a provocar la puesta en marcha (de
otra neurona), mientras que otras son inhibidoras, siendo capaces de cancelar señales que
de otra manera excitarían a una neurona para su puesta en marcha.” (Stevens, op.cit. :23)
En una célula nerviosa hay de mil a 10 mil conexiones sinápticas y éstas tienen la
posibilidad de multiplicarse y conectarse de infinitas maneras con cualquier otra neurona
del sistema. Esta capacidad la poseen igualmente las células nerviosas de las zonas
“asociativas” de la corteza cerebral, lo que les permite programar las acciones de otras
zonas.
Por otra parte, las conexiones sinápticas que se establecen en esta zona dependen en gran
parte de la información que recibimos del exterior pues el aprendizaje y la memorización
residen en esas interconexiones neuronales y ellas permiten infinidad de combinaciones de
respuestas al entorno. De tal suerte que mientras más información del exterior obtengamos,
más conexiones sinápticas se establecen en estas zonas que programan las acciones al resto
del cerebro, lo que incrementa la posibilidad de respuestas y la flexibilidad para adaptarse
al medio circundante.
c) La existencia de engramas o módulos de información.
J. Szentágothai, en 1975, desarrolló la idea de que, tanto en la estructura como en la función
de todas las áreas de la corteza cerebral, existen unidades básicas denominadas columnas,
módulos o engramas.
Se trata de agrupaciones celulares, cada una compuesta de unas 10 mil neuronas de
diferentes tipos, entre excitadoras e inhibidoras. Estas agrupaciones están dispuestas
verticalmente con respecto a la superficie y en la corteza cerebral existen de uno a dos
millones de estos engramas.

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Constituyen bloques de información o de conocimiento que funcionan como microcircuitos


electrónicos, pero mucho más complejos pues son capaces de generar energía interna y de
actuar sobre cientos de otros módulos y de recibir información de ellos.

Así, cuando el sujeto recibe un dato o señal procedente de un objeto físico, de las palabras
de un interlocutor o de su memoria, se activa un bloque de información o engrama
compuesto de ideas, recuerdos, imágenes, expresiones..., que permite adscribir el dato en
un determinado contexto intelectual, para producir conocimiento.

Podemos entonces concluir que morfológicamente la complejidad del cerebro está dada por
el incremento de su volumen, el desarrollo de la corteza cerebral y, sobre todo, de ciertas
zonas no especializadas de la misma donde se aloja el pensamiento abstracto, la expresión
verbal, gráfica y gestual y donde se utilizan los recuerdos para programar acciones; es por
tanto la zona capaz del mayor aprendizaje, posible gracias a su capacidad de establecer
múltiples conexiones sinápticas con otras neuronas, basándose en la información obtenida
del medio.

Esto permite que cualquier acción sea programada por las zonas superiores de la corteza de
acuerdo a decisiones tomadas con base en lo aprendido.

Además, a lo anterior es necesario agregar la existencia de engramas, módulos o bloques de


información que adscriben los datos provenientes de la experiencia a todo un contexto
intelectual de ideas, recuerdos, imágenes y demás, que son fundamentales para que se
produzca el conocimiento.

Para concluir podemos decir con Vandel:


“El cerebro humano se distingue (...) no solamente por su volumen, sino sobre todo, por su
complejidad...” (Vandel, 1969:28).

C) Hominización Psíquica.
El alto grado de complejidad en la morfología del cerebro se traduce en una mayor
capacidad funcional del mismo, en una mayor evolución de la mente.

La mente es el conjunto de las facultades del cerebro y si la característica de éste es la


complejidad, la de la mente humana es la maleabilidad. De hecho este es el segundo
renglón básico del proceso de hominización: el desarrollo de las funciones del cerebro, la
hominización psíquica o mental.

En términos generales, la mente posee dos tipos de manifestaciones que se complementan:


Los instintos, que son reacciones automáticas e inconscientes, comunes en el
comportamiento de todos los individuos de una misma especie, de ahí que también se le
conozca con el nombre de mente específica. Estas reacciones son innatas, impresas en
la información genética y programadas en los circuitos nerviosos. Esto significa que el
programa genético o genotipo no sólo condiciona la morfología y fisiología de un
organismo, sino también las aptitudes y comportamientos propios de la especie.

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Estos comportamientos se programan en el sistema nervioso (células sensitivas,


interneuronas y células motoras) según cierta gradación de estímulos, de tal manera que
se produce una respuesta automática en el momento en que se llega al tipo de
estimulación y al nivel que la dispara.
La inteligencia, que Guy Lazorthes define como:
“...el conjunto de facultades que permiten la adaptación a un medio ambiente”
(Lazorthes, op.cit. :29).
La inteligencia no está condicionada por el programa genético, al contrario, las
manifestaciones de la inteligencia son voluntarias y resultan de influencias exteriores
tales como la experiencia y la educación, lo que la hace maleable y permite que las
respuestas a los estímulos del medio ambiente sean mucho más variadas, por tanto, que
haya más posibilidades de adaptarse a diversos ambientes. En una palabra, lo que hace
a la mente maleable es el desarrollo de la inteligencia.

La inteligencia depende de la abundancia de células asociativas y sus interconexiones.


Mientras más neuronas de este tipo existan y más conexiones tengan habrá mayor
posibilidad de respuestas del organismo al medio, pues el aprendizaje será mayor.

En el hombre, como vimos, las células asociativas se encuentran en gran cantidad, por ello
es en éste donde la inteligencia está más desarrollada, lo que permite a la mente una enorme
plasticidad para ser programada por información del medio.

“A lo largo de la evolución la selección natural favoreció la ampliación de la capacidad de


registro del cerebro y fomentó la flexibilidad de las reacciones de forma que cada vez
fueron más los factores externos a tener en cuenta en procesos cerebrales cada vez más
complejos” (Bresch, 1986:162).

La posibilidad de programar acciones a partir de información externa se debe a la memoria,


que registra y almacena las experiencias del organismo para tomarlas en cuenta en futuras
respuestas a nuevos estímulos. Gracias a esta facultad y, con ella, a la posibilidad de
almacenar un tipo de información distinta a la genética programada en algunas células
nerviosas se desarrollan, en las regiones superiores del cerebro humano, las facultades de la
inteligencia: el sentido de previsión de futuro, la conciencia, la abstracción, la
conceptualización, el pensamiento lógico y demás operaciones mentales superiores. Y a
este desarrollo contribuyó también otra peculiaridad de la inteligencia humana: el lenguaje,
que le permite al hombre comunicar sus experiencias individuales al resto del grupo.

Esta evolución de la mente y, en particular, de la inteligencia se dio a la par que la del


cerebro: a mayor complejidad del cerebro mayor plasticidad de la mente. Al respecto nos
dice Vandel:

“...no se puede dudar que la inteligencia del hombre sea la traducción al plano funcional de
la complejidad de su corteza cerebral” (Vandel, op.cit. :28).

En la línea evolutiva, desde los invertebrados hasta el hombre, el desarrollo de la mente va


marcando un dominio cada vez mayor de la inteligencia sobre los instintos.

64
 El conocimiento como mecanismo de...

“Los animales dotados de sistemas nerviosos muy sencillos tienen una conducta que no
consiste en mucho más que reflejos y otras respuestas inmediatas a estímulos externos
(instintos)” (Barnett, op.cit:140).

Así, en los batracios, peces y reptiles la mayor parte de su conducta sigue siendo
genéticamente programada. En las aves y los mamíferos llamados inferiores, además de los
comportamientos innatos, aparecen otros que dependen del aprendizaje; sin embargo, la
mente específica sigue dominando. En este nivel evolutivo la adaptación del organismo
depende aún de la información genética.

Este estado de cosas cambia con los mamíferos superiores –primates, delfines y cetáceos-
donde la inteligencia empieza a dominar al instinto, haciendo que los comportamientos
dependan más de la experiencia que de la programación genética. Sin embargo, en la
mayoría de ellos, aunque muchos de sus comportamientos dependen del aprendizaje –
donde el animal elige entre varias posibilidades la respuesta a un estímulo dado-, éstos sólo
se dan como respuesta a estímulos concretos, Es decir que la inteligencia sólo se manifiesta
en presencia de un estímulo al que hay que responder.

En cambio en el hombre, donde la inteligencia está más desarrollada, sus manifestaciones


no dependen necesariamente de estímulos, se dan muchas veces sin necesidad de ellos.
Gracias a esto la inteligencia humana ha conseguido no sólo adaptarse al medio, sino
aprovecharlo.

El ser humano se define por el predominio de su inteligencia; sin embargo, esto no significa
que los impulsos instintivos hayan desaparecido, estos la complementan aunque aquella los
domina, de tal manera que muchos instintos o predisposiciones hereditarias llegan a
convertirse, por educación, en reacciones reflexionadas.

Desde que apareció el homo sapiens ha sido más evidente la evolución de la mente y, en
particular, la de la inteligencia, que la del cerebro, ya no merced a una evolución
morfológica dependiente de la información genética sino a la información externa, a la
cultura.

D) Hominización Cultural
El proceso de hominización psíquica dotó al ser humano de la capacidad de reaccionar con
flexibilidad a las condiciones ambientales y esta capacidad se incrementó cuando el hombre
empieza a crear cultura, pues con ella consigue mucho más que simplemente adaptarse al
medio, logra aprovecharlo y modificarlo para iniciar con ello otra etapa en su proceso de
evolución: la evolución cultural.

Gracias a la hominización cultural: “ la capacidad para percibir el ambiente y para integrar,


coordinar y reaccionar flexiblemente a lo que se percibe, ha alcanzado su grado máximo de
desarrollo en el hombre” (Dobzhansky, 1986: 513).

Situar la hominización cultural en el tiempo es tarea difícil, pero podemos asegurar que su
inicio coincide con dos creaciones humanas que pueden considerarse las primeras
manifestaciones de cultura: el lenguaje hablado y la habilitación y empleo de utensilios.

65
 El conocimiento como mecanismo de...

Aunque en un momento dado de su desarrollo biológico el hombre pudo sustituir los


comportamientos programados genéticamente por acciones inteligentes aprendidas de la
experiencia, esa riqueza de experiencias sólo le beneficiaban a él pues no podía
transmitirlas, ni siquiera por vía genética, a sus descendientes.

La única forma de transmitir de cerebro a cerebro las experiencias individuales fue


mediante la creación de un lenguaje que le permitió comunicar sus experiencias a todos los
miembros del grupo, independientemente del parentesco.

El desarrollo del lenguaje fue posible gracias a la naturaleza social del hombre, a su
estructura morfológica y a su capacidad psíquica (inteligencia).

Las especies animales que poseen lenguajes son generalmente aquellas que viven en grupos
y que tienen, por tanto, la necesidad de comunicarse, bien para anunciar un peligro, bien
para relacionarse con sus congéneres.

La especie humana es social por naturaleza y no sería raro que al principio su comunicación
se limitara a este tipo de mensajes, y los gestos y la voz debieron ser utilizados para ello,
aunque entonces únicamente expresaran emociones (cólera, miedo, alegría...) pero después
fue necesario comunicar algo más que simples manifestaciones emotivas, había que
transmitir experiencias aprendidas.

Entonces el recurso para ello lo proporcionó la mente específica:


“La solución fue utilizar un instrumento que ya estaba gravado en la información genética:
el instinto de imitación” (Bresch, 1986:166).

En los animales superiores, sobre todo en los primates, observamos que el instinto de
imitación aunado a otro que lo complementa, el de la curiosidad, se encuentra muy
arraigado, y ambos les permiten aprender lo que otros hacen. Estos mismos instintos los
poseemos los hombres y es gracias a ellos que los niños aprenden, incluso a hablar.

Así, no es raro que ese haya sido el procedimiento original con el que nuestros ancestros
transmitían a los demás miembros del grupo descubrimientos casuales.

Esta capacidad de aprendizaje de la especie fue convirtiéndose en un factor importante de


selección que impulsaba su evolución.

A esta etapa de imitación, gestos, sonidos inarticulados y mímica, siguió el lenguaje


hablado. Es imposible saber en qué momento se inició. Anatómicamente la estructura
cerebral, el desarrollo de la lengua, laringe y paladar aptos para la articulación de palabras
es una adquisición de hace cientos de miles de años (Smith, 1986), no obstante, lo más
probable es que su aparición haya coincidido con el desarrollo de cultura puesto que es uno
de sus disparadores, ya que permitió transmitir y consolidar experiencias aprendidas, lograr
que éstas se fueran acumulando en el seno del grupo para comunicarlas a las siguientes
generaciones y construir así un legado cultural que asegurara la supervivencia de la
comunidad.

66
 El conocimiento como mecanismo de...

Es evidente, además, que la creación del lenguaje desarrolló muchas de las capacidades
intelectuales del ser humano pues hablar requiere el empleo de sonidos que sinteticen una
realidad compleja, es decir, de símbolos abstractos que generalicen y esto implica la
necesidad de conceptualizar los elementos de la realidad antes de “llamarlos” de alguna
manera. Así pues, el lenguaje permitió el desarrollo de facultades como la abstracción, la
conceptualización, el pensamiento lógico, entre otros, que, a su vez, permitieron
construcciones mentales superiores: el pensamiento simbólico, que es en sí un medio de
transformación superior del mundo.

Decimos que el pensamiento simbólico es un medio de transformación superior, no en un


sentido material, sino en un nivel intelectual, pues en el momento en que el hombre se
apropia del mundo al conocerlo y lo convierte en símbolos, abstrayendo su esencia, puede
manipularlo y modificarlo a escala racional, lo que será el primer paso para una
transformación material de la naturaleza, a través de la cultura. 3

Por otra parte, el lenguaje como medio de transmisión de experiencias individuales


representó el momento en que el hombre dejó de hacer depender su evolución del
comportamiento instintivo, basándola ahora en pautas de comportamiento flexibles
derivadas del aprendizaje.

Junto con el lenguaje hablado, la habilitación y fabricación de utensilios constituye


también un elemento esencial en la hominización cultural. No estamos hablando del empleo
casual de una piedra o de un palo para arrojar o golpear, -de hecho la utilización de objetos
con un fin inmediato y efímero se observa en las comunidades de primates antropomorfos e
incluso entre delfines- para que podamos hablar de una manifestación exclusivamente
humana que pueda llamarse cultural fue necesario que el hombre tuviera una concepción
previa del uso que podía darle a ciertos objetos de la naturaleza, seguido de la búsqueda
deliberada de los mismos, su habilitación como utensilios y la construcción de herramientas
que facilitaran la tarea. En este momento surge la capacidad técnica del ser humano, con la
cual puede actuar sobre su entorno. Este fenómeno, al igual que el lenguaje, fue posible
gracias a la naturaleza social del hombre.

La fabricación de utensilios y herramientas marca el principio de la transformación material


de la naturaleza como el lenguaje marca el principio de su transformación simbólica.

Esta transformación del mundo conlleva un control sobre el mismo, pero no se trata de un
control absoluto pues aún hoy día existen fenómenos y ámbitos de la naturaleza que
escapan al dominio humano.

Por otro lado, podemos hablar de diferentes niveles de transformación del entorno, que van
desde el aprovechamiento de fenómenos naturales -como lo fue la agricultura y el pastoreo
3
Las formas que puede cobrar esta transformación material son, por ejemplo: la elaboración de instrumentos y herramientas, el
aprovechamiento de fenómenos físicos (como el del crecimiento de las plantas con la agricultura, el de la reproducción de los animales
con el pastoreo, el del agua de lluvia con la construcción de acueductos, diques o presas...), la modificación ambiental de zonas
geográficas, la alteración en los ecosistemas, entre otras.

67
 El conocimiento como mecanismo de...

al principio de las sociedades neolíticas- hasta la modificación total de ambientes y


geografías -como la transformación de un desierto en un vergel o la desecación de zonas
ocupadas por el mar.

En conclusión podemos afirmar que tanto el pensamiento simbólico, cristalizado en el


lenguaje, como la capacidad técnica, ambos elementos culturales desarrollados en sociedad,
constituyen herramientas únicas para la adaptación del ser humano a su medio pues le
permiten ya no sólo responder a él sino ejercer cierto control sobre el mismo,
transformándolo para su beneficio.

Bibliografía
Barash, David P. (1987). La Liebre y la Tortuga. Biblioteca Científica Salvat #92.
Barcelona. 290 pp.
Barnett, Anthony. (1992). La Especie Humana. Fondo de Cultura Económico. Colección
Popular #78. 2da. Edición. México. 414 pp.
Bresch, Carlsten. (1986) La Vida, un Estado Intermedio. Biblioteca Científica Salvat
#72. Barcelona. 268 pp.
Campbell, Bernard. (1985) Ecología Humana. Biblioteca Científica Salvat #15.
Barcelona. 275 pp.
Dobzhansky, Theodosius. (1986) Evolución. Omega. Barcelona. 345 pp.
Estañol, Bruno y Eduardo Césarman. (1994) El Telar Encantado. El enigma de la
relación mente-cerebro. Edit. Porrúa. México. 103 pp.
Herskovitz, Melville J. (1981) El Hombre y sus Obras. La ciencia de la antropología
cultural. Fondo de Cultura Económica. México. 213 pp.
Hubel, David. (1979) “El Cerebro” en Investigación y Ciencia (Scientific American)
Noviembre de 1979. México. pp. 23-42.
Lazorthes, Guy. (1987) El Cerebro y la Mente. Ediciones Castell-CONACyT Novena
edición. México. 215 pp.
Sagan, Carl. (1982) Los Dragones del Edén. Especulaciones sobre la evolución de la
inteligencia humana. Grijalbo. Buenos Aires. 313 pp.
Smith, Anthony. (1986) La Mente. Tomo I Biblioteca Científica Salvat #21. Barcelona.
293 pp.
Stevens, Charles. (1979) “La Neurona” en: Investigación y Ciencia (Scientific
American) Noviembre 1979. México. pp. 43-51
Ursua, Nicanor. (1993) Cerebro y Conocimiento: un enfoque evolucionista. Anthropos,
editorial del hombre/ Servicio editorial de la Universidad del País Vasco. Colección Nueva
Ciencia #10. Barcelona. 377 pp.
Vandel, A. (1969) “El Fenómeno Humano” en Los Procesos de Hominización. Autores
Varios. Grijalbo. México. 156 pp. 

68
 El conocimiento como mecanismo de...

El conocimiento como parte del


Mecanismo de Evolución
(2ª Parte)

E
n el artículo anterior apuntamos nuestro interés por reflexionar en torno a concebir al
conocimiento como parte del mecanismo de evolución y de concebirlo como
unificado, de ahí que esta idea dé nombre a nuestros escritos. En esa ocasión
abordamos como temáticas:
5. La evolución Biológica y
6. El proceso de hominización
como parte de un análisis mayor que se encamina a demostrar que el conocimiento tiene
una finalidad adaptativa y que es esa finalidad precisamente quien da al conocimiento su
carácter unitario o integral. En otras palabras, nuestra tesis apunta que el conocimiento en
sus orígenes surgió como una unidad en tanto se constituyó como un mecanismo de
evolución de la especie humana gracias al cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse.

Dicha tesis ha sido hasta ahora parcialmente demostrada a través del tratamiento de estas
dos primeras temáticas y será ahora complementada y esperamos finalmente demostrada,
con el tratamiento de dos nuevos apartados, a saber:
7. La evolución cultural y
8. El carácter originario del conocimiento.

¡Continuemos!
4. La Evolución Cultural

Debido a las muy peculiares características del desarrollo humano a partir de la


hominización cultural podemos decir que ésta constituyó una nueva etapa en el desarrollo
evolutivo del hombre que corre paralela a la evolución genética y la presupone, una nueva
etapa que con justicia podemos llamar evolución cultural.
A) Definición de Cultura

Theodosius Dobzhansky nos dice:


“El atributo sobresaliente y distintivo de la humanidad es la cultura” (Dobzhansky,
1986:449).
Y la define como:

69
 El conocimiento como mecanismo de...

“...El almacén de información y de patrones de comportamiento que son transmitidos


mediante la formación y el aprendizaje, mediante el ejemplo y la imitación” (Dobzhansky,
op.cit. :449).
Bernard Campbell la considera como:
“El sistema de conocimientos, comportamientos y utensilios mediante el cual los seres
humanos se comunican con el mundo externo” (Campbell, 1985:13).
E. B. Tylor llama cultura al conjunto complejo que incluye conocimientos, creencias, arte,
moral, ley, costumbres y otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como
miembro de la sociedad (Citado por McNall, 1976).
Melville J. Herskovitz dice: “Cultura es la parte del ambiente hecha por el hombre”
(Herskovitz, op.cit. :29).
Para Edward McNall Burns la cultura es el complejo conjunto de ideas, tradiciones y
caracteres de una nación o de un imperio en un momento particular (McNall, 1976).

Todas estas definiciones nos aportan varios elementos característicos de lo que llamamos
cultura. Así vemos:
En primer lugar, la cultura es acumulativa pues constituye un almacén de información.
Esta información, a diferencia de la genética, no es hereditaria sino adquirida mediante
el aprendizaje y la formación.
Además, esta información está concentrada en un sistema de conocimientos, patrones
de conducta e incluso objetos materiales.
Este sistema que constituye la cultura se da en sociedad.
Mediante la cultura el hombre establece una nueva forma de comunicación con su
medio.
En esta nueva relación con su ambiente el ser humano logra transformarlo para crear, a
partir de él, un nuevo ambiente.
La cultura varía en espacio y tiempo.

Tomando en cuenta las características anteriores, nosotras la definimos como:


El conjunto de producciones humanas elaboradas a partir de información adquirida por
aprendizaje, que son de carácter acumulativo y a través de las cuales el hombre actúa
sobre su ambiente, transformándolo para facilitar su adaptación al mismo y su desarrollo.

Esta definición conlleva varias implicaciones. En primer lugar, la cultura, como un


conjunto de producciones humanas empleadas por el hombre para comunicarse con su
medio, constituye todo un acervo de información que, a semejanza de la contenida en los
genes, es utilizada por éste para adaptarse al entorno.

Es decir que con la hominización cultural el hombre desarrolla un tipo de información no


genética, la cultura, que incrementa sus posibilidades de reaccionar con flexibilidad a las
situaciones que le presenta su entorno. Así, a partir de la creación de cultura, las
generaciones humanas van a recibir un cúmulo de información genética y otro tanto de

70
 El conocimiento como mecanismo de...

información cultural no codificada en los genes que les servirá, al igual que aquella, para
sobrevivir y desarrollarse.

Además, siendo un tipo de información no genética se transmite de forma diferente a ésta,


ya que no es hereditaria, transmitida por generaciones sólo de padres a hijos, sino que se
adquiere por aprendizaje especialmente mediante el lenguaje y se transmite a todos los
miembros del grupo independientemente del parentesco.

Otro elemento importante para la aparición de la cultura y su transmisión son las sociedades
humanas, que son condición de posibilidad de la cultura y, al mismo tiempo, están
condicionadas por ella.

Es común que se tienda a confundir sociedad y cultura pero aunque éstas van de la mano en
el caso del hombre, existen muchas agrupaciones de tipo social en el mundo animal que ni
remotamente han desarrollado formas culturales.

Los hombres, como animales sociales, comparten con otras sociedades animales muchas
características: la delimitación del grupo; la identificación de sus miembros y el rechazo a
quienes no pertenecen a la comunidad; la cooperación dentro del agregado social; las
diferencias internas basándose en sexo, edad y otras características; la existencia de
funciones concretas como el cuidado de las crías, la protección de la comunidad y la
integración de los nuevos miembros a la vida del grupo; entre otras. Tomando en cuenta
estas características comunes podemos definir la sociedad como lo hace Herskovitz, como
un “agregado organizado de individuos” (Herskovitz, op.cit. : 42).

Mientras que la cultura sería el modo de vida de esa sociedad, el conjunto de conductas y
conocimientos aprendidos de acuerdo al cual el agregado organizado de hombres vive su
vida (Ibidem. :51).

El hombre es un animal social, característica adquirida tal vez por su condición de primate,
y es precisamente la vida en sociedad la que favoreció el desarrollo de la cultura pues
facilitó su difusión entre los miembros de un grupo. Así, las técnicas y conocimientos
descubiertos por algunos individuos eran transmitidos al resto del grupo que los aprendía,
los practicaba y los incrementaba con nuevos descubrimientos, propiciando el desarrollo de
la sociedad en su conjunto.

El hecho de que el hombre sea un animal social favoreció que sus aprendizajes fueran
socializados al resto de los integrantes del grupo con independencia del parentesco y en el
curso de una sola generación, ello hace a la evolución cultural, basada en la transmisión de
información aprendida, más veloz que la biológica que depende de la transmisión de
información genética.

Por otra parte, el carácter social de la especie humana contribuyó a hacer de la información
cultural una información acumulativa, pues a diferencia de los aprendizajes animales,
basados en estímulos inmediatos que no tienen que ver con los aprendizajes de sus
ancestros, la conducta del hombre se basa en un cúmulo de otras conductas y
conocimientos desarrollados por individuos que vivieron antes.

71
 El conocimiento como mecanismo de...

Así, la información cultural es acumulativa y el lugar donde se acumula es la sociedad


humana. En este sentido, la sociedad constituye también un factor decisivo para el impulso
de la evolución cultural, pues gracias a que los conocimientos se han ido sumando y
guardando en el seno de la sociedad las generaciones nuevas no han tenido que volver a
descubrir la agricultura o inventar la rueda, esa información la obtienen por aprendizaje de
la sociedad y, a partir de ella, pueden avanzar.

El carácter acumulativo de la cultura permite una mayor riqueza de respuestas de la especie


a las condiciones de su medio ambiente, es decir, una mayor flexibilidad en las reacciones a
los estímulos externos. Estas respuestas son en gran parte producto de las vidas de hombres
que vivieron antes y que son transmitidas a las nuevas generaciones gracias al lenguaje, a la
sociedad y a la educación.

Por ello, cultura y sociedad están íntimamente relacionadas, la vida en sociedad favoreció
la aparición de cultura y, por su parte, las características que adopta ésta y que son
determinadas por la forma en que el hombre modifica el medio circundante, constituye el
modo de vida de esta sociedad y que la particularizan, distinguiéndola de otras sociedades
humanas en tiempo y espacio.

En otras palabras, la cultura no puede darse, conservarse y desarrollarse sino en sociedad,


sólo a través de un agregado social donde las generaciones aprenden ese cúmulo de
información que constituye la cultura, la practican, la incrementan y enseñan a su vez a
nuevas generaciones puede ésta tener continuidad y desarrollo. A su vez, la sociedad, como
el agregado organizado de individuos, adopta características que la distinguen de otras
gracias a la cultura como el modo de vida de sus integrantes.

La razón de ser de esta relación cultura-sociedad es, en primera instancia, la adaptación del
grupo humano a un medio ambiente natural.

Finalmente, un elemento importante dentro de la definición de cultura es que ésta se


concentra en un sistema de productos, creación del hombre, entre los que se encuentra el
conocimiento.

El conocimiento como producto del aprendizaje del hombre es parte de la cultura y, como
tal, surgió con la finalidad original de contribuir a la adaptación de la especie a su entorno y
garantizar así su supervivencia.

B) La evolución cultural y la evolución genética

Es evidente que: “En todo individuo se conjugan dos herencias: una genética y una
cultural” (Césarman y Estañol, 1992: 75) y que una característica que distingue a la
evolución cultural de la genética es que la cultura permite al hombre ejercer un control
sobre su medio ambiente y con ello desarrollarse más rápidamente que los demás
organismos, sujetos sólo a la evolución biológica.

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 El conocimiento como mecanismo de...

Podemos afirmar que a partir de la hominización cultural el desarrollo humano se acelera


porque la cultura marca una ruptura en las características de la interrelación hombre-medio.
Gracias a la información cultural el ser humano deja de hacer depender totalmente sus
respuestas de los estímulos del ambiente y empieza a ejercer una acción sobre el mismo.

Hemos venido reiterando que las posibilidades que le brinda la evolución biológica a la
especie humana le han permitido programar sus acciones con información aprendida de la
experiencia. En el momento en que este tipo de información se vuelve social, esto es, que
se comparte, emplea y acumula en sociedad entonces permite al hombre cambiar su
relación con el ambiente, de tal manera que ya no necesita adaptarse a él, sino que puede
transformarlo para que éste se adapte a sus necesidades.

Al respecto dice Dobzhansky: “Mientras que todos los organismos se adaptan a su


ambiente cambiando sus genes, sólo el hombre se adapta (...) creando el ambiente adecuado
para sus genes” (Dobzhansky, op.cit. :450).

La transformación social de su mundo permitió al ser humano crear un medio artificial, la


sociedad, intermediario entre él y el medio natural. A partir de ese momento empieza a
moverse y a ser determinado por dos escenarios: un medio natural o hábitat y un medio
social. En otras palabras, su ambiente se compone de su hábitat, definido como el tipo de
lugar ocupado por la especie, y el medio social caracterizado por la cultura como la parte
del ambiente hecha por el hombre, es decir, la forma de vida de una sociedad creada a partir
de la transformación del medio natural. Ambos constituyen el ecosistema humano.

Bernard Campbell en su obra Ecología Humana define ecosistema como: “...cualquier


asociación natural compuesta por organismos vivos y sustancias inorgánicas que actúan
entre sí para intercambiar materia” (Campbell, op.cit. :10).

En otras palabras, la interrelación del hombre con otros organismos vivos –incluyendo a
otros hombres- y con todas las demás fuerzas y objetos inanimados que pueblan su hábitat,
interrelación que cobra la forma de una relación mutua cultura-ambiente natural y cultura-
cultura, constituye el ecosistema del hombre.

Dentro de este ecosistema hábitat-sociedad la especie humana ha continuado su evolución


pero con rasgos muy diferentes a los de la evolución genética.
Según varios autores la diferencia entre el ritmo de avance de la evolución genética y la
cultural radica en sus mecanismos de progreso

“Mientras que es sabido que la evolución biológica funciona principalmente mediante la


selección natural (darwinismo) la evolución cultural progresa por lamarckismo: Herencia
de caracteres adquiridos” (Barash, 1987: 31).

Al respecto Michael Ruse opina: “Del mecanismo lamarckiano de la herencia de los


caracteres adquiridos se suele decir que, aunque hoy día está desacreditado como
mecanismo biológico, sí consntituye, en cambio, una buena descripción de la evolución
cultural” (Wagensberg, 1998:74).

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 El conocimiento como mecanismo de...

La teoría de Jean Baptiste Lamarck acerca de la evolución de las especies biológicas está
basada en la herencia de caracteres que se adquieren por ser útiles a la especie y la pérdida
de aquellos que caen en desuso. Su teoría, como afirma Ruse, está muy lejos de explicar el
mecanismo de evolución biológica pero esa es la clave de la evolución cultural: el grupo
humano selecciona voluntariamente los caracteres culturales que le convienen y, al
utilizarlos en beneficio de la comunidad, los desarrolla. En cambio, los caracteres que no
utiliza se atrofian.

De esa forma, la cultura puede avanzar a saltos pues le es posible cambiar, eliminar o
adoptar componentes importantes en menos de una generación, acumularlos en la sociedad
y transmitirlos a todos los miembros de la comunidad.

Y también le es factible transmitir dichos componentes a otras culturas, lo que acelera las
transformaciones de ambas.
Según Barash: “El ritmo de los cambios culturales se ajusta a un patrón general que, si bien
puede diferir en algunos detalles, suele cumplirse en la mayoría de los sistemas: los
cambios culturales siguen un ritmo exponencial, es decir, que el propio ritmo del cambio ha
ido incrementándose, como un objeto al caer va siendo acelerado por la gravedad o –más
parecido aún- como un cohete que despega. La evolución cultural humana es, por tanto, un
proceso en continua aceleración, y su representación gráfica toma la forma de una curva
cuya pendiente se acentúa a medida que nos aproximamos a los tiempos modernos”
(Barash, op.cit. :45).

La especie humana es la única que presenta en su desarrollo dos etapas cuyas características
las hacen muy diferentes entre sí y que, sin embargo, se complementan y retroalimentan: la
evolución genética y la evolución cultural.

La evolución cultural y la biológica, “la liebre y la tortuga” como las llama David Barash,
la una la liebre que avanza a paso galopante, la otra la tortuga de caminar lento, muchas
veces en conflicto una con otra, otras complementándose, pero siempre unidas.

“En el mundo real, la cultura y la biología corren a velocidad diferente, pero son
igualmente atolondradas e igualmente perseverantes y, lo que es más importante, cruzarán
la línea de meta juntas, puesto que, a pesar de sus diferencias, están inextricablemente
vinculadas una a la otra” (Barash, Ibidem. :4).

Así pues, como mecanismo de evolución, la cultura, y dentro de ella el conocimiento


humano, responde a un fin inmediato de adaptación del hombre al ambiente pero también
al fin último de garantizar la supervivencia de la especie.

Sin embargo, esta supervivencia adquiere una connotación distinta en el marco de la


cultura.

Para la evolución biológica, la supervivencia de una especie implica la selección de los


individuos más aptos para sobrevivir y preservarla, una selección que en el fondo es de
genes. Esto explica que la enorme capacidad reproductiva de una especie se vea limitada
por la cantidad de individuos que mueren porque sus genes no resultan seleccionados.

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 El conocimiento como mecanismo de...

Pero cuando el hombre empieza a moverse en dos ambientes –el natural y el social- la
cultura empieza a tener un peso mayor sobre sus conductas, que son ahora condicionadas
culturalmente, de forma tal que los seres humanos aprenden a comportarse de diversas
maneras que dependen de la cultura en donde se desarrollan. De hecho, la relación del
hombre con la naturaleza empieza a revestirse de un carácter cultural y el ser humano ya no
podrá ser concebido como un ser determinado únicamente por su biología, sino también por
su cultura: se convertirá en un ser social.

A partir de este momento todo individuo se insertará en una historia que no será personal,
sino social, se adscribirá en una determinada corriente de pensamiento, en una tradición, en
un idioma que condicionarán su manera de pensar y de actuar.

“Igualmente, y a diferencia del animal, el hombre ya no pertenece de manera inmediata a la


realidad, sino que vive inmerso en un universo simbólico: nada puede experimentar o
discernir que no sea por intermedio de formas lingüísticas, símbolos científicos, obras de
arte, símbolos míticos, ritos religiosos, ...” (Martínez, 1998: 46).

Así, las respuestas socialmente aprendidas van a ser respuestas a impulsos, como lo son las
instintivas, pero aquellas ya no son sólo naturales, esto es, necesidades primarias de
carácter biológico sino ahora también secundarias, con una fisonomía cultural. Estos
impulsos para actuar los llamamos “motivos” y tanto los primarios como los secundarios
están condicionados culturalmente, como lo están los métodos para satisfacerlos (Taba,
1976).

De esta manera, el impulso básico natural de supervivencia empezó a revestirse de un


ropaje cultural que modificó su significado y la forma en que se busca satisfacerlo. Este
significado depende del contexto cultural en que se dé, varía en las diferentes sociedades
tanto en tiempo como en espacio.

Así, ha habido culturas que siguen considerando selectiva la supervivencia, pero ellas
imponen los criterios para elegir quién sobrevive (el nazismo, por ejemplo), han existido
otras que imponen diferentes condiciones de supervivencia estableciendo distinciones
sociales y económicas entre grupos (las sociedades esclavistas o la sociedad feudal), y
entre éstas están las que, pretendiendo un apego a nuestra condición natural, postulan la
supervivencia del más fuerte pero dotan al término supervivencia de un carácter
económico (el capitalismo es un ejemplo).

Sin embargo, hay otras para las que la supervivencia, culturalmente determinada, no
pretende un carácter selectivo de los individuos, sino que busca la adaptación y la
posibilidad de desarrollo de la Humanidad entera, en el sentido genérico y totalizador que
supone el término.

Para éstas, la evolución biológica es egoísta, restringe la posibilidad de supervivencia sólo a


algunos miembros de la especie; la cultural, en cambio, contraponiendo a este egoísmo
biológico un altruismo, la extiende a todos los miembros, permitiendo con ello el desarrollo
del hombre como género.

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 El conocimiento como mecanismo de...

Este es el ideal humanista de Occidente, difícilmente materializado en la historia de las


sociedades que lo han integrado.

Evidentemente, esta connotación del término supervivencia está moldeada por una serie de
valores, modelos e ideales, como los de igualdad, justicia, bienestar, que son también
creaciones culturales.

Para nosotras será esta connotación humanista la que empleemos al pretender que la
cultura, la ciencia y la educación sean medios que favorezcan la supervivencia de la
especie.

Igualmente, una necesidad “adquirida” por nuestra especie y que complementa a la de


supervivencia, es la de desarrollo. En términos biológicos la supervivencia conlleva un
desarrollo de la especie como la aparición de mecanismos más adecuados para responder al
entorno, se trata de un desarrollo entendido como la formación de estructuras más
complejas que, para los científicos, implica una evolución de las especies.

En el contexto de la cultura igualmente se buscará la evolución del grupo, su desarrollo,


entendido como crecimiento y mejora en el ámbito personal y social, y en este último
referido a distintos terrenos: el económico, el político, el social...

Nuevamente se trata de un revestimiento cultural del término biológico y nuevamente


dependerá de cada cultura en su espacio y momento históricos concretos.

Dentro del ideal humanista con el que nosotras nos sentimos comprometidas, el desarrollo
deberá alcanzar a individuos y grupos humanos por igual y deberá involucrar el crecimiento
de la persona en su ámbito espiritual y en el material.

5. El carácter originario del conocimiento.


Hemos analizado la aparición de la inteligencia humana como un producto de la evolución
biológica del hombre, producto que sustituyó en éste otros mecanismos de adaptación al
entorno, concretamente a la mente específica que genera conductas programadas
genéticamente. La inteligencia, pues, es un medio de adaptación.
Gracias a ésta la mente humana adquiere la capacidad de aprender de la experiencia y
generar respuestas variadas y flexibles a los estímulos del medio y, aún más, producir
comportamientos que no responden a estos.
El aprendizaje, como capacidad de adquirir información del exterior, y el resto de las
facultades de la inteligencia (que se desarrollan gracias a aquél), producen conocimientos,
entendidos como productos, con los cuales el hombre comprende su mundo y que forman
parte de la cultura.
Al ser, pues, la inteligencia el mecanismo de adaptación humana al entorno los productos
de ésta, los conocimientos entre ellos, tienen la misma finalidad: su adaptación y
supervivencia, este objetivo les da unidad, no importa qué tan complejos y diversos puedan
ser.

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 El conocimiento como mecanismo de...

Y los conocimientos también, como parte del mecanismo humano de adaptación y


transformación del entorno llamado cultura, constituyen una unidad con la que se
construye un medio social donde el hombre evoluciona.
En consecuencia, en función de su objetivo, comprender la realidad para auxiliar al hombre
a manejarse en ella y a construir un medio social donde desarrollarse, el conocimiento
humano constituye una unidad.
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