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LISTOS PARA LA BODA.

Mt. 22:11-14.

INTRODUCCIÓN.

Todos consideramos una boda como un acontecimiento feliz y de celebración.


Es un tiempo para compartir el gozo de los que se casan. Unos momentos que
hay que tratar de hacer inolvidables. La alegría y las felicitaciones se suceden
entre sonrisas y saludos. Sabemos, más allá del regalo de bodas que
querramos hacer, que una boda es una manera de respaldar a una nueva
pareja en su futuro matrimonial.
En este texto de Mateo, Jesús nos cuenta una historia que pudo haber tenido
un desarrollo pleno de satisfacción y bendición para todos. Sin embargo, en
primera instancia, nadie estaba por la labor de asistir: " Mandó a sus siervos
que llamaran a los invitados, pero éstos se negaron a asistir al banquete." (v.
3). ¡Qué desaire! ¿Cuál sería nuestra reacción a la falta de convocatoria de
nuestra boda? Por supuesto, enojo, indignación y extrañeza. Se trataba de una
gran fiesta, lujosa, con abundancia de alimentos... y sin embargo, nadie se dió
por aludido. ¿El anfitrión? Decidió volver a intentarlo. Tal vez no habían
entendido que se trataba de un privilegio enorme participar de esta
ceremonia: "Luego mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan a los invitados
que ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses
cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas." (v.4). Solamente
hacía falta que hicieran acto de presencia. Que disfrutasen. Que se gozasen.
Que se dejasen agasajar.
¿Qué entenderían los invitados cuando los siervos les volvieron a comunicar
que todo estaba preparado para celebrar la boda? El caso es que sus
reacciones son a todas luces crueles, absurdas e incluso desafiantes:"Pero
ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio. Los
demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron." (v.5,6).
¡Qué ofensa tan grande! Ignoraron completamente el ofrecimiento, con
desdén y frialdad. Habían cosas mejores que hacer, en que invertir su tiempo,
negocios que cerrar... Su prioridad estaba en otro tipo de asuntos. Para ellos,
la boda del Señor suponía una gran molestia, una injerencia en sus
planificadas vidas. Incluso, otros de los invitados tuvieron la osadía de
asesinar sin contemplaciones a los mensajeros, mutilándolos y torturándolos,
aún a sabiendas de que eran simples emisarios de buenas noticias, de gozosas
nuevas. ¿Cuál creeis que sería vuestra reacción ante tales actos de desagrado?
Todo lo posible se hizo para que estuviesen presentes estos citados perversos
e indolentes.
El Señor tomó represalias de un modo radical: estaban insultándolo a la cara,
sin vergüenza ni miedo. Este rechazo debía cobrarse en justicia y honor: "El
rey se enfureció. Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su
ciudad. "(v.7).La destrucción de los homicidas era el ajuste de cuentas
necesario para salvaguardar el nombre y la dignidad del Señor.
Pero, ¿qué hacer con todo el banquete dispuesto para celebrar las bodas del
Hijo? ¿Se suspendería? ¿Se echaría todo a perder? Rotundamente,
respondemos que no:" Luego dijo a sus siervos: “El banquete de bodas está
preparado, pero los que invité no merecían venir. Vayan al cruce de los
caminos e inviten al banquete a todos los que encuentren.”Así que los siervos
salieron a los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, buenos
y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas. " (v.8-10). El Señor no
estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión de celebrar las bodas de Su Hijo. No
importaba de dónde proviniesen, pero el banquete debía realizarse. Los
siervos trajeron a todos los que encontraron. Pero fijémonos en la clase de
invitados que fueron reunidos: buenos y malos. Justos e injustos. La
invitación era universal. Todos debían recibir el llamado fuese cual fuese su
condición. No fueron citados por sus méritos, sino por la voluntad del Señor.
Y entonces sucede una escena realmente curiosa: "Cuando el rey entró a ver a
los invitados, notó que allí había un hombre que no estaba vestido con el traje
de boda.Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el traje de boda?”, le dijo. El hombre
se quedó callado." (vv. 11-12). El anfitrión se presentó en medio de los que
habían sido llamados para conocerlos, para ver si todo estaba en orden. En
una boda sobre todo buscamos que todos lo pasen bien, que estén bien
atendidos, que no tengan necesidad de nada. El Señor se pasea entre la
concurrencia, saludando a unos, solícito con otros, pero hete aquí que algo
está fuera de lugar... ¡Una persona sin vestido de boda! La etiqueta era
importante en aquellos tiempos, al igual que lo es hoy día. Uno no asiste a una
boda vestido como un zaparrastroso, sucio, hecho un adán. Uno se viste con
esmero, pulcramente, sabiendo que es un acto formal fuera de lo cotidiano.
Pero este hombre, no iba ataviado correctamente. ¿Tan grave era eso? Al
menos para el anfitrión si lo era. Deslucía la fiesta porque no se prestaba la
debida importancia al acto al que estaba asistiendo. ¿Qué pensaríamos
nosotros de un desastrado en el día más especial de nuestras vidas? Que le
daba igual tanto la fiesta como el anfitrión.
¿Por qué es tan importante el traje de boda? ¿Qué quiere decirnos Jesús hoy a
través de un relato del ayer?

A. VESTIR EL TRAJE DE BODA ES ACEPTAR LA INVITACIÓN.

Aceptar la invitación de nuestro Señor de participar del Reino de los Cielos


significa que sabemos dónde vamos. Con nuestra asistencia nos
comprometemos a gozarnos con el anfitrión. Nuestro traje de boda nos dice a
las claras que deseamos por encima de todas las demás cosas amar al Hijo y al
Padre. Que estamos allí para disfrutar de Su gloria y para gustar de la vida
abundante y eterna que nos ofrece en las bodas. Vestir de gala nos
compromete a celebrar la infinita misericordia del Señor y a confiar en la
provisión de Dios.
Este atavío festivo impone en nosotros júbilo indescriptible, puesto que
nuestro destino no se relacionaba con la invitación a este glorioso banquete.
Imagina que alguién se acerca a tí, alguien a quién no conoces. Te entrega un
sobre adornado que dice: Las bodas del Hijo. Lo abres, y sorprendido, lees:
"Queda graciosamente invitado al enlace del Hijo y su consiguiente banquete
de celebración. ¡Gózate con nosotros! Lugar del acto: el Cielo. Se ruega vestir
con traje de boda para la ocasión."Es un privilegio recibir una tarjeta
desconociendo el motivo de la cita. Conoces al remitente: el Padre Celestial.
Sin duda, Dios sabe como celebrar un buen y abundante banquete. Y lo
primero que viene a tu mente es : "¿Qué me voy a poner?"(aunque algunos
piensan primero: "¿Cuánto tendré que darles de regalo de boda?").
Te vistes con lo más elegante, con lo más adecuado a la situación. Se trata de
Dios. Hay que ponerse el traje de boda, el smoking, el frac, el vestido de
noche... Así todos sabrán a qué he venido y que he aceptado la invitación. No
hago preguntas. Dios me ha invitado.

B. VESTIR EL TRAJE DE BODA ES PREPARARSE DE ANTEMANO.

¿De qué manera nos preparamos para asistir a una boda? Nos arreglamos el
cabello, maquillajes, afeitados apurados, camisas impecablemente
planchadas... No dejamos nada al azar. Queremos lucir nuestro traje de boda
y todo empeño es poco. El cristiano también tiene que prepararse
meticulosamente. No podemos presentarnos ante el Señor desmadejados y
con los trajes arrugados. Debemos pensar en la aprobación del anfitrión.
Debemos pensar en que no debemos desentonar entre los demás invitados.
Esto únicamente se logra teniendo una vida espiritual sana.: "Ten cuidado de
ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a tí
mismo y a los que te escuchen." (1 Ti. 4:16). " Procura con diligencia
presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de que
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad." (2 Ti. 2:15). Este traje hecho
a nuestra medida es la Palabra de verdad, la doctrina, que nos cubre con su
elegante confianza y con la espléndida gracia de Dios. Si nos vestimos de
Cristo, de Su Palabra, no tenemos nada que temer. El Señor mirará con
agrado nuestra indumentaria y se alegrará al escuchar de nuestros labios las
promesas que Él escribió para nosotros. La vergüenza no será el adorno de
nuestro ropaje festivo, sino el color carmesí de la sangre del Cordero de Dios.
Y el servicio será nuestra muestra de agradecimiento por ser invitados: "Su
señor le respondió: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel;
te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!"
(Mt. 25:21).

C. VESTIR EL TRAJE DE BODA ES HABER SIDO ESCOGIDO.

Yo no escogí ir a la boda. Fue el Señor el que me escogió para participar en


ella. Yo nunca habría soñado o imaginado poder ser elegido para ser un
comensal en el banquete de Dios. De hecho, sería impensable poder siquiera
plantearme la idea de ser recibido por un Señor tan justo. Mis ropas estaban
sucias y llenas de agujeros por causa del pecado. Mi aspecto desaliñado
resultaría ridículo en medio de tanta gloria. Mi calzado estaba hecho de
rebeldías y egoismo. ¿Quién podría invitarme? ¿Quién se atrevería a darme
un asiento en la mesa repleta de bendiciones de Su gracia?
Pero aquí estoy. Vestido con el traje de boda. Adornado con el fruto del
Espíritu Santo. Con la tarjeta de invitación de la gracia de Dios. ¿Qué más
podría nadie pedir? Su inconmensurable amor me reviste de tal forma que
todo brilla a mi alrededor, todo es nuevo y fresco, todo reluce con intensa
majestad. Tengo entrada libre al banquete de bodas y puedo participar sin
miedo y confiadamente de él. El Señor me saluda con santo gozo y se alegra
con mi presencia. Es más de lo que jamás hubiera deseado en mi vida. Un
abrazo del Novio, una sonrisa de Dios. He sido escogido sin merecerlo, me
han citado a pesar de mi indignidad, y eso, hermanos, es lo más formidable y
maravilloso que me ha sucedido y que te puede suceder a tí.
Volvamos a este hombre sin traje de boda. Fuera de lugar e indiferente al gran
despliegue de festividad. Ajeno a la magnífica celebración, sin interés en la
felicidad que se desborda en aquellos momentos. El Señor menea descontento
su cabeza al verlo y se acerca. "¿Dónde está tu traje de boda?", pregunta,
"¿Qué haces aquí con tu indolencia y apatía? ¿Acaso no sabes que estás en un
banquete de bodas?". El silencio es la única respuesta de este hombre.
¡Cuanta gente verá la celebración de las bodas del Hijo, pero callará cuando el
Señor les pregunte por su compromiso con el Novio! ¡ Cuántas personas
balbucearán al darse cuenta de que nunca aceptaron la divina invitación
gratuita a prepararse para la alegría y el júbilo de aceptar el perdón y la
entrada al Reino de los Cielos! Cerrando sus bocas rechazan la cita con una
eternidad en la presencia del Altísimo. No habrán excusas que musitar ante el
Juez Supremo. No podremos decir que nos olvidamos el traje en casa. Que no
estaba listo o planchado. Que se les extravió. Que no supieron nunca que
debían ir vestidos así. Que no tuvieron tiempo de prepararse.
No. Ante Su rostro impasible de justicia eterna, no habran justificaciones. Los
mensajeros llevaron la tarjeta a todos los seres humanos. Los que inspirados
por el Espíritu Santo escribieron estas tarjetas de boda en las Escrituras
dejaron claramente las instrucciones de etiqueta en ellas. Nada de lo que
podamos hacer será suficiente. Llegará la hora de ver la gloria de las Bodas
del Cordero y todos los que le rechazaron recibirán su merecido: "Entonces el
rey dijo a los sirvientes: “Átenlo de pies y manos, y échenlo afuera, a la
oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.” (v. 13). Desechar la
mano que Dios te tiende para invitarte a vestir con el traje de boda, es estar
inevitablemente abocado no sólo a ser apartado de la fiesta, sino a tener que
verla desde las tinieblas con el tormento añadido de saber que tuviste la
oportunidad y no respondiste positivamente a ella. La dejaste escapar.

CONCLUSIÓN.

Múltiples son los ejemplos que podemos encontrar en la Palabra de Dios que
concuerdan con los tiempos de la iglesia del Señor: "Dejen que crezcan juntos
hasta la cosecha. Entonces les diré a los segadores: Recojan primero la mala
hierba, y átenla en manojos para quemarla; después recojan el trigo y
guárdenlo en mi granero.” » (Mt. 13:30); "»No todo el que me dice: “Señor,
Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de
mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e
hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí.
¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!” (Mt. 7:21-23);"Aunque salieron de
entre nosotros, en realidad no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se
habrían quedado con nosotros. Su salida sirvió para comprobar que ninguno
de ellos era de los nuestros. " (1 Jn. 2:19).
El relato de Jesús, símbolo de lo que ocurre y está por venir, concluye con
unas enigmáticas y a la vez sencillas palabras: "Porque muchos son los
invitados, pero pocos los escogidos.»
(v.14). Todos los seres humanos son llamados a participar de la boda, pero no
todos aceptarán la promesa de un feliz y entrañable acontecimiento como es
el de recibir la vida eterna de manos del Novio, de Cristo, quién ganó por Su
muerte la potestad de que fuesemos justificados y adoptados por Dios. Sólo Él
en Su vicario sacrificio en la cruz pudo firmar con Su preciosa sangre las
tarjetas de las bodas del Cordero.
Mira bien a tu alrededor. Los mensajeros reparten cada día las invitaciones a
este acto que no puedes perderte. Todo está listo. El banquete está dispuesto.
Gózate en Dios y alégrate con los justos. Y no te olvides de tu traje de boda.

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