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LA SOLEDAD DEL NEANDERTAL

Rafael Arenas García


I

ÁFRICA

Uno tras otro fueron devorados


por leones hambrientos.
Los cachorros royeron sus huesos,
su carne les sirvió como alimento.
Solamente dos sobrevivieron.
Tan sólo ellos dos en la sabana,
postreros de una especie condenada.
Por azar se salvaron,
y por azar vivieron,
y procrearon.
Y sus crías se arrastraron
y sobrevivieron.
No sabemos su nombre,
ni siquiera si tenían nombre.
Sabemos que murieron,
y que cuando murieron
recordaron
un niño desgarrado
por leones hambrientos.
Y lloraron.
Y fue entonces,
en aquel tiempo sin nombre
cuando empezamos a ser
mujeres y hombres.

3
II

MAÑANA

Todavía el mundo es joven - pensaba.


Los milenios -destellos- se han consumido,
desde aquel soplo de brisa sobre el trigo,
aquella caricia en el rostro y en el alma,
la despedida en aquel partir incierto.
La muerte, entretanto, serena, esperaba,
aguardando el encuentro entre filo y cuello,
dejándose peinar por el suave viento
y gozando de la sombra del ciruelo;
deseando enrojecer el rojo fruto
con sangre, tibia y espesa, de un guerrero;
presta, también, para ceder la guadaña,
que segará la vida de quien escucha,
tranquilo y descuidado, soplar el viento,
suave, sobre el campo de trigo, sereno.

4
III

ETERNA MORTALIDAD

Mucho ha pasado en el mundo,


mucho ha pasado y no he visto.
Dicen que una vez
hubo faraones,
que hubo constructores
de enormes pirámides;
que hubo guerras violentas
(¿acaso las hay pacíficas?);
una vez hubo un campesino
que cultivaba tierras junto al Nilo
y murió ahogado al volver
una noche a su hogar;
hubo una muchacha
que besó a su novio
y con él se casó;
hubo una vez un sacerdote
que ofrecía sacrificios
a un dios olvidado
en Asia Central.
Hubo un ferrocarril
que descarriló en Santa Clara.
Hubo una mina que se hundió,
hubo un rojo anochecer
calmo y sereno
y un anciano que lo vio
y lloró.
Hubo una vez un mar
que se enrabietó
y un niño junto a la playa
se asustó.
Hubo una vez una emperatriz
que amaba a su criada,
y nunca nadie se enteró.
Hubo un incendio que duró mil años;
eso fue hace tanto tiempo
que nadie lo recuerda
porque nadie había
nacido ya;
tan solo había lluvia, viento, nieve,
relámpagos a veces.

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Hubo tantas cosas grandiosas,
tantas cosas pequeñas,
tanto amor, tanta belleza,
tanto dolor, tanta vida
tantas cosas que ni me rozaron.
Habrá tantas cosas, tantas,
cuando yo ya me haya ido,
tantas cosas que me hacen llorar
esta noche, aquí,
al borde del más inmenso mar.
Aquí, donde nos juntamos
tantos dioses desventurados,
soledad contra soledad,
carne con carne virtual;
infinita, eterna mortalidad.

6
IV

ESCLAVOS

El aire no levanta
el polvo de los esclavos,
pero ni tú ni yo
dejaremos en la tierra
más rastro u otra huella
que la que ellos dejaron.

7
V

PEQUEÑO

A esta hora
me siento pequeño
como un grano de arena.
El espacio se expande,
se tensan las supercuerdas
que arrastran a las galaxias;
eones se precipitan
al centro de cúmulos globulares.
Noto en mi piel
la fuerza extraordinaria
de la explosión primigenia.
No soy menos
que las miríadas de estrellas
que giran en torno
al centro oscuro de la Vía Láctea.
Lo negro me engulle,
la nada me rodea;
one, two, three, four, five, six.
Tan solo una luz, tan solo;
una luz que brilla
en medio del vacío más profundo.
Esa luz, esa luz,
soy yo.

8
VI

AZUL

Si miro dentro de mí,


en mi centro
¿qué veo?
un hueco, un vacío oscuro.
Si miro al vacío,
a ese vacío oscuro
¿qué encuentro?
una caverna, una caverna
donde mi voz se pierde
en ecos reverberantes.
Si exploro la caverna,
la caverna reverberante
¿a dónde llego?
a un pozo, a un pozo profundo.
Si me atreviera a mirar
al fondo del pozo,
en la caverna que hay en el hueco
que se abre en mi centro.
Si mirara
¿qué vería?
Una luz,
una luz primero tenue,
un amanecer,
un nuevo amanecer,
la luz de un nuevo amanecer,
azul.

9
VII

LUNA

Yo también he visto
esa luna blanca y fría
espejo de nuestras desdichas.
Yo soy tierra y luna
y sol y estrellas lejanas;
y como todo, no soy nada.

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VIII

ERA ESO

Sí, era eso; ahora ya lo sé.


Se desparramó el tiempo y el espacio
como chorro de agua, luz de estrellas;
se derramaron
los años incontables
y se sucedieron las explosiones
que alumbraban de las cenizas, soles.
Se fundieron galaxias,
desaparecieron civilizaciones;
nacieron verdes mundos
y se agostaron
transcurridos eones.
Largo fue el preámbulo
de este instante,
centro del universo,
del espacio y el tiempo;
de este momento,
de este patio en penumbra
del olor del jazmín
de la luz bajo la puerta
del beso y el arrumaco.
El cielo negro es dosel
la tierra estrado
el mundo escenario;
el único universo que conozco
tiene aquí, hoy, su centro.
Otro vendrá
para quien este instante
sea tan solo
un punto en el tiempo,
insignificante,
preámbulo invisible
de su propio centro.
Para él será real,
para mí, tan solo humo,
polvo que cae
tras golpear el suelo.

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IX

DIOSES

Los dioses le arrojaron a un bosque oscuro,


y se escondieron.
Los buscaba; pensaba que ellos jugaban.
Todo le recordaba su casa,
donde nunca había estado.
Una hoja era una real barcaza.
El viento traía el aire del Olimpo,
de la nieve virgen y blanca.
El sol hacía brillar un palacio de oro,
con jardines eternos,
vagos atardeceres
y rincones amenos.
Y, sobre todo, el amor,
multiplicador.
Esperaba con el corazón henchido,
latiendo.
Noventa y nueve, cien.
Despertó
en el silencio
de aquel bosque oscuro
de su nacimiento.
Y entonces supo
que no era un juego.

12
X

DESHACER Y SER

Si te pudieras deshacer y ser


¿acaso habría una mayor dicha?
Es el mundo ataúd de la desdicha
que te asola ya antes de nacer,
cuando te destinaron a yacer
lejos de donde reinaba la bicha,
condenado a ser una mera ficha,
pero capaz de todo comprender.
El silencio se extiende en el vacío,
parpadean estrellas solitarias
en la noche creciente. Nada mío
en estas soledades esteparias
anegadas en tu ausencia y el frío,
abandonadas ruinas milenarias.

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XI

ÁNGEL

Si en tu rostro sintieras
la mano helada
de un ángel que del cielo
a la tierra viniera.
Si sus ojos fijara
en tu propia mirada,
la vida y la muerte se confundirían.
La muerte sería esperanza
de una vida más plena;
la vida sería tan solo
polvo en una calle desierta.

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XII

LAGO

Yace en lo profundo un lago negro


de aguas quietas, siempre en silencio
la bóveda de negra roca negra.
Una gota de tinta, una mancha negra
en un cuerpo abierto y roto, deshilachado.
Pesa el lago como un peso muerto, pesa.
Centellean las luces de las estrellas
en la bóveda de negra roca negra,
se agita el aire sobre las aguas muertas.
Vuelven las noches que precedieron a las muertes antiguas.
Vuelven las sombras que siempre fuimos,
vuelven.
En la orilla del lago una playa
bajo la bóveda de roca negra
donde aún centellean las estrellas.
En la playa un alma junto a las aguas muertas;
mira el agua y a las estrellas;
por eso no es poeta.

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XIII

TRANSPARENTE

Vomito.
Hace tiempo que vomito.
Vomito cosas que llevo dentro,
cosas que no conocía.
Vomito hasta quedarme vacío, limpio.
Hasta sentirme ligero, transparente.
Quizás vomite siempre.
O quizás un día encuentre
que ya no soy nada,
que la luz me atraviesa sin verme.
Si ese día llega
antes que la muerte,
sabré que estoy listo
para verte.

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XIV

ESMERALDA

El sentimiento viene en un instante:


fresco olor de una tarde de verano,
luz excelsa de un perfume cercano,
corriente interior, fría y penetrante.
Hondo placer y dolor lacerante.
En la herida del pecho hundes la mano,
con rabia buscas anhelado arcano
mientras te apaga la llaga sangrante.
Rozar deseas la fría esmeralda
cuyo brillo sospechas en el centro.
Suave, exangüe, la vida ya se salda;
pero tienes fuerzas y miras dentro,
contemplas de estrellas una guirnalda
mientras viene la muerte para adentro.

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XV

¿DÓNDE ESTÁN?

Este escalofrío que ahora siento


¿es de esta vida? o, por el contrario,
recuerdo del frío aire estepario,
del océano helado o de aquel viento
que en lo alto henchía mi sentimiento.
Tiemblo ante la imagen de un sagrario,
un cuadro, el tañido de un campanario.
Si pudiera llenarme en un momento
de amores, muertes, lágrimas y risas;
de todo lo que sé que ya he pasado;
de labios y muslos; de suaves brisas;
de los instantes que me han embriagado
y de las negras horas indecisas;
si pudiera ¿sería iluminado?

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XVI

CENIZA

No,
no es ceniza
purificada;
ceniza en la llanura bajo el cielo,
soledad.
No es ceniza que se lleva el viento.
No.
No es ceniza esto.
Tierra mojada y sucia,
envuelta en gris,
lluvia
entre el cielo y el fango.
El estiércol alcanza tu tobillo,
te hundes en la mierda
y miras
el aire entre el gris y la llanura.
Luz entre nubes,
sol en el rostro
y no sabes,
no sabes si eres
el que arrastra los bueyes por el lodo
en días sin memoria;
no sabes si eres
un escritor romántico,
cabellos agitados, vientre lleno,
Werther vital;
no sabes si eres
tronco a un fusil pegado, caminando.
No sabes si eres,
si fuiste.
No sabes,
tan solo sientes.
Sientes el peso del aire,
el agua que penetra,
el mundo en que te ensimas;
gris, azul, verde, gris;
agua y niebla, agua y fango;
sólidas vísceras,
rubicundos paisanos;
sudor y mil olores

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que ya se te han pegado.
No,
no es de ceniza purificada
esto que escribo.
¡Mierda!

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XVII

TRISTEZA

Un mundo
desnudo de palabras.
Un niño
sentado a la puerta.
Espera.
Una calle,
en un barrio,
en una ciudad
de cemento
de almas atrapadas,
cansadas.
Un niño que espera
sentado a la puerta
de una casa
cualquiera.
Tarde de cielo gris.
Hora de nada.
Mira la calle
para verla
cuando llegue
con su falda,
sus caderas,
su sonrisa,
blanca y fresca;
para besarla
y olerla
y quererla.
Y tiene la esperanza
de que la noche
no venga
y hoy pueda verla.
Pero llegan
y se lo llevan
y en el coche piensa:
¿y si es verdad
y está muerta?
mientras
las sirenas suenan.

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XVIII

TODOS NOSOTROS

Se arreciman encogollados sobre ocres barras de hierro


y gritarían su tristeza al viento
si éste aún soplara entre las basuras y los excrementos.
Un cielo oscuro contra el mar inmóvil.
Las noches sin luna todo lo engullen.
Vomitan su negro sobre farolas de luces amarillas,
sobre ciudades de alquitrán y cemento.
El mundo se rasca los piojos apelotonados en su cabeza,
como manadas de cebras
huyendo de uñas grasientas.
Crecieron, se multiplicaron y movieron,
llegaban hasta el mar y se preguntaban
¿no hay más? y allí se amontonaban.
Perdieron el recuerdo del calor de los bosques,
el sabor de la sangre en las manzanas.
Olvidaron el crepúsculo en las tendidas praderas,
el aire en el rostro, el cielo sobre la cabeza.
Escaleras estrechas, letras en los ascensores.
"Sí cabemos, nos apretamos".
Intimidad sobre el linóleo despegado;
cebolla, brillantina y heces;
ojos húmedos, furtivos, indiferentes;
cáscaras que se repelen.
Chabolas con suelo de tierra preceden a las paredes de doble papel,
las ratas quedan atrás y debajo;
resbalan en pulidas tuberías de acero
que llevan el gas a quienes viven encogollados sobre ocres barras de hierro
y mueren en la noche de llamas y explosiones,
igual que poemas inacabados.

En días muy tristes y, por desgracia, casi indiferentes.

22
XIX

MERCADO

En la mañana fría,
en medio de pirámides
de berenjenas, coles y naranjas;
patatas, lechugas, pimientos verdes;
en medio de puestos que giran,
en medio de fracasos inconscientes;
en medio de sonrisas ladinas,
de gritos desmesurados;
de gruñidos animales
de ropa sin lavar,
en medio del sudor,
en medio de rosas falsificadas;
en medio de lo que llaman vida,
un fragmento entre sangre y estertores.
En medio del mercado
alzo la vista al cielo.
Tras las fachadas descuidadas
se adivinan los retretes y la mierda;
en medio de las pirámides de berenjenas,
de lechugas, coles y patatas;
en medio de los puestos que giran.
En medio de todo eso
siento el cuchillo y la náusea;
y prefiero el cuchillo frío,
el cuchillo afilado;
prefiero la sangre limpia
al pus, al vómito, a los excrementos;
prefiero la sangre como agua fría
a viscosas excreciones.
Lo prefiero.

23
XX

TIEMPO

La brisa entre las hojas,


en el rostro la luz,
suave, dulce, amorosa;
hierba bajo la espalda,
fulgores de una cruz
y un temblor en el centro.
Ahora, en este instante, soy eterno.
Mi tiempo no es el tiempo que nos roba;
mi tiempo no es el tiempo que deshace
vidas, montañas, altas esperanzas.
Ahora tan solo mío es el tiempo.
Si pudiera vivir en este instante,
concentrar en él todo lo que fue,
sentir en él todo lo que está siendo,
saber en él todo lo que será;
si tal cosa fuera posible hacer...
yo no sería yo,
sería un dios menor,
condenado al infierno;
no por un Dios mayor,
sino por ese tiempo
al que vencer pretendo.

24
XXI

FELIZ

Pensaba que era feliz;


absurdamente feliz.
Y un día, leyendo un poema,
sentí los ojos llenos de agua.
"La emoción me llena", pensaba.
Y me engañaba.
Me abrí la camisa,
descosí el pecho
y un montón de fango
cayó sobre el pantalón.

25
XXII

BERLÍN EN MAYO

Sale el sol temprano en Berlín


en las mañanas frescas de mayo.
Y aquel día salió aún más temprano.
Me encontré en la calle a un borracho
que, sin vergüenza, me pidió dos marcos.
Se los dí, y más le hubiera dado.
Tenía el corazón abierto,
lleno de esperanza, entregado.
A la noche había llovido
y bajo el sol todo brillaba
limpio, puro, recién fregado.
Entretuve las horas caminando.
Repiqueteaban mis pasos
sobre las baldosas de piedra
en la fría mañana de mayo.
Todo salió como había pensado:
A las once nos encontramos,
comimos con un compañero
y ya a la tarde juntos paseábamos.
Se levantó un poco de viento,
el cielo era ahora gris.
Yo me sentía destemplado.
La acompañé hasta una calle,
la calle que era su calle.
Allí me abrí las venas,
y un chorrito de sangre
me manchó los zapatos.
Pensé por un instante
que en mi alma entraría;
pero ninguna mano
me acarició temblando.
Cuando me quedé solo
supe que ya sabía,
desde el rayo de sol primero,
que aquello pasaría.
Qué ridículo es llevar un paraguas
en una tarde gris de mayo.
La noche venía del este.
El cielo negro devoraba
las calles y mi corazón.

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Me senté en mi butaca.
Rodeado de gente
me sentía mejor.
Sólo faltó un espectador,
que era ¡mira por dónde!,
justo el de mi costado.
La ópera se me atragantó.
Me reí del destino
que tan claro dejaba
lo solo que yo estaba.
Hoy he recordado
que fui yo quien compré
aquella entrada junto a mí;
cuando todavía pensaba
que aquel día de mayo
el sol luciría en Berlín.

27
XXIII

HORIZONTE

Hoy sentí
que el horizonte
se acercaba
hacia mi.
Caminaba
y el mundo
se acababa,
el cielo
se alejaba,
un abismo
se abría
más allá
de la línea
que separa
el cielo
y el mar.
Extraño vacío
del mundo y mío,
mío y del mundo
como si fuéramos
uno.
¿Acaso
lo somos?
Pero no,
uno es limpio,
transparente
casi inexistente;
y el otro,
el otro es denso,
¿viscoso?
pesado,
real.
Uno mira
y el otro es mirado.
No tiene conciencia
es pura ilusión,
no existe
tan solo es
porque yo lo sé.

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XXIV

MATAR A BACH

Si matáramos a Bach,
si bajáramos los altos techos
de las catedrales,
si acabáramos con el calor
en nuestras iglesias;
si murieran los burgueses
que alientan terrenas recompensas
en los penitentes;
si supiéramos que nuestra fe
conduce a la muerte terrenal,
a la pobreza,
y al dolor;
si aún así
nos sentimos reconfortados,
satisfechos, felices,
rodeados de muerte;
si aún así
el corazón se agranda,
los ojos fluyen y el amor mata;
si aún así nos sentimos dichosos
entre el barro y los excrementos
en alguna barriada ruidosa
de alguna ciudad perdida
en las letrinas del mundo;
si aún así
amamos a los pobres
y a sus verdugos;
si aún así amamos a Dios
y pensamos que Él nos ama
¡Benditos seamos!

29
XXV

GRISEAR

Esa dulce soledad


cuando grisea el azul
fuera del hogar.
Esa dulce soledad
cuando todo se detiene
para contemplar
cómo el día muere.
Talmente parece
que no despertará más.
Esa dulce soledad
cuando un hueco se abre
entre el pecho y el alma
y el aire gris lo llena
de frialdad.
Esa dulce soledad,
esa dulce soledad
nos enterrará.

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XXVI

ÚLTIMO

El cielo es negro;
la tierra, dura
y tú estás solo
con tu desdicha.
El dolor es la vida
en esta noche húmeda,
tan fría.
Sin dolor nada habría.
Sostiene tu dolor
ese pino agitado por el viento,
y nubes desgarradas en el cielo
bajo el azogue del espejo negro.
Hoy no hay luna
ni estrellas.
Quizás mañana brille otro sol;
pero ¿quién lo verá?
si yo,
el último,
no llego a despertar.

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XXVII

MAREA

Sube la mar
en la playa vacía.
Gris soledad.

32
XXVIII

MAR

Si dejaras que el mar los pies te bese,


que se empapen tus muslos de sal y olas,
que se llene tu vientre de amapolas
y que el agua tu pecho sumergiese;
si nadaras a donde nada hubiese,
donde habitan las almas que están solas
y lucen a la noche agrias farolas;
si el rostro un beso helado recibiese
y el frío del océano quemara
la piel que envuelve el corazón durmiente;
si algún día tal cosa te pasara,
y sólo te encontraras, impotente;
abre los ojos para ver la cara
del que en la mar nos mata, complaciente.

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XXIX

MUERTOS

Todos se van muriendo;


muere uno y desaparecen
diez o quince años de mi vida;
muere otro y se van
tardes despreocupadas al sol,
en la plaza del pueblo,
corro adolescente cantando
las primeras de Sabina.
Todos se van muriendo
para que el mundo se deshaga,
mi mundo.
Ya no soy eterno. Lo fui.
Los muertos me vuelven humano,
temporal, frágil, limitado.
Vuelve la rima sin querer
¿por qué lloro?
En el fondo tu sabes, sé,
que una cueva de tierra húmeda
entre el verde y la lluvia
es tu último hogar.
Igual que una lombriz.

34
XXX

CATARRO

Cada catarro,
cada desvelo,
cada noche de llanto
te quita algo
de lo que llevas dentro.
Vas deshaciendo
esta impostura,
la blanca máscara
que te pusieron
la tarde gris
en que llegaron.
Estás desnudo.
Casi lo entiendes todo:
el Padre es Hijo,
el Hijo es Padre;
nadie conoce al Padre
excepto el Hijo.
Y quien es padre
y ha visto en los ojos
de un pequeño hijo
la necesidad simple
de serlo todo,
de ser un dios
poderoso y amable;
de simular
fuerzas que no tienes,
valor del que careces.
Cuando has visto tal cosa
entiendes
¡vaya si entiendes!
Lo entiendes todo,
casi todo lo entiendes;
aunque no sabes
lo que sientes.

35
XXXI

JUNTO AL MAR

Las personas acomodadas descansan a la orilla del mar,


toman cócteles con vistas a la arena, a los espejos azules;
y el sol no les broncea bajo sombrillas cimbreantes.
Gafas de sol y ropas de lino sobre cuerpos sanos, delgados;
las manos juegan con copas delicadas y los labios definen
el contorno inmaculado de ambrosías sutiles, exquisitas.
La tarde perfecta se suspende durante instantes eternos;
los cuerpos tiemblan en la brisa que entra por la ventana abierta,
espaldas y pechos yacen sobre sábanas blanqueadas,
en habitaciones de cortinas mecidas por el aire limpio
que sopla venturoso desde las aguas rielantes del océano.

Es el océano negro cuando llega la noche,


las estrellas lejanas tililan como esperanzas.
Angustia la vigilia por el sol de la mañana.
Aspiramos con fuerza el aire en busca del olor
de jazmines y de galanes; de sal y de hierba; los olores.
La fiesta ha concluido y un cuerpo agotado yace
sudoroso entre sábanas frías junto a la ventana abierta.
Cimbrea mojado al son de los cristales movidos por el viento.
El gusano ya ha comenzado a trazar su camino serpenteante;
desde la punta del pie, liada entre arrugas creadas en sueños,
por el centro de la pierna retorcida, acalambrada, atrapada;
a través de la ingle exangue, abandonada; hasta la cabeza.

El cuerpo se vuelve fardo y montura


cuando la nada envuelve el corazón
que late perdida ya la razón
en medio de la noche más oscura.
Quien aguarda la cita que más dura
enloquece al oír una canción,
se estremece con la carnal pasión,
sufre al verse al final de su andadura.
Tendido en el lecho pasan las horas
lentas, dolorosas; plomo en las sienes.
Aguarda las mañanas cegadoras;
cuenta lo que has ganado, lo que tienes.
El día no temas; las turbadoras
presencias te dicen: "ahora vienes".

36
El primer rayo de la mañana, rojo, no es aún suficiente;
solamente cuando el sol luce en el cielo y el agua brilla
se levanta el hombre acomodado de su letargo.
La brisa del mar trae perfumes salados y frescos,
el zumo está junto a su mano y un cuerpo suave a su lado.
Ha despertado.

37
XXXII

SÚBITA LUZ

Súbita luz que me rodea, toda;


los párpados cerrados;
inicio de un ascenso.
Flota en la noche.
Tersos canalillos de sangre rosa
contra el blanco y la carne.
Tu peso se diluye en la cabina,
que sisea cortando el aire negro.
Si ella llegara y tú ya no estuvieras,
si te visitara, ¿lo sentirías?
¿o tan solo desaparecerías?
En las noches siniestras en que viajas
estás tan profundamente cansado
que si no fuera por los otros,
los otros pasajeros, claro;
te dormirías.
¡Adiós!

38
XXXIII

DESTELLOS EN UN OCÉANO DE OSCURIDAD

Nací.
Vi gente junto a mí,
lluvia tras los cristales.
Jugué.
Estudié, algo aprendí.
Creí amar y amé.
Engendré,
y ahora junto al mar
espero amanecer.

39
XXXIV

TARDE

Cuando se estrene la última tarde


¿qué libro leeré?
Cuando se ponga el último sol
¿qué recuerdo evocaré?
Cuando comience la última noche
¿qué temor me vencerá?
Cuando la sombra invada mi casa
¿en qué cuarto me hallaré?
Cuando mi mano busque otra mano
¿qué mano encontraré?

40
XXXV

TRANQUILIDAD

¡Si en esa última tarde pudiera


el mar mirar con tranquilidad!
como el que con alma clara espera
al final un amigo encontrar.

41
XXXVI

DÍA

Hoy tengo un día muy ocupado:


primero llevo a mi mujer al médico,
a la vuelta corrijo unos exámenes
y como con los compañeros.
Ya a la tarde leo un par de cositas
para poder completar una nota
y así acabar el trabajo que debo.
Quizás entremedias pueda escribir
algún que otro verso,
ojear poemas
o escuchar la brisa.
En algún momento me he de pasar
por el supermercado
y por el panadero.
Como estará bueno
cenaremos fuera.
Y además, por extraño que parezca,
en algún momento
de este día tan ocupado
me habré muerto
y todo será fútil
y, a la vez, eterno.

42
XXXVII

CADÁVERES

¡Ay! Vivimos tan poco...


pero somos tantos los que vivimos
que, juntos unos y otros,
un montón de cadáveres
hacemos parecer el mundo vivo.

43
XXXVIII

VALLE

En la noche les guie.


Bajamos la montaña
batiendo el corazón
en el frío y el negro.
Masticaba la niebla,
olfateaba el aire helado y gris,
caía la nieve en nuestras espaldas.
No erraba en el camino
que llevaba hasta el valle.
Ninguno se perdió
y pudimos vivir
otro verano más.
¡Hace tanto de esto!
Fue en el tiempo olvidado,
antes de que empezáramos
a encarnarnos en hombres.

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