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NO EXISTE EL MAÑANA

Rigo B Castro

“Para mis ojos no estás


pero en mi corazón siempre vivirás...”

Detrás de un fuerte compás y una desentonada voz, me encontraba punteando


mi guitarra tratando de acoplarme a los tonos románticos que una pobre banda
en aquel bar ejecutaba. Era de noche y el frio frenaba el continuo ritmo que
por obligación tenía que seguir. No era mi estilo ni mucho menos mi profesión;
pero la ridícula necesidad por sobrevivir, me llevaron a ganarme la vida de esta
manera en esta inhóspita ciudad.

El cantante pidió un tono más romántico para lanzar su recital, no habían


aplausos en el ambiente, ya que la idea del fachoso dueño, era la de entretener
a un público poco atento mientras desocupaban una tras otra las botellas de
licor que allí se ofrecían. Yo estaba impaciente porque todo este grotesco
“show” culminara, pero era día de relajo para los cientos de estudiantes y
empleados que por ahí transitaban. Los meseros corrían de un lado a otro
avisándonos que se esperaba una tensa jornada y los gritos de desahogo por
parte de los ebrios opacaban la inexperta y caída voz del cantante.

Y fue un grupo de universitarios que a gritos y saltos nos hizo tocar una
canción más alegre para satisfacer sus expresiones. Mis manos estaban
congeladas y la voz del cantante no ayudaba a disfrazar mis errores, cosa que
notó el dueño amenazando que si nuestra rutina continuaba en decadencia,
nuestro pago iba a actuar de igual o peor forma.

Ya enojado y con gestos de indignación, presencié como una hermosa


dama entró solitaria al desagradable lugar. Era la belleza en monumento y
la perfección en presencia, no tenía defecto alguno y sus delicados guiños
idiotizaban a cualquiera que la observara. Seguí tocando exclamando que por
fin había un motivo para continuar y luego de un par de coros observé como
pidió un trago de esos costosos mientras miraba atentamente hacia nosotros.
Yo sonreía tratando de llamar su atención, pero fue en el momento de llevar
el vaso a su boca cuando fijó sus profundos y oscuros ojos en los míos. Como
buen artista que me creía, disimule su mirada y le regale un gesto lleno de
coquetería, ella inclinó su rostro mientras sonreía, tomó una servilleta y se la
entregó a uno de los harapientos meseros.

Todo marchó con normalidad pero acompañado de un juego de miradas con


la extraña y bella mujer, era gusto lo que se sentía y era amor lo que vivía. Ya
en plena concentración, alguien sacudió mis espalda interrumpiendo aquella
dicha; era el mesero con una servilleta en la mano y en ella una letra pulcra
y delicada relatando el nombre de la única canción que en mi corta vida de
guitarrista me sabia – “No existe el mañana” –. Mire a la mujer y le sonreí para
agradecer la petición, pero por dentro un ahogo inmediato abundó mi cordura.
ya que era lógico que el cantante fuese el que interpretará aquel recado.

Con valentía y temor llamé al cantante para comentar mi desdicha, lo envolví


con la excusa de que merecía un descanso y tomé su asiento para disponerme
al canto. Mis mejillas enrojecidas demostraban mi timidez, jamás había estado
frente al micrófono como epicentro de un público, probé el sonido como es
costumbre y llamando la atención de todos inicie mi introducción. – “Esta
canción es pedida por la mujer más hermosa de esta noche y espero que todos
me acompañen como debe ser…” –, fueron mis palabras para iniciar la tonada,
mientras su tímida risa así lo demostraba. Llegue al segundo verso cuando
todos decidieron acompañarme; gritos y halagos se filtraban con mi voz y un
rio de aplausos me llenaba de emoción. Estaba feliz y creyente de que era lo
mío, llegó el final y todos exclamaban por más, así que después de la canción
improvisé unos versos mirando fijamente a la bella dama:

“No sé quién eres y te creo,


No sé quién soy y lo descubriste,
No sé qué haces y lo deseo,
No sé qué hacía y lo permitiste,
Dejemos que la luna haga su juego,
Para que parezca que alguna vez me quisiste,
Y deja que mis besos toquen tus sueños,
Para que mañana digas que hoy me conociste.”
Terminó la jornada y pasó algo increíble, un grupo de jóvenes se me acercó
para pedir según ellos, el autógrafo de un gran artista. Yo con gestos de
admiración transcribí mi nombre como ellos lo solicitaban, pero fue en uno de
esos instantes cuando recordé a la mujer quien ya no se avistaba.

Llame a uno de los meseros para preguntar sobre el paradero de la


dama, pero con muecas de negación me dio a entender que jamás la había
presenciado. Salí como pude de la multitud que me arrinconaba, pero ahora el
dueño y ya admirador de mi talento, me invitó a un trago para charlar según
él, de “negocios” para el futuro. Mientras alababa mi actuación yo buscaba
con angustia aquel rostro que me había enamorado, me excuse de la mesa
para supuestamente ir por mi instrumento, pero era demasiado tarde, ya no
habían personas aparte de los aseadores del sitio y a pesar de que me decidí
a correr por las calles cercanas, no pude ver de nuevo su hermosa silueta.

Regresé al bar con la resignación por encima, mi aburrimiento era tan


dramático que ya se notaba, tomé mi guitarra y me dirigí a la mesa donde ella
estaba, fue una sorpresa encontrar otra servilleta que para mí el “guitarrista”
iba dedicada; con curiosidad la abrí para leer la corta frase que allí se encontraba
y un – “Te dedico la canción…” – fue lo último que vi de mi amada.

Rigoberto Bermúdez Castro


Colombia, 2011
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3° Cuento de mi autoría –– tu|mimi

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