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  es el resultado de una serie de entrevistas que el autor le realizó al único sobreviviente,
entre ocho miembros de la tripulación, que cayeron al agua del destructor ³Caldas´ de la marina de guerra
Colombiana. Es el relato de sus experiencias durante 10 días que permaneció en el mar dentro de una balsa sin
comer ni beber.

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El 28 de febrero de 1955, ocho miembros de la tripulación del destructor ³Caldas´ de la marina de guerra de
Colombia, cayeron al mar. Las autoridades de la dictadura colombiana afirmaron que la tragedia ocurrió durante una
tormenta. El Caldas llegó a su destino dos horas después y la búsqueda de los náufragos inició inmediatamente con
al colaboración de las fuerzas norteamericanas en el canal de Panamá. Al cabo de cuatro días de búsqueda, los
marinos fueron declarados muertos, pero después de una semana, apareció en una playa al norte de Colombia un
hombre moribundo que había sobrevivido diez días en el mar sin comer ni beber. Este libro es la reconstrucción
periodística de lo que el sobreviviente de la tragedia le contó al autor para el periódico ³El Espectador´. Colombia
estaba entonces bajo la dictadura militar del General Rojas Pinilla y el náufrago había permanecido en intenso
cuidado y recluido por dos semanas por el Gobierno. Las únicas personas que pudieron entrevistarlo eran
periodistas del régimen y uno de la oposición que se disfrazó de médico.

En un principio, los editores del periódico del autor no querían comprarle la historia que ya había sido contada en
fragmentos y mercantilizada de diversas maneras, pero gracias al instinto del director, Guillermo Cano, el autor
publicó en 10 ejemplares del periódico ³El Espectador´ la historia de un Náufrago, la cual fue recopilada y reeditada
en los años 70¶s.

El autor tuvo varias sesiones con Luis Alejandro Velasco, quien con una excelente destreza para narrar detalló los
sucesos de su aventura en el mar y demostró la verdad del terrible accidente: el destructor iba demasiado cargado
de mercancía de contrabando para poder maniobrar debidamente y poder regresar a rescatar a los marinos caídos.
El gobierno se enfadó mucho con dichas declaraciones pero Luis Alejandro jamás se retractó de su historia y ello le
costó ser expulsado de la marina. 



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Luis Alejandro y sus compañeros llevaban ocho meses de estar en Mobile, Alabama para reparar el destructor de la
marina de guerra ³Caldas´, así como para recibir entrenamiento especial. Hacían lo que todos los marinos hacen en
tierra: iban al cine con la novia, se reunían en el Joe Palooka donde tomaban wiskey y armaban una bronca de vez
en cuando.

La novia de Luis se llamaba Mary Address, a quien apodaban María Dirección.

Una semana antes de regresar a Colombia, Luis y sus compañeros fueron a ver la película ³El motín del Caine´. La
escena de la tempestad en el barco los impresionó a tal grado, que Luis se llenó de miedo y malos presentimientos.
Él y su mejor amigo, Ramón Herrera, decidieron un par de noches antes de regresar a Colombia que abandonarían
la marina a pesar de haber servido 12 años.

Los malos presentimientos y el miedo continuaron hasta el día en que partieron, pero nadie se hubiera imaginado
que ese, en efecto, sería su último  .

   
El día que zarparon, Luis no pensaba en Mary Address, su novie en Mobile, sino en la fuerza e incertidumbre del
mar. El barco cruzaría el Golfo de México, peligrosa ruta en esas fechas. Jaime Martínez Diago ocupaba el puesto
de teniente, fue el único oficial muerto en la catástrofe. Luis Rengifo fue su compañero de litera, era estudioso y
hablaba el inglés perfectamente. Había estudiado en Washington y estaba recién casado de una dominicana.

Cuando se fueron a dormir el mar se sentía muy alborotado. Luis Reginfo se burló advirtiendo que cuando él se
mareara el mar también lo haría y ello desató los malos presentimientos que Luyis Alejandro había olvidado.



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El 26 de febrero, por la mañana, ya estaban en el Golfo de México y los temores de Luis desaparecieron. El cabo
Miguel Ortega volvía el estómago todo el día y su malestar no mejoraba por la marea. Al entrar al mar Caribe, Luis
sintió el mareo y la inquietud del Caribe. Los temores regresaron y se los comentó a Luis Reginfo, pero éste le
aseguró que el barco no sufriría ningún accidente porque era un barco lobo. Entonces los temores se agudizaron
junto con el recuerdo constante de la película ³El motín del Caine´

    
El 27 de febrero, a la medianoche, los tripulantes recibieron la orden de pasarse al lado de babor para hacer
contrapeso y estabilizar el demoledor. Los malos presentimientos regresaron porque el mar estaba muy picado. A
las 5:30 de la madrugada Luis hizo guardias en cubierta con sus compañeros Ramón Herrera, Eduardo Castillo,
Luis Rengifo y el Cabo Miguel Ortega. De hecho este último no habría muerto si hubiera permanecido en su
camarote por su estado descompuesto.

Era imposible descansar con el movimiento constante del barco. A pesar de que el día era despejado, las olas eran
cada vez más altas y golpeaban fuertemente la cubierta.

  


 
Luis Rengifo advirtió que el barco se estaba hundiendo. La orden para pasarse a babor se repitió. Pasó alrededor
de un minuto y todos se sujetaban en silencio. Después dieron la orden de colocarse los salvavidas. Eran las 11:45
cuando una ola enorme los envistió y arrojó al mar. Por unos segundos no había nada más que mar, pero el Caldas
salió entre las olas chorreando como un   y fue entonces cuando Luis comprendió que habían sido
arrojados al mar.



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El destructor se encontraba a 200 metros de su locación. Las cajas y cosas que traían de Mobile subían revueltas a
la superficie. Luis trató de sostenerse a flote y se agarró de una caja. Por un momento, perdió la noción del tiempo y
de lo que ocurría cuando de pronto escuchó a sus compañeros en la misma situación. Eduardo castillo, el
almacenista, se agarraba del cuello de Julio Amador Caraballo. Ramón Herrera estaba en el agua, al igual que Luis
Reginfo. Luis Alejandro nadó hacia una balsa y tras tres intentos logró subir. Intentó remar hacia Ramón, pero la
fuerte brisa estaba en su contra y Ramón desapareció en el fondo del mar, al igual que Caraballo y Castillo. Luis
Reginfo continuaba nadando hacia la balsa y Luis Alejandro intentó remar hacia él, pero a tan sólo tres metros, Luis
Reginfo se desesperó y se hundió en el mar.

 
Eran las 12:00 en punto cuando Luis estaba en la balsa. Estaba completamente solo en medio del mar y calculó que
en dos o tres horas vendrían a rescatarlo. Tenía una herida profunda en la rodilla en forma de media luna que le
ardía, pero había dejado de sangrar gracias a la sal del mar. Hizo un inventario de sus pertenencias: su reloj que
funcionaba perfectamente y lo miraba cada dos o tres minutos; sus llaves del locker en el destructor, un anillo de
oro, una cadena de la Virgen del Carmen y tres tarjetas de almacén que le dieron en Mobile durante un paseo de
compras con Mary Address.



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La brisa movía con rapidez la balsa y Luis dedujo que sería hacia el Caribe, pues el mar no arrojaría hacia la costa
una balsa muy adentrada. Pensó que alrededor de la 1:00 pm notarían su ausencia en el demoledor y enviarían
helicópteros y aviones para buscarlos. El sonido de la brisa le recordaba a Luis Reginfo cuando le gritaba ³Gordo,
rema para este lado´. Las horas pasaban, la brisa paró, el murmullo de Reginfo también pidiendo auxilio también, y
ningún avión se aproximó.


 
Luis estuvo esperando atento a que pasaran los aviones. Cayó el atardecer y cuando oscureció, esperaba ver las
luces verdes y amarillas de los aviones en el cielo, pero sólo vio un mundo de estrellas que trató de identificar para
ubicarse mejor. Se sentó al borde de la balsa, el pero lugar recomendado por sus instructores, pero sólo allí se
sentía seguro de las bestias y animales marinos que pasaban debajo de la balsa. Durante cada minuto observó su
reloj; lo estaba volviendo loco la espera y el tiempo pasaba lentamente. Decidió quitárselo y aventarlo al mar, pero
al cabo de un rato, no lo hizo y siguió revisando la hora constantemente.

 
  
No había dormido nada esperando ver las luces de los aviones y escrutando el horizonte en busca de algún barco.
Al amanecer sintió la tibia brisa, estiró su cuerpo y le dolía la piel. Recordó el demoledor, cómo a esa hora estaría
comiendo su desayuno y le dio hambre. Comenzó a reconstruir lo sucedido, y de haber estado en su litera y no en
cubierta, ahora todo estaría bien. Pensó que todo había sido culpa de su mala suerte y sintió angustia.

   
Al mediodía recordó Cartagena y pensó que sus compañeros habrían sido rescatados. De pronto vio un punto negro
en el horizonte que se acercaba con gran rapidez hacia la balsa. Luis se quitó la camisa para atraer su atención



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Agitó desesperadamente su camisa pero se había equivocado, el avión no volaba directamente hacia la balsa y
desde la altura a la que iba, era imposible verlo. Se sintió desesperado y comenzó al tortura de la sed. Se cubrió
con la camisa húmeda la cara y se recostó boca arriba para proteger sus pulmones del sol.

A las 12:30 escuchó un avión aproximarse y éste sí volaba a menor altura y directo hacia la balsa. Pudo ver que el
avión pertenecía a los guardacostas y a una persona con binóculos asomado al mar. Ahora sí pensó que lo habían
visto y agitó la camisa. El avión pasó nuevamente por encima de la balsa, pero después se fue. Seguro de haber
sido visto, pensó que lo rescatarían en una hora y que probablemente estaba cerca de Cartagena y de Panamá, así
que trató de remar hacia esa dirección. Las horas pasaron y no lo rescataron, cuando de pronto, de un salto, cayó
en el centro de la balsa y lentamente, como cazando una presa, la aleta de un tiburón se deslizaba a lo largo de la
borda.
 

 
Muchos más tiburones se acercaron a la balsa, como escoltándola, y al atardecer se marcharon. Sabía que los
tiburones serían puntuales al día siguiente y que se marcharían al anochecer. El atardecer fue espectacular , había
peces de diferentes colores nadando en el mar transparente. Cuando veía algún resto de pescado devorado por un
tiburón, sentía que era capaz de vender su alma con tal de obtener un solo bocado. Aquella era su segunda noche
de desesperación, hambre y sed. A pesar de no haber dormido nada la noche anterior, sentía fuerzas para remar
hacia la Osa Menor.


  
Alrededor de las 2:00 am estaba completamente agotado por la sed y el cansancio. Se disponía a morir cuando de
pronto vio a Jaime Manjarrés sonriente señalándole la dirección del puerto. Al principio fue un sueño, pero aún
despierto lo seguía viendo. Por fin se decidió a hablarle sin sobresaltarse, pues sentía que había estado en la balsa
con él siempre. Jaime Manjarrés le preguntó porqué no había tomado agua ni comido suficiente. Después estuvo
silencioso un momento y volvió a señalarle dónde estaba Cartagena. Luis siguió la dirección de su mano, perolas
luces del aparente puerto no eran más que un nuevo amanecer. 

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Luis llevaba la cuenta de los días marcándolos con unas rayas en la balsa, pero se confundió al colocar 28, 29 y 30
de febrero, así que dejó de marcar los días para evitar mayores confusiones. Su cuerpo estaba lleno de ampollas
por el sol y le costaba trabajo respirar; seguía sin comer ni beber así que decidió tomar un poco de agua de mar,
que no le quitó la sed, pero lo refrescó.

A las 5:00 en punto llegaban los tiburones, todavía indecisos por atacar la balsa pero atraídos por su color blanco.


 
Jaime Manjarrés lo siguió visitando cada noche y entre tanto, conversaban. De pronto, como a 30 km, Luis vio un
barco que se movía lentamente. Estaba agotado y había brisa en su contra que le impedía acercarse más a pesar
de sus esfuerzos por remar. Desolado en el mar, comenzó a gritar, pero el barco desapareció. En la mañana de su
quinto día, trató de desviar la dirección de su balsa porque temía llegar a una isla habitada por caníbales, y en ese
caso el agua resultaba ser más segura que la tierra.

Al mediodía trató de incorporarse para probar sus fuerzas, pero sólo sintió que ese era el momento que, según sus
instructores, el cuerpo no se siente, no se piensa en nada y hay que amarrarse a la balsa. Durante la guerra,
muchos cadáveres fueron encontrados atados a las balsas, descompuestos y picoteados por las aves.

Por primera vez en cinco días, los peces golpeaban contra la balsa, talvez porque su cuerpo se empezaba a podrir.

De pronto aparecieron siete gaviotas, esperanza de que la tierra estaba cerca, a dos días aproximadamente. Una
pequeña gaviota permaneció al borde de la balsa y Luis esperó pacientemente e inmóvil a que éstase acercara
más para apresarla y comerla. 

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Luis había escuchado de sus instructores que no debían matar a las gaviotas que son las nobles señales de la
salvación, pero el hambre superaba sus principios y cuando la gaviota se acercó más, de un tirón la capturó y le
rompió el cuello, pero al verle las víceras, sentir su sangre caliente y la imposibilidad de desplumarla, sólo sintió
repugnancia y no pudo comerla porque sentía que comía una rana. Tampoco podía utilizar la gaviota como carnada
porque no tenía nada con qué pescar.

Tiró los restos de la gaviota y los peces se disputaron sus restos. Aquella era su sexta noche y por primera vez salía
la luna que iluminaba el mar espectralmente. Esa noche, su compañero no lo visitó y cada vez que perdía la
esperanza el reflejo de la luz le figuraba un barco que podía rescatarlo.

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El sexto día no recordaba lo que había ocurrido, pues se sentía entre la vida y la muerte. Hizo un enorme esfuerzo
para amarrarse a la balsa para no morir devorado por los tiburones. Sus mandíbulas le dolían por falta de uso y
recordó que llevaba consigo las dos tarjetas del almacén en Mobile y optó por mascarlas, lo cual resultó un gran
alivio. De pronto, volvió a ver las siete gaviotas y la esperanza resurgió.

El deseo por seguir mascando lo hizo masticar inútilmente sus zapatos de caucho.

La séptima noche consiguió dormir y a veces se despertaba por el golpe de las olas, pero pronto reconciliaba el
sueño. 

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Después de siete días de estar a la deriva, dejó de seguir luchando y ahora veía el mar, el cielo, los peces que
escoltaban la balsa, de manera distinta, pues si había logrado sobrevivir hasta ahora, ellos se convertían en sus
compañeros. Con las manos trató de capturar unos peces, pero éstos escapaban dejándole mordidas en los dedos.
Tal vez fue su sangre, pero en un momento se juntaron muchos tiburones alrededor de la balsa, alocados,
devorando peces. El alboroto era tal, que sin quererlo, un pez de metro y medio saltó a la balsa. La situación era
peligrosa pues si perdía el equilibrio la balsa se podía voltear entre los tiburones o bien, la presa podía escapar.

Con el remo, golpeó al pez y la sangre de éste alocó aún más a los tiburones, así que tomó entre sus piernas el
pescado y mientras lavaba la sangre de la balsa, los tiburones se fueron calmando. Era un pez verde metálico con
escamas fuertes que le hicieron creer que era venenoso, pero el hambre lo hizo olvidar su suposición y tras un par
de bocados, logró calmar su sed y su hambre y recobró energía. Decidió envolver al pez en su camisa y en un
descuido al enjuagarlo, lo perdió en una batalla contra un tiburón. Estaba tan enojado de haber perdido su única
comida en muchos días, que golpeó al tiburón con el remo, pero éste, de una mordida lo partió en dos. 

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Ahora sólo le quedaban 2 remos útiles y sabía que si continuaba peleando contra el tiburón, perdería la batalla. El
cielo daba indicios de lluvia, así que se quitó los zapatos para recoger agua potable. De pronto se soltó un aire frío y
una enorme ola volteó la balsa, le recordó a la ola que lo arrojó del destructor. Por unos instantes perdió la balsa
pero la recuperó y optó por amarrarse a ella para no volverla a perder. Afortunadamente eran las 12:00 de la noche
y no habían tiburones. Otra ola grande volteó nuevamente la balsa y esta vez, amarrado a ella, le costó trabajo
aflojarse la hebilla del cinturón y aguantar la respiración. Estaba agotado y había tragado mucho agua. Ahora la
principal preocupación era mantener la balsa estable.


 
El mar permaneció picado hasta el amanecer y no cayó la lluvia esperada. Luis volvió a tomar agua del mar, la cual
ahora le hacía bien.

Una gaviota negra y vieja sobrevoló encima de su balsa, entonces comprendió que sí estaba cerca de tierra y no
eran gaviotas extraviadas las que había visto en repetidas ocasiones. El mar se tornó verdoso oscuro y pensó que
debía permanecer la noche en vela para observar las luces de la costa. Mientras escrutaba el horizonte, pensó en
Mary Address. Era su octavo día y ese mismo día Mary Address asistía a una misa por el descanso de su alma.
uizá fueron las gaviotas y la misa lo que lograron darle un poco de paz y esperanza. 

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La vieja gaviota se postró sobre la balsa desde las 9:00 pm y le hizo compañía toda la noche. Ésta le picoteaba la
cabeza, pero no lo lastimaba, era como si lo estuvieran acariciando. Esta vez, ya no tenía deseos de comérsela
pese al hambre.

Llegó el amanecer de su noveno día y aún no llegaba a tierra. Su cuerpo estaba lleno de yagas ocasionadas por el
sol y el mar, la barba le había crecido hasta el cuello y su aspecto era deplorable. Entonces recordó todo el
sufrimiento por el que había pasado los últimos días y se sintió desesperado. Decidió voltearse de espaldas al sol
para exponer sus pulmones al sol y morir de asfixia. Ya no sentía nada, ni hambre, ni sed, ni dolor, sólo le vinieron
recuerdos gratos de cuando iba a la tienda de ropa para marineros del judío Massey Nasser para ver las bailarinas
tipo árabes con el vientre descubierto y tomar unos tragos. Un salto en la balsa lo hizo despertar de sus recuerdos y
ya estaba atardeciendo. De pronto, una enorme tortuga de cuatro metros asomó su rostro terrorífico. Luis nunca
supo si esto fue alucinación o realidad, pero el miedo que resurgió en él, lo hicieron reaccionar para luchar por su
vida, pese a que en la mañana había elegido no seguir viviendo más.

    


Durante sus nueve días en el mar no había visto ni una brizna de hierba en la superficie, pero sin darse cuenta
encontró una raíz enredada a los cabos de la malla, como otro anuncio de que tierra estaba cerca. Se comió la raíz
entera a pesar de su sabor a sangre, pero ésta no lo reconfortó nada. En su noveno día en el mar, pensó que nada
mejor podía ocurrir que morir. Entonces tomó la medalla de la virgen del Carmen, comenzó a rezar y se sintió bien
porque sabía que iba a morir.



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Durante toda la noche, la más larga de todas, tuvo alucinaciones en las cuales recorría una y otra vez los sucesos
desde que cayó del barco. Su buena suerte impidió que cayera al mar en el estado que se encontraba. No podía
distinguir cuánto tiempo había pasado desde que estaba en el mar. La herida punzante en su rodilla y una fuerte
fiebre lo hicieron recobrar conciencia de su cuerpo. Al amanecer, le pareció ver los perfiles de unas palmeras. Creyó
que era otra alucinación pero poco a poco se distinguía la tierra y las palmas. Se encontraba a 2 km. de Punta
Caribana, pero ya no tenía remos para luchar contra la corriente, los había perdido cuando la balsa se volteó.
Decidió nadar hasta la orilla, a pesar de su mal estado y su debilidad como último recurso para salvarse. Mientras
nadaba, la Virgen del Carmen se desprendió de su cuerpo, pero alcanzó a recuperarla y la colocó entre sus dientes.
De pronto, dejó de ver la tierra, pero ya había avanzado mucho para regresar a la balsa. 

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Sólo después de 15 minutos, volvió a ver la tierra. Su condición de nadador le ayudaron a llegar a la orilla a pesar
del agotamiento, la herida en la rodilla, las heridas en sus dedos y su debilidad. Al llegar a la playa, permaneció 10
minutos inmóvil sobre la arena recobrando fuerzas. Vio un coco que le recordó su sed y trató de abrirlo con las
llaves, pero no pudo perforarlo y lo aventó con enojo. Después escuchó un perro ladrar y su entorno le indicó que
estaba en un lugar poblado. De pronto una mujer negra caminabacon una olla de aluminio en la playa y Luis,
pensando que estaba en Jamaica, le pidió ayuda en inglés. La mujer se fue corriendo aterrada al verlo. En realidad
había llegado al lugar que menos se esperaba, a Colombia.

Después de un rato, escuchó el perro ladrar nuevamente y un hombre blanco con dos burros se acercó a ayudarle.
Luis trató de explicarle quién era, pero el hombre parecía desconocer la tragedia y le aseguró que iría al pueblo y
volvería por él. 

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Después de 15 minutos, el hombre regresó con la joven negra que llevaba la olla de aluminio. Subieron a Luis en un
burro y llegaron a una casa donde lo recostaron. Las mujeres en la casa estuvieron alimentándolo a base de
cucharadas de agua con azúcar y canela, pues sabían que alimentarlo sin el visto bueno de un doctor, podía ser
fatal.

Poco a poco se fue recuperando y Luis sentía inmensos deseos de contar su aventura, pero en ese poblado
desconocían la historia porque no llegaban los periódicos, pero al darle aviso al comisario de Mulatos, una multitud
de curiosos y hombres de la comisaría fueron a verlo para escoltarlo hasta Mulatos, el poblado más cercano a la
civilización.

Luis se sintió como un Fakir, que había visto en años anteriores, cuando la gente hacía fila para verlo. Mujeres,
niños y hombres dejaron Mulatos vacío para escoltarlo hasta algún lugar que Luis todavía desconocía.



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Durante su estancia en el hospital militar, Luis tenía un guardia que lo cuidaba día y noche de que nadie se le
acercara, especialmente los reporteros. En uno de sus últimos días en el hospital fue a visitarlo un reportero
disfrazado de doctor psiquiatra, quien logró burlar las autoridades. El reportero le pidió a Luis que dibujara un buque
y una casa e intentó realizar varias preguntas, pero el guardia se lo prohibió porque sospechaba de su falsa
identidad. Al día siguiente se armó en grande en el periódico ³El tiempo´ con los dibujos de Luis y sus
declaraciones. Le dijeron que podía demandarlos, pero le apreció simpático que alguien se disfrazara para
entrevistarlo.

Luis se había convertido en héroe nacional por la hazaña de haber sobrevivido 10 días sin comer ni beber en medio
del mar. Descubrió que su hazaña se había convertido en un negocio, pues le ofrecían dinero para contar su historia
en la radio y en la TV así como para anunciar relojes y otros artículos. Era tan famoso que recibió cartas de Pereira
con un extenso poema.

Algunas veces creen que su historia es una fantasía o invención, pero sino qué pudo hacer Luis Alejandro Velasco
durante diez días en el mar.

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  . Ê  j , Personaje principal. Joven de 20 años que servía en la marina colombiana. Fuerte
y con esperanzas. Cada vez que se desesperaba y perdía la fe, el instinto de supervivencia que caracteriza a los
hombres y los animales, lo hacían recobrar el anhelo de vivir. Con excelente memoria y capacidad para narrar.

  

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  se publica, por primera vez, en el periódico ³El Espectador´ de
Bogotá, en donde el autor laboró como reportero antes de los 30 años de edad y previo a
su exilio en París. García Márquez le cede los derechos de autor a quien sufrió en carne
propia la historia: el compatriota anónimo que debió padecer sin comer ni beber en una
balsa para hacer posible este libro. 



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