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El sistema auditivo periférico (el oído) está compuesto por el oído externo, el oído
medio y el oído interno.
El oído externo está compuesto por el pabellón, que concentra las ondas sonoras en el
conducto, y el conducto auditivo externo que desemboca en el tímpano.
El canal auditivo externo tiene unos 2,7 cm de longitud y un diámetro promedio de 0,7
cm. Al comportarse como un tubo cerrado en el que oscila una columna de aire, la
frecuencia de resonancia del canal es de alrededor de los 3.200 Hz.
Oído medio
El oído medio está lleno de aire y está compuesto por el tímpano (que separa el oído
externo del oído medio), los osículos (martillo, yunque y estribo, una cadena ósea
denominada así a partir de sus formas) y la trompa de Eustaquio.
El tímpano es una membrana que es puesta en movimiento por la onda (las variaciones
de presión del aire) que la alcanza. Sólo una parte de la onda que llega al tímpano es
absorbida, la otra es reflejada. Se llama impedancia acústica a esa tendencia del sistema
auditivo a oponerse al pasaje del sonido. Su magnitud depende de la masa y elasticidad
del tímpano y de los osículos y la resistencia friccional que ofrecen.
La parte central del tímpano oscila como un cono asimétrico, al menos para frecuencias
inferiores a los 2.400 Hz. Para frecuencias superiores a la indicada las vibraciones del
tímpano ya no son tan simples, por lo que la transmisión al martillo es menos efectiva.
Los osículos (martillo, yunque y estribo) tienen como función transmitir el movimiento
del tímpano al oído interno a través de la membrana conocida como ventana oval. Dado
que el oído interno está lleno de material linfático, mientras que el oído medio está lleno
de aire, debe resolverse un desajuste de impedancias que se produce siempre que una
onda pasa de un medio gaseoso a uno líquido. En el pasaje del aire al agua en general
sólo el 0,1% de la energía de la onda penetra en el agua, mientras que el 99,9% de la
misma es reflejada. En el caso del oído ello significaría una pérdida de transmisión de
unos 30 dB.
El oído interno resuelve este desajuste de impedancias por dos vías complementarias.
En primer lugar la disminución de la superficie en la que se concentra el movimiento. El
tímpano tiene un área promedio de 69 mm^2, pero el área vibrante efectiva es de unos
43 mm^2. El pie del estribo, que empuja la ventana oval poniendo en movimiento el
material linfático contenido en el oído interno, tiene un área de 3,2 mm^2. La presión
(fuerza por unidad de superficie) se incrementa en consecuencia en unas 13,5 veces.
Los músculos en el oído medio (el tensor del tímpano y el stapedius) pueden influir
sobre la transmisión del sonido entre el oído medio y el interno. Como su nombre lo
indica, el tensor del tímpano tensa la membrana timpánica aumentando su rigidez,
produciendo en consecuencia una mayor resistencia a la oscilación al ser alcanzada por
las variaciones de presión del aire.
La acción de estos músculos tienen el efecto de un filtro, por cuanto se ofrece una
mayor resistencia a la transmisión de frecuencias menores (más graves), favoreciendo
por consiguiente las frecuencias mayores (más agudas), que suelen ser portadoras de un
mayor contenido de información útil para el ser humano, tanto en el habla como en
situaciones de la vida cotidiana.
También el aire que llena el oído medio es puesto en movimiento por la vibración del
tímpano, de manera que las ondas llegan también al oído interno a través de otra
membrana, la ventana redonda. No obstante la acción del aire sobre la ventana redonda
es mínima en la transmisión de las ondas con respecto a la del estribo sobre la ventana
oval. De hecho, ambas ventanas suelen moverse en sentidos opuestos, funcionando la
ventana redonda como una suerte de amortiguadora de las ondas producidas dentro del
oído interno.
El laberinto óseo es una cavidad en el hueso temporal que contiene el vestíbulo, los
canales semicirculares y la cóclea (o caracol). Dentro del laberinto óseo se encuentra el
laberinto membranoso, compuesto por el sáculo y el utrículo (dentro del vestíbulo), los
ductos semicirculares y el ducto coclear. Este último es el único que cumple una
función en la audición, mientras que los otros se desempeñan en nuestro sentido del
equilibrio.
Figura 02: Esquema del sistema auditivo periférico con la cóclea desenrollada
A partir del movimiento de la membrana basilar que deforma las células ciliares del
órgano de Corti se generarían patrones característicos de cada sonido que los nervios
acústicos transmiten al cerebro para su procesamiento.
Transmisión ósea
Además de a través del oído medio (el tímpano, los osículos), las ondas sonoras llegan
al oído interno directamente por medio de la oscilación de los huesos del cráneo.
Dado que el oído interno se encuentra inserto en una cavidad del hueso temporal las
oscilaciones del cráneo hacen entrar en oscilación directamente el fluido linfático, de
una manera que no está totalmente clara aún. Lo que sí resulta evidente es que
cualquiera de las dos formas de transmisión de las ondas es igualmente efectiva,
sirviendo la transmisión ósea como medio alternativo cuando hay enfermedades en el
oído medio.
El sistema auditivo central está formado por los nervios acústicos y los sectores de
nuestro cerebro dedicados a la audición. Se trata también de la parte de nuestro sistema
auditivo de la que menos se conoce. Esto es consecuencia de nuestro escaso
conocimiento del cerebro y su funcionamiento en general.
Cerebro
La memoria es una de las funciones más importantes de nuestro cerebro. Cada hecho a
ser almacenado en la memoria es separado en partes y se guarda de manera asociativa
(modelos asociativos) en diferentes conjuntos de neuronas interconectadas entre sí, de
manera que su ubicación física está distribuida a lo largo de diversas partes de nuestro
cerebro.
Hemisferios cerebrales
El cerebro está dividido en los hemisferios derecho e izquierdo. Por alguna razón no
totalmente aclarada los nervios se cruzan en la médula espinal de manera que cada
hemisferio del cerebro controla esencialmente el lado opuesto del cuerpo. Cada
hemisferio se especializa en la realización de funciones determinadas. Todo parecería
indicar que en el hemisferio izquierdo se localizan los centros que controlan el lenguaje
y las funciones lógicas, mientras que en el derecho se concentran aquellas funciones no
verbales, las actividades artísticas y las funciones emotivas.
De igual manera cada uno de los hemisferios cumple funciones diferenciadas en el
procesamiento de los sonidos recibidos. El cerebro es capaz de distinguir las
características estructurales de los sonidos y, básicamente, el predominio de uno u otro
hemisferio depende precisamente de la estructura de dicho sonido.
Por otra parte, experimentos realizados han mostrado que la especialización de uno u
otro hemisferio cerebral en determinadas funciones, como por ejemplo la percepción,
procesamiento y asignación de significados a sonidos específicos, guardaría una
relación directa con la lengua materna de cada individuo.
FISIOLOGÍA DE LA AUDICIÓN