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Introducción:
Hoy tengo por delante una tarea sumamente difícil como predicador, porque
debo exponer un tema que todos necesitamos escuchar, pero el que seguramente la
mayoría de nosotros quisiera evitar. Me refiero a la doctrina bíblica del infierno,
probablemente la más ofensiva y perturbadora de la fe cristiana.
Ningún personaje de las Escrituras habló más del infierno que nuestro Señor
Jesucristo. De los 1870 versículos en los que se recogen las palabras de Jesús en el
NT, 13% de ellos se refieren al juicio de Dios o al infierno. Más de la mitad de las
parábolas que se recogen en los evangelios tocan estos temas de un modo u otro.
Y de las doce veces que la palabra Gehenna se usa en el NT, una palabra que
presenta una imagen aterradora de lo que es el infierno como veremos más
adelante, once de ellas fueron pronunciadas por Cristo mismo.
Aparte de que es una gran misericordia de Dios poder advertir a muchos que
todavía tienen la oportunidad de escapar de abrazar por la fe la salvación que Dios
ofrece en Cristo a todo aquel que cree.
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Esta objeción parte de una presuposición muy común, sobre todo en la sociedad
occidental, y es que si existe un Dios, debe ser un Dios de amor. Por supuesto,
también presuponen que si Dios es un Dios de amor no puede ser al mismo
tiempo un Dios que juzga y castiga.
Pero en el mundo ocurren a diario muchas tragedias. ¿Por qué la mayoría de las
personas en occidente asumen que si Dios existe debe ser un Dios de amor? La
respuesta es: por la influencia del cristianismo. El cristianismo es la única
religión mayoritaria que cree en un Dios que tiene tal amor por Sus criaturas
rebeldes que vino al mundo a sacrificarse por ellas.
Los musulmanes, por ejemplo, no ven a Dios de ese modo. De hecho, para ellos
es sumamente ofensivo que una persona afirme tener con Dios una relación de
intimidad y amor. Y los budistas ni siquiera creen en la existencia de un Dios
personal.
De modo que esta idea de que Dios es amor es una influencia de la cosmovisión
bíblica en la sociedad occidental. La Biblia enseña que Dios es amor, en 1Jn. 4:8
y 16; no simplemente que Él ama o que expresa Su amor, sino que el amor es
parte esencial de Su naturaleza.
Sin embargo, en esa misma carta Juan nos dice que Dios es luz (1Jn. 1:5). Así
como el amor es una parte esencial de Su naturaleza, así también lo es Su
rectitud moral. De modo que Dios no deja de ser santo y justo para poder amar,
ni deja de amar para poder ser santo y justo.
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Como bien ha dicho alguien: “Todas las personas que realmente aman, en
ocasiones se llenan de ira, no a pesar de que aman, sino más bien por causa de
ese mismo amor. Si amas a una persona y ves a alguien que lo está arruinando –
aún sean él mismo [quien esté provocando su propia ruina] – eso te provoca ira”
(T. Keller; The Reason for God; pg. 73).
Dios creó el mundo para que funcionara de cierta manera, lo que produciría ese
estado de cosas que los hebreos llamaban shalom. Esa palabra suele traducirse
como “paz”, pero el concepto hebreo es mucho más amplio. Como bien señala
C. Plantinga: “En la Biblia shalom significa florecimiento, integridad y deleite
universales” (C. Plantinga; El Pecado; pg. 36).
Ese es uno de los problemas más graves que está afectando a nuestra nación
actualmente. En gran medida nuestro país está como está porque muchos
malhechores no son debidamente castigados por la justicia. La falta de acción de
las autoridades competentes no es una muestra de amor hacia la ciudadanía, sino
todo contrario.
Pero Dios es amoroso y justo, y de ningún modo tendrá por inocente al culpable.
Por eso diseñó un plan de salvación sumamente costoso, para poder otorgar el
perdón sin pasar por alto Su justicia: Su propio Hijo, la segunda Persona de la
Trinidad, sustituye a pecadores culpables en la cruz del Calvario “para que
todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.
He ahí el más grande ejemplo del amor de Dios, pero ahí también el mayor
ejemplo de Su justicia. La Biblia no se contradice en ningún sentido al
revelarnos a un Dios de amor que es al mismo tiempo un Dios que juzga y
castiga.
Noten que una vez más esta objeción tiene como punto de partida una enseñanza
bíblica. En el Sermón del Monte Jesús enseñó claramente cómo debemos
responder hacia aquellos que nos hacen mal:
Nuestro Dios hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e
injustos. En otras palabras, Él le hace mucho bien a personas que le aborrecen, y
si nosotros somos Sus hijos debemos responder de la misma manera. Pero esta
enseñanza de ningún modo contradice la doctrina bíblica del infierno, sino que
más bien la complementa. Permítanme explicar a qué me refiero.
La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, y debido a ese
hecho todos traemos de fábrica un sentido de justicia que exige la recompensa
del bien y el castigo del mal. Hay un impulso innato en el hombre que lo mueve
poderosamente a desear que el criminal pague por su crimen.
“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por
nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo
pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no
respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente”.
Él no sólo se abstuvo de devolver mal por mal, sino que al mismo tiempo se
acogió a la justicia de Dios. Algún día todo pecado será debidamente castigado;
y es la conciencia de esa realidad la que nos permite esperar con paciencia, y
aún dedicarnos a hacerle bien al que nos hace mal, en vez de tomar la justicia en
nuestras propias manos. Esa es la misma enseñanza de Pablo en Rom. 12:
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los
hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con
todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino
dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer;
si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego
amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el
bien el mal” (Rom. 12:17-21).
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A final de cuentas, lo que buscamos con esa conducta es que el mal sea vencido,
no solo en nosotros, sino también en el otro. El anhelo de todo hijo de Dios es
que el malhechor se arrepienta de sus pecados y sea salvo. Pero al mismo
tiempo solo podremos calmar nuestro legítimo sentido de justicia descansando
en la justicia de Dios.
El teólogo croata Miroslav Volf, que ha vivido la violencia en los Balcanes, dice
lo siguiente al respecto: “Si Dios no estuviera airado contra la injusticia y el
engaño, y no pusiera punto final a la violencia – ese Dios no sería digno de
adoración… El único medio para prohibir que recurramos a la violencia por
nosotros mismos es insistir en que la violencia solo es legítima cuando viene de
Dios” (cit. por Keller; pg. 74).
Él comentaba el hecho de que Carlos Marx había llamado a la religión “el opio
de los pueblos”, ya que, supuestamente, la creencia en otra vida movía a los
pobres y a la clase obrera a no hacer nada contra la injusticia social.
La realidad de que al final de esta vida tendremos que comparecer ante el juicio
de Dios, y que allí cada cual recibirá lo que merece, es lo que a final de cuentas
le da sentido a toda demanda ética y moral. Como dijo en cierta ocasión
Dostoyevski, “sin Dios, todo es permitido”.
Pero hay algo más que quiero decir con respecto a esta objeción, y es que si bien
es cierto que Dios enviará al infierno a todos aquellos que mueran enemistados
con Él, también es cierto que tales personas recibirán lo que escogieron
voluntariamente.
Yo sé que esto suena muy duro y cruel, pero esa es la horrible realidad del
pecado.
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Tim Keller lo explica de esta manera: El hombre fue creado para disfrutar de la
presencia de Dios; cuando el pecador rehúsa buscar su satisfacción en Él,
entonces tiene que buscarla en un montón de otras cosas: la fama, el dinero, los
amigos, las diversiones, el sexo ilícito, las drogas, el alcohol, el juego.
El problema es que todas esas cosas son adictivas, porque cada vez satisfacen
menos y, por lo tanto, cada vez se necesitan en mayor medida; y mientras más
se hunden en su adicción, más se aíslan de los demás y más se engañan a sí
mismos para poder calmar sus conciencias.
Como Keller: Es tal el engaño que ellos piensan que si viven para glorificar a
Dios “de alguna manera perderán poder y libertad, pero en una suprema y
trágica ironía, su elección termina arruinando su propio potencial para la
(verdadera) grandeza” (Keller; pg. 79).
Aquellos que desearon de todo corazón mantener a Dios lo más lejos posible de
sus vidas, recibirán eternamente lo que tanto desearon. Eso es el infierno (comp.
Mt. 25:41: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles”).
Por eso decía C. S. Lewis que “en última instancia sólo hay dos tipos de
personas: los que dicen a Dios ‘hágase tu voluntad’ y aquellos a quien Dios dirá,
al fin (de la historia), ‘hágase tu voluntad’. Todos los que están en el infierno lo
han elegido. Sin esta opción personal no habría infierno” (The Great Divorce;
pg. 69).
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Pero aún queda una objeción que no quisiera dejar sin respuesta y es la de
aquellos que ven el infierno como un castigo injusto, porque Dios castigará
eternamente pecados que se cometieron en el tiempo.
Y una vez más, se trata de una objeción que tiene como trasfondo la enseñanza
de las Escrituras. La Biblia enseña que el castigo que se impone a los
malhechores debe ser proporcional a la falta cometida; y también enseña el
castigo eterno de aquellos que mueran en sus pecados.
¿Cómo podemos congeniar estas dos cosas? ¿Es acaso justo castigar
eternamente pecados temporales? Esta objeción no toma en cuenta una serie de
factores que Dios sí tomará en cuenta en el día del juicio.
El problema del pecado es que se trata primariamente de una ofensa contra Dios
y Dios es infinitamente digno de ser adorado y obedecido. Todo pecado que el
hombre comete merece una pena infinita.
Alguien hizo en cierta ocasión una pregunta interesante: ¿Cuál será la mejor
manera de evaluar cuán horroroso es un crimen? ¿Haciendo una encuesta a un
grupo de criminales condenados a muerte y preguntándoles cuál es el castigo
que ellos consideran justo o entrevistando a los cientos de madres, esposas,
padres, hijos, amigos que han perdido a un ser querido por asesinato?
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Por otra parte, la extensión del castigo que el pecador merece sólo puede ser
objetivamente evaluada cuando contemplamos en su justa dimensión lo que es
una vida dedicada al pecado.
Cada pecado que el hombre comete es una traición infinita, como dice alguien,
porque es una afrenta contra ese Dios infinito que es digno de ser amado y
obedecido con todo el corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras
fuerzas.
Cada pecado implica una declaración de guerra contra el Rey indisputable del
Universo; cuando decidimos desobedecer le estamos diciendo a ese Soberano,
consciente o inconscientemente: “Yo no te amo y no estoy dispuesto a someter
mi voluntad a la Tuya”.
Pero hay algo más que debemos tomar en cuenta, y es que todo luce indicar que
en el infierno los pecadores permanecerán odiando eternamente a Dios y, por lo
tanto, eternamente mereciendo su condenación. No tenemos ni idea de lo que
puede significar para un ser humano vivir eternamente sin el freno de la gracia
común de Dios actuando en ellos.
Esto, por supuesto, no es un estímulo para que el pecador siga pecando. Una y
otra vez Dios llama a los hombres en Su Palabra para que se vuelvan de sus
caminos hacia Él.
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“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está
cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y
vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el
cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7).
Pero Dios está advirtiendo al concluir Su Palabra del peligro que corren aquellos
que rechazan continuamente la oferta del evangelio, porque llegará un momento
en que ese llamado de gracia cesará por siempre, y será como decirle al pecador:
“Sé tan malo e impuro como quieras, porque de ahora en adelante es todo lo que
serás” (Siegbert W. Becker; Apocalipsis, Un Cántico Triunfal; pg. 422).
Conclusión:
He aquí algunas de las objeciones más comunes que se levantan contra esta
doctrina y algunas de las respuestas que podemos dar a cada uno de ellas. No
obstante, yo sé que por más argumentos que presentemos, si importar que tan
buenos y lógicos puedan ser, la realidad del infierno sigue siendo abrumadora.
Y no puede ser de otra manera, porque el hombre no fue creado para pasar la
eternidad en un lugar tan terrible. El veredicto que escucharán los pecadores
impenitentes en aquel día, según el Señor en Mateo 25, establece esta verdad sin
lugar a dudas: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41).
C. S. Lewis dijo una vez él pagaría cualquier precio con tal de poder eliminar
esta enseñanza de las Escrituras. Pero un poco más adelante añadió: “Con excesiva
locuacidad he dicho hace un momento que yo pagaría cualquier precio con tal de
eliminar esta doctrina… (Pero yo) no podría pagar ni la milésima parte del precio
que ya Dios pagó para eliminar el hecho” (C. S. Lewis; El Problema del Dolor; pg.
119).
No, esta doctrina no puede ser erradicada de la Biblia porque el infierno es una
realidad que todo hombre debe conocer. Por eso Dios colocó en todo hombre una
conciencia que le grita a voces que el mal debe ser debidamente castigado (Rom.
1:32).
Hace un momento decíamos que el pecado merece un castigo infinito por ser
una afrenta contra el Dios infinito. Pero esto también significa que ningún ser
humano podría ser salvado, a menos que un Ser infinito tomara su lugar y pagara
Su deuda.
Pues he ahí, mi amigo, la extraordinaria noticia del evangelio: el Dios del cielo
se hizo Hombre y aceptó voluntariamente padecer el infierno en la cruz del
Calvario, “para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Jn. 3:16).
Pero ¿quieres saber qué tan grande es el amor de Dios? Entonces, vuelve y mira
a Jesús, el Dios encarnado, muriendo en lugar de pecadores culpables que le
aborrecían, y entonces tendrás una idea aproximada de ese amor.