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El hombre con más memoria

Dónde estarán las llaves del coche? ¿Dónde habré puesto la cartera? Al cabo de un solo día
se nos presentan docenas de situaciones en las que ponemos a prueba nuestra memoria. Olvidamos
los nombres, las fechas, los lugares y seguro que en más de una ocasión todos hemos deseado
disponer de una supermemoria que nos permita acordarnos de todo en cuestión de segundos.
Sin embargo, hay un puñado de personas que sufren de un extraño mal, llamado hipermnesia, que
las atormenta al impedirles olvidar siquiera el hecho más insignificante de sus vidas. El ejemplo
más detallado lo podemos encontrar en la vida de Solomon Shereshevsky, una de las mentes más
increíbles que la ciencia ha tenido la posibilidad de analizar.
Nos trasladamos a la década de 1920. Viajamos a Moscú y nos colamos en la reunión diaria de uno
de los periódicos de la capital. Por la mañana, el director se dispone a repartir las tareas diarias entre
sus redactores, cuando algo llama su atención: un nuevo periodista se ha presentado a la reunión
matutina sin bloc de notas ni bolígrafo.
Aun así, continúa con el reparto de asignaciones y noticias, esperando el momento adecuado para
regañar al nuevo periodista. Al terminar la reunión, se acerca al recién llegado para recriminarle su
falta y el joven le responde con una tímida excusa: “No necesito apuntar nada, recuerdo todo lo que
usted ha dicho”.
Tras la sorpresa inicial, el joven le repite palabra por palabra todo lo que había indicado en la
reunión, y es aquí cuando el director se da cuenta de que se encuentra ante alguien realmente
especial: pone en contacto a Shereshevsky con un reputado neurólogo y psicólogo llamado
Alexander Romanovich Luria, quien estudió su caso durante aproximadamente treinta años.
Para abreviar, a partir de aquí, en los apuntes y libros de A. R. Luria, el neurólogo se refiere a
Shereshevsky simplemente como “S”.
Luria recoge sus primeras impresiones de “S” en su libro Small book about a large memory, y nos
relata que el joven provenía de una familia media-alta, con unos padres bien educados y con varios
hermanos y hermanas que, no obstante, tenían una memoria normal. Shereshevsky buscaba desde
hacía algún tiempo un trabajo, y una oportunidad le llevó a aquel periódico donde comenzó a
realizar labores de reportero, aunque no parecía tener una visión clara de lo que pretendía en la vida.
El joven daba la impresión de tener cierto retraso, se mostraba tímido y le sorprendía aquel interés
repentino por su memoria. No se consideraba algo excepcional y no podía imaginar que su mente
trabajase de una manera diferente de la del resto de mortales.
En la primera sesión, Luria mostró a “S” una serie de números de siete a nueve cifras, fórmulas
matemáticas complejas e incluso largos textos de poemas en varios idiomas.
Tras unos minutos, el joven repitió sin equivocación todos los dígitos y pasó sin fallos todas las
pruebas mnemotécnicas que el psicólogo le expuso.
Aún más asombroso, tras tratarlo durante décadas, en una sesión quince años después,
Shereshevsky era capaz de recordar sin problemas los números y poemas de aquel lejano primer
encuentro, incluyendo la ropa que el psicólogo llevaba puesta aquel día.
Nos encontramos con la memoria más fabulosa de la que se haya tenido constancia y todo un reto
para el neurólogo ruso que dedicó su vida al estudio de la memoria.
El detective de los recuerdos Alexander Luria, el neuropsicólogoruso que estudió la prodigiosa mente de
Shereshevsky.

Palabras que saben y pesan


Quizá pienses que el don de “S” facilitó su vida o le llevó al éxito. No fue así. Nuestro cerebro
necesita olvidar. Mantener ese gigantesco archivo en nuestra memoria no facilita operaciones
sencillas. Shereshevsky tenía grandes dificultades para llevar a cabo otras tareas cotidianas como
mantener una simple conversación, expresar deseos y tomar decisiones. En su mente se agolpaban
miles de conceptos, cifras e imágenes que le hacían casi imposible relacionarse, mantener un hilo
argumental y enfrentarse a una elección.
Su hipermnesia (exceso de memoria) estaba, además, ligada a una percepción muy aguda de
sinestesia, un trastorno poco frecuente que mezcla los sentidos. Así, por ejemplo, Shereshevsky
afirmaba que “sentía el sabor y el peso de las palabras”, una cualidad que le resultaba muy útil a la
hora de recordar datos, situaciones y cifras, pero que le entorpecía cualquier otra acción. “En una
ocasión quise comprar un helado. Me acerqué al vendedor y le pregunté qué sabores tenían. Helado
de frutas, me dijo. Sin embargo, a mi mente llegaron visiones de tonos carbón, cenizas… y no me
atreví a comprar ningún helado”.
Para “S” el 2, el 5, el 6… no eran solo números. Tenían forma, peso, sabor, textura… Así, el 1,
independientemente de su representación gráfica, para Shereshevsky era un número duro, rugoso,
fuerte. El 5 se le aparecía como una figura cónica, en forma de torre. El 6 estaba asociado a una
textura lechosa y blanquecina.
“Si leo cuando estoy comiendo, apenas puedo comprender lo que estoy leyendo. El sabor de los
alimentos ahoga y se mezcla con el sentido de las palabras”, afirmaba Solomon.
Cuando tenía tres años de edad, Solomon escuchaba a su madre recitar pasajes en hebreo antiguo y,
aunque no entendía qué significaban, aquellas oraciones y sonidos quedaron en la mente del joven
en “forma de inhalaciones de vapor o salpicaduras”. Años más tarde, Shereshevsky seguía viendo
esas imágenes en su cabeza cuando alguien le hablaba. Los colores también se fundían en la mente
de “S” asociados a todo tipo de recuerdos.
En sus sesiones con otros psicólogos, tuvo la oportunidad de hablar con Lev Vygotsky, un reputado
neurólogo en Moscú. Su voz le parecía quebradiza y amarilla, y en aquellas sesiones, “S” confesaba
que le era muy difícil mantener la atención con determinadas personas. “Hay gente que, por su
manera de hablar, me hace sentir colores, sabores… También las hay con varias voces, y con tonos
que se asemejan a ramos de flores, o manchas de colores azulados y rojos”, explicaba.
Solomon se quejaba de esta confusión de sentidos, y en diversas ocasiones afirmó que era un
terrible “fastidio” no poder deshacerse de toda esa avalancha de sensaciones. Cuando hablaba con
alguien, “S” se concentraba en escuchar solo su voz. Una vez que la identificaba y comenzaban a
aflorar los colores y las texturas, podía tener muchas dificultades en seguir la conversación si en las
cercanías aparecían otras voces diferentes de la original. En su cerebro comenzaban a mezclarse y
aparecían manchas que emborronaban cada sílaba sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.

Su experiencia como mnemonista


Hasta que cumplió treinta años, momento en que toda clase de psicólogos y neurólogos comenzaron
a interesarse por él, Solomon Shereshevsky nunca fue consciente de ser una persona privilegiada,
como tampoco estaba al tanto de tener una mente diferente. Él siempre pensó que todos
funcionábamos de la misma manera.
Cuando comprobó aquel inusitado interés por su memoria, se planteó ganarse la vida como
mnemonista profesional realizando espectáculos en locales y tabernas del frío Moscú.
Sus demostraciones dejaban un extraño sabor de boca. El público asistente sentía estar ante alguien
realmente especial, pero no comprendían sus dificultades de concentración a la hora de dirigirse a
ellos. El ambiente cargado de aquellos bares, el humo de los cigarrillos y los puros, el gentío
hablando y susurrando a la vez… llenaban el cerebro de Solomon de una carga inmensa de
sensaciones, olores, colores y recuerdos.
Sus alardes de memoria en cifras y textos asombraban al público, pero sin embargo, a duras penas
era capaz de mantener una conversación coherente en aquellos ambientes.
Mientras, las sesiones con A. R. Luria continuaban, y en un espacio más tranquilo. En la consulta
del psicólogo, “S” seguía dando muestras de una capacidad retentiva prodigiosa, incluso repitiendo
exactamente experimentos realizados con muchos años de diferencia.
En diciembre de 1937, en una de las sesiones habituales, el psicólogo leyó a Shereshevsky las
primeras estrofas de La Divina Comedia, de Dante.
Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
ché la diritta via era smarrita.
Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
esta selva selvaggia e aspra e forte
che nel pensier rinova la paura!
Tant’è amara che poco è più morte;
ma per trattar del ben ch’i’ vi trovai,
dirò de l’altre cose ch’i’ v’ho scorte.
Io non so ben ridir com’i’ v’intrai,
tant’era pien di sonno a quel punto
che la verace via abbandonai.
Shereshevsky pidió al psicólogo que las volviera a leer pronunciando las palabras de cada fila por
separado; así, entre palabra y palabra existiría una pequeña pausa que sería suficiente para que “S”
transformara el sonido de aquel texto en imágenes con sentido en su cerebro. Pasaron 17 años de
sesiones y encuentros con Luria cuando, un día, el psicólogo, revisando sus notas, le preguntó si
recordaba qué texto habían repetido en diciembre de 1937.
Solomon repitió cada sílaba en perfecto orden, incluyendo la entonación y acentos que el psicólogo
había utilizado años atrás.

Una memoria olvidada


Después de algún tiempo realizando sus espectáculos mnemotécnicos, “S” se dio cuenta de que
aquello tampoco le convencía. Su etapa de artista nunca había llegado a llenarle del todo y
abandonó ese camino.
Lo último que se sabe a ciencia cierta del genial Solomon Shereshevsky es que terminó convertido
en taxista por las calles de Moscú, y que falleció en 1958 en el más absoluto anonimato.
Se desvaneció entre las frías esquinas de la capital rusa conduciendo su taxi, pero dejó treinta años
de sesiones, experimentos y demostraciones que han servido para conocer un poco más el complejo
sistema que el cerebro utiliza para recordar.

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