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CONSTRUYENDO UN ROSTRO: LA INQUISICIÓN

EN LA NOVELA DECIMONÓNICA MEXICANA,

ESTUDIO DE DOS CASOS

Introducción

En el presente trabajo voy a estudiar dos novelas mexicanas escritas durante el

siglo diecinueve y cuyo marco histórico referencial es el virreinato de la Nueva

España. Estas novelas son: El inquisidor de México (1838) de José Joaquín

Pesado (1801-1861) y Trinidad de Juárez (1868) de Manuel Payno (1832-

1896).

En el análisis de estas dos obras continúo desarrollando mi concepción

de la “novela decimonónica mexicana como novela del incesto”. Desde luego,

como ya he asentado en mis estudios anteriores, la novela del incesto, como

asunto preponderante, se complementa con las nociones de orfandad,

identidad/ alteridad, y desarticulación/ desaparición del núcleo familiar. Asumo,

entonces, el examen de El inquisidor de México y Trinidad de Juárez como dos

casos más que ejemplifican mi idea1.

Marco Teórico

1
Vid. Daniel Santillana, La Rumba y Siluetas que pasan de Ángel de Campo (Micrós) en su contexto.
Tesis de doctorado [inédita], UNAM, México, 2002, 298 pp.
Ensayo de una lectura simbólica de La Rumba de Ángel de Campo (Micrós), [inédito], México, 2008, 74
pp.
La novela mexicana del XIX como novela del incesto, [conferencia inédita], México, 2008, 8 pp.
2

Abordo el estudio del tema del incesto en El inquisidor de México y Trinidad de

Juárez siguiendo la metodología creada por Gilbert Durand: la mitrocrítica y el

mitoanálisis.

La noción fundamental para la mitocrítica y el mitoanálisis es el símbolo,

al cual definen como:

sistema de conocimiento indirecto en el que el significado y el


significante anulan más o menos el “corte” circunstancial entre la
opacidad de un objeto cualquiera y la transparencia un poco vana de
su significado [...] es un caso límite del conocimiento indirecto [que se
vuelve], paradójicamente, directo pero en un plano distinto al del
discurso lógico2.

El símbolo sustenta un significado que se ubica más allá de la expresión

lingüística y del discurso lógico. Señala, pero no hace evidente. A diferencia de

otros tipos de signos que apuntan de manera clara en un solo sentido. Durand

en su libro La imaginación simbólica distingue dos tipos de signos: uno que

requiere y hace necesaria la exégesis, y otro para el que la interpretación no es

necesaria. Por ello, Durand asienta:

Es posible distinguir, por lo menos en teoría, dos tipos de signos: los


signos arbitrarios puramente indicativos, que remiten a una realidad
significada que, aunque no esté presente, por lo menos siempre es
posible presentar, y los signos alegóricos, que remiten a una realidad
significada difícil de presentar. Estos últimos deben representar de
manera concreta una parte de la realidad que significan.
[...] llegamos a la imaginación simbólica propiamente dicha cuando el
significado es imposible de presentar y el signo sólo puede referirse a
un sentido, y no a una cosa sensible3.

2
Gilbert Durand, De la mitocrítica al mitoanálisis, introducción, traducción y notas de Alain Verjat,
Barcelona/ México, Antrhropos/ UAM, 1993, p. 18. (Hermeneusis, 12)
3
Gilbert Durand, La imaginación simbólica, traducción de Martha Rojzman, Buenos Aires, Amorrortu,
1971, p. 12. (Biblioteca de filosofía)
3

El signo propio de la imaginación simbólica "remite por extensión" a todo tipo

de cualidades, no representables hasta llegar [incluso] a la antinomia"4. En

ellos, la adecuación significante-significado es, siempre, problemática, evasiva.

En el signo de la imaginación simbólica tanto el significante como el

significado son repetitivos y redundantes. Pero estas repeticiones "no son

tautológicas, sino perfeccionantes merced a aproximaciones acumuladas”5.

La evolución, las repeticiones y las redundancias del símbolo explican

su dinamismo. Durand denomina mito a dicho cúmulo de repeticiones y

redundancias simbólicas6 no tautológicas. Cuando los mitos se reúnen en un

sistema de significación se expanden, alcanzando su culminación en el relato

literario7.

Por otra parte, el arquetipo constituye la parte fundamental de los

símbolos que dan origen al mito. Durand define el concepto de arquetipo en los

siguientes términos: “arquetipo es una fuerza psíquica, una fuente

importantísima del símbolo, del que se puede asegurar, la universalidad y la

perennidad; es [...], un motivo psíquico que nunca deja indiferente y que anima

verdaderamente la psique”8.

Gilbert Durand establece, sobre estos supuestos, una nueva gramática

del símbolo. Esta gramática es prerreflexiva y presemiótica y da cuenta de lo

que él denomina “imaginario”. El “imaginario” es el fondo común e inconsciente,

la reserva arquetípica de todas las representaciones humanas en un momento

determinado de la historia.

Durand establece, además, que en cada momento histórico existe un

4
Ibíd., p. 16.
5
Ibíd., p. 17.
6
Durand, De la mitocrítica..., op. cit., p. 28.
7
Ibíd., p. 30.
8
Ibíd., p. 108.
4

mito que, sincrónicamente considerado, articula la producción artística de una

época, una cultura o una generación y que funciona como modelo

paradigmático del “imaginario” de la época, cultura o generación. En mi estudio

sobre El inquisidor de México y Trinidad de Juárez sostengo que la novela del

siglo XIX mexicano se define por la relevancia del mito del “padre desconocido”

al que relaciono con la noción de incesto, contenido que funciona como

“imaginario” mexicano del siglo XIX.

Otra importante característica de la mitocrítica es su eclecticismo.

Eclecticismo al que Durand llama “confluencia epistemológica”. En tanto, su

discípulo Alain Verjat lo denomina "triada del saber". La “confluencia

epistemológica” se refiere al rescate y la integración en un solo sistema

coherente de tres escuelas de crítica. Ellas son:

en primer lugar las críticas que se interesan por los fenómenos de


grupo: la sociocrítica (Taine, Goldman, Gramsci, Luckács) que
fundamentan su interpretación en la raza, el medio y el momento; en
segundo lugar la que hace suyas las aportaciones de la psicología y el
psicoanálisis: la psicocrítica (Marie Bonaparte, Baudoin, Mauron,
Doubrovsky), que reduce la explicación a la biografía del autor; y
finalmente la crítica textual donde la explicación parte de las
estructuras formales del texto mismo (Althusser, Jakobson, Barthes,
Greimas)9.

La mitocrítica utiliza la sociocrítica, la psicocrítica y la crítica textual para el

estudio del relato simbólico; puesto que, añade Verjat, "la estructura de la

narración, el medio socio-histórico (legendario o real) y el autor son

indisociables y constituyen una totalidad"10. Al mismo tiempo, recupera la

dimensión del lector-intérprete de la obra de arte, pues considera que éste se

mueve, también, por la estructura de la narración, en un medio psico-socio-

9
Alain Verjat, El retorno de Hermes, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 18. (Hermeneusis, 4)
10
Loc. cit.
5

histórico determinado, que integra de igual forma, la noción de "buen gusto" del

lector-intérprete. "Es en esta confluencia, afirma Durand, entre lo que se lee y

el que lee donde se sitúa el centro de gravedad de [la mitocrítica]"11.

De acuerdo con estos postulados, en mi análisis sobre El inquisidor de

México y Trinidad de Juárez he procurado sintetizar, también, la crítica literal, la

sociocrítica y la psicocrítica.

Esquema

Para estudiar el contenido simbólico de El inquisidor de México y Trinidad de

Juárezel presente ensayo está dividido en dos capítulos. El primero orientado a

la ejemplificación de mi tesis sobre la novela mexicana del XIX como novela del

incesto. Y el segundo dedicado a una lectura más detallada de los aspectos

simbólicos de Martín Garatuza.

Capítulo 1
11
Durand, De la mitocrítica al..., op. cit., p. 343.
6

El inquisidor de México:

una novela sobre el incesto

La novela histórica

La novela histórica fue expresión de una tendencia global decimonónica.

Estudiarla como tal requiere de una breve reflexión sobre el concepto de

«costumbrismo bourgeois», según la definición que de él da Pierre Barbéris.

El «costumbrismo bourgeois»

El «costumbrismo bourgeois»12 —al que es menester distinguir del “realismo

crítico”13— establece la cotidianidad como asunto de la novela. Por tal motivo,

los autores adscritos a dicho movimiento, se esforzarán por definir con

exactitud el talante de sus protagonistas, el medio donde viven, las ropas que

utilizan. Se esforzarán, asimismo, por establecer las diversas normas

lingüísticas tanto regionales como nacionales.

El «costumbrismo bourgeois» surgió alrededor de 1830. Arnold Hauser

establece que, alrededor de este año: “el público, como señala[ba] Balzac, en

12
Cit. p. José Escobar Arronis, “La mimesis costumbrista”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 2006, p. 1, <http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?portal=0&Ref=16942> (18 de
agosto de 2008)
13
Discrepo de Barbéris, quien al contrario de Georg Lukács, supone un proceso evolutivo que conduce
del primero al segundo. Lukács, por su parte, señala dos diferencias básicas entre el «costumbrismo
bourgeois» y el “realismo crítico” las cuales consisten, en primer lugar, en que el «costumbrismo…», a
pesar de retratar individuos comunes en circunstancias cotidianas, es incapaz de derivar los
comportamientos individuales de los personajes, de la singularidad histórica de la época. En segundo
lugar, el «costumbrismo bourgeois» se distingue del realismo crítico, porque este último no absolutiza ni
el pasado ni el presente, sino que ejerce la crítica sobre ambos momentos, con el fin de mostrar los nexos
internos de las realidades sociales y develar la armazón temporal de las mismas. Cf. José Escobar
Arronis, Loc. cit; y Georg Lukács, La novela histórica, 3ª edición, traducción de Jasmin Reuter, Era,
México, 1977, p. 252 y ss.
7

el prólogo al Peau de Chagrin (1831), [ya se había] “hartado de España, del

Oriente y de la historia de Francia a lo Walter Scott”, y Lamartine lamenta[ba]

que la época de la poesía, es decir, de la poesía “romántica”, hubiera pasado

ya”14.

En la nueva mimesis se describirán los interiores de la casa del burgués,

lo mismo que su indumentaria, sus costumbres alimenticias y sus formas de

asumir la sexualidad, pero sobre todo su pasado histórico. Todo ello conducirá

al «costumbrismo bourgeois» y al realismo, que a pesar de su compromiso con

el pasado, se mantendrá ajeno a la comprensión de los grandes movimientos

históricos y sociales de su época. A Balzac y, en general, a toda la generación

de 1830, dice Erich Auerbach,

todo espacio vital se le figura como un ambiente sensible y moral que


impregna el paisaje, la habitación, los muebles, enseres vestidos,
figuras, caracteres, maneras, ideas acciones y destinos de los
hombres, por lo cual la situación histórica general de la época aparece
como una atmósfera total que empapa todos los espacios vitales
particulares15.

Es menester hacer énfasis que la situación histórica en la que se ubica la

generación de 1830, no da pie al realismo crítico en el sentido de que, en la

novelística de esta generación, el pasado o el presente son considerados de

forma absoluta; es decir, que como dice Marx en referencia a la concepción

histórica de Hegel, estos autores pueden reconocer que hubo historia, pero,

afirmarían, ya no la hay; esto es, ellos suponen, de alguna u otra manera, que

el proceso histórico culmina en el presente. Es por ello que, según apunta

Georg Lukács, aún

14
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y del arte, 19ª edición, tercer volumen, traducción de A.
Tovar y F. P. Varas-Reyes, Labor, Barcelona, 1985, p. 8. (Punto Omega, 19)
15
Erich Auerbach, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, traducción de I.
Villanueva y E. Ímaz, México, FCE, 1982, p. 445. (Lengua y estudios literarios)
8

la novela histórica de escritores tan destacados como son Flaubert y


Maupassant degeneró en un episodismo, [en el cual] las experiencias
puramente privadas, exclusivamente individuales de los personajes no
están vinculadas ni con un solo lazo a los acontecimientos históricos,
por lo que han perdido su verdadero carácter histórico. Y [que] los
acontecimientos históricos mismos son rebajados debido a esta
separación a algo meramente exterior, exótico, a un trasfondo
puramente decorativo16.

Todo ello, sin menoscabo ni de la descripción ni de la integración, al relato, de

las coordenadas objetivas y reales que reconocemos en estas novelas. Por

otra parte, debo insistir en que dichas coordenadas se integraron al relato sólo

con el fin de responder a una demanda del público lector: la demanda de

objetividad material en sentido burgués. Así, aun cuando las definiciones

estéticas de los primeros tres cuartos del siglo XIX, enfatizan que sólo “lo local

y temporalmente limitado” es digno de “reconocerse como objeto de imitación

poética”17, los novelistas de la época no se libran, por ello, de comprender lo

temporalmente limitado como temporalmente absoluto.

La novela histórica mexicana

La novela histórica implicó, en México, una valoración del pasado, que adquiría

sentido a partir de su presente histórico. El fin del género consistía en la

justificación de la existencia de la nación.

La publicación de las dos novelas que estudiaré en este trabajo es,

entonces, la culminación de un proceso de autoconocimiento.

16
Lukács, loc. cit.
17
Arronis, op. cit., p. 2.
9

La adopción de la “novela histórica” en el ámbito nacional, supuso un

proyecto político que sustentara la legitimidad de tales esfuerzos artísticos. Con

relación a este asunto, Fausto Ramírez afirma:

Fue muy usual, entre los ideólogos del siglo XIX, la utilización de la
historia como sustento legitimador del propio proyecto político. La
escritura misma de la historia patria era concebida como una tarea que
contribuía al avance y a la difusión del programa político adoptado. Se
creía que México era una nación en proceso de formación, de allí que
pasado, presente y futuro se vieran como una unidad inextricable: la
génesis nacional se pensaba como parte indisociable del proceso
político y del destino futuro del país18.

A partir de la tercera década del siglo XIX, la ficcionalización histórica permitiría

delinear el perfil que asumiría la patria, puesto que, como afirma Guillermo

Prieto (1818-1897), la nación era un espacio en blanco que tenía que llenarse

de contenido19.

La sociedad mexicana en la novela histórica

La independencia originó un sentimiento de orfandad. La nueva nación y sus

instituciones tardaron varias décadas en formarse. El régimen antiguo, sus

valores y formas de comportamiento, desapareció lentamente.

Además al concluir el proceso de independencia, la sociedad criolla

emergió dividida ya en dos bandos en conflicto: liberales y conservadores.

Grupos que habrían de enfrentarse para redefinir el todo social. Sin referentes

concretos en su contexto inmediato, quienes diseñaban la realidad política


18
Fausto Ramírez, “La historia disputada de los orígenes de la nación y sus recreaciones pictóricas a
mediados del siglo XIX”, en Jaime Soler (ed.), Los pinceles de la historia. De la Patria Criolla a la
Nación Mexicana 1750-1860, México, Munal, 2000, p. 231.
19
Guillermo Prieto, op. cit., “Algunos desordenados apuntes que pueden considerarse cuando se escriba
la historia de la bella literatura mexicana”; en Boris Rosen Jélomer (ed.), Instrucción pública. Crítica
literaria. Ensayos, prólogo de Anne Staples, México, CNCA, 1997, pp. 261 y ss. (Obras completas de
Guillermo Prieto, XXVII)
10

mexicana desde la óptica liberal volvieron sus ojos a la institucionalidad de la

Unión Americana; y quienes lo hacían desde la perspectiva conservadora

orientaron sus miradas a los modelos que les proporcionaban las monarquías

católicas europeas.

Ni liberales ni conservadores pudieron crear un horizonte simbólico

válido para toda la nación. Para los liberales, el guadalupanismo del siglo XVIII,

como ideología aglutinadora, se había agotado desde los primeros años del

México independiente. Sin embargo, los liberales (escindidos, a su vez, en

radicales y moderados) tampoco pudieron crear una red de valores atractivo

para el conjunto del pueblo mexicano al que, no obstante les preocupaba,

programáticamente, representar. Así pues, tanto los conservadores como los

liberales carecían de una estructura ideológica capaz de conformar una nación.

En la creación artística aparecieron también estas divisiones. Los

escritores liberales que escribieron novela histórica (otra cosa sucedió en la

dramaturgia histórica y la lírica patriótica liberal), en general, buscaron su tema

en el mundo novohispano. Guardándose mucho, sin embargo, de proponer, en

ella, el pasado novohispano como futuro. Lo que, por ejemplo, sí hace José

Pascual Almazán (1813-1886) destacado novelista conservador20.

La indiferencia ante la materia indígena, el repudio del motivo de la

conquista y la crítica del pasado novohispano (crítica de la que no se escapa

sor Juana Inés de la Cruz a quien Guillermo Prieto llama “disparatada

escritora”21 y Riva Palacio ubica entre las figuras siniestras del México

20
Las preguntas que se imponen, para un futuro trabajo, son: ¿por qué los liberales novelaron el mundo
novohispano? ¿por qué, salvo contadas excepciones como Xicótencatl (1826) de José María Heredia
(1803-1839), Netzula (1832) de José María Lacunza (1809-1869) y Los mártires del Anáhuac (1870) de
Eligio Ancona (1835-1893), los liberales, en general, no se ocuparon de novelar el orbe prehispánico?
21
Guillermo Prieto, Op. cit., p. 264.
11

envilecido por el fanatismo y La Inquisición) son características de la narrativa

histórica liberal.

Dos sucesos fundamentales en la vida de José Joaquín Pesado

La temprana biografía intelectual de Pesado tiene, a mi parecer, dos momentos

fundamentales. Uno que podría caracterizarse con el ya clásico “recuerdo

infantil” freudiano. El segundo, también muy importante y que considero

subordinado al “recuerdo infantil”, marcó el inicio de su primera juventud.

El acontecimiento al que me refiero como “recuerdo infantil” de Pesado

tuvo lugar en1811, cuando el futuro poeta tenía 10 años de edad. En

noviembre de ese año, Joaquín Pesado fue testigo del asesinato de su

padrastro (pues su padre biológico había muerto 3 años antes y su madre

había contraído segundas nupcias el mismo año de 1811). Roa Bárcena

describe dicho episodio de la siguiente forma:

A consecuencia de la revolución iniciada en Dolores, varias partidas de


insurrectos merodeaban en las provincias de Veracruz y Puebla, y la
gente de un tal Arroyo invadió repentinamente […] la hacienda de la
Vaquería donde se hallaban Vázquez Ruiz [padrastro del poeta] y su
familia, y acometió al primero suponiéndolo español por ser blanco […]
En vano la señora, agotados ruegos y súplicas, se arrojó con peligro de
su propia vida, entre los asesinos y su esposo queriendo defenderlo.
Cayó Vázquez Ruiz acribillado de heridas, y doña Josefa Francisca
tuvo que ocultarse con su hijo en un “temascalli” donde pasaron la
noche; sin que el resto de sus días pudieran madre ni hijo olvidar los
detalles de tan horrible tragedia22.

El segundo de los acontecimientos que marcó a Pesado sucedió diez años

después, cuando el poeta atestiguó la firma de los tratados de Córdoba, que

constituyeron un primer paso —si bien, ya definitivo— en la senda de la


22
José María Roa Barcena, Biografía de don José Joaquín Pesado, México, Jus, 1962, pp. 11 y 12.
12

consumación de la revolución de independencia. Hay que recordar que en esta

ciudad, donde Pesado había puesto su residencia, se reunieron “el jefe del

ejército trigarante y el nuevo y último virrey español O’Donojú […] saliendo

juntos de allí, a entregar el uno y a recibir el otro las llaves de la antigua ciudad

de los Moctezumas y Revillagigedos”23.

La firma de los tratados de Córdoba significó, en términos prácticos, para

Pesado y su familia, que los asesinos del padre habían devenido autoridad

nacional.

Las nuevas autoridades se dividieron en dos bandos. Los liberales para

quienes la nación había nacido en septiembre de 1810. Y los conservadores

para quienes la revolución de independencia había iniciado y concluido en

“unos cuantos meses, sin dejar atrás ni lágrimas ni sangre”24. Dos imágenes

paternas surgieron de dicha división política: para los liberales el padre de la

patria era el cura Hidalgo. Para los conservadores, el general Iturbide. Con

respecto a la formación del icono paterno bajo el cual la nueva nación habría

de sentirse cobijada, Fausto Ramírez afirma que:

En 1849, El Universal publicó un virulento artículo contra la memoria de


Hidalgo, a quien los conservadores negaban la paternidad de la patria
independiente. Allí aseveraban paladinamente que la celebración del
“grito de Dolores” más que despertar el júbilo, evocaba “los pavorosos
fantasmas de una época de calamidades y errores” e infundía
desaliento y duda […] La indignación de los liberales no tuvo límite, y
cundieron los desagravios a Hidalgo […] A partir de entonces, ocurrió
una suerte de vinculación entre el liberalismo y los movimientos
populares y la revolución insurgente encabezada por don Miguel
Hidalgo, mechada a veces con referencias indigenistas25.
El respeto y acatamiento que Pesado prestó, en aquellos años, a la

autoridad emanada del bando liberal significó, para el poeta, un agravio a la

23
Ibíd., p. 18.
24
Loc. cit.
25
Fausto Ramírez, op. cit., pp. 239 y 40.
13

memoria de su padre. Y no sólo eso. También lo hacían cómplice del asesinato

del mismo.

Sí, como afirma Roa Bárcena, ni Pesado ni su madre olvidaron jamás la

noche en que el padre fue asesinado y, si, como sucedió, el poeta no sólo

progresó económicamente en el nuevo régimen, sino que también ocupó

cargos importantes dentro del mismo, casi puedo asegurar que cada uno de

estos éxitos le produjo, a Pesado, tanto una gran satisfacción como un enorme

sufrimiento moral.

Los tormentos a los que estaba sujeta la conciencia de Pesado, hicieron

crisis alrededor de 1838. Pesado superó su angustia reconciliándose (este es,

también, un término clave en El inquisidor de México) con su padre a través de

la intercesión de una figura fantasmal (es decir, incorporal) de su madre. Según

Roa Bárcena explica estos hechos de la forma siguiente:

Indudablemente nuestro Pesado en sus funciones de representante del


pueblo, gobernante y periodista […] había ido mucho más allá del límite
que su conciencia le señalaba; y el disgusto y aun el remordimiento
consiguientes le inspiraron acaso una de sus mejores poesías morales
La Visión […] y que incluyó en la colección de sus versos publicada en
1839. El espíritu de su excelente madre [muerta en 1824], revistiendo
forma corpórea, se le aparece en las tinieblas de la noche,
reprochándole el abandono de los severos principios en que fue
educado y excitándole a volver al buen sendero, lo cual promete el hijo
sumiso y arrepentido. Tal es el asunto de la expresada composición26.

En esas fechas y bajo tal tormenta de sentimientos, asienta Roa Bárcena,

Pesado debió escribir El inquisidor de México, publicada en El año nuevo.

Presente amistoso de 1838.

Argumento de El inquisidor de México

26
José María Roa Bárcena, op. cit., p. 30.
14

Al iniciarse la novela, el narrador nos ubica en el puerto de Veracruz en mayo

de 1648. En ese momento, Sara, “hermosa doncella en la flor de su edad”27,

está apunto de contraer nupcias con el joven hebreo don Duarte Ribeiro.

Sara en el primer diálogo que sostiene con su prometido, curiosamente,

parece ignorar la condena social y religiosa que pesa sobre Duarte y sobre ella

por ser judíos. El diálogo en cuestión se desarrolla de la siguiente forma:

¿Cómo es posible, decía la doncella, que en los momentos en que vas


a unirte conmigo para siempre, te muestres tan pesaroso, tan inquieto,
tan…?
— Eso mismo, replicaba el joven, eso mismo te manifestará algún día
cuánto te quiero. Pues que voy a ser tu esposo, desearía hacerte feliz:
mas la desgracia que me amenaza, va tal vez a comprenderte a ti.
— ¿Qué desgracia? Tú me hablas en un tono tan misterioso, tan
enigmático… ¡Ah! Tú no me amas sin duda […] ¿Qué te ha hecho
Sara, para que así la abandones? […] ¿Qué tienes? Dímelo por tu
vida… dímelo…
— Estoy a punto de ser preso, de serlo mi padre, de serlo muchos de
nuestros amigos, y probablemente tú.
— ¿Preso tú, preso tu padre? ¿y por qué?28

Como culminación de esta escena, en ese mismo instante, Sara y Duarte son

arrestados por el Santo Oficio.

En la época en que tiene lugar la historia el inquisidor de la Nueva

España era don Domingo Ruiz de Guevara, “natural de Castilla la Vieja”, quien

se había recibido de abogado y casado “con una señora, la cual por su

modestia y recogimientos hubiera podido servir de modelo a “las antiguas ricas

fembras” de Castilla”. La muerte de su esposa y cierta “pérdida que amargó el

resto de su vida”, lo llevaron a abrazar “el estado sacerdotal”. Estado que

posteriormente lo condujo a “la fiscalía de la Inquisición de Sevilla”29.

27
José Joaquín Pesado, “El inquisidor de México”, en: Celia Miranda Cárabes (estudio preliminar,
edición, recopilación y notas) La novela corta en el primer romanticismo mexicano, prólogo Jorge
Ruedas de la Serna, México, UNAM, 1985, p. 202. (Nueva Biblioteca Mexicana, 96)
28
Ibíd., pp. 202 y 203.
29
Ibíd., p. 206.
15

Nueve meses después del prendimiento de Sara y Duarte, en febrero de

1649, y tras sufrir terribles torturas, Duarte y Sara son condenados a morir en la

hoguera. Sin embargo, don Domingo Ruiz de Guevara, dice el narrador,

a pesar de su natural dureza, había experimentado en el interrogatorio


de Sara una compasión que no le era común […] [no por efecto de]
alguna pasión bastarda, porque si bien la hermosura de la doncella era
grande y su aflicción excesiva, siendo ambas causas, cuando están
unidas, bastante poderosas para encender en el pecho más helado, el
dulce fuego de una compasión amorosa; las emociones que entonces
experimentó el rígido anciano, procedían de una causa más elevada30.

Una noche antes del Auto, increíblemente, el padre de Duarte, Jacobo Ribeiro,

se introduce a la casa del inquisidor y le pide que suspenda la ejecución o se

arrepentirá el resto de sus días. Obviamente, don Domingo no lo escucha,

Jacobo huye, y el proceso sigue su curso.

Al día siguiente, cuando la ejecución de las sentencias se inicia, don

Domingo y don Jacobo, nuevamente, se confrontan. Es en ese momento

cuando Ribeiro le revela al inquisidor que Sara, la prometida de Duarte, no es

judía, sino la “hija única que tuvo usía en su matrimonio, la cual robó en Sevilla

hace diez y siete años una gitana, y [que] me vendió a mí”31. La prueba

indubitable de la identidad de Sara es un collar que la niña usaba al ser

raptada, y que don Jacobo muestra al inquisidor.

Don Domingo corre, entonces, al cadalso e intenta sofocar el fuego de la

pira en la que Duarte acaba de morir, y cuyas llamas atacan ya la planta de los

pies de Sara. Finalmente, en una escena cargada de dramatismo, el arzobispo,

quien “era visitador del Tribunal […] mandó desatar a Sara del poste y tenerla

30
Ibíd., p. 209.
31
Ibíd., p. 219.
16

reclusa en una casa, mientras examinando el punto con madurez se resolvía lo

conveniente”32.

La novela concluye con dos notas edificantes: la “reconciliación de la hija

con la [Madre] Iglesia”33. Y la reconciliación de la joven con su padre a quien

perdona todos los sufrimientos que le provocó, incluso la muerte de Duarte.

Semanas más tarde, Sara fallece víctima de sus heridas físicas y

morales.

Durante la agonía de Sara, don Domingo escribe a Madrid y a Roma una

detallada descripción de su caso. Las respuestas llegan muy tarde. En ellas,

El tribunal de la Suprema mandaba quemar viva a Sara en caso de


permanecer impenitente, y aplicarle las otras penas menores que
usaba la Inquisición, si se mostraba arrepentida; “porque no es justo,
decía, que los errores del entendimiento queden sin su justo castigo”.
El Sumo Pontífice prevenía se la pusiese en libertad, rogando a Dios
por su conversión, y concediéndole en todo caso su bendición
paternal34.

El final de la novela es, como se ve, edificante y ambiguo. Lo primero por la

conversión de Sara. Lo segundo, por las respuestas diferenciadas de Madrid y

Roma.

Comentarios sobre El inquisidor de México

Pares en tensión

El inquisidor de México se estructura en torno a pares dialécticos que

mantienen entre sí una relación problemática.

32
Ibíd., p. 220.
33
Ibíd., pp. 221 y 222.
34
Ibíd., p. 222.
17

Describiré primero, formalmente, dichos pares dialécticos.

Posteriormente examinaré las funciones que cumplen como elementos que

aparecen subordinados a su dimensión simbólica y en relación con el modelo

paradigmático del “imaginario” mexicano de la época.

Estructuralmente, los pares dialécticos que noto en El inquisidor de

México son:

a) Cristianismo y judaísmo.

b) Don Domingo y Don Jacobo.

c) Padre bueno y padre malo

d) Don Domingo y Duarte.

e) Fecundidad y esterilidad.

f) Juventud-madurez.

g) La Suprema y el Papa.

h) Nueva España y Madrid.

Breves notas sobre los pares en tensión

Cristianismo y judaísmo

La primera aparece calificada, en la novela como “religión de caridad y

mansedumbre”, y: “religión de verdad y de amor”35. La segunda es enseñanza

de “malos hombres” que propagan “errores”36.

Don Domingo y Don Jacobo

35
Ibíd., p. 221.
36
Ibíd., p. 216.
18

Representan ambos el mismo principio divino (principio masculino: Dios

ordena,

el caos desaparece). Sin embargo, se contraponen. Sara articula este principio.

Padre bueno y padre malo

En el fondo, ambos padres son uno mismo. En cuanto a lo que sienten por

Sara, Don Domingo al principio se presenta como inflexible y más tarde cambia

a padre amoroso; mientras que don Jacobo es primero amoroso y más tarde

inflexible.

Don Domingo y Duarte

Ambos luchan por poseer el corazón de Sara. Duarte pierde ante el poder del

verdadero padre: el padre bueno.

Fecundidad y esterilidad

Sara articula la lucha entre estos principios. Si Sara consuma su matrimonio

con Duarte, entonces la fecundidad es posible. El triunfo de don Domingo

señala el triunfo de la esterilidad: ella no se puede reproducir con quien es su

padre biológico. Ella muere.

Juventud-madurez

La primera edad está, a su vez, integrada por el par Duarte-Sara. La segunda

por el par Sara-Madre (que a su vez es doble: nodriza y Madre Iglesia) y por el

par Duarte-Padre (que a su vez es doble: Jacobo, don Domingo). Son entonces

cuatro personas de género masculino y tres de género femenino. Son


19

masculinos: Duarte, Jacobo, Domingo, Dios. Son femeninos: Sara, nodriza,

Madre iglesia.

La Suprema y el Papa

De pareceres distintos. Representan también dos ciudades: Madrid y Roma.

Nueva España y Madrid

En la novela, la primera es concreta y real, la segunda aparece sólo como

mención y en la memoria de don Domingo. Nueva España también es doble:

Jalcomulco donde suceden los primeros acontecimientos de la novela, y la

ciudad de México donde se desarrolla el juicio, la ejecución y la muerte de la

pareja Duarte-Sara. Castilla la Vieja y Sevilla son sólo nombres a los que se

alude.

Análisis del imaginario mexicano decimonónico

La identidad de Sara

El problema de la identidad constituye uno de los asuntos fundamentales que

se despliegan en El inquisidor de México. En Sara convergen distintas líneas

de desarrollo de esta problemática particular.

Sara no tiene familia. Durante diecisiete años ha llamado padre a quien

en realidad no lo es. Tampoco posee una filiación definida.

Don Jacobo ha despojado a Sara de su verdadero padre, de su pasado,

de sus raices. Le ha negado su identidad real y la ha sustituido por otra que no

le corresponde a la joven. Le ha ocultado a Sara su sustrato cristiano, pero no

le ha otorgado un sentido de pertenencia al pueblo judío. Esto explicaría, su


20

ingenua declaración de desconocimiento de las persecuciones de que era

objeto el pueblo judío en la Nueva España. El narrador, sin embargo,

contradice esta supuesta ignorancia de Sara en el siguiente fragmento:

Era Duarte en la corta edad que tenía, uno de los hombres más doctos
de su tribu: así es que aferrado a sus doctrinas, fueron vanos cuantos
argumentos se le hicieron para hacerle mudar de propósito, y prefirió la
muerte a cambiar de creencia. Sara era también bastante instruida, y
se mantuvo firme en los principios que le habían enseñado desde
niña37.

El contradictorio narrador prefiere pasar por alto esta caracterización de la

protagonista y remarca, para sus fines, dentro de la novela, la otra línea de

desarrollo del personaje. Según ésta, la falta de claridad de Sara acerca de sus

orígenes explicaría su ulterior conversión al cristianismo. Pues alguien con

mínima instrucción en las creencias de su padre no hubiera ignorado la

discriminación de que era víctima su raza. Ni hubiera cedido tan fácilmente a

las palabras blandas, ni hubiera olvidado tan pronto la razón por la cual su

prometido había fallecido, al que, no obstante, llora el resto de su vida. Con

respecto a lo cual, afirma el narrador:

Su espíritu había padecido mucho en la prisión, y más todavía en el


patíbulo cuya representación tenía tan impresa en el ánimo, que le
hacía despertar a menudo de su sueño, pidiendo a gritos socorro.
Acudía el padre a consolarla, y ella volvía de pronto la cabeza a otro
lado, como si viese a su verdugo: cerciorada de que sus temores eran
infundados, entraba en sosiego, estrechaba entre sus manos las de su
padre, besándolas afectuosamente […]38.

Don Jacobo ha fraguado concientemente la alteración de la identidad de la

joven. Pretende, además, que esta falsa identidad perdure sin cambios por

siempre. Por esta razón no se dirige a Sara para proporcionarle información


37
Ibíd., p. 215.
38
Ibíd., p. 222.
21

vital para ella, sino a don Domingo para arreglar con él la salvación de la joven.

La salvación o condena de ella es un asunto que no le concierne; es algo que

se resuelve entre las figuras paternas. De igual forma, la vida o muerte de Sara

está en las manos del otro padre.

En resumen, Sara carece de pasado porque así lo ha decidido uno de

sus padres. Ni, simultáneamente, puede tener una vida sexual activa porque

así lo decide el otro padre.

Deseo volver ahora a la segunda cita de la página anterior. En ella, me

llama la atención que, dormida, Sara fusione la figura paterna con la del

verdugo y que conciente, las disocie. Ello le permite incluso besar las manos

que tanto dolor le causaron. Sara establece, así, una relación erótica con su

progenitor a través de una parte del cuerpo de éste. Parece que Sara,

entonces, considera las manos de su papá como miembros de otra persona.

Por lo tanto, desde la óptica de Sara, don Domingo carece de identidad: ¿es o

no es él el verdugo? ¿Quién es la persona que la abraza cuando tiene miedo?

¿Quién pronuncia las palabras evangélicas que mitigan las penas de Sara?:

“Padre mío, decía algunas veces con lágrimas de ternura, ¿por qué no me

habló usted así cuando estaba yo presa? ¡Con qué gusto le hubiera

escuchado! Paréceme que lo que usted me dice aquí, es muy distinto de lo que

me decía entonces”39. El discurso de don Domingo es diferente. Asimismo sus

manos. Su carácter también es diferente; en relación con el cual apunta el

narrador: “El inquisidor […] el que poco antes daba lecciones de rigidez, ahora

con lágrimas en los ojos pedía favor a sus colegas”40. Y agrega más tarde:

“Renunció al cruel oficio de inquisidor, dedicándose en los días que le

39
Ibíd., p. 221.
40
Loc. cit.
22

quedaron de vida a la enseñanza de los niños, al socorro de los pobres, al

cuidado de los enfermos y al consuelo de

los desgraciados”41.

La actitud de Sara podría explicarse como doblez o astucia del

personaje. Pero entonces, el sentido moralizante de la historia no se cumpliría,

ni sería posible atribuirle al amor —más que al rigor— un singular poder de

persuasión, que el narrador explícitamente sostiene: “[los] fervorosos suspiros

de [don Domingo] y sus lágrimas derramadas, ora sobre los altares, ora sobre

el pecho de su hija, fueron eficaces para ablandarlo […] Pudieron estos medios

en Sara, lo que no habían podido las argollas y cadenas”42.

Sara está marcada. Al inicio de la novela, la marca que la señala como

alguien diferente es su involuntaria integración al pueblo judío. Ostenta un sello

que apunta a ella como alguien proscrita en su entorno social. Al final de la

novela, la huella que en ella era intangible, se transforma en anuncio físico: sus

pies quemados proclaman su condición de indeseable. La marca en sus pies la

llevan, finalmente, a la muerte:

Volvió Sara, dice el narrador, en sí al cabo de algunas horas y se


encontró con gran sorpresa suya en una rica alcoba, llena de cuadros,
y acostada sobre una blanda cama. Parecióle al principio que soñaba,
hasta que conoció estar despierta a [sic] virtud de los ardores que
empezó a sentir en los pies43.

La marca en los pies relaciona a Sara con el fuego. Pies y fuego forman un

símbolo que la relacionan con la idea de impureza.

Fuego

41
Ibíd., p. 222.
42
Ibíd., p. 221.
43
Loc. cit.
23

Con respecto al fuego, que es uno de los cuatro elementos cosmogónicos

sobre los que disertaron los pensadores griegos, Juan Cirlot en su Diccionario

de Símbolos, afirma que: “de los cuatro elementos cosmogónicos, el aire y el

fuego se consideran activos, creativos y masculinos; y el agua y la tierra

pasivos y femeninos [...] De ahí —añade— el carácter paterno y dominante de

los primeros y el carácter materno y receptivo de los segundos”44.

Sara, como ser marcado, posee en sí misma la marca del fuego

mientras que, por su parte, aire, agua y tierra no son tan importantes en la

caracterización de la protagonista. Por ello, nos limitaremos al estudio del

tratamiento del fuego en El inquisidor de México.

El fuego posee dos vertientes simbólicas: representa el bien (calor vital)

y el mal (incendio). Desde la perspectiva espiritual es purificador y nos habla de

elevación, vida, salud y, como símbolo de la luz y el calor del sol, asegura la

existencia sobre la tierra. Pero en el fuego también puede hallarse la pasión

animal, y se asocia con el infierno45.

Sara está poseída por un fuego pasional errado. Su devoción y su amor

la conducen a la hoguera.

El incendio que devora a Duarte y Sara es, simbólicamente, su tálamo

nupcial46. A su vez, destruye a sus tres familias: la de Jacobo, la de don

Domingo y la suya propia, la que esperaba formar con Duarte.

44
Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, 2° ed., Barcelona, Labor, 1992 (Colección Labor, Nueva
Serie; 4), pp. 60 y 181.
45
Sobre el infierno, dice Cirlot:
Al margen de la existencia "real" del infierno [...] esta idea posee un valor mítico y constante [...] en la
cultura humana [y] puede ser asimilada a todo el lado inferior y negativo de la existencia, tanto cósmica
como psíquica, Ibíd, p. 251.
46
José Joaquín Pesado, op. cit., p. 215.
24

Las llamas infernales que consumen a Sara guardan una estrecha

relación con la infancia y con el padre de la protagonista, pues aquellas llamas,

eran consecuencia de sus enseñanzas. Eran su herencia.

Sara es un ser de luz. Sus padres son oscuros. Así lo afirma el narrador

en el siguiente párrafo donde destaca, el contraste que establece entre ella y

don Domingo (en tanto que síntesis de las diversas paternidades que aparecen

en la escena):

Dábale de lleno la luz de la lámpara; y al ver el traje blanco que la


cubría, y las negras y largas trenzas que pendían de su cabeza, la
hubiera tomado cualquiera por una aparición. No menos eran de
admirar las figuras de los inquisidores, cuyos bultos y formas rígidas se
realzaban sobre el fondo oscuro de la sala, cual si fuesen labradas por
la mano de algún célebre estatuario47.

Las llamas de la hoguera sólo alcanzan físicamente a Duarte. Simbólicamente

devoran también a don Jacobo y a don Domingo. La hoguera marca a los

cuatro personajes.

Las llamas infernales no sólo consumen a los jueces, a la iglesia, sino

que también se contagia a todos los que asisten a la ejecución.

Ese fuego que posee a Sara será el causante de la perdición de todos

los que han mantenido algún vínculo con ella: un fuego infernal, negativo e

inferior no podía ser fuente de vida, pues su desequilibrio esencial propiciaba la

ruina de lo existente.

Carácter del personaje

47
Ibíd., p. 206.
25

Sara es pasiva. En ningún momento la vemos comprometida en la construcción

de los rasgos de su personalidad. Depende de la voluntad del padre para

adquirir identidad. Marcha por donde éste le conduzca. Primero sigue a Ribeiro.

Más tarde a don Domingo.

La diferencia entre avanzar tras don Jacobo o tras don Domingo es, para

Sara, tan abismal como la diferencia entre la vida y la muerte. Ribeiro le ofrece,

en la figura de Duarte, la vida. Don Domingo, ya como padre o ya como

enemigo, le abre a Sara únicamente una senda: la de la muerte. Pues don

Domingo, cuya actividad ha estado ligada con la muerte, no tiene vida que

ofrecerle. En todo caso, sin embargo, Sara no asume voluntariamente una u

otra opción. El destino de Sara está fatalmente definido por quien la adopte. Su

definición se establece en tanto que hija. No en tanto que persona. Depende de

la formulación de otro para ser.

Para Ribeiro Sara es una cosa. Objeto con el cual puede realizar su

venganza. Mercancía que pertenece, por naturaleza, a otro. Cosa susceptible

de ser robada. Producto que puede ser negociado. Negocio en el que se

transacciona una memoria, una identidad, una historia, una raíz. Porque

Ribeiro tiene memoria y eso es lo que comercia con don Domingo:

— Yo, señor inquisidor, continuó [Ribeiro], llevando una mano al pecho,


soy portugués de nacimiento, he vivido algún tiempo en Sevilla, y
últimamente en Veracruz, donde he sufrido un grave contratiempo.
Quiero pasar a Italia: el auxilio que [le] he pedido es para mí, y usía
está comprometido a dármelo.48

El diálogo que así se inicia en el fragmento anterior, se interrumpe y continúa al

día siguiente en los siguientes términos:

48
Ibíd., p. 211.
26

— Usía fue fiscal de la Suprema, y en ella fue causante de la muerte de


mi hermano Jaime Ribeiro, y de mi esposa Leonarda Núñez.
— No lo tengo presente.
— Yo sí lo tengo. Ya dije a usía anoche que Duarte no es mi hijo,
aunque lleva el nombre de tal, sino sobrino mío, hijo de mi hermano.
[…] Sara, su prometida esposa, vino a mi poder muy niña: la recibí al
principio como un instrumento de mi venganza; pero después la (sic)
he cobrado tanto cariño, que hoy siento su desgraciada suerte…49.
El rescate que Ribeiro propone no se basa en el conocimiento y la memoria, ni

toma en cuenta la humanidad de Sara. Es una transacción que ofrece a Sara

un futuro (familia e hijos) a costa de su pasado (familia y padres). Es un

negocio (en el que Sara no interviene) que define, para Sara, la conveniencia

de un pasado determinado y la posibilidad de un futuro igualmente

determinado.

Don Domingo ofrece a Sara una línea temporal de sucesos que ella no

ha vivido. Es decir, una memoria vacía de recuerdos. Le ofrece, asimismo,

sacrificar su futuro (vida, familia e hijos) en aras de un pasado ajeno y sin

sentido.

Sara no está capacitada para decidir nada, pero, paradójicamente,

cualquier opción que asuma la conducirá a la muerte. Pertenecer (lo cual, claro

está, es imposible) a la casa de Ribeiro la colocaría en la hoguera como reo

relapso e impenitente. Sara puede vivir con el inquisidor sólo si se reconcilia

con la Iglesia. No obstante, el inquisidor no tiene capacidad para ofrecerle vida,

pues su misión es propagar la muerte.

Impenitente o arrepentida, sin embargo, el tribunal de la Suprema

manda, al final, escarmentar a Sara; “porque no es justo, decía, que los errores

del entendimiento queden sin su justo castigo”50.

49
Ibíd., p. 218.
50
Ibíd., p. 222.
27

Espacio e identidad

Puesto que el espacio no es ni una supra realidad extra humana, ni un ámbito

neutro donde simplemente se desarrolla la vida en sociedad, ni una prenoción

genéticamente adquirida; entonces la comprensión, la interpretación, la

valoración, la enajenación o incluso el perspectivismo a partir del cual se toma

distancia frente a él, depende del sistema axiológico que el imaginario permite.

De aquí surge un nexo de tensión entre el espacio tiempo que solo en la

medida en que es vivido hace posible su valoración, y que simultáneamente

requiere ser valorado para que de esta forma se transforme en marco

adecuado a la praxis humano social.

En El inquisidor de México el espacio está habitado por dos familias

extranjeras: una judía, y otra española. Ni criollos ni mestizos. En cuanto a los

indígenas, el narrador no alcaza a diferenciarlos. Aparecen sólo como masa

“pintoresca” a la que se retrata desde una perspectiva lejana, sin individualidad,

ni conciencia histórica; pues mientras, “en el pueblo de Jalcomulco […] había

una concurrencia de gente mayor que la que todos los años se reúne allí […]

[debido] al arribo de una flota, cuyas mercaderías se vendían en Jalapa”51, y

mientras la villa sufre las transformaciones que propicia el comercio,

el indio mesurado, al son del arpa, del tamboril y el teponaxtle, bailaba


adornado de plumas, y con sonajas en la mano, la grave danza de
Moctezuma, o armado de espadas y toscos broqueles de madera,
remedaba con grosera pantomima, en otro baile marcial, las batallas
más notables de la conquista52.

51
Ibíd., p. 201.
52
Loc. cit.
28

La masa indígena así retratada carece de papel alguno, a no ser como parte

del paisaje, tanto a nivel de ficción como de metaficción.

La voz narrativa se coloca, sin embargo, entre las familias de los

protagonistas como logos que organiza un espacio que le es ajeno (pues no se

identifica ni con judíos ni con españoles), y al que imagina despoblado. México

es, entonces, una realidad vacía. Su significación ha de ser colmada mediante

la inmigración.

El narrador de El inquisidor de México considera que la nación está

vacía. Ninguno de sus personajes nació en esta geografía. No hay pobladores.

Todos deben venir del extranjero. Porque aquí el territorio esteriliza a las

personas. Tal es la razón por la que en la novela no existen los nacimientos.

México no tiene futuro: Sara y Duarte mueren. México no tiene pasado: los

personajes pertenecían a otro ámbito. Sara, Duarte y don Jacobo están aquí

proyectando su salida. Don Domingo hizo la mayor parte de su vida en otro

espacio.

Por otra parte, la inmigración hacia un continente vacío implica también

la eliminación de la dimensión histórica. De hecho, en El inquisidor de México

el tiempo no se ha iniciado. Sólo existe un presente continuo. Ni pasado —que

aparece sólo en la conciencia de los padres— ni futuro —que la muerte de los

jóvenes impide—.

En el mundo de El inquisidor de México el pasado histórico carece de

profundidad. De hecho, es sólo un instante del presente. En cuanto al futuro,

éste no aparece ni como proyecto, sino como un contrasentido que se resuelve

en la hoguera.
29

Las poblaciones en las que se ubica El inquisidor… son, como ya

señalé, “Jalcomulco situada a poca distancia de Jalapa” y la capital de la Nueva

España.

En Jalcomulco cae la noche, en medio de la feria. Lo importante en esta

escena no es el pueblo, que no se describe, sino una choza distante en donde

ocurre la entrevista y prisión de Sara y Duarte. La ciudad de México se limita

también a un espacio reducido y controlado por los padres (sacerdotes).

Espacio en donde ellos ejercen el castigo de los jóvenes.


30

Conclusiones del capítulo

En estas líneas, me he propuesto realizar una lectura novedosa de El

inquisidor de México. En primer lugar, he pretendido destacar en el texto la

aparición de la temática del incesto en su vertiente del “progenitor

desconocido”. En segundo lugar, entender las condiciones que originaron la

ficcionalización de esta conducta sexual. Esta lectura me permitió caracterizar

El inquisidor de México como novela que es parte del “imaginario” de la época.

Concepto que en términos de Gilbert Duran se refiere a un mito que,

sincrónicamente considerado, articula la producción artística de una época, una

cultura o una generación.

El análisis formal de El inquisidor de México está articulado en torno a

pares en conflicto que tensan todo el relato y que no tienen solución al interior

del mismo.

El análisis simbólico nos muestra una novela en la que, tres de los

cuatro personajes principales desconocen sus nexos familiares. La información

es fuente del poder de una de las figuras paternas de la novela. Dicha figura

paterna tiene en sus manos la identidad de los protagonistas y le ha puesto


31

precio a la misma. La otra figura paterna tiene en sus manos la posibilidad de

futuro de los personajes. Finalmente debe cancelar sus posibilidades futuras.

Con respecto al espacio tiempo mexicano, la novela considera que la

nación está vacía. Ninguno de sus personajes nació en esta geografía. No hay

pobladores. Todos deben venir del extranjero. Porque aquí el territorio esteriliza

a las personas. Tal es la razón por la que en la novela no existen los

nacimientos.

Considerado temporalmente, México no tiene futuro: Sara y Duarte están

muertos. México tampoco tiene pasado: los personajes pertenecen a otro

ámbito. Sara, Duarte y don Jacobo están aquí proyectando su salida. Don

Domingo hizo la mayor parte de su vida en otro espacio.

Sexualmente Sara está marcada por el fuego. Es fuego que, como

pasión le insufló uno de sus padres y como, elemento físico, manejó el otro

padre para sancionarla e impedirle la fecundidad. En ambos casos, el fuego

esteriliza y posee una carga negativa.

Por lo anterior, sostengo que el imaginario nacional decimonónico está

definido en términos de las relaciones incestuosas. Tema que, cual

corresponde, aparece asociado al de la muerte/ esterilidad que se constituye,

en nuestro “imaginario” la pena adecuada para quienes sostienen esa clase de

relaciones. Y puesto que estoy realizando una lectura nueva de la novela en

cuestión, me pareció indispensable utilizar la noción de símbolo según la

acepción que le otorgó Durand. Tal es la hipótesis fundamental de mi ensayo.

Mi propuesta ha sido, reitero, leer El inquisidor de México como novela

de lo prohibido. Y no en tanto que asunto incidental, sino como su tema

fundamental.
32

Mi fin ha sido provocar una nueva forma de acercarse a la novela

mexicana del XIX, para entender las condiciones histórico-sociales que

originaron la temática del incesto. Lo cual es imposible si no se atiende al

estudio histórico de la sociedad mexicana que emergió de la guerra de

independencia, así como de los conflictos entre los proyectos políticos de

liberales y conservadores que desagarraron al país durante 80 años; conflictos

que acentuaron el sentimiento de orfandad y desarraigo en el pueblo mexicano.

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