You are on page 1of 7

Viaje en las Tinieblas del Tiempo

Quien dijo que la muerte es sólo el comienzo


Sabe que uno nunca acaba de vivir
El Amor y la Muerte son estados de consciencia
Vivir, el camino hacia uno y otro.

...Cuando era niña, yo era admiración y asombro.


Mi amor por la Naturaleza me había comunicado esa verdad sin palabras
de que todo lo que existe cambia. Y para acompañarme, me había creado
amigos imaginarios con los que vivía aventuras siempre novedosas.
Mi madre no dejaba de sorprenderse por aquel mundo invisible y sonreía al
verme hablando sola, mi padre era tierno y dulce, pero a menudo
introvertido y metódico al punto que su vida me parecía reglada por alguna
agenda misteriosa. Y la verdad, es que yo nunca sabía lo que pensaban esos
ojos que siempre me miraban como si vagaran en otro mundo.
Para mí, él era misterio y autoridad.
Desde muy temprano, mis padres me hablaron de Dios, aquel ser
todopoderoso que leía en tu corazón como en un libro abierto y te enseñaba a
siempre decir la verdad y a nunca hacer le mal. De suerte tal, que había
encontrado en Jesús a otro amigo imaginario al que pedía favores y ayuda
cuando sentía miedo y soledad. Era como un hermano mayor.
Fui creciendo y descubriendo que algunas preguntas hechas a mi madre no
tenían respuesta y ella miraba a mi padre, que obligado a salir de su
mutismo, me acariciaba entonces el cabello y decía:
- No todo en la vida tiene respuesta, hija; tú sólo debes creer para
salvarte, rezar y tener fe.
- ¿Salvarme de qué?
Entonces, su mirada se tornaba triste y su sonrisa adquiría aquel rictus que
sólo dan las duras experiencias de la vida:
- ...Ya tendrás tiempo de averiguarlo.

1
Para mi espíritu inquieto, no saber era perder pie, y a menudo fui perdiendo
fe en aquellos dos pilares cuyas respuestas insatisfactorias me parecían signo de
debilidad.
De pronto, comencé a ir a clases. Yo ya sabía leer y escribir desde muy
temprana edad y el temor de sentirme de súbito rodeada por compañeros
reales cedió rápidamente a la constatación de la inferioridad de mis nuevos
amigos. Grandes y chicos me hallaban rara y si los primeros me miraban a
veces con recelo e impotencia, los segundos lo hacían casi siempre con temor y
resentimiento (no son acaso dos reacciones hermanas frente a lo desconocido...)
que mi natural don comunicativo transformaba a menudo en obediencia y
servicio.

Cuando nació mi hermano, me sentí rápidamente responsable de él, una


inconsciente e incipiente desconfianza hacia aquellos padres que no conocían
todas las respuestas me impulsaba a protegerlo del mundo exterior, defenderlo
en todo y enseñarle lo que yo sabía para cubrir el flanco abierto que me
significaba aquella falencia familiar.
Para mí, lo que no conocías no lo controlabas, y eso te controlaba a ti.

Con los años, mi responsabilidad creció.


Muchas de las preguntas quedaban sin respuesta y si bien seguía yendo a misa
y rezando con fervor, permanecía mi curiosidad insatisfecha y poco a poco
había nacido en mí la idea de que Dios era el refugio de los que no querían
preguntar más allá. Claro que yo a él no lo cuestionaba, sólo a los que
vaciaban en él todo un mundo de insatisfacciones personales, de incógnitas
sin indagar, de problemas irresolutos...
Muy rápido, descubrí que mi don de mando podía servir un más noble
propósito que el de la manipulación de los débiles.
Como siempre era la primera en todo, y los grandes me tomaban como
ejemplo, decidí entrar en grupos juveniles religiosos y ejercer ese don natural
bajo el manto de la fe, ayudando a los pobres y necesitados con proyectos
sociales novedosos.

Cuando ocurrió un cambio.

2
Mi madre extrañaba su tierra de origen y había logrado convencer a mi
padre –también de otra tierra- a viajar donde ella y probar suerte ahí.
De súbito, mi hermano y yo nos hallábamos en otro mundo, descolocados y
sin más referentes que familiares maternos mirándonos con curiosidad.
Aquel salto no muy planeado de mis padres nos había precipitado en la
incertidumbre económica, abandonando literalmente adquiridos valiosos por
recuerdos y anhelos que prontamente revelaron su insubstancialidad.
El retorno a la realidad sería duro, porque había significado un retorno a
nuestro país, pero en condiciones muy diferentes.
De aquellas experiencias me quedaría siempre un oscuro temor a toda
situación improvisada, a toda decisión donde todo no estuviera previsto y
calculado de antemano, junto a la consciencia neta de que nada puede hacerse
afuera sin resolver primero la necesidad adentro.
Comprendía ahora esas numerosas traiciones que había sufrido por parte de
aquellos mismos a los que mi mano tendía. La inseguridad permanente te
hace poco confiable, porque desconfiado de todo y de todos...
De ahí que, muy rápidamente me forjaría un escudo racional de pautas
estrictas que reglarían mi vida, y el acceso al mundo interior que pretendía
proteger. Frente a mi familia, había asumido un rol protector preponderante
y yo hallaba la calma y soluciones donde todos veían crisis e impases. Y si
bien cultivaba buenas amistades que suplían la falta de familiares en mi país
natal, yo sabía jerarquizar las prioridades, consciente a muy temprana edad
de una responsabilidad de la que nadie –sino yo- me había imbuido para con
los míos.
Tal era el motivo por el que mis padres nunca se preocuparon ni me
sobreprotegieron en mi vida personal y anímica: yo transpiraba esa seguridad
de aquellos nacido para moverse en el mundo como pescado en el agua. Muy
madura antes de tiempo, no era preciso repetirme avisos ni consejos, por
instinto yo sabía qué era lo correcto y no podía evitar cierto desprecio hacia la
gran mayoría de mi género, para mí, irresponsable y superficial. Por lo que,
solía tener más amigos hombres que mujeres entre los cuales ejercía una suerte
de constante fascinación mezclada de seducción espontánea, la que sabía
temperar cuando fuera necesario.
De hecho, poco tiempo requirió mi aprendizaje con el “sexo fuerte”... De
partida, mi seguridad aparente los descolocaba en el primer encuentro y no

3
tardaba en “medirles el aceite” y actuar en consecuencia. Si me gustaban,
procuraba no demostrarlo y me hacía huidiza e impredecible. Como toda
personalidad fuerte, a menudo me costaba controlar mis pasiones, que
satisfacía a veces de modo frenético para luego distanciarme y recobrar el
control o hundirme en periodos de profunda depresión. Mis instintos siempre
me parecieron una debilidad porque al parecer más madura de lo que en
verdad era, mi madre nunca había creído necesario abocarse a la tarea de
guiarme en mi laberinto sentimental. De modo que autodidacta por la fuerza
de las cosas, mi conducta vacilaba entre momentos ardientes de pasión y la
más dura indiferencia.
No tardé en creer conocer a los hombres, los de mi país al menos, y en querer
buscar otra cosa, porque así como las mujeres, los descubrí superfluos e
inestables, y como yo necesitaba pilares y no hijos falderos, su inseguridad y
debilidad cubierta de orgullo se me hicieron –por mi natural capacidad
empática- prontamente intolerables. De ahí que buscara hacia nuevos
horizontes, mientras que los años habiendo pasado, ya me encontraba frente a
nuevo desafío: la Universidad.

Tal como mis estados de ánimo, variados y a menudo opuestos, mis


aspiraciones tocaban el amplio espectro de casi toda la actividad humana. Mi
energía desbordante me conducía casi siempre hacia las profesiones altruistas,
donde sentía que ese rol de ayuda al prójimo cumplía lo mejor sus requisitos;
y luego de varios vaivenes, me resolví finalmente por el estudio de la
sociedad.

Para toda persona que busca, la carrera universitaria se convierte muy luego
en una trampa, y la profesión, en el cebo que te precipitará en ella. Pero como
con todo en mi vida, estaba dispuesta a sacrificar parte de mis sueños,
mientras lograse mi objetivo: obtener las armas que me ayudarían en la
causa social, por el momento, mi objetivo primario.
De ese modo, vi como mi lado artístico perecía a medida que progresando en
los años, divididos en exámenes entre los cuales el estudio cubría la mayor
parte de mi tiempo, me acercaba cada día más a mi meta.
Dado mi natural liderazgo y la confianza espontánea que en todos suscitaba,
no consideré una perdida de tiempo el liderazgo estudiantil sino hasta que

4
descubrí que los estudios eran la antesala de la arena profesional: todos ahí
aprendían a usar a los demás y el líder era visto como un pastor idealista
cuyo principal pasatiempo era perder el suyo al servicio del rebaño...

Si para mí, Dios seguía existiendo, sus manifestaciones se hacían cada vez
más raras y aceptables. Nuestro experimento en el extranjero había abierto
una brecha entre mis padres que el bálsamo de los años no sabría colmar y
que sería desde entonces motivo de conflictos y rencores inconfesados entre ellos
dos, dejándonos –sus hijos- como testigos impotentes.
Y es que, habiendo renunciado al sacerdocio por amor, mis padres habían a
experimentado de joven las asperezas de la vida práctica y ese nuevo golpe les
había recordado aquellas privaciones, pero ahora, por un motivo en que el
amor tenía mucho menos que ver.
Aquel rencor, unido a las naturales dificultades adaptativas a un mundo
material y laboral donde lo espiritual es poco más que ausente, no tardarían
en carcomer la voluntad de vivir de mi padre, al punto de llevarlo a
abandonar este mundo antes que lo previsto por Madre Natura.
Aquel momento iba a marcar mi vida en mi percepción de las prioridades de
la existencia.
Por otro lado, el espectro de mis creencias abarcaba cada día más
contradicciones con un principio único y absoluto, mientras que mi
inteligencia se abocaba a la tarea de relativizar y el bien y el mal.
Dios se hacía cada vez más impersonal mientras que mi libre arbitrio se
sobreponía a todo destino trazado y determinante. Concluí mis estudios con
cierta saturación mental. Sabía que muchos de los dogmas inculcados ahí
eran dignos de las más variadas sospechas, pero mi sentido práctico me decía
que una cosa por otra: me permitía moverme a mis anchas en aquel mundo
pautado del Control Social...

Hace poco conocí a un extranjero con el que entablé una relación epistolar
bastante informal; me sorprendió primero su facilidad en hablar de su vida
con una desconocida y debo decir que a menudo me molestaba su forma
pedante de criticar cosas de mi vida, de suerte tal, que cuando al reunirnos
nuevamente, lo sentí demasiado serio y opté por dilatar un acercamiento que
él parece ver inevitable.

5
Amo la libertad de hacer y pensar lo que yo quiera.
Estoy en una etapa de mi vida en que las metas se cuestionan o se afiatan
para siempre y no sé qué exactamente es lo que busca este hombre.

De hecho, estoy terminando de leer anonadada las que él debe pretender que
fueron mi vida y mis acciones.

- No pretendo ninguna cosa.


- Ah, estabas ahí... ¿Crees saber mucho de mí?
- Esto no es más que una metáfora.
- Y que busca, señor...
- Explicarnos.
- ¿Cómo así?
- Somos una búsqueda, de si - mismo y de otra Alma con la que
poder seguir buscando.
- Pero lo que escribiste, esa piensas que soy yo...
- Poco importa si las cosas ocurrieron como las describí; uno es más
que la suma de sus acciones, pensamientos y sentires. Me puse en tu
lugar con el objeto de aproximarme a tu modo de ver, vivir y
sentir.
- No te acercaste ni a lo lejos.
- Acercarse a un Alma es también acercarse a si - mismo; es
preguntarse: ¿Oye? ¿Hacia donde vas, hombre? En aquel momento,
tus derroteros son los suyos por acercarse a ti sin vanidad, sin
orgullo, sin máscara alguna. Como toda Alma grande, sufres al ver
sufrir y vibras con la felicidad ajena, pero sólo después de esta visión
de ti, entendí que te espera un destino especial, así como siempre he
pensado haber nacido con un propósito. Nuestras Almas se
intuyeron la primera vez que nos conocimos. Luego, reunidas
nuevamente, adoptaron un discurso exterior para no abrirse y ver
en lo que es. ¿Será el barniz superior a la madera? ¿Necesitaremos
como Tristán e Isolda de algún milagroso filtro?

El tiempo revela toda cosa.

6
Christian L. Talarico.

You might also like