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ACOMPAÑANDO A JESÚS EN LA NOCHE DE SU AGONÍA Y EL PRELUDIO A

SU PASIÓN

1) El lugar le era familiar, Jesús conocía bien el Huerto de los Olivos. Pero esta
noche es diferente. Esta noche ha llegado Su hora... y Él lo sabe bien y por eso
está ahí, donde están los que obedecen... incluso hasta la muerte.
Esta noche, Jesús es sólo un hombre... un pobre hombre con la noche de todos
los hombres a cuestas... Esta noche será como un gusano: para eso ha venido
— para marchar como gusano en medio de la muchedumbre que mañana se
alegrará con Su muerte... con los huesos bien al descubierto, con el corazón
totalmente traspasado...
¿Podrá soportarlo?
Había suplicado: "Padre, aparta de mí este cáliz..." Pero sabe que el Padre no lo
apartará, sabe que lo Suyo es beberlo... y beberlo hasta el final, para que
nosotros seamos salvados.
Jesús sabe que la única palabra esta noche es la del Hijo: "No se haga mi
voluntad sino la tuya". Esta noche está llamado a demostrar que el amor es
más fuerte que el pecado, que el amor es más fuerte que la muerte... Tiene
que cumplir la cita con Su destino — el destino que Él conoce bien y que los
profetas anunciaron: Jesús está llamado esta noche a aceptar Su Pasión y Su
Cruz... El Padre acepta la ofrenda del Hijo; le carga con todas las iniquidades de
los hombres y a partir de ese momento, ya no le mira como objeto de Sus
complacencias, sino como víctima cargada con los pecados del mundo....
(Pausa de silencio.... canto)

2. Jesús había llevado consigo al huerto a tres de Sus discípulos: Pedro,


Santiago y Juan. Quiso encontrar en ellos apoyo y consuelo. Pero ellos se
dejaron vencer por el sueño. Por eso les diría: "¿Ni siquiera una hora han
podido velar conmigo?"... Pero ya no están solos en el huerto, llega un piquete
de guardias guiado por Judas, uno de los Doce. Y se acerca a besar a Jesús. El
Divino Maestro sólo le dice: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del
hombre?" ...
Desde la primera vez que se le menciona en los Evangelios, Judas es señalado
como "el mismo que le entregó"; el trágico apelativo de "traidor" quedará
unido para siempre a su recuerdo. ¿Cómo pudo llegar a tanto uno que Jesús
había elegido para que lo siguiera de cerca? Pero se dejó arrastrar por la
codicia, quizá también por la frustración que le causó un Mesías que nunca fue
ostentoso ni buscó el poder de este mundo. Quizá su amor se transformó
primero en sospecha y después en resentimiento. Así lo hace pensar el beso,
gesto que habla de amor, pero que en sus labios se convierte en gesto de
traición.
Jesús había venido a la tierra y tomó nuestra carne para aliviar a cuantos
sufren bajo el peso de sus cargas. Sin embargo, Su ofrecimiento de amor fue
rechazado por Judas. Con todo, Jesús no deja de amarlo...
Judas, en vano arrepentimiento de su traición, rechaza el sueldo de ignominia,
cediendo a la desesperación. Cuando Jesús habló de Judas como "hijo de la
perdición", se limita a recordar que así se cumpliría la Escritura. Un misterio de

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iniquidad que nos sobrepasa, pero que no puede superar el misterio de la
misericordia de Dios.
(Pausa de silencio y canto...)

3. Los guardias se llevan a Jesús, Quien ahora se ha quedado solo. Los


discípulos han huido, desorientados por la detención a la que alguno trató de
reaccionar con violencia — el mismo que poco antes había exclamado:
"¡Vayamos también nosotros a morir con él!" El miedo los ha vencido. La
brutalidad del acontecimiento ha prevalecido sobre su frágil propósito. Han
cedido, arrastrados por la corriente de la vileza y dejan que Jesús afronte, solo,
Su suerte. Sin embargo, formaban parte del círculo de Sus íntimos, Jesús los
había llamado "amigos".
De los discípulos que escaparon apenas prendieron a Jesús, regresan dos:
Pedro y Juan. Pedro no tarda en ser reconocido y ante el miedo, se refugia en la
mentira: niega todo, sin percatarse que así reniega de su Señor, desmiente sus
ardientes declaraciones de fidelidad absoluta y lo hace tres veces...
Pero un gallo canta, Jesús se vuelve, dirige Su mirada a Pedro y da sentido a
aquel canto. Pedro entiende y rompe en llanto. Lágrimas amargas, pero
endulzadas por el recuerdo de las palabras de Jesús: "No he venido para
condenar, sino para salvar". Ahora le reitera aquella mirada de "ternura y
piedad", la misma mirada del Padre, "lento a la cólera y grande en el amor",
"que no nos trata según nuestros pecados, que no nos paga conforme a
nuestras culpas"...
(Pausa de silencio y canto...)

4. Ahora, Jesús está solo ante el Sanedrín, lo rodea únicamente una


muchedumbre hostil y unánime en desear Su muerte.
Ya otras veces se había cernido la muerte sobre Jesús, cuando aludía a Su
origen divino. Ya otras veces, quienes lo escucharon habían intentado
apedrearlo. "No por ninguna obra buena –afirmaban– sino por la blasfemia,
porque tú, que eres hombre, te haces Dios".
Llevado primero ante Anás, éste lo interroga sobre Su doctrina. Y Jesús le
responde con dignidad: "Yo he hablado abiertamente ante la gente y todos los
que están aquí me han escuchado".
Sus palabras hacen temblar a los presentes; pero la perfidia es más fuerte... un
siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a Jesús y con guante de hierro le da
una bofetada, tan fuerte que le hace tambalear mientras Su divino rostro
palidece. No tiene en quien apoyarse, pero lo soporta todo por Amor...
Anás lo envía a Caifás. Ahora el Sumo Sacerdote lo apremia a declarar ante
todos si es o no el Hijo de Dios. Jesús no lo niega: lo confirma con la misma
gravedad y firma así Su propia sentencia de muerte...
(Pausa de silencio y canto...)

5. Jesús es encarcelado. Mañana será llevado ante Pilatos para que éste
ordene Su muerte por crucifixión. Sólo mirar el estado al que lo han reducido,
llena de dolor. Las manos atadas a una columna; los pies inmovilizados y

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atados también. Su rostro golpeado, hinchado y ensangrentado por las
bárbaras bofetadas recibidas. Sus ojos tienen la mirada cansada y apagada por
la vigilia; Sus cabellos en desorden y Su cuerpo todo golpeado.
No puede valerse por sí mismo para incorporarse. Pero Su Corazón sigue
latiendo con la fuerza que le da el amor — amor a Su Padre, amor a los
hombres por quienes sigue reparando ante la justicia divina. Quiere hacer
surgir en todos los corazones la aurora de la gracia para que el Padre pueda
reinar en todos y en todo...
Si alguien pudiera enjugar Sus ojos cargados de lágrimas y tristeza... limpiar de
Su rostro los salivazos con los que lo han ensuciado, besar Sus oídos para
reparar los insultos de toda la noche y liberar Su cuello oprimido por pesadas
cadenas, Sus pies y Sus manos amoratados e hinchados por las ataduras...
En ese momento resuena el chirrido de la llave del calabozo. Son los enemigos
que han venido a llevarle. Jesús se estremece — nuevamente en manos y a
merced de ellos. ¿Qué será de Él?
El sol comienza a despuntar, es el último de los días de Jesús en la tierra. Los
guardias, viendo a Jesús tan lleno de majestad a pesar de los golpes y los
ultrajes, no resisten que Él los mire con amor. En pago, descargan sobre Su
rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer y sangrar...
(Pausa de silencio y canto...)

6. El hombre sin culpa será llevado ante Pilatos. La ley y la justicia dejarán a
Jesús al arbitrio de un poder totalitario que buscará el consenso de la
muchedumbre. En un mundo injusto, el Justo acabará siendo rechazado y
condenado a muerte.
¡Viva el homicida! ¡Muera, en cambio, Aquel que ha venido a traernos la Vida!
Barrabás, el bandolero, será liberado; Jesús, el que vino a revelar al Padre y es
el Hijo del Padre, será crucificado.
Son otros y no Jesús los hostigadores del pueblo. Otros, no Jesús, han hecho lo
que está mal a los ojos de Dios. Pero el poder teme por su propia autoridad y
renunciará a hacer lo que es justo.
Pilatos entregará al Inocente, a Aquel en el que no halló culpa, y con ello
entregará también su misma autoridad a una muchedumbre vociferante. Jesús,
que en el Huerto de los Olivos se abandonó a la voluntad del Padre, mañana
será abandonado en el Pretorio a la voluntad de quienes gritarán más fuerte.
(Pausa de silencio... canto)

7. Jesús, el Cordero inocente, será enviado al matadero para quitar el pecado


del mundo... Pero todavía habrá de recorrer un largo trecho, lleno de sangre y
dolor —golpes, insultos, ultrajes. Todavía tendrá que ser flagelado, coronado
de espinas y, finalmente, cargado con el peso de la Cruz.
El corazón se conmueve al contemplar la soledad y el olvido en que le han
dejado Sus discípulos y aquellos a quienes curó.
¿Dónde están aquellos que fueron sanados, liberados, consolados y hasta
resucitados por Él? ¿Dónde habrán quedado todos los que apenas hace unos
días le proclamaron "Hosanna... Bendito el que viene en nombre del Señor".
¿Su sangre bendita será derramada en vano? ¿Será inútil tanto amor? ...

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En ese Tabernáculo, Jesús permanece cautivo por amor. Esta noche nos ha sido
permitido unir nuestras reparaciones a las de Él, acompañarlo meditando
brevemente lo que padeció durante esas amargas horas de Su Agonía y el
preludio a Su Pasión.
Que el amor del Hijo de Dios transforme nuestros corazones, para que
podamos amar como Él nos amó. Que de ahora en adelante, también nosotros
estemos dispuestos a hacer la voluntad del Padre. Que seamos capaces de
bendecirlo por los que no lo bendicen o blasfeman de Él; adorarle por todos los
que le tienen olvidado, por los que lo siguen injuriando sin piedad. Imploremos
para ellos la infinita misericordia de Su Corazón...
Mañana, Jesús, Rey manso de justicia y de paz, resplandecerá revestido de un
manto de púrpura, Su Sangre derramada por amor.

(Breve pausa... Canto final)

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