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Crítica del dualismo epistemológico

Sumario:
— Lo lógico y lo empírico
— Los axiomas
— Lógica: canon más organon
— A priori y a posteriori
— Inducción y deducción
El Ateneo Valeriano Orobón Fernández ha publicado en Kaos en Red un artículo sobre el
pensamiento de David Hume (1). No sabemos si sus autores pretendían limitarse a exponer de
manera sucinta el pensamiento de David Hume, un filósofo escocés del siglo XVIII, pero el caso es
que no hay ni la más leve mención crítica respecto a sus ideas que, con el pragmatismo, constituyen
el armazón ideológico más importante de la burguesía imperialista de nuestros días y, en
consecuencia, no podemos dejar pasar esa reseña sin más ni más.
Como Marx y Engels demostraron, la lucha revolucionaria no es sólo política, ni económica y, por
su parte, Lenin dijo que la epistemología, como la economía política, eran ciencias de partido (2).
Para vencer a la burguesía también hay que derrotarla en todos los terrenos ideológicos y, para ello
hay que desmontar sus podridas teorías, entre ellas las filosóficas.
Hay, pues, que tomar partido. Lenin ya lo hizo con Hume y sus epígonos empiriocriticistas de
finales del siglo XIX. Nosotros no hacemos más que seguir esa misma línea.
David Hume es un filósofo burgués clave que reforzó las tesis idealistas subjetivas del obispo
Berkeley con retazos de agnosticismo que las hicieron más digeribles. El agnosticiamo conduce al
positivismo: El agnóstico es un positivista puro, decía Lenin (3). El idealismo de Berkeley y Hume
es un idealismo subjetivo, corriente de que la que se puede decir que son sus iniciadores. Mientras
el idealismo objetivo fue durante siglos el pensamiento característico de las clases dominantes
esclavistas y feudales, el idealismo subjetivo de Berkeley y Hume es típicamente burgués, es decir,
individualista. El subjetivismo filosófico es una mutación del individualismo clasista de la
burguesía cuyo núcleo argumentativo consiste en negar la preexistencia de la materia respecto al
pensamiento, ya que no reconoce nada más allá de nuestras percepciones. En filosofía la burguesía
se mira su propio ombligo y no quiere ver nada más allá de sí misma. Esta tesis central es la que
hoy domina en la filosofía burguesa.
Junto a ella hay otro rasgo importante: como cualquier forma de idealismo, el subjetivismo es
consecuencia de la holgazanería burguesa, de su natural propensión, también clasista, a la
inactividad y, por tanto, a separar la teoría de la práctica, como si las ondas fueran ajenas a los
microondas. El pensamiento burgués también se aloja en apartadas urbanizaciones en las que
reproduce un universo artificial alzado a su imagen y semejanza.
Es normal, como reconoce el artículo, que este análisis de Hume fuera muy mal acogido por la
mayoría de los científicos y filósofos de su época. El Ateneo hubiera debido preguntarse por qué esa
disposición de ánimo cambió y Hume se convirtió luego en un campeón de la ideología burguesa.
Nosotros sólo vamos a abordar aquí algunos de los puntos que el artículo del Ateneo nos suscita.
Dejaremos aparte el problema de la causalidad porque entendemos que quedó suficientemente
expuesto en otro artículo ya publicado aquí (La contradicción corpuscular-ondulatoria en la
mecánica cuántica).
Tampoco nos vamos a centrar en Hume, que ni creó una nueva teoría ni fue quien la expuso con
mejores argumentos. Antes y después de él hubo otros pensadores que manifestaron mucha más
profundidad y que son a quienes hay que refutar verdaderamente. Especialmente Kant, que estuvo
muy influido por Hume, superó ampliamente al escocés y desarrolló un cúmulo de propuestas de
enorme trascendencia por lo que merece mucha más atención.

Lo lógico y lo empírico
Tratando de seguir a Hume, el artículo sostiene que existen de dos tipos de verdades distintas, a las
que califica como relaciones de ideas, por un lado, y cuestiones de hecho, por el otro. Mientras
Hume habla de asociación ideas, los del Ateneo hablan de relaciones de ideas que definen como
razonamientos propios de la geometría, el álgebra y la aritmética que no se basan en existencias
reales, es decir, que son proposiciones que sólo acuden a operaciones del intelecto,
independientemente de si lo que se afirma en ellas tiene existencia real en el universo o no. Por el
contrario, lo que califican como cuestiones de hecho se basan en la experiencia y, por lo tanto, son
proposiciones que tratan de cosas existentes. La física, la historia, las ciencias naturales, la
meteorología, etc., tratan sobre cuestiones de hecho cuyo conocimiento es imposible a priori, es
decir, sin una experiencia previa que nos muestre sus propiedades y efectos (4).
Hume no fue el creador de esta dualidad epistemológica; no hizo más que dar un carácter
subjetivista a una tesis previa que derivaba del idealismo objetivo. A nosotros no nos interesa la
forma que esa dualidad adopte en una u otra corriente ideológica burguesa, sino el hecho mismo de
su escisión, que es el que aquí vamos a exponer en su recorrido histórico, incluso más allá de Hume,
porque interesa desentrañar hasta dónde nos quieren conducir con ella.
En la filosofía moderna fue Leibniz quien introdujo esa distinción: Las verdades de razonamiento
son necesarias, y su opuesto es imposible, y las de hecho son contingentes y su opuesto es posible.
Cuando una verdad es necesaria, se puede hallar su razón por medio de análisis, resolviéndola en
ideas y verdades más simples, hasta que se llega a las primitivas (5). Con diferentes
denominaciones, desde entonces es corriente entre los filósofos burgueses distinguir entre esas dos
clases de verdades, sintéticas y analíticas, a posteriori y a priori, las que dependen de los hechos
observables, de la experiencia, y aquellas otras que tienen su justificación en la razón.
Por eso el artículo del Ateneo concluye que la física, al ser una cuestión de hecho no es
determinista, carece de certeza y seguridad, sólo proporciona conjeturas, etc. Pero si la física (o
cualquier otra ciencia) fuera un saber conjetural, como afirma el artículo, ¿cree alguien que sería
posible, por ejemplo, escuchar la radio? El conocimiento de las radiaciones permite fabricar
emisoras de radio, repetidores y receptores que transforman las ondas electromagnéticas en sonido,
y a la inversa. ¿Es eso una conjetura? Cada uno de nosotros cuando sintonizamos la radio tenemos
una certeza absoluta de que vamos a escuchar sonido. Nadie tiene nunca ninguna duda, salvo Hume
y sus secuaces, de que la física sí es predictiva porque de lo contrario, no existirían las emisoras de
radio, ni los pantanos, ni los buques, ni las bombillas eléctricas. Hablar de que la física solo
proporciona conocimientos probables es una soberana tontería, propia de filósofos de salón. Todos
los demás seres humanos cuando aprietan el boton del ascensor de su casa, nunca tienen dudas de
que llegará hasta el piso y les bajará cómodamente.
El dualismo epitemológico consolidó en la ideología burguesa la distinción entre términos lógicos y
términos empíricos, de manera que los primeros no aluden al mundo exterior sino que son entes sin
conexión con la realidad, como espíritus ambulantes. La lógica es trascendental, dirá Wittgenstein
siglos después (6). Leibniz responde al aforismo empirista nada hay en el intelecto que antes no
esté en los sentidos, con una excepción: salvo el intelecto mismo.
Era la vieja cantinela de las verdades innatas de todos los platonistas, esas intuiciones con las que
rememoramos lo que ya sabíamos de antemano y que no provienen del mundo exterior, ni de la
práctica, ni de la experiencia. Son verdades en sí tales como:
— ‘el todo es mayor que cualquiera de sus partes’
— ‘dos cosas iguales a una tercera, sin iguales entre sí’
Esas afirmaciones -afirma el idealismo- no dimanan de la prática y tampoco necesitan de nada más
para afirmarse a sí mismas; son verdades de esas que decimos en lenguaje coloquial de cajón, como
cuando decimos de algo que necesariamente tiene que ser verdadero que es lógico porque aunque
no podamos ofrecer testimonio de ello, no podemos imaginar que pueda ser de otra manera.

Los axiomas
La ideología burguesa sostiene que los axiomas (de la lógica, de la matemática, de la teoría de
conjuntos) son verdades innatas que no derivan de la práctica científica.
En la historia del pensamiento los axiomas tuvieron un origen jurídico; eran una especie de
imposición autoritaria que, por eso mismo, tenían muy poco que ver con la ciencia, que exige
demostraciones rigurosas, pruebas. La palabra latina para el griego axios es dignitas. En términos
escolásticos, dignitas involucra una noción de dominio y supremacía, no solamente en el sentido de
honor, de título, de distinción, sino también de máxima. La dignitas escolástica es un principio
lógico en el que dios se muestra al intelecto como principio general. Lo que no se demuestra se
impone.
Las verdades lógicas o de razón, como los axiomas, no se necesitan probar, y eso les diferencia, por
un lado, de la hipótesis y, por el otro, de las otras verdades que sí hay que demostrar, bien por medio
de la práctica, bien por medio de los axiomas mediante la deducción y la argumentación. De suyo se
desprende que en esta concepción los axiomas adquieren una aureola casi mística que expanden a
determinadas ciencias, como la matemática, a la que persigue la inmerecida calificación de ciencia
exacta, algo de lo que carece todas las demás ciencias.
Ese tipo originario de certezas absolutas e inmutables conduce a una vision estática del mundo,
donde nada cambia ni evoluciona y todo está exento de contradicciones para que el hombre lo
contemple extasiado.
Hubo un segundo paso dentro de esa misma divagación ideológica: no es la verdad de la lógica lo
que interesa, sino su consistencia interna (verdad formal), mientras que las ciencias empíricas se
fundamentan en la verdad material, esto es, en la concordancia con el mundo exterior al que
reflejan. La verdad lógica es consecuencia de su forma y es una sintaxis o encadenamiento
deductivo y especulativo. Ésta es la vía a través de la cual la consistencia pretende sustituir a la
verdad. En este punto es facil advertir tres deslices:
— la lógica sustituye a la epistemología
— la consistencia sustituye a la contradicción
— la especulación sustituye a la práctica
Tercer (a)salto: las leyes lógicas no son verdaderas ni falsas, son normas vacías de realidad,
verdaderas tautologías o argumentaciones estériles. Esto es absurdo porque el conocimiento exige
un par porque es un reflejo de algo exterior a él mismo. Un pensamiento tautológico que sólo se
refiere a sí mismo, si existiera, sería como algo vuelto sobre sí mismo, vacío. Somos animales
racionales -parecen decir- por lo que no necesitamos una teoría del conocimiento porque el
conocimiento ya está dentro de nosotros.
Una teoría puramente formal es un saber acerca de nada, lo que potencialmente significa, a la vez,
que es un saber acerca de todo. Por eso la lógica, en general, y la dialéctica, en particular, han
recibido toda clase de menosprecios como saberes pueriles y banales. Para demostrarlo acuden a
silogismos simplones, tales como Sócrates es un hombre, todos los hombres son mortales, luego
Sócrates es mortal. Aducen que el concepto de mortalidad está indisolublemente unido al de
hombre, por lo que el silogismo (este silogismo y todos los silogismos en general) no es más que
una tautología.
Esto es falso. Por evidente que toda ley nos parezca, siempre ha existido un periodo previo de
adquisición de su conocimiento en el cual, de manera inductiva, se ha materializado
progresivamente, de manera que posiblemente siempre se supo que todos los hombres son mortales
pero no siempre se supo que todas las ballenas eran mamíferos. Lo que para una generación fue una
verdad de hecho, para la siguiente se convierte en una verdad de razón (7). Cuando el conocimiento
ha acumulado suficiente información, cuando se asienta y desarrolla conceptos sólidos, lo que
históricamente ha sido un largo proceso de inducción, de experimentación y observación, gira
dialecticamente sobre sí mismo y se convierte en deducción. Cuando el saber se consolida y se
acumula entonces la deducción se impone para sistematizar, exponer y transmitir lo sabido.
Pero la ideología burguesa no se conforma con esto y ensaya una cuarta pirueta: las teorías no
empíricas, como la lógica y la matemática, son meros simbolismos convencionales y arbitrarios. El
relativismo es siempre el punto de llegada necesario de todas estas concepciones metafísicas. Pero
no merece la pena entretenerse ni un instante más en este punto sino poner simplemente de
manifiesto la caída en picado de la filosofía burguesa, cuya bancarrota parece no tener fin.
A nuestros efectos, poco importa en este punto las diferencias de matiz entre Hume (propenso a
escurrir el bulto con su escepticismo) y sus precedentes idealistas objetivos. El esquema dual de
todos ellos es bien simple: analítico y sintético; necesario y contingente; a priori y a posteriori;
universal y particular, pares todos ellos concebidos como irreductiblemente opuestos e
incompatibles, de manera que si, por un lado, lo analítico es necesario, universal y a priori, por el
otro, lo sintético es contingente, particular y a posteriori.

Lógica: canon más organon


Históricamente la lógica formal fue el refugio del idealismo objetivo y la escolástica medieval, una
disciplina cultivada con esmero que formaba parte del trivium, el elenco de los tres saberes más
importantes de entonces. Pero en el siglo XVI ya languidecía como un ejercicio retórico propio de
escolares que parecía a punto de sucumbir ante los nuevos métodos de observación y
experimentación. El formidable despegue de la ciencia realzó el valor de la inducción en detrimento
de la deducción y la especulación. El razonamiento dejaba paso al telescopio.
La lógica pasó del trivium a ser trivial. En 1781 Kant le asestó el golpe de gracia. En su Crítica de
la razón pura, diferenció dentro de la lógica el canon, la parte analítica y formal encargada de
asegurar la corrección de los razonamientos independientemente de su contenido, y otra parte, a la
que llamó organon, que desarrolla los conocimientos particulares de cada ciencia.
La lógica como canon comprueba la validez formal del saber ya existente, mientras que la lógica
como organon crea nuevo saber. Luego Kant afirma que la verdad es la concordancia del
pensamiento con la realidad exterior y, como en tanto que canon la lógica es un conocimiento
abstraido de todo contenido, resulta que a sus leyes no se les puede aplicar el carácter de verdaderas
ni falsas. Kant consideraba que la lógica se compone de las reglas formales del pensamiento que
describen las relaciones que guardan los enunciados entre sí. Esas reglas carecen de contenido
cognoscitivo, sirven para corregir errores de razonamiento, quedando como meras fórmulas. La
lógica es estéril; se compone de tautologías del tipo a=a ante las cuales ningún conocimiento puede
estar en contradicción, pero estériles ellas mismas para la ampliación del saber: no añaden nuevo
conocimiento, que es el objetivo de la ciencia.
La lógica no sirve para formular enunciados sobre los objetos y, sin embargo, resulta tentador
hacerlo, por lo que se incurre fácilmente en un arte ficticio al transformar lo que es un canon en un
organon, es decir, en utilizar la lógica con la pretensión de ampliar el conocimiento: Empleada de
esta forma, como pretendido organon, la lógica general recibe el nombre de dialéctica. A partir de
aquí Kant se deshace en improperios conta la dialéctica como arte sofístico para dar apariencia de
verdad a la ficción: La lógica no nos suministra información alguna sobre el contenido del
conocimiento sino sólo sobre las condiciones fomales de su conformidad con el entendimiento (8).
La diferencia era bastante clara, pero sus epígonos mutilaron a Kant groseramente, quedándose con
la segunda tesis y tiraron la primera por la borda: no solamente la dialéctica sino toda la lógica, en
general, quedó bajo la sospecha de fabricar ideas sin soporte ninguno o, al menos, como una
disciplina estéril incapaz de innovar y promover nuevos saberes.
El propio Kant no era ajeno a este menosprecio por la lógica, porque, en su opinión, en más de dos
mil años si bien no había dado ni un solo paso hacia atrás, tampoco había sido capaz de avanzar un
solo paso. Esta apreciación le condujo a la conclusión de que la lógica estaba definitivamente
concluida, y nada más podía esperase de ella, salvo lo que ya estaba expuesto. Quedaba condenada
a permanecer arrinconada en el desván en el que Aristóteles la había dejado; lo mejor era que
permaneciera así para siempre, porque, además de no contribuir positivamente al acerbo del
conocimiento, podía expandir especulaciones infundadas. Ante el futuro, según Kant, la lógica no
podía añadir ningún conocimiento nuevo a lo ya sabido porque no se trataba de un conocimiento
empírico. El conocimiento, decía Kant, no puede derivar de tautologías, del círculo cerrado del
razonamiento deductivo, que es el propio de la lógica formal. El futuro estaba en la inducción, en la
observación empírica.

A priori y a posteriori
Partiendo de Leibniz y Hume, Kant también admite la existencia de las dos especies de verdad, la
verdad fáctica y la verdad lógica, si bien va más allá y trata de argumentar el criterio para deslindar
lo que él califica como el conocimento analítico y el sintético. Según su tesis, el conocimiento es
analítico cuando no va más allá del significado de los términos que emplea, mientras que es
sintético cuando tiene un contenido fáctico, cuando se refiere a una realidad exterior. La distinción
entre lo a priori y lo a posteriori es paralela: mientras el conocimiento a posteriori se sostiene sobre
la experiencia, un enunciado a priori no necesita recurrir a ella para afirmarse. Finalmente, cabe
añadir, que mientras lo a posteriori es contingente, meramente probable, lo a priori es necesario.
Hasta aquí Kant repite lo que ya se sabía.
Pero, a diferencia de Hume y los empiristas, Kant desarrolla una zona intermedia entre lo analítico y
lo sintético, por un lado, y lo a priori y a posteriori, por el otro. Para Kant todo enunciado analítico
es a priori, pero las fronteras entre ambos pares no coinciden: existen enunciados que son a la vez
sintéticos y a priori. Son sintéticos porque aluden al mundo y son a priori porque no exigen
justificación por medio de la experiencia.
¿A dónde quería ir a parar Kant? Pues a defender que la matemática y la geometría eran
conocimientos de esta especie singular (9) y, además, que, por ello mismo, la matemática tiene una
naturaleza distinta de la lógica. Él menospreciaba la lógica pero no la matemática. Según él, la
matemática se compone de juicios sintéticos que, sin embargo no dependen de la experiencia. Sus
postulados no son a posteriori sino a priori, es decir, universales y necesarios.
Kant pensaba que cualquier ley científica -excepto la matemática- podía ser refutada por una
experiencia posterior a su formulación, mientras que las leyes matemáticas tienen carácter de
necesidad, es decir, a priori. Ninguna ley necesaria puede ser tomada de la experiencia. En
consecuencia, para Kant mientras la lógica es analítica y de ella no se pueden obtener nuevos
conocimientos, la matemática, por el contrario, es sintética.
No obstante la profundidad de su exposición, las tesis kantianas tardaron muy poco en quedar
obsoletas y todas y cada una de las piezas de su entramado se vinieron abajo.
La concepción matemática y geométrica de Kant derivaba de su concepción a priori del espacio, a
su vez edificado sobre dos pilares que se hundieron sucesivamente:
— la geometría de Euclides
— el espacio absoluto de Newton
La teoría de la relatividad no fue más que el golpe de gracia a las tesis kantianas.
Ya en 1830 Lobachevski demostró que la geometría podía cambiar sus postulados más básicos y
que, como todas las demás ciencias, también podía evolucionar para no quedar petrificada en
ningún sistema acabado de conocimientos. La geometría tenía que ver con la realidad; era algo
empírico, un reflejo de la propiedades del espacio real. Para determinar si el espacio ra plano o
curvo y cuál es, por tanto, el tipo de geometría que realmente describe nuestro espacio, Gauss midió
los ángulos entre tres altos picos en Hannover, lo cual no tenía nada que ver con una ciencia se se
sostiene sobre verdades de razón. La geometría parecía necesitar de recursos empíricos y la
matemática parecía empezar a salir del limbo en el que el platonismo la tenía recluida desde hacía
siglos.
Otra de las tesis kantianas, la separación entre la lógica y la matemática, cayó a mediados del siglo
XIX cuando, como vamos a ver, Boole las fusionó.
Por eso cuando a finales del siglo XIX Frege, siguiendo las pautas de Boole, trata de fundamentar la
aritmética en la lógica, no se refiere ya a toda la matemática sino exclusivamente a la aritmética.
Para él la geometría tenía una naturaleza diferente y se ve impelido a separar la geometría de la
aritmética para evitar el problema de las geometrías no euclídeas: la geometría ya estaba
contaminada por consideraciones fácticas pero aún quedaba la lógica con sus verdades de tipo
superior, perfectas e inconmovibles.

Inducción y deducción
La separación entre entre verdades de hecho y verdades de razón no es más que un lastre ideológico
remolcado desde la escolástica medieval para demostrar la existencia de dios. Según la teología
cristiana el ens necessarium se contrapone al ens contingens como la esencia se contrapone a la
existencia. Lo contingente es aquello que puede existir o no existir, lo que no es en sí sino en otro:
todo ens contingens es un ens ab alio. El creador es el ser necesario y lo creado el ser contingente.
Los escolásticos afirmaban el carácter contingente de las criaturas con el fin de demostrar que éstas
-y en particular el hombre- dependían del creador.
Fichte ofreció una variante mundana de este razonamiento: sólo lo contingente debe ser
fundamentado, y se debe fundamentar en otra cosa distinta de ello mismo; el fundamento debe
quedar fuera de lo fundado (10).
Pero los materialistas no reconocemos la existencia de ideas innatas ni ninguna forma de
conocimiento a priori. Unos conocimientos no se fundamentan en otros más seguros ni más sólidos
sino que todos ellos se adquieren y se confirman en la práctica. No existe ningún axioma que esté
por encima de la práctica y de la experiencia y en el que podamos fundar con certeza los sucesivos
postulados por pura deducción. Los materialistas no podemos, en absoluto, admitir esa dualidad
epistemológica, esa escisión del conocimiento en dos universos separados. En la ideología burguesa
el conocimiento empírico es contingente y ella busca una supuesta verdad absoluta,
omnicomprensiva y establecida de una vez y para siempre, que no existe ni existirá jamás. El
conocimiento cambia, está siempre construyéndose, pasando de la ignorancia al saber. Todo
conocimiento es aproximativo y dinámico, en una progresión infinita que penetra en la realidad,
como decía Engels, de manera asintótica. Lo universal está unido a lo individual, lo necesario a lo
contingente, lo esencial a lo accidental y lo eterno a lo cambiante. Lo mismo cabe decir de los
demás dualismos kantianos: la síntesis no está escindida del análisis como la acción no está
escindida de la reacción, ni la atracción de la repulsión. No existen tales dicotomías como universos
cerrados y separados entre sí.
Cuando la ideología burguesa alude a los axiomas o las verdades lógicas sólo toma en
consideración un momento o una forma aislada de todo el proceso de formación de los sistemas
deductivos, pretendiendo ignorar dos hechos capitales:
— que previa a la deducción ha existido antes un largo proceso de inducción
— ese proceso de inducción es un proceso de acumulación de conocimientos.
La sistematización de la geometría por Euclides requirió reunir las observaciones y mediciones de
babilonios, egipcios y sumerios practicadas durante varios siglos antes. La elaboración de la tabla
periódica por Mendeleiev en 1869, en la que se ordenaron todos los elementos químicos conocidos
hasta entonces, no fue arbitraria sino que igualmente resumió el amplio elenco de nuevas sustancias
simples descubiertas hasta la fecha. Lo que permitió que la geometría fuese expuesta
axiomáticamente, según Hilbert, fue el estado tan avanzado de desarrollo en que se encontraba: La
geometría es una ciencia cuyos factores esenciales están a tal punto desarrollados, que todos sus
hechos pueden ya ser deducidos de otros más básicos. Cuando se han acumulado suficientes
experiencias y se han abarcado en conceptos generales, una determinada ciencia se encuentra en
condiciones de establecer axiomas generales y sistemas de deducción, clasificación y comparación
de los conocimientos.
Ambas desempeñan funciones diversas: la inducción empírica atiende fundamentalmente a los
nexos entre los fenómenos mientras que corresponde a la deducción poner el acento en los
conceptos y las definiciones. Marx dice que no existe ninguna ciencia deductiva sino ciencias
expuestas deductivamente. En El Capital habla de un método de investigación y un método de
exposición: La investigación ha de tender a asimilarse en detalle la materia investigada, a analizar
sus diversas formas de desarrollo y a descubrir sus nexos internos. Sólo después de coronada esta
labor puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real. Y si sabe
hacerlo y consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la
posibilidad de que se tenga la impresión de estar ante una construcción a priori (11). Es el método
de exposición, el método deductivo, el que da la impresión de constituir un a priori ajeno a la
experiencia. En todos los manuales científicos la historia de la adquisición de cada conocimiento ha
desaparecido por completo y, en no pocas ocasiones, los últimos descubrimientos aparecen al
principio de modo que la lógica oculta la epistemología.
La formalización deductiva no crea ni define las abstracciones científicas sino que las organiza de
una determinada manera, tratando de explotar sus múltiples posibilidades. Los sistemas axiomáticos
no son nunca un punto de partida, sino un punto de llegada. Decía Kant que la razón primero
termina cuanto antes su edificio y no examina hasta después si los cimientos tienen el asentamiento
adecuado (12). Frege tituló su primera obra de lógica como Conceptografía porque se trataba de
eso, de buscar otra manera de expresar las mismas ideas de una manera diferente, como así lo
reconoce él mismo: En nuestro caso lo nuevo no es el contenido del teorema, sino el modo como se
lleva a cabo la prueba, los fundamentos sobre los que se apoya (13). Su pretensión era la de
justificar, la de asentar teoremas discutidos o, por lo decirlo en otras palabras: se trataba de depurar
errores en la argumentación científica que, por lo demás, era la tarea clásica de la lógica formal. No
es que la lógica sea pura tautología sino que está orientada a alcanzar los mismos resultados por
otras vías, por las vías formales y deductivas.
Pero esto no es algo que sólo tenga un carácter histórico sino que la deducción pura y simple
tampoco existe. En toda inferencia científica la deducción está unida a la inducción. No existen
deducciones puras desgajadas de la inducción; no constituye el simple paso de lo general a lo
particular al margen del movimiento inverso que va de lo particular a lo general. El razonamiento
que lleva de lo general a lo particular pasa constantemente al racionamiento que va de lo particular
a lo general, y al contrario. Da la impresión de que, separadas ambas fases del proceso de
conocimiento, la primera, la que va de lo particular a lo general, expresa lo contingente mientras
que la otra, la que va de lo general a lo particular, se deduce como necesidad.
Resumir y ordenar los conocimientos que ya poseemos proporciona muchos conocimientos nuevos,
aporta nuevas ideas, decía Kant. Incluso su mera clasificación, como bien lo demostró la tabla
periódica de Mendeleiev, favorece una nueva expansión del conocimiento; la tabla permitió suponer
la existencia de elementos desconocidos, como el galio, descubierto sólo seis años después de
aparecer la tabla: la teoría se anticipaba a la práctica. Una reorganización de los conocimientos ya
existentes permite explorar nuevas propiedades y relaciones. Esa determinada ordenación del saber
está orientada a proporcionar nuevas demostraciones de teoremas ya sabidos.
Notas:
(1) http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=23977
(2) Materialismo y empiriocriticismo, § 6.4.
(3) Materialismo y empiriocriticismo, § 2.2.
(4) Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, 2003, pgs.31 y stes.
(5) Monadología, § 33.
(6) Tractatus logicus-philosophicus, § 6.13.
(7) Lenin, ‘Cuadernos Filosóficos’, en Obras Completas, tomo 29, pg.370
(8) Crítica de la razón pura, Barcelona, 2002, tomo I, pgs.92 y stes.
(9) Crítica de la razón pura, cit., tomo I, pgs.51 y stes.
(10) Teoría de la ciencia, Madrid, 1984, pgs. 32-33.
(11) Prólogo a El Capital, México, 1973, tomo I, pg.XXIII.
(12) Crítica de la razón pura, cit., tomo I,pg.47.
(13) «Prólogo a las leyes fundamentales de la aritmética», en Escritos sobre semántica, Barcelona,
1971, pg.127.

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