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Reflexiones sobre los fundamentos éticos de la

psicología comunitaria
Maritza Montero 1
Universidad Central de Venezuela

Comentario editorial

Las reflexiones de Montero sobre los fundamentos éticos de la psicología comunitaria aportan importantes ideas
necesarias para determinar la clase de trabajo comunitario que se ha de realizar y la manera de realizarlo. La autora
nos ayuda a comprender cómo aspiramos por una sociedad mejor mientras buscamos que se oigan las voces de las
mayorías silenciosas, recuperando el saber del pueblo, luchando por la equidad y la igualdad y fomentando la
democratización.
Ella nos hace recordar qué importante es considerar al Otro, no como “sujeto" en el proceso de investigación, sino
como actor social, dotado de voz, capaz de decidir y de participar plenamente en las intervenciones, investigaciones y
reflexiones de la comunidad. Esta consideración tiene enormes implicaciones para las intervenciones en materia de
promoción de la salud y prevención de enfermedades puesto que la participación comunitaria es fundamental para la
ejecución acertada de esos programas.
También nos hace recordar que las comunidades tienen una historia y una cultura que se han reconocido y, se han
tenido en cuenta al planificar las intervenciones y que toda comunidad dispone de algunos recursos que pueden
aprovecharse y desarrollarse de acuerdo con las metas que se ha fijado. Insiste, además, en que el centro de poder y
control deberá estar dentro de la comunidad. Esta se convierte esencialmente en la base para el método de lucha por el
poder en investigación-acción comunitaria. Como concluye Montero, las bases éticas de la psicología comunitaria,
siempre que estén arraigadas en la práctica, producen cambios sociales: cambios en los entornos locales, entre las
personas envueltas en esos cambios y entre algunas de las personas que los rodean; entre los agentes externos de cambio
y también entre algunas de las maneras de pensar de las sociedades sobre sus problemas. Esta obra ofrece varios
ejemplos.

Este capítulo versa sobre la ética, tema inevitable cuando se habla de atención y promoción de la salud y de psicología
comunitaria. Y al considerarse la salud, de una manera u otra se aborda también lo que no es sano, las enfermedades y
cuestiones referentes a la vida y la muerte. Pero la asociación antedicha tiene que comenzar con una consideración acerca
de quiénes son aquellos cuya salud ha de promoverse, y qué papel debe desempeñar la psicología comunitaria respecto de
la promoción de la salud.

El siglo veinte comenzó con la promesa de la instalación abrumadora del individualismo, promesa que se cumplió pese
al triunfo del socialismo en una vasta zona del mundo, pero paradójicamente, llega a su término en un momento en que el
individualismo se ve cuestionado por el mismo sistema que lo exaltó, sordo a las voces opositoras, silenciándolas a
menudo por la fuerza. Al mismo tiempo el socialismo, tal como se lo entendía en las sociedades de estilo soviético, estaba
desapareciendo.

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Dirección: 80394, Prados del Este, Caracas, 1080-A, Venezuela. Fax: (58-2) 753-2314 Correo electrónico: mmontero@reaccium.ve
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Hemos visto la saturación del individualismo, los excesos del yo, visto como el centro de un sistema alrededor del cual
gira el mundo. La sociedad, como una galaxia, está constituida por millones de esos sistemas individuales, solitarios en
sus relaciones egocéntricas, y al mismo tiempo, perdidos y buscando sin rumbo al otro y a sí mismos. Esto es lo que
Gergen (1991) ha dado en llamar ausencia de una "esencia individual a la que uno permanece fiel o consagrado". Un
fenómeno evidenciado por la existencia de una identidad condenada a estar siempre en movimiento, surgiendo,
re-formado, re-dirigido de acuerdo a su constante búsqueda de nuevas relaciones en las cuales encontrar algún sentido.
Porque, al excluir la permanencia y dirigirse a individuos aislados, la sociedad actual genera un sistema que condena a la
persona al vacío. Mientras la persona se convierte en el eje o factor crucial de la relación, se la lleva a la alienación,
exponiéndola a convertirse en un objeto. Desde la perspectiva de la sociedad de consumo, se ha separado al individuo de
sus compañeros o compañeras, disociándolo de los grupos a los que pertenece. Los vínculos de ese individuo se pierden
en esas relaciones alienadoras en las que la satisfacción es una función de los objetos.

Según Gergen (1991), ese proceso de saturación social despoja al individuo de los “marcadores tradicionales de
identidad, racionalidad, intencionalidad, conocimiento de sí mismo y coherencia sostenida", como ha ocurrido junto con
la desaparición de “las voces que tradicionalmente informan a la cultura acerca de cuestiones concernientes a la
personalidad individual”. Aparentemente, la cuestión sigue siendo "ser o no ser". Si bien la satisfacción individual de las
necesidades colectivamente individualizadas lleva al apogeo del individualismo, también parece haber sofocado al sujeto,
al menos como se ha entendido en la tradición occidental.

El modernismo ha fomentado un sujeto racional, generalmente orientado por el paradigma del homo economicus,
siempre a la búsqueda del máximo de ganancia con el mínimo de esfuerzo. Pero al mismo tiempo, el modernismo definió
la ganancia por vía de aspectos no racionales: la saciedad de los apetitos, impulsos y búsqueda del placer. Pero a finales
del siglo y con el grado actual de saturación por los medios de difusión, ¿cómo se puede hablar de ese sujeto perdido en la
materialización de las relaciones como si se tratara de la única concepción existente del ser humano'? Si el modernismo ha
materializado al sujeto por inclusión, también lo ha hecho por exclusión. Una historia trata de los centros de poder; otra,
de la periferia. La saturación produce alienación en el reino de la industrialización. La escasez y la indigencia producen
alienación en las sociedades subdesarrolladas.

Una ontología diferente: el estado de relación.

Tanto las sociedades de la abundancia como las de la escasez son heterogéneas. En ambas coexisten el modernismo, la
tradición, el postmodernismo y el exceso de modernismo. El estado de relación puede ser un mecanismo alienador y
politiqueador y también humanizador. De modo que en países considerados colectivistas el estado de relación puede tener
diferentes connotaciones. A veces la armonía, las obligaciones y el bienestar colectivos se refieren exclusivamente al
grupo prominente, lo que lleva a la exclusión de ciertas categorías, comunidades u otros grupos dentro de ellas. Un
entendimiento ético del “otro” en la relación podría ayudar a ampliar esta limitada noción, extendiendo la comprensión de
aquellos excluidos por la definición de "nosotros”.

Esto significa, como afirma Moreno (1995), que en lugar de considerar que el individuo es la unidad social
fundamental, ese lugar también está ocupado por el estado de relación. Guareschi (1996), un investigador brasileño,
cuenta cómo una vez, en una discusión reflexiva con integrantes de una comunidad, una adolescente de 15 años de edad
definió una relación de la siguiente manera: "es algo que no puede existir por sí solo si no hay otra persona”. Es una
manera muy clara de decirlo. La relación se refiere a ese modo particular de vincularse a otro ser, que de alguna manera
constituye ambas partes. Las relaciones no son objetos ni productos de individuos; los individuos se construyen en
relaciones, creadas al mismo tiempo por ellos. Uno es en la relación, no por sí solo, en forma aislada. Nadie puede
prescindir del otro, a menos que esa persona sea, como dijo Aristóteles en su Nícomachean Ethics (Moral a Nicodemo)
(1952), un animal salvaje o un dios. Puede encontrarse una idea parecida en la tradición judeocristiana: en los Evangelios,
la expresión de Cristo "yo soy” da a entender que, por ser Dios, solo El es, porque solo Dios es sin otros seres, solo Dios
es el Ser. En cambio, los seres humanos son en relación y no pueden ser fuera de ella. Los estudios sobre socialización,
así como los estudios del desarrollo los casos de niños salvajes ilustran bien este carácter social de los seres humanos.
Una concepción tal del sujeto encuentra un nicho perfecto en la investigación y acción comunitaria, donde la relación es
fundamental para el entendimiento de objetivos y proyectos colectivos. También tiene orígenes éticos y consecuencias
éticas.
La ética, la comunidad y el otro
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Se ha entendido a veces que la ética trata del “Juicio y apreciación aplicados para distinguir entre el bien y el mal”
(Lalande, 1953). Aunque también son comunes las definiciones más limitadas. Ferrater Mora (1975) considera que, en su
evolución, la ética "se ha identificado más con la moral", y la define como “la ciencia que trata de objetos morales en
todas sus formas”. O sea, parte de la filosofía que trata de la moral. La ética concierne a la esfera de la reflexión sobre
qué es lo correcto, sobre las acciones humanas sujetas a patrones de bondad y rectitud que han de producir bienestar
personal y colectivo. La moral concierne a las normas que rigen las acciones humanas en cuanto a su bondad y malicia.

Arístóteles consideraba que la rectitud y la corrección están basados en la justicia, de lo cual se derivaría la equidad.
En su Nicomachean Ethics (1952. V.3. 1130), Aristóteles afirma que la justicia es el centro de la ética, y la equidad sería
“una corrección de la ley donde ésta es imperfecta debido a su universalidad”. Acerca de la equidad, Lalande afirma que
se trata de un "sentido firme y espontáneo de lo que es justo e injusto tal como se manifiesta en la apreciación de casos
concretos y particulares” (La Lande, pág. 377. Vol. l).

Por lo tanto, una idea de igualdad que no se base en el ser como individuo aislado, sino en la relación en que uno es,
pertenece al ámbito de la ética por estar arraigada en el reconocimiento del Otro, no solo como igual, sino como parte
esencial para ser. Al adoptar esta consideración de la ética, me alejo algo de la relación terapeuta-cliente. Estoy de
acuerdo con Prilleltensky (1990) cuando dice: “ese modelo se concentra principalmente en las obligaciones hacia el
cliente individual a expensas del comportamiento moral proactivo hacia la sociedad en general" (pág. 130). Se trata de una
concepción demasiado limitada, si bien necesaria. No abarca ciertamente todos los objetivos de la psicología comunitaria,
especialmente la promoción del cambio social.

La relación como base de la ética supone la forma más amplia de expresión de rectitud, en el sentido de que va más
allá de expresar el interés propio a fin de considerar que las necesidades comunes son superiores a las personales, y que
el interés común está por encima del bienestar individual. Como afirma Rorty (1997, pág. 89): "no hay diferencia entre el
hambre de nuestro hijo y el hambre de un niño en alguna parte del mundo escogido de manera fortuita". La ética se
refiere a una dimensión social en la que la justicia y el ser ético o no ético tienen lugar “en relación con algo o alguien”
(Guareschi, 1996, pág. 15), nunca de modo abstracto.

Estado de relación, el otro y yo

Si una ética del estado de relación supone no solo que su centro es la justicia sino también la igualdad, se está
reconociendo no solo el carácter humano y respetable del Otro, sino también que la calidad de ser otro no es solo una
diferencia, sino también parte del Yo. Es, por tanto, un elemento necesario para su constitución, puesto que el Yo es
fundamental en la constitución del Otro. Buber (1969) dice que el Yo y el Tú conforman un par de términos que son
palabras fundamentales del lenguaje. "No hay un Yo en sí mismo, sino solo el Yo de la palabra primordial Yo-Tú y el Yo
de la palabra primordial Yo-Ello (pág. 10). Y esas palabras primordiales indican las relaciones. La relación con el Otro en
el cual somos y la relación con las cosas (Ello) en las que nos expresamos nosotros mismos.

Esto coloca al sujeto en una dimensión que es siempre y necesariamente plural y recíproca. De allí que la necesidad
de ser de la igualdad genera la posibilidad de justicia. En esta concepción está inscrito el carácter dialogal, horizontal,
dinámico e intersubjetivo de la psicología comunitaria, y también su carácter analéctico.

Por la analéctica, Dussel (1988) propone una extensión de la dialéctica, en el sentido de incorporar una nueva
posibilidad en la construcción del conocimiento: lo otro excluido de los que no son solo diferentes (como antitético a lo
que es opuesto, pero complementario), pero que son ajenos, extraños, diversos o inesperados. La palabra "analéctica"
deriva del griego anas, que significa del más allá, de un plano superior, de otro lugar, desde otra perspectiva, no
necesariamente vinculado al mundo en que vive el sujeto con conocimientos. La analéctica, entonces, introduce la
libertad y perplejidad de un Otro complementario y proviene de este. La dialéctica se convierte en lo que Dussel (1973)
llama ana-dia-léctica. Un método ético, puesto que se basa en la aceptación del Otro en toda su diferenciación.

Es a esa condición ética que está vinculada la consideración del Otro en el papel de actor y constructor social del
mundo, como parte de la participación en su transformación. Un actor que solo puede ser visto como ser activo que crea,
transforma, investiga e interviene con el derecho a ser consultado a fin de saber cuáles son sus necesidades, deseos y
anhelos. Un actor que también decide cuáles son sus prioridades y analiza la viabilidad de los medios y maneras para su

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posible satisfacción, puesto que lo que está involucrado son su vida, su medio ambiente, sus relaciones. Es también un
actor responsable, que responde de sus actos.

¿Quién sabe? ¿Quién decide? ¿Acerca de qué?


Esto plantea un delicado e importante problema: el posible choque o la posible disparidad de opiniones entre las
comunidades y los agentes de cambio externos, incluidos los psicólogos comunitarios. ¿Qué ocurre si hay oposición, o
confrontación entre lo que se considera necesario desde la perspectiva de los científicos y expertos y las necesidades
percibidas y sentidas desde el punto de vista de la historia y las condiciones de vida de la comunidad? Esta posibilidad
de desacuerdo, esta fuente de disparidad y aun de oposición, plantea un problema ético a los psicólogos comunitarios.
Un problema que es al mismo tiempo técnico y ético: conocer las circunstancias causantes de peligro o malestar, conocer
las dificultades y necesidades, o los procedimientos que podrían beneficiar a la comunidad, que ésta, por ignorancia o
debido a ciertas creencias no los considera necesarios y rechaza la solución o un servicio propuesto. El hecho de no
proteger a una comunidad o a parte de ella de un peligro, o de no extender los beneficios de una nueva tecnología o de los
nuevos conocimientos, generando o manteniendo, o dejando extender una situación de privación, incluso de desequilibrio
social o de despotismo, choca con los aspectos deontológicos de la psicología como práctica profesional.

De esa manera, no solo se trataría injustamente a la comunidad, sino que también un grupo o sector de la población
quedaría, a sabiendas, sin protección y en condiciones deficientes o de escasez o incluso en riesgo de muerte o de
discapacidad permanente. ¿Es posible saber y retener ese saber al mismo tiempo? ¿No se está cometiendo un error por
omisión?

Por otra parte, si se ignoran las necesidades sentidas, opiniones y deseos de los integrantes de una comunidad, puede
generarse un desajuste entre las instituciones de servicio público y las comunidades a las que se destinan esos servicios.
Al mismo tiempo, eso podría llevar a la indiferencia, insensibilidad y despotismo de los agentes externos, con el
consiguiente daño de las relaciones de estos con las comunidades. También puede crearse una peligrosa situación que
conduzca a la burocratización de esas relaciones de tal manera que los servicios dejen de responder a las necesidades de
los usuarios. Los integrantes de la comunidad pueden también mostrarse apáticos, indiferentes, pasivos y desconectarse de
cualquier programa que se esté llevando a cabo. También puede darse que la participación habilitadora de la comunidad
quede sustituida por una relación de clientelismo. Por clientelismo se entiende la relación en la cual una de las partes viene
a depender de la otra para obtener servicios o mercadería. o para resolver problemas. De modo que un polo de la relación
controla y administra los recursos y el otro se convierte en "cliente fijo”

Esto reviste importancia para la promoción y, atención de la salud. Los descubrimientos científicos y las nuevas
técnicas y prácticas no se generalizan entre la población de un país y entre las diferentes zonas del planeta hasta pasado
cierto tiempo. Los conocimientos ordinarios y los conocimientos científicos chocan, van juntos y también corren
paralelos, todo al mismo tiempo. En esos casos, el punto de vista ético de los psicólogos comunitarios debe ser la
conservación de la vida humana, promoviendo para ello una mejor calidad de vida y los cambios sociales necesarios con
la participación de la gente de las comunidades a fin de que puedan tener una vida más saludable. Esto significa que hay
que trabajar a lo largo de líneas de comportamiento coincidentes y ser, mientras tanto, abiertos y receptivos a las
prácticas (culturales) tradicionales que han resultado útiles, estudiándolas y conectándolas con los nuevos
conocimientos. Esto también significa sensibilizarse acerca de los aspectos y peligros que han de evitarse y sobre las
prácticas que pueden emplearse para adquirir una mejor calidad de vida o para tratar enfermedades y dolencias y para
mantenerse sano. También muy importante es el hecho de que los procesos catalizadores de reflexión-acción-educación
dentro de las comunidades pueden estar en contraposición de actitudes o prácticas contrarias al bienestar de la gente.

Ilustran este punto algunos ejemplos extraídos de lo practicado en las comunidades: Sánchez ( 1996) narra lo que
ocurrió en una comunidad en la que se registraba una alta incidencia de caries dentales entre los niños menores de cuatro
años. En conversaciones sobre los problemas de la comunidad, las madres iniciaron una reflexión directa sobre sus
prácticas para el cuidado de los niños. Coincidieron en que cuando ponen los niños a dormir les dejan al lado un biberón
con leche, de modo que si se despiertan con hambre durante la noche pueden chupar del biberón y seguir durmiendo sin
despertar a las madres trabajadoras. Pero también se dieron cuenta de que ponían en la leche una cantidad de azúcar que
producía las caries pues los niños tenían por varias horas leche azucarada dentro de la boca. Gracias a las discusiones de
grupo, la reflexión y la información con participación de la gente y los psicólogos de la comunidad, terminó esa práctica.

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La mutilación genital de la mujer, ardientemente defendida en ciertas culturas africanas que la practican, puede ser
objeto de prohibición internacional a fin de proteger los derechos humanos de la mujer en esas culturas, Pero esa práctica
no va a terminar si no se oyen las voces de las jóvenes que sufren la extirpación del clítoris y los labios de la vulva. Tiene
que hablarse francamente acerca de todas las infecciones, enfermedades y dolor sufridos por esas mujeres, como lo han
hecho abiertamente funcionarios de salud y las mujeres mismas. Habrá que llevar a cabo programas educativos y
religiosos a fin del contrarrestar las creencias que apoyan esa práctica. Otra vez, y por difícil o utópico que parezca, la
única manera segura de promover cambios en lo que respecta a las prácticas sanitarias es mediante la incorporación de las
personas que han de resultar beneficiadas, el fomento de la habilitación de aquellos cuyas voces generalmente no se oyen
y la facilitación de los procesos que conectan la acción con la reflexión.

Pero se plantea otro problema ético: ¿para quiénes se crean los servicios?, ¿quiénes deberían recibir los beneficios de
los programas sociales?, ¿es justo que los servicios públicos se conviertan en una especie de prestación social que
depende de los que están en posición de adjudicarlas y no de los que las reciben?, ¿es ético considerar que solo el
conocimiento técnico y científico puede definir la asistencia social?

A continuación se presentan otros interrogantes. Si se somete a la reflexión la labor de los psicólogos comunitarios,
uno se ve forzado a echar una mirada crítica a ciertas afirmaciones tan ampliamente aceptadas y “bendecidas" como las
concernientes a la promoción del cambio social de la psicología comunitaria.

La psicología comunitaria, especialmente en sus expresiones de sesgo social, proclamó ser la psicología para la
transformación social que, al mismo tiempo, viene acompañada del cambio individual de todos los actores sociales que
participan en ese proceso. Esto suscita importantes preguntas: ¿qué transformación?, ¿de qué manera?, ¿quién decide
acerca de eso'? En algunos casos la respuesta señalaba la práctica de una psicología para el desarrollo social, y de este fin
se derivaban nuevas preguntas: ¿qué tipo de desarrollo?, ¿para quiénes? Estas preguntas plantean otra vez la necesidad
de definir el lugar en que se toman las decisiones concernientes a la comunidad y también los actores sociales que
participan en las acciones y transformaciones en relación con esa comunidad.

Las preguntas siguen apareciendo: ¿cómo combinar los intereses de la sociedad en general con los de las
comunidades y los grupos específicos que las integran?. ¿cómo atender, coordinar y abordar positivamente las presiones
ejercidas para obtener cambios emanados de los grupos comunitarios, mientras otras corrientes sociales están
ejerciendo simultáneamente fuertes presiones (a veces muy imperiosas)?

No hay respuestas fáciles ni fijas para estas preguntas, y no es mi intención ofrecer una respuesta consuelo, que
suavice una conciencia cuarteada, ni tengo la capacidad para ofrecerla. Parte del papel del psicólogo comunitario será
tener en cuenta estas preguntas. hacerlas una y otra vez, buscar respuestas en la práctica, y prácticas que respondan a sus
dudas.

Algunas de las preguntas se refieren a dos esferas diferentes a la vez que complementarias de la vida cívica: los
programas gubernamentales para atender las necesidades de la población y la participación cívica, o sea, las respuestas y
demandas de los ciudadanos de que son parte la organización y acción de la comunidad. La sociedad ideal deberá ser
capaz de suministrar servicios iguales a todos los ciudadanos. Todo ser humano tiene derecho al libre acceso a los
servicios de atención de salud. Pero al mismo tiempo, la salud también es el blanco de enormes y complejas industrias. La
psicología comunitaria debe interesarse sobre todo en el ser humano. Es un crimen contra la humanidad mantener a ciertas
categorías de personas fuera del alcance de los servicios de atención de salud. Como es bien sabido, los recursos
económicos no están igualmente distribuidos, de modo que el acceso a la atención de salud varía dentro de las sociedades.
La promoción de la salud, la provisión de servicios, la habilitación de los necesitados, los más débiles, los que no tienen
voz para que puedan transformar su vida y cambiar sus condiciones de vida, mejorándolas, es una decisión ética dirigida a
aliviar las condiciones sociales, incluida la salud pública, mientras se crea una sociedad mejor en que vivir, que beneficie
a todos.

Esa es la razón por la cual los capítulos de esta obra, sin ningún acuerdo previo, pero guiados ciertamente por una
práctica dirigida a proveer a los necesitados, quienesquiera que sean, describen las acciones y transformaciones destinadas
a mejorar la salud de comunidades o grupos de categorías sociales necesitadas. Esta es también la razón por la cual
comencé este capítulo hablando de la ética del estado de relación, porque solo cuando se reflexiona sobre quiénes son los

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otros, y encontrando al Otro en uno mismo, pueden contestarse algunas de esas preguntas con sentido de justicia. Es
decir, encontrando la igualdad que constituye su centro.

El diálogo como ámbito de la ética del estado de relación

La psicología comunitaria proporciona la manera de contestar esas preguntas, aunque no siempre se la considera,
especialmente cuando el trabajo comunitario se aplica de manera “asistencialista”, o sea, a través de programas diseñados
en instituciones, sin la participación de la comunidad destinataria. Esa manera de proceder reside en su carácter dialogal,
en la necesidad de llegar a los integrantes de la comunidad y los grupos organizados e iniciar un proceso de comunicación
recíproca con ellos. Es a través de este diálogo que pueden unirse y evaluarse las necesidades sentidas de la comunidad y
el conocimiento técnico que brindan los psicólogos. Es posible, entonces, analizar prioridades, dar respuestas e introducir
cambios.

En el diálogo se reconoce al otro como actor, y esto, así como el hecho de reconocer y respetar su carácter de
constructor / constructora social son principios fundamentales de la psicología comunitaria. Ese reconocimiento deberá
inspirar todas las acciones y relaciones referentes a las comunidades. En relación con el conocimiento
científico-tecnológico provisto por la psicología comunitaria, ese principio deberá ser analizado y complementado por
otro: el de la autonomía del grupo (Fals Borda, 1959). Según este principio, las acciones destinadas a transformar una
comunidad deberán estar dirigidas o llevadas a cabo por personas pertenecientes a esa comunidad, teniendo en cuenta
las capacidades en potencia de estas y adoptando una orientación democrática.

Esto significa que el lugar del poder y el control deberá residir dentro de la comunidad a fin de dejar de reproducir
relaciones de poder asimétricas, basadas en el paternalismo, el clientelismo político o de agentes externos, y la pasividad
de los agentes internos. Al mismo tiempo, esto no quiere decir que los psicólogos, corno agentes externos, vayan a peder
sus voces, ni que las políticas de salud pública deban prestar atención solo a los que demandan servicios. Los psicólogos
tienen el derecho y la obligación moral de hablar y ser oídos, así como el deber de informar a la gente sobre lo que ellos
conocen. Juntos, de manera dialogal, los agentes externos e internos construirán un conocimiento nuevo y diferente.
Mientras tanto, las políticas públicas deberán estar guiadas por el interés público respecto a toda la población. En este
sentido, los funcionarios públicos, incluidos los psicólogos en esos puestos, deberán vigilar las necesidades sanitarias de la
población así como los adelantos de la ciencia y la tecnología en esa área a fin de aplicar las medidas correspondientes.
Los estudios epidemiológicos, los estudios especializados, los grupos marginados y las minorías deberán alcanzarse
mediante diferentes maneras y métodos. Como es bien sabido, no se trata de una tarea fácil, pero aquí nos estamos
refiriendo a la esfera de acción de los servicios públicos, y lo que los define es su carácter público. La salud es demasiado
importante para dejarla confinada solo a los servicios de salud pública. En la promoción de la salud es menester valerse
de servicios educativos, recreativos, artísticos, religiosos y muchos otros más. El ámbito de la salud no se limita a los
hospitales. La salud reside fuera de ellos y los psicólogos deberán tener esto en cuenta.

De acuerdo con lo antedicho, la actividad de la comunidad presenta algunos puntos que deberán examinarse desde una
perspectiva ética. Como la orientación de la psicología comunitaria es la transformación que conduce a una mejor
calidad de vida, una mejor atención de la salud como parte de ella y el incremento de poder de grupos y comunidades, no
puede ignorarse la posibilidad de que en algunos casos esto choque con intereses económicos y políticos. De inmediato
surge la pregunta: ¿qué ocurre si alguna promoción o investigación referente a la salud entra en conflicto con poderosos
grupos políticos o económicos? ¿Qué le va a pasar a esa gente de las comunidades que participa en un programa que
cansa irritación? Parecería que los psicólogos catalizadores del proceso de organización e incremento de poder serían los
responsables de llevar a esas personas a una situación que podría perjudicarlos y ponerlos en una situación peligrosa. Es
innegable que ningún agente externo tiene derecho a hacer esto. Pero si se reflexiona por un momento, puede verse que el
problema se plantea a raíz de la posición de una comunidad pasiva arrastrada al centro de un conflicto por agentes
externos cultos que deberían darse mejor cuenta de la situación. ¿Y qué ocurre con la salud? ¿Y con los derechos
humanos?

Ante semejante dilema, es necesario volver a los principios de la psicología comunitaria y recordar el carácter activo
de las personas, con o sin agentes externos. Esto quiere decir que si se ha llevado a cabo un proceso dialogal verdadero, se
habrán discutido dentro de la comunidad los peligros y recursos. En esas discusiones, los psicólogos comunitarios deberán
suministrar amplia información correcta y fácil de entender. Los agentes internos y externos deberán trabajar juntos en la

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planificación de estrategias que se han de adoptar, evaluando las posibilidades de éxito y de fracaso, de modo que las
decisiones se tomarán conjuntamente y se compartirá la responsabilidad.

Pero si los que han implantado el programa en la comunidad son agentes externos y ellos solos toman las decisiones,
toda la responsabilidad por cualquier daño que sufran los integrantes de la comunidad recaerá en esos psicólogos, quienes
deberán responder por ello. A menudo leemos o vemos cómo fracasan, a veces de manera escandalosa, programas
públicos y privados llevados a cabo por organizaciones gubernamentales o no gubernamentales. Menos a menudo nos
enteramos, de las sanciones impuestas a los responsables de esos programas. En cuestiones relativas a la salud. los errores
pueden ser funestos: el contacto con sangre contaminada de una persona con hepatitis, SIDA, toxoplasmosis o algunas
otras enfermedades. La talidomida y sus efectos en mujeres embarazadas son una prueba viviente para muchos.

La Idea de una sociedad Ideal

En una concepción ética de la sociedad se supone que todos los que la integran reciben los mismos beneficios, de
manera que el bienestar colectivo prevalece sobre el bienestar individual, sin excluirlo, pero sin colocarlo por encima del
bienestar común, a menos que se afiancen la desigualdad y la injusticia con consecuencias inmorales. Es por esto que
algunos investigadores han considerado necesario definir qué es una buena sociedad, poseedora del mayor número de
condiciones para el bienestar colectivo. Pero, ¿cómo vamos a establecer los criterios para esa definición? ¿Es posible, que
independientemente de la diversidad cultural, existan ciertas condiciones que no solo son comunes a todos sino también
deseables? Varias utopías han tratado de responder a estas preguntas y algunos investigadores han presentado sus
reflexiones, datos y, opiniones sobre el tema.

Prilleltenskv (1990) pregunta: “¿Cómo avanzamos en la delineación de la sociedad ideal?, concepto este que más tarde
desarrollaría en sus escritos en los que se refiere a la “buena sociedad” (Prilleltetisky y Walsh-Bowers, 1993). Su
respuesta también reside en el diálogo, pero en un diálogo entablado con filósofos de la moral. Yo propongo extenderlo,
incorporando a los integrantes de la comunidad. No con la ingenuidad de las ideas marxistas populares de los años sesenta
y setenta, que consideraban que todo lo que provenía del pueblo estaba bien - Billig (1991) ha mostrado, y yo lo he visto
en mi práctica comunitaria, que el sentido común y el folklore pueden estar tan equivocados, como algunas teorías
científicas disparatadas - sino porque en el sentido común y el folklore se encuentra mucho que aprender sobre los ideales
y las frustraciones del pueblo, y la psicología comunitaria no puede ni debe dejarlos de lado. En realidad, otro de los
principios de la psicología comunitaria establece la necesidad de incorporar el conocimiento ordinario o popular.

Prillelterisky y Walsh-Bowers (1993) introdujeron en esta discusión lo que denominaron el “imperativo moral”. Este
se define como una “urgente necesidad de hacer avanzar el bienestar humano y social de acuerdo con normas éticas”,
ampliadas para restaurar la importancia de “contribuir proactivamente al adelanto de la “buena” sociedad”. Aunque
muchas personas, estarán sinceramente de acuerdo con la necesidad de producir y colaborar para que avance la sociedad y
muchos otros manifestarán su consentimiento interesado, la urgencia de esos sentimientos no siempre son perceptibles. Es
por eso que el compromiso ético es una prioridad para la psicología comunitaria. Si esta psicología quiere promover el
cambio social y si los psicólogos de la comunidad quieren ser fieles a la definición de agentes del cambio social, tendrán
que transformar los principios éticos en moralidad (en su sentido etimológico: del latín mores, en su acepción de practicas,
costumbres). O sea, crear una práctica de orientación ética que genere la urgencia y se nutra con esta.

Olson (1978) presenta una lista de condiciones para que una sociedad sea “buena”. Esas condiciones son ideales
sociales como estabilidad, armonía y cohesión social, que juntos conforman la armonía social, la justicia, la libertad y la
prosperidad material. Esos ideales han de complementarse con los siguientes elementos: el placer, la actividad con un fin
determinado, las relaciones humanas satisfactorias, el sentido de valor personal y el bienestar personal. Como afirma
Olson (1978), casi todas esas características deberán ser parte de una sociedad ideal. La buena sociedad, pues, es la que
está más cerca de satisfacer esos requisitos. Eso significa que la sociedad ideal no existe, pero al menos debemos saber
adónde dirigir nuestros esfuerzos, no solo como psicólogos de la comunidad, sino también como ciudadanos. Pero en esa
tarea no debemos olvidar que hay un mundo lleno de actores sociales que deberán hablar y que pueden dar forma concreta
a esos ideales y elementos.

La base ética de la psicología comunitaria


Estas reflexiones significan que la perspectiva que presento aquí es una concepción ética de la psicología comunitaria,
no en el sentido de establecer normas o patrones específicos de comportamiento profesional, sino en el de reconocer que
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esta rama de la psicología es el producto de problemas éticos. Son ejemplos de dichos principios la promoción de una
sociedad mejor, el acto de dar voz a las mayorías silenciosas y las minorías activas, la recuperación del conocimiento del
pueblo, la lucha por la equidad y la igualdad y el fomento de la democratización. Prueba de ello es la vocación
habilitadora demostrada durante su existencia. El fundamento ético de los psicólogos de la comunidad se expresa a través
de principios o valores creados a lo largo del desarrollo de la psicología comunitaria como subdisciplina. Esas guías para
su aplicación se han producido en el proceso de reflexionar sobre su práctica, y de practicarla de acuerdo con sus
reflexiones. Ellas son:

Considerar al Otro no como “sujeto” creado en el proceso de investigación, sino como actor social, que tiene voz, es
capaz de decidir y participa plenamente en las actividades de intervención comunitaria, las investigaciones y la reflexión.
La autonomía de los grupos o movimientos comunitarios, así como la libertad para establecer sus prioridades son parte
de este principio.

Las comunidades tienen una historia y una cultura que deben reconocerse y tenerse en cuenta en las intervenciones y
la investigación.

Un método dialogal, en el sentido de escuchar la voz de las comunidades e incorporar el conocimiento de estas. Como
dijera Freire (1970): Nadie enseña a nadie; nadie aprende solo por sí mismo/misma.

Toda comunidad tiene algunos recursos que pueden aprovecharse y desarrollarse de acuerdo con las metas
establecidas

Los psicólogos de la comunidad son catalizadores del cambio social llevado a cabo por los integrantes mismos de la
comunidad. El papel desempeñado por los primeros y por los últimos se define de manera que el poder no esté
exclusivamente del lado de los investigadores y profesionales. En realidad, el lugar del poder y del control deberá estar
dentro de la comunidad. Esa es la razón por la cual se habla con frecuencia de agentes externos e internos (y esto
también expresa la concepción del Otro descrita anteriormente). En esa catálisis social, como dijo Fals Borda ( 1959), es
necesario reconocer y celebrar todos los logros, de modo que pueda desarrollarse y alentarse la motivación y la
satisfacción personal o colectiva por el trabajo realizado.

La teoría y la práctica deberán ir juntas, modificándose recíprocamente a través de procesos de reflexión. Esto lleva a
la praxis, y convierte a la reflexión en un proceso fundamental, puesto que conduce a la concientización y orienta la
acción.

La problematización de la realidad. Durante las intervenciones y estudios de la comunidad, la reflexión ayuda a


desnaturalizar las explicaciones provenientes del sentido común y de las teorías que presentan perspectivas del mundo o
entendimiento de los fenómenos de maneras consideradas esenciales, corno el “orden natural de las cosas”. La
problematización supone un proceso de descontrucción que facilita los cambios y definiciones de la realidad en forma
más útil para los intereses de las comunidades.

La promoción del cambio social y personal es la meta principal. Los cambios afectan a los agentes internos y
externos.

La socialización del conocimiento, mediante el retorno sistemático a la comunidad del conocimiento producido en los
procesos de investigación o intervención. Puesto que el conocimiento se ha construido con ayuda de los integrantes de la
comunidad, también les pertenece. Los psicólogos imparten conocimientos científicos, y del mismo modo, las
comunidades imparten su propio conocimiento empírico. Ambos grupos, mediante su acción conjunta, crean nuevas
formas de conocimiento que deberá ser accesible a dos tipos de comunidades: las comunidades con las que trabajamos y
la comunidad científica.

Sobre la ética del compromiso con el trabajo comunitario

El compromiso es una cuestión muy importante. La literatura generalmente se refiere muy a menudo a este proceso
psicosocial, pero insistiendo generalmente en el compromiso que deberá ligar a los agentes externos (psicólogos de la
comunidad) con los integrantes de las comunidades (Fals Borda 1981; Freire, 1970; Barreiro, 1976: Lane y Sawaia. 1991 )

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Si bien se trata de un punto de vista plausible y por cierto necesario para llevar a cabo una investigación o intervención
dentro de una comunidad, si se presenta como un fenómeno simple aún tiene una perspectiva distante y superior. O al
menos pone de relieve las diferencias entre los que están adentro y los que están afuera. Los integrantes de la comunidad
son extraños a la ciencia, la tecnología, el conocimiento, los recursos. El que sabe y desea lo mejor se compromete a
ayudar, asistir, acompañar, salvar a los necesitados, a los privados de algo, a los que son menos, tienen menos y por eso,
de un modo u otro, son menos.

El compromiso, como la adhesión y la participación, otros dos términos que le están estrechamente relacionados, se
refieren a la relación entre los psicólogos comunitarios y los integrantes de esta, los grupos organizados de la comunidad y
los proyectos llevados a cabo. Se lo ha definido como una actitud personal de los científicos desarrollada a través del
contacto con las crisis sociales, económicas y, políticas (Fals Borda. 1981). En esa actitud, según Fals Borda (1981),
convergirían dos corrientes: la relacionada con los problemas observados que deben abordarse, y la del conocimiento
teórico y conceptual que podría aplicarse. La acción conjunta de ambas fuentes lleva a la evaluación y reorientación del
conocimiento científico, así como a su renovación, enriquecimiento y revitalización.

Otros investigadores aparentemente concuerdan con esta posición (Molano, 1977), que se ha considerado un enfoque
adecuado para tratar la relación entre los agentes externos e internos. Pero si se echa una mirada más detenida y crítica a la
cuestión, aunque se reconozcan las buenas intenciones y los nobles motivos que impulsarían a adoptar ese enfoque, se
encuentra que pese a la intención de trabajar con el ánimo de resolver problemas sociales, habilitar a las personas que
los sufren y ayudar a producir una transformación social de carácter democrático e igualitario, la “superioridad” del
agente externo aun sigue prevaleciendo. Esto puede verse en el hecho de que el compromiso nace de la actitud del
psicólogo, y de que el encargado de cultivar una especie de identificación con la comunidad es el agente externo. Lo que
tiene importancia y cambia las cosas es la disposición personal del psicólogo o psicóloga. En efecto, los psicólogos de la
comunidad tienen que actuar respetando el saber ordinario del pueblo, el derecho de la población a participar
activamente en la intervención e investigación comunitaria, adoptando como propias las decisiones de la comunidad.
Pero si la psicología se basa en una relación dialogal entre ambos agentes de cambio, la concentración del compromiso
en solo una de las partes de esa relación genera un desequilibrio y olvida la necesidad de que una de las partes esté tan
comprometida como la otra.

Gonçalves de Freitas (1995), conocedor de la relación dialéctica existente entre la participación y el compromiso,
comenzó a cuestionar la perspectiva adoptada por las ciencias sociales en este asunto. Esta es una consideración que se
remonta a los escritos de Gramsci (1931 / 1984) y su concepción del “intelectual orgánico”. Su trabajo se ocupa del
fenómeno producido en las intervenciones psicológicas de la comunidad en las que se ha observado una relación directa
entre la participación del pueblo y su compromiso con la tarea y las metas. La participación lleva gradualmente al
compromiso, y este lleva a una mayor participación. Como dice Gramsci: (1995) “en el compromiso están involucrados
la certidumbre, la decisión, el amor, la confianza en el trabajo hecho, las opciones, los derechos, el tiempo invertido y la
claridad. Todos estos factores se ponen de manifiesto en el grado de identificación y sentido de pertenencia de las
personas con la comunidad en la que viven" (pág, 93).

Un psicología de la comunidad orientada hacia la ética del estado de relación tenía que incorporar el concepto del
compromiso basado en la igualdad y el carácter dialogal de las relaciones entre ambos agentes del cambio. El
compromiso, pues, tiene que estar presente en ambos agentes. Es tan necesario entre los integrantes de las comunidades
como entre los psicólogos y otros investigadores sociales y demás personas que intervienen colaborando con ellos. Ello
explica por qué la participación de la comunidad es tan importante para que se produzcan transformaciones,
especialmente en lo que respecta a cuestiones de salud que conciernen directamente a la gente.

Lane y Sawaia (1991) consideran que la noción de compromiso no surge de intereses subjetivos o ideológicos. Si bien
impregna actitudes y sentimientos, no está arraigada en apetitos personales, lo que sería contrario a la ética de la noción.
Si bien no sustituye a la ética con la ciencia, el compromiso está éticamente orientado en el sentido de motivar y adherir a
la persona a una meta altruista: para alcanzar objetivos que beneficien a grupos y comunidades necesitados, o para
abordar problemas que tienen que resolverse a fin de alcanzar un mejor nivel de vida y una calidad de vida diferente y
mejor. Lane y Sawaia (1991) también advierten acerca del compromiso sin significado: agentes externos al servicio de los
“caprichos e inconstancia del proletariado” (pág. 15). Esto es así porque no está dirigido por razones políticas de partido o
populistas, sino por la necesidad de resolver problemas sociales y mejorar las condiciones de vida de la gente. De modo
que el compromiso no es sinónimo de populismo aunque se tengan en cuenta valores y conocimientos del pueblo.

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El compromiso también asume una perspectiva crítica dirigida a cuestionar toda intención de presentar
consideraciones parciales como si fueran la “verdad” y de convertir todas las tendencias e intenciones personales de los
agentes externos e internos en la meta por alcanzarse. Se trata de un punto crítico en el que se unen fuerzas para superar
problemas comunes sin dejar de lado a un grupo para complacer a otro. Se basa en el hecho de que la ciencia no es
neutral y articula la teoría y la práctica a fin de transformar no solo la “realidad”, sino también la ciencia misma de la
que deriva, mientras reconoce el derecho del pueblo a participar.

Observaciones finales

He tratado de argumentar la necesidad de hacer hincapié en los fundamentos éticos de la psicología de la comunidad.
Para ello no he tornado el camino que lleva a la presentación de las normas éticas en particular que deberán observarse al
realizar investigaciones o intervenciones en el campo de la psicología comunitaria, si bien se mencionan algunas y se
expresan consideraciones sobre ciertas cuestiones planteadas en este capítulo. La aplicación de normas está regulada por
las consideraciones precitadas. Lo que he hecho es centrar el lugar de esta discusión en el modo ético de construcción de
la psicología comunitaria. He discutido cómo surgió de una consideración crítica de la psicología como ciencia, y cómo
desarrolló una ontología y epistemología incorporando al otro, no como un extraño ni como alguien discapacitado o
enfermo de alguna manera, sino como un semejante, un igual en sus diferencias, y como alguien capaz aunque
necesitado con quien los psicólogos de la comunidad pueden trabajar, unir fuerzas, a fin de producir transformaciones
de acuerdo con las decisiones en las que amibas partes participan activamente.

La salud y las enfermedades son parte de la vida humana. Y aunque algunas categorías sociales viven en condiciones
tales que las exponen más a ser víctimas de ciertas enfermedades, eso no quiere decir que se las ha de definir por sus
puntos débiles o sus carencias. Sus necesidades sanitarias deberán satisfacerse a través de programas dirigidos a la
totalidad de la persona y no a un cuerpo enfermo. Y esos programas tienen que combinar las acciones de la gente y las
comunidades y las acciones de las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.

Esas consideraciones tienen necesariamente que incorporar una reflexión acerca de la noción de poder, y con ella,
reflexiones acerca de la propiedad del conocimiento producido, la adopción de decisiones, las orientaciones para el
desarrollo por seguirse y los papeles y el compromiso de los participantes. Las reflexiones éticas aquí presentadas no
constituyen un planteamiento “objetivo”. Están arraigadas en mi práctica de psicología comunitaria como investigadora,
como educadora y como participante, y también en la de numerosos colegas y grupos sociales de diferentes países de las
Américas. Me atrevo a decir que los fundamentos éticos de la psicología comunitaria. mientras estén arraigados en la
práctica de esta disciplina, estarán produciendo cambios. Cambios en medios locales, entre las personas envueltas en esos
cambios y entre algunas de las personas que las rodean; entre los agentes externos de cambio, y también entre algunas de
las maneras de pensar acerca de los problemas de las sociedades. La psicología comunitaria no produce revoluciones. No
como habitualmente se las entiende. Las nuestras son revoluciones homeopáticas, pero me atrevo a decir que los
fundamentos éticos aquí presentados tienen un carácter liberador porque la liberación del otro del carácter sumiso
impuesto por la definición del investigador libera a ambos. La salud es, pues, una cuestión del Yo y del Nos. Es
imposible estar sano en una sociedad enferma y necesitada. Uno estaría, y está, constantemente en riesgo. Estaríamos
realmente, y estamos, necesitados. Solo si reconocemos las capacidades potenciales del otro seremos capaces de
desarrollar las nuestras. Ese es el meollo de la psicología comunitaria.

Referencias

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