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Ejemplo:
Sobre una base de 100 votos brutos, imaginemos que, al final del escrutinio de la primera
vuelta, el resultado es éste:
Candidato A: 48 votos.
Candidato B: 22 votos.
Candidato C: 10
Candidato D: 10
Votos blancos y nulos: 10.
Total de votos: 100. 90 válidos y 10 nulos/blancos.
Muchos pensarán así: «voté en blanco e hice saber mi inconformidad; además, esos 48 de
A no le alcanzan para ser Presidente. Tiene que haber segunda vuelta».
Toda la buena voluntad de la gente que sí votó responsablemente no fue suficiente para
evitar el yerro colectivo, y la masa inocente acabó ungiendo a A y a B para una segunda
vuelta. Tocará a los buenos ciudadanos, pues, elegir entre el Sida y el Cáncer (como diría
Vargas Llosa).
Candidato A: 4 votos.
Candidato B: 5 votos.
Nulos/Blanco: 91 votos.
Nueve de cada diez personas votaron en blanco/nulo para manifestar su inconformidad con
los candidatos elegidos para disputar la segunda vuelta. ¡Nueve de cada diez! Y yo les
pregunto: ¿sirvió de algo?
Los 91 votos nulos/blancos no sirven para nada. Son, literalmente, un papel arrojado a la
basura.
No es que el voto en blanco sea siempre un ejercicio inútil. En naciones educadas, el voto
blanco masivo es una muestra estoica de la inconformidad ciudadana. Pero Guatemala no
está para eso en este momento: la Nación está en uno de los períodos más negros de su
historia, y el voto blanco/nulo sólo facilitará el cataclismo.
Supongamos que buena parte de la Nación sabe perfectamente que es peligroso que gane
el candidato B (es un supuesto), y que también hay una buena parte a la que tampoco le
gusta el candidato A.
Candidato A: 40 votos
Candidato B: 20 votos
Candidato C: 15 votos
Candidato D: 15 votos.
Resto de candidatos: 5 votos.
Total: 100 votos.
Pero, indagando con los vecinos, resulta que 15 de los 40 votos que tiene A eran en
realidad de votantes que preferían a C y a D. Pero, entonces, ¿por qué los tiene A? La
respuesta es bastante triste: 15 personas, atemorizadas, mal aconsejadas, creyeron que
dando su voto a A evitarían que B ganara; cuando, en realidad, habría dado exactamente lo
mismo que se lo dieran a sus candidatos originales: C y D.
¿Qué habría pasado, entonces, si toda la gente hubiese votado como habría querido, y no
como pensó que sería «lo más práctico»?
Candidato A: 25%.
Candidato B: 20%.
Candidato C: 23%.
Candidato D: 22%.
Resto de candidatos: 5%.
Total: 100%.
Hipotéticamente, habría sido un resultado mucho más reñido. Y podríamos haber evitado la
catástrofe; pero nunca lo sabremos porque la mara votó por el menos malo (de los
mayoritarios) en primera vuelta, sacando a los buenos/regulares de la contienda, y
obligándonos a elegir, en segunda vuelta, entre «malo» y «pésimo».
Cuando hay más de dos candidatos (primera vuelta), los únicos votos que aumentan o
disminuyen el % del candidato no deseado son los de la gente que decide votar por el
candidato no deseado, y nada más. A diferencia de la segunda vuelta, en la primera los %
de todos los candidatos son independientes entre sí y no se afectan los unos a los otros.
Conclusiones:
II. Los votos blancos/nulos (y los mal marcados —Art. 237, Ley Electoral—) no cuentan para
el cómputo de votos. Los están arrojando a la basura. Y ojo con los mal marcados: por
cualquier imperfección los descartan, y un voto que ustedes creían válido puede ser
considerado nulo por la Junta Receptora de Votos.
III. Si toda la gente supiera cómo funcionan las matemáticas de la primera vuelta, miles de
personas votarían por la persona en quien realmente creen, y no por el «menos malo», y
muchos de los votos blancos/nulos de una primera vuelta tal vez serían para los candidatos
buenos/regulares; provocando, quizás, que al menos uno de los candidatos «malos» no
accediese a la segunda vuelta, pues uno «regular/bueno» ocuparía su lugar. Y a partir de
allí otra historia sería…
IV. La «teoría del menos malo» sólo aplica en segunda vuelta (donde es
necesaria), no en la primera (donde se caga en todo).
V. Del abstencionismo no hay mucho qué decir: la omisión del que no va a las urnas
contribuye a que toda la masa inocente unja a personas peligrosas o incompetentes. La
gente que no vota no tiene derecho de opinar, ni de quejarse durante 4 años de calamidad.
Tan sencillo como eso.
En el sistema mexicano sólo se vota una vez y basta con obtener la mayor cantidad de
votos en esa única elección, sin que el % obtenido deba exceder una cifra específica. En el
país de Cuauhtemoc, las matemáticas de la Elección Presidencial son las de nuestra
segunda vuelta, pero con todos los candidatos. Puta, ¿cómo así?
Presidencia de México: julio de 2012. Hubo 100 votos totales. Y como los mexicanos sí
conocen su sistema, ninguno votó en blanco. Los resultados fueron estos:
Candidato A: 35 votos.
Candidato B: 25 votos.
Candidato C: 15 votos.
Candidato E: 15 votos.
Resto de candidatos: 10 votos.
Total: 100 votos. Todos válidos.
A y B obtuvieron la mayor cantidad de votos en la elección. ¿Segunda vuelta entre A y B?
No. En México no hay segunda vuelta. Con apenas 35 votos, el candidato A se convierte en
el próximo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Ahí sí aplica la teoría del menos
malo, porque es a elección única, en una sola ronda. No hay margen para el error colectivo.
La enorme masa votante se deja influenciar por lo que dice la muchedumbre; mientras los
estratos «educados» votan con más temor que convencimiento. En suma, todos se dejan
apantallar por algunos medios de comunicación, o por la descomunal maquinaria
propagandística de los que pueden pagar más... Peor aún: ni siquiera los instruidos conocen
la Constitución, ni la Ley Electoral, ni las reglas más elementales de la estadística
electoral... y así, un largo etcétera.
«No queremos cagarla una vez más. ¿Qué es lo que debemos hacer? »
Primera vuelta: Voten por quien verdaderamente los convenza, y voten bien. No voten
en blanco/nulo. Y tampoco voten por el menos malo de los aparentemente «mayoritarios»
(a menos que sí quieran votar por ellos; libre albedrío, y todo el mundo tiene el derecho de
cometer sus propios cagadales.).
Segunda vuelta: Si ni aún votando correctamente en primera vuelta pudimos evitar que
Cáncer y Sida pasaran a la segunda, pues voten por Cáncer: la quimioterapia existe.
Depende de nosotros aplicarla, o al menos no dejar en paz al maldito cáncer para que no se
expanda por todo el cuerpo del Estado durante los próximos cuatro años. Y, por favor,
tampoco voten blanco/nulo en la segunda vuelta; pues no sea que en el juego de las
proporciones acabemos beneficiando a Sida, y nos habremos cagado en todo: apaguemos la
luz y larguémonos. Todo se habrá ido a la mierda.
¿Ningún candidato les agrada? Qué bueno. Son ciudadanos exigentes. Pero, yo les
pregunto, ¿permitirán que una horda de inocentes/manipulados elija por ustedes?
Estamos lejos de encontrar un manantial de sabiduría política entre los que buscan cargos
públicos, cierto. Y más específicamente, en la probable segunda vuelta: ¿qué es peor, el
barro o el estiércol? Vayan y escojan, por lo menos, el barro. Esperemos que se seque
pronto y que podamos sacudírnoslo en cuatro años, que ojalá transcurran pronto.
Pero si ni siquiera hacen eso, y permiten que el estiércol nos invada por todas partes,
secuestrando nuestras instituciones y conduciéndonos directamente al colapso, no tienen
derecho a quejarse si todo se va al demonio y la Nación enfila directo al abismo. Luego no
lloren como niños en los foros y tertulias lo que no pudieron defender como hombres en las
urnas.
Piénsenlo.
Bonus: Artículo 237, Ley Constitucional Electoral y de Partidos Políticos: «[…] Será
nulo todo voto que no esté marcado claramente con una «X», un círculo u otro signo
adecuado, cuando el signo abarque más de una planilla […], o cuando la papeleta contenga
modificaciones, expresiones, signos o figuras ajenas al proceso. También serán nulos los
votos que no estén consignados en boletas legítimas, aquellos que pertenezcan a distrito
electoral diferente o que no correspondan a la Junta Receptora de Votos de que se trate, así
como aquellos votos que en cualquier forma revelen la identidad del votante».