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Salvatore Ferragamo, zapatero y artista

Stefania Ricci

Salvatore Ferragamo fue un genio creativo del calzado del siglo


XX. Sus zapatos son obras de arte y de artesanía que sugieren
fascinantes analogías entre la arquitectura, el diseño, el arte y
los estilos de vida.

Ferragamo gustaba de llamarse a sí mismo un zapatero, un


artesano. Sus técnicas de construcción, sus materiales –
también hechos a mano, como el bordado o la rafia trenzada– ;
y la creación de sus modelos, tienen más en común con una
bottega renacentista que con un moderno estudio de moda. Así
que no sorprende que fuera en Florencia, cuna del
Renacimiento, donde Ferragamo decidiera instalar sus talleres y
su compañía a finales de la década de 1920. Como un taller
renacentista, el de Ferragamo no sólo diseñaba zapatos, sino
que, cual si fueran esculturas, los modelaba directamente en
hormas de madera que representaban la forma de los pies de
sus clientes famosos: estrellas de cine, miembros de la nobleza
y de la realeza. Y al igual que en el Renacimiento, el desarrollo
estético se basaba en la maestría técnica y constructiva y en la
devoción al oficio mismo.

Sin embargo, Ferragamo era mucho más que un modisto,


mucho más que un artesano-artista que diseñaba piezas fuera
de serie. Ferragamo partía, desde luego, de lo exclusivo, lo
hecho a mano, lo irrepetible, pero también se ocupaba del
problema de la industrialización. La forma fluye de la función y
se deriva del proceso de producción.

Aunque él nunca dibujó personalmente, siempre tuvo un equipo


de delineantes encargados de hacer proyectos a escala,
modelos tridimensionales o cortes transversos de sus zapatos
(más de cuatrocientos diseños tan sólo en Italia), que reflejaban
su tendencia a patentar ideas con un potencial para ser
producidas en serie, como lo haría un diseñador industrial.

No sólo las creaciones de Ferragamo son excepcionales, su


vida también fue extraordinaria y puede leerse como la trama de
una película, una en la cual el sueño de toda una vida se
convierte en realidad. Salvatore, el undécimo en una modesta
familia de catorce hijos, nació en 1898 en Bonito, en el sur de
Italia. Su vocación zapatera surgió a muy temprana edad. A los
dieseis años, luego de ser aprendiz del zapatero local y de una
zapatería de lujo en Nápoles, decidió alcanzar a sus hermanos
en Estados Unidos, compartiendo así el destino de muchos
italianos que emigraban en pos del "sueño americano" para
escapar de la pobreza y el desempleo en su lugar de origen.
Para Ferragomo, sin embargo, la principal motivación era
aprender, pues jamás se daba por satisfecho con lo ya
conocido. Se dio cuenta de que en Estados Unidos, donde la
industria moderna del calzado tenía apenas unos años,
su profesión podría alcanzar una proyección que
hubiera sido imposible en Italia. Tras su llegada a
Nueva York, se mudó a Boston y obtuvo empleo en una
fábrica que hacía miles de zapatos para la firma Queen
Quality. Salvatore quedó impresionado por la eficiencia
de la industria estadunidense, pero no por el producto
final. Vio que los zapatos fabricados en serie eran
bastante buenos, comparados con los producidos en
promedio en ese país, pero resultaban pesados y
burdos en términos de estilo y construcción si se les
comparaba con los que los buenos zapateros podían
hacer en Italia.

Salvatore convenció a sus hermanos de mudarse a


Santa Bárbara, en la costa oeste de Estados Unidos,
donde la naciente industria fílmica abría un área de
oportunidad para los fabricantes de zapatos de lujo
hechos totalmente a mano. Abrió un pequeño taller de
reparación y fabricación de calzado a la medida, y en
las tardes asistía a un curso de anatomía en la
universidad local, movido por su deseo de crear zapatos que fueran no sólo hermosos, sino
también cómodos y funcionales.

La oportunidad de hacerse de un nombre propio vino cuando uno de sus hermanos, que
trabajaba como utilero para la American Film Company, logró que Salvatore obtuviera su primer
contrato, consistente en un lote de botas vaqueras. A partir de entonces, su taller fue asediado
por directores y estrellas del cine mudo, como Pola Negri, Mary Pickford y su hermana Lottie,
Gloria Swanson y Mae West. Cuando la industria fílmica se mudó a Hollywood en 1923,
Ferragamo fue tras ella y abrió un nuevo taller, el Hollywood Boot Shop, en una de las calles
principales de Beverly Hills, el Hollywood Boulevard, en la esquina formada con Las Palmas.

Los directores más famosos de la época, como Cecil B. de Mille, James Cruze, David Wark
Griffith y Raoul Wash, le encargaron a Ferragamo zapatos para sus producciones épicas –por
ejemplo, Los diez mandamiento (The Ten Commandments), La caravana de Oregon (The
Covered Wagon), Flor que renace (The White Rose), El ladrón de Bagdad (The Thief of
Baghdad. Las actrices se disputaban los excéntricos modelos de Salvatore, en los que el joven
zapatero daba rienda suelta a su genio creativo y a su pasión por la experimentación con
técnicas y materiales.

Desarrollar su carrera en Estados Unidos, donde las técnicas eran ya muy avanzadas, y crear
modelos sin límites en términos de materiales, eran privilegios que pocos europeos y ningún
italiano disfrutaban en aquellos años. Su gran problema era, sin embargo, conciliar los
crecientes pedidos con la escasez de mano de obra calificada para la fabricación manual de
calzado.

En su búsqueda de artesanos diestros, Salvatore decidió regresar a Italia en 1927 y eligió como
su nueva sede a Florencia, una ciudad en la que se concentraban oficios artesanales que en
otros países se volvían cada vez más escasos y preciados, lo que atraía a muchos
compradores extranjeros, particularmente estadunidenses.

Ferragamo, con su íntimo conocimiento del mercado de Estados Unidos, sus gustos y
necesidades, halló en Florencia el escenario ideal para su espíritu inventivo. Intuyó la fuerza del
mensaje que combinaba un producto artesanal de calidad con la imagen de un lugar único,
creando en la mente de su clientela, sobre todo la extranjera, la ilusión de poseer un par de
Ferragamos como si se tratara de un pedacito de Florencia, su arte y sus tradiciones culturales.

Salvatore trajo a ese fértil terreno una bocanada de aire fresco, fruto de su experiencia
internacional. Trasladó los procesos de producción de la industria de calzado estadunidense a
la fabricación artesanal, creando así una cadena de montaje humana en la que cada fase del
trabajo era realizada por un zapatero especializado en esa parte. Introdujo el sistema
estadunidense de horma y medida, cuya numeración era más precisa, no sólo para la longitud
del pie, sino también para su ancho, y le aportó sus propias observaciones. Inventó nuevas
soluciones técnicas, como el enfranque de acero que daba soporte al arco del pie, y con los
años llegó a patentar técnicas de construcción que habrían de transformar la industria.
Ferragamo convirtió el calzado en un laboratorio para estudiar formas, materiales y colores, con
plena libertad para explorar. Le interesaba en primer término la experimentación con todo tipo
de materiales, desde el más valioso y preciado hasta el hallazgo más reciente, o incluso el más
tradicional, mismos que transformaba de modos insólitos en inesperadas combinaciones
cromáticas y decorativas.

En sintonía con su tiempo, no era ajeno a lo que sucedía en el arte, la arquitectura y el diseño
contemporáneos. Encargó al artista futurista Lucio Venna que diseñara su primera campaña de
publicidad así como el logo que iría impreso en la etiqueta de su calzado.

Las creaciones de Ferragamo de finales de la década de 1920 y principios de la siguiente se


distinguían por la decoración de sus palas y sus osados colores, usados solos o en atrevidas
combinaciones con mosaicos de telas y pieles. Las tonalidades del paisaje del sur de Italia se
mezclaban con el folclor mexicano de California, los fascinantes frescos de Giotto y del
Renacimiento temprano que adornan tantos lugares florentinos, y el color en movimiento de la
pintura futurista de la época. Al mismo tiempo, Ferragamo recurría con habilidad a la amplia
gama de oficios tradicionales florentinos, desde las espléndidas decoraciones arquitectónicas
en hierro forjado hasta los diminutos mosaicos utilizados en la orfebrería local, alternándola con
motivos de gusto clásico y orientalista puestos de moda por los importantes hallazgos
arqueológicos de aquella época.

Por un lado, Ferragamo concebía formas ornamentales exclusivas, logrando así la


personalización del objeto; por el otro, se preocupaba por la funcionalidad del producto. De este
modo nacieron inventos patentados que transformaron la historia del calzado, como los
sistemas de costura invisible de las suelas, los métodos para cortar palas a partir de una sola
pieza de piel y para decorar la piel mediante la abrasión de la capa superior. Sin embargo, de
todos sus inventos, el más importante fue quizá el enfranque metálico, realizado con una placa
ligera y resistente que reforzaba el arco de pie y sustituía lo que en el calzado tradicional
italiano se hacía de piel o de un derivado de ésta.

A mediados de la década de 1930, la centralidad de la forma fue lo que le interesó a


Ferragamo. La forma fue también el aspecto del diseño que caracterizaría mayormente el
diseño italiano de esa década y de las dos siguientes. Los zapatos de Ferragamo de entonces
casi son obras de arquitectura, por la construcción de sus detalles, sus simetrías, su perfecto
equilibrio de pesos y dimensiones. El tacón de cuña de corcho es quizá su invento más célebre
de aquel periodo, patentado en 1937, al menos dos años antes de que conquistara el mundo
de la moda y se convirtiera en un icono del gusto de la época. Fue creado, sobre todo, con un
propósito funcional, para levantar el talón y darle al arco un apoyo estable. Así quedó resuelto
de manera brillante e imaginativa un problema surgido con el inicio de la guerra en Etiopía,
cuando las sanciones económicas impuestas a Italia por la Sociedad de las Naciones
incluyeron, entre otros materiales de importación, el acero alemán que Ferragamo utilizaba
para hacer sus enfranques metálicos. La cuña le daba a un artista como Ferragamo la
oportunidad de desplegar su fantasía en superficies más amplias que las ofrecidas por palas y
tacones. Experimentó con diversas variantes de cuña, tanto en tacones como en plataformas,
con capas prensadas y realzadas, labradas y pintadas, decoradas con vidrios de espejo o
rejillas de latón con motivos florales o salpicadas de piedras.

Las sanciones económicas decretadas contra Italia agravaron la escasez de insumos y fuentes
de energía, lo que llevó al gobierno a promover el uso de materiales locales. Esto, a su vez,
alimentó el ingenio de Ferragamo no sólo en el terreno artístico, sino también en el tecnológico.
Diseñó tacones hechos con corchos de botellas de vino cosidos entre sí y revestidos de cuero,
patentó procesos especiales para la preparación de sustitutos de piel. Inventó tacones de
baquelita transparente, suelas de madera ajustables, en galalita o en vidrio. Su propensión
natural por los materiales modestos –sustentada en su convicción de que el lujo no reside en la
opulencia de los materiales utilizados, sino en el concepto y en la calidad del trabajo artesanal–
lo llevó a principios de los años treinta a hacer amplio uso del cáñamo, la paja y los hilos de
lana. Utilizó incluso celofán obtenido de envolturas de dulces, con lo que logró superficies
diversas, lisas o plisadas; esta técnica también fue empleada por algunas de las principales
firmas de diseño italianas como Ars Luce, la cual creó una pantalla de lámpara con ese
material.

El régimen fascista hizo que sus órganos periodísticos dedicaran importantes artículos a
Ferragamo, uno de los mejores exponentes de la producción autosuficiente italiana, reconocida
incluso fuera del país.

Hombre de gran intuición empresarial, Ferragamo cultivó una imagen de sí mismo como un
artesano-artista; se hacía fotografiar en la mesa trabajo de zapatero, intentando montar sobre
la horma de madera, como si fuera un escultor, su última creación. Antes incluso de que el jet
set redescubriera Florencia en la década de 1950, Ferragamo cultivaba relaciones personales
con gente de renombre (miembros de la realeza, aristócratas, actrices). Todos ellos acudían en
tropel al Palazzo Spini Feroni, cuyos salones estaban decorados con frescos, para que sus
nobles pies fueran medidos por Salvatore y para escuchar del maestro lo último en torno al
calzado.

La reapertura de las fronteras y la reanudación del comercio al culminar la segunda guerra


mundial marcó el inicio de un período particularmente fructífero para Ferragamo y para todo el
diseño italiano, que estaba ávido de recibir el elogio de la crítica y el éxito comercial
internacional que merecía. Salvatore Ferragamo se convirtió en un ilustre exponente de la
creatividad y el estilo italianos en la moda. En 1947, diseñó una pala a hilo continuo utilizando
un elemento filiforme y transparente de nailon que dio lugar a la sandalia "invisible" que lo hizo
ganador del premio Neiman Marcus (el Oscar de la moda), en Dallas, junto con Christian Dior.
Aun cuando parece que la idea le fue sugerida por un pescador en la ribera del Arno que usa
un sedal transparente, el invento demuestra su capacidad para explorar todo lo que llegara a su
mano, desde lo más tradicional (como el encaje y el bordado, si bien aplicados de modo
original y creativo) hasta lo más nuevo e inesperado, con lo que el calzado adquiere un
elemento ulterior de difusión. La sandalia invisible causó tal resonancia en la prensa
internacional que Salvatore tuvo que actuar con rapidez para registrar patentes, tanto para la
construcción del modelo, el material del que estaba hecho y del tacón de cuña con forma de "F"
(de Ferragamo) que sostiene a la sandalia.

En este periodo, el estudio de la forma se orientó cada vez más a la funcionalidad y la


multiplicidad de usos. Los tacones y suelas fueron el centro de interés de Ferragamo a lo largo
de toda la década, ya que ambos elementos determinaban la "arquitectura" y estabilidad de un
zapato. En 1946 patentó una suela para calzado de niño que prevenía que los pies se torcieran
hacia adentro y que además era antiderrapante. En 1952 creó un zapato escotado de tacón
alto, con la peculiaridad de que el arco estaba hecho de la misma piel que la pala, de tal modo
que la suela se limitaba a la parte frontal y al tacón, los únicos puntos de apoyo para el pie. El
modelo era fuerte pero al mismo tiempo flexible como un guante. La prensa internacional lo
llamó "el arco enguantado".

La década de los cincuenta también vio nacer su diseño de una suela en forma de concha,
inspirada en el opanke, el mocasín de los indios norteamericanos; la idea de la suela que se
convierte en pala sugirió a Ferragamo una forma elegante, suave y redonda. Aplicó el concepto
en diversas ocasiones, pero la patente alcanzó la fama gracias a una zapatilla plana creada
para una de las actrices más queridas del mundo, Audrey Hepburn. En 1954, tras su éxito en
Vacaciones en Roma (Roman Holiday), la actriz fue a Florencia con Anita Loos para encargar
zapatos al ilustre Ferragamo.

Algunos años más tarde, Salvatore trabajaba en la compleja construcción de una suela
metálica que ofreciera la comodidad del zapato de piel a pesar de la rigidez del metal. Esto le
permitió expresar toda su exuberancia decorativa en la superficie, utilizando métodos de
grabado y cincelado para producir un efecto casi neo barroco. La suela fue utilizada en uno de
los modelos más hermosos jamás hechos por Ferragamo: una sandalia de oro de dieciocho
kilates, encargada por una clienta australiana. Confeccionada en colaboración con orfebres del
Ponte Vecchio, esta pieza es una muestra de que el diseño italiano jamás olvida la riqueza
ornamental y el repertorio decorativo de su herencia cultural.

El Palazzo Spini Feroni, sede de la compañía desde 1938, se convirtió en un destino obligado
de las estrellas de cine y de otros famosos del jet set internacional. Florencia recibió la visita de
los duques de Windsor y de la reina de Dinamarca, para quien Ferragamo patentó un material
especial, hecho de la piel de la foca leopardo, una criatura del Mar del Norte; la princesa
Soraya eligió unos zapatos Ferragamo para su boda. Las actrices de Hollywood y Cinecittà
hacían fila para ordenar zapatos que usarían tanto dentro como fuera del set. Ferragamo creó
modelos exclusivos para todos sus clientes, pues veía el zapato como una extensión de la
personalidad. La innata sensualidad de Marilyn Monroe fue amplificada por sus célebres
zapatos de punta y tacón de aguja de once centímetros (los cuales siguieron el mismo diseño
durante más de diez años) que acentuaba el movimiento de su cadera al caminar. Ejecutó la
misma magia con la belleza austera, casi andrógina, de Greta Garbo, y el encanto eternamente
adolescente de Audrey Hepburn; dos iconos que quizá no serían lo mismo sin los zapatos de
cordones de una o las zapatillas planas de la otra.

Salvatore Ferragamo siempre analizaba atentamente la forma y la talla de los pies, que en su
opinión tenían mucho que decir acerca del personaje. En su autobiografía, escrita en 1957,
apenas tres años antes de morir, dividió a las mujeres en tres categorías: Cenicientas, Venus y
Aristócratas. Las Cenicientas, como Mary Pickford, siempre calzan una talla menor que 6. Son
seres femeninos, escribió, que siempre deben tener quién las ame para ser felices. Las
Venuses calzan talla 6, como Marilyn Monroe, y suelen ser mujeres hermosas, fascinantes y
sofisticadas. Bajo ese exterior, adoran las cosas simples de la vida y están destinadas a ser
incomprendidas. Las tallas de 7 en adelante pertenecen a aristócratas, mujeres sensibles que a
veces pueden ser caprichosas. Entre ellas están Audrey Hepburn y las dos grandes actrices
suecas Greta Garbo e Ingrid Bergman.

En la segunda mitad de los cincuenta, Ferragamo empezó a pensar en el futuro y cómo hacer
frente a la creciente competencia y a las exigencias planteadas por los mercados
internacionales. En menos de diez años la industria italiana se había desarrollado hasta niveles
sin precedentes, registrando un crecimiento superior al de otros países europeos. La
producción de calzado prácticamente se duplicó en Italia en tan sólo una década, al pasar de
35 millones a 70 millones de pares.

El auge económico de Italia, el surgimiento de nuevos productores y marcas de calzado en el


mercado internacional y el crecimiento de la demanda interna, convencieron a Salvatore
Ferragamo de que era necesario reconsiderar su estrategia de producción. En 1948 había
rechazado la oferta de 50 mil dólares anuales por un periodo de veinte años que le hiciera una
fábrica estadunidense por usar la marca Ferragamo Debs para una de sus propias líneas de
zapatos industriales. Pero diez años después se vio obligado a llegar a un acuerdo para
mantener intacta la admiración del mercado por el calzado Ferragamo y para incrementar las
ventas. Mientras por un lado mantuvo artesanal parte de su producción, Ferragamo diseñó
líneas secundarias, menos costosas, la Ferragamo Debs y la Ferrina Shoes, cuya realización
tenía lugar en Inglaterra, sesenta por ciento aún a mano y cuarenta por ciento con trabajo en
máquinas.

Al mismo tiempo, la compañía inició la diversificación de su gama de productos, primero con


bolsas, mascadas de seda estampada (que mostraban las principales ciudades italianas y sus
tesoros artísticos) y, en 1959, con una pequeña colección de ropa deportiva para Lord and
Taylor, diseñada por Giovanna, la segunda hija de Ferragamo.

Salvatore murió en 1960, dejando a su esposa e hijos una compañía cuyo nombre es sinónimo
de lujo y de "hecho en Italia". A la historia legó los modelos e inventos que tanto marcaron y
determinaron la moda del siglo XX

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