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Esta es la historia de un libro de casi 100 años de edad, forrado en cuero color
rojo, que ha pasado el último cuarto de siglo guardado secretamente en una
caja de seguridad en un banco de Suiza. El libro es grande y pesado y su lomo
está grabado con letras en oro que dicen “Liber Novus”, palabras en latín que
significan “Libro Nuevo”. Sus páginas están hechas de papel pergamino grueso
color crema y repletas de pinturas de criaturas de otro mundo y con diálogos
manuscritos con dioses y demonios. Si usted no conociera el origen del libro,
podría confundirlo con un tomo perdido del medioevo.
Entonces durante la mayor parte del siglo pasado, a pesar del hecho de que se
piensa que es un trabajo fundamental de uno de los más grandes pensadores
del siglo, el libro ha existido en gran parte sólo como un rumor, acariciado
detrás de los enredos de su propia leyenda – venerado y buscando una
solución a dicho acertijo sólo desde la distancia.
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Es por ello que una noche lluviosa en
noviembre de 2007, tomé el vuelo en Boston y
atravesé las nubes hasta que desperté en
Zurich, llegando a la puerta del aeropuerto
alrededor de la misma hora a la en que la
sucursal principal del Union Bank of
Switzerland, ubicada en la elegante
Bahnhofstrasse de la ciudad, frente a Tommy
Hilfiger y cerca de Cartier, abría sus puertas ese día. Un cambio estaba en
camino: el libro, que había pasado los últimos 23 años encerrado dentro de una
caja de seguridad en uno de los subsuelos del banco, estaba siendo envuelto
en un manto negro y cargado en un maletín discreto con ruedecitas. Luego, fue
trasladado pasando por los guardias, hacia la luz del sol y hacia el aire frío y
claro, donde fue introducido en un coche que estaba esperando y se perdió en
la ciudad.
Carl Jung fundó el campo de la psicología analítica y junto con Sigmund Freud,
fue el responsable de popularizar la idea de que la vida interior del ser humano
era merecedora no sólo de una simple atención sino de una exploración
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minuciosa y dedicada – una noción que ha llevado desde entonces a millones
de personas a la psicoterapia. Freud, que comenzó siendo el mentor de Jung y
que luego se convirtió en su rival, en general veía a la mente inconsciente
como un depósito de deseos reprimidos, que luego, podían ser codificados,
divididos en patologías y finalmente tratados. Jung, con el tiempo, comenzó a
ver a la psique como un lugar inherentemente más espiritual y fluido, un
océano en el cual se podía pescar para alcanzar la iluminación y la sanación.
Un gran hombre con anteojos de marco de metal, una sonrisa fuerte y con una
tendencia a lo experimental, Jung estaba interesado en los aspectos
psicológicos de las sesiones espiritistas, de la astrología, de la brujería. Él
podía ser jocoso y también impaciente. Era un orador dinámico, un interlocutor
enfático. Tenía un famoso atractivo magnético hacia las mujeres. Mientras
trabajó en el hospital psiquiátrico de Burghölzli, Jung escuchaba atentamente
los delirios de los esquizofrénicos, y creía que estos tenían las claves tanto
para las verdades personales como para las verdades universales. En su
hogar, en su tiempo libre, leía con atención a Dante, Goëthe, Swedenborg y
Nietzsche. Comenzó a estudiar mitología y las culturas del mundo, aplicando lo
que había aprendido al alimento vivo del inconsciente – reclamando que los
sueños ofrecían una narrativa simbólica y rica que surgía de las profundidades
de la psique. En algún lugar del camino, comenzó a ver que el alma humana –
no sólo la mente y el cuerpo – necesitaba un desarrollo y cuidado específicos,
una idea que lo llevó al territorio siempre ocupado por poetas y clérigos, pero
no por médicos y científicos empíricos.
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caracterizado por ser una enfermedad creativa, un descenso al bajo mundo, un
ataque de insanidad, una auto – deificación narcisista, una trascendencia, un
quiebre a mitad de la vida y un disturbio interior enfrentándose a los comienzos
de la Primera Guerra Mundial. Sea cual fuere el caso, en 1913, Jung, que en
ese entonces tenía 38 años, se perdió en medio de su propia psique. Él se
sentía amenazado por visiones preocupantes y por voces que escuchaba en su
interior. Intentaba resolver el horror de parte de lo que veía, se preocupaba en
momentos en que estaba, dicho en sus propias palabras, “amenazado por una
psicosis” o “cursando una esquizofrenia.”
Él, más tarde, compararía este período de su vida – esta “confrontación con el
inconsciente”, como él la llamó – con un experimento con la mezcalina. Él
describió sus visiones como surgiendo en forma de una “corriente incesante”.
Él las comparó con rocas cayendo sobre su cabeza, con truenos, con lava
derretida. “Solía tener que aferrarme a la mesa,” recuerda, “para no caer en
pedazos”.
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moverse en forma beneficiosa entre los polos de lo racional y lo irracional, la
luz y la oscuridad, el consciente y el inconsciente – que le proporcionó el
germen de su posterior trabajo y en lo que se convertiría la psicología analítica.
Él trabajó en su libro rojo – así simplemente lo llamó él, el Libro Rojo – dentro y
fuera durante casi 16 años, mucho después de que su crisis personal haya
pasado, pero nunca logró terminarlo. Se inquietaba activamente por su causa,
preguntándose si debía publicarlo y enfrentarse al ridículo de sus pares
orientados científicamente o si debía colocarlo en un cajón y olvidarse de él. En
relación a lo que el contenido del libro significaba, sin embargo, Jung era
terminante. “Todos mis trabajos, toda mi actividad creativa,” él solía recordar
más tarde, “ha surgido de aquellas fantasías y sueños iniciales.”
Siempre que alguna persona pedía para ver el Libro Rojo, los miembros de la
familia decían, sin dudar y a veces sin decoro, no. El libro era privado,
aseveraban, un intenso trabajo personal. En 1989, un analista americano,
llamado Stephen Martin, que era el editor de un diario Jungiano y que ahora
dirige una fundación filantrópica Jungiana, visitó al hijo de Jung (el resto eran
hijas mujeres) y preguntó sobre el Libro Rojo. La pregunta encontró una
respuesta que lo sorprendió. “Franz Jung, un hombre genial y gracioso,
reaccionó en forma brusca, casi con enojo.” Martin luego escribió en su boletín
de la fundación, y dijo “en términos inciertos” que Martin “no pudo ver el Libro
Rojo y que no imaginaba que alguna vez éste se publicase.”
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STEPHEN MARTIN es un hombre compacto, que
usa barba de 57 años de edad. Tiene una
inteligencia irreverente, vigorosa, y lo que parece
ser un sentido de sorpresa completamente intacto.
Si usted llega a tener una conversación con él en
cualquier momento antes de las diez de la
mañana, él le hará su primera pregunta – “¿Cómo
durmió?” – y, seguramente seguida de su segunda
pregunta – “¿Usted soñó?” porque para Martin, al
igual que para todos los analistas Jungianos, el
soñar ofrece una lectura barométrica de la psique.
En su casa en un frondoso suburbio de Filadelfia,
Martin guarda cinco libros gruesos llenos de
anotaciones e interpretaciones de todos los sueños
que ha tenido mientras estudiaba para ser un
analista treinta años atrás en Zürich, bajo la tutela de una analista Suiza en ese
entonces en sus 70s llamada Liliane Frey-Rohn. En la actualidad, Martin
archiva sus sueños en su computadora, pero el sueño de su vida es – como él
dice que debería ser el sueño de la vida de todas las personas – tan
comprometido como siempre.
Varios posters típicos montados de Zürich colgaban de las paredes, junto con
fotografías de Carl Jung, con una mirada sabia y de cabellos blancos, y Liliane
Frey-Rohn, una mujer de cara redonda que sonreía en forma maternal detrás
de un par de anteojos severos.
Martin escogió con ternura varias primeras ediciones de libros escritos por Jung
de un estante, los abrió para que yo pudiera ver como habían sido
autografiados para Liliane Frey-Rohn, que luego se los dejó en herencia a
Martin. Por último, nos encontramos frente a un marco cuadrado que colgaba
en una pared distante de la habitación, otro regalo de su anterior analista y la
pieza central del arcano Jungiano de Martin. Dentro del cuadro había una tela
delicada cuadrada, su textura ya envejecida por los años – un pañuelo doblado
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con las iniciales “CGJ” bordadas prolijamente en un rincón en gris. Martin dijo,
“Ahí lo tiene,” en tono exageradamente pomposo, “El santo pañuelo, el santo
sudario nasal de C. G. Jung.”
Lo que probablemente quiso decir con esto es que los miembros de la familia
Jung que trabajaron activamente para mantener los bienes de Jung tienden a
hacer todas las cosas con mucho cuidado y con un énfasis en la privacidad y el
decoro y en ocasiones son tomados por sorpresa por la manera totalmente
informal y relativamente descarada con que los Jungianos americanos – que es
seguro decir que son los Jungianos más ardientes – se inmiscuyen en los
asuntos de la familia. Hay americanos que se presentan y llaman a la puerta de
la casa de la familia Jung en Küsnacht sin previo anuncio; americanos que
suben la cerca en Bollingen, la torre de piedra que Jung construyó como
residencia de verano bien al sur de la costa del Lago Zürich. Americanos que
acribillan a Ulrich Hoerni, uno de los nietos de Jung que maneja los asuntos de
archivo y editorial a través de la fundación de la familia, casi en forma semanal
con diversos tipos de permisos. La relación entre los Jung y las personas que
han sido inspiradas por Jung es, casi por necesidad, una compleja simbiosis. El
Libro Rojo – que, por un lado describía el auto análisis de Jung y se convirtió
en el génesis del método Jungiano y por el otro fue lo suficientemente extraño
como para avergonzar a la familia – contenía una cierta carga eléctrica. Martin
reconoció el dilema de los descendientes. “Ellos lo poseen pero no lo han
vivido,” dijo, al describir el legado de Jung. “Es muy molesto para ellos porque
todos sentimos que nos pertenece.” Inclusive el mismo viejo psiquiatra parecía
reconocer la tensión. “Gracias a Dios que soy Jung,” se rumorea que dijo cierta
vez, “y no Jungiano.”
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“Este señor, es un bodhisattva,” Martin me dijo un día. “Este es el explorador
psíquico más grande del siglo XX, y este libro nos cuenta la historia de su vida
interior.” Agregó, “Me da escalofríos de sólo pensarlo.” A esas alturas todavía
tenía que darle una mirada al libro, pero para él ese hecho lo hacía aún más
tentador. Su esperanza era que el Libro Rojo le diera más “vigor” a la
psicología Jungiana, o al menos lo atrajera a él personalmente más cerca de
Jung. “¿Lo entenderé?”, dijo, “Probablemente, no. ¿Me desilusionará? Es
probable. ¿Será inspirador? ¿Cómo podría no serlo?” Hizo una pausa, parecía
estar pensando en todo ello. “Quiero ser transformado por él,” dijo finalmente,
“Eso es todo.”
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Aún en contra de este telón de fondo, los Jung, liderados por Ulrich Hoerni, el
principal administrador literario, se han distinguido por la fuerza de su custodia.
A lo largo de los años, han tratado de interferir con la publicación de libros que
ellos consideraban negativos o inexactos (incluyendo uno escrito por el
premiado biógrafo Deirdre Bair), han intervenido en acuerdos legales con
Jungianos y otros académicos sobre los derechos de la obra de Jung y
mantuvieron un estado de alta agitación en lo que respecta a la forma en que
C. G. Jung es retratado. Shamdasani fue inicialmente cauteloso con los
herederos de Jung. “Ellos tuvieron un séquito de personas que se les
acercaban y les pedían ver las joyas de la corona,” me dijo en Londres este
verano. “Y la respuesta estándar era, ‘piérdete.’ ”
Shamdasani se acercó por primera vez a la familia con el propósito para editar
y eventualmente publicar el Libro Rojo en 1997, año que terminó siendo un
momento oportuno. Franz Jung, un oponente vehemente de exponer el lado
privado de C. G. Jung, había fallecido recientemente, y la familia estaba
tratando de evitar la publicación de dos libros ampliamente discutidos y
controvertidos escritos por un psicólogo americano llamado Richard Noll, que
proponía que Jung era un galanteador, un profeta auto elegido de un culto
Ariano que idolatraba al sol y que varias de sus ideas centrales eran plagiadas
o basadas en investigaciones falsas.
Mientras que los ataques de Noll podrían haber llevado a la familia a proteger
con mayor vigor el Libro Rojo, Shamdasani apareció con los elementos
correctos para hacer un trato – dos manuscritos parcialmente tipeados en
borrador (sin ilustraciones) del Libro Rojo que él había encontrado en algún
lugar. Uno estaba esperando en una estantería en una casa al sur de Suiza, en
la casa de la hija mayor de una señora que una vez trabajó haciendo
transcripciones y traducciones para Jung. El segundo lo encontró en la
Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, en una caja llena de papeles sin
catalogar que pertenecía a un conocido editor alemán. El hecho de que
existieran dos copias parciales del Libro Rojo significaba dos cosas – una, que
Jung la había distribuido al menos a unos pocos amigos, presumiblemente
solicitando una respuesta para una posible publicación; y dos, que el libro,
hasta entonces considerado privado e inaccesible, podía, de hecho ser
encontrado. El espectro de Richard Noll y de cualquier otro que, ellos temieran
pudiera manchar a Jung al querer citar en forma selectiva cualquier parte del
libro cobró demasiada importancia. Con o sin la aprobación de la familia Jung,
el Libro Rojo – o al menos partes del mismo – es posible que pronto se hiciera
público en algún momento cercano, escribió Shamdasani, “probablemente,” de
manera ominosa en un informe a la familia, “en forma sensacionalista.”
Durante casi dos años, Shamdasani voló repetidas veces a Zürich, armando su
caso con los herederos de Jung. Almorzó, compartió cafés y dio una
conferencia. Finalmente, después de muchas y tensas deliberaciones
intrafamiliares, Shamdasani recibió un pequeño salario y una copia a color del
libro original y le fue otorgado el permiso para proceder a su preparación para
la publicación, a pesar de que estaba atado por un acuerdo confidencialmente
estricto. Cuando el dinero escaseó en 2003, se creó la Fundación Filemón para
financiar la investigación de Shamdasani.
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Después de haber vivido más o menos solo con el libro durante casi una
década, Shamdasani – que es un amante del buen vino y de los detalles más
complejos del jazz – en estos días tiene el aspecto de alguien que, tras haber
comenzado a salir de un enorme laberinto, está algo convulsionado. Cuando lo
visité este verano en el duplex superpoblado de libros frente al páramo, él
estaba agregando su nota al pie de página número 1051 al Libro Rojo.
“Es el reactor nuclear para todas sus obras,” dijo Shamdasani, al notar que los
conceptos más conocidos de Jung – incluyendo su creencia de que la
humanidad comparte una fuente de sabiduría ancestral que él denominó
inconsciente colectivo y el pensamiento de que las personalidades tienen tanto
componentes masculinos como femeninos (animus y anima) – tienen sus
raíces en el Libro Rojo. El hecho de crear el libro, también llevó a Jung a
reformular la manera en que trabajaba con sus clientes, como evidenció una
nota que Shamdasani encontró en un libro auto publicado escrito por una
antigua cliente, en el que ella recuerda el consejo de Jung de procesar todo lo
que sucedía en las zonas más profundas y por momentos aterradoras de su
mente.
“Le aconsejaría que escribiera todo de la mejor manera que usted pueda – en
un libro hermosamente encuadernado,” la instruyó Jung. “Le parecerá que
estará convirtiendo en banales sus visiones – pero usted necesita hacer eso –
entonces se librará de su poder… Luego, cuando estas cosas estén escritas en
un hermoso libro, usted puede consultar el libro y recorrer sus páginas y para
usted será su iglesia – su catedral – los lugares silenciosos de su espíritu
donde usted encontrará la renovación. Si alguien le dice que es mórbido o
neurótico y usted los escucha, entonces perderá su alma, porque en ese libro
está su alma.”
ZÜRICH ES, ANTES QUE OTRA COSA, una de las ciudades europeas con
más propósitos determinados. Las campanas de sus iglesias doblan con
precisión; sus trenes entran y salen de las estaciones a un horario exacto. Hay
restaurantes de fondue llenos de gente y chocolaterías y nativos saludables
que pedalean jovialmente sus bicicletas sobre los puentes de piedra que se
extienden sobre el Río Limmat. En verano, los yates se pasean por el Lago
Zürich; en invierno, los Alpes brillan en el horizonte. Y durante la hora del
almuerzo a lo largo de todo el año, grupos de jóvenes banqueros pasean por la
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Bahnhofstrasse en sus trajes poderosos y sus relojes carísimos, aparentando
ser eternamente conscientes del hecho de que bajo sus pies yacen bóvedas
laberínticas repletas de una cantidad deslumbrante y desproporcionada de la
riqueza del mundo.
Los Jungianos están acostumbrados a ser una minoría en casi todos los
lugares a los que van, pero aquí, dentro de una ciudad de 370.000 habitantes,
ellos han encontrado un cierto y tranquilo punto de apoyo. Zürich, para los
Jungianos, está cargada espiritualmente. Es una especie de Jerusalén, el lugar
donde C. G. Jung comenzó su carrera, dio seminarios, cultivó un íntimo círculo
de discípulos, desarrolló sus teorías acerca de la psiquis y donde luego se
convirtió en un señor mayor. Muchas de las personas que se anotan en los
institutos son Suizos, Americanos, Británicos o Alemanes, pero algunos son de
lugares como Japón y Sudáfrica o Brasil. A pesar de que hay otros institutos
Jungianos en otras ciudades alrededor del mundo que ofrecen programas con
diplomas, aprender las técnicas de análisis de los sueños en Zürich es algo así
como aprender a jugar baseball en el Yankee Stadium. Para el creyente, el
lugar en sí mismo conlleva una gracia talismánica.
Al igual que yo, Stephen Martin voló a Zürich la semana en que el Libro Rojo
fue sacado de su hogar en la caja de seguridad del banco y llevado a un
pequeño estudio fotográfico cerca de la casa de la ópera para ser escaneado,
página por página, para su publicación. (Se incluirá en la parte posterior del
libro una traducción al inglés del libro junto con la introducción y las notas al pie
de páginas realizadas por Shamdasani.) Martin ya se tomó la costumbre de
visitar Zürich varias veces al año para “malcriarse con las salchichas y para
renovarse” y para atender los asuntos de la Fundación Filemón. Durante mi
primera mañana allí, caminamos alrededor de las partes antiguas de la ciudad,
antes de ir a ver el Libro. Zürich hacía que Martin se volviera nostálgico. Fue
aquí donde conoció a su esposa Charlotte, y aquí donde entabló una relación
casi tan importante como esa con su analista, Frey-Rohn, levándose a sí
mismo y a sus sueños dos o tres veces por semana a la oficina de ella durante
varios años.
Entrar en terapia es una parte central del aprendizaje por medio de la acción,
del entrenamiento Jungiano, que normalmente toma alrededor de cinco años y
también incluye tomar cursos de folklore, mitología, Psicopatología y religiones
comparativas, entre otros. Es, dice Martin, del tipo de una “disciplina basada en
un tutor.” A él le gusta mucho marcar su propio pedigrí conferido, ya que la
misma Frey – Rohn se analizó con C. G. Jung. La mayoría de los analistas
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conocen sus ascendientes directos en linaje. Esa mañana, Martin y yo
estábamos pasando frente a un café cuando vio a otro analista Americano,
alguien que conoció en el colegio y que desde entonces se había establecido
en Suiza. “Oh, ahí está Bob,” dijo Martin alegremente, dirigiéndose hacia donde
estaba ese señor. “Bob se entrenó con Liliane,” me explicó, “y eso nos hace
una especie de hermanos.”
Más tarde ese día, fuimos al estudio fotográfico donde el trabajo en el Libro ya
estaba en danza. La habitación era un espacio sin ningún atractivo con suelos
de cemento y paredes pintadas de negro. Su atmósfera de silencio y de luces
brillantes le daba un aspecto de sala de cirugía. Estaba el editor del Norton
vestido con una chaqueta sport de tweed. Había un editor de arte contratado
por Norton y dos técnicos de una compañía llamada DigitalFusion, que volaron
a Zürich desde el Sur de California con lo que parecía ser un equipo que
constaba de una cámara y una computadora de media tonelada.
Shamdasani llegó antes que nosotros. Al igual que Ulrich Hoerni, quien, junto
con su primo Peter Jung, se han convertido en apoyos cautelosos de
Shamdasani, trabajando para construir un consenso dentro de la familia para
permitir que el libro saliera al mundo. Hoerni fue el que buscó el libro en el
banco y ahora que estaba de pie junto a él, con su ceño fruncido, parecía algo
torturado. Hablar con los herederos de Jung es entender que casi cuatro
décadas después de su muerte, ellos siguen girando dentro del tornado
psíquico que Jung creó durante su vida, atrapados entre las fuerzas opuestas
entre sus admiradores y sus críticos y entre sus propias lealtades filiales y la
tendencia histórica insistente de juzgar y volver a juzgar a sus propios
protagonistas. Hoerni luego me diría que el descubrimiento de Shamdasani de
las copias perdidas del Libro Rojo lo sorprendió, que aún hoy no está del todo
seguro de si alguna vez Carl Jung tuvo la intención de publicar el Libro Rojo.
“Él dejó la pregunta abierta,” dijo. “Uno podría pensar que él podría haber
tomado a alguno de sus hijos a un lado y decirle ‘Esto es lo que es y lo que
quiero que hagan con él,’ pero no lo hizo.” Era un peso que Hoerni cargaba
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pesadamente. Se había presentado en el estudio fotográfico no sólo con el
Libro Rojo guardado entre almohadones en un maletín especial sino también
con una bolsa de dormir y su cepillo de dientes, dado que cuando el día de
trabajo terminase, él pasaría la noche acurrucado cerca del libro – “una medida
de seguridad necesaria,” explicaría más tarde.
El Libro Rojo presentaba una belleza indiscutida. Sus colores parecían casi
latir, su escritura casi arrastrarse. El alivio de Shamdasani podía sentirse, al
igual que la ansiedad de Hoerni. Todos en la habitación parecían estar
congelados en una especie de hechizo, en especial Stephen Martin, quien
estaba parado a 8 pies de distancia del libro pero, luego, finalmente, después
de unos minutos, comenzó a acercarse pulgada a pulgada hacia él. Cuando el
director de arte llamó a un descanso, Martin se inclinó sobre el libro, colocando
su cabeza de forma tal de poder leer el alemán de la página. Si entendió lo que
leyó o no entendió, no lo dijo. Sólo levantó la vista y sonrió.
UNA TARDE me tomé un descanso del escaneo y fui a visitar a Andreas Jung,
que vive con su esposa Vreni, en la vieja casa de C. G. Jung en la 228
Seestrasse en la ciudad de Küsnacht. La casa – una construcción de estilo
barroco de 1908 de 5000 pies cuadrados de parque, diseñada por el psiquiatra
y financiada ampliamente por la herencia de su esposa Emma – se ubica en un
terreno entre la calle y el lago. Dos filas de árboles cortados de manera
ornamental en forma de torres crean un pasaje angosto hacia la entrada. La
casa se enfrenta al lago cubierto de nieve, a un conjunto de jardines bien
cuidados y en un rincón, a un trozo de bambú ingobernable totalmente fuera de
lo común.
Andreas es un hombre alto con un carácter tranquilo y con una manera muy
propia de un caballero en su forma de vestir. A los 64 años de edad, se parece
a una versión un poco más delgada y suavizada de su famoso abuelo, a quien
se refiere como “C. G.” Entre los cinco hijos (todos menos uno han fallecido) y
19 nietos (todos salvo cinco aún viven), él es uno de los más jóvenes y también
el más conocido por ser el más servicial con los curiosos. Es una especie de
celebridad. Él y Vreni preparan té y sirven galletitas muy atentamente y dan
una charla amena. “La gente quiere hablar conmigo y a veces quiere tocarme,”
me dijo Andreas, de manera divertida y algo tímida a la vez. “Pero, nada tiene
que ver conmigo, claro. Se debe a mi abuelo.” Mencionó que los jardineros que
podan los árboles se molestan cuando se encuentran con extraños – en
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general extranjeros – sacándole fotos a la casa. “En Suiza, C. G. Jung no es
tan importante,” dijo. “Ellos no comprenden todo esto.”
“La vida de C. G. Jung no era fácil,” dijo Andreas. “Para la familia, no fue nada
fácil.” Cuando era joven, Andreas algunas veces iba y encontraba el Libro Rojo
de su abuelo en un placard y lo hojeaba, sólo por diversión. Al conocer a su
autor personalmente, dijo, “No me resultaba nada extraño.”
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allí. “Es una especie de holograma,” dijo. “Todos proyectan algo en el espacio,
y Jung comienza a ser una persona real otra vez.”
Durante el desayuno buffet del hotel, me encontré con Stephen Martin y con
una analista californiana llamada Nancy Furlotti, que es la vice presidenta del
consejo de la Fundación Filemón y que en ese momento estaba tomando té
con muesli.
“¿Qué significan los elefantes para usted? Me preguntó Martin después de que
yo les relatara mi sueño.
“Está Ganesha,” dijo Furlotti, más a Martin que a mí. “Ganesha es una diosa
India de la sabiduría.”
Pasaron unos minutos deliberando acerca del rol arquetípico de la maestra del
jardín de infancia. “¿Cómo se siente hacia ella?” “¿Diría usted que se asemeja
más a la figura materna o a la de una bruja?”
Darle un sueño a un analista Jungiano es algo así como darle una ecuación
cuadrada compleja a alguien que realmente disfruta de las matemáticas. Se
debe saborear el proceso en sí mismo. La solución no siempre es
inmediatamente evidente. En los meses siguientes, le conté mi sueño a varios
analistas más, y cada uno giraba en torno los mismos conceptos simbólicos
similares acerca de la femineidad y la sabiduría. Un día estaba en la oficina de
Murray Stein, un analista Americano que vive en Suiza y que trabaja como
presidente del International School of Analytical Psychology, hablando sobre el
Libro Rojo. Stein me estaba hablando acerca de cómo algunos analistas
Jungianos que él conocía estaban preocupados por la publicación –
preocupados específicamente por el hecho de que era un documento privado y
de que fuera tomado como el trabajo de un loco, lo que me recordó mi sueño.
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Se lo conté, y le dije que el sólo hecho de comer la cabeza de un elefante me
resultaba grotesco y embarazoso y que posiblemente era una señal de que
había algo profundamente malo en mi psiquis. Stein me aseguró que comer era
un símbolo de integración. “No se preocupe,” me dijo tranquilizándome. “Es
horrible a un nivel naturalista, pero simbólicamente es bueno.”
Resultó ser que prácticamente todos los que trabajaban con el Libro Rojo
tuvieron un sueño esa semana. Nancy Furlotti soñó que estábamos todos
sentados a la mesa tomando un líquido color ámbar en globos de vidrio y
hablando sobre la muerte. (¿Era el escaneo del libro una muerte? ¿No era la
muerte seguida de renacimiento?) Sonu Shamdasani soñó que se encontraba
con Hoerni que estaba durmiendo en el jardín de un museo. Stephen Martin
estaba seguro de que había sentido una mano invisible que le tocaba la
espalda mientras dormía. Y, Hugo Milstein, uno de los técnicos digitales que
estaba escaneando el libro, pasó una noche atormentada viendo un flash
fantasmal de la cara de color blanco de un niño en una pantalla de
computadora. (Furlotti y Martin debatieron: ¿Podría haber sido Mercurio? ¿El
dios de los viajeros en un cruce de caminos?)
“Sí,” dijo Hoerni en silencio, sin sacar su mirada fulminante de la mesa. “Soñé
que el libro ardía en llamas.”
El Libro Rojo no es un viaje fácil – no lo fue para Jung, no lo fue para su familia,
ni para Shamdasani, tampoco lo será para los lectores. El libro es pomposo,
barroco y como todo lo demás acerca de Carl Jung, una rareza intencional,
sincronizado con una realidad mística y antediluviana. El texto es denso, por lo
general poético, siempre extraño. El arte es cautivador y también extraño.
Incluso hoy día, su publicación parece estar en riesgo. Como si fuera una
exposición. Pero es posible que Jung tuviera esa intención. En 1959, después
de haber dejado el libro más o menos sin tocar casi por 30 años, agregó un
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corto epílogo confirmando el dilema central al considerar el destino del libro.
“Para el observador superficial,” escribió, “le parecerá una locura.” Sin
embargo, el sólo hecho de que haya escrito un epílogo parece indicar que él
confiaba en que sus palabras algún día encontrarían la audiencia correcta.
Shamdasani piensa que los contenidos del Libro Rojo inflamarán tanto a los
fanáticos como a los críticos de Jung. Ya hay Jungianos planificando
conferencias y disertaciones dedicadas al Libro Rojo, algo que Shamdasani
encuentra divertido. Si piensa en todos los años que le tomó sentir como si
entendiera algo acerca del libro, se siente curioso de saber qué es lo que la
gente va a decir acerca del libro sólo meses después de su publicación. En lo
que a él respecta, una vez que el libro vea la luz, se convertirá en una pieza
magistral e imposible de ignorar en la historia de Jung, el portal hacia las
experiencias más íntimas de lo más íntimo de Carl Jung. “Una vez que esté
publicado, habrá un ‘antes’ y un ‘después’ en la erudición Jungiana,” me dijo, y
agregó, “Dará por tierra todas las biografías, sólo para empezar.” Me pregunté
que pasaría con el resto de nosotros, es decir, con las personas que no somos
Jungianas. ¿Habrá algo en el Libro Rojo para nosotros? “Absolutamente, hay
una historia humana aquí,” dijo Shamdasani, “El mensaje básico que él está
mandando es ‘Valora tu vida interior.’ ”
Stephen Martin también estará cerca para recibir el libro a su llegada a Nueva
York. Él ya presiente que dará una luz positiva a Jung – esto gracias a un
sueño reciente que tuvo acerca de un amanecer “inefablemente sublime” que
tuvo lugar en los Alpes Suizos – aún cuando otros no son tan optimistas.
Jung dice: “Creo también que me he perdido por completo a mí mismo. ¿Estoy
loco realmente? Todo es terriblemente confuso.”
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