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El Santo Grial de lo Inconsciente

Por Sarah Corbett

Esta es la historia de un libro de casi 100 años de edad, forrado en cuero color
rojo, que ha pasado el último cuarto de siglo guardado secretamente en una
caja de seguridad en un banco de Suiza. El libro es grande y pesado y su lomo
está grabado con letras en oro que dicen “Liber Novus”, palabras en latín que
significan “Libro Nuevo”. Sus páginas están hechas de papel pergamino grueso
color crema y repletas de pinturas de criaturas de otro mundo y con diálogos
manuscritos con dioses y demonios. Si usted no conociera el origen del libro,
podría confundirlo con un tomo perdido del medioevo.

Y, sin embargo, entre las duras tapas del libro, se


revela una historia muy moderna. Es la siguiente:
Un hombre entra en la mitad de su vida y pierde su
alma. El hombre va en busca de su alma. Después
de muchas aventuras y también de muchas
penurias instructivas –que tuvieron lugar
íntegramente en su mente– él se vuelve a
encontrar con su alma.

Algunas personas creen que nadie debería leer el


libro, y otros tantos opinan que todos debieran
leerlo. La verdad es que nadie realmente sabe
nada. La mayor parte de las cosas que se han
dicho sobre el libro- lo que es, lo que significa – es
producto de adivinanzas, ya que desde la fecha en
que fue comenzado en 1914 en una pequeña
ciudad de Suiza, parece ser que sólo una docena de personas han logrado
leerlo o tan sólo darle una mirada.

De aquellos que sí lo vieron, al menos una persona, una mujer educada de


origen inglés a la que le permitieron leer el libro en los años 20, pensaba que
encerraba una sabiduría infinita – “Existen personas en mi país que lo leerían
de punta a punta sin detenerse siquiera a respirar”, escribió – mientras que otra
persona famosa, del ámbito literario que le dio una hojeada poco tiempo
después, lo consideró fascinante y preocupante a la vez, y llegó a la conclusión
que se trataba del trabajo de un psicótico.

Entonces durante la mayor parte del siglo pasado, a pesar del hecho de que se
piensa que es un trabajo fundamental de uno de los más grandes pensadores
del siglo, el libro ha existido en gran parte sólo como un rumor, acariciado
detrás de los enredos de su propia leyenda – venerado y buscando una
solución a dicho acertijo sólo desde la distancia.

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Es por ello que una noche lluviosa en
noviembre de 2007, tomé el vuelo en Boston y
atravesé las nubes hasta que desperté en
Zurich, llegando a la puerta del aeropuerto
alrededor de la misma hora a la en que la
sucursal principal del Union Bank of
Switzerland, ubicada en la elegante
Bahnhofstrasse de la ciudad, frente a Tommy
Hilfiger y cerca de Cartier, abría sus puertas ese día. Un cambio estaba en
camino: el libro, que había pasado los últimos 23 años encerrado dentro de una
caja de seguridad en uno de los subsuelos del banco, estaba siendo envuelto
en un manto negro y cargado en un maletín discreto con ruedecitas. Luego, fue
trasladado pasando por los guardias, hacia la luz del sol y hacia el aire frío y
claro, donde fue introducido en un coche que estaba esperando y se perdió en
la ciudad.

ESTO PODRÍA SONAR, imagino, como el comienzo de una novela de


espionaje, o como una aventura en un banco de Hollywood, pero es
principalmente la historia sobre la genialidad y la locura, al igual que sobre la
posesión y la obsesión, con un objeto – este inusual y viejo libro – deslizándose
entre ellas. Además, hay un montón de Jungianos involucrados, una especie
de pensadores que siguen las teorías de Carl Jung, el psiquiatra Suizo y autor
del gran libro de tapas de cuero color rojo. Y, los Jungianos, casi por definición,
tienden a entusiasmarse cada vez que algo que se encontraba previamente
oculto se revela, cuando algo que se encontraba bajo tierra sale a la luz.

COMPARTIENDO EL LEGADO. De izquierda a derecha, Peter y Andreas Jung y Ulrich


Hoerni, nietos de Carl Jung, en la casa de Jung en Küsnacht, Suiza.

Carl Jung fundó el campo de la psicología analítica y junto con Sigmund Freud,
fue el responsable de popularizar la idea de que la vida interior del ser humano
era merecedora no sólo de una simple atención sino de una exploración

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minuciosa y dedicada – una noción que ha llevado desde entonces a millones
de personas a la psicoterapia. Freud, que comenzó siendo el mentor de Jung y
que luego se convirtió en su rival, en general veía a la mente inconsciente
como un depósito de deseos reprimidos, que luego, podían ser codificados,
divididos en patologías y finalmente tratados. Jung, con el tiempo, comenzó a
ver a la psique como un lugar inherentemente más espiritual y fluido, un
océano en el cual se podía pescar para alcanzar la iluminación y la sanación.

Tanto si lo hubiera querido como si no, Jung – que se llamaba a sí mismo


científico – es recordado en la actualidad más como un icono contra-cultural, un
propulsor de la espiritualidad fuera de la religión y el último campeón de los
soñadores y buscadores en todo el mundo, que ha provocado que se ganase
tanto el respeto póstumo como el ridículo póstumo. Las ideas de Jung llevaron
a la fundación del test de personalidad de Myers – Briggs ampliamente utilizado
e influyó en la creación de Alcohólicos Anónimos. Sus principios centrales – la
existencia de un inconsciente colectivo y el poder de los arquetipos – se han
infiltrado en los amplios dominios del pensamiento de la Nueva Era mientras
que han permanecido en mayor medida en los límites de la corriente
psicológica.

Un gran hombre con anteojos de marco de metal, una sonrisa fuerte y con una
tendencia a lo experimental, Jung estaba interesado en los aspectos
psicológicos de las sesiones espiritistas, de la astrología, de la brujería. Él
podía ser jocoso y también impaciente. Era un orador dinámico, un interlocutor
enfático. Tenía un famoso atractivo magnético hacia las mujeres. Mientras
trabajó en el hospital psiquiátrico de Burghölzli, Jung escuchaba atentamente
los delirios de los esquizofrénicos, y creía que estos tenían las claves tanto
para las verdades personales como para las verdades universales. En su
hogar, en su tiempo libre, leía con atención a Dante, Goëthe, Swedenborg y
Nietzsche. Comenzó a estudiar mitología y las culturas del mundo, aplicando lo
que había aprendido al alimento vivo del inconsciente – reclamando que los
sueños ofrecían una narrativa simbólica y rica que surgía de las profundidades
de la psique. En algún lugar del camino, comenzó a ver que el alma humana –
no sólo la mente y el cuerpo – necesitaba un desarrollo y cuidado específicos,
una idea que lo llevó al territorio siempre ocupado por poetas y clérigos, pero
no por médicos y científicos empíricos.

Jung pronto se encontró oponiéndose a Freud al igual que a la mayoría de su


campo, los psiquiatras que constituían la cultura dominante de la época,
utilizando el lenguaje de síntomas y diagnosis detrás de los cerrojos de los
guardias de los asilos. La separación no fue fácil. A medida que comenzaron a
cristalizarse sus convicciones, Jung, quien era en ese momento un hombre
ambicioso y exitoso con una familia incipiente, con una práctica privada
próspera y con una casa grande y elegante a la orilla del Lago Zurich, sintió
que su propia mente comenzaba a tambalear y a deslizarse, hasta que
finalmente decayó en lo que se convertiría en una crisis que alteraría toda su
vida.

Lo que le sucedió después a Carl Jung se ha convertido, entre los Jungianos y


otros doctos, en un tema de controversia y de leyenda constante. Se ha

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caracterizado por ser una enfermedad creativa, un descenso al bajo mundo, un
ataque de insanidad, una auto – deificación narcisista, una trascendencia, un
quiebre a mitad de la vida y un disturbio interior enfrentándose a los comienzos
de la Primera Guerra Mundial. Sea cual fuere el caso, en 1913, Jung, que en
ese entonces tenía 38 años, se perdió en medio de su propia psique. Él se
sentía amenazado por visiones preocupantes y por voces que escuchaba en su
interior. Intentaba resolver el horror de parte de lo que veía, se preocupaba en
momentos en que estaba, dicho en sus propias palabras, “amenazado por una
psicosis” o “cursando una esquizofrenia.”

Él, más tarde, compararía este período de su vida – esta “confrontación con el
inconsciente”, como él la llamó – con un experimento con la mezcalina. Él
describió sus visiones como surgiendo en forma de una “corriente incesante”.
Él las comparó con rocas cayendo sobre su cabeza, con truenos, con lava
derretida. “Solía tener que aferrarme a la mesa,” recuerda, “para no caer en
pedazos”.

Si él hubiese sido un paciente psiquiátrico, le habrían dicho que tuvo un


desorden nervioso y lo habrían estimulado para que no prestara atención al
circo que tenía lugar en su mente. Pero, como psiquiatra, y uno decididamente
rebelde, él intentó, por el contrario, tirar abajo la pared entre su yo racional y su
psique. Durante casi seis años, Jung trabajó para evitar que su mente
consciente bloqueara lo que su mente inconsciente trataba de mostrarle. Entre
las consultas de sus pacientes, después de cenar con su esposa y sus hijos,
siempre que tuviera una o dos horas libres, Jung se sentaba en una habitación
repleta de libros en el segundo piso de su casa y realmente inducía las
alucinaciones – lo que él llamaba “imaginación activa”. “Para captar las
fantasías que me movían subterráneamente tuve,” escribió luego Jung en su
libro “Recuerdos, Sueños, Pensamientos”, “por así decirlo, que dejarme caer en
ellas.”[1] Se encontró a sí mismo en un lugar liminal, al mismo tiempo repleto
de abundancia creativa como de ruina potencial, lugar que se cree iguala los
mismos límites que transitan tanto los lunáticos como los grandes artistas.

Jung lo registraba todo. Primero, tomando notas en una serie de diarios


pequeños y de color negro, luego, él analizaba e interpretaba sus fantasías, y
escribía en un tono profético y majestuoso en el gran libro de tapas de cuero
rojo. El libro detallaba un viaje descaradamente psicodélico a través de su
propia mente, una progresión vagamente Homérica de encuentros con
personas extrañas que tenían lugar en paisajes oníricos cambiantes y curiosos.
Escribía en alemán, llenó 205 páginas de gran tamaño con una caligrafía
elaborada y con pinturas ricamente coloreadas y con detalles sorprendentes.

Lo que escribió no pertenecía al canon previo de ensayos académicos e


imparciales sobre psiquiatría. Tampoco era un diario en el sentido de específico
de la palabra. No mencionaba a su esposa, a sus hijos, ni a sus colegas, ni
siquiera para tal propósito utilizó ningún tipo de lenguaje psiquiátrico. En su
lugar, el libro era una especie de obra teatral de una moralidad fantasmagórica,
llevada por el propio deseo de Jung no sólo de trazar un derrotero de entre el
pantano de mangles de su mundo interior sino también de llevarse algunas de
sus riquezas con él. Fue esta última parte – la idea de que una persona debiera

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moverse en forma beneficiosa entre los polos de lo racional y lo irracional, la
luz y la oscuridad, el consciente y el inconsciente – que le proporcionó el
germen de su posterior trabajo y en lo que se convertiría la psicología analítica.

El libro cuenta la historia de Jung tratando de enfrentarse a sus propios


demonios a medida que iban emergiendo de las sombras. Los resultados son
humillantes, en algunos casos ofensivos. En él, Jung viaja a la tierra de la
muerte, se enamora de una mujer que después se da cuenta que es su
hermana, queda atrapado por una gran serpiente y, en un momento aterrador,
come el hígado de un niño pequeño. (“Trago con esfuerzos desesperantes – es
imposible – una y otra y otra vez – casi me desmayo – está hecho.”) En
determinado momento, inclusive el diablo critica a Jung como odioso.

Él trabajó en su libro rojo – así simplemente lo llamó él, el Libro Rojo – dentro y
fuera durante casi 16 años, mucho después de que su crisis personal haya
pasado, pero nunca logró terminarlo. Se inquietaba activamente por su causa,
preguntándose si debía publicarlo y enfrentarse al ridículo de sus pares
orientados científicamente o si debía colocarlo en un cajón y olvidarse de él. En
relación a lo que el contenido del libro significaba, sin embargo, Jung era
terminante. “Todos mis trabajos, toda mi actividad creativa,” él solía recordar
más tarde, “ha surgido de aquellas fantasías y sueños iniciales.”

Jung evidentemente guardó el Libro Rojo cerrado con llave en un armario de su


casa en Zürich, suburbio de Küsnacht. Cuando él murió en 1961, no dejó
instrucciones específicas sobre qué hacer con el libro. Su hijo, Franz, un
arquitecto y el tercero de cinco hijos, se hizo cargo de la casa y decidió dejar al
libro, con sus meditaciones extrañas y sus pinturas elaboradas, donde estaba.
Luego, en 1984, la familia transfirió el libro al banco, donde desde entonces se
ha convertido tanto en un bien como en una obligación.

Siempre que alguna persona pedía para ver el Libro Rojo, los miembros de la
familia decían, sin dudar y a veces sin decoro, no. El libro era privado,
aseveraban, un intenso trabajo personal. En 1989, un analista americano,
llamado Stephen Martin, que era el editor de un diario Jungiano y que ahora
dirige una fundación filantrópica Jungiana, visitó al hijo de Jung (el resto eran
hijas mujeres) y preguntó sobre el Libro Rojo. La pregunta encontró una
respuesta que lo sorprendió. “Franz Jung, un hombre genial y gracioso,
reaccionó en forma brusca, casi con enojo.” Martin luego escribió en su boletín
de la fundación, y dijo “en términos inciertos” que Martin “no pudo ver el Libro
Rojo y que no imaginaba que alguna vez éste se publicase.”

Y, sin embargo, el secreto Libro Rojo de Carl Jung – escaneado, traducido y


conteniendo notas al pie de página – estará en las librerías el mes que viene,
publicado por W. W. Norton y tipificado como el “trabajo no publicado de mayor
influencia en la historia de la psicología.” Con seguridad es una victoria para
algunos, pero, aún es muy pronto para decir para quién.

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STEPHEN MARTIN es un hombre compacto, que
usa barba de 57 años de edad. Tiene una
inteligencia irreverente, vigorosa, y lo que parece
ser un sentido de sorpresa completamente intacto.
Si usted llega a tener una conversación con él en
cualquier momento antes de las diez de la
mañana, él le hará su primera pregunta – “¿Cómo
durmió?” – y, seguramente seguida de su segunda
pregunta – “¿Usted soñó?” porque para Martin, al
igual que para todos los analistas Jungianos, el
soñar ofrece una lectura barométrica de la psique.
En su casa en un frondoso suburbio de Filadelfia,
Martin guarda cinco libros gruesos llenos de
anotaciones e interpretaciones de todos los sueños
que ha tenido mientras estudiaba para ser un
analista treinta años atrás en Zürich, bajo la tutela de una analista Suiza en ese
entonces en sus 70s llamada Liliane Frey-Rohn. En la actualidad, Martin
archiva sus sueños en su computadora, pero el sueño de su vida es – como él
dice que debería ser el sueño de la vida de todas las personas – tan
comprometido como siempre.

Aún cuando algunos de sus colegas en el mundo Jungiano son cautelosos al


considerar a Carl Jung como un sabio – una historia de comentarios
antisemitas y sus visiones patriarcales acerca de las mujeres causó que
muchos se distanciaran de él – Martin lo reverencia sin dudarlo siquiera.
Guarda los veinte volúmenes de las obras completas de Jung en un estante en
su casa y relee “Memorias, Sueños, Pensamientos” por lo menos dos veces al
año. Muchos años atrás, cuando una de sus hijas lo entrevistó como parte de
un proyecto para el colegio y le preguntó de qué religión era, Martin, un judío
no observante, le contestó, “Oh, querida, soy Jungiano.”

La primera vez que lo vi, en la estación de trenes en Ardmore, Pa., Martín


estrechó mi mano y pensativamente tomó mi maleta. “Venga,” me dijo, “la
llevaré a ver el santo sudario.” La habitación era acogedora y del tipo de una
cueva, con una alfombra gruesa y con las paredes pintadas de un tono de azul
profundo y llamativo. Había un sofá estilo de las misiones californianas y dos
sillas de respaldo alto y una máquina de café expreso en un rincón.

Varios posters típicos montados de Zürich colgaban de las paredes, junto con
fotografías de Carl Jung, con una mirada sabia y de cabellos blancos, y Liliane
Frey-Rohn, una mujer de cara redonda que sonreía en forma maternal detrás
de un par de anteojos severos.

Martin escogió con ternura varias primeras ediciones de libros escritos por Jung
de un estante, los abrió para que yo pudiera ver como habían sido
autografiados para Liliane Frey-Rohn, que luego se los dejó en herencia a
Martin. Por último, nos encontramos frente a un marco cuadrado que colgaba
en una pared distante de la habitación, otro regalo de su anterior analista y la
pieza central del arcano Jungiano de Martin. Dentro del cuadro había una tela
delicada cuadrada, su textura ya envejecida por los años – un pañuelo doblado

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con las iniciales “CGJ” bordadas prolijamente en un rincón en gris. Martin dijo,
“Ahí lo tiene,” en tono exageradamente pomposo, “El santo pañuelo, el santo
sudario nasal de C. G. Jung.”

Además de trabajar como analista, Martin es el director de la Fundación


Filemón, que tiene como meta preparar los trabajos no publicados de Carl Jung
para que sean publicados, con el Libro Rojo como proyecto central. Él ha
pasado los últimos años en forma agresiva, a veces evangelísticamente,
juntando el dinero dentro de la comunidad Jungiana para apoyar su fundación.
La fundación, a cambio, ayudó a pagar la traducción del libro y el agregado de
un trabajo erudito – que consta de una larga introducción y una vasta red de
notas al pie de página – escritas por un historiador londinense llamado Sonu
Shamdasani, que trabaja como editor general de la fundación y que pasó casi
tres años tratando de persuadir a la familia para que accedieran a que
publicara el libro y para que le permitieran acceder a él.

Situado el objetivo de la fundación Filemón, excavar y hacer públicos los viejos


papeles de C. G. Jung – conferencias que él dio en el Club Psicológico de
Zürich o cartas inéditas, por ejemplo – tanto Martin como Shamdasani, que
comenzaron la fundación en 2003, han trabajado para entablar una relación
con la familia Jung, los propietarios y guardianes notoriamente protectores de
las obras de Jung. Martin fue uno más de casi todos los que después fui
encontrando y que posteriormente me dirían acerca de trabajar con la familia
de Jung. “A veces es delicado,” dijo, agregando a modo explicativo, “Son muy
Suizos.”

Lo que probablemente quiso decir con esto es que los miembros de la familia
Jung que trabajaron activamente para mantener los bienes de Jung tienden a
hacer todas las cosas con mucho cuidado y con un énfasis en la privacidad y el
decoro y en ocasiones son tomados por sorpresa por la manera totalmente
informal y relativamente descarada con que los Jungianos americanos – que es
seguro decir que son los Jungianos más ardientes – se inmiscuyen en los
asuntos de la familia. Hay americanos que se presentan y llaman a la puerta de
la casa de la familia Jung en Küsnacht sin previo anuncio; americanos que
suben la cerca en Bollingen, la torre de piedra que Jung construyó como
residencia de verano bien al sur de la costa del Lago Zürich. Americanos que
acribillan a Ulrich Hoerni, uno de los nietos de Jung que maneja los asuntos de
archivo y editorial a través de la fundación de la familia, casi en forma semanal
con diversos tipos de permisos. La relación entre los Jung y las personas que
han sido inspiradas por Jung es, casi por necesidad, una compleja simbiosis. El
Libro Rojo – que, por un lado describía el auto análisis de Jung y se convirtió
en el génesis del método Jungiano y por el otro fue lo suficientemente extraño
como para avergonzar a la familia – contenía una cierta carga eléctrica. Martin
reconoció el dilema de los descendientes. “Ellos lo poseen pero no lo han
vivido,” dijo, al describir el legado de Jung. “Es muy molesto para ellos porque
todos sentimos que nos pertenece.” Inclusive el mismo viejo psiquiatra parecía
reconocer la tensión. “Gracias a Dios que soy Jung,” se rumorea que dijo cierta
vez, “y no Jungiano.”

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“Este señor, es un bodhisattva,” Martin me dijo un día. “Este es el explorador
psíquico más grande del siglo XX, y este libro nos cuenta la historia de su vida
interior.” Agregó, “Me da escalofríos de sólo pensarlo.” A esas alturas todavía
tenía que darle una mirada al libro, pero para él ese hecho lo hacía aún más
tentador. Su esperanza era que el Libro Rojo le diera más “vigor” a la
psicología Jungiana, o al menos lo atrajera a él personalmente más cerca de
Jung. “¿Lo entenderé?”, dijo, “Probablemente, no. ¿Me desilusionará? Es
probable. ¿Será inspirador? ¿Cómo podría no serlo?” Hizo una pausa, parecía
estar pensando en todo ello. “Quiero ser transformado por él,” dijo finalmente,
“Eso es todo.”

PARA ENTENDER y decodificar el Libro Rojo – un proceso que él decía que


llevaría más de cinco años de trabajo concentrado – Sonu Shamdasani hizo
largas caminatas por Hampstead Heath en Londres. Solía traducir el libro por la
mañana, luego, caminaba varias millas por el parque durante la tarde, con su
mente tratando de seguir el camino del conejo que Jung había forjado en su
mente.

Shamdasani tiene 46 años de edad. Tiene cabello negro grueso, un ojo


puntilloso por los detalles y una forma de hablar modesta, casi solemne. Es
amigable, pero no es dado a la conversación trivial. Si Stephen Martin es – en
términos Jungianos – del “tipo sentimental”, entonces Shamdasani, que
enseña, en la University College London’s Wellcome Trust Center, Historia de
la Medicina y tiene un libro del escritor de teatro Griego Esquilo junto a su sofá
para lectura liviana, es del “tipo pensador.” Él ha estudiado psicología Jungiana
por más de 15 años y se queda particularmente sin aliento en relación con la
psicología de Jung y su conocimiento del pensamiento oriental, al igual que con
la riqueza histórica de su época, un período en que la escritura visionaria era
más común, cuando la ciencia y el arte estaban más relacionados entre sí y
cuando Europa se estaba deslizando en el cataclismo psíquico de la guerra. Él
tiende a sospechosar del pensamiento interpretativo que no está anclado por
un hecho incontestable – y, en efecto, se ha hecho al hábito de atacar a
cualquiera que considere culpable de erudición descuidada – y también
mantiene por lo general una actitud neutra hacia Jung. Ambas cualidades
hacen de él, en determinados momentos, una extraña compañía tanto entre los
Jungianos como entre los Jung.

La relación entre historiadores y las familias de las luminarias de la historia es,


casi por naturaleza, una de mutuo desencanto. Un lado trabaja para extraer; el
otro para proteger. Uno tira, el otro afloja. Stephen Joyce, el ejecutor literario de
James Joyce y el último heredero con vida, ha comparado a eruditos y
biógrafos con “ratas y piojos.” Dmitri, el hijo de Vladimir Nabokov,
recientemente dijo a un entrevistador que consideraba la posibilidad de destruir
la última novela conocida de su padre para rescatarla del “tonto monstruoso”
que ya había husmeado en la vida y obra de su padre. La viuda de T. S. Eliot,
Valerie Fletcher, ha mantenido activamente sus papeles lejos de las manos de
los biógrafos, y Anna Freud, fue, durante su vida, muy selectiva respecto a
quien podía leer y tomar nota de los archivos de su padre.

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Aún en contra de este telón de fondo, los Jung, liderados por Ulrich Hoerni, el
principal administrador literario, se han distinguido por la fuerza de su custodia.
A lo largo de los años, han tratado de interferir con la publicación de libros que
ellos consideraban negativos o inexactos (incluyendo uno escrito por el
premiado biógrafo Deirdre Bair), han intervenido en acuerdos legales con
Jungianos y otros académicos sobre los derechos de la obra de Jung y
mantuvieron un estado de alta agitación en lo que respecta a la forma en que
C. G. Jung es retratado. Shamdasani fue inicialmente cauteloso con los
herederos de Jung. “Ellos tuvieron un séquito de personas que se les
acercaban y les pedían ver las joyas de la corona,” me dijo en Londres este
verano. “Y la respuesta estándar era, ‘piérdete.’ ”

Shamdasani se acercó por primera vez a la familia con el propósito para editar
y eventualmente publicar el Libro Rojo en 1997, año que terminó siendo un
momento oportuno. Franz Jung, un oponente vehemente de exponer el lado
privado de C. G. Jung, había fallecido recientemente, y la familia estaba
tratando de evitar la publicación de dos libros ampliamente discutidos y
controvertidos escritos por un psicólogo americano llamado Richard Noll, que
proponía que Jung era un galanteador, un profeta auto elegido de un culto
Ariano que idolatraba al sol y que varias de sus ideas centrales eran plagiadas
o basadas en investigaciones falsas.

Mientras que los ataques de Noll podrían haber llevado a la familia a proteger
con mayor vigor el Libro Rojo, Shamdasani apareció con los elementos
correctos para hacer un trato – dos manuscritos parcialmente tipeados en
borrador (sin ilustraciones) del Libro Rojo que él había encontrado en algún
lugar. Uno estaba esperando en una estantería en una casa al sur de Suiza, en
la casa de la hija mayor de una señora que una vez trabajó haciendo
transcripciones y traducciones para Jung. El segundo lo encontró en la
Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, en una caja llena de papeles sin
catalogar que pertenecía a un conocido editor alemán. El hecho de que
existieran dos copias parciales del Libro Rojo significaba dos cosas – una, que
Jung la había distribuido al menos a unos pocos amigos, presumiblemente
solicitando una respuesta para una posible publicación; y dos, que el libro,
hasta entonces considerado privado e inaccesible, podía, de hecho ser
encontrado. El espectro de Richard Noll y de cualquier otro que, ellos temieran
pudiera manchar a Jung al querer citar en forma selectiva cualquier parte del
libro cobró demasiada importancia. Con o sin la aprobación de la familia Jung,
el Libro Rojo – o al menos partes del mismo – es posible que pronto se hiciera
público en algún momento cercano, escribió Shamdasani, “probablemente,” de
manera ominosa en un informe a la familia, “en forma sensacionalista.”

Durante casi dos años, Shamdasani voló repetidas veces a Zürich, armando su
caso con los herederos de Jung. Almorzó, compartió cafés y dio una
conferencia. Finalmente, después de muchas y tensas deliberaciones
intrafamiliares, Shamdasani recibió un pequeño salario y una copia a color del
libro original y le fue otorgado el permiso para proceder a su preparación para
la publicación, a pesar de que estaba atado por un acuerdo confidencialmente
estricto. Cuando el dinero escaseó en 2003, se creó la Fundación Filemón para
financiar la investigación de Shamdasani.

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Después de haber vivido más o menos solo con el libro durante casi una
década, Shamdasani – que es un amante del buen vino y de los detalles más
complejos del jazz – en estos días tiene el aspecto de alguien que, tras haber
comenzado a salir de un enorme laberinto, está algo convulsionado. Cuando lo
visité este verano en el duplex superpoblado de libros frente al páramo, él
estaba agregando su nota al pie de página número 1051 al Libro Rojo.

Los pies de página delinean tanto el viaje de Shamdasani como el de Jung.


Estos incluyen referencias a Fausto, Keats, Ovidio, los dioses Escandinavos
Odin[2] y Thor[3], las deidades Egipcias Isis y Osiris, la diosa Griega Hecate,
textos Gnósticos antiguos, Hiperbóreos Griegos, el Rey Herodes, el Antiguo
Testamento, el Nuevo Testamento, Zaratustra de Nietzsche, astrología, el
artista Giacometti y la fórmula alquímica del oro. Esto sólo por nombrar
algunos. La premisa central del libro, me dijo Shamdasani, fue que Jung se
desilusionó con el racionalismo científico – lo que él llamó “el espíritu de la
época”- y durante el curso de varios encuentros quijotescos con su propia alma
y con otras figuras internas, conoce y aprecia “el espíritu de las profundidades,”
un campo que abre las puertas a la magia, la coincidencia, y a las metáforas
mitológicas proporcionadas por los sueños.

“Es el reactor nuclear para todas sus obras,” dijo Shamdasani, al notar que los
conceptos más conocidos de Jung – incluyendo su creencia de que la
humanidad comparte una fuente de sabiduría ancestral que él denominó
inconsciente colectivo y el pensamiento de que las personalidades tienen tanto
componentes masculinos como femeninos (animus y anima) – tienen sus
raíces en el Libro Rojo. El hecho de crear el libro, también llevó a Jung a
reformular la manera en que trabajaba con sus clientes, como evidenció una
nota que Shamdasani encontró en un libro auto publicado escrito por una
antigua cliente, en el que ella recuerda el consejo de Jung de procesar todo lo
que sucedía en las zonas más profundas y por momentos aterradoras de su
mente.

“Le aconsejaría que escribiera todo de la mejor manera que usted pueda – en
un libro hermosamente encuadernado,” la instruyó Jung. “Le parecerá que
estará convirtiendo en banales sus visiones – pero usted necesita hacer eso –
entonces se librará de su poder… Luego, cuando estas cosas estén escritas en
un hermoso libro, usted puede consultar el libro y recorrer sus páginas y para
usted será su iglesia – su catedral – los lugares silenciosos de su espíritu
donde usted encontrará la renovación. Si alguien le dice que es mórbido o
neurótico y usted los escucha, entonces perderá su alma, porque en ese libro
está su alma.”

ZÜRICH ES, ANTES QUE OTRA COSA, una de las ciudades europeas con
más propósitos determinados. Las campanas de sus iglesias doblan con
precisión; sus trenes entran y salen de las estaciones a un horario exacto. Hay
restaurantes de fondue llenos de gente y chocolaterías y nativos saludables
que pedalean jovialmente sus bicicletas sobre los puentes de piedra que se
extienden sobre el Río Limmat. En verano, los yates se pasean por el Lago
Zürich; en invierno, los Alpes brillan en el horizonte. Y durante la hora del
almuerzo a lo largo de todo el año, grupos de jóvenes banqueros pasean por la

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Bahnhofstrasse en sus trajes poderosos y sus relojes carísimos, aparentando
ser eternamente conscientes del hecho de que bajo sus pies yacen bóvedas
laberínticas repletas de una cantidad deslumbrante y desproporcionada de la
riqueza del mundo.

Pero también están, ventilando el esplendor material de la ciudad con su


devoción a los sueños, los Jungianos. Alrededor de 100 analistas Jungianos
practican en y en los alrededores de Zürich, examinando los sueños de sus
clientes en sesiones que se llevan a cabo en pequeñas oficinas acumuladas
dentro de edificios en toda la ciudad. Otros pocos cien analistas en
entrenamiento pueden encontrarse estudiando en uno de los dos institutos
Jungianos de la zona. En más de una oportunidad, me han dicho que, además
de ser un destino turístico fantástico y un buen lugar para guardar el dinero,
Zürich es una excelente ciudad para soñar.

Los Jungianos están acostumbrados a ser una minoría en casi todos los
lugares a los que van, pero aquí, dentro de una ciudad de 370.000 habitantes,
ellos han encontrado un cierto y tranquilo punto de apoyo. Zürich, para los
Jungianos, está cargada espiritualmente. Es una especie de Jerusalén, el lugar
donde C. G. Jung comenzó su carrera, dio seminarios, cultivó un íntimo círculo
de discípulos, desarrolló sus teorías acerca de la psiquis y donde luego se
convirtió en un señor mayor. Muchas de las personas que se anotan en los
institutos son Suizos, Americanos, Británicos o Alemanes, pero algunos son de
lugares como Japón y Sudáfrica o Brasil. A pesar de que hay otros institutos
Jungianos en otras ciudades alrededor del mundo que ofrecen programas con
diplomas, aprender las técnicas de análisis de los sueños en Zürich es algo así
como aprender a jugar baseball en el Yankee Stadium. Para el creyente, el
lugar en sí mismo conlleva una gracia talismánica.

Al igual que yo, Stephen Martin voló a Zürich la semana en que el Libro Rojo
fue sacado de su hogar en la caja de seguridad del banco y llevado a un
pequeño estudio fotográfico cerca de la casa de la ópera para ser escaneado,
página por página, para su publicación. (Se incluirá en la parte posterior del
libro una traducción al inglés del libro junto con la introducción y las notas al pie
de páginas realizadas por Shamdasani.) Martin ya se tomó la costumbre de
visitar Zürich varias veces al año para “malcriarse con las salchichas y para
renovarse” y para atender los asuntos de la Fundación Filemón. Durante mi
primera mañana allí, caminamos alrededor de las partes antiguas de la ciudad,
antes de ir a ver el Libro. Zürich hacía que Martin se volviera nostálgico. Fue
aquí donde conoció a su esposa Charlotte, y aquí donde entabló una relación
casi tan importante como esa con su analista, Frey-Rohn, levándose a sí
mismo y a sus sueños dos o tres veces por semana a la oficina de ella durante
varios años.

Entrar en terapia es una parte central del aprendizaje por medio de la acción,
del entrenamiento Jungiano, que normalmente toma alrededor de cinco años y
también incluye tomar cursos de folklore, mitología, Psicopatología y religiones
comparativas, entre otros. Es, dice Martin, del tipo de una “disciplina basada en
un tutor.” A él le gusta mucho marcar su propio pedigrí conferido, ya que la
misma Frey – Rohn se analizó con C. G. Jung. La mayoría de los analistas

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conocen sus ascendientes directos en linaje. Esa mañana, Martin y yo
estábamos pasando frente a un café cuando vio a otro analista Americano,
alguien que conoció en el colegio y que desde entonces se había establecido
en Suiza. “Oh, ahí está Bob,” dijo Martin alegremente, dirigiéndose hacia donde
estaba ese señor. “Bob se entrenó con Liliane,” me explicó, “y eso nos hace
una especie de hermanos.”

El análisis Jungiano gira en gran medida en torno al hecho de escribir tus


sueños (o dibujarlos) y traerlos al analista – alguien que está bien preparado
tanto con los símbolos como con las personas – para ser explorados en el
significado arquetípico y personal. Eligiendo entre las propias experiencias
personales de Jung, los analistas generalmente alientan a sus clientes para
que experimenten por sí mismos con la imaginación activa, convocando un
paisaje onírico en la vigilia y para que interactúen con quien sea o con lo que
sea que allí surja. Se considera al análisis una forma de psicoterapia, y muchos
analistas, de hecho, también son entrenados como psicoterapeutas, pero en su
forma más pura, un analista Jungiano se abstiene de hablar clínicamente de
diagnósticos y de recuperación a favor de objetivos más amplios (y algunos
dicen confusos) de auto descubrimiento y completud – un proceso de
maduración al que el mismo Jung se refería como “individuación”. Tal vez,
como resultado tiene un distintivo diferente para las personas a mitad de sus
vidas. “El propósito del análisis no es un tratamiento,” Martin me explicó. “Ese
es el propósito de la psicoterapia. “El propósito del análisis es,” agregó, con un
toque de grandeza, “devolverle la vida a quien la haya perdido.”

Más tarde ese día, fuimos al estudio fotográfico donde el trabajo en el Libro ya
estaba en danza. La habitación era un espacio sin ningún atractivo con suelos
de cemento y paredes pintadas de negro. Su atmósfera de silencio y de luces
brillantes le daba un aspecto de sala de cirugía. Estaba el editor del Norton
vestido con una chaqueta sport de tweed. Había un editor de arte contratado
por Norton y dos técnicos de una compañía llamada DigitalFusion, que volaron
a Zürich desde el Sur de California con lo que parecía ser un equipo que
constaba de una cámara y una computadora de media tonelada.

Shamdasani llegó antes que nosotros. Al igual que Ulrich Hoerni, quien, junto
con su primo Peter Jung, se han convertido en apoyos cautelosos de
Shamdasani, trabajando para construir un consenso dentro de la familia para
permitir que el libro saliera al mundo. Hoerni fue el que buscó el libro en el
banco y ahora que estaba de pie junto a él, con su ceño fruncido, parecía algo
torturado. Hablar con los herederos de Jung es entender que casi cuatro
décadas después de su muerte, ellos siguen girando dentro del tornado
psíquico que Jung creó durante su vida, atrapados entre las fuerzas opuestas
entre sus admiradores y sus críticos y entre sus propias lealtades filiales y la
tendencia histórica insistente de juzgar y volver a juzgar a sus propios
protagonistas. Hoerni luego me diría que el descubrimiento de Shamdasani de
las copias perdidas del Libro Rojo lo sorprendió, que aún hoy no está del todo
seguro de si alguna vez Carl Jung tuvo la intención de publicar el Libro Rojo.
“Él dejó la pregunta abierta,” dijo. “Uno podría pensar que él podría haber
tomado a alguno de sus hijos a un lado y decirle ‘Esto es lo que es y lo que
quiero que hagan con él,’ pero no lo hizo.” Era un peso que Hoerni cargaba

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pesadamente. Se había presentado en el estudio fotográfico no sólo con el
Libro Rojo guardado entre almohadones en un maletín especial sino también
con una bolsa de dormir y su cepillo de dientes, dado que cuando el día de
trabajo terminase, él pasaría la noche acurrucado cerca del libro – “una medida
de seguridad necesaria,” explicaría más tarde.

Y, finalmente, allí bronceándose bajo las luces de neón, se encontraba el Libro


Rojo de Carl Jung, desplegado en la página 37. Un lado de la página abierta
mostraba un intrincado mosaico de una pintura de un gigante sosteniendo un
hacha rodeado por cocodrilos y serpientes aladas. El otro lado estaba repleto
de una caligrafía alemana ilegible que parecía por momentos controlada y
también, dada la cantidad de palabras que había en la página, daba la
impresión de algo escrito en forma enérgica, catárticamente. Sobre el libro, un
scanner de 10.200 pixeles estaba suspendido en un carro porta cámara que
cliqueaba y luego zumbaba, capturando el libro a una décima de milímetro por
vez y cargando las imágenes en una computadora.

El Libro Rojo presentaba una belleza indiscutida. Sus colores parecían casi
latir, su escritura casi arrastrarse. El alivio de Shamdasani podía sentirse, al
igual que la ansiedad de Hoerni. Todos en la habitación parecían estar
congelados en una especie de hechizo, en especial Stephen Martin, quien
estaba parado a 8 pies de distancia del libro pero, luego, finalmente, después
de unos minutos, comenzó a acercarse pulgada a pulgada hacia él. Cuando el
director de arte llamó a un descanso, Martin se inclinó sobre el libro, colocando
su cabeza de forma tal de poder leer el alemán de la página. Si entendió lo que
leyó o no entendió, no lo dijo. Sólo levantó la vista y sonrió.

UNA TARDE me tomé un descanso del escaneo y fui a visitar a Andreas Jung,
que vive con su esposa Vreni, en la vieja casa de C. G. Jung en la 228
Seestrasse en la ciudad de Küsnacht. La casa – una construcción de estilo
barroco de 1908 de 5000 pies cuadrados de parque, diseñada por el psiquiatra
y financiada ampliamente por la herencia de su esposa Emma – se ubica en un
terreno entre la calle y el lago. Dos filas de árboles cortados de manera
ornamental en forma de torres crean un pasaje angosto hacia la entrada. La
casa se enfrenta al lago cubierto de nieve, a un conjunto de jardines bien
cuidados y en un rincón, a un trozo de bambú ingobernable totalmente fuera de
lo común.

Andreas es un hombre alto con un carácter tranquilo y con una manera muy
propia de un caballero en su forma de vestir. A los 64 años de edad, se parece
a una versión un poco más delgada y suavizada de su famoso abuelo, a quien
se refiere como “C. G.” Entre los cinco hijos (todos menos uno han fallecido) y
19 nietos (todos salvo cinco aún viven), él es uno de los más jóvenes y también
el más conocido por ser el más servicial con los curiosos. Es una especie de
celebridad. Él y Vreni preparan té y sirven galletitas muy atentamente y dan
una charla amena. “La gente quiere hablar conmigo y a veces quiere tocarme,”
me dijo Andreas, de manera divertida y algo tímida a la vez. “Pero, nada tiene
que ver conmigo, claro. Se debe a mi abuelo.” Mencionó que los jardineros que
podan los árboles se molestan cuando se encuentran con extraños – en

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general extranjeros – sacándole fotos a la casa. “En Suiza, C. G. Jung no es
tan importante,” dijo. “Ellos no comprenden todo esto.”

Jung, que nació en la villa montañosa de Keswill, fue un extranjero en Zürich


durante su vida, aún cuando en sus años de adultez sembró la ciudad con sus
seguidores y se convirtió – Junto con Paul Klee y Karl Barth — en uno de los
hombres más conocidos de Suiza de su época. Tal vez su marginación se
debió en parte a la naturaleza extraordinaria de sus ideas. (Se burlaron de él,
por ejemplo, porque publicó un libro a fines de los 1950s que examinaba el
fenómeno psicológico de los platos voladores.) Tal vez fue su bien
documentada abrasividad hacia las personas lo que él encontró como poco
interesante. O puede ser el hecho de que él rompió con los parámetros
establecidos de su profesión. (Durante el período problemático en que
comenzó a escribir el Libro Rojo, Jung renunció a su puesto en Burghölzli, para
no retornar nunca más.) Es probable, también, que tuviera algo que ver con el
affaire que él mantuvo por más de 40 años, de manera no convencional y
abiertamente, con una tímida mujer intelectual llamada Tony Wolf, una de las
antiguas pacientes de Jung que luego se convirtió en analista y colaboradora
profesional muy cercana a Jung y una frecuente, y bienvenida visita fija en la
mesa de la familia Jung.

“La vida de C. G. Jung no era fácil,” dijo Andreas. “Para la familia, no fue nada
fácil.” Cuando era joven, Andreas algunas veces iba y encontraba el Libro Rojo
de su abuelo en un placard y lo hojeaba, sólo por diversión. Al conocer a su
autor personalmente, dijo, “No me resultaba nada extraño.”

Para la familia, C. G. Jung se convirtió más en un enigma después de su


muerte, dejando tras él una gran cantidad de trabajo no publicado y una
enorme audiencia dispuesta a poner las manos en él. “Hubo grandes peleas,”
me dijo Andreas cuando lo volví a visitar este verano. Andreas que tenía 19
años de edad cuando su abuelo falleció, recordó debates familiares sobre si
permitir o no permitir que algunas cartas privadas de Jung sean publicadas.
Cuando la gran familia se reunía para la celebración anual de Navidad en
Küsnacht, los hijos de Jung solían desaparecer en una habitación y mantenían
discusiones fuertes sobre qué hacer con lo que su padre había dejado mientras
que los niños jugaban en otra habitación. “Mis primos, mis hermanos y yo,
pensábamos que ellos eran tontos al discutir por estas cosas,” dijo Andreas,
con una suave sonrisa. “Pero luego, cuando nuestros padres fallecieron, nos
encontramos a nosotros mismos teniendo las mismas discusiones.”

Inclusive los bisnietos de Jung sentían su presencia. Daniel Baumann, cuya


abuela fue Gret, la hija de Jung, me dijo “él era omnipresente”, cuando me
encontré con él en otro momento. Describió su propia niñez como una mezcla
de rabia y simpatía hacia las generaciones mayores. “Era, ‘Jung dijo esto’ y
‘Jung hizo aquello,’ y ‘Jung pensó que.’ Cuando hacías algo, él siempre estaba
presente de alguna manera. Él simplemente siguió viviendo. Él estaba con
nosotros. Él aún está con nosotros,” me dijo. Baumann es arquitecto y también
es el presidente del consejo del Instituto C. G. Jung en Küsnacht. Él trata con
Jungianos todo el tiempo, y para ellos era lo mismo: Jung estaba y no estaba

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allí. “Es una especie de holograma,” dijo. “Todos proyectan algo en el espacio,
y Jung comienza a ser una persona real otra vez.”

UNA NOCHE DURANTE la semana del escaneo en Zürich, tuve un sueño


importante. Un sueño importante, me dicen los Jungianos, es diferente de
todos tus sueños normales, lo que en mi caso significaba que mi sueño no era
ni sobre caer de un precipicio o perder un examen. Este sueño era acerca de
un elefante – un elefante muerto con su cabeza cortada. La cabeza estaba
sobre una parrilla en un restaurante de estilo suburbano, y yo sostenía la
espátula. Todo el mundo andaba alrededor con cocktails; la cabeza se estaba
cocinando sobre las llamas. Yo estaba muy enojada en contra de la maestra
del jardín de infancia de mi hija, porque se suponía que ella era la encargada
de cocinar el elefante en la parrilla pero no se había dignado a aparecer. Es por
ello que yo tuve que hacer el trabajo. Me desperté.

Durante el desayuno buffet del hotel, me encontré con Stephen Martin y con
una analista californiana llamada Nancy Furlotti, que es la vice presidenta del
consejo de la Fundación Filemón y que en ese momento estaba tomando té
con muesli.

“¿Cómo estás? Preguntó Martin.

“¿Soñaste?” Preguntó Furlotti.

“¿Qué significan los elefantes para usted? Me preguntó Martin después de que
yo les relatara mi sueño.

“Me gustan los elefantes,” dije. “Admiro a los elefantes.”

“Está Ganesha,” dijo Furlotti, más a Martin que a mí. “Ganesha es una diosa
India de la sabiduría.”

“Los elefantes son maternales,” agregó Martin, “se preocupan mucho.”

Pasaron unos minutos deliberando acerca del rol arquetípico de la maestra del
jardín de infancia. “¿Cómo se siente hacia ella?” “¿Diría usted que se asemeja
más a la figura materna o a la de una bruja?”

Darle un sueño a un analista Jungiano es algo así como darle una ecuación
cuadrada compleja a alguien que realmente disfruta de las matemáticas. Se
debe saborear el proceso en sí mismo. La solución no siempre es
inmediatamente evidente. En los meses siguientes, le conté mi sueño a varios
analistas más, y cada uno giraba en torno los mismos conceptos simbólicos
similares acerca de la femineidad y la sabiduría. Un día estaba en la oficina de
Murray Stein, un analista Americano que vive en Suiza y que trabaja como
presidente del International School of Analytical Psychology, hablando sobre el
Libro Rojo. Stein me estaba hablando acerca de cómo algunos analistas
Jungianos que él conocía estaban preocupados por la publicación –
preocupados específicamente por el hecho de que era un documento privado y
de que fuera tomado como el trabajo de un loco, lo que me recordó mi sueño.

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Se lo conté, y le dije que el sólo hecho de comer la cabeza de un elefante me
resultaba grotesco y embarazoso y que posiblemente era una señal de que
había algo profundamente malo en mi psiquis. Stein me aseguró que comer era
un símbolo de integración. “No se preocupe,” me dijo tranquilizándome. “Es
horrible a un nivel naturalista, pero simbólicamente es bueno.”

Resultó ser que prácticamente todos los que trabajaban con el Libro Rojo
tuvieron un sueño esa semana. Nancy Furlotti soñó que estábamos todos
sentados a la mesa tomando un líquido color ámbar en globos de vidrio y
hablando sobre la muerte. (¿Era el escaneo del libro una muerte? ¿No era la
muerte seguida de renacimiento?) Sonu Shamdasani soñó que se encontraba
con Hoerni que estaba durmiendo en el jardín de un museo. Stephen Martin
estaba seguro de que había sentido una mano invisible que le tocaba la
espalda mientras dormía. Y, Hugo Milstein, uno de los técnicos digitales que
estaba escaneando el libro, pasó una noche atormentada viendo un flash
fantasmal de la cara de color blanco de un niño en una pantalla de
computadora. (Furlotti y Martin debatieron: ¿Podría haber sido Mercurio? ¿El
dios de los viajeros en un cruce de caminos?)

Temprano una mañana estábamos parados alrededor del estudio fotográfico


discutiendo nuestros sueños cuando Ulrich Hoerni atravesó cansadamente la
puerta, después de haberle delegado a su sobrino Félix para que pasara la
noche previa junto al Libro Rojo. Felix había hecho su trabajo; el Libro Rojo
yacía descansando con sus tapas cerradas sobre la mesa. Pero Hoerni,
parecía extraño, parecía observar con mayor dureza al libro. Los Jungianos lo
saludaron. “¿Cómo está usted? ¿Soñó anoche?”

“Sí,” dijo Hoerni en silencio, sin sacar su mirada fulminante de la mesa. “Soñé
que el libro ardía en llamas.”

A TRAVÉS DEL LIBRO ROJO, casi a mitad de su camino, – después de que


él ha atravesado el desierto, ha confundido montañas, ha cargado a Dios en
sus espaldas, ha cometido asesinatos, ha visitado el infierno; y después de que
ha tenido largas e inconclusas charlas con su gurú Filemón, un hombre con
cuernos de toro y con una larga barba que se agita en las alas de martín
pescador – Jung se siente, con razón, cansado y demente. Aquí es cuando su
alma, una figura femenina que se presenta periódicamente a través de todo el
libro, vuelve a aparecer. Ella le dice que él no le tema a la locura sino, por el
contrario, que la acepte, inclusive que se acerque a ella como fuente de
creatividad. “Si quieres encontrar caminos, no deberías desdeñar la locura, ya
que es una parte importante de tu naturaleza.”

El Libro Rojo no es un viaje fácil – no lo fue para Jung, no lo fue para su familia,
ni para Shamdasani, tampoco lo será para los lectores. El libro es pomposo,
barroco y como todo lo demás acerca de Carl Jung, una rareza intencional,
sincronizado con una realidad mística y antediluviana. El texto es denso, por lo
general poético, siempre extraño. El arte es cautivador y también extraño.
Incluso hoy día, su publicación parece estar en riesgo. Como si fuera una
exposición. Pero es posible que Jung tuviera esa intención. En 1959, después
de haber dejado el libro más o menos sin tocar casi por 30 años, agregó un

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corto epílogo confirmando el dilema central al considerar el destino del libro.
“Para el observador superficial,” escribió, “le parecerá una locura.” Sin
embargo, el sólo hecho de que haya escrito un epílogo parece indicar que él
confiaba en que sus palabras algún día encontrarían la audiencia correcta.

Shamdasani piensa que los contenidos del Libro Rojo inflamarán tanto a los
fanáticos como a los críticos de Jung. Ya hay Jungianos planificando
conferencias y disertaciones dedicadas al Libro Rojo, algo que Shamdasani
encuentra divertido. Si piensa en todos los años que le tomó sentir como si
entendiera algo acerca del libro, se siente curioso de saber qué es lo que la
gente va a decir acerca del libro sólo meses después de su publicación. En lo
que a él respecta, una vez que el libro vea la luz, se convertirá en una pieza
magistral e imposible de ignorar en la historia de Jung, el portal hacia las
experiencias más íntimas de lo más íntimo de Carl Jung. “Una vez que esté
publicado, habrá un ‘antes’ y un ‘después’ en la erudición Jungiana,” me dijo, y
agregó, “Dará por tierra todas las biografías, sólo para empezar.” Me pregunté
que pasaría con el resto de nosotros, es decir, con las personas que no somos
Jungianas. ¿Habrá algo en el Libro Rojo para nosotros? “Absolutamente, hay
una historia humana aquí,” dijo Shamdasani, “El mensaje básico que él está
mandando es ‘Valora tu vida interior.’ ”

Después de haber sido escaneado, el libro volvió a su hogar en la caja fuerte


del banco, pero volverá a moverse – esta vez a Nueva York, acompañado de
un número de descendientes Jungianos. Durante los siguientes meses estará
en exposición en el Rubin Museum of Art. Ulrich Hoerni me dijo este verano
que él asumía que el libro iba a generar “crítica y habladurías,” pero al sacarlo
a la luz ellos estaban rescatando futuras generaciones de descendientes de
Jung de algunas de las discusiones del pasado. Si otra generación heredara el
Libro Rojo, dijo, “deberían volver a hacerse la misma pregunta, ‘¿Qué hacemos
con él?’ ”

Stephen Martin también estará cerca para recibir el libro a su llegada a Nueva
York. Él ya presiente que dará una luz positiva a Jung – esto gracias a un
sueño reciente que tuvo acerca de un amanecer “inefablemente sublime” que
tuvo lugar en los Alpes Suizos – aún cuando otros no son tan optimistas.

En el Libro Rojo, después de que su alma le urge a que abrace a la locura,


Jung todavía duda. Luego, de repente, tal como sucede en los sueños, su alma
se transforma en un “profesor pequeño y gordo,” que expresa un interés
paternal por Jung.

Jung dice: “Creo también que me he perdido por completo a mí mismo. ¿Estoy
loco realmente? Todo es terriblemente confuso.”

El profesor responde: “Tenga paciencia, todo va a salir bien. De todos modos,


duerma bien.”

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