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Estos 3 descubrimientos son los que invalidan el antiguo modelo del cuerpo
automático, “cuerpo nave”, sometido al comando del “espíritu piloto”, y que hicieron
necesaria la representación de un cuerpo vuelto inteligente por el poder receptor,
integrador y ordenador del sistema nervioso. Un cuerpo más noble, más delicado y
más activo.
Junto con Dupré la otra figura de este primer período fue H. Wallon, profesor de
filosofía, doctor en medicina, asistente de neuropsiquiatría en la Salpetriere de París.
Su primer gran trabajo, después de la 1ª guerra mundial fue su tesis de doctorado “El
niño turbulento” (1925). Describe etapas y disturbios del desarrollo psicomotor.
Continúa con otras publicaciones donde describe también síndromes y tipos
psicomotores. La idea es que la observación clínica evidencia la concomitancia de
síntomas en las esferas motora, intelectual y afectiva y surgen solidaridades
interfuncionales también en el niño normal. A diferencia de Dupré, Wallon se interesa
más por la correlación entre motricidad y carácter, que por aquella que existe entre
motricidad e inteligencia (como estudió Dupré). El carácter designa para Wallon, las
manifestaciones observables de la actividad, la afectividad, las relaciones sociales,
voluntad y hábitos del niño.
Fue más allá de la noción de paralelismo de su época y afirmó: “el movimiento, es
antes que todo, la única expresión y el primer instrumento del psiquismo”. Criticó el
término de paralelismo, entendido como equivalente de simultaneidad, de par, de
correlación, y propuso el concepto de acción recíproca: “En la vida mental no hay
relaciones unívocas. Es preciso sustituir resolutivamente el antiguo determinismo
mecanicista por el determinismo dialéctico”.
Wallon fue el fundador del Laboratorio de Psicología del niño, y aplicó por primera vez
la noción de psicomotricidad a las nociones de desarrollo, de disturbio, de tipo.
Los escritos de Wallon fueron determinantes y fueron explorados por educadores
como Guilmain, psicólogos como Zazzo, psiquiatras infantiles como Bergeron, Heuyer
y Ajuriaguerra.
Por lo tanto, podemos decir que el contexto filosófico y científico que constituyó el
camino de la psicomotricidad naciente, en este juego de influencias múltiples, lo hizo
en torno a un organizador: el paralelismo.
Este concepto de paralelismo permite dar un comienzo de respuesta al problema
crucial de las relaciones entre fenómenos psicológicos y fenómenos motores. Se trata
por cierto de un avance en el pensamiento: la tradición cartesiana de heterogeneidad
de dos sustancias no permitía imaginar más que la oposición pura y simple o la
antinomia de las dos categorías, o sea, la ausencia de relación. Admitir que existe
paralelismo, concordancia más o menos estrecha y permanente entre las dos series
de procesos, es comenzar a concebir un relacionamiento. Hay evidentemente una
colocación en relación, se trata sin embargo de la relación más simple posible, ya que
es propio de dos elementos paralelos que no se encuentren. Todavía es una
estructura bipolar.
Segunda etapa: el cuerpo consciente
Organizador: impresionismo.
Schilder en 1935 propone una especie de síntesis entre el modelo neurológico del
cuerpo heredado de Head, y el modelo psicoanalítico del cuerpo libidinal y
fantasmático heredado de Freud: esta “imagen tridimensional que cada cual tiene de
sí mismo, imagen esencialmente dinámica que integra todas nuestras experiencias
perceptivas, motoras, afectivas y sexuales, fue llamada por Schilder “Imagen del
cuerpo” o “esquema corporal”. Lo que se encuentra en la obra de Schilder es
principalmente la centralidad del cuerpo y de la experiencia corporal, la importancia
del uso del otro y del cuerpo del otro en la constitución del yo.” Como mostró
Vigarello en su tesis, la educación o reeducación del esquema corporal, será una de
las tareas prioritarias de los psicomotricistas.
En los fundamentos de la práctica psicomotora, se descubre la marca de Merleau-
Ponty, filósofo fenomenólogo (1908-1961). Su obra tuvo repercusión en el mundo de
la psiquiatría y pedagogía francesa, en hombres como Ajuriaguerra, Le Boulch y
Vayer. Consiguió que se admitiera por un lado, que el comportamiento debe ser
tomado como una “estructura” no reductible a sus componentes y que obedece a
leyes de totalidad, y no como una simple coordinación de reflejos. Por otro lado que
nuestros actos deben ser tomados como modalidades de ser en el mundo, que la
unión del alma y el cuerpo se realiza a cada instante en el movimiento de la
existencia. (1945)
La tendencia funcionalista, encarnada principalmente por Buytendjik es la tercera
corriente de pensamiento influenciada por la Gestalt y otra vía de abordaje de la
doctrina psicomotora. Su libro Actitudes y Movimientos (1957), con prefacio de
Minkowski, renovó el pensamiento de los psicomotricistas franceses, de neurólogos
como Ajuriaguerra, y Berges, o profesores de educación física como Le Boulch.
Estudia hombres que se mueven y no movimientos, la función como “el conjunto
indivisible de movimientos”. Las relaciones funcionales entre el individuo y su medio.
Considera los movimientos como “relaciones y valores vitales, como formas del
comportamiento y productos de una situación, como toma de posición, acciones y
reacciones”. La manera por la cual mantenemos el equilibrio, agarramos, nos
defendemos, “implica mucho más que una sucesión de eventos, ella está definida por
el objetivo, por el grado del resultado y por lo tanto por el futuro.”
Fue recién después de la segunda guerra mundial que se reunieron las condiciones
socio políticas para la creación de los servicios de prevención, diagnóstico y cuidado,
que permitieron pasar a la fase de institucionalización de las prácticas psicomotoras.
A partir de 1945, los estudios sobre el atraso escolar se multiplicaron y se inicia un
vasto movimiento de cuidado de las diversas inadaptaciones.
El equipo de investigaciones sobre los “trastornos Psicomotores y los trastornos del
lenguaje”, liderado por Ajuriaguerra, fue el que más contribuyó a la construcción y el
reconocimiento de una escuela francesa de terapia psicomotríz. En 1948, Ajuriaguerra
y Diatkine afirmaron la no organicidad y la educabilidad de la debilidad motora
descripta por Dupré: “es importante insistir en las posibilidades de educación y
reeducación de los débiles motores que, con mucha frecuencia, pueden aprender a
tener un oficio manual, hasta muy delicado (músicos, cirujanos), continuando torpe o
inhábil para cualquier actividad motora no trabajada”. Así, fue posible llegar a una
definición casi oficial de “trastorno psicomotor”, a diferencia del “trastorno motor”,
identificado como una perturbación del mecanismo del movimiento, el trastorno
psicomotor era considerado una alteración de la “voluntad del movimiento”, y se le
concedió una semiología psicomotora propia del niño. Ajuriaguerra afirma que un
“gran numero de explicaciones psicopatológicas son incomprensibles cuando se da
demasiado valor al síndrome final, sin considerar las etapas y los mecanismos
seguidos en la integración normal de la función alterada…” (1949).
Los resultados de estos trabajos son retomados y sintetizados en una importante
contribución teórica y metodológica, la primera carta de la escuela francesa de
terapia psicomotora de 1960, de Ajuriaguerra, Soubiran y colaboradores.
Allí se definen los síndromes psicomotores como “no correspondiendo a una lesión
focal, produciendo los clásicos síndromes neurológicos, sino como vinculados a los
afectos, más ligados al soma…”
Entran en esta clasificación ciertas formas de debilidad motora, inestabilidades
psicomotoras, inhibición psicomotríz, ciertas inhabilidades de origen emocional,
desórdenes de lateralización, dispraxias evolutivas, ciertas disgrafías, tics,
tartamudez y muchos otros tipos de desórdenes. El diagnóstico será establecido
mediante un examen psicomotor definido con rigor (pruebas tónicas y sincinéticas,
control motor, adaptación al espacio y orientación en relación al cuerpo,
estructuración espacial, adaptación al ritmo), destinado a orientar las modalidades de
intervención.
En una segunda etapa de 1960 a 1973, se produce una profundización teórica de los
descubrimientos del Hospital Henri Rousselle, un perfeccionamiento y difusión de la
metodología y también la aparición y posterior reconocimiento de los técnicos
especializados en psicomotricidad.
Este cuerpo conciente, es ciertamente un cuerpo dotado de sutileza, un cuerpo meta-
mecánico y meta-energético, pero es todavía un cuerpo sometido a las influencias del
medio y al fin de cuentas mudo. Podríamos decir que comprende pero no habla. Esta
laguna se manifestará abiertamente en la revolución cultural de Mayo del 68, cuando
en la primera línea de las reivindicaciones de aquellos que querían “cambiar de vida”,
está esta voluntad de “dar la palabra al cuerpo”, de escucharlo y tener en
consideración lo que él puede decir, de invitarlo a la fiesta de la comunicación y de la
expresión.
Organizador : expresionismo
Esta tercera etapa de la evolución, nos parece marcada por la dispersión y también
por el cuestionamiento de las referencias teóricas, por la ampliación de la
metodología hacia las técnicas semio-motoras.
Estos fenómenos se sitúan en el tercer cuarto del siglo XX. Teoría y práctica parecen
ordenarse en torno a un nuevo organizador: expresionismo. El cuerpo sutil es ahora
un cuerpo capaz de emitir información, es portador de significaciones, algo que habla.
Las adquisiciones de la neurofisiología (etapa I), y de la psicología del desarrollo
(etapa II) enriquecida por los trabajos de Mahler de 1980, continuaron siendo los
baluartes de la escuela francesa, pero los investigadores del período más reciente
ampliaron y multiplicaron las bases teóricas de la práctica, desde tres campos
principales.
1. El Psicoanálisis
Las dos corrientes se aproximaron, se entremezclaron y de modo cada vez más
frecuente e insistente, los psicomotricistas se apoyaron en las referencias
psicoanalíticas de inspiración freudiana o reichiana. De inspiración Freudiana: Doltó,
Diatkine y Lebovici, Laplanche y Pontalis, Anzieu, y Sami Ali que propuso un “esbozo
de una teoría psicoanalítica de la psicomotricidad” en 1977.
3. La etología infantil
Los métodos de estudio naturalista del comportamiento infantil, renovaron la
psicología infantil, gracias a los trabajos de Bowlby (1969) y Ainsworth (1972). Zazzo
y Lezine en Francia.
Si quisiéramos capturar la historia reciente en una fórmula, podríamos decir que hay
un paso de lo sensorio-motor a lo semio-motor, de la impresión corporal a la
expresión corporal.
En Francia hubo una doble evolución de las técnicas terapéuticas, el psicotropismo de
las técnicas del cuerpo y el somatropismo de las técnicas verbales.
Aunque sigue conservando su anclaje primitiva en la neurología, la RPM se corrió
hacia el polo psiquiátrico, que se manifestó especialmente por dos fenómenos: la
creciente importancia concedida a la relación y no tanto a la técnica, y un nuevo
interés por la práctica psicoanalítica.
En 1970 Jolivet distinguió dos tipos de acción: “una RPM lo más próximo posible de lo
instrumental, sin enfrentar los problemas afectivos, otra por lo contrario como una
psicoterapia corporal que enfrentaría los problemas psico-afectivos a través de la
expresión corporal y utilizaría todos los recursos de la transferencia”.
Otras dos prácticas que valorizan la libre expresión del paciente y la capacidad de
empatía del terapeuta, son la “psicomotricidad relacional” de Lapierre y el
“relajamiento relacional” de Thuriot.
A partir de los años 73-74, las publicaciones de Doltó, Lapierre y Aucouturier, tienen
gran repercusión entre los psicomotricistas.
Evidentemente fue como medio de expresión, de lenguaje, que el cuerpo interesó en
esta etapa a los psicomotricistas, un cuerpo que debe hablar utilizando un lenguaje
anterior al lenguaje de la palabra, constituído de significantes mudos.
Conclusión
Cuando Dupré describe la debilidad motora, el prototipo del disturbio psicomotor,
revela una sintomatología de orden neurológico (paratonia, sincinesias, inhabilidad) y
concibe el síndrome, de un lado como “hereditario y familiar”, y de otro como un
desorden “que persiste a pesar del ejercicio y del entrenamiento”. Esta debilidad
motora no se diferencia del disturbio motor común, a no ser por la ausencia de lesión
evidente en el haz piramidal. En 1909 estamos por lo tanto muy próximos del polo
neurológico.
Situamos un primer deslizamiento en 1948 cuando Ajuriaguerra y Diatkine proponen
que no se confundan la debilidad motora con los déficits instrumentales ligados a una
agenesia de un sistema de proyección o de un sistema sub-cortical particular, y que
sea considerada como un síndrome de características propias: resaltando el carácter
no orgánico y la educabilidad de la debilidad motora.
El deslizamiento se acentúa en 1960 cuando Ajuriaguerra y Soubiran definen los
síndromes psicomotores como no correspondientes a una lesión focal, mas ligados a
los afectos, variables en su expresión y principalmente como no acompañados de
debilidad mental. Se propone ya no una reeducación, sino una terapia y se dice que,
aunque se actúa sobre el componente físico, las terapias psicomotoras son “de hecho
actividades psicoterapéuticas”.
Durante los siguientes 20 años, el deslizamiento hacia el polo psiquiátrico fue mayor,
en la medida en que la concepción del origen, de la manifestación y del destino del
disturbio psicomotor se alejó de la margen instrumental, para aproximarse a la
margen relacional, y donde en la acción global sobre la persona, prevalece la
relación sobre la técnica.