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Por otra parte, la pretendida «neutralidad» de los medios debe ser cuestionada,
y no se trata aquí de aducir la vieja polémica de corte izquierdista de medios
«buenos» (progresistas) y medios «malos» (reaccionarios), sino de considerar
que la misma existencia de los grandes medios implica unas necesidades de
producción hacia audiencias masivas, una funcionalidad ideológico-política y
una vertiente semiótica con la creación de unos nuevos códigos y lenguajes.
Todo ello modifica la estructura social y conforma otra nueva distinta
(Fontcuberta/Gómez,1983).
Si hay algo que podamos afirmar sin temor a equivocarnos es que los medios
dependen y están al servicio del poder establecido por las clases dominantes.
Esta afirmación debe ser un punto de reflexión para configurar desde ahí un
concepto «alternativo» a los medios de masas. Antes de la caída del muro de
Berlín, del que creemos que simbolizará en nuestra historia contemporánea y
reciente la expansión planetaria del mercado libre y de los postulados del
Pensamiento Único (Estefanía, 1998), se podía hablar con propiedad de una
área socialista y de un área capitalista que se bautizó con el eufemismo de
«mundo libre». Que un periódico soviético o una emisora de radio silenciaran
las cruentas purgas stalinistas, era una forma de controlar los medios para
ejercer así un control ideológico sobre las masas. La censura también se ejerce
en el «mundo libre»: uno de los casos a los que se le ha dado luz verde para su
difusión y puede ejemplificar omisiones deliberadas o deformaciones
controladas por los medios podría ser la de inhumanos experimentos con
cobayas humanos para «comprobar» sus reacciones vitales una vez que se les
había inyectado plutonio o habían sido expuestos a elevados índices de
radiaciones nucleares. Nos situamos en los EE.UU. -paladín del «mundo libre»-
y en plena guerra fría ante las oscuras premoniciones de un holocausto
nuclear. La Administración CLINTON ha reconocido estos experimentos
«científicos» que nada tienen que envidiar a los realizados en los campos de
concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Es indudable que
existieron evidentes puntos de contacto entre el uso y funcionalidad de los
medios masivos en las áreas capitalista y socialista.
Aquí hay voz para los sin voz, para aquellos que tienen vetado su acceso a las
audiencias a través de los canales mediáticos a gran escala. En la Red
podemos encontrar desde aquello que aún es capaz de emocionarnos, de
generar sentimientos de solidaridad y simpatía hasta los más sórdido, soez y
pérfido. A veces encontramos páginas luminosas donde los desheredados en
los grandes medios hacen oír su discurso que nos recuerda que aún hay
revoluciones pendientes en este planeta (para no ir más lejos,
http://www.ezln.org, página del Ejército Zapatista de Liberación Nacional,
primer movimiento guerrillero que recurrió a Internet para difundir sus ideas y
llevar al ciberespacio la confrontación con el gobierno mexicano más allá de los
límites físicos de Chiapas). Por contra, el lado oscuro de Internet está
compuesto por una legión de mercaderes que instalan su negocio de sexo
virtual en cualquiera de sus múltiples variantes y por grupos radicales que no
se caracterizan precisamente por su capacidad de diálogo y tolerancia.
Concretamente, si nos referimos al cibersexo -cualquier expresión de
sexualidad manifestada en la Red- hay que tener en cuenta que es una de las
actividades preferidas de los usuarios. Algunos buscadores como
http://www.altavista.com tienen registradas más de siete millones de páginas
con la palabra sex, hay cientos de grupos de discusión sobre el tema y es una
de las actividades de comercio electrónico que tiene más éxito. Centenares de
miles de internautas de ambos sexos le dedican atención preferente. Algunos
rescatan imágenes eróticas o pornográficas y no falta quienes aprovechan el
nuevo medio para actividades de pederastia o zoofilia, por poner dos ejemplos
muy diáfanos.
Aún así, hay que reconocer al margen de las críticas que pudiéramos
argumentar que el énfasis de lo «alternativo» en los medios, supone la apertura
de nuevos cauces de expresión con prácticas informativas y comunicativas de
indudable interés y que no están realizadas bajo ninguna condición de lucro,
instancia ésta de compleja y dudable realización ya que los proyectos mediales
tienen indisolublemente unidos a su corte empresVerdana y a su lógica de
incremento de beneficios. Asimismo, un mercado global donde la concentración
de medios en unas pocas manos es la regla, no da cabida ni respiro a fórmulas
independientes que si bien pueden sobrevivir económicamente a duras penas,
en muchas ocasiones son fagocitados por los megamedios, oficiantes de la
nueva religión que supone el mercado y orientadores de las audiencias en las
democracias catódicas como fabricantes de consenso social
(Chomsky/Ramonet, 1995) o como gigantescas Empresas de Concienciación
(Masterman, 1995).
El principio teórico del que parten las experiencias realizadas en este campo se
puede resumir así: hay que convertir a la audiencia en emisores de sus propios
mensajes. Hay una larga lista de autores que consideran la formación de la
audiencia-masa frente a los intentos manipulatorios del emisor, aunque desde
el punto de vista terminológico es Jean Cloutier en la década de los setenta
cuando acuña el neologismo EMEREC, de la fusión de los fonemas iniciales de
dos palabras francesas (emeteur-recepteur): la idea de conseguir un receptor
crítico a la vez que un emisor creativo, ha sido el principio manejado en la
literatura contemporánea sobre medios masivos por los grupos más críticos al
sistema de información dominante y una utopía en la que hay que seguir
creyendo.
La sobrecarga de información que recibimos a través de los medios puede
considerarse una de las patologías más características de la vida postmoderna.
Ser un receptor crítico de esa información nos puede ayudar enormemente a
deslindar qué es la realidad y qué es la «realidad de los medios». También,
aparte de los medios masivos, funcionan complejos sistemas electrónicos
capaces de transferir en un segundo tan sólo la cantidad de información que
una persona tardaría toda su vida en procesar: el ordenador, como self-media
en la terminología de Cloutier, amplía aún más esa «prisión mediática» en la
que se ha convertido nuestra aldea global en la que, tras el consumo de
imágenes, se oculta el imperialismo dictatorial de un sistema peculiar de lectura
y en donde, cada vez más, tenderá a existir sólo aquello que ofrezcan los
medios.
«¿Es todo esto una vana quimera, o una utopía concreta, racional, necesaria y
realizable? ¿Estamos fatalmente condenados a la irracionalidad, a la
manipulación por parte de las élites indignas, a los círculos obsesivos de la
espiral masificadora? ¿Habrá equipos de hombres capaces de recoger el
desafío, con fuerza suficiente para echar los mercaderes del templo?
(Pasquali, 1980:443)
Referencias
http://www.uned.es/ntedu/espanol/master/primero/modulos/teorias-del-aprendizaje-y-
comunicacion-educativa/nuevmil.htm