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Introducción
¿Qué es el amor? ¿De dónde viene? Estas preguntas han asaltados las mentes de casi
todo ser humano que ha pisado la tierra. De Oriente a Occidente las explicaciones son tan
variadas, sus cultos tan distintos y sus orígenes tantos, que vuelve a ésta en tarea ardua
para el asunto del pensar.
Una vez trazadas las distancias que hay entre ellas – aunque de una forma muy grosera
y abrupta – pasemos a especificar mejor sus relaciones y más concretamente, a delimitar la
línea que hay entre sexualidad y erotismo. Ante todo, el erotismo es exclusivamente
humano, es producto sólo del hombre: es sexualidad socializada, atravesada por la
imaginación y la voluntad. El hombre, producto de miles de años de cultura, ha
manifestado en todos estos y en todo lugar la variedad de formas de ésta manifestación, a
saber, lo erótico. El erotismo es invención, creación, el sexo es siempre lo mismo.
El erotismo cambia, con la geografía, con los climas, con las sociedades, con la historia,
con los individuos y con los temperamentos. También juegan un papel importante los
momentos, a saber, las ocasiones, el azar mismo y la inspiración. Somos seres ondulantes,
cambiamos constantemente, somos eróticos.
“Uno de los fines del erotismo es domar el sexo e insertarlo en la sociedad. Sin
sexo no hay sociedad pues no hay procreación; pero el sexo también amenaza a la
sociedad Como el dios Pan, es creación y destrucción. Es instinto: temblor pánico,
explosión vital. Es un volcán y cada uno de sus estallidos puede cubrir a la sociedad
con una erupción de sangre y semen. El sexo es subversivo: ignora las clases y las
jerarquías, las artes y las ciencias, el día y la noche: duerme y sólo despierta para
fornicar y volver a dormir (…) La especie humana padece una insaciable sed sexual
y no conoce como los otros animales, períodos de celo y períodos de reposo.”1
Por esto, hemos tenido que inventar normas, leyes y reglas que canalicen el apetito
sexual y protejan a la sociedad de esta desmesura. Toda sociedad tiene y ha tenido un
conjunto de prohibiciones y tabúes, a un tiempo, también de estímulos e incentivos,
destinados a regular este desbordamiento del instinto sexual. Sin estas normas sin estas
objeciones, la familia sucumbiría y con ella la sociedad toda. Así pues, el erotismo es un
1
Paz, pp. 217.
regulador, es dador de vida, pero también de muerte. El erotismo aparece pues como
represión y licencia, sublimación y perversión:
El sentimiento amoroso es la gran excepción dentro de esa otra gran excepción que es el
erotismo con respecto a la sexualidad. Y esta excepción se ha dado en todas las sociedades
y en todas las épocas, su evidencia son los poemas, canciones, mitos, leyendas o cuentos
que han dejado los hombres en el pasado
Ahora bien, a qué viene al caso todo esto. ¿Tener una definición de estos elementos, nos
ayudará a entender mejor la forma de este amor medieval? Creo que sí.
2
Ibid, pp.218.
La invención del amor cortés en la literatura medieval
Una frase famosa de Ch Seignobos dice que, “el amor es un descubrimiento del siglo XII.”3
Dicha pretensión es meramente ideológica, pues la experiencia del amor es esencialmente
algo espiritual, y por ende universal, el proceso con él asociado, lo que sería la “institución
social del amor” está necesariamente condicionada por la configuración social de cada
momento histórico y geográfico. Así pues, sostenemos que no hay una invención del amor,
sino el advenimiento al mundo de una amatoria, la cual es una forma nueva de sensibilidad,
es como dice Ortega y Gasset: “una forma extrema del erotismo espiritualista”4, a saber,
amor cortés.
El llamado amor cortés5 o bien fine amor (denominado así en provenzal) es una especie de
refinamiento cultural, un florecimiento de una nueva sensibilidad cortesana6, la cual,
3
Innumerables son los estudios que se han llevado a cabo al respecto de este tema. Los citados en este ensayo
siguen la tesis dicha. Rougemont apunta: “ya nadie puede dudar de que toda la poesía europea nació de la
poesía de los trovadores del siglo XII (…) Hay que decir también que jamás retórica alguna fue tan exaltada
y fervorosa.” Cfr. Rougemont, pp79. Por otro lado, Paz interpela a Rougemont apuntando: “Durante mucho
tiempo creí, siguiendo a Denis Rougemont y su célebre libo L’ Amour et l’ Occident, que este sentimiento era
exclusivo de nuestra civilización y que había nacido en un lugar y en un período determinados: Provenza,
entre los siglos XI y XII. Hoy me parece insostenible esta opinión (…) A veces la reflexión sobre el amor se
convierte en la ideología de una sociedad; entonces estamos frente a un modo de vida, un arte de vivir y
morir: ante una ética, una estética y una etiqueta: una cortesía, para emplear el término medieval (…)
Formas análogas de Occidente florecieron en el mundo islámico, en la India y en el Extremo Oriente. Allá
también hubo una cultura del amor, privilegio de un grupo reducido de hombres y mujeres. Las literaturas
árabe y persa, ambas estrechamente asociadas a la vida de la corte, son muy ricas en poemas, historias y
tratados sobre el amor (…) Ahí donde florece una alta cultura cortesana brota una filosofía del amor.”Cfr.
Paz, pp. 231-233.
4
Ortega y Gasset, pp. 189.
5
El sintagma fue acuñado por Gaston Paris en “Lancelot du Lac, II. Le Conte de la Charrette”, Romania, 12
(1883), pp. 459-534.
6
Cortes significa que viene de la corte. Las palabras latinas para designar la corte o la sede del poder eran
curia o curtis.
crearon un pequeño grupo de individuos de la Provenza francesa (originalmente, pudo ser
un solo sujeto), nobles o de alguna forma asociados con la nobleza, a quienes se le ocurrió
darle un nuevo cause erótico a su libido mediante la formulación —con diversos elementos
culturales que tenían a la mano— de las características del amor y del porqué de éste
(probablemente eligieron un género lírico). La idea se extendió con el paso del tiempo y se
fueron incorporando características culturales de cada zona en la cual habitaba. Llegó a
difundirse casi por toda Europa y fue impregnándose según la época y el lugar a las
corrientes literarias en boga.
7
“A la amada se le llama señor; el amante se proclama se vasallo. Ella goza de una exaltada y sublime
posición, revestida de poder y autoridad extraordinarios, que guarda y dispensa a su antojo los favores de su
aprobación, de su amor, de sus consuelos. El amate se sabe ser y, en consecuencia, adopta la actitud de
vasallo servidor y esclavo. Suyo es el ademan del suplicante que busca de la amada el permiso para amarla,
que implora de su generosidad favores ulteriores, desde una señal de aprobación a los más exquisitos y
sublimes, de una entrega total.” (Introducción) Tratado del Amor Cortés, pp.13.
“El amor cortés se origina (…) en virtud de una suerte de oposición del
hombre contra la valorización negativa de su libido; en otras palabras, reconoce y
asume su erotismo, y lo enaltece al asociarlo con el amor.”8
Así pues, podemos definir este modo de ser como un culto de la amada y sumisión del
amante.
El amor cortés es un fenómeno muy rico y complejo. La entrega y la posesión sexual son
intrínsecas a él, puesto que son las metas últimas a las cuales se aspira. Los pasos de este
cortejo son varios: primero es un periodo de timidez en que el amante apenas se insinúa su
amor a la dama, en ansiosa espera de que ella le dé alguna señal de reconocimiento;
segundo, recibido el permiso de amar, premia al amante con prendas personales de vestir o
incluso con dinero; y el último y culminante, la amada comparte su lecho con el amante.
La cortesía radica pues en la cualidad que abarca en sí todos los rasgos físicos, sociales y
morales que dan superior distinción al hombre cortesano en oposición al verdadero vasallo
o villano. La cortezia supone y exige valentía, prestar físico, trato refinado, capacidad y
destreza para las diversiones, galantería, lealtad, generosidad, humildad, etc.
Este amor adquiere en no pocos casos altos quilates espirituales, si se quiere, pero es
irregular y arriesgado y está abiertamente de espaldas a la doctrina de la Iglesia.
El amor cortés no simpatiza ni armoniza con casi ningún dictado de la cultura oficial, es
más, es una contracultura, una forma alternativa, en principio subversiva. Sin embargo, esta
sólo fue parte de una propuesta idealizada de la nobleza de aquella época, pues en la vida
cotidiana o mundana imperó la normatividad oficial casi todo el tiempo.
Por otra parte, el matrimonio; unión efectiva, que no amorosa, en la que la mujer se
encontraba subordinada al marido: dicha subordinación se ve justificada desde distintos
lados, pues la tradición bíblica judía, la patrística y también la grecolatina, habían influido
fuertemente en la concepción de la mujer como algo infinitamente inferior al hombre, causa
del mal primigenio.
El Estado por su parte, se encargó de regular dichas normas, pues esto favorecía las
relaciones entre hombres y mujeres a favor de los primeros, puesto que así se aseguraba el
dominio de los hombre y por tanto del patriarcado.
Lo lógico sería pensar que si tal grado de perfección y excelsitud posee la mujer, el hecho
de amarla implicaría el propio ennoblecimiento y superación, Tan sólo el acto mismo de
amar, posee ya un valor absolutamente positivo, dado que era el sumo principio moral
propio de los virtuosos, el cual, por supuesto, la religión misma se encargo de difundir,
aunque con la diferencia de que ésta lo dirigía hacia Dios. Los teóricos del amor supieron
darle una cause moral a su erotismo y así justificar esta nueva forma de amar entre hombres
y mujeres.
9
“La dama es invocada como «señora», domina o domna (lo que da en castellano «dueña») o como «señor
feudal», midons (del latín meus dominus), a quien se rinde vasallaje” García Gual, pp. 75.
10
Von Der Walde, pp. 1.
11
Cfr. Confesiones, L. VIII.
Otras de la metáforas acuñadas por estos fue la noción de “religión de amor” La cual es lo
que se conoce como la ideología o la práctica de introducir elementos, como palabras,
conceptos, formulas y ritos que al emplearse lograran su divinización.12
Bibliografia:
12
“La adopción de términos y ritos cristianos coadyuvaron a la codificación del amor, lo
dotaron de una estructura conocida y que resultó sumamente atractiva en el ámbito
secular (…) La dignificación del sentimiento amoroso en un sistema lógico es lo que
explica la religión de amor, y no hay en ésta conscientes propósitos irreverentes o
blasfemos ni la suplantación de un credo por otro (eros por agape), aunque en
ocasiones así parezca. Y es que los escritores inscritos en la corriente cortés llegaron a
tales extremos de exaltación que hacen a Dios cómplice en el amor, o identifican sus
características con las de la amada, o incluso la llaman su “dios””. Von Der Walde,
pp.2.