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CONTEMPLACIÓN DE LA ENCARNACIÓN
El Jesús que San Ignacio pone delante de nosotros para contemplar tiene notas
peculiares que aparecen ya desde el primer ejercicio y van a atravesar las demás
contemplaciones: es el Jesús pobre, humilde y sencillo, totalmente disponible para llevar a
cabo la misión que le ha confiado su Padre. Un Jesús servidor, sacramento del amor-
misericordia del Padre. Actitudes que entrarán en juego de forma relevante durante toda la
experiencia. Y en contacto íntimo con él, siguiéndolo y sirviéndolo, se irán operando las
transformaciones en la escala axiológica de nuestros valores.
El modo de oración que se recomienda para éste y los demás misterios de la vida de
Jesús, es la contemplación. No se meditará sobre verdades abstractas, sino que se
contemplarán narraciones y relatos evangélicos. Exceptuando las bienaventuranzas y «el
sermón que Cristo hizo en el monte» (EE 278), San Ignacio no propondrá meditaciones
directas sobre parábolas o discursos del Señor ni sobre textos paulinos. Quiere que
penetremos en los relatos evangélicos, en la trayectoria misionera de Jesús, en detalles
particulares de su vida histórica: vivir con él, acompañarlo, mirar lo que hace, escuchar lo
que habla, contemplar todos sus gestos y actitudes, y adherirnos a El. Por eso elabora un
método sencillo para que nos hagamos presentes al misterio que contemplamos: ver y
considerar las personas, oír y advertir lo que hablan, mirar y considerar lo que hacen; y
luego, reflectir en mí mismo para sacar algún provecho. Reflectir que no es reflexionar, sino
más bien proyectar sobre mi propia vida el misterio contemplado para dejarme iluminar y
mover por el Espíritu.
«La meditación tiende a ser discursiva, es decir, la persona cuando medita piensa sobre
alguna verdad o virtud; la contemplación, en cambio, busca una respuesta profundamente
sentida, haciéndose uno presente a la persona o al acontecimiento más que pensando sobre
ellos, sobre su enseñanza o sus virtudes. El acto de presencia es básico a la contemplación:
es un esfuerzo por estar presente con Jesús en un misterio concreto de su vida… Esta
experiencia contemplativa es especialmente apta para el discernimiento de espíritus,
cuando la persona está tratando de hallar lo que Dios quiere. Es una forma muy relajada de
oración. También muy simple. El ejercitante tiene solamente que «estar allí», en el misterio;
debe colocarse a sí mismo en la escena y dejar que el Espíritu lo conduzca. Este acceso a la
oración requiere menos esfuerzo mental y libera como un pájaro que planea en el aire. En
tal atmósfera el Espíritu puede entrar y salir de la mente y del corazón de la persona más
fácilmente que en una forma meditativa de oración. La persona misma y su acompañante
pueden notar los movimientos de espíritus, las consolaciones y desolaciones que afectan al
ejercitante en torno a una decisión»1.
«Demandar lo que quiero: será aquí demandar conocimiento interno del Señor
que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» (EE 104).
Luego de proponer los tres puntos para esta contemplación, San Ignacio indica un
coloquio «pensando lo que debemos hablar a las tres personas divinas, o al Verbo eterno
encarnado, o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo según que en sí sintiere para más
seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado» (EE 109). Al final de las
cinco contemplaciones del primer día encontramos varias notas, una de las cuales dice:
«luego, en despertándome, poner en frente de mí la contemplación que tengo de hacer,
deseando más conocer el Verbo encarnado, para más le servir y seguir» (EE 130). Más
adelante se hablará de imitar y servir (EE 139, 168). Conocimiento, amor, seguimiento,
1
Ver texto más amplio del mismo autor, sobre la contemplación ignaciana en el Anexo No. 5.
imitación, servicio, un rico vocabulario para expresar los dones que se buscan y se piden,
deseando configurar nuestra vida con la del Señor Jesús.
El conocimiento es un don gratuito, que por lo tanto debemos pedir. San Ignacio
coloca esta petición como la gracia que se quiere alcanzar durante toda la segunda Semana.
Es el Padre quien atrae hacia Jesús: «nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me
ha enviado» (Jn 6, 44). «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por
medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). Por
otra parte, se pide un conocimiento para la praxis: conocer, para más amar y seguir más
generosamente; y a su vez, seguir, para conocer más íntimamente al Señor y adherirnos más
a él.
TEXTO IGNACIANO
En esta contemplación nos hacemos presentes al misterio del descenso del Verbo,
enviado por el Padre mediante la acción del Espíritu, para manifestar la misericordia de
Dios sobre la historia humana: «hagamos redención del género humano». En medio del
cuadro sombrío de una humanidad perdida en el sinsentido de la vida, rota por la división y
el egoísmo, «viendo que todos descendían al infierno», se abre paso espléndidamente el
amor-misericordia de Dios: «Dios nuestro Salvador mostró su bondad y su amor [su
filantropía] por la humanidad » (Tit 3, 4).
2
Cf Vocabulario de Teología Bíblica [palabra “conocer”].
3
1 Co 2, 16: «Nosotros tenemos la mente de Cristo» (h`mei/j de. nou/n Cristou/ e;comen).
El mundo que estaba cerrado se ha abierto y la luz lo ha penetrado: Dios está entre
nosotros. Es Emmanuel. El Salvador es patrimonio de toda la humanidad. La experiencia y
la praxis ignaciana corresponden a una revelación de Dios que se da al mismo tiempo en
kenosis y en gloria: se vacía y humilla, descendiendo al encuentro del hombre para servirle
y salvarlo; y resplandece y atrae. «Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre
nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo
único, abundante en amor y verdad» (Jn 1, 14).
Se nos revela la verdadera imagen de Dios, rico en misericordia. Un Dios que toma
la iniciativa de la salvación.
Amor del Hijo, que “se abaja” y asume la condición humana en una carne semejante
a la del pecado (Ro 8, 3). «Dios envió a su propio Hijo en condición débil como la del
hombre pecador». «Porque todos son del mismo Padre…el Hijo de Dios no se avergüenza
de llamarnos hermanos» (Heb 2, 11-14). El Verbo se encarna en condiciones concretas de
pobreza y anonimato y nace en un pueblo sometido al Imperio, en una región humillada y
despreciada, hijo de un artesano y de una mujer del campo, sujeto a la inseguridad y a los
sufrimientos de la pobreza real. Ya desde un primer momento es el Jesús pobre y humilde
que cautiva el corazón de Ignacio.
«En realidad, el misterio del hombre no se aclara de verdad, sino en el misterio del Verbo
encarnado. Adán, el primer hombre, era, en efecto, figura del que había de venir (cf Ro 5,
14), Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad
de su vocación…”Imagen de Dios invisible” (Col 1, 15), El es el hombre perfecto que ha
restaurado en la descendencia de Adán la semejanza divina deformada desde el primer
pecado. La naturaleza humana ha sido en El asumida, no suprimida; por lo mismo, también
en nosotros ha sido elevada a una sublime dignidad. El, el Hijo de Dios, por su Encarnación
se unió en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó
con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano corazón.
Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a
nosotros, excepto en el pecado (cf Heb 4, 15)»5.
Amor del Espíritu, que cubre con su sombra a María, y el niño comienza su historia
humana. Su acción continuará reproduciendo el rostro de Jesús en todos sus hermanos
4
SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, libro 2º, c. 22.
5
Gaudium et Spes, 22.
menores, convirtiéndolos en existencias de gracia para los demás, a fin de formar una
numerosa familia de hermanos en la que Jesús sea el primogénito (cf Ro 8, 29).
Tres puntos trae el texto para contemplar: 1) palabras de saludo del ángel y anuncio
del nacimiento; 2) confirmación de la noticia, «significando la concepción de San Joan
Bautista»; 3) respuesta de nuestra Señora: «he aquí la sierva del Señor, cúmplase en mí
según tu palabra» (EE 262).
Textos bíblicos
Lc 1, 26-38: anuncio del nacimiento de Jesús; 39-56: María visita a Isabel, el Magnificat
Jn 1, 1-18: la Palabra se encarnó, acampó entre nosotros y pudimos contemplar su gloria
Flp 2, 5-11: renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose como todos
los hombres y presentándose como un hombre cualquiera
Textos eclesiales
Textos de la Compañía
Del P. General: «San Ignacio nos llama a una experiencia mística auténtica en la
contemplación de los misterios de la vida de Cristo que desemboca en la mística del
servicio activo y amoroso de Dios para la vida verdadera del mundo»6.
6
Homilía en la Eucaristía de apertura de la Reunión de Superiores Mayores, Loyola 26 noviembre 2005.