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Resumen
Summary
The pedagogical ideal presented in this part of the Constitutions is part of a formative path,
which tries to conjugate the intellect within the spiritual life, that is, tries to relate aspects that were
and are generally considered dissociated, opposed even. On the other hand, in the Devotio moderna
there is a confrontation between science and devotion, between philosophical reflexion and
religious feeling, between theory and the practice of virtue. Some texts on this dissension could be
quoted from Kempis.
Ignacio was aware of this question by his own experience, during his student years in the
Universities of Alcalá, Salamanca and Paris, so he tried to answer it according to the religious and
cultural situation of that time, a time when the clash between scholasticism and renaissance
humanism was very intense. In order to overcome this polarization, he starts with the “modus
parisiensis” and the results he achieves can clearly correspond to the so called “whole education”.
Introducción
Estructura
La IV P. lleva el título siguiente: “Del instruir en letras y en otros medios de ayudar a los
próximos los que se retienen en la Compañía”. O sea no se ciñe exclusivamente a la formación
intelectual, sino que ésta se halla en un contexto más amplio.
Una vez que ha tenido lugar la formación ascético-espiritual del noviciado, que pone las
bases de la vida religiosa, descrita en la P. III, ahora, en la P. IV, se trata de asentar sobre esto la
formación intelectual. La IV Parte consta de 17 capítulos divididos en dos secciones: la primera
(1-10) trata de los colegios; la segunda (11- al 17), de las universidades. Ante todo hay que tener en
cuenta que los límites entre “colegio” y “universidad” no estaban tan marcados como lo será
después. Las diferencias más importantes consistían en que la universidad se consideraba ser un
1
Edición fundamental y crítica de A. Codina & D. Fernández Zapico (1991), Monumenta Historica Societatis Iesu.
Series tertia Sancti Ignatii de Loyola Constitutionies Societatis Iesu, 3 vols. Edición manual de C. Dalmases & M. Ruiz
Jurado (1991), Obras de San Ignacio de Loyola, Madrid: BAC. Las Constituciones se citan entre paréntesis según la
numeración del texto; igualmente los Ejercicios espirituales y la Autobiografía ignaciana, con las abreviaturas EE y Au,
respectivamente.
centro de “studium generale” con alguna facultad superior – Teología, Derecho o Medicina.
Mientras que los colegios sólo tenían los estudios académicos generales propios de la facultad de
artes, en la que ya en tiempos de San Ignacio, al menos en París, se estudiaba la filosofía
aristotélica, y no el programa medieval del trivium y el quatrivium.
En el proemio con que comienza esta IV P se explica la razón de tener instituciones
educativas, diciendo que siendo el fin de la Compañía la gloria de Dios y el servicio al prójimo,
“ultra del ejemplo de vida se requiere “doctrina y modo de proponerla” (307), o sea método y
pedagogía, para de este modo formar jóvenes “que con buenas costumbres e ingenio diesen
esperanzas de ser juntamente virtuosos y doctos para trabajar en la viña de Cristo nuestro
Señor”(308).
El colegio supone un fundador, alguna persona que tenga deseo de construirlo y dotarlo
(309-325). Admitido el colegio-fundación, o sea, el edificio con los bienes fundacionales, se trata a
continuación de la propiedad, la administración, el uso y el usufructo de esos bienes (326-332).
San Ignacio, que sintió que era voluntad de Dios que Compañía profesa viviera radicalmente la
pobreza evangélica, pidiendo limosnas como los mendicantes (cf 557), sin embargo, no quiere que
los colegios reciban o pidan limosnas, sino que estén dotados de rentas suficientes para su buen
mantenimiento (Para un amplio estudio documental de la IV P. cf. J. M. Aicardo 1922).
Requisitos
Se continúa describiendo después las condiciones que deben tener los estudiantes jesuitas
(escolares) que se admiten en los colegios de la Compañía. Han de carecer de los impedimentos
que dificultan su admisión a la Compañía, como es el caso de personas cismáticas que han salido
de la Iglesia (164). Pero no todos los impedimentos tienen que ser de carácter absoluto, pues hay
otros impedimentos que hacen que el escolar sea relativamente menos idóneo. De estos se
distinguen los que se refieren a las cualidades psicológicas (interiores), como las pasiones que
parecen indomables o hábitos de pecados que no parecen que puedan ser superados (179); carencia
de rectitud de intención (180); inconstancia o flojedad notable (181); indiscretas devociones, que
llevan a ilusiones y errores de importancia (182); falta de letras o de aptitud para el ingenio, para la
memoria o para comunicar con la palabra (183); falta de juicio, o dureza notable en el propio (184).
En lo que respecta a las cualidades físicas (exteriores) están los siguientes impedimentos: falta de
integridad corporal, enfermedades y flaqueza; ni demasiado joven ni demasiado viejo: deudas y
obligaciones civiles (185). De todos estos defectos psíquicos y físicos cuanto más un candidato
participa, tanto menos idóneo será; pero a veces se podrán compensar con “alguna singular virtud”
(186, 178).
Los candidatos a los colegios han de tener “promesa o propósito de servir a Dios en la
Compañía (338). En el caso de que los estudiantes jesuitas no cubran todos los puestos, se podrían
admitir, con el debido permiso del Prepósito general, estudiantes no jesuitas (338).
Formación
Materias de estudio
El fin apostólico da, a su vez, la pauta para determinar las materias que se han de estudiar.
Las enumeradas en el n 351 constituyen la norma general. “Y porque, generalmente hablando,
ayudan las letras de Humanidad de diversas lenguas y la Lógica y Filosofía Natural y Moral,
Metafísica y Teología escolástica y positiva, y la Escritura Sacra”, se estudian estas materias, que se
pueden concretar en una formación humanística, filosófica y teológica. Todas estas materias
enumeradas no están vistas en abstracto como un programa no diferenciado, sino que, con la
flexibilidad característica de las Constituciones, se añade que se insista con más diligencia en los
contenidos que para el fin de ayudar al prójimo más convienen. O sea, se establece un programa
general, pero éste se deberá aplicar según personas y circunstancias.
En el n. 354 se dice que según la “edad, ingenio, inclinación, principios que un particular
tuviese o del bien común que se esperase” podría formarse el estudiante en todas estas materias o
en algunas de ellas en particular. Se trata, por tanto, de personalizar los estudios con vistas a obtener
una formación especializada y así un mejor resultado en vista del fin de la Compañía. Se asegura la
formación general y se respeta las cualidades personales del estudiante en relación a una
especialización.
En realidad, lo que cada uno de los estudiantes jesuitas ha de estudiar, lo determinan los
superiores (355). Ya antes de entrar, cuando se hace el examen del candidato, se le pregunta “si
quiere dejarse guiar acerca de “lo que ha de estudiar, y el modo de ello y el tiempo” (124).
Todo esto está dicho, como se ha indicado, para los colegios de estudiantes jesuitas. Al
pasar a las universidades, se podría pensar que se podría encontrar una más amplia programación
universitaria de materias y facultades; sin embargo, no es así. En el capítulo de las universidades, el
doce, hallamos el mismo programa de enseñanza. Y en ambos domina la teología, pues ella enseña
la materia más próxima al objetivo que tienen los estudios en la Compañía, que “es ayudar a los
prójimos para la salvación” (446). Todas las demás facultades están, pues, consideradas desde su
relación con las materias teológicas (447, 450). Esto se ve corroborado por el hecho de que las
otras dos facultades - Medicina y Derecho – que junto con la teología constituían las facultades
superiores, no sean consideradas como necesarias (452), por ser algo más remoto al fin de la
Compañía.
Curriculum
Métodos pedagógicos
Rector y docentes
Ministerios apostólicos
En el capítulo octavo se trata de la instrucción “en otros medios de ayudar al prójimo que no
son las letras”, y que puede resultar como un cuerpo extraño al tema de la formación intelectual. Sin
embargo, si observamos bien la trayectoria universitaria de Ignacio, veremos que él, pese a las
contrariedades que la actividad apostólica suponía para los estudios, no la abandonó del todo nunca.
La moderó, reduciéndola al mínimo en París, en provecho de los estudios, pero no la dejó
completamente, hasta el punto que llegó a formar el grupo de “amigos en el Señor”, integrado por
Ignacio, Javier, Fabro, Simón Rodríguez, Laínez, Salmerón, Bobadilla, que constituye el núcleo de
lo que será después en Roma la fundación de la Compañía de Jesús. Este combinar la formación
intelectual de los estudios con algo de actividad apostólica se remonta, pues, a la experiencia
formativa del mismo Ignacio.
Por otra parte, la formación pastoral se armoniza perfectamente con el fin que pretende la
Compañía con sus estudios, que como ya se ha indicado, no es otro que la ayuda de los prójimos
(351, 446) en orden a la mayor gloria de Dios2. Esto pone claramente de relieve que no se trata del
estudio por el estudio, sino del estudio en cuanto medio apostólico. Este fue también el objetivo que
Ignacio vio en ellos cuando se decidió a estudiar: desde que él “entendió que era voluntad de Dios
que no estuviese en Jerusalén, siempre vino consigo pensando qué haría, y al final se inclinaba más
a estudiar algún tiempo para poder ayudar a las ánimas” (Au 50).
Con esta decisión Ignacio da un profundísimo giro en su objetivo apostólico introduciendo
un factor intelectual que hasta entonces no había aparecido: el cual, a su vez, le habría al mundo de
la Cultura y de la Universidad, con enormes consecuencias para su proyecto apostólico y para la
pedagogía que de él dimana. Tenemos, pues, una estrecha relación pedagógica entre elementos que
más bien tienden a ir separados. La formación intelectual no excluye la actividad apostólica sino
que más bien la necesita; la necesita, porque Ignacio la ha entendido desde un principio como un
modo de apostolado, evitando así, al mismo tiempo, caer en el intelectualismo, pero sin que por
ello se tenga que, como contrapartida, la consecución de una formación intelectual deficiente o con
falta de rigor científico. La seriedad de los planteamientos científicos, el rigor intelectual o la
libertad de investigación no se ve que sean menoscabadas, porque el saber se contemple con miras
pastorales. De ello da muestras la propia historia de la actividad intelectual jesuítica.
Letras y virtudes
2
Tanto en esta IV P. (400- 414) como en la VII (636-649), en la que se trata de las “misiones” de los jesuitas ya
formados, se hallan los siguientes ministerios: conversaciones y ejercicios espirituales, lecciones sacras, predicaciones,
confesiones, enseñanza de la doctrina cristiana, que son los mismos que ya quedaron determinados en las bulas
pontificias de aprobación de la Compañía: la Regimini militatis ecclesiae (septiembre 1540) y Exposcit debitum (julio,
1950).
No cabe duda de que el ideal formativo de la IV P. de las Constituciones de la Compañía se
encuadra en una trayectoria pedagógica que intenta conjugar la dimensión intelectual con la
espiritual cristiana. Ya en el siglo XIV se encuentra un ideal semejante en las escuelas de las
catedrales; del mismo modo, los Hermanos de la Vida Común, que cuentan entre sus discípulos a
personalidades como Nicolás de Cusa, Lutero, Erasmo y Calvino, aunque su actividad educativa
fue más bien ocasional, unieron la formación intelectual con la espiritual de la Devotio moderna.
Ignacio conocerá de cerca la espiritualidad y la pedagogía de los Hermanos de la Vida Común por
el año de estudio de las humanidades que realizó en el colegio de Montaigu de la universidad de
París (1528- 1529) (Cf. R. García Mateo 2000: 148-151, 190 ss. ), que era un colegio organizado
según el espíritu de la Devotio (Cf. R. García-Villoslada1986: 304-310). Montaigu, a su vez, tuvo
un influjo notable en la configuración del “modus parisiensis” (Cf. G. Codina Mir 1968: 151-190).
Pero ya antes, en la Universidad de Alcalá, adonde estudió un año y medio (1525-1527)
Ignacio tuvo ocasión de conocer algunos aspectos de este ideal formativo. Según su fundador, el
cardenal Cisneros, esta Universidad se erigió para promover una formación que uniera los ideales
humanistas del renacimiento con los de la fe cristiana, enseñando letras, filología, filosofía y
teología, tomando como principal modelo el “modus parisiensis” y nombrando profesores que se
habían formado en París (Cf. M. Andrés 1976: II, 12-71) . Por tanto, cuando Ignacio llegó a la
Universidad del Sena no estaba tan desorientado como a primera vista podría parecer. Durante los
siete años de estancia en esta universidad conoció con profundidad sus métodos y sus programas de
estudio, de los que quedó muy satisfecho, como afirma en la carta escrita (junio 1532) a su e
hermano, M. García de Oñaz, diciéndole: “que en ninguna parte de la cristianidad hallaréis tanto
aparexo como en esta universidad” (Monumenta Historica Societatis Iesu, Ignatii Epistolae I:
77-83).
Para la concepción aristotélico-escolástica, el pensamiento abstracto, silogístico, es el ideal
de la ciencia y, por tanto, de la formación. Los humanistas, sin embargo, buscaban el valor concreto
de un texto, los detalles históricos que dan contexto al pasaje bíblico, haciéndolo cercano al lector.
Esto hizo que los nuevos movimientos espirituales (observantes, recogidos, alumbrados,
erasmianos, luteranos) que buscaban una fe cristiana más interior, menos centrada en devociones
externas, como peregrinajes, reliquias, etc, se sintieran más próximos al humanismo que a la
especulación escolástica. Si ésta, en sus diversas corrientes (nominalista, escotistas, tomistas, etc),
decantaba la fe cristiana para conservarla libre de todo error, los humanistas y los espirituales, sin
embargo, aspiraban a hacerla una vivencia personal como encuentro amoroso entre el creyente y
Dios, de modo tal que el hombre descubre y desarrolla la imagen divina a la cual fue creado ((Cf. R.
García Mateo 2000: 157-160). El escolasticismo hace de la fe cristiana un conjunto de verdades
universales y válidas para todos los tiempos, en cambio, el humanismo y los nuevos movimientos
religiosos buscan la experiencia concreta de ella que se traduce en una vida virtuosa.
Ya desde la Devotio moderna comienzan a enfrentarse ciencia y devoción, especulación
escolástica y sentimiento religioso, la teoría abstracta y la práctica de la virtud. Se podrían citar
algunos textos del Kempis en los que aparece ya una disensión entre ambos. Ignacio conoció, al
menos desde sus estudios en Alcalá y Salamanca, esta problemática sintiéndola en sus propias
carnes, pues fue un motivo de su encarcelamiento y puesta en cadenas en la ciudad del Tormes 3, y
le dio una respuesta, como se dice en la regla del sentir en la Iglesia:
“Alabar la doctrina positiva y escolástica; porque así como es más propio de los doctores
positivos, como san Jerónimo, san Agustín y san Gregorio, etc., el mover los afectos para en todo
3
El proceso de Salamanca (Au 64-67) se inicia en el convento dominico de San Estebán donde le preguntan que si ha
estudiado. Ignacio responde que no con “mucho fundamento”. “Vosotros no sois letrados, dice el freile, y habláis de
virtudes y de vicios; y de esto ninguno puede hablar sino en una de dos maneras: o por letras o por Espíritu Santo. No
por letras; luego por Espíritu Santo (…). Instando el fraile : - Pues ahora que hay tantos errores de Erasmo y de tantos
otros que han engañado al mundo. ¿no queréis declarar lo que decís? “. A lo que Ignacio respondió que él no hablaría
más si no delante de la autoridad. Él y sus dos compañeros fueron retenidos en el convento. “Al cabo de unos días vino
un notario y llevóles a la cárcel”.
amar y servir a Dios nuestro Señor, así es más propio de los doctores escolásticos, como santo
Tomás, san Buenaventura y del Maestro de las Sentencias, etc., el definir o declarar para nuestros
tiempos de las cosas necesarias para la salud eterna, y para más impugnar y declarar todos los
errores y todas las falacias” (EE 363).
Se trata, pues, de superar el enfrentamiento entre lo afectivo (“positivo”), espiritual y lo
abstracto especulativo-escolástico, equilibrando el uno con el otro, buscando la recíproca
complementariedad. Quien dé una simple ojeada a los Ejercicios Espirituales, observará cómo el
Principio y fundamento (EE 23) está estructurado según la forma discursiva, propia de la dialéctica
de la escolástica, mientras que las cuatro Semanas tienen como elemento principal la contemplación
bíblica afectiva (EE 101-127), de manera que todas las potencialidades de la persona -
cognoscitivas, discursivas, volitivas, sensitivas, afectivas - se hallan en juego.
De esto se trata también en la problemática entre la vida intelectual y la espiritual no de
yuxtaponer y mucho menos de separar una de otra, sino de establecer entre ambas relaciones
mutuas de equilibrio y de complementariedad (Cf J. M. MARTINS LOPES 2002: 100 ss). De
ambas dimensiones derivan hábitos, habilidades, capacidades, cualidades y virtudes distintas pero
no opuestas, forman carácter y crean actitudes; en el vocabulario de hoy se puede decir que realizan
“formación integral”.
Se trata, por tanto, de un proceso formativo que integra el desarrollo espiritual y corporal y
la instrucción intelectual. En efecto, no se indica sólo cómo se deben impartir lecciones o transmitir
conocimientos a los formandos, sino lo que se pretende es sobre todo contribuir a formar un modelo
de vida ejemplificado desde el seguimiento de Cristo. En consecuencia, todo saber intelectual,
aunque sea el de las matemáticas, no está visto como separado de la vida espiritual, sino como parte
integrante de ella.
Una propuesta que se desprende claramente de la IV Parte de las Constituciones de la
Compañía de Jesús a la hora de repensar la escuela hoy, sería, pues, ésta: establecer un equilibrio
más adecuado entre las materias curriculares clásicas (Matemáticas, Lenguaje, Ciencias Naturales,
etc.) y aquellas otras que atañen a la formación humana en general, como son los temas religiosos,
éticos, estéticos, psicológicos, sociales, etc., dándoles la importancia formativa que se merecen, o
sea, sin reducirlos a meros apéndices o complementos accesorios de las materias clásicas. Durante
generaciones el sistema educativo occidental ha estado orientado prioritariamente hacia la razón y
la técnica, despreciando o no tomando suficientemente en serio las otras capacidades del ser
humano, que de alguna manera, aunque insuficiente, se educaban en el entorno familiar. Hoy
desgraciadamente la familia ha perdido en la mayoría de los casos esta función educativa. La
escuela del siglo XXI ha de ser, por tanto, más integral y cultivar también seriamente las
dimensiones religiosas, espirituales, volitivas, emocionales, psíquicas, etc. De lo contrario se
constatará cada vez más el triste resultado que ya hoy es realidad: el tener millones de personas que
viven escindidas o frustradas, porque no han desarrollado cualidades ni han adquirido
conocimientos que son esenciales para la vida.
Rogelio GARCÍA-MATEO
Bibliografía
Codina, A., & Fernández, D. (1991), Monumenta Historica Societatis Iesu. Series tertia Sancti Ignatii de Loyola
Constitutionies Societatis Iesu. 3 vols. Edición Manual de Dalmases, C. & Ruiz Jurado, M. (1991), Obras de San
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Aicardo, J. M (1922), Comentario a las Constituciones de la Compañía de Jesús, tomo III. Madrid: Blass Tipográfica.
Pieper, J. (1973), Filosofía medieval y mundo moderno, Madrid: Rialp.
García Mateo, R. (2000), Ignacio de Loyola. Su espiritualidad y su mundo cultural. Bilbao: Mensajero
García-Villoslada, R. (1986), San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía. Madrid: BAC.
Codina Mir, G. (1968), Aux sources de la pédagogie des jésuites. Le “Modus Parisiensis”. Roma: Histitutum
Historicum Societatis Iesu.
Andrés, M. (1976), La teología española en el siglo XVI. Madrid: BAC.
Lopes, J. M. Martins (2002), O projecto educativo da Companhia de Jesus. Dos Exercícios Espirituais aos nossos dias.
Braga: Faculdade de Filosofia da Universidade Católica.